Un chico normal y corriente, pajillero como pocos, descubre, estudiando en la biblioteca, a una chica que le vuelve loco y que le pone a mil. Con unas tremendas ganas de follársela, pero sin saber cómo conocerla, el chico decide empezar una conversación a base de notas anónimas. El morbo de lo desconocido comienza a excitar a la chica que, nota a nota, queda más enganchada al juego secreto de notas hasta llegar al punto de no aguantar más y querer conocer a su admirador anónimo de la biblioteca…
Relato
Juan tenía, por aquel entonces, 21 años y estaba estudiando Economía en la universidad XXX. Quizá si pasara por vuestro lado, apenas os fijaríais en él, puesto que era un chico de lo más común. Normalito, o del montón, como dirían sus amigas. En fin, de estatura media, más bien delgado, no era guapo, aunque tampoco feo, buena persona y más bien tímido. Es decir, el clásico perfil del buen chico que no se come ni una rosca. Lo cual, por aquel entonces, era básicamente cierto.
¿La consecuencia de ello? Está clara. Se mataba a pajas. Era un pajillero de cuidado. Por aquel entonces, las mujeres para él eran más bien objetos de deseo casi inalcanzables. En su cabeza solo restaba grabar bien las imágenes de aquellas diosas que veía por la calle, por la tele o internet, para luego ir al cuarto de baño a masturbarse ricamente con sus recuerdos y su imaginación. Pero bueno, tampoco lo miréis como un bicho raro, al fin y al cabo, es la vida de cualquier joven o adolescente en potencia que no tiene éxito con las mujeres.
Serían finales de Mayo cuando comenzó toda esta historia. Se acercaban los exámenes finales y, como cada año desde que empezara la universidad, Juan y sus amigos se disponían a comenzar la etapa de estudio para los finales, enterrándose en vida en la biblioteca.
Sin embargo, aquello no siempre era tan odioso. Al contrario. La biblioteca, un lugar moderno y amplio, se había diseñado bajo los cánones de los arquitectos modernos, con grandes espacios y salas comunes donde muchos universitarios estudiaban juntos, concentrados en su materia, ajenos al movimiento a su alrededor. Unos amplios ventanales dejaban entrar grandes cantidades de luz y permitían ver los jardines exteriores, quitándole a uno la sensación de reclusión de la época de exámenes y, si se levantaba la vista, veíase a otros muchos estudiantes concentrados en sus respectivos libros y ordenadores, solidarizándose con uno mismo de manera silenciosa.
Eso era lo mejor de la biblioteca: al alzar la vista había en frente un centenar de estudiantes, sentados en otras mesas, yendo y viniendo a buscar libros…, en un silencioso ajetreo propio de la biblioteca.
Como les decía antes, Juan era un pajillero nato. Pero en época de exámenes, todavía más. El estrés que le suponían los exámenes hacía que la líbido se le subiera una barbaridad y, quizá porque su subconsciente lo entendía como una alternativa al estudio, su frecuencia de pajas se incrementaba considerablemente.
Así que empezó la temporada de estudio para los finales y empezaron a frecuentar la biblioteca. ¡Madre mía! Entre las de derecho y económicas y las nuevas oleadas femeninas en las ingenierías, estudiar se estaba poniendo verdaderamente complicado. Intentaba concentrarse, pero era complicado porque, aparte de las numerosas chicas guapas que venían a estudiar, también estaban las que venían a la biblioteca simplemente a dejarse ver, recorriendo los pasillos única y exclusivamente para provocar y calentar al personal, de eso estaba seguro.
Con todo esto, Juan siempre andaba caliente. Al finalizar el día, había pasado varias veces por los lavabos de la universidad para descargar un poco los niveles acumulados en sus huevos para conseguir relajarse y concentrarse en el estudio.
Finalmente, y a la vista de que su rendimiento estudiantil estaba siendo seriamente perjudicado, Juan decidió dejar de lado a su grupo de amigos, tan pajilleros y salidos como él, y buscar una cabina individual que le aislara del mundo y del trajín de la biblioteca.
Estuvo así durante una semana y media y su rendimiento mejoró mucho. Sin embargo, un día se entretuvo en casa más de lo habitual. Las cabinas individuales, muy cotizadas en esa época del año, ya estaban todas ocupadas cuando llegó a la biblioteca por lo que tuvo que volver a las mesas comunes. Y entonces…. La vio.
Se quedé anonadado. Su verga se endureció al instante. Se puse rojo como un tomate y pensó que se le habría notado un montón, pero sus amigos, gracias a Dios, no se enteraron.
Ese día no estudió absolutamente nada. A cada rato que pasaba, tenía que echarle una mirada de reojo. Ella estaba de cara a él, a dos mesas de distancia, como a unos diez metros en diagonal. Tenía una vista muy buena de ella desde donde me encontraba, no había ningún otro estudiante en medio en aquel momento. Ella estaba concentrada en sus apuntes y no se percató, evidentemente, de la presencia de juan.
A Juan le resultó tan atractiva, al tiempo que muy sexy, que no se la podía quitar de la cabeza de ninguna manera. Se sentía atraído en todos los sentidos, y tremendamente excitado. Su cabeza no estaba en el estudio, sino en las mil formas en las que le gustaría tener algo con aquella chica, en conocerla mejor, pero también en cómo se la iba a coger, para follársela como un loco.
Ese pelo rizado, pero sobre todo, la delantera que tenía, le ponían cardíaco. No era muy grande, pero estaba muy bien realzada. Tras una hora sin ser capaz de leer o escribir algo, Juan decidió ir a hacer una visita al servicio…. ¡Hizo muchas visitas ese día a los servicios de la universidad!
Ese día apenas consiguió serenarse y, por supuesto, la asignatura que estudiaba ese día la suspendería una semana después.
Después de aquello, consiguió controlarse un poco, bajar su líbido y seguir estudiando. No obstante, Juan ya no volvió a visitar los cajones individuales. A partir de entonces, empezó a dar esquinazo a sus amigos y cambió su forma de actuar: por las mañanas, llegaba pronto y merodeaba por la bibloteca. Finalmente, cuando le veía llegar, a ella o a alguna de sus amigas, encargadas de reservar mesa para ella y todas las amigas que estudiaban juntas, Juan dejaba sus cosas en un lugar cercano a donde fuese a estar ella, y con buenas vistas de ella, y entonces se iba a buscar a sus amigos a convencerles de que se pasasen para allí.
Juan siempre se sentaba a un par de mesas de ella, pues era muy tímido. Sin embargo, era tal el ansia que tenía por hacer cosas más allá de meneársela que, al final, decidió dejarle una nota.
Juan estuvo meditando toda la noche qué decir en ella, y cómo dejársela. Quería decirle que le gustaba sin que se asustase, pero dejándole claro que quería follársela.
Al día siguiente, su amiga reservó las mesas de siempre. Juan ya sabía dónde se sentaría ella: la segunda silla al lado de la ventana, para tener buena luz pero no distraerse con el exterior. Cuando su amiga estaba distraída, aprovechó y dejó un pos-it en su sitio, de modo disimulado.
Al llegar, ella se sentó y empezó a distribuir sus apuntes y libros. Juan estaba de los nervios, mirándola de reojo, sin perderle de vista, rojo como un tomate, agazapado detrás de su libro de economía y, por supuesto, sin estudiar. Tras unos minutos de tensa espera, finalmente, ¡descubrió la nota!.
Desde su distancia, rojo y tremendamente excitado, Juan pudo ver cómo reaccionaba a la nota, que decía así:
“Hola, vengo observándote ya varios días, y estoy flipado contigo. Tienes algo que me altera, que me pone, que me excita. Por lo pronto, solo te puedo decir esto… aunque me encantaría saber tu nombre. Deja un post-it cuando te vayas en la sección de economía, dentro del libro de referencia XX-XXX. Ah, y no comentes nada a tus amigas o no volverás a saber de mí. Me moriría de vergüenza si alguien averiguase algo de esto”.
Su reacción fue inmediata: se ruborizó intensamente. Aquello fue demasiado para Juan. Ese día tuvo que ir varias veces al baño porque imaginaba mil reacciones después de ese rubor de la cara.
La chica miró a sus amigas, tentada de comentar la nota que se había encontrado, pero instintivamente se frenó en el último instante. Miró alrededor suyo, con idea de localizar al escritor de la nota, pero nadie se había inmutado al descubrir y leer la nota. Estuvo mirando a su alrededor toda la mañana, a ratos, observando a ver si encontraba alguna cara que le diera alguna pista sobre la nota, sobre si tenía un admirador secreto o era una broma que le estaban gastando, pero sin éxito.
Finalmente, unas horas después, Juan observó cómo la chica tomaba un trozo de papel y, tras meditar un rato, escribir en ella unas cuantas líneas se levantó en dirección a la sección de economía. Ella volvió y se sentó de nuevo en su sitio unos minutos después. Juan esperó entonces cinco interminables minutos antes de levantarse. No podía esperar más. Fue directo a buscar el libro que le había indicado en la nota. Esperaba no encontrarse nada, o quizá que le mandara a la mierda, que le pidiera que le dejara en paz, cosas así. En el fondo, no sabía nada de ella, si tenía novio o no, si se estaba metiendo en un problema de acoso… sólo sabía que le volvía loco.
Juan llegó a la sección de economía y localizó el libro, un viejo ejemplar de economía ya obsoleto y que sabía que no iba a tocar nadie en siglos. Abrió el libro y… ¡allí estaba la nota contestada!
Sin embargo, la nota tenía una pregunta: “¿por qué te pongo tanto?” La chica sentía curiosidad por él! Y firmaba con el nombre de… Marina.
Marina…
Se llamaba Marina!! Un nombre bonito, y al mismo tiempo, sugerente, erótico, sexual… Esa noche tuvo varios sueños eróticos con ella…
A partir de aquí, empezaron a sucederse las notas, siempre en el mismo libro.
“¿Qué por qué me gustas? Porque me gusta mucho tu cuerpo, y por lo que te observado en la biblioteca (se delató), tienes algo que me vuelve loco…”
“Ah, ¿sí? ¿y qué es lo que hace que te ponga tanto?”
“Sobre todo, tus pechos… pero tu pelo, tu sonrisa… también contribuyen. Y tus ojos, hacen el resto…”
Sí. Ya se habían cruzado miradas en la biblioteca, solo que ella no había captado la intensidad con la que Juan se la merendaba por los ojos. Los siguientes días, Marina estuvo desconcentrada de sus estudios, mirando a todos los chicos que pasaban, a ver si encontraba una complicidad. Esos días, Juan se había apartado un poco, más seguro de tener su atención captada a través de las notas del libro, para no delatarse.
“Todavía no puedo decirte quién soy –decía la siguiente nota-, solo que me pones una barbaridad. Cada vez que te veo, la polla se me pone irremediablemente dura, y tengo que acudir a los servicios para aliviarme, porque tu delantera me enciende tanto…”
“ Ah, ¿sí?”
Al día siguiente de esa nota, Marina apareció con un escote espectacular. Sus amigas se quedaron sorprendidas. “Pero tía, ¿qué te pasa? Hoy vienes valiente, ¿eh?” le dijeron. Ese día todos los chicos le miraron con un descaro mayor de lo habitual. Marina había sacado sus armas a relucir. Miraba a todos buscando encontrar a su admirador sexual, pero era incapaz de distinguirlo entre las caras de deseo de todos los estudiantes de la universidad. Ese día, los servicios tuvieron múltiples visitas, y Marina se pasó todo el día tremendamente caliente y excitada.
“Maravilloso escote – rezaba la siguiente nota de Juan para Marina -, muchas gracias, me has hecho el hombre más feliz del mundo. Bueno… a mí y a media biblioteca, jejeje. Que sepas que me has dejado seco…”
“Quiero conocerte ya -Confesó Marina en la siguiente nota-. Ayer me excité mucho. Todos los hombres me miraban con un deseo manifiesto, y en todas sus miradas lascivas pensaba que eran las tuyas. He estado caliente y húmeda todo el día. ¿Sabes?, yo también empiezo a necesitar ir al servicio también, pero no quiero ir sola…”
Juan se quedó estupefacto cuando leyó aquella nota. Bloqueado, se quedó más tiempo del necesario en el pasillo donde estaba el libro de economía. Pero ¡tenía que ser discreto!. Salió de allí disparado y se fue a los jardines de enfrente de la biblioteca. Se sentó en un banco y respiró hondo. Tenía que pensar. Tenía tiempo hasta mañana por la mañana, que debería contestar la nota, para pensar en lo que haría a continuación.
Llegó el día siguiente. Marina vestía ese día con una ropa menos escotada y más discreta, aunque había decidido ponerse una lencería muy sexy por debajo, para poner bien cardíaco a su admirador en caso de encontrarse con él. Nada más llegar a la biblioteca, fue directa a la sección de economía a ver si su admirador le había contestado. Encontró una nota:
“Ven al edificio XXX-XXX. Sube al último piso. Al Final del pasillo verás que están en obras. Entra en el baño de los chicos. El baño está fuera de servicio, así que no nos molestará nadie. Pasa por debajo de las cintas de precinto, y entra. Las luces estarán apagadas y así deben de seguir. Cierra la puerta por dentro . Dirígete entonces al segundo retrete, el que está justo en medio… Te espero mañana a las cinco de la tarde. Confírmame que vendrás”
A Juan no se le había ocurrido otro lugar más íntimo para tener el encuentro dentro del recinto de la universidad sin llamar la atención. Conocía aquel baño. Alguna vez lo había visitado para pajearse y era muy tranquilo, ya de por sí. Y estando en obras la zona, todavía lo sería más. Había ido a visitarlo y, a pesar de estar precintado, estaba bien y no olía mal. Era lo mejor que se le había ocurrido. Además, a esas horas, ya no habría nadie por allí, por lo que pasarían desapercibidos.
Nervioso, esperó la contestación de Marina media mañana, sin poder dar ni golpe con la asignatura que tenía que estudiar ese día. Finalmente, se levantó y se acercó con disimulo hasta la sección de economía. Allí encontró su nota de respuesta, confirmando la asistencia a la cita.
Llegó el día. Ninguno de los dos estudió absolutamente nada, por supuesto. Ante los amigos y amigas, ambos prepararon excusas para librarse de sus amigos y quedarse libres a partir de las cinco y para el resto del día, por si acaso.
Juan desapareció de la biblioteca sobre las cuatro y media y se dirigió hacia el lugar de la cita. Tenía que asegurarse de entrar pronto en el baño, aunque tuviera que esperar, no fuera a ser que se cruzara a Marina en el camino. Entro en los servicios. Todo estaba tranquilo y en orden. Cerró la puerta y apagó la luz. La oscuridad era casi completa, solo rota por las luces de emergencia que le daban una espectral luz amarilla. Lo suficiente para reconocerla, pero sin muchos detalles más. Aunque los servicios no olían mal, Juan dispuso repartidas unas cuantas velas aromáticas para hacer más romántico el lugar. Juan pensó que lo que podía preparar ya estaba hecho y se dispuso a esperar, presa de una excitación y un nerviosismo contenido.
Cinco menos cuarto. Marina estaba tremendamente roja. Sus amigas no se habían percatado mucho del hecho, aunque una de ellas había ironizado con si se le había ido la mano con el colorete. Nerviosa, Marina le pidió a una amiga que le guardara los apuntes y que se los llevase a casa hasta mañana si ella no volvía a tiempo. Puso a su amiga una excusa no muy convincente, que dejó a su amiga un poco perpleja y salió camino del edificio XXX-XXX siguiendo las indicaciones de la nota.
Por el camino, los nervios que tenía eran increíbles, una mezcla de miedo y de excitación. Una parte de ella le decía que corriera lejos de allí, pero otra le llevaba irremediablemente hacia ese baño. Tenía tantas ganas de conocer al hombre que le había estado cortejando de aquella manera tan original durante las dos últimas semanas y que había conseguido excitarle tanto…
En el fondo, tenía que reconocer que le había puesto bien húmeda y que sus braguitas estaban ahora casi chorreantes con la expectación. Finalmente, había decidido ir y conocer a su admirador. Aunque en el fondo Marina era consciente de que el chico sería un tío bajito, gordo, feo y con gafas, un pajillero nato, tímido y feo, en su subconsciente se imaginaba encontrarse con un miembro del equipo de natación universitario o algo así…
Cinco y dos. Nerviosa, Marina llegó a los baños indicados en la nota. Efectivamente, la zona estaba en obras y los baños clausurados, con unas bandas de plástico del estilo de la policía y que marcaban prohibido el paso. Nerviosa, Marina pasó por debajo y abrió lentamente la puerta.
La puerta chirrió leventemente, delatando su entrada. Juan se puso en guardia. Se quedó quieto en el retrete, conteniendo el aliento. Marina entró sigilosa y cerró la puerta, echando el cerrojo. Se quedó dentro callada, unos instantes, mientras la vista se acostumbraba a la escasa iluminación de las luces de emergencia. Al momento, pudo reconocer la estructura de los baños. Finalmente, Marina decidió seguir adelante. Ahora estaba verdaderamente asustada. La excitación había desaparecido, sustituida únicamente por una sensación de miedo, como si de repente reconociese su total inconsciencia de estar allí. Sin embargo, avanzó hasta el segundo retrete. Se plantó enfrente, tomo aire y se dispuso a abrir…
- ¿Marina? – Antes de abrir la puerta, una voz masculina, titubeante, le había nombrado. Marina se quedó quieta, callada. ¡Sí había alguien!. Su admirador estaba allí. Pero titubeaba. En el fondo, Marina esperaba que él tendría las cosas más controladas y empezó a pensar si todo aquello había sido una broma que le habían gastado a ella y al chico que estaba allí, y que el chico que le había nombrado era otra persona que no sabía nada. Pero es que Juan también estaba asustado.
-¿Marina? –repitió.
- Sí, soy yo.
De pronto, Marina empezó a recuperar toda la excitación acumulada. Recordando todo lo que aquel chico le había escrito, un calor intenso volvió a recorrer todo su cuerpo y empezó a encontrarse más cómoda y excitada allí.
- ¿Cómo sé que eres tú?- le preguntó.
- Pues… no sé.- Respondió Juan, confundido. ¡No había pensado en ello!
Marina se encontraba, sin embargo, cada vez más relajada y excitada, y tenía ganas de más.
- A ver, ¿qué ropa llevaba el primer día que me viste?
Juan empezó a vomitar toda su observación: que le había visto y que se le había cortado la respiración, que llevaba puesto tal y tal ropa, que no pudo dejar de observarla en todo ese día y los siguientes y que, bueno, se había hecho un montón de p… se calló azorado. Había ido demasiado lejos.
- Un montón de pajas, ¿verdad?
- Ehmm, sí – contestó él con un hilo de voz. – Lo siento.
- Bueno… y ahora que me tienes al otro lado de la puerta… ¿qué tienes pensado hacer conmigo?
Juan se quedó callado. Lo había preparado minuciosamente todo hasta ahora. Pero lo que pudiera pasar a partir de ese momento, no lo había tenido en cuenta. Su mente pajillera no había pensado en ningún momento que llegara tan lejos. No sabía qué contestar.
- Pues…
Pero Marina ya había tomado las riendas del asunto.
- Ya veo… muy bien… ahora haremos lo que yo te diga…. Por lo pronto vas a abrir la puerta, y me vas a dejar verte…
La puerta se abrió. Marina lo contempló de arriba abajo en silencio. Efectivamente, no era un miembro del equipo de natación, aunque tampoco era tan horrible como se había imaginado en su segundo pensamiento. Delante de ella tenía un chico medio alto, delgadito, blanquito, de cara bonica. Pensó que se le podía coger cariño. En definitiva, no le desagradó. Pero cómo le miraba… aquello terminó por ponerla caliente del todo. Su mirada le recorría de arriba abajo, comiéndole con los ojos. Sus ojos solo mostraban un profundo deseo por ella, que a Marina no le pasó desapercibido.
- Digo yo que tendrás algo preparado para ahora, ¿no? – Juan estaba bloqueado. Tenía la boca seca y no podía ni hablar.
Marina tomó definitivamente la iniciativa. Puso las manos de Juan en sus caderas.
- ¿Te gusta? – Juan asintió, con la mirada clavada en sus manos dispuestas en la cintura de ella.
- ¿De cerca soy como me habías imaginado al pajearte? – le dijo con voz juguetona.
- Mejor – contestó Juan, sin un gramo de saliva en la boca.
- ¿Sí?- Marina estaba totalmente mojada, casi chorreando. Estaba tan caliente ya que le habían dado ganas de cometer locuras. Al chico se le notaba que era una buena persona y que, efectivamente, le había gustado mucho. Casi parecía que fuera a ponerse a babear. Cogió entonces la mano de Juan y la deslizó por su cintura hacia atrás, hasta su culo, dejándole que se lo sobara. Marina sentía esa mano como una llama encendiendo, más bien quemando, cada punto por donde pasaba. Se giró dándole la espalda y siguió guiando la mano de Juan ahora por su vientre y que tocase sus pechos, ya completamente duros. Recordó por los mensajes lo que le gustaban sus pechos a su admirador secreto. Mientras él pasaba las manos por sus pechos excitados, ella se pegó un poco a él, notando algo duro cercano a su trasero. ¡Estaba empalmado! Y bien duro, notó Marina. Parecía que tenía una estaca entre sus nalgas.
Marina se giró y , sin decir ni buenas, empezó a besarlo, a comerle la boca. Se apretó bien contra su cuerpo, para que sintiese sus pechos duros al tiempo que sus caderas buscaban su miembro erecto y palpitante de su entrepierna. Sorprendido, Juan enseguida devolvió el beso de manera apasionada, incrementándose pronto las ganas de los dos por pasar a mayores.
Marina desvió su boca, dejando que sus besos siguieran por su cuello. En seguida reconoció que no era un experto en mujeres, pero tampoco lo hacía mal del todo. Juan le arrancó escalofríos que recorrieron todo su cuerpo a medida que le daba jugosos besos por su cuello, y Marina le dejó el camino claro para que siguiese bajando hacia el lugar deseado por él. Cuando Juan pareció comprenderlo, Marina se separó un poco de él. A la poca luz que había, empezó a desabrocharse la blusa lentamente. Juan la miraba quieto, expectante, como si estuviera esperando el fin del mundo, con ansiedad, casi sin respirar.
Marina se desabotonó lentamente la blusa, deseosa de que su amante se consumiese en el deseo. Finalmente, se la quitó dejando al aire su sujetador de lencería. Juan se quedó extasiado ante la visión, como bloqueado. Pero Marina quería más. Dejó a un lado su camisa y tiró las manos hacia atrás para desatar el sujetador. Juan, expectante, dejaba hacer totalmente quieto. Finalmente, Marina soltó el sujetador. ¡Click! Lentamente, Marina dejó caer el sujetador dejando finalmente sus pechos al aire. Muy lentamente, pues sabía que es lo que más estaba esperando ver. Quizá, cuando los viera, se rompería el hechizo.
Sus pechos estaban totalmente duros, observó Juan. Eran tan grandes como se había imaginado, perfectamente redondos, con los pezones grandes, duros y bien plantados, y con una aureolas bien grandes y redondas. Eran simplemente perfectas. Marina se acercó a él ofreciéndoselos a su boca, y él empezó a comérselos con ganas. Le habían gustado, pensó.
Juan empezó a tocárselos suavemente. Mientras con una mano sujetaba uno, con la boca chupaba suavemente el otro. No dejaba ninguno suelto, como si tuviese miedo de que fueran a desaparecer. Marina se arrimó más y se los puso directamente en la cara, casi ahogándolo con ellos. Al mismo tiempo, sintió su cosa dura dentro del pantalón. Se acordó de su verga bien dura. Se separó de él y bajó las manos a su bragueta. Con mirada pícara, Marina empezó a desabrocharle lentamente el pantalón, mientras pasaba su mano por encima de su miembro, notándolo muy duro ya. Bajó la cremallera, y luego los pantalones…
Unos sencillos calzoncillos apenas ocultaban algo muy hinchado y duro en su interior. Marina se descubrió a sí misma tremendamente caliente. Bajó los calzoncillos de golpe, y aquello salió como un resorte.
Tenía una polla bien tiesa, estaba durísima. Puso sus manos en ella. En efecto, estaba tan dura como parecía. Marina paseó sus manos por la polla y Juan se estremeció de placer. Marina decidió tensar un poco más la cuerda y paseó su lengua lentamente por su polla, recorriéndole primero el glande y luego todo el tronco de aquella bonita verga. Notaba su respiración acelerada.
- Estoy muy caliente. Quiero que me folles.
Juan le miró a la cara y esta vez respondió rápidamente. “No me lo dirás dos veces” pensó. La cogió y la levantó en vilo, besándose de nuevo, fruto de la lujuria que ambos llevaban encima.
Juan se introdujo en un retrete y se sentó en la taza. Cogiéndola en volandas, la dejó caer suavemente encima de él. Marina notó el contacto de su verga bien dura bajo su clítoris, rozando levemente su botoncito, antes de encontrar el camino hacia su interior, por entonces ya muy bien lubricado. Juan la bajó centímetro a centímetro. Qué placer más agónico, pensó Marina notando cómo aquella estaca iba penetrándole poco a poco y abriendo todo su interior. Él le iba bajando poco a poco hasta ensartarla completamente.
Marina sentía oleadas de calor y corrientes eléctricas recorriendo todo su cuerpo y lanzó un gemido. Juan le cogió por debajo de sus muslos y empezó a subirla y bajarla, lentamente, al principio. Marina se deslizaba perfectamente lubricada sobre su verga dura.
Poco a poco, Juan fue aumentando la velocidad de sus movimientos. Su cabeza iba de su boca a sus pechos. Marina notaba como sus pechos saltaban en su cara, duros, mientras él intentaba agarrarlos con la boca. El ritmo seguía subiendo…
Así estuvo como cosa de cinco minutos hasta que finalmente Marina se corrió por primera vez. Pero él siguió a su ritmo, provocando que en breves instantes, ella se volviera a aproximar al segundo. Marina no se reconocía, con aquella excitación encima. Estaba a punto de llegar al segundo orgasmo cuando notó cansancio en él, que le llevaba sosteniendo en vilo más de diez minutos, así que decidió cambiar de posición. Marina entonces se apoyó en el retrete y se puso a cuatro patas para que él le acometiese por detrás. Su polla volvió a sumergirse en su concha húmeda y empezó a cabalgarle, más rápido todavía que antes, fuertísimo. Se notaba que tenía muchas ganas de follársela.
Marina pronto alcanzó el segundo orgasmo, muy intenso y sentido. ¡Le había dejado echa polvo! Notaba cómo le fallaban las piernas de la energía liberada. No podía más. Le pidió que parase, que la sacase que no podía más. Juan, un poco cohibido, obedientemente sacó su polla, todavía bien dura y completamente mojada por los fluidos de ella.
Marina se dio la vuelta y se sentó en el retrete. Lo atrajo hacia sí y le puso la polla entre sus pechos, ante la mirada asombrada del chico. Empezó a meneársela apretando suavemente sus pechos contra ella. Le miró: la cara de placer y felicidad del chico era increíble. Estaba cumpliendo su más dorado sueño.
Con la polla lubricada por sus jugos, Marina meció suavemente su polla entre sus pechos, todavía bien duros. La punta de su verga le quedaba justo para tocarla suavemente con la punta de la lengua lo que hizo enloquecer a Juan. Marina se encontraba tremendamente caliente y con ganas de satisfacer a su admirador descubierto. Decidió que iba a hacerle feliz, que iba a hacer realidad sus sueños.
Pronto, Juan empezó a ser presa de una excitación irrefrenable. Empezó a aumentar el ritmo de sus embestidas.
- Sí… Sé que lo estás deseando… vamos… vacíate en mis tetas… - dijo Marina jadeante, sin dejar de apretar su verga entre sus pechos. Aquello fue demasiado para Juan. Era la gota que colmaba el vaso en aquella sesión de máxima excitación. No resistió más y, entre fuertes espasmos, su polla empezó a manar importantes cantidades de leche.
Marina no podía imaginarse que un chico pudiese correrse tan abundantemente. Juan tuvo un orgasmo muy fuerte. Mientras, sus chorros de leche caliente inundaron los pechos de Marina, salpicando su cara, incluso entrando algo en su boca. Pero a Marina le daba igual, se sentía en celo y con ganas de todo. Se quedó totalmente bañada en leche, como quien dice, porque la corrida fue brutal.
Marina, excitada como estaba, todavía se relamió sus jugos, disfrutando de aquella increíble corrida, mientras él jadeaba y su polla, todavía entre sus tetas, no dejaba de manar leche, como si de un grifo se tratase.
Todavía manchada por sus fluidos, Marina procedió a limpiarle la polla, todavía dura, aunque ahora muy sensible. Con cuidado, se la limpió y le quitó los últimos restos, hasta dejarla sin nada dentro.
Se miraron y se sonrieron. Acababa de comenzar una interesante amistad.
Espero que les haya gustado la historia. ¡No dejen de votarla!
...“¡Ahora méteme tu pájaro, méteme de una vez maldito!”.
Me levanté, acomodé mi erección en su vulva y se lo hundí todo.
En parte por lo tragos y la excitación, no mencioné usar un condón. Fui imprudente, lo acepto. Pero de todos modos fue un rico coito, se notaba que Gloria estaba tiempo sin un pene en su vagina. Estaba nomás apretita.
Le hice terminar una vez más de frente y me dijo.
-“¡Ahora tírame como a perra. Yo seré tu perra y tú serás mi perro!”...
Relato erótico enviado por charly_bo el 15 de April de 2012 a las 00:58:06 - Relato porno leído 40802 veces
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Comentarios enviados para este relato
lore10
(8 de August de 2013 a las 20:38) dice:
Divino relato me ha calentado bastante katebrown
(18 de October de 2022 a las 21:57) dice:
SEX? GOODGIRLS.CF katebrown
(18 de October de 2022 a las 19:30) dice:
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