La primera vez de una amiga (según ella misma me contó).
Relato
Sofía es una chavita cuyos atributos físicos son evidentes: Rubia, de complexión delgada, cintura muy breve, nalgas paraditas y redondeadas (suaves al tacto, por la tersura propia de su piel), senos grandes pero bien proporcionados para un cuerpo tipo petite como el suyo, pues no mide más de 1.50 m de estatura; su constitución es perfecta para los que gustamos de chicas jóvenes y pequeñas. Pese a tener más de 18 años parece una jovencita de 16.
A pesar de que muchos amigos le hemos recomendado ser modelo, o actuar en películas, ella nunca ha tomado una carrera con seriedad. En realidad no tiene, o no necesita, trabajo alguno pues gracias a que su belleza es tan notable, no falta más de un varón que dé todo por ella. Sofía vive a costa de la atracción que ejerce en el sexo opuesto. La verdad es que muchos babeamos por aquella hermosa mujer.
Es común verla siempre divertida, disfrutando de la vida a costa de cualquier hombre que, al sentirse seducido por aquella beldad, pague todos sus caprichos. Sin embargo, además de ser bella, es lista, y nunca se había visto en la necesidad de comprometer algo tan íntimo y preciado como su virgo con nadie. Cuando el galán ocasional buscaba propasarse de los límites impuestos por ella, Sofía no tiene más que presumir ser menor de edad y amenazarlo con denunciarle ante las autoridades por tratar de propasarse con una menor. Gracias a su físico, que permanece en unos eternos 16 años, prácticamente ninguno ha dudado del peligro y mejor se alejan temiendo las repercusiones de su calentura. Sólo sus verdaderos amigos sabemos la verdad.
La playa le encanta, y no puede pasar un fin de semana sin ir a una. Claro que a costa de algún iluso que le pague toda clase de comodidades a aquel precioso manjar que nadie había tenido el privilegio de desflorar.
Vestida con un escueto bikini, a Sofía le encanta caminar por la playa disfrutando de su propio poder de atracción, pues ese par de suculentos senos y ese precioso y bien formado trasero cautivan las miradas masculinas a su alrededor. Los piropos le llueven y esta niña-mujer sólo se limita a disfrutarlos, consciente de su belleza.
Quién podría pensar que, además de ser mayor de edad, se había conservado virgen pese a sus muchos perseguidores. Pero todo cambió radicalmente cuando conoció a Marcelo.
Sofía había ido a una fiesta VIP que patrocinaba una reconocida marca de Vodka. La llevó un chico estudiante de publicidad quien “sabiamente” había aprovechado la invitación doble que recibió. La chica muy pronto se aburrió de él y, dado que allí había mejores opciones, avivadamente se desenvolvió. En pocos minutos dio con uno de los chicos más atractivos del lugar. Marcelo era un tipo un poco mayor que la mayoría de los muchachos a los que Sofía solía seducir. Guapo, de buen cuerpo y, aparentemente, de buen nivel económico por su vestimenta. Sofía decidió tender sus redes sin remordimiento por dejar plantado al chico que la había llevado allí.
La “niña” se dedico a aquella nueva captura, seguramente pensando que aquel galán le brindaría más y mejores resultados dado su buen aspecto. Además, le parecía muy atractivo y eso ya era novedad. Durante aquella fiesta, ambos charlaron un buen rato.
Ella utilizó su convencional plática de chica apenas entrada en su adolescencia, siempre enfocada en su persona, como si todo el mundo girara a su alrededor. Por lo regular, todos los chicos hacían comparsa cuando ella hablaba así, tratándola zalameramente, pero Marcelo sólo se contentaba con escucharla con una tenue sonrisa en su rostro.
El trato de Marcelo era amable y cordial, sin embargo, nunca servil. Durante la plática, en ningún momento se rió innecesariamente. Tras conversar un rato, Marcelo decidió retirarse y le ofreció llevarla en su Jeep al hotel donde ella se alojaba. Al despedirse, y sin ningún requerimiento por parte de él para verse al día siguiente, Sofía se quedó sorprendida del fracaso de sus encantos. Incluso se arrepintió de haber dejado al otro chico; «pero en fin, sólo había tomado una mala decisión» pensó ella.
No obstante, días más tarde Sofía se encontró con Marcelo en la playa. Ambos se sentaron en la arena y comenzaron a charlar despreocupadamente. En poco tiempo ya estaban riendo como si tuvieran mucho de conocerse, como si fueran amigos de siempre.
Al parecer, el trato amistoso y nada interesado por parte del chico hizo que Sofía se desprendiera de su fachada y actuara más natural ante él.
La feliz pareja decidió caminar por la playa y, tras unos minutos, empezaron a juguetear correteándose entre sí, como dos chiquillos alegres. Terminaron por meterse al agua. A su alrededor habían pocas personas; unos cuantos niños chapoteando en la parte menos profunda y otros bañistas bastante más lejos. La persecución de Marcelo a Sofía los llevó a introducirse al mar hasta que el agua cubría a Sofía a la altura de su fino cuello, mientras que a Marcelo no le llegaba a cubrir el pecho.
De repente, Sofía notó que su perseguidor había desaparecido y, por más que volteaba para todos lados, no le veía. A ella le pareció extraño y por un breve segundo temió que Marcelo la hubiese abandonado, sin embargo, de pronto sintió una mordida en uno de sus muslos y, tras el susto, vio emerger a Marcelo del agua.
Sofía se molestó de aquella travesura y, pese a que ella le prohibió hacérselo nuevamente, aquél volvió a sumergirse poniéndola en alerta de una nueva mordida. Más de una vez, Marcelo dio dentelladas a aquella figura femenina atrapada bajo el agua. Aquel juego produjo carcajadas en mi amiga hasta el riesgo de ahogarse, sin embargo, el juego no se detuvo hasta que Marcelo mordió su entrepierna.
Una extraña y desconocida sensación despertó en Sofía. Marcelo, rápidamente, tomó de la cintura a su compañera de juego atrayéndola hacia él. La besó, dejándola totalmente vulnerable.
Tomando una de las pequeñas manos de Sofía, Marcelo la condujo hasta aquella cosa dura delante de él y cubierta por el agua. En ese momento Sofía notó que Marcelo ya no traía su traje de baño.
En silencio, Sofía mantuvo sujeta aquella pieza de carne. El agua en continuo movimiento no le permitía ver lo que tan firmemente sujetaba, por lo que su curiosidad se mantenía alerta. Un repentino despertar sexual se apoderó de ella. Su sentido del tacto se afinó haciéndole percibir aquello que sujetaba firmemente como un tubo de carne venoso y vivo, ya que alcanzaba a sentir su leve, pero perceptible, latir. Nunca había tenido un pene entre sus manos por lo que le maravillaba su extrema dureza y vitalidad. De repente e instintivamente, sorprendida ante sí misma, su otra mano fue a dar bajo el tronco donde se encontró con un par de bolas que le parecieron dos saquitos llenos de arena y cubiertos de un profuso pelambre.
Para Sofía aquel falo era como una palanca de control con el que ella podía dominar la situación. Comprendió que el pene era un control de mandos mediante el cual, con sólo apretar o aflojar, o con sólo sobar y acariciar, sometía al hombre a sus antojos. Cada roce que ella le hacía provocaba que Marcelo cambiara de expresión. Este recién descubierto poder de saberse capaz de poner a un hombre a tales extremos de excitación a su capricho fue algo nuevo que le terminó gustando.
Sabiéndose con el poder, Sofía se sujetó férreamente a la masculinidad de Marcelo pensando que lo tendría bajo su absoluto control. Marcelo, aprovechando que aquella tenía sus manos ocupadas, desató la parte superior de su bikini. Al quedar semidesnuda bajo del agua, Sofía soltó el falo de Marcelo y trató de alcanzar su prenda que ya se alejaba de ella pero él la detuvo. Hábilmente la tomó del par de cachetes de carne que formaban su hermoso trasero hasta subirla lo suficiente para que sus sexos quedaran a la misma altura.
La chica miró atónita a su atacante. Por un breve instante, pasó por su mente el gritar alegando ser víctima de violación pero se algo en su interior la detuvo así que se quedó callada. Tal vez su propio cuerpo sabía que ya era el momento.
Marcelo hizo a un lado la parte de la prenda inferior que cubría el sexo de Sofía y ésta supo entonces que aquel cilindro de carne, que había estado sosteniendo hace tan sólo unos segundos con tanta curiosidad, se abriría paso a través de su intimidad jamás vulnerada antes. Quiso gritarle con desesperación que aún era virgen, que nada se había introducido por aquel pequeño canal vaginal, ni siquiera un tampón. Pero era demasiado tarde, Sofía podía sentir cómo aquella cosa gorda, dura y, a su parecer, infinitamente larga la iba penetrando. «Una cosa terriblemente MONSTRUOSA» pensó en aquel momento.
Sofía, quien se había aprovechado del deseo y de la ingenuidad de tantos hombres, ahora sufría un embiste doloroso y brutal. Su abertura vaginal se estaba estirando al máximo, haciendo esfuerzos por admitir algo que, a su sentir, era imposible que ingresara en ella por el tremendo tamaño. No se resistió más y emitió un chillido de dolor que nadie oyó, pues en la playa había muchas voces: los niños reían ruidosamente al jugar; los jóvenes escuchaban música y otros conversaban sus propios temas.
Sin saber cómo, aquel monstruoso pedazo de carne se abrió paso ingresando por completo. Cansada por el esfuerzo, Sofía se abrazó del cuello de su atacador. Se sorprendió al darse cuenta que no sólo eran sus brazos los que rodeaban al joven, pues sus piernas también se sujetaban a él como tenazas, apretándolo con todas sus fuerzas.
La chica se hacía a la idea de que había sido penetrada y de que aquel enorme intruso ya se alojaba completamente en su interior. Sofía podía sentir como su cavidad hacía un enorme esfuerzo ajustándose al tamaño de aquella cosa que tan sólo unos instantes había sostenido y que, por tanto, había palpado conociendo su enorme tamaño de primera mano. Por ello le parecía pavoroso el sentirla toda dentro de su menudo cuerpo. Creía que aquel intruso le perjudicaba horriblemente las entrañas.
No miento al decir que Sofía estaba a punto del desmayo (según ella me contó), pero logró soportar. El cadencioso menear de las olas animó a mi amiga y muy poco a poco, muy levemente, comenzó a moverse guiada más por su instinto que por su voluntad. Al notar su cooperación, aquel chico la besó y su lengua ingresó en la cavidad bucal de mi amiga como un segundo invasor.
Quién iba a pensar que aquella hermosa chica perdería su virgo en el mar, rodeada del agua salada y bañistas a unos cuantos metros a su alrededor. Ahora el dolor iba menguando y, sentir dentro de su cuerpo un objeto totalmente extraño, dejó de ser molesto para irse convirtiendo en algo placentero. Con total consciencia de causa, Sofía dejaba salir aquel instrumento sólo para volverlo a admitir disfrutando centímetro a centímetro aquella penetración perversa. Así estuvieron por varios minutos con aquellos movimientos propios de la cópula, ayudados por el vaivén del agua.
El tiempo pasó y el crepúsculo se acercaba. Los bañistas se redujeron y la marea comenzó a subir. Esperaron a que comenzara a anochecer para salir del agua pues ambos habían quedado prácticamente desnudos. Afortunadamente el vehículo de Marcelo no estaba muy lejos. Los dos lo abordaron y se alejaron de allí.
Llegaron a una residencia privada en donde una amplia puerta automática se abrió para brindarles el acceso. Sofía bajó del Jeep caminando con cierta dificultad pues aún sentía ardor en la entrepierna. Marcelo lo notó y, después de haberse bañado y vestido con ropa cómoda, le preguntó sobre ello mientras bebían vino y comían unos emparedados preparados por él.
—Con razón me costó tanto trabajo y te sentí tan apretada —admitió Marcelo—. Lo siento, pero eso de hacerlo en el agua es algo complicado.
—Y delante de tanta gente —completó Sofía con la boca llena mientras comía con celeridad un sándwich.
Marcelo se disculpó de su brusquedad.
—De saber que aún eras virgen hubiera ido más despacio.
—No te fijes, ya pasó y, ¿qué crees? —dijo Sofía abriendo mucho los ojos—. Quiero hacerlo de nuevo. Pero no en el mar —agregó con pesar.
Marcelo sonrió y la besó.
—Vamos a tratar de que ahora no te duela y que sea mejor –le dijo Marcelo.
—Eso, total ya estoy estrenada —dijo Sofía sonriendo y aún con un bocado en la boca.
Unos minutos más tarde, mientras Marcelo se desnudaba nuevamente, Sofía sintió unos febriles tironcitos en su entrepierna al ver aquel pene amenazador del tamaño de un tolete, enrojecido y lleno de venosidades por todo el tronco. Ella ya lo conocía, pues lo había sentido, sin embargo, era la primera vez que lo veía tal cual, colgando oscilante frente a ella con aquellos testículos velludos por debajo.
Ahora que lo veía en vivo y a todo color le provocó cierto temor. Sofía sintió escalofríos de tan sólo recordar aquella primera intromisión de ese largo y gordo instrumento. No podía explicarse cómo semejante pieza había podido entrar en su cuerpo.
Durante un largo rato, Sofía tomo aquel falo entre sus manos. Como hipnotizada por la fascinación que le producía ese cilindro de carne viva, comenzó a darle lamidas suaves, indecisas, sin saber bien a bien cómo hacerlo. Tenía un saborcito medio salado. La textura le fascinó, suave como el terciopelo pero cada vez más rígido. Mientras más lo chupaba más crecía dentro de su boca. De pronto era tan grande que le costaba introducírselo, ya no le cabía por completo y se sentía muy chistosa con las mejillas retacadas de carne.
Marcelo le correspondió y también le brindó placer oral. Su lengua recorrió todo el pequeño cuerpo de mi amiga con suavidad y sin prisas. En algunas partes, su recorrido lingual le hacía reír por las cosquillas que producía.
Tras recostarse en una felpuda alfombra, Sofía recibió un tratamiento de lengua en su rinconcito más íntimo. Marcelo había encontrado su entrada secreta y se deleitaba con los jugos propios de la excitación femenina. Envolvía cada uno de los delicados pliegues, aún irritados por la desfloración, con su lengua que traviesa se movía. Después aquella lengua se introdujo como un puñal en el canal vaginal. Sofía no sabía si abrir sus piernas para darle paso libre y así profundizara en su sensible gruta, o si cerrarlas para atrapar con ellas la cabeza de Marcelo.
Sofía, quien nunca había sentido nada parecido, se retorcía y daba gritos mientras su cintura se agitaba violentamente. Lo que no sabía es que Marcelo realizaba aquella labor, no sólo para compensarla de su sufrimiento anterior al haber sido desflorada tan violentamente, sino que la preparaba para lo que vendría.
Cuando aquél se reincorporó, su rostro estaba cubierto con los jugos amorosos de la pequeña Sofía. Así, bien húmeda por la excitación, Marcelo la tomó de la cintura y la levantó en vilo, colocándola sobre sus muslos e indicándole que se pusiera a horcajadas sobre su tremenda estaca. Sofía lo hizo y, posteriormente, se dejó caer lentamente fijándose muy bien esta vez cómo es que la cabeza de aquel instrumento se abría paso entre sus pliegues vaginales.
Eufórica por el gusto de volver a sentir el pene de Marcelo en su interior, se dejó caer de un sentón que le hizo rebotar de forma violenta. Por un segundo creyó que la partiría en dos.
—Ufff… creo que ya entró toda —susurró Sofía con voz débil.
—Sí, hermosa. Ya está toda adentro, ahora no te muevas. Quiero que sientas bien lo que te ha entrado. Voy a hacer palpitar eso que aún te lastima, ¿de acuerdo? —le dijo Marcelo.
Sofía, nerviosamente, asintió.
Marcelo, con total seguridad, hizo lo prometido.
—¿Sientes? —le interrogó.
—Mmmm… sí —respondió ella casi en un suspiro.
Sofía podía sentir, en el fondo de su intimidad, aquella cabeza palpitando. Se sorprendió a sí misma, cuando comenzó a hacer contracciones vaginales, como queriendo ajustar la estrechez de su gruta a las dimensiones del invasor.
Al poco rato, Sofía era quien iniciaba el dulce vaivén. Poco a poco, la supuesta adolescente, iba dominando el ritmo y su movimiento era más acompasado, haciendo juego con la cadera y la pelvis.
Lento en principio, pero más rápido al proseguir, los movimientos se volvieron arrebatados.
Sofía sentía como si estuviera haciendo una travesura que le causaba mucho placer. Nunca había tenido un orgasmo pero, cuando él soltó aquel chorrazo de leche caliente adentro de ella, dio un monumental grito y empujó tan duro como pudo, tratando de moler ese sabroso trozo de carne con su estrecha vagina.
Deseaba que aquello no terminara pero, si bien tuvo que concluir, Sofía ya no era la misma mujer, mejor dicho, ya era una mujer, pues hasta antes de aquel evento había sido una adolescente... una niña, pues se comportaba como tal. No obstante, tras ese evento, fue muy distinta.
Sofía terminó sudorosa y desfallecida. Se dejó caer sobre el pecho de su amante, pero eso sí, sin soltar de su entrepierna el pene que tanta satisfacciones le había brindado. Éste, poco a poco, fue perdiendo volumen dentro de aquella cavidad.
Me contó que lo hicieron tres veces más esa noche. La verdad cuando me lo contó sentí envidia de aquel tipo, después de todo había tenido el privilegio de desflorar a tan hermosa amiga, pero, debo admitir que gracias a su acción, a partir de aquel suceso, Sofía duró una temporada en la que todo lo que se le ocurría desear era tener metida una tranca en su menudo cuerpo. Tanto así que algunos de sus amigos más íntimos disfrutamos de algún encuentro ocasional con nuestra renovada y cachonda amiga.
A mis 12 años, con unas chavas de 12 13 y 14, algo nuevo para mi, mi iniciacion hacia el sexo, practicamente una orgia con ellas y con mis amigos, simplemente algo que recordare por el resto de mis dias.
Relato erótico enviado por Anonymous el 08 de June de 2004 a las 09:55:40 - Relato porno leído 464934 veces
La lleve a su recamara dentro los aposentos de la iglesia, ella repetía que era una locura pero también ya estaba caliente, lo note por su humedad que tenía ya en su vagina, ella me dijo que nunca había estado con un hombre y que no sabía ni como se hacía el sexo más yo le dije, “No te preocupes mamacita yo te guio” le subí totalmente su vestido y le abrí sus sexys piernas.
Relato erótico enviado por reycolegial el 07 de September de 2009 a las 16:44:00 - Relato porno leído 200974 veces