Desde que tengo uso de razón, no sé por qué, pero siempre me daba, y aun me gusta acariciar tanto la barbilla, como las orejas de Federico, mi hermanito menor. Aunque después de que él llegó a la adolescencia, Fede, como yo lo llamo, se molestaba conmigo si yo le acariciaba la cara.
Relato
Aunque apenas nos llevamos unos cuatro años de diferencia, yo siempre he sido más desarrollada que Fede. Por lo que a simple vista me veo, no tan solo un poco mayor que él, sino que desde hace tiempo estoy activa sexualmente, cosa que pienso que el pobre Fede aun, a sus diez y tantos años desconoce. Pero resulta que recientemente nuestros padres, debieron salir de viaje, dejándonos a los dos por primera vez, solos en casa.
Yo por aquello de comportarme de acuerdo a las circunstancias, apenas vi que ya era hora de apagar la tele, le recordé a mi hermanito que se bañase, que el hecho de que mamá no estuviera en casa para recordárselo, no era excusa para que no se bañara.
Yo por mi parte después de darme una buena ducha fría, entré a mi habitación, y comencé a secarme. Pero como no podía sacar de mi mente, lo que diría la madre superiora del Colegio en el que trabajo, un oscuro deseo, que llevo reprimiendo, desde hace algunos años. Así que sin aun secarme del todo, me senté en mi cama, apoyando mi espalda contra el respaldo de mi cama, separé mis piernas, y comencé acariciar suavemente mi clítoris con mi mano izquierda. Al tiempo que con los dedos de mi mano derecha, yo misma me acariciaba mis pezones, mi mentón, y mis orejas, al tiempo que murmuraba casi en silencio el nombre de mi hermanito.
Yo estaba de lo más concentrada, con mis ojos entrecerrados, disfrutando como loca, de las caricias que yo misma me daba sobre mi clítoris, y el resto de mi caliente, y húmeda vulva. Susurrando el nombre de mi hermano menor, diciéndome a mí misma, tú puedes, piensa que es Fede quien te acaricia el coño. Cuando de momento el chirrido, que hace la puerta de mi dormitorio al abrirse, me sacó de concentración.
Al abrir desmesuradamente mis ojos, encontré frente a mí a mi hermano, que por lo visto recién y había salido de la ducha, con su toalla alrededor de su cintura, que seguramente no había dejado de observarme, lo que yo había estado haciendo. Tímidamente, manteniendo aun mis piernas bien abiertas, al tiempo que mis dedos continuaba acariciando mi clítoris, le pregunté, aunque algo avergonzada, si me había visto. La respuesta era obvia. Fue cuando me dijo, en un tono de voz condescendiente, como si me estuviera dando un consejo. Si no querías que nadie te viera haciendo eso, debiste cerrar la puerta por dentro.
Mentalmente yo misma me dije, es verdad debí haber cerrado la puerta por dentro, y no dejarme llevar por mis deseos. Fue cuando tomando asiento a mi lado mi hermano se me quedó viendo fijamente a los ojos, y me preguntó. ¿Eurídice, quieres agarrarme la barbilla y las orejas? Antes de que yo pudiera responderle, continuó diciéndome, a medida que te observaba, me di cuenta que no dejabas de acariciar tu barbilla y orejas, al mismo tiempo que te acariciabas el coño, y también me pareció escucharte decir mi nombre, en varias ocasiones.
Yo estaba que me moría de la vergüenza, fue cuando él continúo diciéndome. Vamos aprovecha, y agárrame la cara, yo sé que te encanta hacerlo. Además la verdad es, que nunca me ha molestado que me agarres la barbilla ni las orejas.
El mismo Fede agarró mi mano derecha y la llevó hasta su cara, y casi de inmediato y de manera compulsiva, yo comencé acariciar su rostro, al tiempo que los dedos de mi mano izquierda continuaba acariciando salvajemente mi propio clítoris. Fue cuando al mismo tiempo que se acomodaba a mi lado en la cama, que me dijo, Eu… ya que así me llama él, quisiera que por favor me mostrases el lugar donde tienes metidos tus dedos.
Yo aun muerta de vergüenza, retiré mi mano derecha de su cara, y junto con mi mano izquierda separé los labios de mi vagina, mostrándole completamente todo mi abierto coño a mi hermano. Él de inmediato se dio cuenta de lo húmeda que se encontraba todo mi coño, y aunque yo no dejaba de sentirme sumamente avergonzada, algo dentro de mí impedía que me detuviese, y cubriese mi cuerpo.
Fue cuando yo me di cuenta que la toalla que mi hermano carga a alrededor de la cintura se había desprendido, y entre sus piernas destacaba su erecto miembro. Su respuesta al darse cuenta de la fuerte erección que él tenía fue, Eu… se me ha puesto así nada más de ver tu coño abierto.
No había necesidad de que siguiéramos hablando, lo único que yo pensé fue. Somos hermanos, pero la verdad, ahora eso es lo que menos importa. Lo que más deseaba, era de manera ardiente que la verga de Fede me penetrase. Y por lo visto él quizás también pensó lo mismo que yo. Ya que sin decir palabra, nuestros labios se unieron, y sabrosamente comencé a sentir como mi propio hermano me penetraba con su parado y duro miembro.
A medida que Fede me fue penetrando sus manos comenzaron acariciar mi rostro, mis orejas, y mi barbilla, lo que no tuve necesidad de decirle lo mucho que eso me excitaba. Ya que de la misma manera yo comencé acariciar el rostro de él, al tiempo que su verga continuaba penetrando divinamente mi mojado, y caliente coño.
Fede besó, lamió, y hasta mordisqueó mi barbilla, mis orejas, en fin toda mi cara, haciéndome disfrutar de un profundo placer, quizás por el mismo morbo de tener sexo con mi propio hermano, o por el hecho de que el solo roce de sus dedos me excitaba tanto.
Ambos estábamos borrachos de sexo, no queríamos que eso terminase, yo movía mis caderas con gran desesperación, buscando sentir más y más dentro de mi la parada verga de mi hermano, mientras que él no dejaba de apretarme una, y otra vez contra su cuerpo, metiendo, y sacando de mi caliente coño su parada verga.
Yo disfruté de múltiples orgasmos, de los que perdí la cuenta, mientras que él para ser primera vez aguanto bastante, hasta que finalmente sentí ese caliente corro de su leche, inundando todo mi coño por dentro.
Aunque no dejamos de besarnos y acariciarnos mutuamente, en cierto momento aproveché para irme a lavar mi coño, ya que ni él ni yo deseábamos llegar a tener hijos. Al regresar a mi cama sin decirle nada me acosté a su lado, y agarré su verga, la que sin que él pudiera oponerse me la llevé a la boca, para dedicarme a mamársela intensamente. Y a los pocos minutos, comencé a sentir como la barbilla, y boca de mi hermano, él las restregaba divinamente contra mi abierto coño.
En ocasiones me asaltan esos molestos sentimientos de que no debimos haberlo hecho, pero basta con que mi hermanito, aun estando nuestros padres en casa, se me acerque, y de manera discreta, me agarre la barbilla o me bese las orejas, para que yo, incapaz de decirle que no, valla a mi habitación me desnude completamente y lo espere en mi cama. Cuando no es que nos escondemos en la casita de las herramientas del jardín, para mantener nuestros íntimos encuentros.