Aún con la miel en los labios por lo ocurrido durante la siesta compartida con su padre, nuestro joven protagonista rematará la inolvidable jornada estival con una sesión de cine muy especial ...
CON PAPÁ EN EL CINE DE BARRIO
Relato
Efectivamente, después de cenar amigablemente, papá me invitó a ir al cine que estaba próximo a nuestra casa. Aunque se trataba de una película para payores de 18 años, me dijo que no habría problemas para que yo entrase, ya que conocía al portero y, además, en verano y a la función de la noche asistía poca gente. Me hizo mucha ilusión poder ver una película clasificada para mayores y, aunque no se trataba de un filme porno, por lo que pude averiguar, sí era altamente erótica, "Las edades de Lulú", en la que había un poco de todo: sexo, incesto, zoo ... O sea, ¡lo ideal para un adolescente pajillero como yo!
No hubo problemas en la entrada, aunque me pareció que papá le daba una propìnilla a su amigo para que dejase entrar a un menor. La sala estaba semivacía y buscamos unos buenos asientos para acomodarnos. Al poco se oscureció el local y comenzó la proyección. Yo sentía una extraña sensación al estar junto a mi padre unidos por la complicidad de una acción prohibida. No tenía claro si aquello respondía por su parte a otorgarme un grado de confianza o a un deseo de iniciarme en el mundo de los adultos. El caso que yo sentía una gran excitación por aquella actividad conjunta, sobre todo por lo vivido hacía unas horas durante la siesta.
La película iba subiendo de tono. A papá parecía complacerle aquella relación entre la jovencita y el amigo de la familia, que la iba introduciendo gradualmente en el mundo del sexo y de los placeres más mórbidos. Quizá fuese lo que papá quisiera para mí: ser mi maestro en mi despertar sexual ... A poco rato un perfume embriagador invadió nuestra fila de butacas e, instintivamente, mi padre y yo giramos la cabeza: un par de asientos más allá de papá se había sentado una despampanante mujer rubia con dos soberbias tetas, que a éste le hizo exclamar algo que no entendí bien. A partir de entonces mi padre estuvo más atento a los movimientos de la espectacular hembra que a la pantalla. Yo, de reojo, podía comprobar cómo la chica se le insinuaba echándole miraditas, poniendo morritos y separando sus piertas todo lo que permitía su corta faldita. Papi no perdía detalle y lo noté más excitado que un animal en celo. Ni la descarga de leche durante su siesta le habían aplacado el obligado ayuno sexual a que lo tenía sometido la larga ausencia de mi madre ...
- Richard, me he olvidado el móvil en casa - me dijo mi padre. Me preocupa que llame tu madre para una urgencia y no pueda contactar conmigo.
- No te preocupes, papi, traje yo el mío - le respondí.
- Pero tu número a lo mejor no lo tiene - añadió mi padre - Mejor que te vayas para casa por si telefonea. Además, veo que esta película no es apta para ti; tiene escenas muy fuertes para un niño de tu edad. Quétate en casa, que yo ya voz dentro de un rato, cuando termine la peli.
Me cagué en todos sus muertos con el pensamiento. La película me estaba poniendo a mil con aquellas escenas tórridas. Precisamente en el momento en que la protagonista iba a ser follada por su propio hermano. ¡Qué excitante resultaba la escena de la chica con los ojos vendados gozando como una perra sin saber que estaba haciendo incesto! Pero no me quedó más remedio que obedecer a mi padre. Aún me quedaban muchos días de convivencia a solas con él y no quería contrariarlo. Salí a oscuras de la sala y me dirigí a mi casa. Al llegar, me harté de buscar el puto celular de papá, que no aparecía por nunguna parte. Empecé a preocuparme por si lo había extraviado y entonces decidí volver al cine para comunicárselo. El portero no puso ningún inconveniente en que volviese a entrar en la sala.
Mi sorpresa fue cuando comprobé que papá no estaba en su asiento ... ni la fulana que se había colocado junto a nosotros. Una corriente de ira y excitación me recorrió el cuerpo. ¿Sería verdad lo que estaba pensando? Seguí buscándolos en el patio de butacas: nada. Incluso fui al cuarto de baño, al de señoras y al de caballeros: nada. Entonces volví a la sala a oscuras y tuve la idea de llamar desde mi móvil al de papá. Marqué su número con nerviosismo. De repente, en el piso superior de platea sonó un celular ... con su tono hortera inconfundible. ¡El muy hijoputa tenía el móvil consigo pero quiso que yo desaparecira! En la platea aún existían unos reservados de cuando aquel cine (hoy de barrio) era un elegante teatro. Me dirigí allí sin dudarlo dos veces.
Me acerqué sigilosamente. Percibí de nuevo aquel perfume inconfundible de la chica. Corrí ligeramente la cortina de terciopelo que separaba el palco del pasillo ... y allí estaban. Papá de pie, con los pantalones y calzoncillos bajados hasta los pies y aquella atractiva y provocativa mujer haciéndole una felación descomunal. ¡Más, más, más!, decía el cabrón sujetándole con las dos manos la cabeza para que se tragara toda la polla. Papá empezó a chupar vorazmente aquellas tetas soberbias al tiempo que le subía la falda y le bajaba las bragas... Su sorpresa fue mayúscula: bajo sus bombachas la mano de papá tropezó con un descomunal pene. Fue tal su desconcierto que a punto estuvo de darle un buen puñetazo por el fraude pero mi exclamación de asombro lo paró en seco:
- ¡Es un tío! - grité saliendo de mi escondite.
- ¡Eres un travelo, hijo de la gran puta, mariconazo! - exclamó mi padre enfurecido.
Para mi sorpresa, un papá enajenado por el engaño y mi cachada, agarró al travesti por los pelos e hizo que se apoyara con las manos en el respaldo de la silla, dándole la espalda. Le sacó las bragas bruscamente, le separó las piernas y le puso el culo en pompa. Y lo penetró por el ano. El móvil de papá empezó a sonar pero él ni se inmutó.
Aquellas embestidas anales eran brutales. Los huevos de papá chocaban como cascabeles contra el orto de aquella atractiva maricona, que pedía más y más verga. Yo asistía atónito al espectáculo. De vez en cuando podía ver en la oscuridad los ojos brillantes y lujuriosos de mi padre al que no parecía importarle la presencia de su hijo pequeño. "¡Toma, disfruta como una puta!", gritaba una y otra vez, confundiéndose los gritos de placer de aquellos dos seres enardecidos con los sonidos de la pantalla. En aquel frenesí el travesti suplicaba una y otra vez que mi padre le chupara la polla pero éste tenía otros planes. El celular dee papá seguía sonando ...
Próximos a corrernos los tres (yo ya llevaba un buen rato masturbándome con aquella tórrida e inédita escena), mi padre me agarró bruscamente y me arrodilló ante el travesti, y dirigiéndose al travesti dijo:
- Yo voy a correrme en tu boca, hijo de la gran puta, pero tú vas a hacerlo en la boquita de este vicioso cachorrillo, que sabe mamarla muy bien.
La idea pareció complacer al travestido. ¡Qué gustazo que se la chupara un imberbe niñato! El móvil de papá no paraba de sonar, algo que parecía aumentar su excitación.
Ya tenía yo la vergota del travelo en la boca, que me sujetaba la cabeza fuertemente para que lo la reusara. Al escuchar aquellas palabras de mi padre comprendí que había sido consciente de mi felación durante la siesta. ¡El muy cabronazo se había hecho el dormido y se había dejado llevar por el placer infinito que le proporcionaba mi pajote! En esa postura estaba, con la polla del travesti traladándome la cavidad bucal, cuando de pronto mi padre abandonó el polvo anal, llevó su cipote a la cara de su accidental pareja y vació toda su leche en su boca. Éste, sin poder aguantar tanta excitación, al tiembo que absorbía hasta la última gota de la lefada caliente y abundante de papi, explotó en la mía ... y yo me corrí simultaneamente sobre el suelo del palco.
Acabamos los tres extenuados y sudorosos sobre las butacas del palco. La película estaba a punto de acabar. El tiempo justo para limpiarnos de lefada y recomponernos. Cuando se encendieron las luces comprobamos que el travesti había desaparecido fulminantemente. Mi padre y yo nos dirigimos en silencio una mirada fija y penetrante. Yo no sabía cómo reaccionar. Me sentía a la vez avergonzado y satisfecho. De repente, papá me guiñó un ojo, me echó su mano por el hombro y me dijo:
- Vámonos a casa, que tu madre está cansada de llamarme al móvil.