EL FINAL (FELIZ) DE LA INOCENCIA (III)

Al regreso de su viaje de trabajo, aunque me imagino que se habría ido de putas, papá venía con unas ganas de follar enormes. Ante su sorpresa, encontró a mamá un tanto esquiva y con pocas ganas de complacerle. Yo sabía el motivo: la muy puta aún tenía molestias en la concha y en el ano por las brutales embestidas de los albañiles. Los dos orificios los tenía en carne viva por lo que yo deduje al espiarla en el baño cuando se aplicaba en los dos agujeros del placer un ungüento antiinflamatorio y cicatrizante que le habían recomendado en la farmacia. Su preocupación debía ser todavía mayor pues también había comprado un test de embarazo ya que toda la jodienda había sido a pelo y los dos hombres se vaciaron varias veces dentro de su coño. ¿Y si estuviese preñada? No quería ni imaginárselo y confió en la eficacia de las habituales lavativas vaginales de agua con vinagre que se hizo durante media hora con una pera de goma tras la orgía.

Ante este panorama de forzada continencia sexual de mi padre, me apuré a colocar en su sitio la revista porno que le había cogido de entre sus papeles; no fuera que quisiera aliviarse recurriendo al tradicional meneo, tan útil y gratificante en cualquier etapa de la vida. Pasaban los días y el calentón de papi iba subiendo y todavía mi madre seguía poniendo excusas para no follar. Así que papá se buscó la vida ...

Había llamado la atención a mi padre desde el primer momento la belleza exótica e ingenua de la criadita filipina de los vecinos del piso de arriba. Papá siempre había sentido debilidad por las jovencitas, por las muy jovencitas ... Aquella nena de edad indeterminada tenía el cuerpo menudo, rostro angelical, piel suave y poquito pecho. Un bocadito delicioso para cualquier maduro deseoso de iniciar en la sexualidad a un virguito. No sé los pasos previos que dio el hijoputa para cumplir sus deseos más inconfesables, pero aquella tarde cuando me disponía a dejar la bicicleta en el garaje a la vuelta del cole ...

Del taxi de mi padre, estacionado en la penumbra del garaje, salían unos gemidos como de un gatito. Me acerqué cautelosamente y lo que vi a través del cristal del automóvil en el asiento trasero me dejó paralizado. Papá tenía su cabeza metida en la entrepierna de la nena filipina. Le lamía con ímpetu un coñito lampiño como el de una bebita. La nena emitía como un maullido lastimero y se retorcía de gusto presionando la cabeza de mi padre para que el placer fuera más intenso. Se estaba corriendo una y otra vez y mi padre lo sabía porque saboreaba los jugos vaginales que derramaba abundantemente. Sabía que a partir de ahora tenía a la muchacha a su merced y le tocaba ahora a él gozar de aquella inocente criatura. Estiró el brazo hasta la guantera, la abrió y cogió un paquete de preservativos. Se puso rápidamente uno en su polla venosa de considerable tamaño rematada por un capullo gordo y sonrosado que ya goteaba líquido preseminal. Luego, levantó a la chica en peso y la sentó sobre sus rodillas cara a cara. Ambos estaban desnudos, ella apenas tenía tetitas. Papá la alzó por las caderas y le fue introduciendo suavemente su verga en su rajita. Parecía que aquello era imposible que entrase en un coñito casi infantil pero pronto todo el miembro estaba dentro, tan lubricada estaba la putita. La "chinita" notó como si algo se le rompiesen las entrañas y sus ojos se inundaron de lágrimas, pero el placer era tan grande que empezó a cabalgar sobre mi padre como una posesa. Yo escuchaba el chop-chop de las embestidas contra los huevos de papi. Éste lamía con deleite los pezoncitos de la nena, ya erectos de la excitación que sentía. A punto de llegar al éxtasis ambos, la criadita tomó con sus manos el rostro de papá y lo besó apasonadamente metiéndole la lengua bien adentro. Así, sintiendo los jadeos de placer el uno del otro, en medio de grandes convulsiones que hacían balancear fuertemente el vehículo, a punto de correrse al tiempo, papá aún sacó fuerzas para contener la eyaculación, retirar la polla del tierno chochito, incorporarse, sacarse el condón y vaciar toda su lefada en la boca de la nena, que tragó hasta la última gota.

Aquella escena en el garaje fue inolvidable para mí. Me maté a pajas en días sucesivos y aún ahora, cuando la rememoro, me excita sobremanera. Sólo lamenté no haber podido participar en aquella jodienda pero me prometí que más pronto que tarde papá caería en mis garras ...