Todos miraban mis pechos que se escondían bajo el sujetador blanco que debería quitarme. Por mi parte, observaba directamente y reflejado en los espejos a los lacayos del capitán, que no cesaban de observarme
Relato
Aquellos hombres abusaron de mi
Adrián, mi esposo había vuelto a España hacía ya unas semanas. Colaboraba con algunas personas contrarias al régimen militar que gobernaba el país. Ya había sido detenido varias veces y aunque siempre había salido libre de cargos, temíamos que en cualquier momento las cosas pudieran cambiar y tener serios problemas.
Teníamos una hija que se había quedado estudiando en España y viviendo con mis padres mientras yo había ido a trabajar durante aquel mes.
Mi marido trabajaba como profesor en la universidad, y aprovechó el final de curso para dejar el país. Había intervenido y ayudado a personas no bien vistas por el gobierno local. Yo, por mi parte, llevaba tan solo unas semanas allí. Mi trabajo era de periodista, y me habían encargado un reportaje sobre los desmanes que la policía y el ejército cometían sobre la oposición.
Decidimos, para cubrirnos mutuamente las espaldas, decir que nos estábamos separando y que ese era el motivo por el que se marchaba y yo me quedaba sola en aquel país con luchas internas.
Me habían dejado para vivir una casa enorme, pero como me gustaban los grandes lujos, tan sólo venía una persona a hacer la limpieza por la mañana, quedando sola el resto del día. En realidad, no me importaba demasiado, ya que empleaba la mayor parte del día trabajando, y tan sólo iba a dormir por la noche. Además, todo ello venía a corroborar la idea de la separación de Adrián y mía.
Tan sólo me quedaban diez días y me reuniría de nuevo con mi esposo, esta vez ya en España y libres de toda vigilancia y mentiras. Aquella noche, había acudido a una fiesta a la que había sido invitada, donde las conversaciones principales iban dirigidas hacia la situación política del país.
De vez en cuando, o tal vez, con demasiada frecuencia, solían invitarme a alguna fiesta a la que acudían gente guapa. Escritores, periodistas, como era mi caso, gente próxima al régimen y otros abiertamente contrarios al mismo. En una de ellas conocí a un personaje ciertamente oscuro, el teniente Borlanes, de quien se rumoreaba, cometía actos atroces. Ese día, tan sólo me lo presentaron, aunque no me gustó nada su mirada. En aquellos momentos no podía suponer que días después tendría un encuentro más próximo con aquel siniestro militar.
Pasó más o menos una semana. Acudí a un sarao, pero estaba cansada y regresé no demasiado tarde. No me gustó demasiado ver dos coches próximos a mi hogar, pero aún así me decidí a entrar en mi casa. Justo cuando lo iba a hacer, tres hombres me rodearon. Se presentó el hombre tan sólo como el Teniente Borlanes, invitándome de inmediato a cruzar mi puerta. Al mirar, ya dentro, vi que había dos individuos más, sin duda, de menor graduación que los que me habían abordado en la entrada, pero también oficiales, además de otros cuatro, que sin duda, debían ser simples agentes.
Los cuatro hombres empezaron a registrar toda la casa, mientras que el teniente me hizo sentar en el salón, junto con los otros dos oficiales, que por lo que hablaban, se llamaban Robry y Astalan.
Mientras rebuscaban entre mis cosas, Borlanes comenzó a preguntarme por Adrián, a lo que respondí que nos estábamos separando y por supuesto, que se había vuelto a España días atrás. Siguió con multitud de preguntas y mis respuestas, intentaban ser escuetas y salir lo más airosa posible
Con parsimonia, empezó a leer mi pasaporte. Treinta y ocho años, mujer, española................Fue entonces cuando uno de los agentes bajó con mi portátil. En ese momento me asusté, ya que contenía la información que había ido recopilando. Todo lo realmente importante lo tenía guardado en un archivo codificado por contraseña. Fue en ese momento cuando Borlanes me la pidió para abrilo.
• Esa información es privada. – Le repliqué de manera airada a pesar de no tener controlada la situación.
• Dime la puta contraseña. – Respondió furioso, levantándome del sofá y soltándome una bofetada.
Supe en ese momento que no se iba a andar con tonterías. La situación no la controlaba yo, sino aquellos hombres. Aterrada, no tuve más remedio que contestar.
• GloriaT. – Expuse con miedo.
Era mi nombre, Gloria, junto a la la inicial de mi apellido. A partir de ese momento, tuvieron acceso a toda la información que había recopilado desde mi llegada. Tan sólo le hicieron falta unos minutos para saber de su contenido. Después de verlo me observó de arriba hacia abajo, desnudándome con la mirada. Llevaba puesto una camisa blanca y una falda anaranjada, no demasiado provocativa, hasta la altura de las rodillas, que aproveché ante su mirada, a intentar hacerla lo más larga posible.
• Gloria. Me alegro que te estés separando. Yo también soy divorciado. El otro día, cuando te vi en la fiesta, me gustaste mucho. Como te habrán dicho, en estos momentos soy una de las personas que más poder tiene en esta ciudad.
A medida que él se mostraba más seguro, yo estaba más inquieta. Siguió hablándome ante la atenta mirada de los seis hombres que podía ver directamente y reflejados en los múltiples espejos se adosaban a las paredes del salón.
• Cuando algo me gusta, me quedo con ello. Ya que ambos estamos sin pareja, nos emparejaremos. Serás mi novia a partir de ahora.
Le miré entre extrañada y sorprendida, pero negándome a lo que me proponía. Pensé que estaba loco y estaba gastándome una broma, pero me agarró de la cara con violencia, dejándome claro de nuevo la fuerza de su poder.
Pensé en que se irían y me llamaría al día siguiente. Tiempo que yo aprovecharía a tomar el primer avión a Europa. Tan sólo quería que aquellos hombres, y principalmente Borlanes, se marcharan de allí.
Volvió a levantarme con fuerza, colocándome en frente de sus hombres. En aquellos momentos estaba ya aterrorizada, sin pensar aún lo que iba a suceder.
• Gloria. Quítate la camisa¡¡ – Dijo con voz firme. – Recuerda que soy tu novio y no vas a ser recatada ante mi, ¿verdad?
Tan sólo negué con la cabeza pero fue suficiente para que se levantase y me diera otra bofetada, tirándome al suelo.
Fue tan sólo el oficial Robry quien se acercó a levantarme. Ambos eran más jóvenes que yo, en torno a los treinta años, frente a los cincuenta que debía tener el fingido novio que yo me negaba a aceptar.
• Hágale caso. – Me aconsejó haciendo de poli bueno, al oído, sin que nadie oyese su comentario.– No le contradiga. – Es mejor así.
Borlanes me miraba con gesto serio. Con su pelo engominado y su traje, dama una imagen tétrica. Miré a Robry, esperando de manera inútil que intercediese por mi, hasta que escuché a su compañero Astalán, que de malas maneras, repitió la orden de su superior.
• Vamos señora. Haga caso al capitán. Le han ordenado que se quite la camisa.
Hundida empecé a quitarme la camisa como me habían dicho. Levanté ligeramente la vista, avergonzada, recorriendo a los cuatro agentes que ahora ya se mantenían quietos, a cierta distancia de sus mandos.
• Buena chica. – Añadió Borlanes con mi camisa en la mano. – Ahora enséñame esas tetazas que tienes bajo el sujetador.
Quedé callada, sollozando. Miré alrededor esperando que alguno de los hombres mandase parar, pero ninguno se iba a atrever a contradecir a su capitán. Estaba parada, imaginando que en cualquier momento el capitán se levantaría y volvería a abofetearme, pero fue aún peor. De inmediato se levantó y esta vez me dio un puñetazo en la boca del estómago.
Había quedado casi sin respiración. Robry volvió a levantarme y como si tuviera cierto poder, mandó a uno de los agentes a por un poco de agua. Mis manos temblaban al coger el vaso, y tuvo que ser él mismo quien me ayudase a dar unos sorbos.
• Señora, por favor. No le enfade más. Obedezca y no le vuelva a contrariar. Es muy agresivo cuando no se le obedece. - Volvió a susurrarme al oído. – No puede ayudarle nadie ahora y tendrá que hacer de una forma u otra lo que él quiere.
• Vamos, Gloria. Quítate el sostén de una vez. Soy tu novio. ¿Recuerdas?
Todos miraban mis pechos que se escondían bajo el sujetador blanco que debería quitarme. Por mi parte, observaba directamente y reflejado en los espejos a los lacayos del capitán, que no cesaban de observarme.
• Por favor, por favor, por favor¡¡¡ – Expresé en voz baja mientras mis manos se echaban hacia atrás para soltar el broche y dejar mis pechos al descubierto.
Entregué entre lágrimas el sostén a Borlanes. Quien de inmediato miró la talla. Mis manos se afanaron en tapar mis pechos, aunque eso no detuvo las miradas.
• Nunca entendí las putas tallas de sujetador, pero pone 110. Debe ser de los más grandes – Dijo burlándose. --Vamos preciosa. Enséñanoslas. Soy un hombre comprensivo y nada celoso. Muestra esas tetazas a todos. Quiero presumir de novia.
Hiperventilaba. Me sentía alterada. Mientras, Robry se acercó a mi y volvió a aconsejarme, con voz dulce que hiciera lo que me había mandado su jefe. Aunque formaba parte del grupo que había irrumpido en mi casa y estaban humillándome en toda regla, era el único que parecía tener corazón en aquella locura tan denigrante.
Lentamente bajé las manos, dejando mis pezones al descubierto. Eso hizo que Borlanes tomara fuerza y continuase con sus improperios. Se levantó de su cómodo asiento y se acercó. Tocó con su dedo índice mi cara y fue bajando hasta llegar al comienzo de mi pecho izquierdo. De forma instintiva llevé la mano a él, impidiéndole que siguiese.
• Traedme unas esposas – Gritó de forma airada, ordenando a sus hombres que custodiaban la casa.
A ver como uno de los guardianes traía las esposas pedí piedad de nuevo. Hice hincapié en mi nacionalidad y en que se marcharan de allí, cayendo todas mis súplicas en saco roto.
De manera brusca, echó mis manos hacia atrás y apretó fuertemente las muñecas en cada uno de los aros que unía la corta cadena de amarre. Continuó con mi cuerpo por donde lo había dejado e inició el recorrido con su dedo, recorriendo mi pecho y bordeando el pezón, ahora sin dificultad. Astalán, imitó a su capitán por el otro lado, besando mi cuello, y siguiendo una mano por el otro seno y la otra acariciando mi trasero por encima de la falda.
Mi cara hacía pucheros. Miré a Robry pidiendo que intercediese por mi, que hiciera algo y terminase con aquella locura, pero tan sólo miraba impasible.
Borlanes y Astalán seguían jugando conmigo. Me manejaban a su antojo. Ya no sólo tocaban mis pechos de forma totalmente descarada, si no que sus manos se iban ya a la parte delantera de mi falda y se introducían por debajo de ella. Sentía un asco repulsivo al acariciar mis muslos.
Notaba las manos que subían por mis piernas. A veces llegaban a tocar mis bragas. Intentaba flexionar las rodillas para evitarlo y un par de veces me tuvieron que levantar. Aquello volvió a enfurecer al capitán que volvió a abofetearme.
• Como vuelvas a tirarte al suelo haré que tu rastro desaparezca para siempre. – Replicó mientras mostraba su agresividad ante mi.
• Por favor, por favor¡¡¡ Ayúdeme¡¡¡ – Pedí a Robry sin apenas mover los labios, esperando de manera inútil que hiciera algo por mi.. Lejos de ello, noté en sus ojos una cierta mirada de deseo al contemplar mi torso desnudo.
El capitán se acercó por detrás y me agarró los pechos con fuerza, desplazándome por el salón hasta situarme en una situación en la que sus hombres pudieran mirarme y a la vez reflejarme en el espejo para que yo misma lo viese. Su mano descendió hasta el bajo de la falda y la subió lentamente, para regocijo de los espectadores a los que la máxima autoridad les había permitido asistir.
Vi reflejadas mis piernas en el espejo. Mi cabeza cayó hacia detrás en señal ya de sumisión, pidiendo casi de forma muda que aquello parase. Llegué a ver mis propias bragas.
Dejó caer la falda bruscamente. Volaba con facilidad. Era ligera y holgada.. No era provocativa, pero tampoco demasiado recatada. Apenas me llegaba a las rodillas. Me dio un azote en el culo y me agarró por las caderas. Sin mediar palabra empezó a palpar mi cintura hasta encontrar la hebilla que la sujetaba. La soltó y la dejó caer. Un gurruño de tela azul, que había sido mi falda instantes antes, quedó enredado en mis tobillos
Entre mis ojos turbios miré al espejo. Tan sólo estaba cubierta por unas pequeñas bragas blancas, de tiro más bien bajo, estilo brasileñas. Siguió acariciando mi cuerpo, mis pechos, mis piernas, susurrándome cochinadas al oído, todo ello, delante del espejo para que tanto yo, como el resto de los allí presentes, pudieran observarlo.
Había oído relatar los desmanes que Borlanes había cometido en las casas que asaltabas. Robos, abusos de autoridad y alguna violación, aunque jamás pude imaginar que aquello me tocaría a mi.
Miré de frente. Todo mi cuerpo se reflejaba en el espejo. Era, sin duda, la protagonista de un grotesco espectáculo. Todo mi cuerpo desnudo, con mis pezones en punta por la tensión, y mis pequeñas bragas que se introducían ligeramente entre mis labios vaginales, haciendo que se remarcasen más.
Noté otra mano detrás. Pensé que sería el cabestro de Astalán, pero mi sorpresa fue mayúscula, al saber que quien acariciaba mi culo no era otro que Robry. Aquel joven, que se había convertido en mi único aliado en aquella cruel noche, estaba acariciándome también.
Di un grito de desesperación, aunque de nada sirvió. Imagino que todos estaban acostumbrados a ellos. Acarició mi busto, mi trasero y se entretuvo en mis bragas, donde pasó su dedo por la comisura de mi abertura vaginal.
• Robry. Le concedo el honor de quitárselas. Eso si, que lo veamos todos.
• No lo haga, por favor, no lo haga¡¡¡¡ – Fui diciendo mientras mi última prenda se deslizaba entre mis piernas, dejando al descubierto mi sexo, ante la atenta mirada de todos los que allí se encontraban.
• Su novia tiene un coño precioso – Expuso Astalán a Borlanes.
Veía la cara de deseo de todos. Mi sexo, con una fina línea de pelo cubriendo la parte alta de mi sexo, sobre lo que hizo un nuevo comentario grosero el capitán.
• Gloria. Eres preciosa – Comentó el capitán mientras giraba a mi alrededor contemplándome por delante y por detrás. – No tiene usted ni una gota de grasa, ni señal de celulitis a pesar de tener 38 años. Un auténtico lujo para nuestros ojos.
Otra vez, de forma brusca me agarró del brazo, llevándome el volandas y acercándome a sus lacayos, asegurándose que todos me vieran. Después, me dirigió a la mesa del comedor, donde de un fuerte manotazo tiró los adornos que allí se encontraban para despejarla. Me tomó en volandas y me tumbó sobre ella.
Con las manos atadas quedé en posición fetal, con las rodillas semiflexionadas, intentado tapar mi parte más íntima. Sabía lo que aquello significaba. Se iba a abrir el coto sobre mi cuerpo. Aquellos malnacidos iban a abusar de mi.
• Ábrete de patas, zorra¡¡ – Ordenó tirándome del pelo y agarrándome una de las rodillas – Astalán, sé que te gusta esto, así que puede comerle el coño a mi novia
• No, por favor, no, no, no. – Dije pasando mi voz de voz baja hasta gritar, y viceversa.
Robry colaboró separando la otra pierna. Pude ver mi clítoris reflejado. Todos lo debieron contemplar. Astalán se acercó a mi y al instante sentí su lengua que recorría mi vulva.
Giraba mi cara. Era el propio oficial quien me agarraba las piernas mientras su cara se topaba en su confluencia. El capitán me acariciaba la cara y me besaba mientras que hasta entonces, el “bueno” de Robry, acariciaba mis pechos con una mano y con la otra tocaba sus partes.
Yo me revolvía, me giraba, intentando zafarme con cortos movimientos de rechazo. Protestaba y me lamentaba. Sabía que era inútil, pero intentaba no mirar y al menos conseguía resistirme un poco, aunque sin ningún éxito. Imagino que además, aquello provocaba más deseo en ellos.
Estarían así no más de cinco minutos aunque a mi me pareció una eternidad. Estaba totalmente expuesta a todo lo que deseasen los tres oficiales y a las miradas de los cuatro lacayos. Pararon justo cuando Borlanes les dijo amablemente que se desnudasen para disfrutar de mi.
Momentos después, ellos estaban tan sólo con el boxer. El capitán volvió a agarrarme con fuerza, esta vez por el brazo e hizo que me arrodillase.
Sacó su miembro y lo dirigió hacia mi boca. No lo acepté. Le miré a los ojos, con los míos inundados de lágrimas y suplicando que me permitiera no hacerlo.
Su respuesta fue empujar mi nuca hacia su miembro. Mantuve la boca cerrada hasta que un tirón de pelo me hizo volver a la realidad.
• Chupa zorra, chupa ¡¡¡¡ – Empezó a decir con voz rápida – Chupa si quieres vivir, zorra¡¡¡
Por supuesto que quería vivir. No supe lo que me hacía subsistir en esos momentos, pero acepté y mi boca se abrió para que su pene se colase en ella. Me daba un asco tremendo, pero acepté con tal de salir ilesa de aquel penoso incidente. Esperaba que nadie se enterase jamás de aquello, y sobre todo Adrián, que sufriría considerablemente si sabía que había sucedido aquello.
Empezó a jugar con su miembro, jugando con mis labios, antes de introducirla en mi boca. Me hacía lamerla, sacar la lengua y trabajarlo. Cuando su excitación fue a más, agarró fuertemente mi cabeza y el pelo, iniciando un rápido mete y saca con mi garganta como destino final.
Sabía que estaba muy caliente, pero esperaba que antes de llegar la sacase de mi boca. Era algo que me daba muchísimo asco. Jamás se lo permití a Adrian, único hombre con quien había estado en toda mi vida. Para mi sorpresa y desgracia, noté como un enorme chorro llegaba a mi garganta, lo que me provocó unas arcadas y casi llegar a vomitar.
Vi desde el suelo, donde había quedado tumbada como se vestía. Sabía que mi calvario no había terminado aún, pero si que un viejo como él no tendría la capacidad de volver a tener una erección.
Seguí tumbada, gimoteando, esperando que alguno de los dos oficiales viniera a buscarme y me obligara a tomar alguna posición. Fue quien esperaba y tal como lo esperaba. Astalán se acercó a mi y me llevó a la mesa. Ahora parecía más amable.
Robry le ayudó a situarme a su gusto. Me dejó tumbada, con el borde situado a la altura de mi rabadilla. Eso le permitía manejar mis piernas y dejarme a la altura justa para que nuestros sexos se juntasen.
• Robry. Ya sabes lo que me pone. Haz que te haga una mamadita. Luego te cederé el culito. Tiene un tipazo y un culito respingón.
• Tu compañero siempre te apoya en todo, ya sabes. Aunque esta preciosidad nos complacerá a todos. Me pone.........
• Por favor. Paren ya. Váyanse, se lo pido por favor – Dije sin dar crédito al cambio que había experimentado el oficial Robry.
Noté como su miembro refregaba mi sexo. La notaba dura y no tardó en encajarla y comenzar su penetración. Rodry volvió a tocarme los pechos, haciendo hincapié en los pezones, de la misma forma que lo había hecho un rato antes, sólo que ahora, llevó mi boca a su sexo y me lo introdujo en ella.
Me sujetaba con sus manos por los cachetes y hacía ásperos movimientos para introducila lo más adentro posible. Casi ritmicamente, su compañero hacía lo mismo. Me daba el mismo asco que hacerlo con su jefe, pero sabía que si terminaba con ello, mi calvario habría terminado.
Astalán estaba muy excitado. Su calentón era tal que sabía que no tardaría mucho en llegar al final. Robry miraba a su compañero, contemplaba la penetración para irse excitando más. Ahora no veía nada más que su vientre desnudo, pero podía escuchar perfectamente sus jadeos y el aumento de su respiración.
Me dolía la penetración. Astalán tenía un miembro grande, y a pesar que se había encargado anteriormente de lubricarme, mojándome con su boca en mis partes más íntimas, me molestaba sobremanera. En cualquier caso, no era el daño físico el que más me dolía. La humillación de ser violada, delante de aquellos subordinados era lo peor.
Noté que estaba a punto de llegar a su orgasmo. Quería que lo hiciera y terminase de una vez. No tardó en hacerlo. Sentí un chorro caliente, un golpe de calor que me hizo llorar, no sé si de humillación o de alivio.
Repitió la escena que su jefe había realizado anteriormente. Procedió a vestirse. Mientras, Robry, aquel joven oficial que me había aconsejado obedecer a su superior, haciéndose pasar por un buen hombre, iba ser el tercer hombre en violarme aquella noche.
Ya sabía, por los comentarios anteriores que el objetivo, en este caso, iba a ser mi recto. Me levantó de la mesa y me colocó de pie, me giró y me tiró sobre ella, quedando mis pechos aplastados por el peso de mi cuerpo.
Separó mis cachetadas y dejó a la vista mi ano. Miré al espejo y pude observar como lo hacía. Mojó de saliva su dedo y lo mojó como paso previo a su penetración.
Sabía que me dolería, lo sabía, pero no que iba a ser tan duro. También con un miembro bastante más grande que el de mi marido me penetró por detrás. Grité, lloré y supliqué, tanto antes como en el momento en que se produjo la invasión de mi recto.
Caí rendida sobre la mesa. Dejé de mirar el espejo y agazapé mi cabeza y la uní a la madera. Me habría gustado tener los brazos libres, no para agredirme, si no para protegerme entre ellos. No quería pensar en lo que me estaba sucediendo. Notaba como me desgarraba en cada vaiven.
Levanté la vista y vi que todos los hombres estaban más relajados. Ahora sonreían más. Yo me sentía abatida. Sin duda, el aguante del joven oficial estaba destrozando mis entrañas. Quería que acabase, se marcharan todos de allí, y pensar qué hacer. Tal vez, tomar el primer avión a la mañana siguiente.
Por fin llegó el momento. Otra vez sentí un chorro igual de caliente que los anteriores, sólo que ahora, había sido más abundante y dentro de mi ano. Seguí clavada en la mesa mientras él se separaba. No tenía fuerzas morales para levantarme. Pensaba que todo había terminado, pero aún quedaba una sorpresa. Las palabras de Borlanes me dejaron sin habla.
• Chicos, no tenemos toda la noche. – Dijo dirigiéndose a sus lacayos. – Jugároslo a los chinos. Sólo uno de vosotros podrá follársela. El otro día, cuando estuvimos con la hija de Smith tardamos demasiado, así que hoy sólo uno. Empezad a jugar.
Oía las voces diciendo números. Seis, ocho, cinco...................... Los cuatro hombres eran de distintas edades. El mayor rondaría los sesenta años, unos diez más que el capitán, uno con aspecto aniñado, de quien dudaba que llegase a la mayoría de edad, y los otros dos más o menos como yo, con tres o cuatro años de diferencia del uno sobre el otro.
Me sentaron en el sofá. Sin demasiado interés por quien sería el siguiente iba siguiendo su juego. No tenía preferencias en quien fuese, aunque no quería que me tocase ni un viejo, ni un crío. Aunque estaba abatida y humillada, no quería aumentar el morbo de aquellos cretinos, y que pudieran ver a una mujer madura con un jovencito o con un viejo. Sé que debería resultar intranscendente para mi, pero no, no quería que aquello sucediese.
El sesentón cayó eliminado en la primera ronda. Después el cuarentón más joven. Quedaron el joven y el otro hombre de mi edad. Sólo quería que perdiera el chico.
• Dos – Dijo el chico.
• Una – Respondió su contrincante.
Las manos se abrieron, conteniendo una moneda cada una de ellas. El muchacho había ganado. Se sentía grande ante los demás. Borlanes me hizo ponerme en pie y los ojos del chico me recorrieron de arriba a abajo, sin duda, con mucho mayor interés que hasta entonces ,sabiendo que iba a hacerme suya. Era su botín, su premio.
Los compañeros se pusieron a jalearle con barbaridades como enséñale a la madurita lo que vale un nene, hazla mamá, y burradas similares.
• Que la chupe primero y después te la cepillas. – Ordenó su jefe de forma benevolente haciéndome arrodillar.
Empecé de nuevo con otra felación. El joven estaba muy excitado. Sabía que si me esmeraba podía conseguir que corriese en mi boca y evitar así tener sexo vaginal, pero ser viraron mis ilusiones al saber el propio joven que iba terminar su oportunidad. Mandó que me parase y me tomó del brazo hacia el sofá.
Hizo separar la pierna que caía al suelo. Estaba desnudo y sin mediar palabra me penetró. Mis pechos, libres al estar mi mano en la espalda quedaron a su merced, lamiéndolo y mordiéndolos con poca suavidad y una cierta agresividad.
Continuó su juego. Afortunadamente no tuvo gran resistencia y por cuarta vez aquella noche, recibí una manguerada de semen, esta vez en mi vagina.
Todo parecía haber terminado. Sólo quería que se marchasen para al día siguiente poderme marchar, aunque no esperaba la última jugada de Borlanes.
• Gloria. Me llevo tu pasaporte. En un par de días pásate por mi despacho y te lo devolveré. También tu ordenador. Espero que sobre lo sucedido esta noche aquí, no le digas nada a nadie. Es una advertencia¡¡¡ – Dijo en tono amenazante. – Y por último, sólo decirte, que una mujer que folla con tantos hombres no me interesa como novia. Mejor vuelve con tu marido, o simplemente sigue con él. No me he creído que lo hayáis dejado.
Minutos después me encontraba sola en la casa, desnuda, con la ropa tirada en el suelo y tan sólo el recuerdo mental y físico de lo que allí había sucedido aquella noche.
...Hermanito, ya no sigas. No sabes lo que haces”.-Me decía llorando Astrid.
Yo, cegado me dije a mí mismo que si ya había llegado hasta ahí, no podía irme sin meterle el polvo...
Relato erótico enviado por charly_bo el 11 de June de 2012 a las 00:00:02 - Relato porno leído 247754 veces
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