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El Santero nos despojó....

Relato enviado por : Narrador el 24/05/2017. Lecturas: 2869

etiquetas relato El Santero nos despojó....   Confesiones .
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Resumen

Cuando Juan, y yo. Por la recomendación de una amiga nuestra, fuimos a consultar a un Santero, nos encontrábamos desesperados. Apenas cruzamos la puerta de la casa, nos encontramos con un hombre, mayor, alto, moreno, con su cabeza completamente rapada, y vestido con una colorida bata larga, que a penas nos vio, dijo de manera muy seria. A ustedes dos, siento que los tienen alumbrados. Pero de inmediato continuó, diciendo. Eso quiere decir que alguien que los envidia tanto, que hizo un trabajo, para separarlos. Cosa que por lo menos a mí, ya me había pasado esa idea por la mente, y no dudo que a Juan también. Sin más ni más, nos entregó una lista de cosas que debíamos traerle al día siguiente, después de que oscureciera. Para en ese momento, junto con nosotros dos comenzar a realizar la obra. Advirtiéndonos que no le dijéramos a nadie, ni siquiera a nuestra amiga, por lo que en lugar de pedirle que nos volviera acompañar, nos fuimos solos.



Relato
Cuando regresamos a nuestra casa, Juan fue a comprar todo lo que el Santero, nos había pedido que le llevásemos. Seis botellas de aguardiente, un botellón de vinagre, una caja de gruesos tabacos, dos huevos blancos, algunas frutas, y otras cosas. Apenas llegamos, el Santero salió a recibirnos en la entrada de la casa, en esos momentos, él vestía otra larga bata pero de color blanco, y tras saludarnos, en lugar de hacernos pasar dentro de la casa, nos pidió que le siguiéramos. Lo que fuimos haciendo, al tiempo que cargábamos las bolsas, con todo lo que nos había ordenado comprar. Pasamos por un lado de la casa, por una estrecha vereda, hasta que entramos al patio trasero, en donde hay varios juegos de muebles, algo que me pareció un pequeño gallinero, y en el fondo un gran altar iluminado con muchas velas, lámparas, bombillas, y hasta guirnaldas navideñas. Con un inmenso crucifijo, figuras, imágenes, y hasta fotos de muchos santos, así como Budas, y dioses de quien sabe dónde. Además de muchísimas flores, algunas naturales, y otras de plástico. Y por si fuera poco, también tenía prendidas varias varitas de incienso, en fin una locura. Yo me quedé impresionada, mientras que el Santero agarrando las bolsas con la compra la colocó sobre una mesa, y comenzó a sacar todo. Luego agarró el botellón de vinagre, y tras abrirlo, mientras decía algunas palabras que, ni yo, ni mi marido entendíamos, fue regando su contenido, por todas partes, incluso sobre la mesa y alguno de los muebles. Al terminar de hacer eso, nos dijo, hemos dado inicio a la obra, desde ahora hasta que les diga que hemos terminado, tienen que hacer todo lo que yo les diga, demostrando su fe, sin preguntar. Si lo han entendido, podemos continuar, sino recojan todas sus cosas, para que regresen por donde vinieron. Juan, y yo nos quedamos viéndolo, y ambos respondimos al unísono, que habíamos entendido. De inmediato el Santero cambió su manera de hablarnos, invitándonos cordialmente a que nos sentásemos a la mesa en la que había puesto todo, diciéndonos. Esta va ser una obra, que por lo compleja que es, nos va a llevar toda la noche, y gran parte de la madrugada. Luego agarró tres de las botellas de aguardiente, y tras abrirlas, y las puso frente a mi esposo y yo, poniéndose a beber a pico de botella de inmediato, diciendo. Beban, que nos va hacer mucha falta. Por lo que sin dudarlo, Juan y yo agarramos nuestras respectivas botellas y nos pusimos a beber, mientras que él se levantó para ir a buscar dos vasos llenos de agua, en los que puso en cada, uno de los huevos que habíamos llevado. Mientras me pareció escucharlo orar, luego colocó en una pequeña mesa a cierta distancia de nosotros, los vasos con los huevos, y lo tapó con un paño negro, sin dejar de rezar. Luego nos invitó a seguir bebiendo, mientras sacando uno de los tabacos lo prendió, y se puso a echarnos el humo sobre nosotros, rezando a las ánimas del purgatorio. Al poco rato de estar bebiendo ese fuerte aguardiente, comencé a sentirme mareada, y supongo que a Juan le pasaba lo mismo. Y así continuó, echándonos el humo del tabaco encima, para luego pedirnos que nos arrodillásemos frente aquel altar, mientras no paraba de rezar, y seguir diciéndonos que bebiéramos, echándonos el humo. Ya me estaba comenzando a doler las rodillas, de tanto estar arrodillada, cuando el Santero se dirigió a la pequeña mesa donde había colocado los vasos con los huevos, y tras echar un poco más de vinagre a nuestro alrededor, les votó toda el agua, luego agarró los dos huevo, y mostrando que se habían puesto como sucios, pero enteros, frente a nosotros los tiró al piso. En donde se rompieron de inmediato. Lo que más nos sorprendió, es que adentro de los huevos, además de la clara, y la yema, había una cuantas agujas con hilo negro, alfileres oxidados, y hasta pequeños huesos. En ese momento dijo, si definitivamente hay alguien que los envidia, y se llevó un buen tiempo para realizar ese trabajo. Yo no lo podía creer, y de seguro Juan tampoco. Pero claramente habíamos visto como al romper aquel par de huevos, había todas esas cosas sucias. El Santero continuó echándonos humo, y nos ordenó que nos pusiéramos de pie. Nuevamente se puso a orar, y apagó aquel apestoso tabaco. Fue cuando nos dijo que recogiéramos los alfileres oxidados, las agujas con el hijo, pero que no tocásemos los pequeños huesos. Posteriormente dentro de las muchas cosas que habíamos traído, había un litro de leche, y con esa leche nos ordenó que nos lavásemos las manos, y que luego votáramos, los alfileres y las agujas en una vieja olla de hierro. La que apenas terminamos de hacerlo la colocó sobre un fogón encendido. Yo me sentía sumamente mareada, quizás no tanto por lo mucho que había bebido, sino más bien, por el humo del tabaco así como intenso olor a vinagre, que había por todos lados. En ese momento nos dijo que apenas, y habíamos comenzado, y nos recordó que debíamos hacer todo lo que él nos dijera, y cuando le dijimos que sí, de inmediato nos dijo. Ahora quítense toda la ropa. Yo por un momento como que dudé en hacerle caso, pero al ver que Juan, de manera bien confiada como se comenzó a desvestir, yo seguí su ejemplo. Hasta que los dos, nos quedamos completamente desnudos, y a pesar de sentirme mareada, al principio con mis manos trataba de ocultar mi coño y mis tetas, pero al ver que tanto el Santero como mi esposo, no me ponían atención, al poco rato dejé de hacerlo, y hasta me llegué a sentir mucho más cómoda estando así. En ese momento el Santero, nos dijo que volviéramos a darnos otro trago de aguardiente, y de las cosas que habíamos traído, nos entregó a cada uno un frasco con aceite de coco, diciéndonos. Esto es para que los malos trabajos que en el futuro, les manden hacer, les resbalen, y no puedan entrar dentro de ustedes dos, por lo que tú se lo vas a ir untando por todo el cuerpo a tu esposa, y tu harás lo mismo con tu esposo, pero al mismo tiempo comenzaran a sacar parte de los malos espíritus que tienen dentro, rezando el Padre Nuestro, hasta que yo les diga que paren. Y primero comenzó él mismo a pasar el aceite de coco por los brazos, y piernas de Juan, y haciendo como si agarrase algo, luego sacudía su mano, una y otra vez, luego lo hizo con una de sus piernas, repitiendo una, y otra vez el Padre Nuestro. Casi de inmediato se acercó a mí, y para mostrarle a mi esposo, también me comenzó a pasar una de sus manos por mi espalda y parte de mis nalgas, haciendo como si agarrase algo, y lo sacase de mi cuerpo, sin dejar de repetir el mismo rezo, una y otras vez. Entonces yo comencé a aceitar el cuerpo de Juan, y él a su vez el mío, bajo la mirada del Santero, que ocasionalmente nos iba diciendo que continuáramos bebiendo, al mismo tiempo que él agarrando buches de aguardiente nos lo regaba por todo nuestros cuerpos desnudos. Pasando sus manos sobre nosotros, sin dejar de seguir rezando. En ocasiones el Santero, hasta llegó a tocarme los senos, así como mis nalgas, y hasta mi coño. Sin que mi esposo, o yo se nos ocurriera llegar a protestar. A Juan le hacía prácticamente lo mismo, solo que en su caso le agarraba los testículos, y su miembro. Por un largo rato estuvimos haciendo eso, repitiendo una y otra vez el Padre Nuestro. Así que entre los agarres que me fue dando mi esposo, a medida que me iba untando el aceite de coco por todas partes, que yo comencé a sentir como si realmente me sacasen algo del cuerpo, cuando el Santero me dijo que abriese las piernas, yo sin pensarlo así lo hice, dejando que él y Juan no tan solo siguieran agarrándome el coño, sino que también sin consideración alguna, metieran algunos de sus dedos dentro. Ya en esos momentos, quizás por lo mucho que yo había bebido, o por lo mucho que me manoseaban los dos, además de esa rara sensación como si me arrancasen algo malo, comencé a desear que me metieran algo más que los dedos. Pero si yo me encontraba bastante mareada, por no decir que borracha, Juan estaba en peores condiciones que yo, ya que en cierto momento en que el Santero después de quitarse la bata, quedando tan desnudo como nosotros dos, se colocó tras él, indicándole que abriese las piernas, mi esposo así lo hizo. Y mientras Juan continuaba agarrando y manoseando todo mi cuerpo en especial mi peludo coño, el Santero sin dejar de rezar, comenzó a penetrarlo por el culo. Solo que Juan en lugar de resistirse, o evitarlo de alguna manera, se mantuvo con sus piernas abiertas, inclinándose un poco sobre mí, al punto que su cara se encontraba por completo sobre mi coño. Por lo que pude ver muy bien, como a medida que el Santero lo fue penetrando, Juan primero puso los ojos en blanco, y luego fue abriendo su boca, la que colocó sobre mi coño para dedicarse de manera bien sabrosa a mamar, a medida que el Santero continuaba dándole bien duro por el culo, y Juan restregaba una, y otra vez sus nalgas, contra el cuerpo del Santero. Yo no lo podía creer, pero a medida que el Santero seguía dándole por el culo a Juan, yo agarré a mi marido por las orejas, y con fuerza restregaba su cara contra mi coño. Hasta que disfruté de un morboso y excitante orgasmo. Por lo que quedé bien agotada, y casi sin sentido por un rato. Hasta que Juan guiado por el Santero, se colocó tras de mí, y como estaba súper embadurnada de aceite de coco, me penetró fácilmente por el culo, cosa que desde hacía mucho tiempo que mi marido no hacía. Yo a pesar de lo agotada, comencé a mover mis caderas, cuando el Santero hizo que me recostase sobre el cuerpo de mi marido, para de inmediato comenzar a penetrarme. Así que mientras el Santero no dejaba de decir cosas que yo no entendía, y Juan me seguía dando sabrosamente por el culo, el Santero no paraba de meter, y sacar su tremenda verga de mi coño. Si recuerdo que yo gritaba y gemía de placer, hasta que nuevamente disfruté de otro tremendo orgasmo. Pero cuando me desperté, aún estaba bastante oscuro y continuaba completamente desnuda, Juan se encontraba tendido a mi lado, pero el Santero no se veía por todo eso. Así que a pesar del estado en que me encontraba, como pude, comencé a lavar mi coño, con algo de vinagre, hasta que vi una pluma de agua. Ya estaba por terminar cuando Juan se despertó, y sin decir nada también se fue lavando. Cuando nuevamente apareció el Santero vestido con una bata oscura, diciéndonos a los dos. Qué bueno que se han lavado, ahora haremos el bautizo de sangre. Pero antes coman algo, dándonos un par de sándwiches, y unas grandes tazas de café negro, que tanto Juan como yo rápidamente nos tragamos todo. Yo aún continuaba algo mareada, al igual que Juan. Pero recordaba claramente todo, incluso cuando el Santero le dio por el culo a mi marido, cosa que lejos de molestarme, como que me gustó que le hiciera eso. Por lo que cuando el Santero nos ordenó que nos arrodillásemos frente al altar, sin pedir ninguna explicación así lo hicimos. Por un corto rato cantó, o rezó algo que yo no entendía, caminando alrededor de nosotros dos, luego se dirigió al pequeño gallinero, y sacó un gran gallo, de color blanco, con el cual, una y otra vez lo pasó sobre nuestros cuerpos. Hasta que de repente, le ha cortado el cuello, y mientras el animal aleteaba, toda su sangre comenzó a caer sobre nuestras cabezas y el resto de nuestros cuerpos. De nuevo el Santero volvió a decirnos que siguiéramos bebiendo, y tras tirar el gallo muerto frente a nosotros, volvió a encender otro tabaco, y sin dejar de decir cosas que no entendíamos, nos echaba el humo por todas partes. Luego el Santero se levantó la bata, y colocando su verga frente a la boca de Juan le ordenó que se la mamara, cosa que Juan hizo de inmediato, para luego ordenar que se detuviera, y de inmediato ponerme a mamar a mí. Así estuvimos mi marido, y yo mamando la verga del Santero por un largo rato, hasta que se quitó aquella oscura bata, y dirigiéndose a Juan, le dijo. Que se pusiera a mamar mi coño. Y apena Juan, comenzó a mamar todo mi coño, el Santero lo volvió a penetrar por el culo, al tiempo que mi marido movía sus nalgas como si fuera una verdadera puta, gimiendo de satisfacción cada vez que el Santero le volvía a enterrar por completo toda su verga. Después de un largo rato, entre los dos me volvieron a penetrar a mí. Mientras que yo gritaba como una loca, a todo pulmón. Que me dieran más, y más duro, quería seguir sintiendo sus vergas dentro de mi coño, y mi culo. Yo no sé cuántos orgasmos llegué a tener, ni en qué momento perdí el sentido, pero al despertarme ya era casi medio día, y tanto Juan como yo nos encontrábamos en el medio de aquel patio, completamente desnudos, y bañado de sangre. En lugar del Santero, había una señora muy mayor, que al despertarme me dijo que despertase a Juan, y que luego nos diéramos un baño con una manguera, y que nos vistiéramos. Después la señora nos sirvió una especie de sopa, que me pareció que era de gallina, o mejor dicho de gallo. Y al terminar de comer, nos entregó un sobre, que nos había dejado el Santero. En el que en una nota nos decía, que el trabajo estaba terminado, que luego él se comunicaría con nosotros. Como en efecto lo hizo, a la semana siguiente, que las cosas comenzaron a irnos bien. El Santero nos citó en su casa, pero al preguntarle cuanto le debíamos nos dijo, lo que ustedes crean que vale ese trabajo. Como todo comenzó a irnos bien, tan y tan bien, que jamás Juan, o yo hemos tocado el tema de todo lo que hicimos, o nos dejamos hacer por el Santero Aunque en ocasiones no dejo de pensar, en lo mucho que pareció gustarle a Juan, que el Santero le diera por el culo, y lo pusiera en varias ocasiones a mamar su verga. De la misma manera en que yo disfruté el ser manoseada por todas partes por el Santero, y de que me penetrase y me pusiera a mamar también, frente a mi propio marido. Por lo que pienso que lo mejor para nosotros dos, es no tocar ese tema. Además, nuestros negocios comenzaron a mejorar, incluso algunos clientes que pensábamos que jamás les íbamos poder cobrar, nos pagaron. Por lo que al ir a la cita le llevamos un sobre con bastante dinero, que al él abrirlo sonrió diciéndonos, no esperaba menos de ustedes dos. Desde esa fecha, por lo menos una vez al mes, Juan y yo vamos donde el Santero, para que nos siga protegiendo.

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Si te ha gustado El Santero nos despojó.... vótalo y deja tus comentarios ya que esto anima a los escritores a seguir publicando sus obras.

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 19:58) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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