Era temprano en la mañana, hablamos de alrededor de las ocho, salí como todos los domingos en la mañana “a pescar”, como dice un amigo. Me dirigía al centro de la ciudad, capital de un estado fronterizo, con lo cual quiero decir que el movimiento estaría al máximo. Esto me excitaba mucho, porque siempre me “sucedían cosas” y ...
Relato
Era temprano en la mañana, hablamos de alrededor de las ocho, salí como todos los domingos en la mañana “a pescar”, como dice un amigo. Me dirigía al centro de la ciudad, capital de un estado fronterizo, con lo cual quiero decir que el movimiento estaría al máximo. Esto me excitaba mucho, porque siempre me “sucedían cosas” con las aventuras amorosas que surgían de esos momentos o días de pesca. Pasé por la plaza central e iba rumbo al mercado popular, sitio clave para tirar el anzuelo. Era un día como todos, excepto para mi.
Tengo pareja, pero ésta mañana cuando la procuré me dijo haber pasado una noche terrible y que el malestar no le iba a permitir un buen desempeño “consumando el amor”. Para ella “consumar el amor” es lograr orgasmo con penetración, así que besos, amapuches, caricias, etc., es “hacer el amor”. Pero en esas disquisiciones filosóficas no entro. Soy más pedestre, lo mío es hacerlo con penetración o sin ella. Pero aquella mañana no se cumplió ninguna de las dos opciones, de tal manera que quedé sobrecargado… nunca mejor dicho. Así las cosas, como es de suponer mi necesidad era imperiosa, por eso me encuentro por estos lares, buscando resolver.
En un cruce de avenidas, dudé sobre si seguir la vía o cruzar rumbo a la estación principal del metro, pero por experiencia sé que el mercado proporcionaba mayor probabilidad de éxito. En efecto, mi intuición privó y seguí mi vía original.
La táctica es ésta: acostumbro a dar vueltas y vueltas por los alrededores del mercado, siempre…siempre hay señoras que necesitan ayuda con su compra o alguna chica desorientada que siempre anda perdida. Pues allí entro yo, como un vulgar chapulín colorado.
Así ocurrió con aquella joven señora que, bien vestida y muy atractiva, luchaba con aquellos paquetes. La vi cuando, precisamente, se agachaba para colocarlos en el suelo, dejando ver la huella de aquellos “cacheteros” diminutos que enmarcaban su perfecto trasero. Me detuve y muy amablemente y ofrecí ayuda, claro previamente manifesté que creí conocerla y por eso me había detenido.
Este es un método que me ha dado resultado en un noventa por ciento. El diez por ciento restante es insignificante.
Remolona al comienzo, finalmente aceptó, no sin antes argumentar: que ella no hacía eso, que no fuera a pensar mal, que si patatín…que si patatán, etc.
Acostumbro a dar la razón en todo momento y ofrezco disculpas por si había cometido algún desliz, pero no ceso en mi intención de llevarla a la cama, como se suele decir.
Comenzó en ese “toma y dame” que se intensifica cada vez más, pero que por la ley de rendimientos decrecientes, cada vez son mas débiles. En cambio mi interés es más patente y preciso, muestra era el bulto que ya se notaba en mi bermuda. He de dejar presente que en esas situaciones no eso ropa interior, de tal manera que todo el miembro cárnico se perfilaba en toda su dimensión. Yo no hacía nada por ocultarlo empero ella se daba cuenta de mi urgencia.
Y ella, como una “chapulina colorada” cualquiera, se lanzó a rescatar a aquel sufrido hombre que tenía unas necesidades de meses, así le había mentido yo. Me dijo que estaba dispuesta a “satisfacer mi necesidad” pero no podía ir a un hotel, porque ella era empleada doméstica de una familia adinerada que vivía al norte de la ciudad, esto siempre es así: al norte la “crema”, al sur vive el perraje.
No le creí, lucía bien vestida y mejor maquillada. Ni hablar de aquel perfume con aroma “feromonado”. Es mas, su cuerpo parecía cultivado, mostraba efectos de ser aerobiotratado.
A estas altura de las incidencias, manoseaba mi entrepiernas y constataba mi anchilarga arma cárnica, la trataba como buena conocedora, no quiero insinuar nada reprochable, pero…
El plan era que ella me abriría la pequeña puerta de servicio y lo “haríamos” en su pequeño cuarto, anexo a la casa principal. Yo acepté. La dejé a unos metros de la casa. La calle estaba sola. Pocos autos estacionados al margen de la calle permitían pasar desapercibido. Antes de apearse me apretó, tierna pero firmemente, mi anchilarga arma y yo noté y acaricié sus hermosos senos y aquellas redondas y hermosas nalgas. Pude palpar de primera mano su bikini.
Se apuró y me dijo que esperara un momento antes de bajar.
Se fue y por el retrovisor la vi entrar. Pasaron unos minutos que para mi fueron interminables. Mil pensamientos pasaron por mi mente, sería este uno de los casos que pertenecen a ese diez por ciento de fracaso. En eso estaba cuando la vi asomarse, a la pequeña puerta a un lado del garaje, haciéndome señales de que podía bajarme. Según lo acordado era señal de no haber problemas. Me hizo entrar en una pequeña habitación sin más mueble que una cama y una pequeña cómoda pero con baño. Tan pequeña que al pasar le rastrillé mi urgencia por su precioso trasero, duro y grande. Mi atuendo lo completaba una camiseta y unas zandalias marrones, ah y unos lentes grandes que permitían cierto anonimato. La besé y sentí su cuerpo a lo largo y ancho estrechado contra el mío. Le acaricié su abultada y brotada entrepierna, la sentí tibia y prometedora. La dueña estaba como enloquecida me besaba, acariciaba y apretaba como si fuera un peluche nuevo.
No superaba los treinta y cinco años. Fue todo lo que de su persona me dejó saber. Poco a poco nos desvestimos, y una vez completada la desnudez. Pude apreciar que buen cuerpo tenía esa mujer. Un gran coño y un mejor culo.
Esto me enervó mas, mi arma anchilarga se notaba en todo su esplendor. Noté su satisfacción cuando la tomó en sus manos y con ternura la colocó en su boca. Estaba hirviendo su boca y con suave lengüeteo acarició aquella cabezota. Mientras, yo acostado la levanté y comencé a comerme su húmedo triangulo semivelloso. Era un sesenta nueve anormal porque el rabo del seis era largo y el rabo del nueve no se quedaba atrás. No perdí tiempo y aproveché para lengüetear su entrenalgas. Al principio sentí como si no lo aprobará después de unos instantes cogimos confianza.
Estábamos sobreexcitados y sudorosos. De pronto me dijo:
- Quiero que tu seas el primero y estrenes mi retaguardia –se sonreía-, ¿Quieres?
- Para mi sería lo máximo –contesté emocionado y ansioso.
Acordamos tratar la penetración con sumo cuidado. Me incorporé y la coloqué en un lateral de la cama, en la posición de perrito. Posición en la que “no hay pele y se le hunde todo”, según mi amigo.
Sin embargo antes de comenzar a recorrer la ruta de aquel apretado y nuevo agujero. Coloqué la cabezota del anchilargo en la abertura de su triangulo ardiente, entreabrí los labios mojados y chorreantes, y humedecí la cabeza mi verga y le introduje, con la paciencia de un asiático, todo el miembro. Noté el arqueo de su cuerpo y el crujir de aquella cama. Lo estaba gozando porque al voltear su cabeza me sonrió con agradecimiento y satisfacción luego puso los ojos en blanco y comenzó a moverse. Yo comencé a entrar y salir pero con movimientos envolventes. Al comienzo fue arrítmico pero enseguida se torno acompasado y armónico. Estaba alcanzando el orgasmo cuando me dijo:
- ¡No descargues todavía! ¡Déjame que lo haga yo, tú lo harás en mi cueva trasera!
Así fue, retuve mi descarga pero ella se vació. Ahora su culito oscuro vibraba y se encogía y estiraba. Yo sentía en mi miembro como su piso pélvico hacia bien su trabajo. Ella decía con entrecortada voz:
- “ aaahora…ahoraaaa”.
Me retiré violentamente de su triángulo y coloqué mi brillante y sobre humectado miembro en aquella estrecha y pulsante entrada. Le recorrí todo su alrededor redondo tratando de que se acostumbrara. Ella repetía “despacio…despacio” y yo “tranquila…tranquila”. Los dos mentíamos por qué ni ella quería tanta lentitud ni yo tanta tranquilidad. En eso estaba, metía y sacaba en la gruta apretada y luego y metía y sacaba en la otra mojada. Con esto permitía ir lubricando la ruta a recorrer con lo producido por la gruta recorrida. En una de esas, ella relajó su esfínter y la cabeza entró suavemente un poco más. De allí en adelante sería solo entrar y salir. Sentía crujir la cama pero también sentía que sus caderas se abrían más.
Al fin sentí que mis testículos golpeaban con fuerza sus nalgas y ella los recibía con agrado. Acoplamos el ritmo y ahora sin sacarlo dejaba caer una cantidad de saliva que permitió una relubricación que nos hizo apurar los movimientos. Ella se encorvaba y yo respondía igual. Recordaba “cóncavo y convexo” de Mecano. No había notado que estaba tocándose el clítoris con movimientos rotatorios y que obtenía placer. Era inminente que descargáramos. Ella me achuchaba para que lo hundiera más. Yo presionaba más mi cadera contra sus nalgas, que eran tan duras que no me permitían mas, sin embargo la levanté y abrí un poco y logré entrar un poco mas. Ella gritaba:
- “la siento…la siento está caliente…caliente”.
Claro que la sentía, conté mentalmente seis descargas seguidas. Las entradas y salidas se tornaban calidas y suaves. Ella se contrajo cuando empujé por última vez para lanzarle mi final disparo perlíneo. Permanecimos un rato en esa posición, ella apretaba mis piernas con las suyas. Yo sentía que las piernas me fallaban. Finalmente cesó toda presión y me retiré despacio.
Al salirme fue cuando aprecié que, cayendo con aquella crema blanquecina también bajaba un hilo sanguíneo que antes rodeando la roseta abierta. Ni hablar de mi miembro fláccido, arrugado y embadurnado por todo lo contenido en aquella cavidad. Estaba adornado a lo largo y ancho.
Nos aseamos en el pequeño baño, ella hizo el mayor trabajo. Agradecidos, contentos y satisfechos nos despedimos. Yo le pedí su número de teléfono se negó y en su lugar anotó el mío y juró llamarme.
Mientras caminábamos hasta la pequeña puerta noté que caminaba con dificultad. Se lo hice saber y me dijo:
- ¿Cómo caminarías tú si te hubiesen hecho lo mismo?
Sonreímos y nos despedimos. Ya dentro de mi pequeño auto, espere un rato hasta reponerme y luego lo encendí y cuando iba a arrancar, un auto deportivo del año se paró en la puerta del garaje de aquella casa. Pensé: el dueño. Salió una mujer con una bata hermosa y besó en la boca al conductor. Cuando se giró la vi era ella: ¡Violeta!.
No podía creer aquello. Si era la doméstica se cogía al patrón y si era la dueña corneaba al marido.
Esa es la vida, dice… mi amigo.
Ambos iniciamos a besarnos con toda pasión, con aun más pasión que la primera vez, mientras nos besamos Armando comenzó a tocarme mi zona intima debajo la falda de mi vestido y como consecuencia a esto de inmediato me moje toda, ¡Quiero hacerte el amor! Me dijo suavemente al oído, -Lo sé y también quiero- le conteste.
Relato erótico enviado por putita golosa el 29 de August de 2010 a las 23:31:22 - Relato porno leído 513572 veces
Relato casi en su totalidad real que demuestra que toda mujer casada es una puta sumisa en potencia
Relato erótico enviado por morboso sadico el 29 de July de 2009 a las 18:09:16 - Relato porno leído 299810 veces
Si te ha gustado Domestica vótalo y deja tus comentarios ya que esto anima a los escritores a seguir publicando sus obras.
Por eso dedica 30 segundos a valorar Domestica.
manuelmonroe
te lo agradecerá.
Comentarios enviados para este relato
coronelwinston
(22 de June de 2009 a las 18:45) dice:
Ya hemos podido leer tu relato. Muy bueno. Yo cuando salgo a pescar "peces" no pesco mucho. Pero tu exito con las mujeres es fantástico. Además....estrenaste. lobocalientee
(2 de February de 2011 a las 16:19) dice:
Buen relato escribe más katebrown
(18 de October de 2022 a las 21:23) dice:
SEX? GOODGIRLS.CF
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