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Culeando en el parque

Relato enviado por : Anonymous el 01/12/2011. Lecturas: 5937

etiquetas relato Culeando en el parque   Amor filial .
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Resumen
De cómo me levante a un tremendo puto y lo abotoné en un parque


Relato
Qué cosa más rica que es cogerse un buen puto, de esos que son bien maricas, que gozan de verdad por el culo y que deliran de placer cuando un macho caliente les tapona el hueco con la pija bien hinchada y los bombea gustoso hasta hacerlos acabar.
Me encantan los trolos, esos que son exageradamente afeminados, cuya putez se les nota en la cara, en la mirada, en la voz y hasta en cada uno de sus gestos. Me gustan los buscones, los que disfrutan de saberse deseados y que cuando un tipo les cabe no dudan en irse con él. Puedo estar triste, lleno de preocupaciones, muy cansado o deprimido, pero la posibilidad de llevarme a un marica a la cama o a los yuyos siempre me levanta el ánimo.
Entre mis muchas anécdotas de tales lides recuerdo con especial calentura cierta noche de primavera en Buenos Aires, ciudad en la que se ha desarrollado la mayoría de mis aventuras sexuales, quizá por eso de que estar en un lugar que no es el tuyo te desinhibe.
Eran casi las dos de la mañana cuando regresaba de cenar en la casa de unos amigos en Palermo. Había bajado del micro en San Telmo, barrio donde estaba mi hotel. Mi idea era tomarme una pinta de cerveza helada antes de irme a dormir, pero al llegar a plaza Serrano me encontré con todo cerrado. Me llamó la atención, aunque en verdad era temporada baja y un día a mitad de semana, no recuerdo si martes o miércoles. En fin, resolví ir a descansar. Caminaba por Defensa cuando, a media cuadra del cruce con Brasil vi caminar por mi misma vereda y en sentido contrario una figura que parecía una mujer, no obstante al acortarse la distancia me di cuenta de que no lo era, pero tampoco un travesti. Se trataba de un marica, habrá tenido alrededor de treinta años, como yo, flaco, morocho, de cabello teñido y muy enrulado, que levantaba con una bincha de colores. Vestía unos pantalones también chillones, ojotas y una campera de nylon bajo la cual usaba una remera del tipo pupera, que dejaba al descubierto su ombligo. Tenía unas formas bastante andróginas, sin embargo lo que más me gustó fue su cara de mulato, con boca grande y de labios gruesos, pómulos salientes y ojos grandes, lo que en conjunto le daban un aire de tremendo maricón. Al pasar junto a mí me miró de una manera sugerente, a lo que respondí con un piropo.
- ¡Qué ricura!
- ¿Qué te pasa? –espetó de inmediato, con aire desafiante.
Era más bajo que yo y, como dije, muy delgado. Adoptar aquella actitud me llevaría más tarde a analizar cuestiones vinculadas a la conducta humana, ya que si en realidad su intención hubiese sido retarme, por más artes marciales que supiese no era rival para mí y en dos golpes lo hubiera dejado tirado. No lo pensé así en ese momento, pero mi conclusión ulterior fue que en ese breve cruce se había percatado que mi manera de mirarlo no fue hostil, sino de deseo, y que el haberse detenido obedecía a comprobar hasta dónde llegaría yo.
- Que sos una ricura, eso dije.
- ¿Te estás burlando de mí? –agregó, con el mismo tono.
- Para nada, pero si te ha molestado mi elogio te pido disculpas.
- Bueno, no me ha molestado –continuó, cambiando su postura por una más relajada-, lo que pasa es que estoy acostumbrada a que me digan otras cosas por la calle.
- ¿Ah sí? ¿Cómo cuáles?
- Como puto de mierda, maricón reventado, cosas así.
- ¿Y quién te las dice?
- Los tipos, me gritan desde los autos o cuando están en barra, nunca cuando van solos.
- ¿Sabés qué? Puede que en realidad piensen una cosa muy diferente a lo que te gritan, y que no te la digan cuando están solos por temor.
- ¿Temor a qué?
- A reconocer que en realidad les gustás.
- Ahá… ¿y cómo es que vos te animás estando solo?
- Porque yo no tengo problema en decírtelo, a mí me parecés una ricura.
- ¿Y por qué te parezco una ricura?
- Si querés te cuento, ¿o vas muy apurada? Perdón, apurado.
- Más o menos, contame.
- ¿Vamos al parque? Compro una gaseosa y charlamos un rato, ¿sí?
- Dale –aceptó, tras un instante de duda, y se sumó a la dirección que yo traía.
Antes de la esquina había un kiosco, en el que compré una Fanta Naranja tras consultarle a mi nuevo amigo qué deseaba beber, tras lo cual nos dirigimos al parque Lezama. Nos adentramos en la oscuridad de aquel paseo público con cierto recelo por parte del marica, ya que a esa hora no se veía a nadie y algunos riesgos podrían acecharnos, por lo que le mostré la pistola que llevaba conmigo.
- ¿Qué, sos policía? –se alarmó un poco.
- No, soy ejecutivo de una empresa que me autoriza a portar armas para mi protección. Quedate tranquilo que estando conmigo no te pasará nada.
Tras buscar unos segundos dimos con un banco ubicado en lo más recóndito del parque. Allí nos sentamos a horcajadas, como montando un caballo, llegándonos las luces de la calle y de alguna que otra mortecina lámpara ubicada en el sector.
- Me llamo Sergio, ¿cuál es tu nombre? –le dije.
- Agustín, pero mis amigos me dicen Agu.
- ¿Y qué hacías a esta hora en la calle, Agu?
- Volvía de comer en casa de unos amigos.
- Mirá vos, yo también, estuve en Palermo.
- ¿Vivís por acá?
- En un hotel que está por Brasil. ¿Así que te molestó que te dijera ricura?
- No, al contrario, pero primero pensé que eras un boludo que me estaba molestando.
- Pasa que a mí me gustan mucho los chicos como vos –le dije en un tono más íntimo, acariciándole la cara y pasándole el pulgar por los labios.
- ¿Ah sí? ¿Y para qué te gustamos? –quiso saber, adoptando una actitud sugerente.
Acto seguido le busqué la boca con la mía y le di un largo beso que él respondió con mucha ternura.
- ¿Vos qué pensás?
- ¿Te calentamos?
Sin dejar de besarlo le tomé una mano y me la llevé a la entrepierna, haciendo que me agarrara el bulto.
- Sentí, la tengo dura desde que te vi.
- ¿Me la dejás ver? –pidió.
Como respuesta abrí mi bragueta y acomodé lo suficiente el pantalón y el boxer como para que la pija quedara a su merced. Agu me la agarró y volviendo a besarme comenzó a masturbarme suavemente.
- Larga y gordita… -murmuró entre besos-… ¿puedo…?
- Sí, podés.
El puto echó el culo hacia atrás para poder inclinarse y entonces se metió toda la verga en la boca, comenzando a regalarme una inolvidable mamada. Luego de asegurarme que tenía mi pistola al alcance de mi diestra, usé esta mano para acompañar sus movimientos y obligar a que le entrara lo más posible mi miembro en la boca. Había comenzado a gozar de aquel rico trolo y estaba dispuesto a sacarme todas las ganas, por lo que al mismo tiempo me mantenía alerta para bajar de un balazo al primer vándalo que quisiera aprovechar la situación y atacarnos por sorpresa. Así fue cómo me recosté en el banco y gocé de aquella maravillosa chupada mientras oteaba en la oscuridad para detectar cualquier peligro. El momento de mayor indefensión lo tuve al acercarse el orgasmo, durante el cual me abandoné unos segundos al intenso placer de sentir cómo me saltaba la leche. Resultó ser uno de esos breves momentos que al mismo tiempo parecen eternos, y que deseamos que así lo fuesen, y vaya si lo disfruté, cerciorándome de inmediato que seguíamos solos y tranquilos.
- ¿Te gustó? –preguntó, relamiéndose como una gata recién comida.
- Me encantó –respondí, enterándome de que se había tragado toda mi acabada.
- Te cuento algo –le dije-. Soy bien machito y no te puedo devolver el favor haciéndote lo que me hiciste, ¿entendés?
- Sí que te entiendo, me gusta que seas así.
- Pero me gustaría que me dejaras hacerte otra cosa.
- ¿Qué cosa? –se interesó, entusiasmado.
- Vení que es un secreto –y al oído le susurré-. Chuparte ese culazo infernal. No sabés las ganas que me dieron de comerte el rosquete.
- ¡Sos un hijo de puta! –murmuró, para luego comerme la boca de un chupón-. Si me hacés eso me dejo hacer lo que se te ocurra.
- Mostrame el orto entonces.
El puto desabrochó su pantalón, se arrodilló luego sobre el banco, dándome la espalda, y se bajó la ropa, slip incluido, hasta las rodillas, ofreciéndome un culo muy grande en proporción a su delgadez. Nalgas gordas, redondas, suaves y tibias, bajo las cuales pude vislumbrar el pequeño pene de Agu, que sin embargo estaba erecto. Metí los dedos de mis dos manos en su raya y como si me dispusiera a abrir una puerta doble y corrediza que estuviera trabada, separé lo suficiente sus nalgas para verle el ano. Ni Agu sabría cuántas vergas había conocido aquella cueva que sin embargo simulaba estar cerrada. Su argollita era de un marrón mucho más oscuro que su piel. Junté sonoramente mucha saliva que luego escupí hasta dar de lleno en aquel hueco, para luego desparramar la baba por toda la raya, caricia que hizo gemir de gusto al trolo, especialmente cuando le hice sentir la punta de mi lengua metiéndose en el orificio empapado. Luego usé mis labios como ventosa y me dediqué un buen rato a succionar. ¡Ah… por favor! ¡Qué delicia resultó saborear aquel culo pasivo tan caliente y hambriento! Me intranquilizaba un poco estar expuestos a cualquier granuja, más allá de que mi índice derecho no dejaba de tocar el gatillo del arma, pero al mismo tiempo el riesgo le daba un valor agregado a lo excitante de la situación. Me decidí entonces a que aquel levante casual no se limitaría al franeleo ni al sexo oral, sino que la haríamos completita.
Agu ya estaba pajeándose de lo lindo cuando le empecé a hurgar el culo con la lengua, bien adentro, metiéndole la saliva hasta lubricarle el recto. Mi poronga estaba nuevamente lista, bien dura y deseosa, por lo que abrochándome el pantalón, con la pija asomando por la bragueta, me puse de pie e hice que Agu me imitara, sin embargo no fue necesario que él también se prendiera la ropa, pues lo tomé en mis brazos, como quien levanta a su flamante esposa en la puerta de la alcoba conyugal, y me lo llevé unos metros más hacia la oscuridad, depositándolo con cuidado sobre la hierba. Acto seguido busqué en mis bolsillos la tira de profilácticos que siempre llevaba conmigo y con uno de ellos me enfundé la pija, acostándome junto a él, acomodándolo para adoptar juntos la pose de la cucharita. Levantándole la pierna derecha comencé a buscarle el orto con la verga y al encontrarlo lo empalé de un solo movimiento. En verdad que Agu tenía el culo un poco estrecho, pero el empellón fue lo suficientemente duro como para que el ancho de mi pija se abriera camino hasta que mis bolas oficiaron como tope.
- ¡Hijo de mil puta! –susurró, casi con bronca-. ¡Me rajaste el ocote!
¡Ahhh! ¡Glorioso! Es tan endiabladamente intenso e inexplicablemente fabuloso estar abotonado al ocote de un marica caliente, que me resulta imposible dar con las palabras para que el lector pueda comprender al menos un poquito el tremendo placer que siento cuando lo hago y que experimenté aquella madrugada, revolcándome en los yuyos con tan sublime puto. Qué maravillosas criaturas los gays, especialmente desde mi gusto los pasivos y afeminados, los putones, los mariconazos, apelativos que podrán sonar peyorativos, pero que me calienta usar y siempre con la más cariñosa y tierna de las intenciones, no podría ser de otro modo cuando tanto goce me dan. Y en ese instante mi mayor ansia era darle muchísimo placer a Agu, cuyo upite estaba hurgándole de manera cada vez más frenética. Aquel divino comepija acabó en un momento dado, ahogando sus gemidos lo más que pudo. Parecía que lloraba contenidamente, pero no, estaba gozando y a mí me complacía enormemente ser el motivo de tales sensaciones. Aún estaba eyaculando cuando decidí que era la mejor ocasión de hacer lo propio y, abrazándolo con mucha fuerza comencé a bombearlo casi con furia, sacudiéndolo. Debo confesar que estaba como poseído, me había invadido una extraña necesidad de meterme entero al cuerpo de aquel maricón y en mi delirio fantasee con prolongar eternamente ese instante, abotonados y sudados, tirados sobre el pasto y amparados en la oscuridad del parque Lezama, hasta que no pude más y también yo ahogué un grito cuando sentí que la segunda acabada de la noche saltaba a chorros de mi pija y llenaba el forro. Me pareció que estuve horas eyaculando, aunque lógicamente fueron segundos… segundos mágicos, llenos de morbo, calentura, placer… Luego el relax que nos llenó a los dos, y que usamos en buscarnos las bocas para brindarnos húmedos besos de lengua, aún abotonados. Nos quedamos así un buen rato, lamentando tácitamente haber acabado. Nuestro sudor se mezclaba, lo mismo que mi perfume de hombre y el suyo, ambiguo y dulzón. Finalmente nos desprendimos y me saqué el forro, pero antes de que me dispusiera a hacerle un nudo y tirarlo Agu me lo pidió y en la boca, engullendo aquel yogurt viril que resultara de nuestra cópula.
- Me encanta tu leche –me dijo.
Nos abrochamos la ropa, nos sacudimos los yuyos y salimos del parque. Lo acompañé hasta su casa, no muy lejos de ahí, y me invitó a quedarme a dormir pero le expliqué que debía madrugar, por lo que intercambiamos nuestros números de teléfono y quedamos en mantenernos en contacto. Nos volvimos a comer la boca en la entrada a su casa y la calentura volvió a anunciarse en ambos. Si me quedaba se me complicaría la jornada que en pocas horas comenzaría, por lo que decidí despedirme, pero con la clara intención de volver a vernos a la noche, y esta vez sacarme las ganas culeando a tan sabroso puto en su cama.

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elsablesagrado@gmail.com

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 21:02) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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