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EL FINAL (FELIZ) DE LA INOCENCIA (VIII)

Relato enviado por : xoel el 24/07/2015. Lecturas: 2756

etiquetas relato EL FINAL (FELIZ) DE LA INOCENCIA (VIII)   Amor filial .
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Resumen
Mi operación de fimosis remató en una verdadera orgía en aquella habitación de la planta de puericultura.


Relato
Cada vez que contemplo (y son muchas veces) mi precioso glande sonrosado y reventón me acuerdo de mi operación de fimosis, a la que fue sometido a la tierna edad de diez u once años. Ya desde pequeño aquel pellejo que recubría la cabecita de mi polla me venía creando problemas de higiene y otras molestias pues no podía descapullar como sería lo normal. Aún recuerdo los intentos de mis pobres padres para solucionarme el problema con remedios caseros tirando inultilmente la piel hacia fuera con sus dedos impregnados de vaselina o aceite de almendras. Todo era inútil aunque a mí me producía mucho morbo (y cierto regustillo) cuando lo hacía mi madre, con aquella delicadeza y complacencia mientras veía cómo mes a mes la verga de su hijito amado iba creciendo más y más. Pero el champiñón no asomaba fuera de su caperuza, así que mis padres tomaron una determinación: "Al nene hay que circuncidarlo antes de la adolescencia, si no va a tener problemas de erección ... y pajillas".
Y así fue que un buen día en el hospital se produjo el milagro. Corta aquí, corta allá, cose todo alrededor ... y un precioso glande asomó como cabeza de una preciosa polla que ya prometía a lo largo y a lo ancho.

El posoperatorio suponía permanecer en el hospital 48 horas para realizar curas y un seguimento de la evolución. Así que me instalaron en una habitación de la planta de pediatría donde compartía convalecencia con una niña negra de corta edad. Pocas palabras pude compartir con mi compañera de cuarto pues no hablaba nuestro idioma pero no tardé en averiguar cosas sobre ella que, como paso a relatar, son de lo más escabrosas y morbosas.
Aquella niña era de Senegal y el motivo de su internamiento en el hospital es que sus padres la habían llevadado a su país de origen para realizar el ancestral ritual de la ablación del clítoris, es decir, una mutilación a lo bestia del botoncito del placer cuya estimulación tanto hace gozar a las mujeres; o sea, a mí me habían liberado el capullo y a ella se lo había cortado. Los médicos la habían operado para reconstruírselo así como los labios vaginales, que también se los habían extirpado en su tribu. Como esto es delito en España, sus padres habían sido detenidos a la vuelta de Senegal y sólo ahora podían acompañar a la niña mientras permaneciese en el sanatorio haciendo turnos. Para evitar que se escapasen de la acción de la justicia, un policía permanecía fuera a la puerta de la habitación y, cuando era el turno del padre, que parecía un sujeto violento y peligroso, le esposaban una mano a la cama metálica de su hija. La primera noche que estuve allí fue el turno del hombre ... y de mi madre.

Aquel individuo era un extraordinario ejemplar de raza negra: más de dos metros de altura, musculoso,de unos treintaitantos años, bien parecido pero de mirada cruel e insolente. Con la cadena en su mano izquierda sujeta a la cama de su hija me pareció un esclavo de las películas de romanos que tanto me gustaban. Pronto se percató de la presencia de mi madre que para estar cómoda en aquella larga noche de vigilia conmigo había traído una falta amplia y corta y una blusa que dejaba traslucir un sujetador de encaje. Aquel panorama debió calentar al africano que seguramente estaba pasando un obligado ayuno sexual desde que lo metieron en la cárcel separado de su mujer. Tras servirnos la cena a los dos convalecientes, la enfermera amortiguó la luz para que pudiésemos dormir. Pronto mi vista se acostumbró a aquella tenue oscuridad y me dispuse a no perder detalle de aquella larga noche que presentía de lo más excitante. Mamá me dio un beso de buenas noches y se dispuso a echarse sobre la tumbona prevista para los acompañantes de los enfermos situada en el pasillo que separaban las dos camas. El hombre hizo lo mismo, de manera que ambos quedaron prácticamente codo con codo. El joven policía que custodiaba fuera al senegalés abrió la puerta, asomó la cabeza y viendo que todo estaba en orden, dio las buenas noches y volvió a cerrar la puerta. El negro no parecía tener mucho sueño; mi madre dormitaba o disimulaba. Pronto muy bajito el gigantón inició una conversación bastante comprensible pese a que mezclaba español, árabe y francés:
- Es una injusticia lo que hacen conmigo, atándome como un perro.
- Es que han hecho algo muy malo con la nena - respondió mi madre.
- Es la tradición de mi pueblo.
- Una tradición perversa.
- El placer está reservado para nosotros - añadió el hombre - Y la mujer está para darlo, no para recibirlo.
- Es injusto. A nosotras también nos gusta disfrutar del sexo.
Sin mediar palabra el hombre agarró la mano de mi madre y se la llevó a su entrepierna, donde ya abultaba una polla que se prometía gigantesca. No tardó mi mami en acariciar por encima del pantalón aquella monstruosa verga que crecía por momentos. El negro separó las piernas para que mamá también pudiese calibrar la magnitud de sus testículos. No lo dudó la muy zorra: bajó la cremallera del pantalón y a duras penas sacó del calzoncillo del hombre un vergón de unos 30 centímetros, gordo y venoso, con un glande circuncidado ya babeante; los huevos colgaban como dos melones llenos de leche dispuesta a ser descargada. El gigantón agarró a mami por la cabeza y le obligó a succionarle aquel miembro descomunal. Yo escuchaba el chupchup de la saliva de mi madre engullendo la verga hasta los cojones; luego se chupó con deleite los huevos al no poder introducirlos en la boca de gruesos que eran.Temiendo el hombre correrse de la excitación que le embargaba, con la única mano que tenía hábil subió la falda de mamá, le arrancó de cuajo las bragas hasta rompérselas y se dispuso a follársela. La única manera de hacerlo era sentarla sobre él a horcajadas. Aquella puta no lo dudó. Comprobó que su hijito del alma había tomado el somnífero prescrito y suponiendo que estaba dormido como un tronco, se abrió de piernas y se sentó dándole la espalda al africano introduciendo aquel cipote negro en su coño chorreante. Mamá empezó a cabalgar con desenfreno. La polla le taladraba las entrañas sintiendo un placer infinito mientras el hombre con su única mano libre le magreaba las t

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