Después de esa tarde, las cosas se repitieron de ese modo por un tiempo. Volvía de la escuela, Pedro me buscaba, me follaba y se iba con su novia mientras Diego y yo nos quedábamos jugueteando en su cuarto o en el mío, ya no podía estar sin él y hasta cierto punto deseaba que Pedro terminara pronto para correr a los brazos de Diego.
Cuando empezó la época de lluvias, Pedro nos recogía en el auto, nos llevaba a casa y se iba directamente a casa de Esther, su novia, le decía a mis padres que iba a comer y a estudiar, cuando realmente lo que hacían era follar. Yo me sentía muy celosa, ni siquiera era tan linda pero no tenía mal cuerpo; por esa me había cambiado mi hermano. Un día Pedro olvidó que tenía que pasar por nosotros y Diego enojado me tomó de la mano y me hizo caminar desde la escuela hasta la casa bajo la lluvia. Como era de esperarse ambos nos resfriamos terriblemente. Recuerdo que cuando volvimos a casa después de una hora y media, y las señoras del servicio nos vieron empapados nos regañaron por irresponsables, cada una le preparó el baño a uno y nos metieron al agua caliente. Después nos acomodaron en el cuarto de Diego para que no estuviéramos solos, prendieron la televisión y nos llevaron la cena a la cama. Yo me sentía agotada, y me adormilé un poco después de cenar, Diego me acariciaba tiernamente la cara, los brazos, los pechos y un poco la entrepierna, y a pesar de que mi excitación iba en aumento, me dormí por los medicamentos sobre su hombro. Cuando Pedro regresó a casa, mis padres estaban ya enterados de lo que había sucedido porque las señoras del servicio les habían contado, le regañaron y lo obligaron a atendernos lo que quedaba de la semana. Mi padre subió a vernos y nos encontró dormidos abrazados, Pedro que iba con él sonrió.
Al día siguiente, la fiebre no había desaparecido del todo, las señoras entraban y salían del cuarto de Diego donde estábamos descansando. Pedro entró y nos ofreció una disculpa, aunque yo no la sentí muy sincera. Nos dijo que las señoras habían salido dejándolo a cargo y se metió a la cama con nosotros a ver la televisión y comenzó a acariciar mis pechos por encima de la camisa de franela que Diego me había prestado. Yo trataba de disimular mi excitación y Pedro se percató:
- ¿Qué pasa sigues molesta? – dijo Pedro – Ya dije que lo siento.
- No es por eso que estoy molesta.
- ¿Entonces qué sucede?
- Me molesta tu novia, me molesta que te vayas y que hayas dejado de ponerme atención.
- No puedo evitarlo, es mi chica, tú eres mi hermana – dijo sonriendo y subiendo mi blusa para acariciar y morder mis pechos.
- Basta – dije con la respiración entrecortada. Diego miraba atento.
- ¿Ahora no quieres? – me dijo sacándome los pantalones con todo y calzones - ¿Quién te entiende? – dijo ya con su boca pegada a mi coñito.
Yo empezaba a desesperarme porque aunque me encantaba el tacto de Pedro mi enojo con él era superior. Diego observaba atento y de repente alejó a mi otro hermano de mí, y le dijo que al tener pareja había perdido los privilegios conmigo, que no fuera inconsciente y que podría contagiarnos a todos de algo. Pedro se molestó mucho y se fue del cuarto, yo me abracé a Diego y empecé a llorar, él limpio mis lágrimas con sus dedos y besó mis mejillas, yo busqué sus labios y mientras me montaba en él, empecé a desabotonar la camisa de franela que me prestó descubriendo mis pechos para él, sin quitármela por completo.
Diego abrió mucho los ojos al verme, tomó mi cintura y me acercó a él, amasaba mis pechos y mordía mi labio inferior. Rodamos un poco solo para que yo pudiera quitarle los pantalones y volví a montarme en él tallando mi ya húmeda conchita contra su enorme pene erecto. El se sentó sobre la cama y me penetró pasando mis piernas, que lo rodeaban mientras yo me sentaba como en flor de loto. Mis brazos rodeaban su cuello, el mordía mis pechos, apretaba mis nalgas y el ritmo con el que entraba y salía era cadencioso y delicioso. Mientras arqueaba la espalda le susurré “Fóllame Diego, me encanta” y él comenzó a levantar mi cuerpo con sus manos en mi trasero, mi excitación estaba a punto de hacer que perdiera la razón, y pareció notarlo porque me cargó y me recostó boca abajo solo apoyada en mis codos sobre su cama. “¿Alguna vez has visto como follan los leones Elenita?” ni tiempo tuve de responder cuando en esa posición estaba follándome como poseso. “Eres mía ¿verdad Elenita? Sólo yo puedo complacerte de este modo, porque adoras sentir mi verga en tu interior ¿verdad que sí? ¿Verdad que eres mi perrita? ¿Verdad que gimes de placer con solo pensar en esta verga entrando y saliendo de ti?” el placer de sentirlo tan dentro de mí, empujando y explorando y esas palabras tan duras provocaron que me corriera unas seis veces con él dentro “Eso chiquita, empápamela toda con tus jugos, termina una vez más para mí, anda” justo cuando él estaba terminando dentro de mí, escuchamos que las señoras del servicio volvían, Diego quiso salirse de inmediato pero yo no se lo permití contrayendo con todas mis fuerzas los músculos de mi vagina hasta ordeñarlo por completo. Alcanzamos rápido a vestirnos y fingimos que estábamos dormidos. Cuando Matilde se acercó a tomarnos la temperatura, se percató que hasta sudábamos y se alarmó, le dijo a Raquel “Creo que estos dos necesitan tomarse toda la semana para reponerse”