Con el aviso ya subido a varias páginas de contactos, Ligia sentó a Alex ante la computadora y se lo hizo ver.
La expresión en el rostro del chico fue inicialmente de asombro e inmediatamente de excitado entusiasmo, al darse cuenta de que su futuro inmediato estaba hecho de vergas, de esas vergas que extrañaba a pesar de los dedos y del consolador con que Ligia le alimentaba el culo.
-¿Puedo hablar, Ama? –preguntó tímidamente y erizado de calentura.
-Sí, bebé, hablá.
-¿Esto es… es en serio, Ama?...
Ligia lanzó una carcajada, divertida ante lo que percibía como una clara ansiedad del chico por volver a tragar vergas.
-Claro que sí, putito. Vas a volver a estar en manos de esos viejos que te calientan tanto; muchos, muchos viejos que te van a dar verga por el culo y por ese hociquito tan lindo que tenés… Mami Ligia y mami Mara van a hacer que muuuuuchos, muuuuuuuchos señores te llenen de leche, nenenena…
Relato
Con el aviso ya subido a varias páginas de contactos, Ligia sentó a Alex ante la computadora y se lo hizo ver.
La expresión en el rostro del chico fue inicialmente de asombro e inmediatamente de excitado entusiasmo, al darse cuenta de que su futuro inmediato estaba hecho de vergas, de esas vergas que extrañaba a pesar de los dedos y del consolador con que Ligia le alimentaba el culo.
-¿Puedo hablar, Ama? –preguntó tímidamente y erizado de calentura.
-Sí, bebé, hablá.
-¿Esto es… es en serio, Ama?...
Ligia lanzó una carcajada, divertida ante lo que percibía como una clara ansiedad del chico por volver a tragar vergas.
-Claro que sí, putito. Vas a volver a estar en manos de esos viejos que te calientan tanto; muchos, muchos viejos que te van a dar verga por el culo y por ese hociquito tan lindo que tenés… Mami Ligia y mami Mara van a hacer que muuuuuchos, muuuuuuuchos señores te llenen de leche, nenenena… -le aseguró la matrona y advirtió, complacida, que Alex tenía las mejillas rojas, signo evidente de la calentura que estaba experimentando y entonces quiso disfrutar, una vez más de uno de sus pasatiempos favoritos: humillar al jovencito.
-Te va a gustar eso, ¿eh, putito?...
-Sí… -Sí, señora… -admitió Alex mirando al piso.
-¿Y entonces? –preguntó mientras acariciaba la cabellera rubia y sedosa de su presa.
-No… no entiendo, señora… -murmuró Alex con cierto temor reflejado en su voz.
-Quiero escucharte diciéndolo, putito…
El chico tragó saliva y musitó: -Me… me va a… a gustar que… que muchas vergas me… me entren en el culo y… y en la boca…
-En la boca no, porque vos sos un perrito y los perritos no tienen boca, tienen hocico…
-Perdón, señora… -dijo Alex cada vez más excitado ante la perversa humillación a la que estaba siendo sometido.
-Bueno, a ver, otra vez. –ordenó la mujerona y Alex repitió: -Me… me va a… a gustar que… que muchas vergas me… me entren en el culo y… y… y en el hocico…
-¿Por qué tenés hocico y no boca? –interrogó perversamente la matrona.
-Porque… porque soy un… un perrito…
-Un perrito hambriento de vergas… -corrigió Ligia.
-Sí, señora, un… un perrito hambriento de vergas… -repitió Alex con las mejillas encendidas como brasas.
En la culminación de su crueldad la matrona lanzó una carcajada hiriente que excitó aún más al chico.
……………
Para beneplácito de Ligia, apenas dos días después de publicado el aviso comenzaron a abundar los pedidos de turnos para el chico. Hubo una demanda muy variada: vejetes en solitario, grupos de ellos y hasta matrimonios de ancianos hambrientos de novedades.
El primero fue un vejestorio de ochenta años, impotente, al que Alex debió chuparle la verga inerte de la cual brotó apenas un poco de líquido preseminal que el chico tragó, por supuesto, aunque con marcado disgusto.
Claro que no todo fue frustración.
Al tercer día Ligia recibió a una pareja: Severino y Amalia; él 72 años, ella 69 (la edad era el dato exigido por la mujerona para concretar un turno); ambos deseosos de hacer realidad, por fin, la fantasía que tenían desde hacía mucho tiempo: comerse a un jovencito.
Ligia los condujo hasta sus dependencias, donde Alex esperaba de pie en el living ataviado con su túnica y calzando las ojotas de cuero.
Al verlo, el matrimonio prorrumpió en exclamaciones entre incrédulas y entusiastas:
-¡Ay, Severino, mirá lo que es!...
.-¡Increíble, querida!...
-¡Qué cuerpo! ¡qué carita!
-Date vuelta, putito, para que te vean el culo. –intervino Ligia y el chico obedeció. A una nueva orden de la mujerona se levantó la túnica y entonces las exclamaciones arreciaron. El matrimonio pidió que Alex se quitara la túnica. Ya desnudo y también descalzo Ligia lo empujó hacia la pareja.
-Bueno, los dejo solos… -dijo la matrona y dirigiéndose al jovencito agregó: -Portate bien, bebé. Hacé y dejate hacer todo lo que esta gente quiera, ¿oíste?
-Sí, señora… murmuró Alex en brazos de Severino, que lo retenía por la cintura y lo besuqueaba en el cuello dejándole allí un poco de baba.
-Ahí sobre la mesa les dejé vaselina. –indicó Ligia antes de retirarse. –Tome este handy, señora, y cuando hayan terminado me avisan.
Alex estaba erizado de la cabeza a los pies. Recuperaba, después de la última cogida que le habían dado los Amos, esa calentura extrema y morbosa que le producía el contacto físico con viejos. Era una sensación oscura e intensa hecha de asco y excitación; ese asco lo excitaba y la excitación iba atenuando el asco para después reinar por completo en la mente y el cuerpo del chico.
Severino a sus espaldas y su mujer por delante, pasándole la lengua por las mejillas y los labios mientras sus manos le recorrían los flancos y las caderas entre frases obscenas que lo iban excitando cada vez más.
No tardó en sentir la pija del viejo endureciéndose contra sus nalgas y exhaló un gemido. Lo desesperaba el deseo de sentir esa verga entrándole en el culo y tanto lo desesperaba que se escuchó diciendo: -Métamela, señor… Por favor, métamela…
Al escucharlo, la vieja se excitó tanto que lo mordió en el labio inferior y cuando el gemido de dolor de Alex aún no se había apagado le exigió a su marido:
-¡Clavalo, Severino! ¡clavalo! –y al decir esto tomó al jovencito de la cabellera y tironeando con fuerza lo puso en cuatro patas. Ambos viejos se desvistieron rápidamente mientras Alex jadeaba presa de la más intensa calentura.
-Esperá, no seas ansiosa. –dijo Severino. –Primero me la va a chupar.
-¡Claro! ¡genial!. -admitió la vieja.
El hombre se acercó al jovencito, que esperaba jadeando, se detuvo ante él y le dijo: -Mirame.
Alex ardía mientras miraba ese rostro surcado de arrugas, esa cabeza calva, esos labios que eran apenas una línea curva hacia la base de la nariz, esos ojos que rezumaban lascivia y se angustiaba de hambre por esa pija ya bien dura que el viejo se sobaba a escasos centímetros de su rostro en tanto su mujer iba en busca de la vaselina, porque no pensaba perder el tiempo mientras su esposo disfrutaba de una buena mamada.
-Abrí la boca. –ordenó Severino y Alex lo hizo para recibir ese ariete que lo penetró hasta la garganta provocándole algunas arcadas en el momento exacto en que Amalia le envaselinaba el orificio anal y se lo invadía con dos dedos metidos hasta los nudillos. Hizo un movimiento hacia delante al sentir la penetración y entonces la verga del viejo lo ahogó aún más. Su desesperado corcovo provocó que el vejete hiciera retroceder un poco su pija, para que el chico pudiera por fin empezar a mamársela.
-¿Te la está chupando bien o lo castigo? –preguntó la vieja.
-Es muy buen mamoncito… -dictaminó Severino un poco echado hacia atrás y disfrutando de la tarea de Alex, que a su vez gozaba intensamente de los dedos de la mujer en su culo y de esa pija dura que le llenaba por completo su pequeña boca y que de pronto le arrojó cuatro chorros de semen que él tragó ansiosamente hasta la última gota.
Amalia le sacó los dedos del culo lo echó en el futón y mientras el jovencito ardía comenzó a sobarlo por todas partes, maravillada ante la suavidad de esa piel y la morbidez de esos muslos, de esas nalgas. Sin dejar de acariciarlo comenzó a masturbarse y muy poco después alcanzó el orgasmo mientras su marido, gracias al viagra que había tomado volvía a tener una muy buena erección y reclamaba el culo del jovencito.
-Sí, dale, Severino… dale… -invitaba Amalia entre jadeos y tratando de normalizar su respiración.
-Poneme vaselina. –pidió el viejo y su esposa lo hizo para después ubicarse en una silla junto al futón a fin de disfrutar el espectáculo.
Alex estaba en cuatro patas y el viejo arrodillado detrás, entre las piernas de su presa.
La ansiedad de Severino y del jovencito eran igualmente intensas: la de Alex por recibir esa verga y la del viejo por meterla hasta los huevos en ese culo casi femenino por lo suave, redondo y carnoso.
Por fin el viejo apoyó la punta de su verga en el orificio anal provocando en Alex un fuerte estremecimiento y un acuciante deseo de ser por fin penetrado. Temblaba entero de ansiedad y el viejo, dándose cuenta de lo que el chico sentía, experimentó el deseo de supliciarlo sicológicamente:
-Estás temblando, nene… ¿Es de miedo o de calentura? –preguntó mientras mantenía apretado el glande contra el orificio anal aunque sin intención de penetrar, todavía.
Alex estaba tan conmocionado por el deseo que lo abrasaba por completo que se sentía incapaz de responder. Entonces intervino Amalia, que se puso de pie, le enderezó el rostro tomándolo por el pelo y le aplicó una fuerte bofetada:
-Mi marido te hizo una pregunta, mocoso de mierda. ¡Contestá!
-Pe… perdón, señora… perdón… Tiemblo de… de calentura… -balbuceó el chico con los ojos llenos de lágrimas por la violencia del golpe, que había enrojecido su mejilla izquierda.
Muy bien. –aprobó la vieja para después volver a sentarse y alentar a su esposo: -Seguí, querido.
A Alex la calentura lo incendiaba al punto de haber perdido todo resto de pudor que hubiera podido conservar hasta ese momento y entonces se encontró suplicando:
-Metamelá, señor… ¡Metamelá!...
El viejo le respondió con una carcajada mientras le metía la verga y entonces lo ya conocido por el jovencito: un dolor muy intenso mientras entraban los primeros centímetros y luego el placer tan intenso como lo había sido el dolor, ya casi inexistente cuando la verga ocupaba todo el estrecho sendero. Severino la hacía ir y venir moviendo sus caderas y sus huevos repiqueteaban contra las nalgas de su presa mientras la vieja se masturbaba nuevamente. Muy poco después Severino eyaculó varios chorros de semen en el culo de su presa y cayó sobre el chico entre jadeos y gritos casi animales mientras Alex, excitadísimo, se desesperaba por masturbarse.
Minutos después, ya recuperado de tanta agitación sexual, Severino le avisaba a Ligia que la sesión había concluido.
La mujerona acompañó a la pareja hasta la salida y al regresar encontró al jovencito tendido de espaldas en el futón, sobándose el pene entre gemidos.
-Mmmmmmhhhhh, veo que te dejaron bien calentito esos dos…
-Sí… sí, señora Ligia, sí… ¿Puedo… puedo masturbarme?... Por favor…
-¿Estás cada vez más putito o me parece a mí? –lo humilló Ligia con un tono de fingida duda.
-Es cierto, señora… -contestó el chico después de tragar saliva.
-Bueno, ahora seguime en cuatro patas hasta el baño. –le ordenó Ligia y en el baño Alex se masturbó afiebradamente, acabó en la palma de su mano izquierda y luego bebió su semen con más fruición que nunca, para el morboso disfrute de la mujerona, que lo llevó en cuatro patas hasta el futón tomando el extremo de la cadena del collar y una vez allí le ordenó: -Recostate y descansá, que yo voy a ver a tu compañerito para empezar a domarlo.
-Sí, señora… -contestó Alex y pensó en Diego y en lo que le esperaba, pero ya sin remordimiento alguno. Aceptó que se había ido deshumanizando y que ya sólo era su cuerpo hambriento de vergas y su naturaleza masoquista anhelando humillaciones y castigos.
Ligia encontró al nuevo semidormido en el camastro, agotado de tanto gritar inútilmente en busca de alguien que le explicara por qué estaba allí. Lo despabiló de un varillazo y el chico se sentó como impulsado por un resorte, con los ojos muy abiertos, presa de un violento sobresalto. Inmediatamente se acurrucó contras la pared en posición fetal, con el miedo reflejado en su rostro por el aspecto de esa desconocida, que advertía temible.
-Mi padre va a… a pagar el rescate… Por favor, no me hagan nada… -pudo balbucear por fin.
Ligia emitió una risita burlona:
-¿Rescate?, no, tesoro, no te agarramos para pedir rescate. Estás acá para algo muy distinto…
El asombro y el miedo se intensificaron en el rostro del jovencito.
-Sos muy lindo, ¿lo sabías?... –siguió la matrona. –A ver, parate…
-Por favor… -suplicó el jovencito, cuyo manifiesto terror hubiese conmovido a todo aquel que no estuviera poseído, como Ligia, por una morbosa crueldad y una perversión ilimitada.
-¡Parate, dije! –insistió la mujerona al tiempo que volvía a descargar un varillazo en el indefenso cuerpo de su presa.
Diego gimió de dolor y se puso de pie sobre el camastro.
-Bajá de ahí. –le ordenó la mujerona mientras su mirada lasciva recorría una y otra vez la bella figura del chico, hecha de esas turbadoras ambigüedades que eran el rasgo en común de todos los pobrecitos que acababan en la mansión.
-Por favor, señora, dígame por qué estoy acá, qué me van a hacer… -rogó Diego al borde del llanto.
-No te imaginás cuánto me calientan tus ruegos, tu cara de miedo. ¡Bajá de ahí, carajo! –fue la respuesta de Ligia. -¡Bajá de ahí o te despellejo a varillazos! –amenazó y el chico obedeció temblando de pies a cabeza. Al pobrecito le costaba asumir como real semejante situación.
“Es una pesadilla… -se decía. -¡Voy a despertarme! ¡voy a despertarme!”
Pero no era pesadilla, lamentablemente para él.
La mujerona lo tenía frente a ella, con la cabeza gacha y los brazos caídos a ambos lados del cuerpo.
-Date vuelta. –le ordenó y como una manera de reforzar la orden le cruzó los muslos de un varillazo. El chico obedeció, cada vez más asustado y Ligia pudo regodearse entonces con ese culito redondo y empinado.
-Te voy a explicar para qué te trajimos. –le dijo Ligia con un brillo de maldad en sus ojos. –Pero antes arrodillate.
El jovencito demoró en obedecer, pero lo hizo cuando sintió en sus nalgas la quemazón del varillazo que le propinó la matrona.
Estaba aterrorizado y al mismo tiempo ansioso por saber para qué estaba en ese lugar. Arrodillado y de espaldas a esa mujer escuchó lo siguiente:
-Estás acá para ser cogido por tres señores a los que les encantan los chicos lindos como vos…
-¡¿QUÉEEEEEE?! –chilló el pobrecito y giró sobre si mismo para mirar espantado a la mujerona, que sin más le cruzó la cara de dos contundentes bofetadas cuya fuerza lo hizo caer de espaldas con los ojos llenos de lágrimas. Ligia lo incorporó tirándole brutalmente del pelo y cuando lo tuvo arrodillado volvió a abofetearlo manteniéndolo sujeto por el cabello para evitar que cayera.
-Basta, por favor… -no me pegue más… -suplicó el jovencito, pero Ligia se mostró inflexible:
-Te voy a seguir pegando hasta que te sometas, borrego…
-No… no quiero que me cojan… -murmuró Diego con tono angustiado.
-¿Y pensás que a nosotros nos importa lo que vos quieras o no quieras? Estás en nuestras manos y vamos a hacer con vos lo que se nos antoje. ¿Oíste?
-No… la policía debe estar buscándome y me van a encontrar y ustedes van a ir presos. –se ilusionó el pobrecito.
La mujerona lanzó una carcajada burlona y lo desalentó cruelmente:
-Olvidate, nene, tenemos contactos de muy alto nivel, así que la denuncia de tus papis fue a parar al tacho de la basura. No seas tonto, resignate y a lo mejor termina gustándote eso de tragar verga.
-¡Nooooooooooo! –insitió el chico provocando un nuevo arranque de ira en Ligia, que volvió a darle una bofetada para después arrastrarlo hasta debajo del ventanuco enrejado, donde lo puso de rodillas mirando a la pared, con los brazos en alto y las muñecas atadas a uno de los barrotes con una cuerda que extrajo de uno de sus bolsillos. Inmediatamente, con una segunda cuerda, le amarró los tobillos dejándolo así prácticamente imposibilitado de moverse
-¿Qué me va a hacer? –preguntó el chico con voz temblorosa.
-Convencerte de que te va a convenir ser buenito y obedecer, rico. –explicó Ligia, tomó la vara, que había dejado en el suelo para atar al jovencito, la hizo silbar varias veces en el aire como método de intimidación, dio un paso atrás, miró las deliciosas nalguitas y descargó sobre ellas el primer azote.
El chico gritó de dolor y Ligia siguió azotándolo con pausas de distinta duración entre cada golpe, para aumentar la angustia de su víctima al no saber cuándo le caería el próximo varillazo.
La mujerona tenía un brillo de malignidad en los ojos mientras seguía con la impiadosa zurra y el pobre chico gritaba de dolor, jadeaba y rogaba alternativamente mientras movía sus caderas de un lado al otro en un vano y desesperado intento de esquivar los azotes.
Ligia respiraba agitadamente, por el esfuerzo físico y también por la excitación que sentía al castigar tan apetecible culito.
Al cabo de un rato detuvo la paliza, tomó al jovencito por la cabellera oscura y rizada y con la boca casi pegada a la oreja izquierda le preguntó:
-¿Y? ¿te sometés o sigo dándote?
El chico sólo jadeaba y Ligia interpretó ese silencio como una negativa. Entonces retrocedió dos pasos, volvió a medir la distancia hasta el objetivo y reanudó el castigo en medio de los alaridos que profería el desventurado jovencito.
La mujerona sabía que, según la decisión de los Amos, el chico de turno no podía acabar con las nalgas lastimadas, claro que no por consideración, sino porque les resultaba inaceptable que la belleza del castigado se viera afectada por lastimaduras o heridas. Ligia se dio cuenta de que estaba a punto de provocar esos desagradables efectos y decidió suspender la zurra. Liberó al chico de sus ligaduras y lo llevó hasta el camastro gozando sádicamente de sus gemidos de dolor y su andar vacilante.
-Mañana seguimos, mocoso… -le advirtió antes de retirarse y el pobrecito no supo que le había sonado más siniestro, la temible amenaza o el ruido de goznes oxidados que hizo la puerta al cerrarse.
De regreso a sus dependencias en la mansión, Ligia llamó inmediatamente al escribano, pero al no poder comunicarse probó con el ingeniero:
-Novedades, ingeniero… -dijo para iniciar la conversación.
-Dígame, señora.
-Es difícil el chico…
-Explíquese.
-Le estuve dando duro con la vara y a los cachetazos, pero no afloja y sé que si sigo azotándolo lo voy a lastimar, incluso mañana tendré que aplicarle en las nalgas la pomada desinflamante.
-Entiendo, señora, escuche. Vamos a cortar por lo sano. Olvidemos la ceremonia, lo cogemos directamente y punto. Voy a hablar con los otros y vuelvo a llamarla para ver si la cosa es mañana a la noche. ¡Mocoso de mierda!
-Bien, ingeniero, espero sus instrucciones para preparar al chico como siempre: ducha, perfume y enema.
-Exactamente, señora. La llamo. –confirmó el vejete y ambos cortaron la comunicación.
Entramos al cuarto y empezó todo, él me tomó por detrás y empezó a tocar mis nalgas y me susurraba cosas al oído: ¡eres una puta q aprenderá de mí!, ¡eres mi perra! Y yo se lo confirmaba le dije q seria su perra, el me volteo y quedamos frente a frente, y acercó su boca a la mía, pero mas q besarme su lengua paseaba por mi boca.
Relato erótico enviado por Putitacachonda el 29 de December de 2009 a las 23:34:17 - Relato porno leído 140731 veces
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Jesús y Pablo marcharon a Paris para poder vender el video. Dejaron a sus tres amigos en una casa que habían alquilado en un pueblo muy pequeño en Huesca. Los dos habían quedado con Pierre, un ejecutivo muy interesado en esta clase de material.
Relato erótico enviado por mena55 el 24 de August de 2008 a las 13:55:00 - Relato porno leído 114317 veces
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Comentarios enviados para este relato
katebrown
(18 de October de 2022 a las 19:42) dice:
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