Yo ya había tenido suficientes pruebas para considerar a mi madre una verdadera puta. Más que eso: una reputa sin moral que le había puesto una considerable cornamenta a mi pobre padre. Y aquella inolvidable jornada familiar en la playa me lo volvió a confirmar. Mi caliente mamá gozó como una perra pero también hizo gozar a alguno más...
Relato
Calurosa tarde de verano en mi infancia. Tras la comida, la familia (papá, mamá y yo) nos dirigimos en el taxi de mi padre a la playa de la Malvarrosa, repleta de gente deseosa de refrescarse en las limpias aguas del Mediterráneo, broncearse bajo el sol o jugar sobre la arena. Allí llegamos los tres, dispuestos a buscar un buen emplazamiento para nuestra sombrilla y toallas. El pobre de mi padre carga con todos los bultos como un verdadero burro de carga, mientras mi madre como una marquesona va llamando la atención contoneándose bajo su pareo, su apretado biquini y sus escandalosas gafas de sol. Con el dedo índice señala al pobre cabrón (mi padre) el lugar donde debe clavar el parasol, extender las toallas, situar la tumbona y colocar la cesta de la merienda. Este obedece sin rechistar y allí, en un reducido hueco rodeado por la multitud, monta el tinglado. Papá detesta la playa por las aglomeraciones y el calor pero no le queda más remedio que complacer a la jefa, que ya de víspera se ha rasurado el coño para que el vello púbico no le asome en la entrepierna y luzca divina a sus cuarenta y pocos años. Porque, eso sí, a pesar de ser algo regordeta, mamá es muy sexi: espléndidas tetas, culo grande y respingón y cara muy sensual con unos profundos ojos oscuros y una boca carnosa que sabe dar placer. Papá también es un tipo atractivo: 45 años de edad, alto, moreno, cabello rizado y una mirada muy pícara. Ambos siempre dispuestos a darse placer siempre que la ocasión se presente, juntos o por separado como he podido ir comprobando desde muy pronto.
Pues este es el cuadro: mi padre sentado en la hamaca bajo la sombrilla y leyendo el diario deportivo (de vez en cuando alzaba la vista para contemplar a aquellos bellezones que con su bañador mínimo paseaban alrededor; a papi le gustaban muy jovencitas); yo tratando de localizar a algún conocido para jugar al balón mientras esperaba me hiciese la digestión para meterme en el agua (en aquel tiempo había que aguardar tres horas tras la comida) y mamá (¡oh mi linda y hot mamá!), tumbada como una lagartija al sol, boca arriba con sus gafas oscuras, embadurnada de aceite propector ... y las piernas bien separadas para que ni un centímetro de su cuidado cuerpo quedara fuera de las caricias del astro rey. Así estaba hasta que me percaté que un mirón recién llegado en una moto que aparcó en las proximidades se había situado a pocos centímetros de ella, casi rozando sus pies, boca abajo y dirigiendo su lujuriosa mirada a la entrepierna de mamá en la que el bañador marcaba la raja de su abultada concha. Quizá estuviese tratando de descubrir algún pelito travieso que había resistido la depilación de la noche anterior. El hombre, disimulando bajo sus gafas de sol, no perdía de vista aquel coño provocador. Era un muchacho bien parecido, que no llegaba a la treintena, con un ceñido speedo negro que, cuando se volteó, evidenció una buena polla empalmada, que tuvo que disimular volviéndose a poner cara a la arena y por tanto reencontrase con la vulva de mi madre hinchada y sudorosa. Una fantasía que yo no me quería imaginar debía rondar por la cabeza de aquel desconocido. Miró a su alrededor: el cornudo de papi ya dormitaba con la prensa caída sobre la arena y el niño (yo) parecía no darse cuenta de nada.
Una inoportuna llamada de móvil despertó a mi padre: se le había presentado una urgencia de un cliente habitual y debía coger el taxi e ir a hacer el servicio. Mi madre se puso histérica:"¡No nos dejan ni un día en paz! ¿Y quién nos devolverá a casa? Yo no monto en el tranvía, abarrotado de gente sudorosa." Mi padre la tranquilizó diciéndole que sería un par de horas y luego volvería con nosotros. Se despidió de mí y luego besó en la boca a mamá, que seguía espatarrada boca arriba, al tiempo que le decía al oído: "Nada de topless, eh". Mamá no dijo nada. No tardó la muy furcia en sacarse el sujetador tan pronto vio alejarse a papá. "Richard, me dijo, échame un poco de crema en la espalda, que yo no llego". Luego se puso abundante aceite solar sobre los pechos y empezó a masajearse con suavidad y deleite. Tenía unos senos soberbios rematados en dos pezones grandes y oscuros como castañas. El muchacho creyó enloquecer al ver aquella nueva parte de la anatomía de la zorra. En su speedo negro me pareció ver una mancha húmeda justo a la altura del glande. ("Se está corriendo de puro gustito", pensé). La suerte parecía estar sonriendo a aquel mocetón salido como un mandril: marido ausente, hembra provocando, nene inocente ... ¿Qué golpe de azar faltaba para que aquella perra cayese en sus redes?
Mamá lanzo un terrible grito. Una avispa le había picado en el dedo gordo de un pie. La gente de alrededor se dispuso a ayudarla aportando cada cual ideas de lo más extraño para extraer el aguijón y aplacar el gran dolor que suponía la mordedura del insecto. Hasta que llegó él:
- Yo tengo el remedio - dijo el muchacho que así tuvo la oportunidad de acercarse a mi madre y de que ésta reparase en él (si todavía no lo había hecho, algo muy extraño en ella, ya que esos tipos morenos y arrogantes, marcando paquete, la ponen a mil) - Déjenme a mí.
Y cogiendo el pie de mamá se llevó el dedo gordo ya ligeramente enrojecido a la boca. Empezó a chuparlo con delectación, algo que gustó a mi madre, que se dejó hacer un buen rato, echada hacia atrás, las piernas separadas, con las tetas caídas hacia los lados y lamentándose con un quejido lastimero de "umm, umm, umm", que más parecía la antesala de un orgasmo. El muchacho estuvo unos minutos succionando el dedo hasta que percibió que la mujer estaba caliente como una perra pues sus braguitas se estaban empapando de fluidos vaginales. Yo veía entrar y salir en la boca del desconocido aquel dedo cada vez más hinchado rematado en una uña pintada de rojo. Pero lo mejor estaba por venir.
- Hay que hacerle una cura de urgencia a tu mamá - me dijo -. Tengo mi moto a poca distancia y la acercaré hasta el puesto de socorro que hay en el otro extremo de la playa. Tú queda aquí para vigilar las pertenencias y por si regresa tu papá. Todo irá bien, no te preocupes. Y tan bien que iba a ir.
- Señora, ¿tiene miedo a ir en moto? - preguntó el mozo.
- Para nada - respondió risueña ella.
- Pues allá vamos.
Relato erótico enviado por Anonymous el 14 de December de 2007 a las 13:35:08 - Relato porno leído 783544 veces
Si te ha gustado EL FINAL (FELIZ) DE LA INOCENCIA (X) 1ª parte. vótalo y deja tus comentarios ya que esto anima a los escritores a seguir publicando sus obras.
Por eso dedica 30 segundos a valorar EL FINAL (FELIZ) DE LA INOCENCIA (X) 1ª parte..
xoel
te lo agradecerá.
Comentarios enviados para este relato
katebrown
(18 de October de 2022 a las 21:03) dice:
SEX? GOODGIRLS.CF
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