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Cogida furiosa con el cuidandero de la finca

Relato enviado por : Anonymous el 11/06/2015. Lecturas: 7456

etiquetas relato Cogida furiosa con el cuidandero de la finca   Fantasias .
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Resumen
Cogida furiosa con el cuidandero de la finca


Relato
Hace poco tiempo compre una propiedad en las afueras de la ciudad. Una finca de diez hectáreas de tierra con prados fértiles, porciones de terrenos altos y bajos, algunos con espesa vegetación que hacen del paisaje un paraíso natural. Mi esposa y yo lo frecuentamos todos los fines de semana. No tenemos hijos por lo que disfrutamos con más tiempo las visitas a ese paradisíaco lugar. Para el cuidado de algunos animales que tenemos y de la vigilancia, contraté los servicios de Manuel, un campesino del vecindario que se desempeña muy bien en sus labores.
Por lo regular Manuel se mantiene ocupado en el corral de las vacas y atendiendo las necesidades de la finca y cuando nosotros llegamos casi siempre nos bañamos en un pequeño arroyo que ha crecido del manantial natural, con una caída de agua de unos tres o cuatro metros que le da al paisaje un toque romántico, donde se ha formado una pequeña caverna que nos sirve para ocultarnos cuando nos desnudamos para disfrutar de la intimidad.
En una ocasión, mi esposa se me adelantó porque tenía algunas cosas pendientes por hacer, por lo que le pedí el favor de que llegara primero para que organizara la casa. Había decidido tomar un baño sola, donde acostumbramos a hacerlo siempre. Sin el menor recato puesto que sabía que Manuel se mantenía ocupado en sus menesteres.
Lo que no sabía ella es que cuando yo llegué a la finca, lo hice tan sigilosamente para que no se percataran de mi llegada. Me bajé del auto y como no encontré a nadie supuse que encontraría a mi mujer bañándose en el arroyo, con tan grande sorpresa que encontré asomado entre los arbustos a Manuel, completamente desnudo observando a mi mujer que se bañaba mostrando sus enormes y erectos pechos. Tenía en su mano una enorme porción de carne erecta, masturbándose. Un miembro del tamaño de la verga de un caballo, tan grande que hasta me hizo sentir envidia.
No hice ningún ruido ni movimiento brusco para que Manuel no se percatara de mi presencia. Bordeé el arroyo por otro lado para que mi mujer me viera y sabiendo que él la estaba mirando le pedí que saliera completamente desnuda del arroyo. Mi mujer es una diosa, con un hermoso cuerpo, una gran elegancia y mucho porte, es sencillamente hermosa. Me imaginé a Manuel eyaculando al ver esa gran escultura.
En la noche le pedí a mi esposa que enfriara vino y consiguiera dos copas, nos reunimos en la terraza para ver el camino de luces que forman los autos cuando pasan por la carretera que se puede apreciar a la distancia. No había podido abandonar de mi mente lo que había visto a mi llegada y al calor de los tragos le conté. Ella sonrió a carcajadas y me dijo que no lo podía creer. Y es cierto, Manuel, un campesino de treinta años, fornido y de una estatura aproximada de un metro con ochenta, es un hombre más bien tímido, de pocas palabras y gestos; obediente y muy responsable, no parecía que fuera una persona de desconfiar. Pero lo que más me extrañó es que a mi esposa no le importó lo que le conté, es más, me pareció que lo disfrutaba. Saberse apreciadas es una de esas cosas de mujeres. No se escandalizó y lo tomó de lo más natural. De hecho, mi esposa es una persona muy liberal, sobretodo en cuestiones de género y de sexo, tanto, que sin pena ni vergüenzas hemos fantaseado muchas veces situaciones en las que involucramos a un tercero. Fantasías que nunca habíamos llevado a la realidad, hasta ese día.
Después de una botella, vino la otra y la otra. Con los tragos en la cabeza empezamos a hablar y a fantasear acerca de que cómo actuaría yo si me la encontraba follando con Manuel. Yo no pude hacer otra cosa que proponerle que invitáramos a Manuel a tomar una copa a lo que aceptó sin pensarlo. Noté que la idea la excitaba, vi como sus ojos hermosos empezaron a brillar más de lo acostumbrado, sabía que en su mente empezaba a desarrollar una de nuestras fantasías.
Llamé a Manuel, no tuve que levantar la voz porque estaba muy cerca. Se acercó con cautela para atender mi llamado y le pedí que se sentara, aceptó la copa de vino que le ofrecí y me dijo que nunca había tomado de eso, sin embargo no dejó ni una gota en la copa. Empezamos a hablarle de cosas triviales para que fuera tomando confianza. Al oído mi esposa me sugirió que le sirviera más de seguido y a más cantidad que nosotros para que se desinhibiera, cosa que resultó positiva. A los pocos minutos Manuel estaba hablando de ordeño, de vacas paridas y de cercas como nunca lo había hecho.
Mi esposa y yo estábamos frente a él, muy juntos sentados en el sofá. Ella se había cambiado de ropa y se puso una faldita de esas muy reducidas que le hacía resaltar el volumen de sus hermosas piernas. Una blusita amarrada con lazos a la cintura, sin brasier dejaba ver sus voluptuosos senos. No se había puesto interior y de vez en cuando entreabría las piernas y en ocasiones se levantaba a servir el trago, se agachaba con la cara frente a mí y exponía el trasero a Manuel con el fin de ver su reacción quien disimuladamente y notoriamente nervioso tiraba un vistazo creyendo que yo no lo notaba.
De vez en cuando él servía de la botella y su estado de alicoramiento era tal que ya contaba chistes pero no podía disimular que en su entrepierna empezaba a formarse una protuberancia. Por encima de su pantalón podía apreciarse que estaba bien dotado. Mientras, yo empecé, en complicidad con mi mujer, a simular que estaba borracho y así poder saber hasta dónde era capaz Manuel de llegar.
En un momento le hice señas a mi esposa para que se pasara al sofá de Manuel y ella empezó a darle trago en la boca y a seducirlo, mientras yo fingía haber quedado dormido.
Con los ojos entreabiertos pude ver como mi mujer empezó a tocarlo por encima del pantalón, sobre la entrepierna ya no podía sostener más tiempo esa monumental porción de carne encarcelada en su calzoncillo. Ella bajó del sillón y de rodillas mordisqueaba la silueta formada como una carpa de circo. Mi mujer le abrío la cremallera lentamente para que asomara una parte de su polla, al asomar la cabeza le pasó la lengua una y otra vez. Con evidente desespero le bajó el pantalón por completo para que quedaran expuestos en su totalidad y al aire libre los treinta centímetros de verga. A mi esposa casi se le salen los ojos de la impresión, en su vida había visto una polla tan grande. Con ansia se la llevó a la boca y succionó la cabeza prominente de ese espécimen animal.
Una verga de ese tamaño solo se puede comparar con la de un asno. Calculo un poco más de treinta centímetros de largo, un diámetro de cinco a lo menos, un pedazo de carne recto y digno de admirar.
Mi esposa ya no me miró más, con razón. Se enloqueció lamiendo y chupando ese fenómeno de miembro, casi no lo podía tomar entre sus manos.
Manuel, entretanto, pensó que yo estaba dormido. Gemía ante las succiones poderosas de mi esposa. Ya le había quitado la blusa y había dejado al descubierto sus pechos duros y hermosos. Sus pezones estaban rojos y erectos de la exitación. Mi mujer también gemía de tanto placer.
Manuel, con la misma habilidad con que seguramente enlaza un novillo, soltó de la cintura de mi esposa la diminuta falda. Ella estaba completamente desnuda y con las piernas abiertas. Manuel no esperó un minuto más y con sus dedos entreabrió los labios carnosos de la vagina de mi mujer, desde el sofá donde yo estaba se podía apreciar los líquidos que emanaban de ella. Estaba completamente excitada.
Mi esposa, quitó del todo la ropa de Manuel. Parecía desesperada. Al igual, cuando lo vi por primera vez desnudo, su cuerpo musculoso y lleno de vigor levantó a mi esposa entre sus brazos con tanta facilidad que le dio media vuelta, quedando mi mujer boca abajo en el aire, sostenida entre sus brazos, quedando su boca a la altura de su miembro, El metió su cara en el chocho húmedo y empezó a lamer el clítoris rosado, movimientos circulares de su lengua alrededor de su clítoris causaron una fuerte reacción excitante en mi hembra, que gritaba de placer. Ella, por su parte, sostenía como podía con sus dos manos el voluminoso músculo que frotaba hacia adentro y hacia afuera con mucho vigor. Exploraba con su lengua e inundaba de saliva toda su extensión provocando gemidos de placer en Manuel.
Un sesenta y nueve en el aire permitía a ambos el goce de cada uno. Mi esposa ya no podía más y le pidió a Manuel que la penetrara. Cuánto espectáculo pude apreciar. El, sentado en el sofá, recibió de frente a mi amada esposa que se derretía por introducir aquel enorme pescuezo en su agujero. Ella misma dirigió el tentáculo hacia la estrecha entrada de su chocho ansioso que lubricó con saliva e introdujo la cabeza poco a poco, centímetro a centímetro se la fue clavando ella misma en su humanidad, una y otra vez hasta que se la enterró toda por completo. Ella experimentaba uno tras otro orgasmo en cadena, reblanqueban sus ojos con cada penetración mientras Manuel con sus enormes manos acariciaba sus tetas y nalgas. Uno de sus dedos con frecuencia masajeaba la entrada del culito de mi mujer. De vez en cuando sacaba su vástago y daba ligeros golpecitos con el sobre el clítoris erecto. De la vagina emanaban abundantes jugos internos indicando que la exitación de mi hembra había alcanzado los máximos niveles. Ella sin duda lo estaba disfrutando.
Yo creía que ese vástago no cabría en su fosa. Pero hasta el pegue, los treinta centímetros de masa entraron en su cuerpo, creando una inimaginable explosión de éxtasis. Mi mujer entreabría y cerraba los ojos, como en un acto de convulsión su cuerpo vibraba. Esa espada humana entraba y salía con potencia. Manuel, agarraba todo lo que podía al mismo tiempo, tetas, nalgas, ano. Besaba frenéticamente como si nunca lo hubiera hecho.
Se detenía por momentos y cambiaba de posiciones. Cuando mi mujer le pidió que se lo introdujera, ella en posición de cuatro patas, pude apreciar su punto de erección más alto. En esa posición se podía ver el hueco dilatado que había provocado su verga. La introdujo toda, sin dejar un centímetro afuera. Mi mujer sudaba y a veces detenía como podía las embestidas de Manuel, quien en su arrebato perdía por momentos la dirección y resbalaba su viril miembro sobre los mojados labios de la vagina. Incrementó el ritmo de las embestidas a mil revoluciones cuando estuvo al punto terminar, tomó por la cintura a mi esposa con fuerza y sobrevino una explosión conjunta, mi mujer y él coincidieron en sus orgasmos. Ella apretaba con sus dientes uno de los cojines para no gritar mientras que la potencia de él se desvanecía. Terminó dentro de la vagina de mi bella amada que quedó exhausta tirada sobre el sofá, con un hilillo de leche que salía de su hueco pulsante. Un litro de leche quedó depositado en su chocho. Desenfundó su enorme miembro de asno y lo llevó hasta la boca de mi esposa quien lamió hasta quitar la última gota de semen.
Yo, aparentemente, seguía dormido. El, se puso su ropa, tomó el contenido de la última botella de vino y se marchó a sus habitaciones. Cuando desapareció, me incorporé de mi sillón y la ayudé a levantarse, yo tenía mi verga parada y estaba tan excitado luego de apreciar tremenda culiada. No pude culiarme a mi mujer durante una semana, después de cinco días no consentía ni que la tocara por sus partes. No quería saber en esos días nada de verga, ya había tenido suficiente con la de Manuel que le había roto el chocho con su enorme pedazo de polla.

Manuel, al día siguiente, solicitó su renuncia. Yo se la acepté. La vergüenza no lo dejaba mirarnos a los ojos.

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Categoria: Fantasias
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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 21:21) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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