…Paola se dirigió hasta las cajas de películas exhibidas contra la pared y se agachó a observar, sin doblar sus rodillas. La corredora se inclinaba cada vez más y su pollera acampanada se subía lentamente…
Relato
Esa mañana Santiago - o él negro, como le decían - abrió su alicaído negocio y mientras se hallaba tomando el primer café del día llegó la corredora Paola Mendoza.
Santiago la saludó con un húmedo beso en la mejilla y la observó: la chica calzaba una pollera negra acampanada con una falda por encima de la rodilla que mostraban sus bien torneadas piernas blancas - enfundadas en medias negras con ligas ajustadas a sus muslos – y zapatos negros de tacos altos al juego. En la parte superior llevaba puesta una ajustada remerita roja que le realzaban sus armónicas tetas y una fina gargantilla negra alrededor de su estilizado cuello.
Parecía uniformada adrede para calentar. Paola tenía treinta y era una chica muy simpática y a Santiago le parecía un poco estúpida, aunque ese detalle le tenía sin cuidado.
- Salieron unas promos que pueden interesarte – dijo la corredora abriendo su carpeta.
- Estás hermosa así vestida, Paola – le dijo Santiago.
- Bueno, gracias – se sonrojó la joven -, en realidad fue una idea de mi jefe. Como las ventas no andan bien…
- ¿Vistió a todas las promo, eh, a todas las corredoras así?
- Me parece que no - informó Paola -, solo a mí.
- Ah, ok – asintió el comerciante pensando que el jefe de la joven era un buen hijo de de su madre.
Mientras Santiago hacia números en la calculadora, Paola se dirigió hasta las cajas de películas exhibidas contra la pared y se agachó a observar, sin doblar sus rodillas. La corredora se inclinaba cada vez más y su pollera acampanada se subía lentamente.
Los ojos de Santiago se abrieron más de la cuenta y sintió que su palo comenzaba a envararse; entonces salió detrás del mostrador, caminó sin apartar la mirada del culo de la chica y se agachó justo detrás de ella: el espectáculo no podía ser mejor: las macizas nalgas de la vendedora se balanceaban agradablemente, divididas por la diminuta tirita negra de su tanga. El negro se relamió. De pronto, Paola tomó una caja y se incorporó; Santiago giró rápidamente la cabeza por temor a ser descubierto.
- Esta soy sho – dijo La vendedora señalando una foto de la caja. Se trataba de un video sobre el concurso Bikini Open realizado en la costa atlántica unos años atrás.
- Participé en ese Bikini Open. Me inscribió Álvaro, mi marido; en ese momento todavía éramos novios.
Santiago observó el culo de la fotografía y luego la miró.
- Es la cola mas linda – dijo intencionadamente –, seguro que ganaste.
- No – respondió Paola con una triste sonrisa –, salí segunda.
- Seguro que te trampearon – quiso arreglarla Santiago,
A Paola se le humedecieron sus ojos negros por toda respuesta.
De pronto entró un cliente. Santiago acompañó a la vendedora a la parte de atrás del local y regresó a atender – lo que hizo rápidamente -; luego cerró la puerta con llave y dio vuelta el cartelito que decía “Vuelvo en ‘10”.
Una vez atrás, observó a Paola sentada en una banqueta, sollozando bajito. Ni lento ni perezoso, el muchacho la rodeó con sus brazos haciéndose el preocupado.
- Ese concurso era mío – sollozaba la joven -, pero había otra, que le decían Coneja, que se acostó con el jurado y ganó… y encima el pajero de Álvaro se la pasó toda la noche babeándose con ella.
- Bueno – terció Santiago –, a veces las cosas funcionan así. Pero a mi no me cabe duda que la ganadora tendrías que haber sido vos.
- ¿Te parece? – lo observó Paola con los ojos llorosos -, que bueno que sos.
- Si – se mandó el negro -, y creo que tenés que ir por la revancha…
- ¿Pero, como?
- Claro, tenés que presentarte en el próximo concurso, y ganarlo.
- No, ya no – negó con la cabeza la corredora – eso fue hace un tiempo y…
De pronto Santiago se iluminó y preguntó:
- ¿Con quién aprendiste a desfilar?
Paola lo observó desconcertada.
- No, con nadie, ¿por? – respondió sorprendida.
- Yo creo que vos todavía estas en condiciones. Y como en una época trabaje como fotógrafo de modelos, podría darte algunos consejos fundamentales. Creéme que con eso ganas.
- ¿En serio? – exclamó la corredora.
- Claro, mira – dijo el Negro retrocediendo – mostrame como desfilas.
- ¿Ahora?
- Si, dale. Da una vuelta.
Paola dudo por un momento, pero se decidió y comenzó a caminar.
- Creo que está bien, pero…
- ¿Te parece que podría ganar? – lo interrumpió Paola, súbitamente entusiasmada.
- Por supuesto – afirmó Santiago -, con mi asesoramiento, claro.
- Bueno, si es así, me gustaría…
- Así me gusta, Pao – dijo el negro -, vamos a hacer así; comencemos con el entrenamiento ahora.
- Pero, Santiago, ¿te parece? Yo tengo que seguir trabajando y…
- Son solo diez minutos, Pao.
- Bueno, titubeó la chica – si son diez minutos…
- Perfecto – la interrumpió el vendedor -. Hagamos así: Yo me quedo sentado acá y vos andá al baño y salí desfilando. Yo voy a ir corrigiéndote.
Paola se dirigió al baño y entornó la puerta; Santiago se cruzó de piernas buscando disimular la hinchazón de su entrepierna y entonces la puerta se abrió y la mujer salió caminando con paso firme y nerviosa sonrisa; llegó hasta donde estaba el muchacho, dio una elegante vuelta frente a él y comenzó a alejarse.
- Hay que hacerlo de nuevo, Paola – dijo gravemente Santiago.
La corredora se detuvo y giró hacia él.
- ¿Lo hice mal? - Preguntó nerviosamente.
- Es que así como estás no me puedo dar cuenta – respondió con seguridad el joven -; se trata de un desfile en malla. Tendrías que desfilar sin la pollera.
Paola dio un respingo al oír aquello.
- Pe-pero no puedo, Santiago… - balbuceó.
Santiago sabía que se la estaba jugando y conseguir su propósito dependía de su actitud en ese preciso momento. Apeló a la expresión más profesional que pudo; se puso de pié, la tomó de sus brazos, la observó fijamente a sus ojos y dijo:
- Se lo que hago; soy un profesional y te quiero convertir en la mejor modelo del concurso, ¿me oís? Tenés un potencial enorme, me doy cuenta con solo mirarte. No me podes fallar ahora, ¿está claro?
La mujer lo miraba hipnotizada y temerosa. Santiago la soltó.
- Tenés razón, Santiago – asintió Paola, conmocionada, bajando la cabeza.
- Así me gusta, Pao. No me equivoqué con vos. Andá al baño y volvé a salir pero sin la pollera.
La chica se dirigió lentamente al baño, pero antes de entrar se dio vuelta y dijo:
- ¿Es-estás seguro, Santiago? Digo, yo podría venir otro día y…
- Es ahora, Paola – respondió terminante el muchacho -. Yo lo sé y vos también.
La mujer asintió con la cabeza y se dirigió resignada al baño. Santiago no cabía de alegría en sí mismo. Y su verga tampoco cabía en su calzoncillo. Se felicitó secretamente por su performance de actor improvisado y se sentó dispuesto a disfrutar el show.
Segundos después, la puerta del baño se abrió y Paola salió sin la pollera; llevaba puesta una diminuta tanga negra; su suculento y parado culo se balanceaba voluptuosamente, sus piernas enfundadas en las medias negras con ligas a la altura de sus carnosos y bien torneados muslos realzaban su porte de yegua. Santiago confirmó de inmediato que se trataba de una belleza de hembra; una mujer así no podía menos que participar en ese concurso calientabraguetas. Paola caminó hasta él y efectuó una imponente vuelta poniéndole su orto a un palmo de su nariz y luego se alejó. Santiago no podía más de la calentura.
La joven se alejó un par de metro de él, y luego se dio vuelta y le preguntó:
- ¿Qué tal lo hice?
Santiago tragó saliva y haciendo un terrible esfuerzo por disimular su excitación, dijo:
- Bien, habría que practicar más pero eso lo podes hacer en tu casa. Yo te voy a dar las indicaciones.
- Gracias, Santiago. Te agradezco que te preocupes tanto por mí.
“Ya me lo vas a saber agradecer”, pensó el negro. Luego dijo:
- Pero ahora, y para terminar por hoy, te voy a revelar el secreto para ganar cualquier concurso.
Santiago tomó aire y estiró sonriente su brazo tomando la mano de Paola y acercándola hacia él. La chica se dejó llevar y el hombre se dio una palmada en el muslo diciéndole:
- Sentate acá.
Antes que Paola pudiese decir algo, Santiago la sentó sobre sus muslos. El contacto con sus tibias carnes le produjo un caliente estremecimiento. Paola lo miraba con cautela.
- No tengas miedo – le aclaró Santiago –, vamos a hablar.
El muchacho rodeó la cintura de la mujer con su brazo y apoyó el otro sobre sus muslos.
- El secreto para ganar un concurso – empezó a decir Santiago – es enloquecer al jurado. Tu rival lo sabía y por eso ganó, ¿sabías?
- No. Bueno, yo… - asintió nerviosamente Paola.
- Tu rival no se acostó con ellos. Solo los sedujo dándole algo a cambio. Y funciona así, nos guste o no. Yo lo sé porque fui jurado. Y si querés aprender, te voy a decir cómo hacerlo. Este es el mundo real.
- ¿Y qué hizo ella? – quiso saber la joven.
- Nada – respondió Santiago -, solo se dejó hacer y se lo aguantó porque sabía.
- No, no entiendo… - pronunció Paola.
Entonces Santiago le separó las piernas y comenzó a acariciarle diestramente la concha a Paola. Esta dio un respingo y cerró las piernas levemente, pero eso no detuvo las caricias del muchacho.
- Santiago, me parece que esto no…
Pero el negro se dio cuenta que la corredora tenía la entrepierna húmeda.
- Relajate, Pao, si es por tu bien – dijo y le separó las piernas.
Los hábiles dedos de Santiago hicieron a un lado la tirita de la bombacha de Paola y empezó a masajearle el húmedo clítoris. Pero eso no duró mucho tiempo pues la mujer perdió el equilibrio y aterrizó en el suelo, quedando a los pies del vendedor.
Paola se dio vuelta hacia él, consternada, y alzó su cabeza para descubrir que Santiago estaba de pie frente a ella.
- ¿Sos una ganadora, si o no? Decímelo – la intimó el muchacho.
- Si, Santiago… eso quiero – respondió intimidada la joven.
Entonces el negro se desabrochó el pantalón y este cayó hasta sus tobillos. Su slip indicaba una enorme hinchazón.
- Ya sabés lo que tenés que hacer, Paola – dijo mirándola a los ojos.
La corredora se puso de rodillas lentamente y apoyó su culo sobre los tobillos. Empezó a lloriquear. Santiago se relamía en silencio, disfrutando cada instante de esa caliente situación.
De pronto Paola alzó su cabeza y lo miró suplicante.
- Santiago, soy una mujer casada y madre…
El joven la tomó con fuerza de sus cabellos. La mujer emitió un chillido de dolor.
- Abrí la boca, putita – le ordenó.
- ¡No me hagas daño, por favor!- exclamó aterrada.
Santiago empuñó su erecta vara de carne y se la empezó a pasar por la cara. Paola cerró sus ojos y movía su cabeza resistiéndose. Pero de pronto abrió su boca y el muchacho le introdujo la cabeza de su chota.
- Chupala – le ordenó.
Paola, ya rendida, empezó a chupar esa gruesa verga oscura que pronto le llenó su delicada boquita. Santiago la contemplaba extasiado. La corredora comenzó a succionar con fuerza el oscuro glande al tiempo que hilos de espesa saliva salían de su boca.
- ¡Así, Paola, uuuhhh..!
- ¡Slurp, chup, glub!
Santiago la tomó de su cabeza y no se perdía detalle de la buena mamada que le hacía la corredora. La joven perdía la timidez a medida que su calentura aumentaba. Ese pedazo bruno, que le llenaba sus encías, sabía maravilloso. Como si Santiago estuviera leyendo sus pensamientos, preguntó:
- ¿Te gusta, putita?
Paola se dispuso a contestar pero Santiago la retuvo y le indicó:
- Hablá sin sacarte el pedazo de la boca.
Luego de unos instantes, la chica dijo:
- Iiii, eee uuuttaaa, slurp…
- ¿Ves?, ya aprendiste otra cosa – sonrió Santiago.
Paola se sintió humillada: de rodillas entre las piernas de un cliente y en el cuarto de atrás de un negocio comiendo pija como una puta barata. Pero también registró que tal situación la excitaba. Hacía años que no sentía una cosa así con su marido.
De pronto Santiago la alzó lentamente del cabello; Paola soltó un quejido. El hombre, sin soltarle la cabellera, la llevó unos metros y la impulsó hacia delante, apoyándole la cabeza sobre una gran mesa llena de cajas de películas y afiches. De tal manera la vendedora quedó inclinada boca abajo, parada y con su carnoso y blanco culo al aire.
- ¡Que vas a hacer, Santiago, por favor! – exclamó temerosa Paola.
- Algo que me vas a agradecer – respondió el muchacho al tiempo que tomaba un providencial frasco de crema de enjuague que un cliente había olvidado hacia unos días en el mostrador.
Por toda respuesta el joven tiró de su minúscula bombacha hasta sus pies y se la sacó. Luego se inclinó sobre ella – Paola sintió su enorme vara rozar su concha y se estremeció – y se la metió, echa un bollo, en la boca.
Luego se incorporó, estiró su mano tomando el frasco de acondicionador, lo abrió, dejó caer un chorro entre las nalgas abiertas de la promotora y comenzó a frotar su cerrado ojete. Paola giró su cabeza, consternada, con los ojos abiertos como platos.
- ¡Nofff! – farfulló con la bombacha metida en la boca – ¡Fod ahi noofff, fod favoodd!
Santiago, completamente empalmado, introdujo suavemente su dedo medio en el ano cerrado de la mujer. Está alzó la cabeza, las mejillas rojas, y cerró con fuerza sus ojos.
- ¡¡¡Noouuufff!!!
El joven comenzó a meter y sacar su dedo del agujero del culo de la ninfa; su anillo marrón empezaba a dilatarse. Instantes después el negro tomó su gruesa verga y se la introdujo lentamente por la retaguardia; observó como su hinchada cabeza marrón ensanchaba el culo de la mujer separando sus pulposas nalgas. Paola gemía y sollozaba producto de la penetración a la que estaba siendo sometida. Cuando tuvo la mitad de la verga dentro de su culo, Santiago se inclinó hacía ella y le dijo al oído:
- Podes elegir: o te movés vos o te sacudo yo.
Paola asintió frenéticamente con su cabeza eligiendo la primera opción. Entonces Santiago se incorporó y le dio una fuerte palmada en una de sus blancas nalgas.
- Vamos, putita – sonrió -, rompete el culo vos misma.
Paola se sabía inerme y deseaba terminar con aquello cuanto antes, por lo que empezó a mover lentamente sus caderas clavándose la vara de carne del negro con los ojos desorbitados. Santiago la alentaba sonriente.
“Que buen culo de puta que tenés, Paola”; “Un poco más, culona”; “te voy a llenar el orto de leche, chupapijas” o “Se lo dedico al cornudo de tu marido”
Para su sorpresa, Paola descubrió que las humillantes palabras que le profería Santiago empezaban a excitarla; el dolor de las embestidas comenzaba a disminuir al tiempo que era poseída por el salvaje placer carnal. Su culo respondía abriéndose cada vez más, engulléndose esa poderosa verga. Entonces Santiago la tomó de sus caderas y se la clavó hasta el fondo. La mujer dio un respingo.
- ¡¡¡Ooofffhhhgggg!!! –gimió Paola, con los ojos desorbitados.
El negro empezó a moverse y pronto notó que su pedazo entraba y salía con tal facilidad del culo de la promotora que observó para ver si por error no se la estaba metiendo por la concha. Esta a su vez asimilaba las fuertes enculadas masticando con fuerza la bombacha metida en su boca. Santiago cada tanto escupía un espeso gargajo sobre su pija para lubricar la penetración, aunque a esas alturas ya no era necesario.
- Siempre quise hacerme un culo del Bikini Open, Paolita – farfulló extasiado Santiago, sin detenerse.
De repente, a la cabeza de la vendedora regresaron fugazmente las lascivas miradas y las expresiones procaces que le dirigieran en aquel concurso y sintió la inminencia de un fuerte orgasmo. Esa catarata de placer amenazaba con desbordar su cuerpo y sus emociones.
- ¡¡¡Oiii acadaaaarrr!!! Aaahhh… - masculló Paola con los ojos en blanco.
- ¡Y yo, putita, uuuhhh! – gimió Santiago.
La corredora empezó a corcovear como lo haría una yegua al tiempo que el joven descargaba dentro de su abierto culo un fuerte e interminable chorro de semen caliente. Paola sintió todo ese liquido penetrar en su entrañas y se dejó caer, semidesvanecida, sobre la mesa. Su cuerpo sencillamente no le respondía.
A su vez Santiago se retiró lentamente de su retaguardia y se asombró al ver el dilatado ano de Paola abierto en toda su dimensión; estaba seguro que su mano entera cabría ahí dentro. Entonces Paola soltó un sonoro pedo que expulsó parte del semen de su interior. El negro manoteó su teléfono celular y sacó una foto que retrataba el culo abierto de la corredora chorreante de leche. Santiago estiró su mano y le sacó la bombacha de su boca.
Le dolía todo el cuerpo, especialmente su culo y sus piernas. Santiago la ayudó a incorporarse. El muchacho le hablaba y ella asentía, extraviada. Luego la ayudó a vestirse y minutos después ya estaban en la puerta del negocio.
- ¿Cuánto ganás en este trabajo? – preguntó Santiago refiriéndose a su empleo en la distribuidora de películas.
Paola se lo dijo.
- Una miseria, putita. Yo tengo algo mucho mejor para vos. Ya te contaré.
Se despidieron. Paola se alejó despacio, intentando no tambalear. Le costaba caminar y sentía el culo lleno. De pronto sintió algo líquido corriéndole muslos abajo. A través de la pollera se dio cuenta que no llevaba bombacha. Entonces bajó disimuladamente su mano y se percató que tenía la bombacha hecha un bollo y bien metida en el culo. Se dio vuelta observando hacia el negocio y descubrió a Santiago que la despedía sonriente, saludándola con una mano.
...Hermanito, ya no sigas. No sabes lo que haces”.-Me decía llorando Astrid.
Yo, cegado me dije a mí mismo que si ya había llegado hasta ahí, no podía irme sin meterle el polvo...
Relato erótico enviado por charly_bo el 11 de June de 2012 a las 00:00:02 - Relato porno leído 247212 veces
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Comentarios enviados para este relato
katebrown
(18 de October de 2022 a las 21:57) dice:
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(18 de October de 2022 a las 19:30) dice:
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(12 de January de 2013 a las 23:17) dice:
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(12 de January de 2013 a las 23:17) dice:
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