Continúo el relato sobre mi operación de fimosis y las excitantes noches que le siguieron en aquella habitación compartida del hospital. Me emocionó tanto rememorar aquel episodio de mi infancia y de mi despertar sexual que involuntariamente pulsé "enviar relato" y éste quedó incompleto. Allá va el resto.
Relato
Pues como os decía mi madre gozaba como una perra cabalgando aquella soberbia poronga del senegalés, sin preocuparle la presencia de dos tiernos infantes a unos centímetros de la jodienda: la niña negra a la que habían reconstruido la vagina tras la brutal mutilación tribal y su hijito del alma (yo), a los que la muy zorra suponía durmiendo plácidamente tras ingerir los tranquilizantes. Yo no sé si la pobre nena se enteró de algo pero yo puedo asegurar que no perdí detalle.
El negro seguía taladrando sin piedad la concha de mi mamá, cuyos fluidos vaginales ya empapaban los calzones del hombre.
- Tu marido no te folla así - le susurró al oído a mami.
Esta sólo reclamaba más y más mientras se corría una y otra vez con aquel trozo de carne dentro.
- ¿Te gusta mi polla negra? - la seguía calentando aquel hijoputa mientras le retorcía los pezones con la única mano libre que tenía.
Mamá creía enloquecer en aquel frenesí. En verdad el cipote de papi, aun siendo de un buen tamaño, parecía insignificante ante los 30 centímetros del mandingo.
- Más, más, más ... - suplicaba aquella furcia que me había traído al mundo.
Pronto mamá perdió el control de la situación y empezó a gemir como una gata en celo. El negro temió por un momento que los gritos despertasen a su hija y a mí y le tapó la boca para ahogarlos. Pero ella aún gemía más fuerte mientras orgasmaba una y otra vez. Fue entonces cuando el policía que vigilaba al senegalés en el exterior abrió la puerta y entró.
- ¿Qué carajo pasa aquí?
Los amantes no fueron capaces de detener su frenesí, tal era el placer que estaban experimentando. Mamá se echo hacia atrás sobre el hombre al sentir la descarga de semen dentro de su útero y cabalgó con más ímpetu para que el gigantón se vaciara al completo, mientras tenía un último clímax retorciéndose como una posesa sentada sobre las rodillas del negro. Así insertada como una perra quedó exahusta. Ambos folladores desfallecidos, ante la mirada atónita del joven policía.
Mamá fue recomponiéndose lentamente y volvió a ocupar asiento en su tumbona. El africano escarranchado y sin fuerzas sobre su sillón, con un brazo caído hacia el suelo y el otro sujeto por las esposas a la cama de su hija, mostraba su miembro ya fláccido soltando los últimos restos de lefa. La reacción del agente fue sorprendente. La polla ya abultaba considerablemente en el pantalón del uniforme. No estaba dispuesto a dejar pasar aquella oportunidad en aquella jodida noche de guardia. Sacó la porra que llevaba en la cintura y la dirigió al coño en carne viva de mamá. Le fue metiendo lentamente aquel arma de cuero para golpear en la vagina y comenzó un metesaca rítmico para volver a excitar a la mujer, que no tardó en abrir los ojos y separar más las piernas. Cuando el policía sacó la porra ésta apareció empapada de la leche que había depositado en su bestial corrida el negro para luego los restos salir abundantemente a borbotones. Ya la mujer se había vuelto a recalentar como una puta.
El policía obligó a mamá a ponerse a cuatro patas, apoyando los brazos sobre la tumbona.
- No voy a meter mi polla donde la metió ese cabrón de negro - le dijo a la mujer.
Y enarbolando su buen cipote (aunque ni comparación con el del senegalés), tras bajarse pantalón y slip se lo introdujo de un golpe en el ano. Mami emitió un grito de dolor. Ya sentía los huevos del poli golpeándole la chucha enrojecida y el sufrimiento se volvió placer. Empezó a masturbarse mientras el agente le rompía el culo. El gusto que sentía era infinito. El poli la insultaba con las palabras más denigrantes que se le puede decir a una mujer: puta, zorra, perra, furcia ... A ella oir aquello aún la excitaba más. Empezó a gemir como en la anterior ocasión. El joven se asustó por el escándalo:
- Calla, hija de la gran puta, que me estoy jugando el puesto.
Pero mi madre descontrolada gritaba cada vez más. Entonces el poli se dirigió al negro y le dijo:
- Haz callar a esta furcia hasta que me corra en su orto.
Y todo lo que se le ocurrió al mandingo fue volverle a meter su poronga en la boca hasta casi ahogarla. Así estuvieron en buen rato con los sendos bombeos anal y bucal hasta que casi simultaneamente los dos hombres se corrieron dentro de mami. El ano y la boca de la zorra absorbieron hasta la última gota de la lechada de ambos. La noche tocaba a su fin y cuando el cuarto se tranquilizó y mi madre y el negro cayeron en un profundo sueño esparramados sobre sus tumbonas me levanté sigilosamente para ir al cuarto de baño. En el suelo aún permanecían las bragas destrozadas de aquella zorra rastrera, las cogí y me encerré en el baño. Había tenido mi polla empalmada durante dos horas por la experiencia vivida. Seguía dura como una piedra y el vendaje y los puntos de la operación de fimosis habían saltado por los aires por tan extraordinaria y dolorosa erección. Debido a mi tierna edad una agüilla viscosa salía por mi meato y me asusté pues nunca había visto aquello ni experimentado una sensación similar. Me gustó el olor a vagina que desprendían las bragas de mi madre y lamí los flujos que había en ella. Casi sin saber porqué llevé las bragas a mi pene, retiré el vendaje, limpié los restos de sangre y empecé a frotarme con ellas. Como una descarga eléctrica un gustillo nuevo para mí recorrió desde mi entrepierna hasta la cabeza, tal era el placer que sentía ... y por primera vez eyaculé.
Pero la erección continuó durante horas aquella noche memorable y las pajas también. La última me la hice de rodillas en la oscuridad de la habitación introduciendo cuidadosamente mi cabeza entre las piernas de mi madre, a un palmo de su chocho sin bragas, que emanaba un intenso y excitante olor a fluidos vaginales, sudor y semen.
Ya amanecía, los primeros rayos de sol iluminaban tenuamente el cuarto. Mamá dormía profundamente con la boca abierta como aguardando un buen biberón que tragar, el negro roncaba como un rinoceronte en la sabana senegalesa, mi compañerita de habitación quizá soñaba con los angelitos y el policía me imagino estaría esperando el relevo del servicio para irse a su casa y aclararse si lo ocurrido aquella noche en su guardia fue real o imaginado.
Pero aún quedaba otra noche en el hospital... No te pierdas el Capítulo IX.
Relato erótico enviado por Anonymous el 14 de December de 2007 a las 13:35:08 - Relato porno leído 783546 veces
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