Cuando quedaron a solas, el Señor Z se regodeó durante un momento con la singular belleza de Alex, mientras pensaba, excitado, en las cosas que haría para disfrutar a fondo de tan exquisito manjar.
Relato
Cuando quedaron solos el señor Z se regodeó durante unos instantes con la figura del chico enfundado en la sugerente túnica, se pasó finalmente el pulgar y el dedo índice de su mano derecha por la barbilla mientras sentía que estaba transpirando y dijo:
-Vení acá, mocoso.
-Sí, señor… murmuró Alex y avanzó hasta quedar de pie ante el sujeto, mirando al piso.
El señor Z observó el collar y la cadena plateada.
-Te tienen como un perrito… -dijo.
-Sí, señor… -admitió Alex.
-Un perrito de raza…
-Gracias, señor…
-Bueno, ahora desvestime.
-Sí, señor… murmuró Alex y comenzó a obedecer la orden. Le quitó primero los zapatos y las medias, luego soltó la hebilla del cinto, bajó el cierre de la bragueta e hizo descender el pantalón hasta los tobillos. Entonces el señor Z dio un pequeño paso hacia el costado con su pie izquierdo por sobre el borde del pantalón para después hacer lo mismo con su pie derecho. El chico le sacó después la corbata, erguido aunque mirando al piso, para inmediatamente abocarse a desprender los botones de la camisa y luego quitarle esa prenda. A hurtadillas pudo ver entonces la abundante pelambre grisácea que cubría el pecho del señor Z y la panza de considerable volumen.
Restaba la última prenda, el boxer celeste bajo el cual abultaba la verga ya erecta y que no pasó desapercibida a los ojos del jovencito.
-Vamos, pendejo, ¡vamos! –intimó el hombre ante la vacilación de Alex que, finalmente, tomó los bordes del calzoncillo y lo hizo descender para encontrarse, de rodillas, con la verga ya bien dura del señor Z, que exhibía el glande hinchado y enrojecido, palpitante de deseo.
¡Parate! –le ordenó el hombre y cuando Alex estuvo de pie, a escasos centímetros uno del otro, el señor Z aspiró con fruición el aroma intenso y sensual que emanaba del chico, un acierto de Ligia cuando había elegido el perfume. De pronto el hombre sorprendió al jovencito con un gesto imprevisto. Lo tomó por la nuca y atrayéndolo aún más hacia él le buscó la boca con sus labios, esa boca pequeña y redonda, de labios carnosos. Alex ladeó la cara cuanto pudo y el beso le dio en la mejilla, lo que provocó la ira del señor Z. Le aplicó al chico una fuerte bofetada que lo hizo trastabillar y le inundó los ojos de lágrimas. Inmediatamente lo aferró por la muñeca derecha y le dobló el brazo en la espalda para después efectuarle una dolorosa torsión hacia arriba al tiempo que lo sujetaba por la pelo para mantenerlo erguido.
-Por favor… por favor… -suplicaba Alex mientras el hombre seguía retorciéndole el brazo.
-Así que te hacés el difícil, ¿eh, putito de mierda? Yo te voy a enseñar a comportarte. -le dijo el señor Z como si mordiera cada palabra.
Perdón, señor… ¡perdón!... –murmuró el jovencito ganado a la vez por el miedo y la excitación que le provocaba el tono empleado por el visitante.
El hombre lo liberó y el chico se tomó el brazo maltratado como buscando alivio mientras su rostro mostraba una mueca de dolor.
Se acentuaba en él un proceso oscuro que percibía cada vez con mayor claridad y que lo asustaba. Se le hacía evidente que el maltrato, la humillación y el castigo lo excitaban, incluso el asco que le había provocado el intento de ese hombre de besarlo en la boca había conllevado un nivel importante de morbosa calentura. Estaba en esas lucubraciones cuando el señor Z se sentó en el borde de la cama y le ordenó palmeándose los muslos: -Acá, vamos, putito, ¡de panza acá!
No supo cuál era el propósito, pero obedeció y no bien estuvo en la postura ordenada sintió que su verga comenzaba a ponerse dura, cosa que también advirtió el señor Z. Al chico lo excitaba la pose de indefensión y el tener sus nalgas expuestas a los designios del hombre, cualesquiera fuesen éstos. De pronto sintió la palma de una mano deslizarse por ambas redondeces, lentamente, pasando de uno al otro cachete y de vez en cuando oprimiendo la carne con un pellizco. Alex disfrutaba de la situación estremecido de pies a cabeza y con la verga ya bien dura.
-El putito está caliente… -dijo el señor Z y emitió una risita burlona para luego alzar bien en alto su mano derecha y descargar un fuerte chirlo en el culo del chico que, un poco por la sorpresa y otro poco por el dolor profirió un prolongado gemido. Inmediatamente el señor Z siguió con la zurra, dejando caer su pesada mano alternativamente sobre una y otra de las nalgas, que pronto comenzaron a colorearse. Mientras tanto Alex iba descubriendo un nuevo placer. El efecto de la mano en su culo era absolutamente distinto al que debió soportar en manos de Ligia, cuando la matrona lo castigo duramente para domarlo mediante terribles palizas con una vara. Esto era muy diferente. Cada chirlo dolía, claro, pero era un dolor muy especial, un dolor voluptuoso que le arrancaba gemidos, suspiros y jadeos como inequívocas expresiones de goce mientras su cuerpo se movía hacia un costado y el otro sobre las rodillas del señor Z, cuya calentura iba en aumento a medida que disfrutaba de una de sus prácticas favoritas.
-¿Vas volver a resistirte cuando te bese, putito? –preguntó el hombre sin dejar de nalguear al chico, cuyo placer era evidente.
-No… no, señor… no…
-Bueno, te aviso algo: como se te ocurra la mala idea de esquivarme te vuelvo a dar, pero no con la mano… ¡Con el cinto y ya me vas a contar!...
La amenaza hizo que el chico se estremeciera al recordar que Ligia había usado para domarlo no sólo una vara sino también un cinturón cuyos azotes dolían indescriptiblemente.
-No… Por favor no, señor… No me… no me voy a resistir… -dijo el chico mientras respiraba con fuerza por la boca muy abierta y seguía moviéndose hacia derecha e izquierda morbosamente azuzado por el miedo y la excitación a la vez. Le hubiera gustado, por un último y débil resto de orgullo y recato, disimular el goce que la paliza le causaba, pero esa demanda duró muy poco en su mente y siguió entregado por completo a ese nuevo e intenso placer que el señor Z le había hecho descubrir.
El hombre siguió castigándolo un poco más, muy caliente por el tono rojizo que mostraban ambas nalguitas en delicioso contraste con el blanco de la túnica. Al tocarlas con las palmas de sus manos las notó ardiendo y eso terminó de ponerlo en forma.
Con un gesto violento hizo rodar al chico al piso, donde quedó boca abajo y frotándose las nalgas en procura de reducir el intenso ardor que sentía en ellas.
El señor Z le ordenó ponerse de pie y así lo hizo, sin dejar de masajearse el culo. Sintió un brazo rodeándole le cintura mientras una mano lo sujetaba por la nuca y el rostro del señor Z se iba acercando al suyo. Esta vez no se movió, un poco por miedo y otro poco por el deseo morboso de probar ese beso. El hombre lo tenía apretado a él y Alex notó la dureza de esa verga contra uno de sus muslos y notó también que el brazo que lo aferraba por la cintura se ausentaba de allí y una mano aferraba sus nalgas luego de meterse bajo la túnica. La excitación del chico crecía aceleradamente junto con el asombro al comprobar que, lejos de asquearlo, el beso del señor Z lo estremeció de morboso placer. Sus piernas temblaban con la lengua del hombre profundamente metida en su boca, avasallando a su propia lengua que, cual si fuera un órgano independiente de su voluntad, se movía contra la lengua invasora mientras un esbozo de reproche y culpa atravesaba la mente del chico para desaparecer con la velocidad de un relámpago. El señor Z le sacó por fin la lengua de la boca, respiró hondo, le dio un mordisco en su labio inferior y en tanto Alex gemía dolorido emitió una risita burlona:
-Te gustó, mocoso, te gusto… Sos un putito completo…
Alex no contestó para evitarse la humillación de tener que admitir que era verdad. Aún había en él algún vestigio de negación, de vergüenza, aunque destinado a desaparecer muy pronto.
El hombre lo aferraba por las nalgas hasta que un instante después lo soltó para ir a sentarse en el borde de la cama y desde allí ordenarle:
-Vení acá.
-Sí, señor… -murmuró el jovencito y en cuanto hubo dado el primer paso el hombre lo detuvo con tono imperativo:
-¡En cuatro patas, mocoso! –y el chico obedeció inmediatamente. Cuando estuvo ante el hombre éste le preguntó, saboreando lo perverso del interrogante:
-¿Sos un chico o un perrito?
Alex se mordió el labio inferior, tragó saliva y contestó lo que sabía que debía responder:
-Soy… soy un… un perrito, señor…
-¡Muy bien, perrito, muy bien! –se entusiasmó el señor Z y volvió a preguntar:
-¿Sos un perrito putito?...
Sometido a tamaño interrogatorio humillante Alex estaba ya, por eso mismo, muy excitado y contestó con un hilo de voz:
-Sí, señor…
-Bueno, decilo entonces… -le ordenó el hombre.
-Soy… soy un… un perrito… un perrito putito… -murmuró el chico tras una pausa.
El señor Z lanzó una carcajada de satisfacción.
-¡Muy bien, perrito putito! ¡Muy bien! –dijo y le concedió a Alex una caricia en la cabeza. –Ahora quiero probar tu lengua de perrito. –agregó el hombre y Alex se ilusionó al imaginar que el hombre le ordenaría ocuparse de su verga ya erecta, pero no. El señor Z era aficionado a los juegos previos.
-Vas a lamerme los pies, mocoso, los dos pies. ¡Vamos!
-Sí señor… -pudo murmurar Alex después de tragar saliva. Ni en sus fantasías más audaces se vio jamás lamiendo los pies de un hombre, pero lo hizo mientras sentía arder sus mejillas y una opresión en el estómago. Lamió el empeine de ambos pies y luego los dedos hasta que el hombre le ordenó:
-Andá subiendo, nene… Subí por las piernas, primero una hasta que yo te diga y después la otra…
-Sí, señor… -musitó Alex y comenzó a deslizar su lengua por la pantorrilla derecha, por esa piel lechosa que olía a vejez y que por eso mismo le resultaba tan morbosamente excitante. Sabía ya que no eran los cuerpos masculinos bellos y jóvenes los que lo atraían, sino esos viejos como los Amos o ese hombre al que estaba lamiendo. Sintió vergüenza de si mismo, de su sexualidad perversa, de la degradación a que era conducido, pero a la vez se admitía presa de una calentura que aumentaba a medida que su lengua se deslizaba por la pierna del hombre. Cuando sobrepasó la línea de la rodilla alzó la vista y sus ojos se encontraron con la verga del señor Z bien erecta y el deseo de mamarla fue un aguijonazo que lo estremeció. El hombre se dio cuenta y emitió una risita sardónica:
-¿Qué pasa, putito?... Estás caliente, ¿eh?...
-Sí, señor… sí… -reconoció tragándose la vergüenza y siguió lamiendo, ahora el interior del muslo y con ansias de llegar a la cumbre, aunque no estaba seguro de lo que el hombre le ordenaría en ese momento.
Por fin llegó a la cumbre y sus mejillas ardían, con esa verga erecta a escasos centímetros de su rostro. El señor Z emitió una risita y dijo al advertir que el chico le miraba furtivamente el pene: -Te morís por mamármela, ¿eh, nene putito? -¡Vamos! ¡contestá! –le exigió el hombre con tono severo.
Con su orgullo hecho ya añicos Alex contestó con un murmullo apenas audible:
-Sí, señor… sí…
-Sí, ¿qué, putito? –exigió el señor Z con manifiesta intención de humillarlo.
-Que tengo… que tengo ganas de mamar su… su verga, señor…
El señor Z lanzó una estruendosa carcajada que incrementó aún más la vergüenza del chico.
El hombre, cada vez más excitado, lo tomó con fuerza por el cabello, le pegó la cara a su verga y le ordenó:
-Besamelá. –y en cuanto Alex hubo besado ese miembro erecto y palpitante le apartó la cabeza y tras emitir unas risita sardónica le dijo:
-Bueno, ahora lememe la otra pierna, nene, empezando por el pie, chupame bien los dedos.
-Sí, señor… murmuró Alex y se deslizó hacia abajo, entre las piernas del hombre y soportando a duras penas la dorolosa tensión que lo martirizaba. Por dentro era lava hirviente bullendo en la humillación, la vergüenza y ese deseo acuciante que demandaba ser satisfecho mientras se oían los jadeos y gemidos del señor Z, que se movía inquieto sentado en el borde de la cama. Lamió y chupó con morbosa fruición los dedos del pie y luego comenzó a deslizar su lengua por la pantorilla, lentamente hasta llegar a la rodilla y estarse allí por un momento, lamiendo y besando para ascender después por el muslo, por arriba, por el lado exterior y por dentro, sitio que sensibilizaba muy especialmente al señor Z, cuyos gemidos y jadeos se acentuaban y por momentos se convertían en gruñidos.
El chico lamía con los ojos cerrados que cada tanto abría para mirar hambriento la verga siempre enhiesta que parecía esperarlo para derramarse en su boca.
Por fin llegó a destino, con la piel erizada y temblando de ganas.
-Sos un buen perrito, nene… -dijo el señor Z entre jadeos. –Te merecés un premio.
Alex agradeció el cumplido y obedeció prestamente cuando el hombre le ordenó abrir la boca. Estaba arrodillado entre las piernas del individuo, que lo hizo inclinar. Retrocedió un poco deslizándose sobre sus rodillas y luego dobló el torso hasta quedar con la cara casi pegada a la verga y la boca abierta, respirando agitadamente.
-Tragala. –fue la orden siguiente. El chico tenía una boca redonda y pequeña y debió hacer ingentes esfuerzos para engullir ese ariete. Había conseguido meterse apenas el glande cuando el señor Z, impaciente, lo sujetó por el pelo y le aplastó la cabeza en un gesto brutal. La verga le entró entonces hasta la garganta sometiéndolo durante algunos segundos al suplicio de la asfixia, porque el hombre le mantenía tapadas las fosas nasales oprimiéndolas con los dedos pulgar e índice hasta que los violentos corcovos del jovencito y el enrojecimiento de su rostro le indicaron que debía liberarlo. Lo hizo en medio de una risita sádica que derivó en una orden:
-Vamos, putito, empezá a chupar. –y el chico se aplicó a la tarea sorbiendo ansiosamente esa verga que le llenaba la boca y le deparaba un goce indescriptible, ya sin objeción alguna de su conciencia.
“Soy esto…” –pensó en algún momento mientras escuchaba complacido y orgulloso los suspiros y jadeos del señor Z. La definitiva certeza sobre su esencia lo excitó más aún y redobló los afanes de su boca, de sus labios y hasta de sus dientes sobre esa verga que no tardó en echar tres chorros de semen que inundaron la cavidad tan caliente como acogedora. Alex se echó un poco hacia atrás y envolvió en una mirada vidriosa a ese hombre de piel blancuzca, pecho velludo y abultado abdomen que yacía de espaldas, jadeante y con los ojos cerrados. No supo qué hacer, porque ya estaba acostumbrado a actuar según las órdenes que recibía y entonces decidió permanecer de rodillas a la espera de lo que iba a decidir el señor Z mientras procuraba controlar la excitación que hacía de su cuerpo una brasa. La ausencia de cuestionamientos y de culpa liberaba toda su libido, todo ese deseo sexual tan intenso como especial y que al no encontrar obstáculos aparecía como no otra cosa que si mismo y habitaba en cada una de sus células.
-Tragá toda mi leche y echate en el piso al lado de la cama, mocoso, que voy a dormitar un poco y después te la hago tragar por el culo. –dijo por fin el hombre.
-Sí, señor… -aceptó el chico, que luego de tragar hasta la última gota de semen se tendió junto al lecho con el pene erecto y unas ganas de masturbarse que pudo reprimir a duras penas.
Por fin, al cabo de una espera que le pareció interminable, el señor Z comenzó a emerger lentamente de la bruma del sueño. Se desperezo para después emitir un sonoro bufido que alertó al chico y de inmediato le ordenó subir a la cama. Alex obedeció presa de la ansiedad más acuciante y esperó arrodillado la próxima decisión del hombre. La verga le asomaba erecta por debajo del borde inferior de la túnica y el señor Z, al verla, lanzó una carcajada.
-Ah, putito, estás caliente, ¿eh?...
-Sí… sí, señor… -admitió el chico luego de tragar saliva mientras sentía que se ruborizaba.
-Bueno, ponete de espaldas que lo que quiero verte no es la pija sino ese culo de nena que tenés.
Alex obedeció excitadísimo por el tratamiento del hombre y cuando estuvo en la posición ordenada debió ponerse en cuatro patas, postura que hacía subir el borde inferior de la túnica hasta dejar al descubierto las nalgas.
El señor Z yacía de costado en la cama, con la pierna izquierda semiencogida, apoyado sobre su antebrazo derecho y con los ojos devorando esas redondeces que lo admiraban y calentaban.
-Es increíble el culo que tenés, che… Me he cogido a todos los mocosos que traen acá, desde el primero hace ya cinco años, pero ninguno tan apetecible como vos… Si te ponen tetas y te operan la pija serías una chica perfecta…
Alex se estremeció visiblemente ante semejante comentario y hasta temió que el hombre les planteara esa idea a los Amos.
El señor Z advirtió el impacto que su comentario había provocado en el jovencito decidió seguir martirizándolo sicológicamente, para divertirse con el terror de Alex.
-¿Por qué no?... Esta gente tiene mucho dinero y no le significaría nada ponerte en manos de un buen cirujano que te convierta en una linda chica. –agregó para después soltar entre los dientes una risita malévola.
El miedo había invadido a Alex, aterrado ante la posibilidad de que los Amos hicieran caso a ese hombre.
-No, señor… Por favor no… -gimoteó uniendo las palmas de ambas manos y alzándolas en actitud de ruego.
Ante la desesperación de Alex el hombre rió más fuerte mientras parecía que Alex iba a romper en sollozos, fue dejando de reír de a poco y por último dijo:
-Me estuve burlando, nene… A mí no me interesan las chicas, fue que me divertí con tu miedo. A mí me gustan los chicos, los chicos lindos como vos, con lindos culos como el tuyo. No me interesa para nada que te conviertan en una nena… -concluyó mientras Alex iba recuperando poco a poco la tranquilidad y, consecuentemente, el deseo imperioso de ser penetrado.
-Bueno, llegó el momento, putito, envaseliname la pija, ¡vamos! –dijo el señor Z con un tono que denotaba claramente sus ansias. Alex veía que la verga de ese hombre era un poco más corta pero más gorda que las de los Amos y no pudo evitar algo de miedo. El señor Z le alcanzó el pote de vaselina, que había dejado en la cama, y el chico se aplicó a la tarea ordenada. El hombre se había sentado en la cama con las piernas abiertas y estiradas y lo miraba trabajar. Las manos del jovencito temblaban visiblemente mientras sostenía el pote con la izquierda, extraía un poco de vaselina con sus dedos índice y medio de la mano derecha y finalmente embadurnaba el glande y después todo el tronco en tanto no podía quitar de su mente el miedo ante el grosor de ese ariete.
-Bueno, ya está. Date vuelta y ponete en cuatro patas. –le ordeno el señor Z y entonces, ante la inminencia de la penetración hizo que se decidiera a hacer la pregunta que lo acuciaba:
-Señor… ¿puedo… puedo preguntarle algo?...
-Pregunta pero rápido. –autorizó el hombre.
-Es que… es que su… su pene es muy gordo, señor…
-¿Y? ¡dale! ¡preguntá de una vez que te quiero clavar! –lo apremió el señor Z.
-Sí… ¿A esos chicos anteriores les… les lastimó la… la cola cuando… cuando se los cogió?... preguntó el chico con la garganta oprimida por el temor y la ansiedad.
El señor Z lanzó una carcajada, divertido ante la pregunta y el temor que advertía en el chico y luego respondió:
-No, a ninguno lo lastimé, todos se la bancaron muy bien. Es que yo sé como hacerlo. Se las metía despacio, poco a poco hasta enterrarla toda y sentir mis huevos repiquetando en las nalguitas. Así te la voy a meter a vos… ¡y basta de charla! ¡Acomodate! –exigió el hombre mientras se ponía de rodillas y aferraba su verga con la mano derecha.
-Sí… sí, señor, sí… -aceptó el chico presa a la vez del temor y el deseo. El señor Z admiró por un momento la visión que se le ofrecía, la cintura fina de la cual partían las curvas casi femeninas de las caderas, cuyo volumen era acentuado por la postura de Alex; esos muslos de increíble torneado y piel tan suave. Mientras tanto el chico recordaba cuando fue cogido por los Amos y ese dolor intenso que había sentido en el instante en que la verga entraba y que se iba atenuando hasta casi desaparecer una vez que ya estaba toda metida y comenzaba su ir y venir dentro del culo. Pensaba en esa experiencia y recordaba con inquietud que el señor Z había dicho que su manera era meterla despacio, poco a poco, pero entonces el tormento iba a prolongarse y vaya a saber el grado de intensidad del dolor que le iba a provocar esa cosa tan gorda. Estaba en esas lucubraciones mientras el hombre aplicaba vaselina en el orificio anal, para luego introducir allí su dedo índice que entró sin dificultades hasta el nudillo. Alex dio un respingo, pero el señor Z lo retuvo aferrándolo por el pelo y retiró el dedo para de inmediato meter dos, el índice y el dedo medio, penetración que hizo gemir de placer a Alex. El hombre comenzó a reír entre dientes y a mover sus dedos de atrás hacia delante, de adelante hacia atrás y también en redondo.
-Estás gozando, ¿eh, nene putito?...
-Sí… Sí, señor, sí… -reconoció el chico sin dejar de mover sus caderas acompañando la acción de esos dedos dentro de su culo.
-Bueno, ahora te vas a tragar algo mucho más grande, perrito puto. –dijo el señor Z y retiró sus dedos para mirar como en trance esa grupa que se le ofrecía indefensa y ansiosa mientras Alex jadeaba procurando tranquilizarse.
El hombre estaba ansioso por meterla, pero a la vez no pudo sustraerse al deseo de acariciar ese culo, esas nalguitas redondas y carnosos, esos muslos cuya suavidad comprobó extasiado cuando comenzó a deslizar sus manos por esas carnes mórbidas y tibias. Sus manos ascendían lentamente mientras Alex no cesaba de gemir y suspirar, en el pico de una excitación que competía con el miedo a la gruesa verga del señor Z. Por fin el hombre sació su deseo de acariciar esa piel suave y se dispuso a penetrar al chico. Empuñó su pija con la mano derecha y le ordenó a Alex que se abriera las nalgas, para lo cual el jovencito debió apoyar la cara en la cama. Cuando los cachetes estuvieron entreabiertos el señor Alex miró por un momento el rosado y diminuto orificio para después apoyar allí el glande, contacto que estremeció al jovencito. Tras alguna presión el hombre logró introducir la cabeza de su verga y entonces comenzó una lenta penetración, centímetro a centímetro mientras aferrada con sus manazas las caderas del chico. La verga entraba lentamente, muy lentamente en simultáneo con los gemidos, gritos y súplicas de Alex:
-¡Ay, noooooo!... Ahahaha… ¡No! ¡Me duele, noooo! ¡Me duele muchooooo!
El dolor eran tan intenso que el pobrecito tenía la sensación de que sus pobres nalgas iban a estallar en mil pedazos de un momento a otro, tal era la presión que esa verga ejercía en el interior de su culo.
El señor Z seguía aferrando las caderas de su víctima mientras jadeaba, muy excitado y regodeándose sádicamente con las expresiones de dolor de Alex.
-¡Por favor, señor, por favoooooooor! –rogaba el jovencito inútilmente y ya con los ojos llenos de lágrimas. -¡Me duele! ¡Me dueleeeeaaahhhhhh!
El hombre lo aferraba con fuerza por las caderas para controlar sus desesperados corcovos mientras sentía cuánto excitaban a su sadismo los gritos del chico, su evidente sufrimiento.
Por fin, en ese clima de alto voltaje erótico la verga terminó de hundirse en el estrechísimo y martirizado sendero y el pervertido comenzó a bombear mientras el chico sentía que el dolor iba disminuyendo poco a poco y llegaba primero el alivio y después el goce, un goce tan intenso como lo había sido el dolor. Entonces sus gritos y súplicas trocaron en gemidos, jadeos y suspiros en tanto los huevos del señor Z repiqueteaban una y otra vez contra las nalgas del chico al ritmo del ir y venir de la verga.
El hombre empezaba a sentir que el orgasmo se aproximaba y lo recibía con gemidos roncos que se transformaron en gruñidos ante la inminencia de la descarga láctea. Fueron tres chorros de semen caliente que la verga lanzó al interior del tierno culito y que se vieron acompañados de varios rugidos bestiales proferidos por el señor Z mientras se derrumbaba sobre el chico con todo el peso de su corpachón para caer enseguida en la cama, con los ojos desorbitados, respirando con fuerza por la boca y transpirando copiosamente a pesar del aire acondicionado.
Alex, a su lado y tendido boca abajo, ardía de calentura y luchaba contra la tentación de masturbarse allí mismo, junto a su violador, pero se le impuso su esencia de sumiso y logró salir airoso de tan dura prueba.
Después de un rato el señor Z comenzó a recuperarse de tan intensa faena sexual y fue reincorporándose aunque con lentitud y algo dificultosamente. Logró por fin salir de la cama y dijo con voz pastosa:
-Estuvo genial, putito. Ahora me ducho y llamo a Ligia para que venga a llevarte.
-Lo que usted diga, señor… murmuró el jovencito mientras ansiaba afiebradamente pedirle permiso a la mujerona para masturbarse. “Quiero hacerlo delante de ella y que vea cómo tomo mi leche…” pensó.
Luego de un rato el hombre salió del baño, se vistió y llamó a Ligia por el handy que le había sido proporcionado, como en cada visita.
Poco después la matrona se hacía presente en la habitación.
-¿Disfrutó, señor mío? ¿Cómo se portó el nene? –quiso saber.
-En general bien, aunque en un momento quiso retobarse.
-¡¿Qué?! ¡¿cómo fue eso?! ¡¿qué hizo?! –se exaltó Ligia.
-Mañereó cuando quise besarlo en la boca.
Al oír al señor Z la mujerona encaró al chico: -¡Grandísimo insolente! -y dobló su brazo derecho hacia atrás por sobre el hombro izquierdo para darle una bofetada, pero el señor Z la detuvo:
-No, espere. Yo ya lo castigué.
-Ah, muy bien, a éstos hay que tenerlos cortitos. ¿Y cómo lo castigó? –preguntó la matrona aunque, conocedora de los gustos del señor Z, ya imaginaba cuál había sido el castigo.
-Le enrojecí el culo a chirlos ¿y sabe una cosa?, le gustó al nene…
-¡No me diga!... Bueno, me voy a encargar de mantenerlo feliz entonces. –ironizó Ligia ante esa nueva forma de gozar del chico que se le presentaba. –Cuando lo domé en el sótano fue con cinto y vara y sufrió mucho antes de rendirse, pero el chirlo es otra cosa, ¿cierto, mi bebé?
Alex sintió que las mejillas le ardían de vergüenza cuando contestó con un hilo de voz:
-Sí… sí, señora Ligia…
El señor Z observó que el pene del jovencito asomaba erecto bajo el borde inferior de la túnica y codeando a Ligia le dijo burlón:
-Mire, mire, señora, mire cómo tiene la pija… Está calentito el nene… -y rió provocando la risa de la mujerona que luego ordenó dirigiéndose a Alex:
-Bueno, esperame acá quietito, bien quietito y sin tocarte. Voy a acompañar al señor hasta la salida y vuelvo para llevarte a tu cuarto.
-Sí, señora, lo que usted mande… -aceptó el jovencito percibiendo claramente cuánto lo excitaba sentir y además expresar su sometimiento, que ya era absoluto.
Entramos al cuarto y empezó todo, él me tomó por detrás y empezó a tocar mis nalgas y me susurraba cosas al oído: ¡eres una puta q aprenderá de mí!, ¡eres mi perra! Y yo se lo confirmaba le dije q seria su perra, el me volteo y quedamos frente a frente, y acercó su boca a la mía, pero mas q besarme su lengua paseaba por mi boca.
Relato erótico enviado por Putitacachonda el 29 de December de 2009 a las 23:34:17 - Relato porno leído 140731 veces
Aventuras en Paris
Jesús y Pablo marcharon a Paris para poder vender el video. Dejaron a sus tres amigos en una casa que habían alquilado en un pueblo muy pequeño en Huesca. Los dos habían quedado con Pierre, un ejecutivo muy interesado en esta clase de material.
Relato erótico enviado por mena55 el 24 de August de 2008 a las 13:55:00 - Relato porno leído 114317 veces
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Comentarios enviados para este relato
katebrown
(18 de October de 2022 a las 22:18) dice:
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(18 de October de 2022 a las 19:45) dice:
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