Entró a la casa, pasó por la recámara de los niños y vió solo las camas tendidas y todo en su lugar. Se frotó las manos, caminando a la recámara principal, escuchando sonidos de la televisión.
Ella lo esperaba con solo un provocativo negligé, sobre la cama aún tendida, con una copa de champagne en la mano. Sus encantos claramente se transparentaban.
Relato
Ana despertó por los ruidos que hacía Ramón al reparar un panel del techo cerca de la recámara principal. Se quedó un rato más pensando con un dejo de arrepentimiento por la tarde anterior. Jugaba con sus manos. Había sido ya de dos hombres desde que se había casado.
Se sentía una vil prostituta de sociedad, pero al llevar su mano a su aún húmeda vagina, olvidó por completo cualquier carga de conciencia en favor de Ramón, su nuevo amante.
La excitó la diferencia de clases, la bestial energía del albañil y los nuevos límites de su cuerpo que ni ella sabía que existían. Ramón la condujo a otro nivel, y quizá él descubrió de sí otros también.
No durmió bien. Acostó a los niños un poco más tarde de lo acostumbrado para poderse levantar un poco más tarde, pero fue inútil.
Durmió desnuda, acariciándose, pensando en la ardiente tarde anterior.
Escuchó a Ramón regresar como a las 11 de la noche, deseosa de que entrara en la recámara y la hiciera suya, pero ella se lo había prohibido. Jorge, su hijo mayor ya tenía casi tres años y hubiera sido terrible que los pillara, hubiera sido muy traumante encontrar a su madre con el señor que hace cosas y cuida la casa en la cama.
Despertaba de breves momentos de sueño, y pensaba en Ramón que estaba a solo unos pasos de distancia. Pero los niños eran un peligro latente. Se levantó y empezó a caminar desnuda hacia él. Escuchó sus leves ronquidos. Estaba arropado por el aire acondicionado.
Pensó y pensó. Lo necesitaba con urgencia, pero finalmente pudo más la razón. Volvió a su cama, se acostó y se quedó dormida después de acariciar con frenesí su clítoris y experimentar un exquisito orgasmo.
Ana vio el reloj. Eran las 8 AM. No faltaba mucho para que su mamá pasara a recoger a los niños para protegerlos del polvo de la construcción.
Salió apresuradamente de su recámara, pasó por donde Ramón y le dijo simplemente “Hola Ramón, buen día”. El devolvió el saludo con un simple “buenos días”.
Preparó a los pequeños. Su madre llegó en breves momentos. Los subió al automóvil y Ramón alcanzó a escuchar que iría a comer con ellos y pasar la tarde.
Cuando se fueron, Ana entró a la casa. Ramón, aun trepado en la escalera, continuaba los trabajos resanando el techo.
“Hola”, volvió a decir ella. Ramón continuó unos segundos en silencio. “¿Quieres que te haga desayuno?”, preguntó ella.
“¡Claro!, me muero de hambre”, contestó él, al tiempo que empezó a descender la escalera de aluminio.
“Pero antes, preciosa, déjame darte el tuyo”, agregó, al tiempo que se volteó hacia Ana con una desafiante erección, que salía por la cremallera de su acostumbrado pantalón, únicamente sus 11 pulgadas en su máxima erección, sin sus testículos visibles, que aguardaban su boca.
Ana se acercó melosamente, haciendo su rubia cabellera hacia atrás, para volverla a dejar caer a los lados de su hermosa cara, provocativa y sensual. Se despojó de su bata quedando completamente desnuda. Ramón, atónito por su grácil figura y bella sonrisa, se inclinó un poco ya que estaba un peldaño arriba del piso. Se besaron en la boca, y puso su mano sobre su cabeza, empujándola hacia abajo.
“Llégale a tu vicio”, le dijo el albañil.
Dócil y obediente, Ana se arrodilló frente a Ramón. El albañil se despojó de sus huaraches y ella le empezó besando los pies, subiendo lentamente por sus tobillos, besándolos y lamiéndolos alternadamente. Con ambas manos tomó aquella increíble y palpitante erección, y empezó a mamarla con vibrante pasión.
Ramón se sentó en el piso, pero puso a Ana en una posición algo incómoda. La tomó de las mejillas, y levantó su cabeza, besándola ardientemente.
“Sabes a verga”, le dijo.
Ella le sonrió y se pusieron de píe para dirigirse a la estancia. Ramón se sentó en uno de los sillones que tenía un enorme espejo al frente.
“Aquí mámamela”, dijo el albañil. “Quiero ver tu culo abrirse y cerrarse mientas me la mamas”, agregó.
Ana se posicionó como era el deseo de Ramón. El podía ver en el espejo las bellas nalgas de ella y como se movía rítmicamente al devorar su pene. Ella sentía que el gigantesco miembro de Ramón le rompería los labios, tratando de devorarlo lo mejor que podía.
Volvió a sentir en su pene como se restringía el espacio conforme le apretaba un poco más. Volteó hacia abajo y vió como Ana tenía ya solo un par de pulgadas fuera de su boca, respirando con dificultad.
“¡Aaahhhhh!”, finalmente exhaló la bella señora, al tiempo que levantó su cabeza con aquellos sensuales hilos de saliva que seguían conectando el bulboso glande con su boca.
“¡Me la pude tragar más!”, exclamó Ana. “¡Era un reto!”, agregó.
Besó a Ramón en la boca y bajó de nuevo a seguir su deleite oral.
Mamó y mamó, con increíble pasión y deleite, su delicioso pene durante algunos minutos más.
Ramón se estiró sobre el respaldo, y le dijo “¡te la voy a dar mamacita, te la doy, te la doy!”. Sin quitarse, Ana dio a entender su aprobación para lo que estaba a punto de suceder.
“¡Aaaanita, Anita, culito miooooo…! “¡Aaaaayyy, ayyyyyy, ooohhhh, aaaah!”, gritó escandalosamente Ramón al empezar a llenar la dulce boca de su amante con una increíble cantidad de semen al ritmo de sus enérgicas palpitaciones, dándole a su bella musa todo su caliente torrente, mientras ella trataba de tragarlo, pintando su hermosa cara y su pelo con el abundante líquido.
Concluida la entrega, Ana empezó a utilizar el pene de Ramón como un pincel, distribuyendo el semen en su cara, senos, estómago y en sus nalgas. Ramón la golpeaba con el duro instrumento, la cacheteaba y lo azotaba en sus nalgas.
Ana se puso de pie, dejando al exhausto albañil en el sillón. Se dirigió al baño y limpió el pequeño desastre, obra del caliente albañil.
Regresó y lo tomó de la mano. Fueron a la cocina y le preparó un exquisito y abundante desayuno.
Platicaron sobre ellos, sobre su relación, sobre cómo sería al sentir que los placeres que sentían eran irrenunciables.
Ana había quedado de ir con Oliver en menos de dos semanas, pero ya sentía una eternidad anticipada estar sin su dosis de Ramón.
Por fin se pusieron de pie, ella aún desnuda y el con su raído pantalón. Ana levantó los platos y los llevó a la tarja.
Ramón se acercó por detrás, la abrazó y besó su nuca. Habría transcurrido menos de media hora de su primer episodio del día.
El albañil fue bajando sus manos hasta la cadera de la joven señora, deslizó ambos pulgares entre sus nalgas mientras la besaba.
Ella volteó su cara para besar su boca.
Ramón le introdujo ambos dedos en el ano. Ella se inclinó hacia enfrente un poco, al tiempo que sintió como el monstruo volvió a la carga, penetrándola de pie, con facilidad, lentamente, hasta llegar al límite.
La aprobación de ella se hizo evidente con el rítmico movimiento de sus nalgas, sin dejar de besarse por encima de su hombro derecho.
Empezaban así a darle rienda suelta a su calentura.
“¡No, no puedo creer que puedas!”, jadeaba ella. “¡Hace un instante que te viniste en mí!… no, ¡no eres normal!”, decía mientras gemía de placer y Ramón jugaba con sus dedos en sus babeantes labios vaginales.
“¡Te voy a culear hasta que te desmayes!”, le dijo Ramón.
“Perooooo…. ¡ni siquiera te la mamé!”, dijo Ana.
Ramón bombeaba con energía las entrañas de Ana….
“¿Me la vas a cagar otra vez, eh? ¿eh? ¡dime que me la vas a cagar otra vez mamacita!”, le decía Ramón al oído, poseído de increíble energía y pasión.
“¿Te me vas a quedar pegada como ayer? ¿eh?”, continuaba Ramón con insistencia, mientras ella jadeaba de placer.
“¡Te lo voy a dar todo en el fundillo, mamacita...! ¡Todo, todo!, ¡siente lo calientito, así, paradita!”, continuó Ramón, mientras ella se abría las nalgas con las manos para que el gigantesco pene depositara su caliente carga lo más adentro que pudiera.
“¡Ah, aaaaah, ahhhhh, ahí te voooooy!”, gritó Ramón al empezar a eyacular deliciosamente en el culo de la ajena mujer, extasiado, mientras ella jadeaba de placer.
Cuando terminó de sentir el delicioso cosquilleo, Ramón tiró de su miembro para retirarlo del culo de su bella amante. Esta vez sin dificultad, pero con suma suavidad. Ella levantó sus nalgas un poco al sentir que el tren había salido del túnel, victorioso, intacto en su erección.
“¡Parece que ya te lo hice más grande!”, expresó el albañil.
“¿Te la cagué otra vez?”, preguntó ella sensualmente.
“Mmmmh, déjame ver”, contestó el.
“Parece que no. Bueno, sí, un poquito”, contestó finalmente Ramón. Ella sonrío.
“Ve y límpiala”, le dijo, “ni creas que lo haré con mi boca”, agregó riéndose.
“Que pena contigo Ramón”, agregó Ana. Van dos veces que me la metes por atrás y dos veces que te la mancho”. “Te juro que jamás me había pasado”, le aseguró.
“No te preocupes preciosa”, la calmó el albañil. “Me excita mucho que hagas eso y no te culpo porque pues, te llego muy adentro”, agregó. “No me vengas que el pitito de tu marido hace que te cagues”, le dijo riéndose.
Ana volteó miró fijamente el pene de Ramón y estaba tan erecto como si nada hubiera pasado.
“Recuerdo una vez que cuando Oliver me la sacó de ahí, venía su cosa mezclada con mi cosa”, narró ella. “¿Seguro que la tuya no tiene hueso?”, preguntó.
En silencio, Ramón contempló su bella desnudez cuando se retiraba a su recámara, moviendo sus nalgas provocativamente.
Se detuvo y volteó de nuevo hacia él y le dijo: “yo te voy a coger hasta que te desmayes”.
Faltaba poco para las 9 de la mañana, y Ramón ya le había dado a su hermosa amante dos dosis de su liquida semilla.
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Ana tenía una agenda social algo ocupada aquella mañana. Salió de la casa con vestimenta formal de una discreta elegancia, sin ser provocativa, dejando tras de sí un agradable aroma de algún carísimo perfume.
Ante todo, era una dama muy apreciada en la sociedad local. Aparecía con regular frecuencia en las páginas sociales y eventos de beneficencia.
Tanto la familia de sus padres como la de su esposo eran personas de gran arraigo y con dinero.
Por el estado de construcción de su casa, no ofrecía los acostumbrados eventos que tanto disfrutaba.
Al pasar junto a él, le dio un suave beso en la mejilla. “¡No me toques!”, le ordenó, cuando Ramón llevaba sus sucias manos a sus nalgas.
“¡Mírala…! ¡que linda mi putita!”, dijo él.
No habían pasado 24 horas desde que tuvieron su primer encuentro, cuando Ramón hizo su primera insinuación de dominancia sobre ella. Ana pasó por alto el comentario excusándolo por su falta de educación.
“¡Enséñame tus nalgas!”, pidió el albañil.
Ana, complaciente, alzó su falda amarilla, bajó su semi-transparente y breve calzón, le movió sus hermosas y blancas nalgas y se despidió de él.
Ramón le advirtió: “Ten cuidado de no abrirte mucho. ¡Se te ve bien clara la raya de tu panochita!”.
Hacía algo de viento. Había amenaza de lluvia. Ramón observaba a Ana mientras encendía su auto.
“Bella, bellísima”, murmuró. “Ni en mis sueños más guajiros hubiera tenido ese culito”, volvió a decir para sí mismo, mientras continuaba su trabajo.
Sin las interrupciones amorosas de Ana, pensaba lograr un buen avance.
Después de casi una hora, Ramón se dirigió a la recamara principal. Notó que ella había dejado la cama hecha y todo en perfecto orden. Se dirigió al canasto de la ropa sucia, sacó los tres calzones que encontró y empezó a disfrutar su olor, aspirando fuerte y comparando la apenas perceptible esencia femenina de Ana, pero ahora, ya no tendría que masturbarse con ellos sino solo aguardar.
Ana departía alegremente con sus amigas quienes le decían que se veía preciosa y con una expresión de felicidad pocas veces reflejada en su rostro. Hablaron sobre próximos embarazos y cosas de mujeres, bromearon, contaron chistes subidos de todo.
Una de sus amigas resaltó la tersura de su cutis. Ana se sonrojó un poco, pero con chispa contestó: “es que estoy usando una crema nueva a base de semen “, dijo, mientras sus amigas soltaron sonoras carcajadas, “¡semen de no sé qué animal exótico, malpensadas!, ¡dice en la etiqueta!”.
Siguieron riéndose, mientras ella pensaba, “semen de un semental que tengo en casa… si supieran los niveles de proteína que traigo…. me muero porque me coja otra vez…Mmmm”. Ana sintió su vagina humedecerse y recordó la advertencia de Ramón sobre su inapropiada ropa íntima.
En ese preciso momento, dos de sus amigas se levantaron para retirarse. Miró su reloj y eran casi las 12:30 de la tarde. Aprovechó para levantarse también.
Su amiga que le había alabado el cutis le pidió la marca de la crema. Ana simplemente sonrió y le dijo: “no tiene pierde, el envase tiene forma de verga y es como de este tamaño”, le dijo, al tiempo que con sus maños le mostraba una distancia de 12 pulgadas”. Las carcajadas de las amigas no se hicieron esperar. “¿Oliver se viene en tu cara?” preguntó una de ellas, atizando aún más el pícaro ambiente.
Ana no contestó. Simplemente besó en la mejilla a dos o tres de ellas a su alcance, besó la punta de sus dedos y se los esparció a las demás, despidiéndose finalmente.
Camino a casa, Ana se despojó del calzón poco a poco, cuidando que ningún otro conductor se percatara. La tarea la concluyó en el segundo semáforo. Puso su humedecido calzón en su bolso. Su vagina babeaba excesivamente.
Cuando Ramón escuchó la puerta eléctrica de la cochera abrirse, su pene pegó un salto. Tan hermosa como se fue, regresó. El albañil, trepado en la escalera la vió acercarse, caminando con su habitual encanto.
“Hola guapo”, le dijo, al tiempo que le arrojó su humedecido calzón en la cara y alcanzó a atraparlo. Notó la humedecida zona de su vulva y lo aspiró con pasión.
Ramón dejó de inmediato lo que estaba haciendo, saltó detrás de ella, ensució su vestido con sus manos al tiempo que se lo quitaba con desbordante pasión. Ella empezó a bajar sus pantaloncillos y a acariciar su gigantesco pene, mientras él continuaba desnudándola y besándola.
“¡Mmmmh!”, exclamó Ana, mientras Ramón besaba su cuello, “solo pensé en ti y en tu vergota”, le dijo, mientras buscaba su boca para besarlo.
En unos instantes la dejó solo con el transparente brassiere puesto. La cargó hasta el mismo sillón donde ella le mamó el pene en la mañana, le arrancó de un tirón el brassiere, arruinándolo, y empezó a lamer su babeante vulva, devorando y disfrutando el abundante fluido vagina de la bella señora.
Ramón empezó a mordisquear sus enrojecidos labios vaginales mientras ella se retorcía de placer.
“¡Dámela!”, ordenó ella. “¡Quiero pegarte un mamadón inolvidable!, decía entre jadeos y suspiros.
“¡Dámela!”, insistió. “¡Ponla en mi boca, me muero por mamártela!”.
Ramón la ignoraba mientras seguía lengüeteando su vulva, haciendo un ruido exagerado.
Se incorporó un poco, tomando a Ana de las nalgas, y con un certero movimiento, introdujo su pene en la vagina de su bella patrona, avanzando con rapidez, metiéndolo y sacándolo en cortos intervalos, hasta llegar a tocarle el cérvix, arrancándole un increíble gemido.
Ana subió sus piernas en los hombros de Ramón, entrelazaron sus manos y se miraron con pasión. Cada vez, el duraba más tiempo inmóvil cuando la tenía totalmente penetrada, tratando de jugar con su glande en lo más profundo de su vagina, como queriendo imponer una especie de récord de penetración, haciéndola que jadeara con más y más placer.
Unos minutos después, Ana empujó los hombros de Ramón con sus pies, separándolo, mientras se volteaba para darle una hermosa vista de sus nalgas, invitándola a cogérsela de “perrito”.
El albañil acarició su terso trasero, volviéndola a penetrar de inmediato, mientras descansaba sus manos en sus bellas nalgas.
Mientras bombeaba su duro y largo pene en la vagina de Ana, comenzó a bajar su mano derecha entre sus nalgas, insertándole de nuevo su dedo pulgar en el ano, sintiendo en él la dureza de su tronco penetrándola hasta el fondo de su vagina.
“¡Aaaay, así, así…cógeme, cógeme!”, gritaba Ana presa de intenso placer mientras Ramón bombeaba y bombeaba de pie, con un dedo metido en su culo y nalgueándola suavemente con la otra mano.
El albañil empezó a meterle por el culo su dedo índice, poco después el medio, y en pocos minutos tuvo sus cinco dedos insertados en al ano de la bella señora, a poco más de la mitad.
“¿Me quieres culear con el brazo o qué?”, preguntó Ana en su ya acostumbrado tono sensual.
“Me gustaría, si”, admitió Ramón.
“Mmmm…. haz que me venga y te doy permiso”, le contestó. “No creo que batalles más que con tu vergota… son casi iguales”, agregó.
Ante la calenturienta idea, Ramón empezó a acelerar el bombeo con su pene en su vagina.
Ana empezó a jadear con más intensidad hasta alcanzar el clímax, convulsionada de placer.
Ramón retiró sus dedos uno a uno, dejando solo su dedo medio completamente insertado en el ano de la joven señora al tiempo que comenzó a retirar su descomunal miembro, dándole a oler su dedo medio que ella lamió y besó, para después llevárselo a su boca y chuparlo como si se tratase de un dulce.
“Eres un cochino”, le dijo ella sonriendo.
“Estás deliciosa”, le contestó él.
Ana descansó de su orgasmo por unos momentos.
Ramón se arrodilló frente a su ano y empezó a lamerlo, rodeando su esfínter e introduciendo su lengua, saboreando cada sorbo de su húmeda y olorosa salida convertida también en entrada.
Substituyó su lengua con su largo dedo medio, introduciéndolo con suma facilidad en el ano de su patrona, luego su índice, empezando a trabajar lentamente hacia adentro y afuera… luego sus dedos anular y meñique, y, por último, el pulgar. El culo de Ana parecía reventar.
Con sumo cuidado, Ramón comenzó a empujar suavemente su puño, mientras Ana gemía de una placentera molestia al tiempo que el albañil excedía el grosor de su pene. Ana gemía más y más, pero no como para detener el avance. Finalmente, alcanzó la parte más gruesa de su mano, deleitado de ver como el esfínter de ella era ya una especie de liga a punto de romperse. Su tono café-rojizo desapareció por completo cuando la mano del albañil la penetró completamente, empezando a cerrarse al llegar a su brazo.
“¡Ay, ay!”, gemía Ana. “¡Ay papacito… si es más grueso que tu cosota!”
El brazo del albañil seguía avanzando inexorablemente por el intestino. Sin duda, Ana sentía molestia que el daba pausa para que se acostumbrara, pensando que tan puta era su hermosa patrona para dejarlo hacerle eso. El febril deseo era más potente que la incomodidad.
“¡Aouuu!, ¿Qué haces papacito?”, preguntó ella, al sentir un raro movimiento intestinal.
“Es que abrí la mano. Sentí un cerotín perdido por ahí y quise alcanzarlo”, contestó Ramón riéndose.
Ana estaba inmovilizada con el brazo del albañil metido hasta casi la mitad en su trasero. Avanzó un poco más, pero le dijo “¡papacito, yaaaa!”, “¡sácamelo!”.
“¿Te dieron ganas de cagar preciosa?”, preguntó el albañil.
“De cagar, parir… ¡de todo!”, contestó ella.
“¡Déjame meterlo hasta el codo, no seas culera conmigo!”, imploró Ramón.
El albañil tomó su silencio como aprobación y continuó hasta sentir que ya no podría continuar sin lastimarla. Faltaban escasos centímetros para su codo. No logró su propósito, pero sintió un tremendo placer al usarla de guante, que casi lo hizo eyacular.
Lentamente empezó a tirar de su brazo, jugueteando con sus dedos las paredes de su intestino, a medida que Ana sentía alivio, experimentando una sensación única y peculiar que jamás había tenido y que empezó a disfrutar.
Cuando quedaba un poco más de la mano dentro, Ana le pidió a Ramón que se detuviera y la cosquilleara un poco más. El, desde luego, obedeció gustoso, regocijando su vista con el fabuloso espectáculo. Ni él ni ella habían jugado a eso antes con alguien más.
Después de un buen rato de rascarle por dentro el intestino a Ana, Ramón retiró su mano por completo. El esfínter de Ana tardó varios segundos en volver a la normalidad, quedando expuesto a la vista su obscuro interior. El albañil acudió en ayuda del pobre ano besándolo y lamiéndolo para minimizar la incomodidad que pudiera sentir la joven y bella Ana.
“¡Mira que meterme la mano por el culo!”, dijo ella, sonriendo.
“¡Pues mira que te encantó la idea muñeca, ¿o no?”.
Ramón pensó en penetrarla por el ano otra vez, pero ella se volteó a descansar.
El albañil se acostó en la alfombra de espalda y se puso a hacer estiramientos. Ana solo contemplaba la inalterada erección pensando…. “este cabrón si me va a matar”.
Ana se incorporó, se puso sobre él y se sentó en su pene, haciéndolo penetrarla por la vagina. Empezó a moverse rítmicamente y a jadear de intenso placer. Ramón colocó sus manos detrás de su cabeza y la dejó ser.
Al jugar con su larga cabellera, la hermosa señora hacía su rítmica danza sensual con su cadera. Ramón solo la miraba. Cuando empezó a sentir el orgasmo, Ramón pensó si debería vaciarse en su vagina y el riesgo de embarazarla. “Me encantaría hacerle un retoño mío”, pensó.
En medio de sus jadeos y gemidos, Ana lo miraba con pasión, insinuándole con su expresión que podía venirse.
Ramón no quiso ya contenerse, convirtiendo la casa en un concierto de gemidos, jadeos y pasionales gritos al empezar a eyacular dentro de su vagina, como si no fuera esa su tercera del día.
Se trenzaron en un ardiente beso, mientras ella seguía penetrada, sin decir media palabra sobre lo que acababa de ocurrir. Después, Ana se recostó a su lado y se quedaron en silencio.
“Si sale prietito y vergón, es mío”, dijo Ramón. Ella se volteó de costado y lo empezó a besar tiernamente.
Luego se limitó a contemplar a Ramón: flaco, no muy alto, y definitivamente feo.
“Todo por culpa de esta vergota de burro que tienes… por saber dar el golpe en el momento preciso… por puta yo”, dijo ella pausadamente.
“Hablando de vergones, quisiera pedirte permiso para traer al Choro mañana”, dijo Ramón. “necesito un ayudante y ahí anda de vago”, añadió.
“El Choro… el hermoso Choro”, dijo Ana. “Que muchacho tan guapo, no como tú”, continuó.
“¿Cuántos años tiene ya?”, preguntó ella.
“Como 16 o 17”, contestó Ramón. “Lo tuvimos bien jóvenes”.
“¿La tiene muy grandota como tú?”, preguntó Ana. “Es guapísimo, va a tener un pegue tremendo con las niñas”, dijo ella.
“¿Hablas con el de sexo?”, preguntó Ana.
“Lo torcí jalándosela el otro día, y si, la tiene muy grande el muchacho cabrón. Me sacó en eso”, contestó él.
“A raíz de eso, nos sentamos a cotorrear un rato y me comentó que se estaba tirando a una vecina, señora mayor según yo, no me dijo quién es, pero por las señas, me imagino”, relató.
“No creas que está muy bonito el cabrón”, dijo Ramón sobre su hijo mayor. “Ya se descompuso. Está flaco, flaco y ya no está tan güerito”, continuó.
“Señora mayor…. Mmmm”, dijo Ana. “¡Que aventado el chamaco!”.
“Si, y que puta la doñita”, añadió, “como una que conocemos”. Ambos se carcajearon.
“Lástima que está tan niño”, dijo Ana. “Me encantaría cogérmelo”, confesó. Ramón la volteó a ver y le dijo: “Eso se puede arreglar, pero el problema es que luego ande de hocicón”, sentenció él.
Ana se estiró, bostezó, y le dijo: “¿Te imaginas, Ramón? ¡Yo culeando con el padre y el hijo!”
“Ese cabrón te puede culear unas 20 veces al día. No tienen llene estos chamacos modernos”, dijo él, “pero es menor de edad”, advirtió.
“¿Yyyy?”, expresó Ana.
Finalmente se pusieron de pie. Ana se dirigió al baño y Ramón, simplemente se puso su pantalón y volvió a su trabajo.
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Ana salió radiante y provocativa de su recámara, con unos jeans algo ajustados y una blusa blanca anudada en su estómago, dejando entrever algo de su piel. dispuesta a ir a comer a casa de sus padres.
Cuando la vio, Ramón la imaginó con unos 7 meses de embarazo llevando a su vergudo retoño dentro.
Ella no pareció darle importancia a su última eyaculación dentro de su vagina, tomó el teléfono y llamo a su madre para decirle que iba en camino y si había necesidad de llevar algo. Colgó y se disponía a salir, cuando sonó el teléfono.
“¡Hoooola mi amor!”, evidenciando que la llamada era de Oliver, su esposo.
Ramón se acercó de inmediato. Ella trató de apartarlo con su mano, pero el albañil le besó la mejilla.
“¡Te extraño muchísimo, si!”, dijo Ana con melodiosa voz a su marido.
Mientras escuchaba a Oliver, ella se sentó en el banco adyacente al teléfono. Ramón empezó a acariciarla, mientras ella trataba inútilmente de apartarlo.
“Ajá, si claro…” continuó ella, haciéndole señas a Ramón que no hiciera ruido, poniendo su índice en la boca.
“¡Muy bien, Ramón se ha portado…! ¡maravillosamente!, ¡nos cuida muy, muy bien!”, le aseguró ella a su esposo, mientras el caliente albañil bajaba su cremallera, empezando a sacudir su ya erecto miembro junto a su cara.
Aguardó a que Ana dejara de hablar, y puso su enorme glande en su boca. Ella abrió su boca y empezó a lamer y mordisquear suavemente la bulbosa cabeza, calculando el momento en que dejara de hablar.
“¡Ah, es que me estoy comiendo una paletita!”, dijo, al escuchar Oliver cierta deformación en sus palabras.
Al estar ella escuchando, Ramón le metió un poco más de su pene en la boca, tratando de hacer el menor ruido posible.
“¡Claro mi amor, ese es el plan!”, dijo ella, en obvia referencia a su visita a Canadá para reunirse con su marido, “en unos días más afinaremos detalles”, aseguró Ana.
Ramón se la volvía a meter por la boca mientras ella seguía escuchando, sin poner desde luego mucha atención en lo que Oliver decía.
“¡Mmmm, sí, ajá… claro!”, decía Ana, mientras Ramón insistía en acariciarla.
“¡Te extraño!”, dijo ella, “¡he andado muy deseosa de ti!”, agregó.
Pasó un rato en silencio, mismo que aprovechó Ramón para arremeter aún más su pene en su boca, haciéndola tapar con la mano el micrófono”.
Empujó a Ramón, al tiempo que dijo “¡Claro que no mi amor, ¿Cómo crees?”.
“¡No, para nada!”, dijo ella.
“¡Ay amorcito, ¿Cómo se te ocurre insinuar que Ramón…? ¡No lo puedo creer!”
Era claro que Oliver bromeaba con su bella esposa sobre posible actividad sexual con Ramón, pero sus carcajadas evidenciaron un final feliz de la conversación.
“¡Además está espantoso el pobre!”, le dijo Ana a Oliver mientras miraba a Ramón y acariciaba su pene.
“Si amor, si, ya sé”, dijo Ana, quizá tras alguna advertencia de su marido.
“Yo también te amo”, dijo ella…. “y... tengo unas ganas espantosas de coger”.
Ana escuchó un momento más a Oliver, palabras seguramente cargadas de erotismo.
“¡Chao guapo!” dijo ella y le tiró un beso, colgando el auricular.
Ana tomó a Ramón de las caderas, y empezó a mamarle el pene al imprudente albañil, sin mediar diálogo alguno. Ramón empezó a bombearlo en su boca con cierta prisa porque la esperaban.
Ana le exigió al albañil que terminar en su boca de una buena vez. La cantidad de su semen, ya no tan abundante, fue devorada con facilidad por ella, sin siquiera manchar su boca o su cara. Con su cuarta dosis del día, Ana se incorporó, lo besó en la boca, y salió apresuradamente a casa de sus padres. El húmedo pene de Ramón quedó únicamente con rastros de su lápiz labial.
“Cuatro veces…. ¡llevas cuatro!”, dijo Ana al tiempo que mostraba sus 4 dedos. “¡Eres un semental!”, dijo ella sonriéndole, al tiempo que retocaba su boca en el espejo.
“¡Más las que faltan, mamacita”, dijo él, “a ver quien acaba con quien! Pobre tu marido. Los cuernotes que ha de traer”. Le dio una buena nalgada cuando ella se levantó.
Ana se volteó, acercó su cara a la de Ramón, y la escupió con provocativa pasión. El albañil se limpió su saliva con un dedo y se lo llevó a su boca, luego lo pasó a la de ella. Se besaron de nuevo. No parecía haber alivio a su constante calentura.
Ana subió a su automóvil y se retocó los labios antes de partir, se observaba en el espejo de la visera y se retocó un poco su maquillaje, tratando de notar cualquier daño que hubiera hecho Ramón. El albañil solo la observaba, hasta que se fue.
En el trayecto a casa de sus padres, Ana pensaba la insinuación a manera de broma que su esposo hizo sobre ella teniendo relaciones con Ramón cuando le confesó que andaba muy caliente. Supuestamente su gran amigo Pedro Juan con quien había tenido sexo casual recién casada no había comentado nada, pero eran tan amigos y tomaban tanto alcohol juntos, que no descarto la posibilidad de que Oliver supiera de su gran secreto.
¿Sería Oliver de ese tipo de personas a las que les gusta saber o ver a su esposa con otro? La excitó un momento al pensar en la posibilidad. Luego se puso a pensar en que Ramón la pudiera haber embarazado.
Tenía menos de dos semanas para ir a Canadá con su esposo a que la inseminara y poder salvar su matrimonio, aunque si era hombre, prieto y con un gran pene, despertaría sospechas.
Estaba tan poseída por Ramón que no le importaba mucho si la había embarazado. No sentía angustia sino placer. Sentía aún en su boca el sabor de “la cosa” del albañil que por primera vez lo había logrado tragar en su totalidad.
Ana regresó poco después de las tres de la tarde.
Su acostumbrado “hola” fue el saludo a su amante. “¿Cómo la hiciste para sobrevivir sin mis nalgas?”, dijo sensualmente ella al besar al sudado albañil.
“Mmm…”, expresó ella, “me trastorna ese olor a hombre sudado que tienes”.
Ramón la abrazó, metió sus manos en sus nalgas por dentro de su pantalón. Ella subió sus piernas y se trenzó en sus muslos. Ramón la tomó por debajo de las nalgas y, sin separar sus bocas, la llevó a la recámara principal.
Como si fuera la primera vez en mucho tiempo, Ramón la empezó a desvestir, arrancando los botones de su blusa y forzando su pantalón para bajarlo sin aflojarlo.
“¡Calma semental!”, le dijo ella. “¡Eres un animal!”, dijo ella. “Esta mañana me rompiste un brassiere y ahora mi blusa”. “¿Qué tendré que andar desnuda cuando estés cerca?”, preguntó con su sensual voz. “¡Eres una bestia caliente!”, agregó Ana, al tiempo que empezó a aflojar sus jeans.
Ana se recostó en la cama, Ramón sobre ella, besándola ardientemente.
“¿Cogemos a la antigüita o vas a empezar con tus locuras?”, dijo él.
“Tu métemela y veremos qué pasa”, contesto la caliente y bella señora.
El pene de Ramón ganó su legendaria erección ya dentro de ella. Sentirlo inflarse dentro le arrancó sus escandalosos jadeos que hacían comparsa con los del albañil a medida bombeaba su vagina.
Ana le arañó la espalda mientras él mordía su cara y la lamía, enloquecida.
“¡Que rico me estás cogiendo!”, suspiró ella, ¡Oliver no me puede coger bien así!”, agregó.
“Pobre bato”, contestó Ramón. “Con ese pitito que tiene, ni cosquillas te ha de hacer”.
“¿Cómo sabes que la tiene pequeña?”, preguntó Ana.
“Mi amor”, contestó Ramón, “si la tuviera de un tamaño, digamos, decente no estarías aquí, debajo de mí ¿verdad?”.
“¡Métemela más… toda, toda!”, le ordenó su patrona.
“Preciosa, a menos que te meta los huevos”, contestó.
Y “a la antigüita” se acentuaron los jadeos de ella al venirse y los de él, ante su inminente eyaculación”.
“¡Ah, ah, ah, ah, oh…! ¡aaayyyyy!”, gritó Ramón mientras ella se encontraba a medio orgasmo, sintiendo su caliente semen inundar su vagina.
Respirando agitadamente, quedaron en silencio por unos momentos.
“¿Otra veeeez?”, dijo ella. “¡Definitivamente me quieres hacer un bebé vergón!, ¿verdad pillín?”, agregó.
Ana se rodó a su lado. Como animales en celo se miraron a los ojos. El en muda contemplación de su bella cara, mientras ella acariciaba suavemente su estómago. Sin decir palabra, empezó a mamar de nuevo el pene a su semental, como ella lo llamaba, disfrutando sus jugos y los restos de semen mezclados con ellos.
Se trepó en el pecho de Ramón, poniendo sus blancas nalgas en su cara, pero esta vez, el no hizo nada sino apreciar el trofeo que tenía a su disposición, cuando él quisiera.
Ana mamaba con pasión el pene del albañil mientras pensaba que, a menos de un día de haberse declarado en celo por Ramón, su aventura llegaba a niveles peligrosos, pudiendo incluso haber quedado preñada por caliente.
La bella señora no logró nada aparte de dejar con su boca el enorme pene impecable.
Se levantó y se fue a dar una ducha, dejando al exhausto albañil tendido en la cama.
Salió 15 minutos después. Ramón ya se encontraba trabajando.
“¿Cuánto tiempo me has robado de mi trabajo eh?”, preguntó el, riéndose.
Ana no contestó, simplemente le sonrió.
“¡Espero que ahora si me dejes chambear!”, dijo Ramón con descaro.
“Saldré un momento a comprar unas cosas”, dijo ella. “Si suena el teléfono, contesta y toma recado por favor”, le pidió. Ramón asentó con la cabeza.
Casi una hora después, Ana regresó. Faltaba poco para las cinco, la hora de salida de Ramón. El iría a su casa en el auto de la señora y regresaría alrededor de las 10 la noche de acuerdo con el compromiso con Oliver.
Ramón le ayudó a bajar las bolsas del auto y las puso en la cocina.
“Anita, necesito que venga el Choro a ayudarme mañana para sacar este jale del techo”, le recordó el. “Me cansa mucho”.
“¡Claro!”, contestó ella, “aunque no se…”, agregó.
“¿No sabes que, muñeca?, preguntó el albañil mientras se cambiaba.
“¿No sabes si podremos culear agusto quieres decir?”.
“Si”, contestó simplemente ella.
“Mmmm.. “, dijo Ramón, “tienes razón”, acercándose por su espalda y acariciando sus bellos senos.
Ana metió sus manos por detrás y empezó a acariciar su pene.
“Veré la manera de que los niños se queden en casa de mis papás”, dijo ella. “Quiero amanecer contigo y que me cojas toda la noche”, agregó.
“¡Ah cabrón!”, contestó el sorprendido albañil. “Me tendré que venir más temprano entonces”, dijo.
“Mmmm… no”, dijo ella. “Vente a la hora acostumbrada, así se recargan estos”, agregó, mientras acariciaba los enormes testículos de Ramón.
“Te voy a exprimir, papacito”, le dijo al tiempo que le daba las llaves de su auto. “No olvides que traes la espalda arañada, y piensa como le hacemos con el Choro…. ¡tráetelo!”.
“Mmmm… “, dijo Ramón, “se me hace que te lo quieres coger bandida”. Ambos se carcajearon.
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Esperando que Ana hubiese poder cumplido su plan de dejar a los niños en casa de su mamá, Ramón llegó poco antes de las 10 pm.
Entró a la casa, pasó por la recámara de los niños y vió solo las camas tendidas y todo en su lugar. Se frotó las manos, caminando a la recámara principal, escuchando sonidos de la televisión.
Ella lo esperaba con solo un provocativo negligé, sobre la cama aún tendida, con una copa de champagne en la mano. Sus encantos claramente se transparentaban.
Era notable: Ana había ido a un salón de belleza para resaltar aún más sus atributos y que su amante la encontrara bellísima, superando sus expectativas, para que la fecundara con solo mirarla. También se rasuró sus partes íntimas. Traía su caro perfume, dándole al aposento un discreto y fino aroma. Dos velas encendidas, luz tenue, y ropa de cama de satín blanco y negro hacían el ambiente inmejorable.
“Pasa. Estás en tu casa”, invitó Ana a Ramón.
Ella se incorporó. Ramón se acercó por un lado de la cama y la besó, sentándose junto a ella. Irradiaban calor. Como si no hubiera mañana, no podían esperar el momento para estar juntos. El breve tiempo sin su esposo había hecho estragos.
Como si Ramón leyera su pensamiento, le dijo “con o sin tu marido, te hubiera hecho mía, hicieras lo que hicieras”. “Desde que eras una adolecente remilgosa y fresa, te me antojabas”, agregó.
Luego se recostó a su lado, haciendo remembranzas.
“¿Te acuerdas cuando me quedaba a velar la construcción de tus papás?”.
“Si”, contestó ella. “Espero que no te hayas estado cogiendo a mi mamá”, dijo riéndose.
“Ya te dije, necia. Ganas no me faltaron de tirarme a tu mamá y a tus hermanas, pero no se dio”, aseguró tácitamente Ramón.
Ana se puso de lado, con la mano en su cabeza. “No sé por qué, pero me da la impresión que si te la cogiste… a mi mamá. La forma en que nos habla de ti y tu familia, como te protegía y te excusaba con mi papá… no sé. Pero si tú dices que no, pues es no, ¿verdad?”
“Te veía entrar enojada muy seguido, cuando te dejaba tu novio, el pendejo aquel, ¿Cómo se llamaba?”. “O se peleaban mucho o te dejaba bien caliente”, relató él, ignorando la insistencia de Ana sobre su mamá y él, dejando la estaca de la duda clavada en su mente.
“Las dos cosas”. “Luis era un pendejo como tú dices. No tenía ojos más que para su maldito carro”, recordó.
“Dame de eso que estás tomando”, dijo Ramón. “Me gustan las bebidas de ricos”.
Ana sirvió a Ramón en la otra copa alta y se la pasó. El, por vez primera, probaba el caro y típico elixir de amor.
“Mmmmm”, no está nada mal, dijo al primer sorbo.
“Ten cuidado”, dijo ella. “Se te sube fácil y luego te da por hacer locuras.
Se lanzó sobre el albañil, besándolo con apasionada locura. Lo desnudó. El la abrazó sin quitar su negligé. Se abalanzó sobre su pene y empezó a mamarlo con su acostumbrada pasión, mientras Ramón sentía en sus dedos la finura de su atrevido atuendo.
Ramón la detuvo, la puso sobre el borde de la cama, exactamente como la primera vez, y con su monstruoso miembro comenzó a juguetear en su ano con el negligé aún puesto. Metió su mano, lo lubricó con su caliente fluido vaginal. De un vigoroso impulso, insertó su pene en el culo de Ana… con el negligé aún puesto. “¡Ay, ¿Qué hiciste animalito?!” gritó ella.
“¡Ups, no lo vi!”, contestó Ramón riéndose. “No se nota”. Sacó lo poco que había logrado meterle, quitó la prenda, y la empezó a culear frenéticamente, notando que su intestino había vuelto completamente a la normalidad después de haberle metido casi todo su brazo.
Ramón sacó toda su inmensidad del culo de la señora, se puso del lado de ella y empezó a abofetear su cara con el húmero monstruo. “¡Abre tu boquita, anda!”, “pero antes, dale un trago a tu champaña”, le ordenó. Ana obedeció, atrapó el glande y empezó a mordisquearlo, arrancando al albañil gritos de intenso y frío placer, mientras ella lo ensalivaba. “Así, así… mámamela con la boca helada, preciosa”, decía deleitado por la nueva experiencia.
“Mete tu vergota en mi copa”, pidió ella.
Para sorpresa de los dos, la enorme cabeza de Ramón no cabía en la copa. La forzó un poco, pero fue inútil.
“Vas a romperla, quítate”, dijo ella.
Ramón puso su imponente pene junto a ella. Ana vertió champagne sobre él, y empezó a lamerla, deleitada de combinar la cara bebida con el carnoso y ligeramente salado sabor del gigante aderezado.
Lo sacó de su boca y lo enterró en su ano. Ana sintió la deliciosa sensación de frío en su intestino repitiendo el ritual varias veces.
“¡Pruébate! ¡Prueba tu culo!”, le ordenaba cada vez que metía su pene en la boca de Ana y ella lo empapaba en champagne.
Ana se recostó boca abajo, mientras Ramón trepó sobre ella, metiéndole el pene por el culo. Ella levantó sus nalgas mientras el ganoso albañil bombeaba y bombeaba.
Ella estiró sus manos y él entrelazó las suyas. De un golpe, Ramón dejó ir toda su longitud dentro de ella, jadeando, gritando, llenándola una vez más de su vital y caliente semilla.
Pasaron un rato unidos por el pene, luego el albañil se levantó y se volteó, dejándola recostada a su lado, jugueteando con sus dedos el semen que salía de su ardiente culo, frotando con él sus suaves nalgas.
Ana se incorporó, y se puso de cuclillas sobre el estómago de Ramón, y empezó a pujar un poco, pero el semen salió casi todo al primer esfuerzo, quedando sobre el estómago del albañil.
“¡No, no pujas más!”, le pidió Ramón. “¡Capaz y me cagues!”, dijo riéndose.
Ana solo lo miró, le dio un beso en la boca y empezó a recorrer con su lengua hacia el estómago de Ramón. Su semen cubría el ombligo de su amante. Ella lo miró de nuevo.
“¿Serías capaz?”. Ana le sonrió, al tiempo que empezó a lamer y tragar el semen recién salido por su culo.
No fue necesaria limpieza adicional alguna. Bebieron más champagne mientras platicaron
Eran como las 11 de la noche cuando Ana y Ramón, completamente desnudos se abrazaron finalmente para dormir. “Te cogiste a mi mamá, ¿verdad?”, insistió ella una vez más.
“Si preciosa, me la cogí algunas veces. Todavía me la cojo cuando se puede”, concedió Ramón.
“Yo sabía”, dijo ella.
“Seis”, dijo ella, interrumpiendo el silencio
“¿Seis?”, preguntó Ramón.
“Seis veces te viniste en mí hoy, semental. Anda, duérmete y ponte a producir más lechita para tu putita. Mañana me cuentas lo de mi mamá”.
Ambos iniciamos a besarnos con toda pasión, con aun más pasión que la primera vez, mientras nos besamos Armando comenzó a tocarme mi zona intima debajo la falda de mi vestido y como consecuencia a esto de inmediato me moje toda, ¡Quiero hacerte el amor! Me dijo suavemente al oído, -Lo sé y también quiero- le conteste.
Relato erótico enviado por putita golosa el 29 de August de 2010 a las 23:31:22 - Relato porno leído 513656 veces