EL FINAL (FELIZ) DE LA INOCENCIA (IV)

Mi madre se ha tenido que ir al pueblo durante quince días a cuidar a mi abuelo enfermo, así que nos hemos quedado solos en casa mi padre y yo. Como ha coincidido con las vacaciones de verano, no tengo que ir al colegio, así que yo me dedico a las tareas domésticas mientras mi padre trabaja con el taxi. En medio de un calor insoportable aún tengo tiempo a salir con los amigos, ir a la piscina y, cómo no, a potenciar mis fantasías sexuales durante el tiempo que estoy solo en casa. Hurgar en la habitación de mis padres es lo más excitante para mí. Así he descubierto cómo los condones de la mesilla de papá iban bajando en número (¿se va de putas o sigue liado con la nenita filipina?) y dónde guarda mamá su consolador a pilas (escondido dentro de un zapato de tacón alto, al fondo del armario) ...

Son muchos los preservativos que papi tiene en su mesita de noche, así que no notará la falta de alguno. Me dio mucho morbo ponérmelo y pajearme con él. He comprobado con satisfacción que casi tengo el tamaño de polla de mi padre. Como soy un buen hijo y me molesta mucho que papá le ponga los cuernos a mi santa madre, decidí pincharle con una aguja unos cuantos  (¡A ver si deja preñada a alguna de las hembras con que folla!). Una tarde que estaba muy recaliente, me puse unas braguitas de mamá, me tumbé sobre la cama matrimonial y me introduje su consolador a pilas en el ano. Sentí tanto placer que me corrí varias veces recordando el episodio de la jodienda con los albañiles en la que mami gozó como una perra. Me había enojado tanto comprobar lo puta que era y la cornamenta que le había colocado a mi pobre padre que en otra ocasión eyaculé dentro de su tarro de crema de belleza, así cuando regresase del pueblo iba a embadurnar su preciosa carita con la lefa de su hijito del alma. Éstas y otras perrerías hice en aquellos días inolvidables. Pero la experiencia más fuerte aún estaba por venir.

Aquella tarde de sábado el calor era tan sofocante que, tras la comida, decidí echarme una siesta. Dejé mi cuarto en penumbra y me tumbé sobre la cama sólo con un slip. En medio del sopor noté que mi padre entraba en mi habitación; él había decidido dormir un poco en su jornada de descanso y prefirió mi cuarto pues es el más fresco y tranquilo de la casa. Así que se desnudó quedando sólo con un calzoncillo y se echó a mi lado. Al poco le invadió el sopor y quedó profundamente dormido. En la semioscurdad observé el cuerpo de mi padre, creado para dar placer a cualquier mujer. Comparé su pecho peludo con el mío, lampiño y sin ningún vello. En esas estaba cuando de repente comprobé que su glande asomaba por la abertura del boxer. La tentación pudo más que el respeto que le debía al ser que me engendró y, casi instintivamente, desabroché el botón de la abertura para poder ver toda su polla. La saqué con cuidado y empecé a acariciar su glande. Mi sorpresa fue mayúscula: la verga empezó a crecer y prácticamente estaba toda fuera. No dudé en empezar a masturbarlo. Aquel cipote se endureció como un bate de beisbol y ya la cabeza estaba en todo su esplendor. Seguí masajeando cada vez con más decisión. Por el meato asomaba una gota de líquido preseminal. ¡Papá estaba más caliente que un mandril y sus huevos a punto de reventar! Aquello ya era un pajote con todas las de la ley. De repente, papá dejó de roncar y cambió de postura. Me invadió el pánico. Pero la situación se había vuelto mejor: con el movimiento se había separado las piernas y el calzoncillo se había bajado dejando polla y cojones al aire.

No lo dudé. Acerqué mis labios a aquel champiñón grueso y sonrosado. Aquel olorcito a marisco fresco me excitó sobremanera. Pensé: si la filipina con su boquita tan chiquita pudo engullirlo, yo también. Y así lo hice: introduje aquel pollón hasta las amígdalas mientras con la mano apretaba sus huevos grandes como limones llenos de leche. Ya bien ensalivado, reinicié la paja. Mi mano apenas podía abarcar aquel cilindro pero ya el ritmo era imparable. Yo notaba cómo la polla de papi crecía y se endurecía más y más con cada embite. Estaba en un punto sin retorno. Papá estaba gozando como nunca mientras dormía. Más, más, más. Mi manita subía y bajaba cada vez con más rapidez. Más, más, más. Papá empezó a gemir en sueños como lo hacía mamá cuando estaba a punto de orgasmar. Más, más, más. Entonces arqueó levemente su cuerpo y apretó sus muslos: iba a correrse. Dirigí mi boca a su polla y me dispuse a recibir aquella carga maravillosa. Papá se convulsionó repetidamente y lanzó un ahogado gritito iiiiiiiiiih mientras lanzaba borbotones de abundante y caliente semen, que yo me apuré a tragar casi al completo. Luego, con un rostro de plena satisfacción y relajo, se dio la media vuelta y dándome la espalda continuó su siesta.

Cuando nerviosamente me recompuse vi cómo yo me había corrido varias veces en mi slip sin necesidad de tocarme, tal era mi grado de excitación y placer por el episodio vivido. Concluida la siesta, papá se levantó y me zarandeó cariñosamente, diciéndome:

- Despierta, gandul, que ya son las seis de la tarde. Y esta noche, como estás desempeñando tan bien tu rol de amo de casa, te invito a ir al cine, que allí tienen aire acondicionado y se está fresquito.