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Cómo me cogí a tu madre ( CON fotos)

Cangreburguito Relato enviado por : Cangreburguito el 21/10/2014. Lecturas: 7722

etiquetas relato Cómo me cogí a tu madre ( CON fotos)   Confesiones .
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Resumen
Confesión a una jovencita.


Relato
Pues sí mi querida sobrina, por medio de estas palabras quiero confesarte cómo fue la primera vez que penetré (sexualmente) a tu querida madre.

Yo la conocí cuando aún era yo adolescente y ella, pocos años más grande, andaba ya con tu papá. Ambos eran novios en la prepa. Era ya muy bella, me gustaba desde entonces. Poseía una piel clara y tersa con algunas pecas de tono marrón en su fino rostro y espalda. De estatura baja, gozaba de una silueta muy femenina de marcadas curvas especialmente en muslos, caderas, trasero y pecho. Su rostro era especialmente hermoso cuando sonreía. Sus pechos ya eran notablemente suculentos años antes, incluso, de que te amamantara; grandes y turgentes.

Yo constantemente la veía de reojo cuando iba a la casa (aún como novia de tu padre). Desde el principio no le agradó a mi madre; ¿quién iba a pensar que el pendejo de tu papi iba a embarazarla quedando así unida para siempre a nuestra familia?

Cuando ella se mudó a nuestra casa para vivir con tu papá (trayéndote en su vientre), yo tuve que dormir en el sillón pues ella dormía con tu padre en el cuarto que antes compartíamos.
Ella iba al baño por las noches y yo no dudaba en salir caminando de puntitas y descalzo para asomarme por un huequito que tenía la puerta del baño (el cual tapaba con pasta de jabón para que nadie se diera cuenta de tal orificio).

Una vez le quitaba la tapa a dicho agujero, podía ver a tu mami sentada en el inodoro. Yo fantaseaba con la idea de que así como se sentaban sobre la taza del baño, esas nalgas se sentaran sobre mis piernas o, mejor aún, sobre mi propio rostro. Quería que me ahogara con tremendas carnes.

Tu mami se pasaba el tiempo leyendo revistas mientras hacía sus necesidades. Sus pantaletas reposaban a la altura de sus pantorrillas casi tocando el suelo; sus muslos apenas permitían vislumbrar un triangulo oscuro entre ellos y sus caderas se veían sumamente antojables, tan blancas y carnosas que me moría de ganas por tenerlas en mis manos y estrujarlas con avidez. Tu mamá era muy deseable, déjame decirte.

Con nerviosismo, temiendo por ser descubierto, pasaba minutos contemplándola mientras ella hacía del baño. Temía que mi madre o tu papá salieran en ese instante y me vieran allí así que mi corazón daba palpitaciones muy rápidas y tan fuertes que, inmerso en el silencio nocturno, yo las escuchaba retumbar.

A veces ella sólo orinaba así que no tardaba mucho, podía escuchar el chorrito caer en el inodoro hasta que un leve goteo lo daba por terminado. Ella tomaba un trozo de papel de baño y se secaba la parte de adelante; en esas ocasiones casi no podía ver nada pues se subía rápidamente su calzón mientras colocaba un trozo de papel higiénico cubriéndole la hendidura. Pero en otras, ella cagaba y tardaba más; yo podía oír sus pujiditos y eso me excitaba; pasaba varios minutos disfrutando de aquello. Me imaginaba su ano al dilatarse para liberar aquel grueso trozo de mierda.
Hubo veces que incluso podía escuchar sus pedos y me daba risa. Aunque, a decir verdad, eran pequeños, apenas un suspiro, breves escapes de gases intestinales durante su evacuación que apenas si se oían, eso me hacía pensar que aún era virgen del ano, pero, ¿quién sabe? Lo cierto es que yo la deseaba tanto que me hacía chaquetas en honor de aquel huequito todas las noches.

Cuando tú naciste y ella te amamantó, no sabes cuánto te envidié al ver cómo le mamabas las tetas con aquella fruición que amenazaba con dejarla seca. Quería ser yo quien le agotara la leche de sus hermosos pechos. Pero no fue sino hasta que ella misma suscitó la situación que realmente pude ver aquellos pechos desnudos.

Tal ocasión quedó muy marcada, pues fue en un año nuevo. Como era habitual la celebración había consistido en una cena que tu mami preparo (como siempre riquísima) estando sólo los cinco (tu abuela, tu papi, tu mami, tú y yo) en casa. Siendo ya las dos de la mañana nos dispusimos a ir a dormir.

Apenas me había acabado de poner mi pijama cuando escuché a tu madre acercarse a la sala. Ella también ya estaba vestida con su ropa de dormir: una camiseta un tanto desgastada y un pantalón de pijama. Me sorprendió verla allí en ese momento.

—Oye, quería preguntarte si no has visto algo... unas bolitas chinas. Creo que las dejé en el baño pero no las encuentro —ella me dijo.

—Ah, sí claro —le dije al mismo tiempo que iba por ellas.

Hacía dos días me las había encontrado, en efecto, en el baño y me llamaron la atención. En principio pensé que se trataría de unas bolas para jugar y que quizás eran tuyas, pero se me hizo raro encontrarlas ahí.

Cuando se las di, tu mami me vio con una sonrisa pícara y mirada maliciosa en el rostro.

—¿Y acaso sabes para qué son?

Yo dudé sin poder responder.

Cuál fue mi sorpresa cuando ella, mientras volteaba para asegurarse de no ser vista por nadie más, se bajó el pantalón del pijama y posteriormente sus pantaletas para introducirse una a una aquellas bolas unidas por un hilo en su vagina.

Yo me quedé azorado, mientras veía que las mencionadas bolas habían desaparecido y que tan solo el hilo escapaba de sus labios vaginales colgando libremente entre sus piernas.

—Sirven para ejercitar la vagina y así recuperar elasticidad después del embarazo. ¿Quieres que te demuestre que bien aprieto? —me dijo con una mirada que sólo puedo definir como de diablilla.

Supongo que la veía con la boca abierta después de que ella me dijo eso, pues no era para menos. Tuve que hacer un esfuerzo tremendo por no saltar del puro gusto. Iba a hacerlo con esa mujer de tez clara, senos prominentes, trasero abundante, de piernas muslonas y caderonas. ¿Por qué ella hacía eso? Poco me importaba, lo importante era que en unos segundos mis deseos se harían realidad, me la iba a coger (o más bien ella a mí, pues fue de ella la iniciativa).

Sus ojos marrones brillaban con un destello sensual que en conjunto con la expresión de su boca, una boca de labios que se habían inflamado por el deseo prometían una succión fenomenal.

Se acercó a mí entreabriendo su boca y su lengua se incrustó en la mía. Sentí como aquella puntita de su húmeda y carnosa lengua exploraba mi interior bucal recorriendo mis muelas y dientes. Fue algo único, una experiencia totalmente nueva para mí. Creí que iba a comerme, a tragarme de un bocado; la sentí total dueña de mí. Fundimos nuestras lenguas entre sí, bebiéndonos mutuamente nuestra saliva, respirando nuestros alientos uno a otro; por primera vez en mi vida me sentía un hombre de verdad y no un chiquillo.

Ella misma llevó mis manos a rodear su propio cuerpo y yo me afiancé inmediatamente de sus turgentes nalgas. Al sentirlas por primera vez pensé que eran demasiado para mí, eran enormes. Sentí las curvas firmes de su cuerpo aplastarse contra el mío y se me debilitaron las piernas.

Pese a que mis manos se sentían muy bien al estar bien aferradas de sus frondosas nalgas no dejaron pasar el momento de recorrer su cuerpo en caricias que inevitablemente descendieron de nuevo a lo largo de su curvada espalda hasta encontrar nuevamente con aquellos duros e idénticos globos de carne. Los sobé y apreté mientras que ella dejó escapar un gemido como de gatita ronroneando.

Mi miembro se había puesto duro y grande y sentí como rosaba con sus rollizos muslos restregándose contra ellos.

Desvestirnos fue cosa de segundos pues la situación así lo propiciaba. Nos dejamos caer en el sillón. Fue ella quien quedó arriba, echándose sobre mí como una gata en celo. Sentí las puntas de sus pezones marrones y, especialmente el gran volumen de sus tetas, tetas duras y firmes (pese a tu lactancia). Tetas que aún daban leche y que yo no desperdicié.

Tu mami avanzó su mano izquierda y sus finos dedos recorrieron de forma rápida mi piel, acariciándola con las tibias yemas, explorando mi cuello, mi espalda y mi bajo vientre. De pronto agarró mi sorprendida mandarria, la estrujó frenéticamente, masajeándola de arriba a abajo, mientras vagamente sentía que los dedos de su otra mano jugueteaban con mi rostro y orejas, introduciéndose en mis oídos. Mientras tanto, yo sentía que el mundo desaparecía. Fue entonces cuando abriendo sus labios voraces cazó con su deliciosa boca mi palpitante verga y tuve la sensación de perderme en el infinito.

Su boquita traviesa sorbió varias veces mi virilidad. Recorría con ímpetu toda la longitud de mi miembro devorándolo con hambriento placer.

Sentí que iba explotar y, para evitar ese precipitado final, hice escapar mi verga de aquella boca aterciopelada y fresca. Ella se merecía que se los echara todos dentro, pero de su maravillosa vagina. «Así es, tu hermana en realidad es mi hija.»

Ella tomó mi lugar en el sofá y se recostó. Al tenerla ante mí acaricié su tersa piel, fina suave, delicada. Me recreé contemplando su figura, especialmente ese par de chichotas tan grandes. Mordí sus pezones que cobraron rigidez en mis labios. Los mordí, los sorbí, los chupé, y lo mismo hice con su capuchón que resguardaba su pequeño clítoris. Parece que aquél era el botón para encenderse ya que mientras lo estrujaba y lamía ella se contrajo y apretó con fuerza mi verga con una de sus manos.

Respirando entrecortadamente me dijo:

—¡Penétrame!

Mientras yo me colocaba encima de ella tu mami tomó enérgicamente mi mandarria (así es como ella le llamaba) por propia mano y se la introdujo solita dentro de su húmeda cavidad.

Comencé el mete y saca con lentitud pero poco tiempo transcurrió para que aquél instrumento se convirtiera en un pistón que con pasión entraba y salía de su lubricado túnel de felicidad (del que, por cierto, saliste tú también). Los movimientos de ella se convirtieron en un huracán y sus jadeos llenaron la habitación.

En susurros me decía:

—No te detengas... penétrame, sigue, sigue... ¡sí, así!

Traté de alcanzar uno de sus pechos con mi lengua y ella, al notarlo, muy generosamente alzó con su mano aquel globo de carne para que mi boca lo disfrutara.

—Mámala, muérdela... esa teta es toda tuya —me dijo.

Lo hice como si fuera un lactante hambriento. Tu mami exhaló unos débiles gemidos revelando que disfrutaba de un verdadero orgasmo. Para mí la venida fue algo sensacional y tuve la sensación de que mis disparos de semen le llegaron hasta lo más profundo.

—¡Qué rico...! —ella dijo mientras me apretaba con sus fuertes muslos y piernas para aprisionarme en un rico apretón vaginal.

En realidad aquel ejercicio que hacía con las mencionadas bolas chinas había tenido efecto. Pues en verdad que apretaba rico (pese a tu nacimiento).

Pues hasta aquí mis palabras, ya te imaginaras que aquella no fue la única ocasión en que disfruté de tu madre y, como ya te confesé, tu pequeña hermana no es hija de tu papi, (esa es mi segunda confesión) por ello es que son tan diferentes.

En fin, me despido deseando que tú heredes los mismos atributos de tu progenitora (y sus mismas habilidades).

Bye.



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