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Doña Apolonia, la esposa del viejo maestro.

Relato enviado por : narrador el 28/01/2018. Lecturas: 10505

etiquetas relato Doña Apolonia, la esposa del viejo maestro.   Maduras .
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Resumen

Desde bien pequeño conocía a Don Francisco, y ya para esos momentos se encontraba retirado, su esposa Doña Apolonia, era unos cuantos años menor que él, y aunque jamás tuvieron hijos, era una señora que a los chicos del barrio nos trataba bien.



Relato

A medida que fui creciendo, vi como lentamente Don Francisco, se iba poniendo más y más viejo, mientras que a su mujer, parecía que los años le pasaban por encima, sin dejarle huellas. Ya de adolescente, mis amigos y yo, en ocasiones cuando Doña Apolonia sacaba la basura, usando una de esas batas amplias batas caseras, ya fuera porque la brisa se la levantaba, o al momento de botar la se le trepaba dejándonos ver aquellas firmes nalgas de la señora, todos la veíamos con ojos de deseo, de lo buena que estaba, aunque sin atrevernos a decirle nada por respeto a ella, y a su viejo esposo. Ya después que cumplí los dieciocho, Don Francisco ya debía tener como unos ochenta años, dejó de salir a caminar, ya que en las últimas ocasiones cuando aún lo hacía, ni idea tenía de como regresar a su casa. Doña Apolonia por su parte, y a pesar de tener más de cincuenta y tantos años, se veía y estaba entera. Cuando se arreglaba, para ir a misa, si no fuera por su cabello blanco, cualquiera pensaría que tendría cuarenta y tantos años, según se lo escuché a mi madre, decírselo a varias de sus amigas. Una tarde que yo regresaba de la universidad, al pasar frente a la casa de Don Francisco, salió doña Apolonia con su bata casera puesta, como de costumbre. Pidiéndome que le hiciera un favor. Sin pensarlo, le dije que sí, y a medida que fuimos entrando a su casa, me dijo que necesitaba ayuda para mover a su esposo, que se encontraba en la tina, mientras que ella lo bañaba. Fue cuando ella en broma me dijo, es que tiene una novia alemana, que no lo deja ni por un instante. Yo me sorprendí al escucharla, cuando ella al ver mi rostro me dijo. Quizás has escuchado hablar de ella, es bien famosa, su apellido es Alzhéimer. De momento como la vi tan seria al decirme eso, no caía en cuenta, de que Don Francisco tenía esa condición, hasta que lo vi completamente desnudo, mucho más flaco de lo que recordaba haberlo visto por última vez, con una mirada perdida, sentado dentro de aquella tina vacía. Ya en serio Doña Apolonia me dijo. Está casi hecho un vegetal, el pobre. Sin decir nada la ayudé a levantarlo, y sentarlo en una silla de ruedas, para llevarlo a su dormitorio, y ayudar a Doña Apolonia, a recostarlo en la inmensa cama matrimonial. Para luego ella arroparlo, y él quedarse sin decir, ni hacer nada, tal como ella lo dejó. En ese momento Doña Apolonia, me dijo. Ahora necesito que me hagas otro favor, si puedes. Yo sin esperar a que ella, me dijera de que se trataba, le respondí que sí. De inmediato, y estando de pie frente a mí, al tiempo que dejó caer la bata que tenía puesta, me dijo. Necesito que me des un masaje en la espalda, ya que por estar moviéndolo, creo que me la lastimé. Acto seguido, y como si fuera la cosa más normal del mundo, completamente desnuda se recostó bocabajo al otro lado de la cama. Yo la verdad es que me quedé sorprendido, al verla totalmente desnuda, con aquel peludo coño, lleno de canas, aunque que ya algunas de sus carnes, y sus tetas estaban algo caídas, no por eso dejaban de llamar mi atención, en cambio sus nalgas, estaban bien paradas y firmes, así como su plano vientre. Sin esperar que yo preguntase, comenzó a decirme, al tiempo que sacó se su mesa de noche un frasco de aceite. Te pones un poco en las manos, y me lo vas pasando por mi espalda, para luego seguir con mis caderas, y piernas. Pero si quieres para que no te manches la ropa, puedes quitarte la camisa, y hasta el pantalón. Yo seguí sus órdenes al pie de la letra, y ligeramente inclinado a un lado de la cama, comencé a pasar aquel aceite sobre su espalda, las caderas, y la parte superior de sus paradas nalgas. Cuando Doña Apolonia, me dijo. Sin levantar las manos continúa hasta mis piernas. Cosa que hice, bajo la pérdida mirada de su esposo. Lo que en gran parte, me incomodaba un poco, aunque sabía que él jamás iba a reaccionar de manera alguna. Pero a medida que seguí inclinado pasando mis manos, por todo el cuerpo de Doña Apolonia, ella me comenzó a decir, que desde que su marido, comenzó a enfermarse hace varios años atrás, una de las cosas que dejó de hacerle a ella, fue seguir dándoles esos masajes. En cierto momento ella separó un poco sus piernas, dejándome ver parte de su coño, al tiempo que me indicó, que le masajeara entre los muslos, cosa que apenas comencé hacer, la señora comenzó a gemir, discretamente. La posición en que me encontraba, resultaba algo incomoda, por lo que le pregunté si podía subirme a la cama, y colocarme tras de ella a la altura de sus rodillas. Apolonia con una cierta sonrisa en su rostro, y tras levantar ligeramente sus nalgas, me dijo que sí. Ya para esos momentos, tenía mi verga bien dura, aunque oculta bajo mi interior, pero al inclinarme sobre ella, y comenzar a pasar mis manos, a la altura de sus hombros, Apolonia sin dejar de sonreírse, me preguntó ¿Y que es esa cosa dura y caliente, qué siento sobre mis nalgas? Yo entre excitado, y avergonzado, me quedé en silencio, cuando ella llevó una de sus manos, y me agarró la verga, por sobre la tela de mi interior. Yo me quedé sin saber qué hacer, hasta que la esposa del maestro, hábilmente me los bajó, liberando a mi verga. Apolonia ante la pérdida mirada de su esposo, que estaba a nuestro lado, agarró mi verga, nuevamente levantando sus paradas nalgas, y sin mucho esfuerzo de su parte la dirigió, directo a su coño. Yo fui sintiendo, como fui penetrando, aquella vulva húmeda, y caliente. Hasta que nuestros cuerpos estuvieron en pleno contacto. Ya a partir de ese instante, aquella mujer comenzó a mover sus caderas, de una forma y manera, tremenda. Y entre gemidos, y cortos chillidos de placer, me dijo. Sabes que llevo mucho tiempo sin poder hacer nada tan rico como esto. Yo de cuando en cuando miraba de reojo a su marido, y él permanecía como si nada, con su pérdida mirada fija en nosotros dos. Mientras que yo gustosamente, seguía metiendo y sacando toda mi verga, del sabroso coño de Doña Apolonia. Sus gemidos, y chillidos fueron subiendo de tono, a medida que con fuerza yo seguía penetrándola, disfrutando plenamente de su cuerpo, sin importarme ya presencia de su marido, en la misma cama. Hasta que finalmente me vine, y ella por los gritos que pego, entiendo que disfrutó de un tremendo orgasmo. Yo al poco rato, me levanté fui al baño, y después de orinar, me lavé la verga. Ya estaba por ponerme a vestirme, cuando Doña Apolonia entró a lavar su peludo y canoso coño. Diciéndome, espérate no te vistas todavía. Y siguiendo sus instrucciones, así lo hice, pero sentado en una butaca, que estaba frente a la cama. Observando a don Francisco, que no hacía, ni decía nada. Cuando Apolonia regresó, sin decirme nada, se agachó frente a mí, agarró mi verga, y se la llevó de inmediato a su boca, poniéndose a mamar, por lo que en cosa de pocos minutos, me la volvió a poner bien dura, y sobre aquella misma butaca, la volví a penetrar por su recién lavado coño. Desde esa tarde, no había día que no pasar a visitarla. A los pocos días, me sorprendió, cuando al quedarse desnuda frente a mí en el sofá de la sala, mientras que el pobre Don Francisco, se encontraba acostado en su cama. Me di cuenta de que se había depilado su canoso coño, por lo que sin llegar a desnudarme, en ese mismo sofá, me dediqué por un largo y buen rato, a mamar su depilado coño, mientras que ella chillaba de placer, y restregaba mi rostro contra su cuerpo. Esa tarde Doña Apolonia, después de que la hice muy feliz al darle aquella sabrosa mamada, sugestivamente, comenzó a mostrarme sus llamativas nalgas, hasta que sin mucho esfuerzo de mí parte, dejó que la penetrase por el culo, al tiempo que yo apretaba su coño con una de mis manos. Doña Apolonia, me enseño muchas cosas, mientras que Don Francisco estuvo vivo, pero al él fallecer, en su funeral se encontró con viejo amigo de su esposo. Con quien se fue a vivir, después de vender la casa. El último día que la vi, me dio un tremendo abrazo, y un gran beso en las mejillas, diciéndole a su nuevo marido, que yo había sido como un hijo, para ella, mientras que Francisco estuvo vivo. Pero antes de marcharse, me entregó un grueso sobre, que al abrirlo después de que se marcharon, encontré que estaba lleno de cientos de billetes. Cosa que yo no espera. Gracias a Doña Apolonia pude comenzar con mi propio negocio, además de lo mucho que me enseño….


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Categoria: Maduras
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Si te ha gustado Doña Apolonia, la esposa del viejo maestro. vótalo y deja tus comentarios ya que esto anima a los escritores a seguir publicando sus obras.

Por eso dedica 30 segundos a valorar Doña Apolonia, la esposa del viejo maestro.. narrador te lo agradecerá.


Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 21:26) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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