De como una criadita filipina, tras la muerte de su señora, domina al viudo y hace la vida imposible al joven hijo.
Relato
Esta es una verdadera historia de amor filial. Es el homenaje a mi mamá muerta y como honré su memoria ante la indiferencia e insensibilidad de mi padre y la ambición de su nueva compañera.
Me llamo Alejandro, tengo 14 años , vivo en un barrio céntrico de la ciudad y soy hijo único de un matrimonio de clase media. Hace menos de un año falleció mi madre tras una larga y penosa enfermedad, lo que supuso para mí, además de un tremendo dolor, un radical cambio en mi vida, como voy a probar a continuación.Cuando se diagnosticó su grave dolencia, mi padre contrató como criada fija en casa a una joven filipina de unos dieciocho años, bonita pero muy menudita, parecía una niña y tenía mi misma altura siendo yo un chico mucho más joven. Su misión era, además de realizar las tareas domésticas, atender a mi mamá, que pasaba casi todo el día en cama. Bety, que así se llamaba la criada, era muy reservada y poco habladora, tenía un cuerpo proporcionado y gracioso y siempre llevaba una faldita corta y unas coletas, que a mí me recordaba a una colegiala pizpireta con su rostro oriental y sus ojitos rasgados. Pronto empecé a ver que mi padre la trataba con excesiva amabilidad y compresión, disculpando sus muchos errores y olvidos, a veces en cosas tan serias como darle a mi madre puntualmente sus medicamentos o tener cuidado con no hacer ruido para no molestarla o no asearla convenientemente. Mamá, ya en las últimas, apenas se quejaba pero a mí me hervía la sangre al ver aquella desidia y sobre todo el pasotismo de mi padre que parecía que, con haber puesto una ayudante en casa, ya había cumplido con su obligación como marido.
Papá es un atractivo cuarentón, con un buen trabajo en una inmobiliaria , que cuida bastante su aspecto físico y que siempre tiene compromisos empresariales, motivo por el que justificaba su poca presencia junto a mi madre durante su enfermedad.
Una tarde, tras estar un rato acompañando a mamá, subí al trastero. Me gustaba aquel lugar porque me podía aislar del resto del mundo. Además, allí siempre encontraba cosas viejas y entrañables que me transportaban a mi infancia, además de tener allí escondidas las consabidas revistas porno, imprescindibles a mi edad. La buhardilla también servía de tendedero para secar la ropa, así que aprovechaba para excitarme tocando y oliendo las braguitas y sujetadores de
Bety, sobre los que me pajeé más de una vez, aunque después tuviese que lavar yo aquellas prendas para que no se diese cuenta. Pues estaba yo a lo mío cuando oí que alguien abría la puerta. Me escondí en uno de los recovecos del amplio desván, detrás de unos muebles viejos. Los que entraban eran Bety y mi padre. El aún vestía el traje de ejecutivo y traía su cartera de documentos, señal de que todavía no había entrado en la casa para interesarse por mamá. Ella, como siempre, llevaba puesta su faldita plisada y una ajustadísima blusa blanca, que resaltaba unos pechos redondos y turgentes. Empezaron a desnudarse. Mi padre mostró su cuerpo atlético forjado por horas de gimnasio, dejó caer su boxer y mostró un miembro grande y erecto. La criadita se lanzó sobre su cipote y se lo metió de golpe en la boca hasta las amígdalas, después le chupó los cojones. Empezó a chorrear saliva, como en las pelis manga, y mi padre lanzaba rugidos de placer mientras empujaba con las coletas. Al poco rato, la cogió en brazos, como si se tratase de una niña pequeña, y la sentó sobre una vieja mecedora . Le abrió las piernas y pude ver una pequeña conchita sin ningún pelito, casi infantil, en la que mi padre introdujo un dedo ensalivado. La filipina empezó a dar gemidos mientras apoyaba los muslos en los brazos del asiento para facilitar el tocamiento en vulva y clítoris. A continuación, mi papá metió la cabeza en la entrepierna de la chica y empezó a chuparle la almejita. Ella chillaba como una cerda parida. Cuando estuvo bien lubricada, mi padre la tumbó sobre una vieja colchoneta y le metió toda su chota en el coñito hinchado , mientras magreaba sus tetitas redondas y tiernas. Al poco rato ambos se corrieron; ella lo atenazaba por el culo con sus piernas exprimiéndole hasta la última gota de semen mientras caían por sus muslos sus propios jugos vaginales. Al sacar su verga mi padre pude ver como la leche salía a borbotones del juvenil chochito. Siguieron besándose con apasionamiento un buen rato, se vistieron y salieron del trastero, mientras yo excitadísimo me la meneaba hasta vaciar unos huevos a punto de reventar.A partir de aquel momento, la imagen de mi padre, hasta ahora íntegra para mí a pesar de sus defectos, se desvaneció por completo.
Falleció mamá y Bety fue poco a poco ocupando su lugar. Se hizo dueña y señora de la situación, gobernaba la casa, daba órdenes, cambió los hábitos cotidianos, gastaba lo que quería, dominaba a mi padre, a mí me trataba como a un perro ... y todo ello ante la mirada indiferente y pasiva de papá, al que parecía tener hechizado .Por supuesto, a la semana de la muerte de mi mamá, ya dormían juntos en la cama matrimonial. Yo los oía chingar como locos todas las noches, sin importarles que yo escuchara sus gritos y gemidos. Es más, yo creo que ella exageraba sus orgasmos para fastidiarme y darme a entender quién era la que controlaba la situación. Todo ello me recalentaba mucho, y yo me mataba a pajotes, a veces pensando en su cajeta depilada o incluso haciendo un trío con mi padre. Pero aquello no podía continuar así, de manera que en una de aquellas noches de insomnio mientras los oía follar como animales, urdí un plan para desenmascarar a aquella oportunista zorra asiática que, además de acabar con la salud de mi padre con tanto polvo y con su dinero, iba la acabar también con la relación entre padre e hijo.