Nuestro adolescente sigue descubriendo nuevas sensaciones en el mundo apasionante del erotismo y no se para ante nada: Si hay que emputecer a mamá, se la emputece ...
Relato
El placer de la masturbación me dominaba. En una ocasión llegué a contabilizar hasta quince pajas en un solo día. No respetaba ningún lugar y no desperdiciaba ninguna ocasión excitante para meneármela. Además de las pajas cruzadas que en clase me hacía con José, que me daban mucho morbo por el riesgo a ser cachados, en casa había descubierto un filón inagotable casi todas las noches, escuchando follar como bestias a mis padres, para lo que me escurría a gatas en la oscuridad y ponía la oreja en la puerta de su dormitorio. Lo que comenzaba con unos jadeos (besos, mamadas, comida de coño ...) terminaba con unos gritos de mi madre cuando orgasmaba, que hacían retumbar la casa. ¡Cómo gozaba la perra, cómo gozaba mi padre ... y cómo gozaba yo! (Mis padres estaban en pleno apogeo sexual a sus cuarenta y tantos años. Papá era un hombre muy atractivo: alto, moreno, pelo corto rizado, con buena poronga. Mamá también era una linda morena, pelito corto, regordeta y con unas buenas tetas).
Mi mente calenturienta no descansaba aquellas vacaciones. Descubrí un placer infinito en hurgar cajones y armarios cuando quedaba solo en casa para descubrir algún secretito de mis padres, pero salvo la vaselina (¿tan grande era la polla de papi o le daba por el culo a mamá?), un quitaleches y una revista porno que escondía mi padre entre sus papeles, no encontré nada destacable. Yo aprovechaba estas incursiones para pajearme con las braguitas de mamá, que lamía con deleite en la entrepierna, y en las que buscaba algún vellito púbico para colocarme en el glande y meneármela imaginando que follaba a mi madre. Me sentía un privilegiado con mis descubrimientos. Pero lo bueno estaba todavía por llegar.
La mala (¿o buena?) suerte hizo que aquella tarde, cuando me masturbaba en el cuarto de baño después del almuerzo, con la revista porno que le había requisado a mi padre extendida en el suelo mostrando una soberbia hembra con el coño abierto y unas tetas descomunales, muy al gusto americano, entró de repente mi madre (¡Me había olvidado de echar el pestillo con el calentón!) Mi paja ya había llegado a un punto sin retorno. Sentado en el water, la espalda apoyada contra la tapa, las piernas extendidas, los ojos cerrados, los calzoncillos y el pantalón por los tobillos ... Una sacudida final, otra, otra, me corroooooo ... ¡Exploté! La lefada sale disparada ráfaga tras ráfaga, potente y abundante formando una parábola ... hasta caer en el mandil de mi madre. Lo que vino después podéis imaginarlo.
El castigo vino por parte de mi madre, que se puso histérica al saber que su hijito del alma era un degenerado y un pajero. Papá fue más condescendiente en la bronca (creo que, en el fondo, le satisfacía saber que ya había un hombrecito en casa, y vete tú a saber los pajotes que él se hacía a mi edad), pero por no contrariar a mi mamá permitió el castigo impuesto (¡calzonazos!): una semana sin salir de casa, sin juegos, sin visitas y, lo peor: la obligación de mantener abiertas totalmente las puertas de mi habitación y del cuarto de baño y ducharme con agua fría para apaciguar los bajos instintos, como le había recomendado el cura. Pero pronto descubrí fórmulas para masturbarme pese al marcaje que me hacía la muy zorra y la más excitante fue cuando aquella noche tras la cena, cuando la familia feliz, veía el programa musical que daban en la tele y que a ella tanto le gustaba, sentado en el sofa entre mis padres, con una mantita cubriéndonos las piernas, metí la mano bajo el pijama y , suavecito, suavecito, casi acariciando mi glande, me hice un pajote de antología a su salud... Pero mientras veía la tele mi cabeza (la de pensar, jaja) maquinaba una venganza contra aquella hijaputa, que presumía de decente y madre y esposa ejemplar.
Durante la semana que duró mi castigo, mi único respiro era asomarme a la ventana a ver la calle y la gente que pasaba. Fue en una ocasión cuando reparé que en el piso de enfrente había unos obreros trabajando y que con frecuencia en medio de risas y comentarios miraban hacia nuestra casa; para ser más concreto: miraban para el balcón donde estaba el dormitorio de mis padres y, ¡claro! podían ver a mi madre cuando se desnudaba para cambiarse de ropa. ¿Debía avisarle a mami lo que estaba ocurriendo y que debía echar las cortinas para que aquellos hombres no invadiesen su intimidad con sus miradas lascivas? Llegué a la conclusión que era mejor callarme y aprovecharme de aquella situación tan excitante para dar rienda suelta a nuevas fantasías. Papá llevaba fuera de casa cinco días por su trabajo de taxista y mamá estaba más salida que una gata en celo pues era una hembra muy fogosa. Durante su ausencia, por la noche, ambos mantenían una larga charla telefónica y yo ahora, con la puerta de mi cuarto abierta debido al castigo, oía jadear a mi madre cuando se hacía un dedito mientras mi padre la calentaba al otro lado del teléfono con palabras guarras: "- Sí, soy tu puta, dame más, dame más, más polla, quiero tu leche mmmmmmm", gritaba hasta correrse. Mi convicción de que mi madre necesitaba poronga urgentemente se confirmó al día siguiente cuando vi que dos de los albañiles se apostaban en su ventana mirando sin pudor hacia el balcón del dormitorio de mi madre. Saqué medio cuerpo fuera de mi ventana y estiré la cabeza hacia el cuarto de mami. Su cortina estaba completamente descorrida y ella paseaba contoneándose en bragas y sujetador. Un coño peludo y carnoso abultaba bajo sus braguitas de encaje blanco y el sostén minúsculo dejaba prácticamente las tetas al aire. Me excité al momento. Pero no era yo sólo el que empalmaba. A los dos obreros (un rudo hombre de unos cincuenta años, corpulento y velludo, y un magrebí de unos veintitantos, delgado pero musculoso) les abultaba tanto la entrepierna que parecía que iba areventarle el pantalón de faena. Algo debió insinuarles la furcia porque al poco rato ambos hombres se bajaron los pantalones y quedaron en ropa interior: el maduro en boxer y el moro en slip. Empezaron a masajerse la polla por encima de los calzoncillos; sus vergas crecían y crecían ... Por un momento creí que la cosa quedaba ahí pero no. Asomarme fuera de la ventana podía desbaratar el tórrido episodio, así que salí sigilosamente de mi habitación, me acerqué a la de mi madre y vi por el cerrojo de la puerta: la muy puta estaba en pelotas con unos zapatos de tacones altos, los brazos en jarras y las piernas separadas, con el balcón abierto de par en par, mostrando su desnudez a los dos sementales. Volví a mi puesto de vigía tras los visillos. Ahora los hombres se habían bajado los calzoncillos hasta las rodillas. Enarbolando dos enormes pollas rematadas con unos huevos como melones empezaron a masturbarse ante mi madre. El árabe escupió sobre su glande circuncidado para lubricarlo. El otro, peludo como un oso, ya babeaba líquido preseminal por su cipote duro como un bate de beisbol. No perdían de vista a la zorra de mi madre; seguro que se estaba masturbando para ellos y les mostraba una concha roja y jugosa tras la frondosa mata de vello negro. No tardó en correrse el muchacho en medio de convulsiones y gritos en árabe. El hombre maduro dio muestras de resistencia y veteranía; sin duda, quería que mamá se corriese una y otra vez metiéndose los dedos y acariciando el clítoris, así que retrasó su eyaculación un buen rato y, cuando estaba a punto de estallar, se acercó más a su ventana, puso la polla en posición vertical, se estrujó los peludos cojones y le imprimió un ritmo vertiginoso a la paja para que toda la lefada le llegara con fuerza hasta la cara para que la mujer comprobase de lo que guardaba en sus huevos, de manera que quedó pringado de su semen desde la frente hasta el vientre. (¿Cuántas pajas me hice yo aquel día?).
La muy puta tenía planes al día siguiente. Papá aún tardaría tres días en regresar. Sorprendentemente, me dijo:
- Richard, como te estás portando muy bien te voy a levantar el castigo. Mañana por la tarde puedes irte con tus amiguitos a la piscina. A propósito: he pensado darle una sorpresa a papá y voy a pintar nuestro dormitorio de un color más moderno. En la casa de enfrente hay obreros, ¿quieres preguntarles si les interesa hacer el trabajo?
Aún sin salir de mi asombro, me dirigí rápidamente a la casa de enfrente. Encontré a los dos hombres levantando una pared de ladrillo. Cuando me vieron tuve la impresión que me reconocieron. No es de extrañar, pues parte del día me la pasaba en la ventana. De cerca me parecieron más grandes y brutos. Les conté a qué venía. Me dijeron que eran albañiles, no pintores, pero ...
- ¿Te ha mandado tu madre?, preguntaron.
- Sí, contesté.
No se anduvieron con rodeos. El maduro tomó la palabra:
- Tu madre lo que quiere es que la follemos hasta reventarla, que la llenemos de lefa hasta anegarle todos los agujeros. A esa puta la vamos a hacer gozar como no sabe hacerlo el cabrón de tu padre.
Me revolví de rabia e impotencia. Traté de darle una patada en los cojones a aquel hijoputa que se atrevía a mancillar el honor familiar pero ya el moro me sujetaba con fuerza por atrás.
- Tiene agallas este mocoso. A ver si tienes tantos huevos como parece - dijo el maduro haciéndole un gesto al marroquí. Y éste me bajó de un tirón el chándal que llevaba puesto y el slip. Yo volvía a tener una erección por las secuelas de todo lo vivido las últimas horas. Los dos hombres se echaron a reír a carcajadas. Y añadió:
- Ya eres un hombrecito, tienes una buena pija para tu edad. Vamos a llegar a un acuerdo contigo para que también participes de nuestro trabajito en tu casa...
Después de comer me despedí de mi madre para irme a la piscina. Le di un fuerte beso agradeciéndole que me hubiese levantado el castigo. La muy furcia aún tuvo el valor de decirme:
- A mí tus castigos me duelen más que a ti. Pero has de prometerme que nunca más harás esa cosa tan fea de tocarte y tener pensamientos impuros. Imita el ejemplo de tu madre: honrada, decente y fiel como ninguna.
A la hora prevista llegaron los dos hombres a casa. Mamá los recibió con una sugerente bata transparente que dejaba adivinar todos sus encantos. Yo había simulado irme a la piscina pero había regresado a casa y me había intruducido en el dormitorio de mis padres escondiéndome debajo de la cama. Todo respondía a un plan acordado con los dos obreros. Desde mi escondite pude adivinar lo que ocurría en el salón, donde mi madre había obsequiado con una bebida a los dos hombres. El tiempo se me hacía interminable. Unos veinte minutos después, mamá y sus dos machacantes entraban en la alcoba. No se anduvieron con rodeos. Despojaron casi a la fuerza de la ropa a mi madre y la dejaron en pelotas. Luego se desnudaron ellos. Yo veía como las vestimentas caían a los pies de la cama. Mamá protestó por la rudeza del moro pero éste acalló su queja introduciéndole la poronga hasta las amígdalas mientras el maduro le magreaba las tetas hasta enrojecerlas. Mi madre empezó a lamer con delectación aquel inmenso miembro negro. Cuando pudo tomar aliento dijo: "Hay condones en la mesita de noche". El peludo abrió el cajón y efectivamente, allí había una caja de preservativos:
- Muy pequeños para nosotros, nuestra talla es XXL. Estos condones son para micropenes como el cornudo de tu marido. Pero también hay un bote de vaselina, jajaja.
El espectáculo que allí se desarrolló fue inenarrable. Follaron a mamá de todas maneras y posturas. Durante un cunilingüe llegó a mearse de puro gustito en la boca del velludo. Por un momento, yo no sabía si ella gemía de dolor o de placer. Yo ya había salido de mi escondrijo y podía presenciarlo todo perfectamente: el trato con aquellos canallas es que mantuviesen a mamá tan superexcitada y ocupada que no fuese capaz de discernir lo real de lo ficticio, de manera que todo transcurriere en una nebulosa orgiástica. Yo no sé si alguna vez llegó a verme agazapado en un rincón del cuarto pero mi excitación era tal que sólo quería no despertar de aquel maravilloso sueño. Mamá pedía más y más poronga. Fue sodomizada varias veces, se llegó a agotar el bote de vaselina y todos sus agujeros fueron penetrados sin piedad. Bañados en sudor y fluidos, enloquecida mamá por el placer que nunca había experimentado, un fuerte olor a sexo y feromonas inundaba la habitación. Fue entonces cuando los dos hombres quisieron culminar la faena con un sandwiche. El moro se tumbó sobre la cama y cogiendo a mamá por la cadera la alzó de espaldas introduciéndole su falo por el culo hasta los huevos. Aún no se había repuesto la zorra del dolor anal, cuando el maduro le abrió las piernas y le metió su pollón en una concha enrojecita y chorreando jugos. Entonces ocurrió el milagro: El moro tapó con sus fuertes y rudas manos los ojos de mamá y el maduro me hizo un gesto para que me acercara hasta la cama. Me bajó de un tirón el bañador que llevaba puesto y me hizo meter mi polla virginal en la boca de mami. Ésta empezó a lamerme el pene, sin saber lo que estaba pasando pues seguía con los ojos tapados, y luego introdujo en su boca mis huevos: todo le cabía de la excitación que tenía. El placer que sentí fue inmenso. No tardamos los tres en vaciarnos al unísono. Mamá se tragó todo mi semen y tras recomponerme bajé de la cama escapando como alma que se lleva el diablo. Aún así tuve tiempo a ver cómo, al retirar sus vergas aquellos sementales, por la vagina y el ano de mami salían ríos de leche abundante y espesa.
A los pocos días regresó papá de su viaje. Ni que decir tiene que no se encontró con un dormitorio pintado de un color más moderno ...