Con calma y salivita se lo hace el elefante a la hormiguita
Relato
Capítulo 1.- El Viejo mundo, mi nuevo mundo. La academia pueblerina.
Mi edad era de 18 años cuando aterricé en Francfort -Alemania Occidental- para tratar de realizar estudios superiores universitarios; yo no tenía ninguna experiencia en el aprendizaje de idiomas, excepción hecha del inglés que nos habían impartido en la enseñanza secundaria en mi país, Venezuela, y con el cual a duras penas podía pedir una Coca Cola. Bueno, y mucho menos aún en el contacto con personas de otros pueblos o países, pues era la primera vez que viajaba al exterior, y para completar solo. Había terminado el bachillerato 3 meses antes y ahora me hallaba en Alemania soportando un cambio atroz de clima, pues estábamos en pleno otoño y el termómetro marcaba aprox. + 8 °C, para mí era un frío glacial, luego me acostumbraría a esas temperaturas e incluso inferiores.
Y respecto a contacto con chicas me encontraba en una situación idem, pues mi infancia, pubertad y adolescencia, aún sin terminar, no me habían permitido tener experiencias con seres del sexo complementario denominados féminas. Llevé a cabo mi primaria y bachillerato en colegios de varones dirigidos por religiosos, por tanto la estricta y rígida educación conservadora de las décadas del 50 y 60. La experiencia, si se la puede denominar así, había consistido en admirarle, subrepticiamente, tras las cortinas o valiéndome de los espejos circundantes, las rodillas y muslos a las clientas del negocio de zapatería para damas de mis Viejos. O los gigantes carteles pintados a brocha o pincel de los cines cercanos a nuestra casa en donde me solazaba mirando las exuberantes figuras femeninas de las películas de las décadas del 50 y 60. Se me salía la inocente baba contemplando dichas pinturas y fotografías.
Vivien Leight cautivando con su aire palaciego y mirada embrujadora a Clark Gable hasta hacerlo perder el control en una borrachera que lo llevaría a postrarse a sus pies para rendirse ante sus fascinantes encantos... Y al día siguiente, ya en sano juicio, se separaría de ella arrepentido de haber caído en sus redes seductoras... Brigitte Bardot, la famosa B. B., embutida en su bikini estampado sonriéndole a los fotógrafos con sus sensualísimos labios carnosos incitando a pecar muy mortalmente allá en Saint Tropez. Claudia Cardinale, la C. C., la seguidora alfabética de la B.B. y contrincante suya en la pantalla quien prefería esconder sus hermosos frutos corporales y destacarse mejor en roles dramáticos condimentados de enmascarada lujuria... Mauren O´Hara en traje de una cortesana libertina paseando en el palacio del jeque con sus vestidos vaporosos provocando miles de pensamientos y espasmos corporales en el anciano desciendente de Alah... Marylin Monroe, la amante de los Kennedy, defendiéndose del descarado aire subterráneo que le levanta su plizada falda flotante dejándole admirar todas sus excitantes ampulosidades para disfrute del espectador masculino, y envidia de las féminas...
Jane Mansfield con sus astronómicos senos y cascadeante cabellera rubia que hacía saltar los ojos de los espectadores masculinos y trepidar sus corazones al contemplar ese busto tan exageradamente relleno... Pufff, qué cantidad de carne y leche, increíble... Elisabeth Taylor, como faraónica Cleopatra, estafando al César y Marco Antonio provocando un desafío entre ambos para que sólo uno de ellos pudiera quedarse al final con el preciado trofeo femenino y entonces sí disfrutar de su disponible sensualidad carnal... Milene Demongeont peleándose con la sensualísima Brigitte Bardot la popularidad en Francia y en Europa usando como arma bikinis más provocativos y ceñidos a su lujuriosa figura corporal. La inolvidable Sofía Loren con su bikini negro y labios ferozmente voraces tendida en la cálida arena veraniega de la Riviera italiana invitándote a aterrizar en ella para luego lanzarte a las calderas de Don Satanás con mucho pecado mortal... Gina Lollobrigida brilla mundialmente junto a Anthony Quinn en la famosísima película sobre el jorobado de Nuestra Señora de París. Y en traje de trapecista circence, se burla de los fervientes y acosadores admiradores Tony Curtis y Burt Lancaster en la, por entonces, conocidísima película <> haciéndolos molerse a trompadas para definir cuál de ellos se quedará al final con el ansiado y deseado paraíso resguardado en su estuche femenino.
La misma nulidad valía para otros campos de la vida. Es decir, ahora me hallaba en Alemania para iniciar un vasto aprendizaje en todas las materias relacionadas con el trajinar diario y cotidiano; pero, ante todo, debería enfrentarme al idioma germano y sus rudos vericuetos. Su pronunciación, gramática, conjugaciones regulares e irregulares, sus complicadas declinaciones... En ese sitio, al igual que en el resto de ciudades y pueblos grandes de Alemania, hay una escuela -Academia Superior Popular, o Universidad Popular, es la traducción de Volkshochschule- en la que se imparten diferentes cursos tanto para alemanes como para extranjeros en diversas ramas como idiomas, ciencias naturales, informática hoy en día, bricolage, cocina y otras materias. Y allí aterricé con mi grupo conformado por estudiantes de diferentes países y continentes. Una ONU descomplicada.
Una tarde me encontraba solitario en uno de los salones de aquella escuelita memorizando unas de las tantas conjugaciones irregulares de algunos verbos. De repente se abre bruscamente la puerta del salón, entran dos chicas como si le estuviesen huyendo a alguien, otean sorprendidas conteniendo su estupefacción y silencian al verme allí sentado solo con los libros abiertos. Mutismo total, miradas mudas cruzan nuestras vistas sin pestañear. Una es muy alta -tenía zapatos de tacón mediano-, cabello rubio oscuro, de ojos amielados; me llama la atención desde el primer instante, la quiero devorar con mis ojos; nuestras vistas se cruzan intercambiando fulgores unos cortos momentos; la otra es baja, pelo largo castaño y muy grandes ojos verdes claros. Es rolliza, por ello no la tomo en cuenta.
Se acercan a mi mesa en medio de risillas nerviosas y hablando; no entiendo nada. La alta se sienta a mi lado, cruza sus piernas oyéndose el chispeante roce de su media pantalón, la falda de su vestido se corre tras sus rodillas dejándome ver sus muslos frescos a través de la seda, con su mano derecha la echa hacia adelante impidiéndome así que le admire por largos segundos sus piernas, se arregla el escote redondo de su vestido enterizo, sus amielados ojos me estudian mientras esboza una leve y coquetona sonrisa, saca un pañuelo para secarse los labios; la rolliza carraspea un claro y sonoro <> tomando asiento al frente, ésta toma mi libro para hojearlo; revientan en risillas nerviosas al ver el contenido; intuyo enseguida que se trata de un tema muy simple y harto conocido por ellas. Su nerviosa hilaridad me cohibe. No puedo descifrar sus frases, mas me siento a gusto con ellas cerca permitiéndome que las admire en tanto que hojean en mi libro intercambiando comentarios, aparentemente muy divertidos, pero que son para mí todavía incomprensibles en ese momento de mi lucha con el aprendizaje del idioma alemán. De súbito prorrumpen en cortas onomatopeyas muy jeroglíficas para mí, la alta me mira de soslayo poniéndose su gabardina, sus labios se tornan en un capullo germinante al bisbisear una frase que no capto, se despiden con el super monótono AUF WIEDERSEHEN -Auf viidasejen/Hasta la vista-. Salen del salón descendiendo rápidamente las escaleras. Me quedé solo en dicho sitio pensando sobre su abrupta partida. Un compañero del grupo había captado la escena, sin yo notarlo en absoluto, y había irrumpido sigilosamente en el aula de enseñanza. Ello las había asustado y les había espantado la burra.
Un reencuentro y un regalo
Transcurrió una semana hasta que las dos chicas aparecieron nuevamente por la academia; ya las había olvidado prácticamente pues yo no conocía su horario, mucho menos si volverían por allí. Ese día me fijé en la hora exacta de su llegada: miércoles a las 3:00 p.m. Me hallaba con un ceylanés en el pórtico de la escuela fumando nuestro obligatorio cigarrillo pos almuerzo cuando las vimos venir; él me llamó la atención, pues las había percibido desde lejos. Ellas agitaban sus manos entusiasmadamente. Pathiraghe, así se llamaba el ceylanés, me indicó alborotado su presencia: -"look boy, they are there, they are coming again, yeah, you are a very lucky boy, crazy, crazy"-. Él era el intruso que nos había hallado conversando animádamente acerca de mi libro la semana anterior en el salón. Aspiré de mi cigarrillo muy profundamente para luego expeler todo el humo en una bocanada plena de nubes grisáceas; ellas subieron la escalera saludando bastante joviales: -"hola, ¿cómo estás?*"-. Entraron a la escuela.
*Aclaración. Se evitarán los diálogos originales en alemán para no aburrir a los lectores, pues habría que agregar su la traducción, así como la transcripción fonética. Por ello se traducirán directamente, salvo algunos casos en los que el narrador considere que sean imprescindibles, pero allí entonces serán acompañados de la correspondiente traducción y transcripción.
Yo no sabía cómo reaccionar y comportarme en ese instante. Me sentía totalmente cohibido, pues ambas me bañaban con sus amables sonrisas; Pathirage me palmoteaba la espalda murmulleándome en inglés: -"go boy, go with them, don´t worry, yeah, crazy, crazy, yeah"-. La rubia de aspecto dulzón y alta, aún no sabía sus nombres, se presentó extendiéndome su mano derecha: -"Renate es mi nombre"-; la otra la imitó: -"Elisabeth me llamo yo"-. Alargué mi mano trastabillando fonéticamente en su idioma: -"Arturo, Arturo es mi nombre y soy de Venezuela*"-; -"¡ah!, ¿eres caribeño entonces?"-, dice ella sonriendo comprensiva y sorprendida. *La letra cursiva equivale o representa el nerviosismo corporal y verbal ocasionado por la inseguridad oral para expresarme en alemán debido al poco conocimiento del idioma en ese momento.
Entramos los tres escoltados por el ceylanés, quien no se podía contener y aplaudía frenético, como niño abriendo un regalo. Los demás compañeros de clase presentes observaban sorprendidos pero callaban. Ellas subieron las escaleras y desde arriba me hicieron señas para que las siguiera. Pathirage golpeó mis espaldas aupándome hasta exasperarme. Exploré a mi alrededor para ver si estaban los maestros por los alrededores; nadie a la vista. Varios de mis compañeros de aventura me animaban con sus inconfundibles gesticulaciones. Ante tanto apoyo moral opté por subir hasta ellas para calmar su curiosidad y saber qué querían de mí estas dos germanitas. Escalé ágil, como fiera persiguiendo su presa hasta la copa del árbol, entré al salón en donde ellas se habían refugiado. La Dulzona se había sentado en la primera silla a la derecha, la rolliza estaba de pie, al final de la primera hilera, como esperando una orden. Cerré la puerta tras de mí. Mutismo total, sólo mudos monólogos visuales. Elisabeth le susurra unas frases incomprensibles para mí al tiempo que en su rostro se dibuja una risilla reprimida; Renate cruza sus piernas, la estrecha falda de su vestido enterizo roza chisporroteante su media pantalón y se corre hacia atrás dejándome ver su muslosidad juvenil al tiempo que me excito al fantasear con la idea de podérselos besar y lamer para poder saborear esa piel blanca, tersa, rematada por una lustrosa vellosidad cuasi invisible dándole un brillo aurífero; la contemplo conteniendo el aire, está preciosa, me parece y creo. Por primera vez, en mi todavía corta vida, estoy muy cerca de una chica rubia, de ojos amielados, carnosos labios y con una piel más tersa que nalga de bebé recién nacido. Cruza sus piernas nerviosamente provocando una ola erupcionante de calor y rubor cosquilleante en todo mi cuerpo al contemplar el movimiento de sus piernas entrecruzándose.
Nuestros ojos luchan, pronuncia una corta frase inenteligible; Elisabeth sale y menciona algo sobre unos minutos, no entiendo nada más. Ella me señala la mesa-escritorio para que me siente a su lado; como robot me dirijo al sitio tropezándome con las sillas; la oteo desde arriba, alza su rostro y el mío se inclina. Mi respiración es un torbellino caribeño; no sé por dónde empezar; ella me ofrece sus labios enmascarados en rosa pálido, entreabiertos, esperando el aterrizaje de los míos, sus ojos brillan y sus párpados se entornan; lentamente me voy inclinando hasta percibir su entrecortada respiración; nuestros calientes aires se confunden; poso brusco mi boca sobre la suya abierta en capullo; ella me enlaza y atrae, las salivas confluyen abundantes; es un abrazo furibundo, mis brazos quieren ahogarla, hasta aplastarla, estrujarla y amasarla, eso quiero; amasarla, hasta que esté lista pa´ la parrilla. Mis manos buscan su torso y sus manos para enlazarla; yo sigo de pie inclinado hacia ella, es una posición incómoda mas no le presto atención, pues lo importante es disfrutar de sus labios y su lengua, la cual lucha con la mía encarnizadamente provocando que nuestras respiraciones se vayan entrecortando más y más a medida que nuestro abrazo y beso se prolonga sin un cercano final. No salgo de mi sorpresa. Por primera vez beso a una chica y podría haber exclamado miles de confusas frases en ese momento pero prefiero seguir disfrutando de sus juveniles labios; me atrae, la atraigo; termino aprisionándola contra su silla y tengo que sostenerla para que no se dé vuelta y caiga de espaldas; mi instinto felino me ordena perforar en su boca con mi lengua, lo hago. Ahora es una lucha interna de nuestras lenguas, la suya me invade, la mía la envuelve; una mano mía le arropa su muslo más cercano; mi masculinidad quiere taladrar mi pantalón y deja escapar continuadamente una lenta descarga de líquido que impregna mi ropa interior, luego aparece una mancha grande en el pantalón. Ella suspira extenuada, mi boca absorbe delicada los efluvios de la suya. Era mi iniciación en el arte de besar a una chica. Por primera vez. Qué excitación, coño´e la madre.
Nos separamos ahogados contemplándonos breves segundos, reiniciamos el intenso besuqueo lleno de dramatismo porque nos daba la impresión de que era un único momento y luego no nos veríamos jamás. La apretujo contra mi pecho, tanto que se oye el chispear del roce furioso de nuestros dientes; su mano me separa, toma un pañuelo de su bolso siempre mirándome sonriente, seca las cálidas salivas de nuestros mojados labios con mucho cuidado y cariño, lo guarda; murmura unos sonidos quedos: -"ven, sigamos"-. Me siento en la silla vecina, ella sonríe pícara al notar la tremenda erección escondida tras el pantalón, entonces se posa en mi regazo estrujándolo intencional con su trasero y observándome para contemplar mi reacción; me enlaza el cuello y nos unimos en intenso clinch para proseguir con la encarnizada lucha bucal y manual; mi brazo izquierdo la empuja hacia mí, mi mano derecha se arrastra por sus muslos, caderas, senos sin hallar la frescura de su piel; ella suspira hondo murmurando algo que no comprendo, yo trato de acallarla intensificando mi exploración manual y bucal. Chasquidos, profundos suspiros se oyen. A mis frescos 18 años propino nerviosamente y me dan por primera vez un beso; una chica me ofrece su boca y yo a ella la mía. Mis manos exploran por su vestido enterizo, es decir, reptan curiosas sin dirección ni tino buscando no sé qué cosa. Ella no rechaza mis ataques bucales y manuales. Ambos respiramos hondamente, ansiosos de continuar. Toc, toc. Su amiga toca y entra gritando silenciosa: -"señorita Buchholz, nos tenemos que ir"-. Cierra tras ella la puerta; Renate me mira embelesada mientras flotaba en no sé qué nube, al igual que yo; disfrutábamos de aquella travesura juvenil; besos y manoseos a escondidas.
Se levantó de mi regazo acomodándose su vestido, hurgó en su bolso, extrajo un sobre pequeñísimo y me lo entregó; se enfundó su abrigo, se terció su bolso al hombro, un besote y salió del salón. Yo, tras ella, cubría mi estómago y zonas aledañas con mi saco para que no se notase la erección que había provocado el incesante masajeo de su trasero en mi virilidad. Una mancha. ¡Huy, qué mancha! Era la primera vez que mi ropa se humedecía de líquido seminal por causa de una excitación sexual. Bajé con ellas y salimos del edificio perseguidos por las agudas miradas de mis compañeros. Algunos disimulaban su curiosidad dándose vuelta entre sonrisillas reprimidas y comentarios inaudibles. Ellas bajaron las escaleras alejándose; al llegar a la esquina del parque se dieron vuelta agitando ambas sus manos para despedirse hasta la siguiente semana. Ojalá, me dije. Entré al edificio y me retiré al salón donde minutos antes había tenido lugar la refriega bucal. Extraje de mi bolsillo el sobrecito y lo abrí. Una foto suya de pasaporte en blanco y negro que aún conservo, en la foto está ella angelical, una medallita plateada con una leyenda grabada de 3 palabras muy claras: Ich liebe dich*. *Yo te amo. Un corrientazo cosquilleante me recorrió. Muchas veces había escuchado en mi país que las europeas y yanquis se entregaban fácilmente; o sea, que abrían sus piernas en las primeras de cambio. Bien, hasta ahora coincidía dicha afirmación en el hecho de ella haberme puesto sus labios a mi disposición; pero, que confesaran su amor por el varón; eso no lo había oído nunca, mucho menos que lo hiciese por escrito, como ahora. Busqué mi maletín junto con mis libros y me uní a los últimos compañeros de aventura que salían del sólido edificio hacia nuestro albergue. Eran ya las seis de la tarde, esto indicaba la duración de las salivaciones, más de dos horas bien intensas. Ahora comprendía mi cansancio mental y corporal. Agradable, chévere, muy contentoy feliz. Así me sentía. Pathirage me alcanzó palmoteándome el hombro: -"you are very lucky boy, next time you have to get all, all; yeah, yeah"-. Caminamos bromeando; yo me sentía ahora en otra liga, en la liga mayor de los verdaderos hombres que seducían una chica hasta el extremo de que ella le confesaba su amor. Qué placer tan hondo me embargaba; ella me decía: <>. Una germana alta, de cuerpo curvilíneo me lo confesaba. Me sentía machísimo. MUUUY MAACHO. Ja, ja, ja.
Una nueva semana
El ceilanés me aupaba al extremo, me empujaba al máximo, casi hasta la exasperación. Sus frases eran un martirio, pero me causaba mucha hilaridad su frase: <>. Así también un centroamericano compañero de habitación en nuestra pensión. Su motivación era harto pedagógica: -"bueno, quiero oír gritos, alaridos y aullidos; quiero que me muestres sus pantaletas ensangrentadas, pues está virgo todavía; rómpela, chúzala y reviéntasela"-. Yo lo escuchaba alelado pues sus palabras me eran incomprensibles: romper, reventar, chuzar. Uuffff. Un lenguaje de camioneros y obreros portuarios percibía yo, pero nunca la forma para tratar de seducir a una chica, menos a ésta tan dulcita, mona y femenina, según mi entender por esos años, y ahora. Mis pensamientos eran una mezcla desordenada de alemán vacilante, español aconsejador y una chica candorosa, para mi concepción y de los demás, descendiente directa de las germánicas tribus ya desaparecidas, representante de las valkirias de esas épocas fabulosas plenas de deidades desconocidas para mí y nosotros en el curso. Hilde, Inge, Astrid y demás diosas nórdicas revoloteaban aladamente por mi juvenil mente.
Al siguiente miércoles me desperté muy temprano, abrí la gaveta de la mesita y saqué de allí la foto y su medallita. Su rostro angelical me sonreía y despertaba, su medalla me comunicaba su mensaje: <> *Te amo. Suspiré hondo y besé la foto imaginándomela en algún sitio cercano atalayándome para conversar... Y demás. Después del desayuno arreglé mis libros y cuadernos para irme al instituto; el centroamericano se me acercó para animarme en su clásica manera: -"bueno, a romper esa telita, que la sangre baje por sus piernas y échale una buena rociada, como bombero apagando un incendio en la montaña, ja, ja"-. Una mueca de sonrisa extenuada se dibujó en mi rubicundo rostro y salí de la habitación; él cerró la puerta tras nosotros al tiempo que continuaba con su exagerado vocabulario motivador. Según sus pedagógicos argumentos, ese día por la tarde yo debería estoquearla, banderillarla, acribillarla a lanzada limpia hasta que de su desflorada feminidad borbotease la espesa nota púrpura que, simbolizante, comprobase el fin de su inocencia sexual. Su telita debería descansar en paz, según él en aquella mañana otoñal alemana; nada debería quedar de ella... De la telita.
Llegamos a la escuelita y cada uno de nosotros se extravió en los diferentes salones vacíos de la misma. Yo me escondí en el sitio por ambos conocido esperando su llegada. Saqué mis libros de mi maletín para tratar de estudiar y aprender algo de la gramática alemana. Mi reloj me dice que ya es hora de su llegada. NADA. Impaciencia me invade, me acercó a la ventana y visualmente rastreo el parque aledaño a la escuelita. NADA NI NADIE FEMENINO. Le propino un recio coñazo a la mesa, mas esa intranquila muestra de agobio impaciente no mejora la situación, ella no llega; me siento a leer el pesado texto, mas todo es vacío... -"Boy, boy, they are coming, look"-. Pathirage irrumpió en el salón y fue hasta la ventana que daba a la calle, me acerqué y mi cuerpo se sacudió regocijándose. Sí, sí, eran las dos chicas: Renate y Elisabeth. Pathirage me palmoteó las espaldas y salió al tiempo que ellas subían las escaleras rápida y ágilmente. Yo las esperaba plantado en la puerta del salón, me hice a un lado y entraron nerviosas, se excusaron por su retraso. Elisabeth, muy seria, salió señalándole el reloj.
Renate se trajeaba ese día con un vestido enterizo y estrecho, de falda corta, mangas largas, su figura se destacaba nítida. Me lancé sobre ella con el ímpetu de un corcel brioso, la abracé para obligarla a que se sentase en mi regazo. Quería sentir su trasero presionando sobre mi virilidad; se acomodó en mis piernas y se ruborizó al experimentar mi erección; aplicó sus labios dócilmente en los míos, mi mano derecha arropó sus rodillas aferrándola más aún, mi brazo izquierdo la atraía. Intercambiábamos salivas, suspiros, en alemán ella, en español yo; parábamos unos instantes, y luego seguíamos con más ánimos nuestra desbocada besuqueadera clandestina. Yo trataba de bajarle el cierre de su escote para acceder a sus senos, pues se notaba que no llevaba un brasier, mas mi inexperiencia y nerviosismo descoordinaban mis intentos; ella rehusaba a dejarse semidesnudar en aquel sitio tan extraño y desprotegido porque en cualquier momento podría venir alguno de los maestros o maestras de la academia; sin embargo, accedió a mi ímpetu y deseo; abrió su cierre y ante mí se presentó el paraíso de sus pinaculares senos níveos, qué blancura; y se coronaban con esos rosáceos botones temerosos de ser asaltados por mis voraces labios; me lancé a su conquista... Los tomo uno por uno con mis ansiosos labios, ella suspira profundo: -"uhm, sí, sí caribeño, así; más"-; mi mano derecha araña extraviada por su suave y tensa muslosidad; mi pulso está a no sé cuántas revoluciones, mi virilidad es un ariete amenazante. Súbitamente un empellón a la puerta, Elisabeth entra nerviosa mostrándole insistente el reloj y apresurándola; nos separamos para poder respirar hondo, estábamos muy agitados; Renate me murmullea subiéndose el cierre de su escote: -"¿vamos al centro a pasear?, ¿sí?, ¿vienes conmigo?"-; yo me limpio con mi pañuelo la saliva de sus labios y lo guardo en mi bolsillo. Su amiga repite la frase intranquila, pues cree que no le he entendido: -"ir a pasear, ¿entiende?; ir a pasear"-. Renate me inquiere si he comprendido: -"¿has entendido?"; sus labios se entreabren, la beso decentemente conteniéndome por la presencia de su inquieta amiguita: -"sí, he entendido... Ir a pasear"-. Victoria mía, he entendido su mensaje. Se deshace de mi nudo invitándome para que la siga; eso hago. Salimos del salón, allí está Elisabeth apresurándola con su reloj. Bajamos las escaleras en saltos largos y riendo, pasamos por la dirección de la academia, la secretaria nos despide socarrona: -"qué disfruten mucho del paseo... Y no se vayan a extraviar por ahí, ji, ji"-. Renate sonríe ofuscada.
Ya afuera se pusieron de acuerdo rápidamente; Elisabeth me tendió la mano y desapareció en la niebla. Renate apretó mi mano izquierda con su derecha halándome discretamente para que la siguiera. Bajamos hacia la calle dejándonos envolver por la húmeda oscuridad otoñal. Su mano se restregaba con la mía y viceversa; nuestras miradas tartamudeaban mudas frases; nuestros pasos eran inseguros, ella no se sostenía en sus zapatos de tacón mediano, y yo, torpe, resbalaba en los adoquines. En cada esquina oscura hacíamos un alto para abrazarnos e intercambiar caricias bucales mientras ella murmuraba algo. A pesar de esos tropiezos, me di cuenta de que por primera vez salía con una chica a pasear. ¡Qué emoción, huyy; qué romance! Llegamos a la parada del autobús que la llevaría a su barrio; una vez más nos apretujamos para despedirnos deseándonos feliz navidad, ella susurró varias veces la misma palabra <> cuyo significado yo desconocía totalmente, no le presté mucha atención y tampoco busqué su significado en el diccionario... En aquel momento yo no sabía qué significaba esa palabra y tampoco quería saberlo.
Mi plan salió perfecto aunque no pude cojer con mi esposa por una semana por que ella no queria que yo me diera cuenta que un negro le dejo su panochita bien abierta pero lo que ella no sabe es que yo fui el que planeo todo
Relato erótico enviado por Anonymous el 21 de June de 2013 a las 00:23:44 - Relato porno leído 250008 veces
Hola, soy Diego y les voy a contar lo que me paso, soy Colombiano, tengo 28 años, pero vivo en Agentina desde los 15, soy negro, mido 1,90, estoy muy bien dotado (25 cm de pene) y trabajo de jadinero, un dia me contatan
Relato erótico enviado por Anonymous el 14 de April de 2010 a las 00:22:23 - Relato porno leído 119274 veces
Yo siempre tenia la fantacia de ver a mi desente esposa cojida por un negro por eso yo lo tube q buscar para cumplir mi fantacia pero no crei q ese amigi la tubiera tan grande pobre de mi mujer cuando la puso a gatas grito como una verdadera actris de peliculas porno
Relato erótico enviado por Anonymous el 06 de December de 2011 a las 23:38:02 - Relato porno leído 118120 veces