De cómo un adolescente se inicia en el excitante y maravilloso mundo del erotismo gracias a diversas experiencias en su entorno familiar.
Relato
Me llamo Richard y el primer descubrimiento de mi sexualidad arranca a la tierna edad de once años, en mi etapa escolar, cuando un compañero de colegio más aventajado (en maldades, no en estudios) con el que compartía pupitre me inició en el placer de la masturbación. Y fue nada menos que en la clase de historia sagrada. El profesor explicaba el juicio de Salomón, mostrando una gran lámina donde el rey hebreo proponía a las madres que se disputaban al niño vivo partirlo al medio y repartirse cada una de ellas la mitad. El hijoputa de mi compañero José me iba susurrando al oido su otra versión del texto bíblico:
- Salomón, que era un gran follador y se chingó a la reina de Saba y a todo lo que tuviese agujero entre las piernas, burras y camellas incluidas, lo que quería era follarse a la madre que había aplastado al bebé mientras dormía: "Yo te voy a hacer un nuevo hijo, gran perra, y vas a saber lo que es una poronga real" - me decía mientras me acariciaba la polla bajo la mesa por encima del pantalón.
Hasta ese momento yo sólo había disfrutado del placer que me suponía jugar con mi pijita erecta, algo que venía haciendo desde que tenía uso de razón, pero nunca me había masturbado. Fue precisamente ese día en la clase de historia sagrada, en los últimos pupitres de la clase donde nos sentábamos José y yo, cuando éste me descubrió el placer infinito del pecado solitario que, según el cura, nos condenaría al fuego del infierno. Mi compañero, más veterano en estas lides e irrespetuoso con todo lo sagrado, se cargó mi inocencia infantil: me desabrochó el pantalón, me sacó mi polla aún virginal y comenzó a pajerame ... Ensalivó sus dedos pulgar e índice, me despellejó, acarició mi capullo y empezó a masturbarme primero suavecito, después con más fuerza. Me dejé llevar, paralizado y temeroso de que nos descubrieran. El profe seguía con su explicación, alabando la justicia de Salomón. Sentí un placer infinito, algo nuevo y extraordinario. Mi glande estaba a punto de estallar. José me miraba de reojo sonriente, feliz de dominarme y de alguna manera corromperme. Sentía su aliento próximo. Imprimió más ritmo al pajote, quería que me corriese en su mano ... Convulsioné, estiré las piernas, perdí el sentido del tiempo y del espacio, mientras notaba hincharse los huevos ; en mi mente, fijada la imagen del rey Salomón que aparecía en la lámina, taladrando sin piedad el coño peludo de aquella mujer que gozaba como una posesa ante el cadáver de su hijito ... Y me corrí. Por primera vez había eyaculado. Estaba asustado. El hijoputa de José se limpió su mano pringada de lefa a mi pantalón. Miré hacia el suelo y vi varias gotas blanquecinas que me apuré a disiparlas con el zapato. Los compañeros que se sentaban delante de nosotros habían sido una buena barrera para nuestras peripecias; el resto de la clase no se había percatado de nada. El profesor terminó su explicación y pidió un voluntario para que hiciese un resumen de la lección. José levantó la mano:
- Profe, Richard quiere hacer el resumen pues le ha gustado mucho la historia del juicio de Salomón.
Creí morirme. Aún no había tenido tiempo de abrocharme el pantalón y todavía permanecía empalmado. Me puse rojo como un tomate, me recompuse como pude, me levanté y comencé mi narración con titubeos, ante las risas de mis compañeros, ajenos a mi comprometida situación. No fui capaz de dar una en el clavo. El profesor se enojó una barbaridad y me calificó con un cero. El malnacido de José se reía por lo bajo: "- Te ha salido caro el pajote, jajaja", me espetó.
- Me debes una, mamarracho. Eres un cabronazo - le dije cuando pude reponerme.
- Me la debes tú, Ricardito. Has gozado como una puta con esta primera paja de tu vida. Y vas a ser mi putita a partir de ahora como agradecimiento - añadió José.
Efectivamente, a partir de entonces aquel hijoputa me usó siempre que quiso para que le diera placer. Pero eso es otra historia.