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EL MAESTRO

Relato enviado por : gustavo8000 el 14/02/2012. Lecturas: 7720

etiquetas relato EL MAESTRO   Fantasías .
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Resumen
A continuación les ofrezco una historia tipo thriller sobre una chica en el instituto, con ganas de investigar las cosas en la vida y en su sexualidad. Viviremos su aventura y la pérdida de su virginidad mientras investiga el extraño caso del “Maestro”. Existe una leyenda urbana en su instituto: “El Maestro”, un personaje que no sabe si es real o un mito, que se supone que ha seducido a muchas alumnas de último curso de su instituto. Espero que les guste.


Relato
¿Quién iba a imaginar semejante escándalo en el instituto? ¡Un miembro de la plantilla del instituto pillado in fraganti en actos inmorales! No podía creer lo que publicaba el diario del instituto… Pues sí, al final, tras casi medio año de divertidas prácticas, finalmente habían atrapado al “maestro”.
Ahora, dos sensaciones le embargaban: por un lado, por si confesaba su relación con ella; por otro, de rabia, porque había sido otra alumna del curso la que le había delatado. Entonces, ¡le había mentido! Ella no era su única alumna, sino que después de ella, había habido más… a saber cuántas, ¡el muy cabrón!- pensó- ... pero aun con todo, no podía olvidarlo, pues en el fondo fue mi tutor y la persona con la que perdí mi virginidad…. Fernanda empezó a recordar con cierta nostalgia.
Fue como cosa de hace un año. Ya corrían rumores, pero todos parecían bulos , leyendas de instituto, las clásicas historias inventadas por los alumnos de último curso para burlarse de los alumnos más jóvenes. Se decía en los pasillos que había una persona en el centro que se encargaba de desvirgar a las alumnas más atrevidas o más bonitas del último curso. Pero los rumores y comentarios no aclaraban nada. Y nadie confesaba abiertamente haber sido seducida, pero los rumores se habían mantenido durante, al menos, los años que Fernanda llevaba en el instituto.
Pero Fernanda era una detective nata, y un poco precoz para su edad. Tenía apenas 16 años y estaba en el último curso del instituto. Pero a pesar de su temprana edad, ya tenía una fuerte ansiedad sexual, y más de una vez se había notado excitada y un tanto húmeda al ver pasar al alumno de último curso que tanto le gustaba. Con 16 años su curiosidad investigadora le hizo interesarse en el caso de “El Maestro”. Así pues, empezó a interesarse disimuladamente sobre el asunto, indagando todo lo que pudo sobre el asunto en cuestión.
Sin embargo, a pesar del tesón que le puso, las pistas eran muy vagas. Después de investigar un poco, casi llegó a la conclusión de que el famoso “Maestro” no era más que una fantasía alimentada por las alumnas de último curso para dárselas de importantes, para hacerse las interesantes. Pero a la hora de la verdad, ninguna confesaba haber sido seducida por el supuesto “Maestro” sexual.
Un poco decepcionada, Fernanda estaba casi a punto de abandonar la investigación. Sin embargo, una pista le dio aliento para seguir en su búsqueda.
La noche de la graduación del último curso del instituto se organizó una macrofiesta en la casa de una de las alumnas más adineradas, a la cual fue invitada como reportera del periódico del instituto. Fernanda entrevistó a varios alumnos de último curso y tomó notas y fotografías suficientes para poder realizar el artículo correspondiente, y después se dedicó a disfrutar de la fiesta y charlar con otros alumnos invitados a la fiesta. Conocía a mucha gente por su gran implicación en el periódico del instituto y por los equipos de deportes a los que estaba apuntada, en los que había coincidido o tomado contacto con muchos de ellos.
Ya entrada la madrugada, se cruzó con una chica de último curso que llevaba un par de copas de más, y tenía la lengua un poco “floja”. La chica era muy bonita, y te vino a la cabeza un tema medio olvidado… ¿habría seducido el “Maestro” a una beldad como aquella?. El mito te vino a la cabeza y decidiste preguntarle disimuladamente.
La chica, un poco distraída por el exceso de alcohol, le contestó…
- El “Maestro” elige a sus amantes…
Aquello le pilló por sorpresa. ¡Aquella chica sabía algo! ¿Y si al final no era un mito y era real? Tenía que averiguarlo. Se puso alerta. Tenía que hacer las preguntas adecuadas para sonsacarle la máxima información. Fernanda la dejó y volvió al momento con otra copa más para la chica. Ya no se iba a separar de ella toda la noche, le sacaría todo lo que supiera sí o sí.
Además, sin darte cuenta, el volver a pensar en el “Maestro” te había puesto húmeda.
Tras dos copas más, Fernanda se hizo amiga de toda la vida de la muchacha de último curso, y la chica empezó a aflojar todavía más la lengua.
- Sí,-dijo- el maestro elige a sus amantes. Inocentes muchachitas virginales, para iniciarle en las artes amatorias. Solo les inicia, les enseña y luego les hace jurar que no le delatarán…
Fernanda siguió intentando sonsacarle algo más a aquella chica, pero poco más le pudo sacar porque, con las ganas de obtener más información, la había emborrachado demasiado. Sin embargo, había sonsacado una información valiosísima, suficiente para creer que la historia tenía algo de verídico.
Al parecer, el “Maestro” elegía a sus potenciales amantes de entre el alumnado del último curso. Cuando elegía a una chica, conseguía ponerse en contacto de manera disimulada, y el morbo que producía la leyenda de su existencia hacía que la chica siguiese sus instrucciones. Así, el “Maestro” acababa convirtiéndose en su iniciador sexual, haciéndole perder su virginidad y enseñándole todo lo que tenía que saber en las artes amatorias. Al parecer, era tan buen amante que todas ellas quedaban profundamente marcadas, con ganas de ser su amante de por vida. Sin embargo, el “Maestro” no hacía excepciones. Una vez terminaban el instituto, se acababa la relación. Fernanda se quedó pensando, si tan bueno era, cómo aceptaban abandonarlo tan tranquilamente sin decir nada.
En ese momento, la chica pareció revivir un poco de su borrachera, y le asió por las solapas, asustando un poco a Fernanda. Le miró con ojos suplicantes, llorando.
- En todo este tiempo no me ha vuelto a llamar…, y ahora he llamado contigo, seguro que se entera y ahora no me llama…. Nooo – y se desplomó, borracha, llorando desconsolada.
Fernanda la dejó allí y decidió volver a casa, un tanto desconcertada. Por la información que tenía, cualquier chica que eligiera el “Maestro” aceptaba ciegamente sus proposiciones, puesto que el disfrute parecía estar garantizado. Aunque ese disfrute tenía los días contados, y ellas aceptaban sumisamente el fin de ese tiempo con la esperanza que después del instituto, su “Maestro” podía volver a requerirla otra vez, siempre y cuando no le delatara. Increíble. El control de ese sujeto debía ser absoluto. ¿Cómo lo conseguiría? ¿Serían tan bueno en el campo del amor?. Fernanda estaba hecha un mar de dudas, pero tuvo un calentón tremendo, pensando en el “Maestro” y en lo que le podía hacer, y acabó masturbándose intensamente, pensando en un “Maestro” con la cara de su estudiante favorito de último curso.
Al día siguiente, de camino al instituto, Fernanda no se quitaba de la cabeza los acontecimientos del día anterior, y la información que poseía ahora. Se descubrió con sus ansias renovadas. Por un lado, con ganas de llegar a descubrir y revelar al mundo quién era el “Maestro”, el misterio más famoso del instituto, y por otro lado, una renovada ansia sexual de que aquel misterioso y embriagador hombre le desvirgara. ¿Pero cómo se podría poner en contacto con él? Al parecer, tendría que llamar su atención. Y quería hacerlo ahora, antes de llegar al último curso, al que apenas le quedaban tres meses para llegar a su final.
Durante los siguientes días, la cabeza de Fernanda hervía pensando en el asunto, y al menor rato que tenías libre no paraba de darle vueltas. Si la leyenda era cierta, aquello llevaba ocurriendo por lo menos cinco años, por lo que debía ser alguien que estuviese de manera constante en el instituto. Por tanto, esto reducía las posibilidades al personal del instituto: ¿profesores?,¿ alguien de la dirección del centro? ¿algún operario de limpieza o mantenimiento?. Cualquier hombre podía ser el “Maestro”…
Como Fernanda estaba convencida de que la historia no era un bulo, o así lo deseaba, asumió como buena la opción de que el “Maestro” debía pertenecer al personal del instituto, con lo que realizó una detallada lista del personal masculino del instituto en su cuaderno de investigación. Observó que no eran muchos, pero sí los suficientes como para no poder seguir sus movimientos con facilidad. Sobre todo porque ella llevaba la investigación en el más absoluto secreto. Fernanda quería el premio solo para ella. Pero claro, entre profesores, limpiadores, jardineros y personal administrativo, tenía 40 personas. Y seguir a esa gente era imposible, pues Fernanda tenía que estar en clases, mientras ellos disponían de todo el tiempo del mundo para moverse a sus anchas por el instituto.
Entonces, Fernanda decidió otro plan de acción. Si no lo localizaba ella, haría que él lo localizase a ella.
Empezó por cambiar su vestuario. Bueno, de vestuario no, porque en el instituto se llevaba uniforme. Pero sí se puso más provocativa: recogió la falda para que, sin llamar en exceso la atención pero que, en el momento necesario, pudiese ajustar y dejar ver más pierna o incluso dejar ver tu ropa interior… aquello, además de peligroso, ¡resultó excitante!, hasta el punto de que acabó por ir sin ropa interior. Aquello le gustó, y siguió así como cosa de un mes, aprovechando cualquier oportunidad que se le brindaba para calentar al personal del colegio.
Fernanda lo hizo muy bien, porque en poco menos de un mes corrió la voz de tu descaro y medio colegio, el masculino, claro, iba atento a tus movimientos porque se había corrido el rumor de que ibas sin ropa interior. Así estaban las cosas hasta que una profesora mayor le reprendió. Fernanda puso cara de angelito que no ha roto nada en su vida, y se excusó diciendo que se había olvidado las braguitas de repuesto para la clase de educación física y, por no ponerse las sudadas, no se había puesto nada. Después de eso, no te la jugaste más, pues la investigación estaba muy bien pero querías que tu expediente siguiera inmaculado. Sin embargo, el efecto reclamo estaba hecho, y todos los hombres del instituto te miraban con otros ojos, y aquello le encendía y le gustaba. Ahora, a ver si el “Maestro” movía ficha… pero no pasó nada.
Se acercaba ya el mes de junio y pronto se acabaría el penúltimo curso, y Fernanda no conseguía avanzar en el asunto. Aun con todo, de su lista de posibles candidatos, había descartado ya a unos quince por diversos motivos, aunque todavía quedaban demasiados. Sin embargo, en el segundo día de junio tuvo un golpe de suerte.
Andaba despistada, rodeando el edificio del instituto, pensando en sus cosas. Giró la esquina del edificio, y enfiló a la entrada principal. EL instituto era un edificio rectangular de tres pisos. En la parte principal estaban las clases. La zona intermedia era para despachos y dependencias administrativas, baños y vestuarios y en la parte trasera del edificio estaba el gimnasio y detrás, las pistas de deportes al aire libre. A medida que avanzaba por la fachada, iba contando las ventanas del gimnasio, en la parte alta del edificio: seis grandes ventanales alineados y uniformemente distribuidos daban luz al interior del gimnasio. Después, media docena de ventanitas pequeñas, correspondientes al gimnasio. Las ventanas, si bien no estaban tan altas como las del gimnasio, seguían siendo inaccesibles, para evitar miradas indiscretas en su interior. En este lado del edificio estaban los femeninos, y al otro lado, simétricamente, estaban los masculinos. Fernanda siguió avanzando. Lo siguiente que venía eran las ventanas del almacén de material administrativo y del cuarto de baño del departamento de administración y luego… Fernanda se paró. Se quedó mirando pensativamente ante estas últimas ventanas. Estaba equivocada: viniendo desde el gimnasio, primero estaba el baño y luego el almacén. Luego, la sala de reuniones y finalmente, el despacho del director y, a continuación, las primeras aulas de la planta baja. Pero aquello no fue lo que le llamó la atención. Venía observando las simetrías del edificio cuando se percató del gran espacio existente entre las ventanas del vestuario y del baño de administración. Recordaba haber visitado aquel baño y tener centrada la ventana. Sin embargo, a primera vista, aquello no cuadraba: de acuerdo con la posición de las ventanas, o bien el vestuario o bien el baño tenían que ser como metro y medio más anchos de lo que los recordaba.
Fernanda empezó a sospechar que ahí había algo raro. Estuvo meditando el resto del día hasta que, de madrugada, le vino una fugaz idea a la mente: ¿y si hubiera un cuartito oculto adjunto al baño entre el baño y el gimnasio? Aquel cuartito daría justo… ¡al vestuario de las chicas! ¡Claro! ¿Cómo no había caído antes? El vestuario tenía una sala común de duchas, y el “Maestro” conocería de buena mano a todas las alumnas del instituto solo con observarlas allí mientras se duchaban en las clases de deportes, y podría elegir a sus potenciales amantes. Todo encajaba a la perfección, pensó Fernanda. Se puso húmeda solo de sentirse observada por el “Maestro” en la ducha. Pronto la calentura le sobrellevó y se masturbó pensando en ello, antes de quedarse dormida plácidamente.
A la mañana siguiente, Fernanda fue al instituto con una única idea fija en la mente: comprobar las dimensiones del cuarto de baño y del vestuario, e indagar para saber si su teoría era errónea o se mantenía en pie. Tras una visita al departamento de administración con una excusa del periódico del instituto, pediste permiso para ir un momento al baño, el tiempo justo para echar un vistazo a las dimensiones del baño y confirmar tu teoría del cuartito oculto. El cerco sobre el “Maestro” se estrechaba.
Fernanda se pasó el resto del día recopilando los horarios de los diferentes cursos y actividades en los que se empleaba el vestuario femenino. Y descubrió algo, inapreciable a simple vista, pero que a ella no le pasó desapercibido y le encajó perfectamente con su teoría: curiosamente, el vestuario femenino era empleado por las chicas de los cursos más pequeños del instituto por la mañana, dejando a los cursos más avanzado su uso por las tardes: los mayores, siempre por las tardes.
Solo había un problema, pensó decepcionada: por las tardes, no había personal administrativo en el instituto. Por lo tanto, cualquiera podría entrar allí para acceder al cuarto oculto. Seguía igual de perdida. Abatida, Fernanda pasó el siguiente día cabizbaja pensando cómo podía avanzar en su investigación. Sin darse cuenta, llegó su siguiente clase de gimnasia.
Cuando acabó, llegó la hora de ducharse. Sus compañeras se duchaban alegremente en la ducha común. Fernanda las veía enjabonarse tan tranquilas, sin tener idea de que estaban siendo observadas. Pero ella no podía dejar de pensar si el “Maestro” estaría en el cuarto oculto, observando a través de una disimulada mirilla. ¿Estaría allí? ¿Se fijaría en ella? Quizá estuviese masturbándose mientras les veía… todo aquello empezó a encenderle. Una a una, fueron saliendo todas las chicas hasta que se quedó sola, con el cuerpo caliente acariciándole, y Fernanda acabó masturbándose mirando hacia la pared. Si el “Maestro” estaba allí, le iba a dar un buen espectáculo…
No lo pudo evitar. Fernanda repitió el espectáculo, lo más disimuladamente que pudo hacia la gente, pero lo más escandalosamente que pudo hacia la pared. Tuvo unos orgasmos intensos imaginándose al “Maestro” masturbándose frenéticamente al ver cómo se tocaba.
Y por fin, sus esfuerzos dieron fruto. Dos semanas después, Fernanda encontró una nota en su taquilla: “pronto me pondré en contacto contigo”. Se quedo estupefacta. ¡Lo había conseguido! Había contactado con él. El “Maestro” se había fijado en ella. El calor que le recorrió el cuerpo le ruborizó de tal modo que tuvo que ir al baño y encerrarse en una cabina y masturbarse hasta tener un intenso y duradero orgasmo. La emoción en el día fue tal, que acabó masturbándose hasta en cuatro ocasiones más, entre clase y clase. Cualquiera que se fijase en ella, acalorada y agitada, y yendo cada dos por tres al baño debió pensar que había contraído algún virus.
Sin embargo, Fernanda decidió tranquilizarse, y jugar duro. No volvió a insinuarse en las duchas esa semana, a ver qué movimiento haría él ahora.
A la semana siguiente, Fernanda se encontró otra nota más en la taquilla: “eres una alumna aventajada, Fernanda… y recibirás, por tanto, un trato aventajado… reúnete conmigo este sábado, en el aula 204, a las once en punto de la mañana… M”.
Fernanda no daba crédito a lo que leía. O le estaban gastando una broma tremenda, o había conseguido contactar con el “Maestro”. Ella, que era alumna del penúltimo curso, había conseguido que el “Maestro” accediese a tratarla cosa que, según la información que disponía, no había pasado antes. Estaba en las nubes.
Los días transcurrieron lentos. Entre numerosos calentones y alivios rápidos en los servicios del instituto, acabaron pasando los días hasta que llegó el esperado sábado. Nerviosa, inventó una excusa para ir al colegio aunque, por si acaso, dejó una nota en su habitación por si tenía alguna complicación que sus padres supieran dónde estaba. Al fin y al cabo, apenas tenía 16 añitos recién cumplidos. En el fondo, reflexionaba camino de la escuela, no sabía si el “Maestro” era un psicópata, un perturbado, si sería viejo o feo, pero en el fondo te daba igual. Tenía tantas expectativas creadas que no podía dejar de conocerlo y comprobar la verdad del mito, ahora que estaba tan cerca.
Fernanda abrió la puerta del aula 204 y… ¡estaba vacía!. Aaargh! Se tiró de los pelos, pensando que había sido engañada tontamente por algún desgraciado de último curso que ahora estaría, seguramente, riéndose con ganas de ella. Con las ganas que tenía de destrozar todo el mobiliario del aula, no te enteraste de la entrada de un chico de pocos años, que se acercó y le preguntó:
- Hola, ¿eres Fernanda?
- Sí, soy yo. ¿Por qué?
- Un hombre me dio ayer una nota para ti, y me dijo que te la entregase hoy a esta hora.
- Oh, - exclamó desconcertada, recibiendo la nota de manos del niño. Acto seguido, el niño salió corriendo como alma que lleva el diablo, que no le dio tiempo a preguntarle sobre el hombre que le dio la nota… ¡La nota!
Era un pulcro sobre blanco con tu nombre. Dentro venía una carta con la misma letra que las otras dos anteriores, y rezaba así:
“Bienvenida, mi aventajada alumna… creo que quieres conocerme… y yo estoy deseoso de conocerte a ti… estoy convencido de que vas a ser mi mejor alumna… y yo te voy a corresponder el interés que has mostrado por acercarte a mí… ahora, avanzarás hasta el último piso, y antes de llegar a los servicios, te taparás los ojos con el pañuelo que tienes en el interior del sobre… tranquila, no tengas prisa, te espero exactamente a las once y quince en el interior de los lavabos masculinos.
Para aquello todavía faltaban diez minutos. Paseó nerviosa por la sala, pensando en qué iba hacer, si acudía al piso de arriba y se tapaba los ojos para quedarse a merced de un desconocido o daba media vuelta y se quedaba en la más absoluta incógnita. Al final, Fernanda decidió que no había llegado hasta donde había llegado para echarse atrás ahora. Encima, empezaba a tener unos nervios y una excitación crecientes: el “Maestro” había sido su obsesión el último medio año, y tenía demasiadas ganas, expectativas e incógnitas por resolver como para echarse atrás ahora por miedo o por prisas. Así que esperó nerviosa a la hora convenida para subir las escaleras, acercarse al servicio masculino y, poco antes, ponerse la venda en los ojos.
Todo se hizo oscuro. El silencio de los pasillos vacíos se hizo de repente más latente. A tientas, Fernanda consiguió entrar en el lavabo masculino y se quedó parada, sin saber que hacer.
- Hola, Fernanda.
Ah! Casi se corre allí mismo, del susto y la excitación que le produjo aquella voz grave.
- Hola- atinó a contestar, temblando.
- Hoy vamos a tener tu primera clase, tu clase de iniciación.- Fernanda asintió.- Pero tienes que aprender una cosa: yo soy el “Maestro”, y tú, la alumna. Cualquier réplica o desobediencia y no volverás a saber de mi.
- De acuerdo – contestó inmediatamente. En el fondo, Fernanda se sabía sumisa de aquel hombre misterioso e intrigante.
- Muy bien. Ahora te voy a coger. Te mantendrás callada y me obedecerás en todo.
- Sí.
- Bien.
Fernanda escuchó avanzar unos pasos en el lavabo que se acercaban a ella lentamente y, de repente, unas fuertes y grandes manos le cogieron y le levantaron en volandas con facilidad. Podía notar, bajo la oscuridad del pasillo, su aliento cercano. Notó que salía del servicio, y que daba varios giros con los que se desorientó por completo: ¡no sabía en qué dirección iba! Así estuvo un rato hasta que, finalmente, notó que entraban en una estancia. El “Maestro” cerró por dentro y, de nuevo, se hizo el silencio. Por un instante pensaste si te había dejado…
- Bien, Fernanda, hoy será tu primera lección.
- Sí, Maestro.
- Bien, te veo dispuesta a aprender, ¿verdad?
- Sí, Maestro.
El “Maestro” hablaba con calma y decisión. Fernanda se notaba ya super húmeda y tenía muchas ganas de echar mano a su entrepierna para aliviar la comezón que empezaba a embriagarle, pero no se atrevió a enfadar al “Maestro” y se contuvo. Se quedó quieta, con la respiración agitada.
- Bien. Ponte de rodillas.- Temblorosa, Fernanda se arrodilló en la más absoluta oscuridad. Además, en aquella habitación parece no llegar ningún sonido exterior, como si estuviese insonorizada. A través del pañuelo, notó un ligero suavizamiento de la oscuridad. Debía haber encendido una luz, pensó. Fernanda estaba muerta de miedo, y de excitación a la vez.
- Tranquila. Estás aquí para aprender… y para disfrutar… Si no quieres hacerlo, no tienes más que decirlo, te devolveré al exterior y nunca más sabrás de mí, con la única promesa de no revelar ningún secreto, claro.
Aquello lo decía con voz grave y tranquila, seguro de sí mismo. Fernanda no quería irse.
- No, quiero aprender, Maestro. – contestó.
- En verdad, vas a ser mi mejor alumna, Fernanda. Empecemos entonces… Desnúdate.
Fernanda se quitó lentamente su blusa y el sujetador. Notaba sus pequeños pechos adolescentes duros y con los pezones a punto de salírsele del cuerpo.
- Así es suficiente por hoy. Lo primero que vas a aprender es a dar placer. Será tu primer módulo de aprendizaje. Cuando sepas esto con maestría, seguiremos con la siguiente lección…
- Sí, Maestro
- Bien.
Fernanda notó, sobresaltada, que le cogía las manos y las acercó a lo que reconociste como el cinturón de su pantalón. Por la altura a la que colocó sus manos, Fernanda dedujo que debía ser un hombre alto, alto y fuerte. El “Maestro” le indicó con gestos cómo desabrocharle el pantalón y se bajó los pantalones.
- Lo primero que tienes que aprender, Fernanda, es a excitar a un hombre y darle placer… eso te dará poder sobre él. Podrás decidir si es merecedor de disfrutar de tu cuerpo o no, porque si no quieres que te disfrute, puedes anularlo antes masturbándolo, ¿está claro?
- Sí, maestro.
Estaba a mil.
- Empieza por bajarme los calzones, y coger mi verga.
Fernanda hizo lo que le indicaba. Al momento, notó algo fláccido y muy caliente entre sus manos. ¡Estaba fláccido!, pensó decepcionada.
- Mi verga está fláccida, porque yo soy el “Maestro”, y soy capaz de controlar mi erección, a pesar de la excitación que me produce estar contigo… -aquel comentario casi le hizo correrse sin siquiera tocarse- aunque a veces encontrarás hombres que te estén esperando totalmente armados… conmigo aprenderás desde el principio. Tócala. Empieza a menearla suavemente.
Fernanda le seguía diligentemente, concentrada, excitada. Pronto, aquella masa fláccida empezó a tomar consistencia, cobrando cada vez más tamaño.
- Así, bien.
El “Maestro” empezó a emitir jadeos, y Fernanda apenas podía contener su tremenda excitación. Notaba sus braguitas totalmente empapadas mientras la polla del “Maestro” seguía creciendo entre sus manos. Tras un minuto más de suave cadencia, aquella enorme verga parecía que había llegado a su máximo tamaño y se estabilizaba. Fernanda tuvo la sensación de encontrarse ante una verga de tamaño descomunal: no la podía cerrar con su pequeña mano e, incluso cogiéndola con sus dos manos desde la base, todavía le faltaba para algo para cogerla entera. Sin verla, su imaginación se desbordaba y notó cómo sus jugos empezaban a recorrer sus piernecitas.
- Muy bien, Fernanda. Ahora la notas dura, ¿verdad?. Me has empalmado, Fernanda. Muy bien, ahora empieza mover tus manitas arriba y abajo, con suaves movimientos. Así – el Maestro cogió las manos de Fernanda y le indicó cómo debía deslizarlas sobre aquella vergota, y le enseñó a realizar una placentera masturbación. Así estuvo como cosa de veinte minutos, haciéndole diferentes indicaciones y explicándole diferentes modos de meneársela, y cómo tratar aquella polla que disfrutaba con el vaivén de sus manitas. Mientras, Fernanda era un auténtico río. Sus piernas estaban ya anegadas de sus fluidos, súper excitada, a pesar de no haberse podido tocar nada en el rato que llevaba allí.
-Ahora –dijo él jadeante.- Hiérguete un poco sobre tus rodillas, y sigue como lo estabas haciendo.
Fernanda se puso de rodillas con la cabeza levantada y al momento, notó su presencia más cerca. Ahora, tenía aquella verga a escasos centímetros de su cara, excitándola todavía más. Tenía ganas de comérsela, notaba su dulzón olor delante de ella. Era como tener delante un pastel y tener que resistirse. Pero siguió obedientemente las instrucciones de su maestro, que pronto empezó a jadear con mayor frecuencia, hasta que de repente, cinco minutos después…
- Ah, ah!
El “Maestro” emitió unos estertores roncos apenas una fracción de segundo antes de que unos tremendos chorros calientes y pegajosos bañaran el cuerpo desnudo de Fernanda: ¡Se había corrido sobre ella!. Fernanda notó su cuerpo, sus pechos, su cara, bañados en su leche caliente, y ahora notaba que de su verga seguía manando aquella viscosa sustancia. En sus manos, notaba su enorme verga hinchada latir, sus venas marcadas entre sus dedos, y su leche por sus manos y por todo su cuerpo. Aquello fue demasiado, y Fernanda terminó por tener un tremendo orgasmo sin siquiera tocarse, que le hizo temblar de pies a cabeza. Fueron una corrida y un orgasmo impresionantes.
- Ah, mmmh. ¡Muy bien, Fernanda!. ¡Eres una alumna excelente! – añadió el “Maestro”, todavía jadeante. – Para ser el primer día, ha estado muy bien. Ahora, límpiate- y le entregó unas toallítas húmedas con las que quitarse toda la lefa que tenía por manos y cuerpo.
Fernanda se vistió y el “Maestro” le devolvió a los lavabos de chicos del mismo modo que la había sacado de ellos. Tuvo que esperar cinco minutos sin salir ni quitarse la venda. Si incumplía aquella medida, no volvería a ver a su ansiado “Maestro”. Lo cumplió a rajatabla y al pasar los cinco minutos, se quitó el pañuelo: Estaba sola de nuevo.
Desde entonces, Fernanda anda desesperada masturbándose a cada rato, a la espera de que su “Maestro” le vuelva a llamar para seguir con más lecciones… pero eso será motivo de otro relato.
Espero que el relato les haya gustado. Si es así, déjenme comentarios, y si acaso les contaré cómo siguió la historia entre el Maestro y su aventajada alumna. Un saludo,
Y si a alguna chica le apetece cibersexo por cam o un relato personalizado, escríbanme a gustavo8000 arroba terra punto es.

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Comentarios enviados para este relato
persefone16 (20 de June de 2012 a las 06:40) dice: me encanto...

katebrown (18 de October de 2022 a las 20:34) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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