Al principio, Ramón se sintió desorientado por el elegante entorno, pero en segundos cayó en cuenta. Volteó y vio el desnudo cuerpo de Ana junto a él, boca abajo, con sus bellas nalgas delineadas en la tenue luz de la recámara.
Relato
Ramón era muy mañanero.
Desde pequeño, acostumbrado al trabajo, abría sus ojos mucho antes de las 6 de la mañana.
Al principio, Ramón se sintió desorientado por el elegante entorno, pero en segundos cayó en cuenta. Volteó y vio el desnudo cuerpo de Ana junto a él, boca abajo, con sus bellas nalgas delineadas en la tenue luz de la recámara.
La besó en la mejilla y acarició sus nalgas, metiendo sus dedos entre ellas, sintiendo los secos restos de su semen.
Ana se volteó y se estiró…” buen día papacito”, dijo ella con adormecida voz.
Ramón la besó en la boca, haciéndola responder de inmediato y abrazarlo.
“¿Dormiste bien?”, preguntó con su habitual tono.
“¡Nunca mejor en mi vida!”, contestó entusiasmado el albañil.
“¡Ay, que re-puta soy!”, dijo Ana. “Mira que dejarte dormir conmigo y apenas …”
Ramón la interrumpió con un beso.
“¿Qué hora es?”, preguntó ella.
Ramón vio su reloj. “Ni las 6”, contestó.
“¡No me digas que quieres coger!”, agregó.
Ana bostezó y se estiró de nuevo. “No, quiero que me cuentes cosas”, dijo.
“¿Cosas como que?”, preguntó el albañil, fingiendo no saber sobre su inminente pregunta.
Ana le sonrió. “Cosas como que te cogiste a mi mamá, no te hagas el loco”.
“¿Dos veces, si mal no recuerdo?”, preguntó Ana.
Ramón se excitó con el tema, recordando las ocasiones en que la señora Patricia y él habían tenido relaciones.
“No”, contestó Ramón. “Más bien dos-cientas”, le contestó riéndose. Ana le pegó un suave manazo en el antebrazo. “Caliente, cabrón”, le dijo.
Doña Patricia rondaba los 50 años, un poco más alta que Ana, su tono de pelo un poco más rubio, seguramente teñido, ojos verdes y delgada. En su juventud, sin duda alguna, fue tan o más bella que su hija.
Hoy era una guapísima señora madura, con excelentes atributos, con unos pocos kilos de más que su hija. Era una mujer que cuidaba su cuerpo, y sabía lo hermosa que estaba para su edad.
“Ya está operada mi mamá”, dijo Ana.
“Me vale verga eso preciosa”, contestó Ramón.
“Hará qué, unos tres o cuatro años, creo que tú no te habías casado todavía”, comenzó Ramón.
“No, no te habías casado. Todavía vivías con tus papás, recuerdo que te veía con antojo de cogerte a ti o a tu hermana mayor, pero tu mamá no me pasaba por la cabeza”.
Ana escuchaba con atención, intrigada y caliente, pero algo tranquila de no ser la única en su familia que había tenido relaciones fuera de su matrimonio.
“¿Y cómo fue que pasó?”, preguntó ella.
“Pues… “, prosiguió Ramón, “la vi bañándose y se dio cuenta que la vi”, dijo.
“Como a los tres días, tu papá salió de viaje… ¡siempre un pinche viaje metiéndome en problemas con ustedes!”. Ambos se rieron de la coincidencia.
“Tu mamá andaba jariosa, se le notaba. Cuando ustedes tres se iban, salía en batitas y se bañaba con la puerta abierta”, “¡cómo me puñeteaba viéndola, me acuerdo!”.
“¡Estaba bien buena tu mamá!, bueno, todavía está”, continuó Ramón. “Acuérdate que todavía me la cojo”
“Ya pasaba de los 40-43 por ahí, fácilmente, y nunca jamás me había cogido a una mujer mucho mayor que yo, peor casada y peor de la high”, agregó.
“Total que el que se aventó fui yo. Estaba en la cocina, traía ropa sexy, me estaba provocando, le llegué por la espalda, la abracé, ¡se volteó y nos comenzamos a besar como locos… ah que rico olía tu mamá!”.
Ana empezó a sobar sus labios vaginales al escuchar las calientes memorias de Ramón y su madre.
“Nos fuimos besando hasta la recámara y cuando llegamos, simplemente se hincó frente a mí, me bajó los pantalones y me comenzó a mamar la verga como loca… ¡buenísima para mamar verga!”
“¡Bien caliente tu mamá, preciosa!”, continuó, “mira, se la tragaba casi toda sin batallarle mucho como tú, y me la chuleaba y me besaba los huevos… ¡andaba muy pero muy urgida tu mamacita!”.
“Luego nos tiramos en la cama y me la cogí sabroso, sabroso… ¡buena para coger!”, “no tan cochina como tú, pero si bien caliente”.
Ana se seguía metiendo el dedo mientras Ramón relataba sobre su madre.
“¿Se la metiste por el culo?”, preguntó ella, suspirando y jadeando levemente.
“No me la cogí por los oídos porque no le cupo…y ahora que lo dices, tiene el culo medio guango como el tuyo, se la metí toda, facilito”, agregó.
“Es de familia entonces”, dijo Ana riéndose.
“Es que nacieron para que se las culeen”, corrigió Ramón.
“Me acuerdo que casi nos tuerce Claudia. ¿Te imaginas a la santurrona?”, dijo Ramón.
“¡Te las hubieras cogido a las dos seguramente!”, dijo Ana.
Ramón sonrió con brillo de recuerdo en sus ojos.
“Seguramente” contestó Ramón.
“¿Seguramente qué, cabrón? ¡Te estas culeando a mi hermana también!”, concluyó ella.
“Claudia es bien mocha”, empezó Ramón…. ¡Ah, pero como le gusta mamar verga!”.
Ana se incorporó sorprendida, con los ojos bien abiertos, con clara expresión de sorpresa.
“Y creo que tu mamá se lo imagina”, agregó, “porque me insinuó que le hiciera el favor después de que me la cogí, cuando estábamos tirados en su cama”.
Ana no podía creerlo. Estaba atónita, no dudando de las palabras de Ramón.
“¡Y le fascina que le meta el dedo!”, confesó.
“¡Ah, pero va a llegar virgen al matrimonio, eso sí!”, se carcajeó Ramón.
“Anita, preciosa, mi macana es difícil de resistir”, dijo calmadamente con un aire de arrogancia.
“No lo puedo creer. ¡Qué putas mi mamá y mi hermana!”.
Ramón se carcajeó. “¿Y tú no? ¡Eres la más puta de las tres!”, le aseguró
“Claudia es excelente para mamar vergas, le encanta tragársela toda… toditita”, contó el albañil.
“La verdad, es difícil decir quien la mama mejor, las tres son excelentes”, admitió él.
“Pero… ¿Cómo le hacen?”, preguntó intrigada Ana.
“Mira, tu mamá me lleva a un hotel de paso o en su casa, pero cogemos muy a la larga”, explicó Ramón. “Claudia… donde sea, incluso aquí en tu casa”, agregó. “La trastorna mamarme la verga, pero no me la he cogido”, aseguró el albañil.
“O sea que… ¿les diste a ellas antes que a mí?”.
Ramón asentó con su cabeza. “Ya nomás me falta Patty hija para acabalar la colección”.
“Claudia no se rasura mucho la panocha ni el culo, pero me encanta lamérselos. Se viene siempre en mi mano… así es ella, según ella va a llegar virgen al matrimonio nomás porque no le he metido la verga más que en su boca. Le digo que se la meteré por el fundillo, pero no me lo suelta”.
“Pendeja… de lo que se está perdiendo”, dijo Ana, al tiempo que se inclinó y beso el ya bien erecto pene de Ramón.
“¿Cuándo te culeaste a mi mamá la última vez?”, preguntó ella.
“Hará cosa de unos 15 o 20 días, un mes, cuando mucho”.
“Me impresionas muchísimo”, dijo ella. “Te coges a mi mamá, te la mama mi hermana, me coges a mí, y todavía le das a Lupita…. “. “No hay semental como tú en la tierra papacito”, continuó.
“Mira preciosa”, comenzó Ramón, “ahorita estoy dedicado a ti”. “Si te vas con tu marido, pues me tendré que coger a tu mamá y a aguantar las mamadas de tu hermana. Tengo para darle a las tres y hasta a tu hermanita”.
“No sé si me vaya… estoy envenenada de tu vergota”.
“¿Tú crees que mi mamá sepa lo de Claudia?”, preguntó Ana.
“Me da la impresión”, contestó Ramón, “que tu mamá siente que hay algo entre tu hermana y yo”, agregó, “pero hemos tenido mucho cuidado”.
“La verdad, me gustaría mucho cogérmelas a las dos juntas, digo, si no tienes inconveniente alguno”, propuso. “Le voy a hacer la lucha. A tu mamá me la cojo y a tu hermana mayor la des- fundillo, ¿Qué tal?”.
“¿No tiene novio Claudia?”, preguntó Ramón.
“Sale con Ramiro, igual de mojigato que ella, pero como que no hay clic”, contestó Ana
“Ya están grandecitas”, contestó Ana. Claudia tiene 29 y mi mamá 49”.
“Pues sí, muy santurrona, pero le encanta la verga a tu hermana… y a tu mamá, más”.
“Par de putas”, dijo Ana, al tiempo que se bajó a mamarle la verga a Ramón, ahora con más pasión, habiendo desatado una abierta competencia entre su madre y su hermana, contra ella.
“Pero ninguna culea como yo”, alcanzó a decir antes de devorar casi por completo el gigantesco pene del albañil.
Mientras se la mamaba, Ramón seguía platicando intimidades de su familia, deleitándose al máximo con la mamada que le estaba pegando Ana.
“¿Qué edad tiene Patty?”, preguntó Ramón.
Ana se sacó la verga de la boca. “22”, contestó. “De esa edad me casé”.
“Que buena se puso la cabrona”, dijo Ramón, “me acuerdo que estaba regordeta”, refiriéndose a la hermana menor de Ana.
“Tiene unas nalguitas muy sabrosas, ha de apretar bien”, continuó el.
“Acaba con todas”, dijo Ana, sacándose de nuevo la verga de la boca.
Ramón se rio. “Créeme preciosa, ellas caen. Yo tenía toda la sana intención de respetarlas, pero pues son bien calientes tu mamá y Claudia”.
“Si no te importa también, le haré mi luchita a tu hermanita”.
Ana volteó y le dirigió una mirada de coqueteo y desaprobación, ya que sentía un cariño muy especial por Patty.
“Me la voy a acabar culeando, de mi te acuerdas”, la retó.
“A todo esto, ¿Cómo fue la primera vez con Claudia?”, preguntó Ana.
“¡Ah, esa caliente de Claudia!. Me vio meando, me di cuenta, se quedó parada, volteé hacia donde estaba ella sabiendo que era una santurrona, y me la sacudí frente a ella… ¿creerás que se volteó?”.
“Claro que no”, contestó Ana.
“Esa misma tarde cuando salieron tus papás y nos quedamos solos en la casa…, no hallaba como hacerle y pues igual que con tu mamá. Le pregunté ¿te gustó lo que viste, Claudia? Se me quedó viendo y por un segundo me asusté, pero de volada dijo que sí con la cabeza”.
“Caminé hacia ella y ella hacia mí. No me besó ni nada, creo que le di asquito porque andaba todo sudado y sucio. Cuando se me paró enfrente, me empezó a desabrochar el pantalón y a acariciarme la verga, diciéndome que qué grande la tenía. Se me hincó, me la besó y empezó a lamérmela, luego me la empezó a mamar. Algo pendeja al principio, me mordía, pero ya en un rato lo supo hacer muy bien. Para ser su primera verga y luego de este tamaño, le fue requetebién a tu hermana mayor”.
“La siguiente vez se bajó el pantalón”, continuó Ramón, “y me pidió que la manoseara. Yo creo que fue su primer orgasmo porque hizo un escándalo de aquellos, pero fue muy clara en que no quería que la penetrara porque quería llegar virgen al matrimonio”.
“Ya después, cuando se podía, nomás le bajaba el pantalón o le metía la mano y le dedeaba el culo y la panochita, pero no es tan puerca como tú…, nada de lamer dedos ni nada”.
Ana seguía escuchando, mamándole la verga a Ramón, el ahora semental de la familia, deleitada por sus calientes relatos.
“Nunca cuentes sobre lo nuestro”, pidió Ana.
“No te preocupes”, contestó Ramón.
Por fin Ramón calló. Ana siguió mamándole la verga hasta que empezó a estirarse y gritarle…
“¡Tómala preciosa, tómate toda mi lechita!”, al tiempo que Ana se deleitaba con la abundante y caliente esperma del albañil, no dudando ni un instante de que su madre y hermana estuvieran también conquistadas por el delicioso elixir de amor que también les brindaba.
“¡Mmm, mmmm!”, dijo Ana, “¡Que rico desayuno me has dado papacito!”, habiendo por primera vez logrado tragar toda su primera carga del día.
Pasaron mucho tiempo en la cama, entre relatos y sexo oral. Ramón vio el reloj y eran las 7:15.
“Vamos”, urgió él. “El Choro está por llegar”.
“¿Te lo vas a querer coger?”, preguntó Ramón en tono serio.
“Si se dan las cosas y hablas con el…, quizá”, contestó ella.
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Ramón se dirigió a abrir la puerta de la residencia, pensando lo riesgoso se diera cuenta de su relación con Ana, por respeto a Lupita, su madre, sin embargo, habían hablado mucho sobre mujeres y aventuras y como buen padre, subestimaba el alcance del adolescente.
Ramón Ruíz Jr. Era un mocetón notablemente más alto y robusto que su padre, como de 1.80, blanco, con el cabello castaño muy claro, algo rizado seguramente si lo usara más largo, 17 años, atléticamente delgado, pero con músculos más resaltados, gracias a la vanidad propia de su edad. Acababa de terminar la preparatoria y estaba por empezar una carrera técnica. Tenía un tatuaje en su pecho.
Ana salió vestida provocativamente, saludó de beso al Choro, lo chuleó, y fue a la cocina a prepararles el desayuno.
El Choro no le quitaba la vista de los senos y las nalgas, cosa que ella deseaba, y mientras caminaba, a prudente distancia, el Choro le dijo a su padre, “con el debido respeto papá, pero que re-buena está la señora Ana. ¿No te la estás cogiendo?”
“¡Cállese chamaco!”, le contestó Ramón, sonriéndole.
“¡Apá, véla como se viste!
Ramón y su hijo mayor desayunaron como náufragos. Cuando terminaron, Ana recogió los platos y los puso en el fregadero, mientras Ramón le daba instrucciones a su hijo de los trabajos que necesitaría.
“Ana te va a pagar”, le aseguró Ramón.
“Con que me deje verle las chichis me conformo”, contestó el muchacho.
“Si cabrón”, le dijo Ramón, “desde que te estás cogiendo a la doña esa, vieja puta, nomás falta que te dé por coger pura mujer mayor y casada ¿no?”. “Si te la quieres coger, te la vas a coger, ¿Qué no? Ya viste como te saludó, hasta de besito”.
El Choro experimentó su primera erección del día.
“Pero te la jalas tanto que quien sabe si puedas”, dijo Ramón a su hijo. “Tú has tu chamba y déjate de pendejadas”, instruyó el padre. “Bien hice en apodarte choro”, le dijo riéndose.
“Ya no me la jalo tanto ápá”, contestó el Choro.
El cariño y comunicación entre ambos eran envidiables. Se llevaban muy bien. Parecían grandes camaradas más que padre e hijo. El tema principal de sus pláticas era casi siempre el sexo.
Mientras Ana seguramente ardía en deseo, ellos bromeaban y se reían mucho. Cuando salió ella a casa de sus padres, Ramón llevó al Choro a la recámara y le enseñó la ropa íntima de Ana.
“Usted callado el hocico m´hijo, ¿entiende?”
El Choro insistió. “¿Te la estás culeando apá? Ramón no contestó. El Choro interpretó su silencio.
Entre dientes, el Choro dijo “yo si me la culeaba”. Ramón volteó y lo vio con expresión de desaprobación. “¿Si se te pone, te la coges cabrón?”, preguntó el padre.
“¡Valdrá verga apá!” contestó el mocetón.
“Es que la neta apá, está mejor que como la vi la última vez”, dijo.
“Es muy joven hijo, no llega a los 30. A huevo que está muy chula”, agregó, “pero esas pulgas no brincan en tu petate, no se te olvide”.
Cuando Ramón llevó a su hijo a la recamara principal de metiches, el Choro notó un tragaluz en el techo del baño. Por las reparaciones de goteras, su padre lo quitó para hacer resanes e impermeabilizar.
El Choro seguía los movimientos de Ana. Cuando se disponía a tomar su baño vespertino, el muchacho trepó al techo. Había una pequeña separación que le permitía ver el excusado y parte de la entrada a la regadera.
Ramón, comprendiendo la calentura de su hijo mayor, y ante la intención de Ana de culear con él, lo dejo ser. Se desentendió de lo que hacía mientras él trabajaba. No habían tenido oportunidad de coger durante el día y la situación se tornaba algo insoportable.
El hábil muchacho, trepó al techo dispuesto a echase un buen taco de ojo. Estudió el ángulo de los fuertes rayos solares y determinó donde colocarse para que no hubiera sombra alguna que lo delatara. Se recostó en el lugar donde tendría una visión perfecta de la señora y esperó unos minutos.
Ana entró al baño, se quitó la blusa. No traía brassiere. Como un rayo, el enorme pene del junior se puso a su máxima erección al ver las encantadoras tetas de la joven señora. Bajó su pantalón, y se extasió mirando su bello cuerpo casi desnudo, solo interrumpido por uno de sus diminutos y provocativos calzones.
Desde arriba, el Choro vio como ella se quitó los calzones y se sentó en el excusado, apreciando sus hermosas nalgas salir claramente debajo de su espalda. Ana se puso de pie y abrió el agua, mientras se rasuraba las piernas.
Pero lo siguiente dejará perplejo al incipiente gigolo: Ana llevó su mano derecha a su vagina y se empezó a masturbar, gimiendo de placer, llevando sus dedos a su boca, siguiendo y siguiendo, hasta alcanzar un orgasmo en muy poco tiempo… “¡Ah, oh, oh, ¡Ramón, Ramón…!, ¡Te tengo dentro, te tengo dentro!”, decía entre dientes, excitada al máximo. Para el Choro fue demasiado: Se volteó y empezó a masturbarse deliciosamente, volteando y viendo a Ana manosearse y escucharla gemir, algo jamás esperado. El Choro experimentó, contrario a su padre, una tremenda y excesiva eyaculación en poquísimo tiempo, mientras escuchaba los gemidos de Ana deseando obviamente a su padre.
A distancia, Ramón observaba el atrevimiento de su hijo quién no se percató de la presencia de su padre.
Ramón bajó por la escalera con su pene erecto al máximo. Había perdido ya control.
Se dirigió al baño, abrió la puerta y se metió en la ducha con Ana. La puso contra la pared, y de un certero movimiento, introdujo su enorme erección en el ano de su amante. Ella solo pudo curveó sus nalgas hacia él, para que la penetrara por completo. Ramón sabía que su hijo estaba en el techo y que muy posiblemente lo hubiera visto entrar, pero no dijo nada. Ya no le importó que su hijo se diera cuenta que su padre se cogía a otra mujer que no fuera su madre. La calentura era insoportable.
Y sí. El Choro escuchó el ruido de la puerta, volteó de inmediato después de limpiarse el semen en el pantalón y en el techo y vio el moreno torso de su padre entrar a toda prisa en la regadera escoltado por 11 pulgadas de su bien parado y obscuro pene, listo para hacer suya a la bella Ana.
Para su desgracia, no podía ver dentro de la regadera, pero escuchaba claramente sus palabras, jadeos y gemidos.
“¡Métemela toda... toda en el culo!”, le ordenaba a su papá. El Choro se deleitaba escuchando, deseoso por ver lo que sucedía, pero la pequeña abertura no se lo permitía.
De pronto se cerró la llave. El vapor de la regadera empezó a aminorar dándole una mejor visión al muchacho. Salieron empapados, abrazados, besándose- Ana se arrodilló ante su padre, cuya monstruosa erección aguardaba impacientemente los labios de la bella señora.
Ana de inmediato atrapó con su boca el pene de Ramón, mamándolo con suma avidez, más de la que el muchacho había visto a su corta edad, sorprendido por los enérgicos embates de su padre, viendo como la señora Ana se tragada aquella enormidad.
El Choro estaba muy bien dotado. Aunque no como su padre, si alcanzaría fácilmente más de nueve pulgadas. Su pene era blanco, como él, pero indudablemente había heredado el masculino atributo que Ana deseaba también coger.
“Pídele a tu mamá que cuide a los niños otra vez”, le dijo Ramón. Ana asentó con la cabeza mientras le daba aquel tremendo mamadón a su semental.
“¡Dame tus mecos!”, ordenó Ana, “¡Dámelos!”, repitió.
Ramón puso sus manos en las mejillas de Ana, y empezó a bombear en su boca con brutal fuerza, sin importarle mucho si la molestaba, pero ella lo devoraba con frenético placer. Le tomó la cabeza de forma tal que, virtualmente, se la estaba cogiendo por la boca. Aquello no era ya una mamada común.
El Choro veía como su padre, con una increíble destreza utilizaba la cabeza la señora como si fuera un simple instrumento de placer. Ana babeaba demasiado mientras arrodillada aguardaba su caliente recompensa.
“¡Ay culito, así, así, así!”, escuchaba el muchacho decir a su padre.
“¡Ay putita, me voy, me vooooooy!”, gritó Ramón, mientras sus potentes pulsos llenaron la boca de Ana de su caliente semen, tanto que le salía por la boca por debajo del durísimo miembro de su amante.
El Choro vio como la señora devoraba todo, incluso lo que cayó en los pies de su padre, lamiendo como la perra que era cada gota de la blanca leche de su papá.
Ramón voleó hacia arriba, y alcanzó a ver a su hijo como le hacía la señal de aprobación con su dedo pulgar.
Ana y Ramón se secaron, se besaron entrelazados por varios minutos. No era del agrado del albañil besarla en la boca inmediatamente después de haberse venido en ella, pero hoy el deseo era más poderoso que el asco, y no le quedó más remedio que “disfrutar” su propio semen en la boca de Ana.
Pasó un rato antes de que Ramón y el Choro se juntaran para recoger desperdicios y herramientas y dar por concluido el día.
“¡No aguantaba el calor!”, dijo Ramón a su hijo. “Me tuve que dar un regaderazo”, dijo.
“Ajá”, dijo el Choro. “Regaderazo de mecos el que le acabas de dar a la señora Ana, viejo cabrón”, agregó, riéndose. A Ramón no le quedó más remedio que aceptar y reírse.
“Ahorita nos vamos. Ana me presta su carro para ir…. “, “¡Y sus nalgas!”, interrumpió el muchacho, haciendo que Ramón se riera, algo nervioso.
“No hay pedo apá”, dijo el Choro. “Yo no vi nada”.
“Gracias cabrón”, contestó Ramón.
En el automóvil de Ana, conversaron más. “¡Que carro tan chingón tiene apá! No hay como tener un madral de lana ¿no?”.
Ramón solo asintió con la cabeza, pero el muchacho deseoso de saber, seguía preguntando.
“¿Desde cuándo te la estas culeando apá?”.
Ramón le contestó “¿me creerías si te dijera que desde antier?”.
“¡No seas embustero, viejo! Por la forma en que te la cogiste y como te la mamó, yo diría que ya tienes meses, años a lo mejor”.
“No. Apenas antier que se fue su marido”, aseguró Ramón, mientras el Choro acariciaba el interior del flamante automóvil y descubría que accesorios tenía.
“¡Iiiralo pues, con culito y carrazo el señorón!”. “Esa pinche vieja no te va a soltar apá. No nos vayas a salir con alguna culerada por favor”, dijo el muchacho.
“No tengas cuidado cabrón”, le aseguró Ramón a su hijo. “Amo a tu chingada madre, pero una nalguita, pues es una nalguita. Tu nomás cierra el hocico. Ni media palabra porque te parto la madre, ¿entendiste?”.
“¡Claro apá! Ya sabes que soy hombrecito y no ando con mariconadas de esas”.
“¿Te gustaría cogértela?”, preguntó Ramón a su retoño.
“¡No chingues apá! ¡Daría lo que fuera por cogérmela!”, contestó con entusiasmo el mocetón.
“¡Apá, me la quiero culear como tú!”, imploró el Choro cuando llegaron a su casa.
“Ya veremos”, prometió Ramón, a punto de decirle que ella se moría también porque se la hiciera suya.
“¡Viejo jodido!”, dijo el Choro al bajarse del auto. “¡Nomás de pensar que la vas a tener ensartada toda la noche, bichita, me muero de envidia!”, dijo al bajarse. “¡Y todavía te pagan un lanón!”
“Vaya cagadero”, pensó Ramón. “Ana sabe que me cojo a su mamá y casi a su hermana, que me quiero coger a la otra hermana y este cabrón sabe que yo me la estoy cogiendo a ella. Que santo desmadre”.
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Los astros se empezaban a alinear para el Choro.
Cuando Ramón llegó por la noche a casa de Ana, la encontró con los niños. Ella no consideró pertinente dejarlos una noche más en casa de sus padres pues quizá despertaría sospechas. La noche se perfilaba enteramente tranquila.
Ella jamás pondría en riesgo la situación cogiendo con Ramón mientras los niños estaban en casa. A su edad, el pequeño Jorge podría fácilmente recordar cualquier escena de amor de su madre con alguien que no fuera su padre.
Ana y Ramón conversaban en la cocina.
“Me dijo mi mamá que necesitaba que fueras a ver unos detalles a su casa mañana”, dijo Ana.
Ramón terminó la cerveza y pidió otra.
“¿Albañilería o verga?”, preguntó Ramón.
Ana sonrió. “No sé”, contestó. “Solo sé que mi papá saldrá mañana y quiere que vayas”, agregó.
“Mmmm”, gimió Ramón. “Le traigo ganas a tu mamá. Hace rato que no me la cojo”, dijo.
Se pusieron de pie, se abrazaron, y Ramón metió su mano por debajo del pant deportivo de Ana. Puso su mano sobre su vagina, y con el dedo medio empezó a frotar sus húmedos labios vaginales.
“Pero mañana… “, “Mañana me voy a coger a tu mamá y si puedo a Claudia, también”, le recordó Ramón.
Ramón se sentó de nuevo.
“Mañana viene el Choro. Le daré instrucciones de que hacer porque pues voy a estar ocupado cogiéndome a tu mamá y a tu hermana”, dijo el albañil. “Tu estarás sola con el Choro. El problema son los niños. Ni modo de cogerme a la abuela con ellos en la casa”.
“Casualidades de la vida ¿no?”, dijo Ramón
“No sé para qué te dije”, dijo Ana algo frustrada al comprender la situación.
Ana se arrodilló, bajó el pantalón de Ramón, y empezó a mamarle la verga, pero el llanto de uno de los niños interrumpió su misión.
Ana se quedó dormida con los niños, pero despertó pasada la media noche. Cuando se dirigía a su recámara, notó a Ramón sin cobijas, boca arriba.
Se sentó en la improvisada cama en la sala, bajó su trusa, y empezó a besar su flácido pene. Miró su cara. La tenue luz le permitió ver que el albañil dormía profundamente. Tomó el gelatinoso pero enorme miembro y lo empezó a mamar ávidamente, silenciando sus gemidos con el gigante que despertaba en su boca. Se levantó la bata y se bajó su pijama, poniéndole las nalgas frente a la barba de Ramón, sintiendo como la picaba con su pelo.
Ramón despertó sin hacer ruido alguno, y empezó a lamer el ano de la caliente señora mientras ella le mamaba pasionalmente su completamente erecto pene, devorándolo, ahora sí, con una destreza de categoría porno.
La jaló de las caderas hacia su cara, y empezó a lamer con locura su húmeda vagina, haciéndole a ella más difícil acallar sus gemidos, mientras le insertaba su dedo medio en el ano.
Ana se incorporó, se tendió sobre Ramón, empezó a besarlo con locura mientras atrapaba su monstruosa erección entre sus nalgas.
Se recorrió un poco, atrapándola ahora con su vagina, sentándose a fondo, sintiéndola en lo más profundo de su feminidad.
No habían hablado palabra alguna. Ana le tapó la boca con su mano ante la inminente eyaculación del albañil mientras con la otra le hacía señal con el dedo índice: “calladito”.
Ramón eyaculó abundantemente en la vagina de la señora, ya sin darle importancia a un muy posible embarazo. Ella frotaba su cadera contra la de él, hasta que dejó de sentir sus palpitaciones.
Se levantó, le dio un beso en la boca y otro en su embarrado pene, lo cubrió de nuevo y se retiró a su recámara.
Cuando despertó, Ramón la esperaba en la cocina para que le diera desayuno, fumando.
“Hola semental”, dijo ella. “¿Y el Choro?”, preguntó.
“Anda afuera”, contestó Ramón al tiempo que extinguía su cigarro.
“¿Ya sabe lo que tiene que hacer?”, preguntó ella.
“Culearte, cogerte, dejarse que se la mames, etcétera, etcétera”, contestó Ramón carcajeándose.
“No, ya en serio, ya le dí instrucciones. Ya sabe lo que hay que hacer”, dijo Ramón.
Pasó un momento de silencio, mientras Ana le preparaba el desayuno a Ramón.
“¿Te lo vas a coger?”, preguntó el albañil.
“Mmmmm”, suspiró Ana. “Es mi plan”, confesó.
“¿Los niños?” preguntó Ramón
“Ya resolveré eso”, contestó Ana.
“Bueno”, aprobó Ramón. “Tú te coges a mi hijo mientras yo me cojo a tu mamá y chanza que a tu hermana”, agregó.
“Trato hecho”, dijo Ana, mientras lo besó en la boca. “Llévate mi carro”, dijo ella. “Te cogería aquí mismo con todo y niños y Choro, pero no quiero que le quedes mal a mi mamá”, dijo ella al retirarse.
“Bien portadito”, dijo Ramón a su hijo mayor al subir al automóvil de Ana.
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La señora Patricia y sus dos hijas, Claudia y Patty, terminaban de desayunar cuando Ramón tocó el timbre.
Claudia corrió a la puerta, abrió y vio que se trataba de Ramón.
Se hizo a un lado, sin decir palabra. El le guiñó el ojo, y ella se le quedó viendo mientras lo hacía: “Buen día Ramón”, dijo al final.
Ramón se volteó y le dio un beso algo forzado en la boca. “Buenos días Claudia”, le contestó.
Se regresó, “Aquí traigo tu dosis”, le dijo Ramón a Claudia al oído. Claudia vio el automóvil de su hermana estacionado.
Subió al desayunador de la elegante residencia. “Buenos días” y “hola”, escuchó decir a la doña y a su hija menor. Las hijas ya estaban vestidas, pero la madre seguía en ropa de noche.
“¿Gustas desayunar?”, preguntó la guapérrima señora. “No señora, muchas gracias. Ya desayuné en casa de Ana”, contestó Ramón.
“Te sigues quedando a dormir, por lo que veo”, dijo la señora Patricia.
“Si, hasta que vuelva Oli, es el plan”, dijo Ramón.
“Nada como tener a alguien de tanta confianza como tú Ramón”, dijo la señora, mientras Claudia y Paty se retiraban. Claudia ya era licenciada y trabajaba en uno de los tribunales mercantiles y Patty había comenzado su post-grado en el TEC. Ambas se irían en breve.
“Pasa”, dijo la señora, “quiero que veas los arreglos que necesito que hagas”.
Ramón evaluó los trabajos. Ninguno de ellos era complicado para terminarlo en más de dos días de trabajo.
Cuando Ramón y doña Patricia estaban en la mesa del desayunador sacando cuentas del material y haciendo números, Patty y Claudia se despidieron.
La señora salió para constatar que sus hijas se hubieran ido. Volvió con Ramón, que la esperaba de pie.
“Les da por volver, se les olvidan cosas”, dijo la señora, arrojándose a los brazos de su amante besándolo con encendida pasión, mientras él le acariciaba las nalgas. Así duraron varios minutos, hasta que era evidente que no había amenaza de sus hijas.
Ramón deseaba ser un poco más alto. La señora Patricia y Claudia eran un poco más altas que él y sentía raro no poderla besar con la facilidad que besaba a su hija Ana.
Patricia empezó a aflojar su pantalón y a deshacerse de su bata, quedando solo en piyamas. Cuando sacó el pene de Ramón, se quitó el camisón, exponiendo sus bellos senos, que seguramente ya habían sido objeto de cirugía, y empezó a mamar la tremenda erección del albañil, que solo la noche anterior había estado en la vagina de su hermosa hija Ana.
La señora se incorporó, se quitó el pantalón, y se mostró completamente desnuda ante el deseoso albañil. Se arrodilló de nuevo ante él, y comenzó de nuevo a lamer, besar y mamar la fantástica y verdadera razón de su presencia.
“¿A qué hora vuelven?”, preguntó Ramón.
Se sacó el pene de la boca y vio el reloj en la pared. “Claudia viene como a las dos y casi no sale. Patty llega como a las 4. Yo tengo un shower en la tarde, o sea, dame lo que me tengas que dar pronto”, dijo Patricia. Eran poco más de las 9:00.
“¡Cabrona, siento hasta tus anginas!”, dijo Ramón, cuando Patricia volvió a tragar su enorme tronco. La señora simplemente siguió mamándole el pene con avidez, gimiendo de pasión.
Ana, su madre y sus dos hermanas eran muy unidas. Bromeaban mucho y se llevaban asombrosamente bien. No parecían tener secretos, y dependía solo de Ramón la armonía entre ellas. Se cogía a la madre y a una hija, estaba a punto de cogerse a otra hija con quién ya guardaba obscuros secretos y tenía en la mira a la tercera. Ramón deseaba tener toda la colección, tal y como le dijo a Ana.
“Hay algunos detalles que tu papá no ha tenido tiempo de arreglar”, le dijo Ana al Choro.
“¿Ah sí?, ¿Cómo cuáles?, preguntó el muchacho.
“Al rato te digo”, dijo ella.
Ana tenía una amiga gringa de mucha confianza, de hecho, eran mejores amigas, con quién habló por la mañana para dejarle a los niños so pretexto del polvo de la construcción.
Le pidió al Choro que la acompañara a dejar a los niños, ya que la camioneta de Oliver no tenía porta-bebés. Llegaron a casa de Mally, su amiga, y dejó a los niños, con todos sus artefactos. Mally tenía tres hijos de edades similares y le encantaba cuidar a los de Ana, las pocas veces que los dejaba con ella. Les hablaba en inglés, y siendo educadora, sabía bien como tratar a niños tan pequeños.
Ana y el Choro se dirigieron de nuevo a su casa. Cuando llegaron, Ana le dijo al muchacho que tenía una clase de tenis, para lo cual se vistió con la ropa deportiva apropiada: camiseta blanca, faldas muy cortas y tenis blancos, solo con un pequeño detalle: no se puso calzón.
Llamó al muchacho y le dijo que la acompañara a ver una gotera del fregadero de la cocina. El Choro sacó las cosas que guardaba Ana dentro del mueble y se metió con una lámpara, boca arriba.
“Ha de ser un empaquito o algo sin importancia”, dijo Ana, al sentir escurrir su fluido vaginal en su desnuda vagina. Ella había visto en algún filme porno que este método funcionaba bien.
Unió sus muslos como para aliviar un poco la sensación, mientras el muchacho le pidió que abriera la llave, pero todo se veía normal y seco.
Notando la erección del adolescente, Ana se aproximó, se recargó un poco sobre el gabinete, asegurándose que el Choro pudiera ver su vagina desnuda.
Hubo un momento de silencio. Era evidente que el jovencito se había percatado que no llevaba calzones y había visto su íntimo encanto.
Ana apretó y talló sus bellos muslos para tratar de calmar su incontenible escurrimiento.
El pobre muchacho estaba a punto de estallar. Ana vio que su pantalón no podría resistir su increible erección.
Ana se recargó de nuevo en el gabinete, mientras el Choro empezaba a salir, abrió sus muslos como para darle espacio, ya en clara y abierta provocación. Pasó lentamente por debajo de la señora, admirando aquél húmedo espectáculo, relamiéndose solo de sentirlo suyo.
Ana se incorporó. “misión cumplida”, pensó. Había sembrado en el muchacho la semilla del deseo.
El Choro, tal como su padre, no podía incorporarse bien por su tremenda erección. Ella, sonriente y lista para atacar, continuó provocándolo.
“Verás hijo, ven, ayúdame a encontrar un arete que se me cayó por aquí”, dijo, al tiempo que le tomó la mano y la llevó a la estancia. “Por la alfombra no lo oí caer, pero de seguro está por aquí. Ana se arrodillo y puso sus manos en la alfombra, levantando su falda, mostrando al mocetón sus hermosas y blancas nalgas. La bola estaba de su lado.
El Choro se acercó y se arrodilló detrás de la hermosa señora. Sin decir palabra alguna, puso sus manos en ambas nalgas, y metió su cara entre ellas, lamiando y besando sus ansiados encantos.
Ana se recostó sobre la alfombra, abriendo sus muslos lo más que pudo, dejando que el Choro se deleitara con sus calientes jugos…, hasta que los gemidos de la bella mujer rompieron el silencio.
El muchacho se recostó en la alfombra, levantando solo su cabeza mientras lamía con locura la vagina y el ano de su patrona. Como su padre, no dilató en introducirle la lengua en el culo y empezar a acariciar con su mano la babeante vulva.
El Choro no podía más y se puso de pie. Bajó su pantalón mientras Ana se volteaba. Ella quedó impactada por la erecta verga del chico, casi del tamaño de la de su padre, solo que curveada hacia arriba.
“Me contó tu papá que te estabas tirando a una vecina. ¿Te gustan las maduritas?”, preguntó Ana.
“Me encanta usted Anita”, contestó presto el chamaco.
“Me gustas”, dijo Ana.
El Choro quedó mudo ante la confesión de la bella señora, sentada a sus pies, aun vestida.
“¿Necesito decirte que tu papá me está cogiendo?”, preguntó sensualmente ella.
El muchacho seguía en silencio, su corazón latía a todas sus fuerzas, no sabía si externar que le constaba.
“¿Estas asustado?”, preguntó Ana. El Choro asintió con la cabeza.
“Pues no parece”, dijo ella, al tiempo que tomó el juvenil pene en sus manos y lo empezó a masturbar suavemente. “Esto no me dice que tienes miedo”, agregó.
Subestimando el ímpetu, propio de su tierna edad, Ana se incorporó un poco y tomó con ambas manos el húmedo pene del joven Ramón, lo besó y empezó a mamarlo de la misma manera que el de su padre, pensando que, para este momento, su madre estaba bien ensartada, gozando a su amante, mientras ella se deleitaba con su hijo.
Ana se olvidó por completo de la envidiable virtud de su padre de contener su eyaculación. El Choro puso sus manos a los lados de la cabeza de Ana, y empezó a bombear su gigantesco y juvenil pene en su boca. Ella bien sabía que tendría que tener distintos temas de conversación con su incipiente, e ilegal, amante. Hacer esto era abuso de menores, pero…, ¡que menor!
Los 17 años del muchacho se reflejaban en su vigoroso y desmedido empuje. Ana tragaba el pene del Choro con algo más de facilidad que el de su padre, no era tan monstruoso, pero, aun así, enorme, casi el doble de Oliver. Lo doblaba hacia abajo con algo de fuerza y lo disfrutaba más, pero a la mejor relajación de sus músculos bucales, haciéndola subir la cabeza un poco más para adaptarse a su forma.
El muchacho no podía contenerse más y sentía la urgente necesidad de acabar. La sensación lo estaba matando, al recordar la manera en que su padre se vino en esa misma boca la tarde anterior y la forma en que ella lo disfrutó. Venirse en la boca de una mujer era un tema sensible, según sabía, pero ya tenía que acabar, a escasos minutos de que la señora se la estuviera mamando.
“¡Dámela!”, alcanzó a decir Ana.
“¡Ah, ¡Ah!, ¡Ah, Ayyyyyyy!” gritó el muchacho, inundando la boca de la señora que lo aguardaba con ansias, igual que su padre, una cantidad exagerada que le salió por los lados de la boca. El Choro quería sacar su pene de la boca para terminar fuera de ella, pero Ana se la atrapó con los dientes, acentuando más su poderosa y abundante eyaculación, manchando su blanco atuendo y su bella cara cuando ella no pudo tragarse todo el semen del adolescente.
Ana se sentó sobre sus piernas, limpiando con sus manos el desastre que hizo el impetuoso muchacho. “Ve por papel al baño”, le pidió ella. El joven, torpemente, trató de caminar con sus pantalones abajo, pero casi se caía. “Iré yo”, le dijo. El Choro le vio la cara hecha un desastre con su semen, mientras ella la limpiaba con sus dedos y lo devoraba.
Ana regresó y lo limpió. “Sabe delicioso, más suavecito que el de tu papá”, le dijo sonriente. El Choro, ya relejado de la calentura experimentada, sintiendo un agradable dolor de relajación en sus testículos y la parte baja de su estómago, pero con su pene aún erecto, contempló su bella cara manchada con su semen que no se había quitado cuando fue por el papel. Después se limpió su cara y lo besó en la mejilla. El percibió en ella el olor de su semen.
El muchacho se sintió orgulloso de su hazaña y se moría por contarle a su padre, aunque aún era temprano y seguramente habría algunas sorpresas más. Subestimaba a Ana.
**********************
La señora Patricia mamaba con avidez el pene de Ramón mientras él se encontraba recargado en la cabecera de la gigantesca cama, acariciando su rubia cabellera, mientras ella levantaba sus bellas piernas.
Como su hija Ana, Patricia estaba poseída por el monumental miembro del albañil. Era tan suya como él quisiera.
Patricia se incorporó y gateó hasta su pecho, besándolo con increíble pasión. “Sabes a verga”, le dijo Ramón, tal y como le decía a su hija Ana. Al igual, la bella señora se rio, tomó su pene y se lo metió en la vagina, gritando de placer.
Ramón no pudo sino comparar a la hija con la madre al sentirla totalmente penetrada: se sentían igual, aunque la vagina de la señora Patricia era como que algo más profunda.
El albañil se deleitaba viendo la danza erótica de la madre de su amante gozando con su pene bien metido, alabándolo, diciéndole cuanto lo gozaba y extrañaba.
“¡Vente papacito!”, le pidió Patricia a Ramón.
“Prefiero en tu fundillo o en tu boca”, contestó Ramón.
“¡Nooooo!, gritó Patricia. ¡Aquí, te quiero aquí!, agregó entre jadeos.
“¡Al ratito te doy lo que quieras!”, le aseguró a Ramón, al tiempo que alcanzaba su clímax. Patricia, como Ana, sabía de la virtud de Ramón de controlar su eyaculación. Se relajó, la tomó por las caderas y empezó a llenar las entrañas de la señora de su abundante y caliente carga.
Patricia se recostó a su lado, tal como lo hacía su hija Ana, previo beso en la boca del albañil.
Se quedaron un rato en silencio, a medida que sus agitados cuerpos se calmaran.
“¿Cuántos años tienes Ramón?”, preguntó Patricia.
“35” contestó Ramón.
“¿Qué sientes de estarte cogiendo a una mujer 15 años mayor que tú?”.
Ramón sonrió y no contestó de inmediato. “Lo mismo que ha de sentir mi hijo de 17 en este momento cogiéndose a tu hija de 27”, pensó.
“Rico, rico, rico”, contestó el albañil. “Muy, muy rico”, recalcó.
Ella esperó un momento, tragó saliva, y se animó:
“¿Cojo mejor que Ana?”, preguntó.
Un escalofrío recorrió su cuerpo, y la volteó a ver. Ella sonreía, con la misma sonrisa de Ana, hasta parecía ver su cara hacer la misma pregunta que le hizo su hija sobre ella.
“Porque no me vengas con que no te la estás cogiendo”, dijo Patricia referente a su única hija casada.
Se rodó hacia él. “Se nota, se siente que te estás tirando a mi hija. ¿Por qué crees que le hago el favor de cuidar a mis nietos tanto? La amo y quiero lo mejor para ella… la mejor verga, por ejemplo.
Ramón no tenía escapatoria sino aceptar.
“Pues… sí”, aceptó el albañil. “Si me la estoy cogiendo y ella cree que te estoy cogiendo a ti”.
“¡Como se atreve!”, dijo Patricia. “¿Le contaste sobre lo nuestro?”.
“¡Claro que no hermosa! ¡Es intuición de ella nada más!”.
“¿Coge bien?”, preguntó Patricia.
“¡Buenísima para coger tu hija! ¡Es mostrenca y locochona!”, respondió el albañil
-Par de putas-, pensó Ramón. -Si supiera que sabe hasta detalles. Si supiera que mi hijo se está cogiendo a su hija ahorita mientras me la cojo yo a ella-.
Ramón estuvo a punto de confesar lo de Claudia, pero Patricia lo interrumpió.
“¿Hace mucho que te la coges?”, refiriéndose a Ana.
“Menos de la semana”, contestó Ramón. “Nomás aguantó tres días sin su marido. No sé en qué cabeza cabe dejar a semejante belleza sola… y conmigo”, agregó.
“Si, que tonto mi yerno, o a menos que tenga otra o sea medio maricón”, dijo Patricia.
“No, no tiene otra”, le aseguró Ramón. “Lo que pasa es que tiene la verga algo chica y no la llena, me dijo Ana”.
“¿Ah sí?”, dijo Patricia. “Tan guapo que está”.
“Si, son una bonita pareja, pero tu hija es una brasa. Lástima belleza, ¿no?”, dijo Ramón.
A media mañana, Ramón sintió hambre y le dijo a Patricia que si podía comer algo.
“¿Qué tal si me comes a mí?”, le contestó., al tiempo que dejó caer su bata para mostrarse una vez completamente desnuda ante el albañil.
“Mejor yo te doy de comer a ti”, dijo Ramón, mostrándole su enorme pene ya erecto.
Patricia se arrodilló ante el, y comenzó a mamárselo como si fuera la primera del día.
“¿Así te la mama mi hija?, ¿Así?, ¿Así?” le decía Patricia en ardiente trance.
“¡Mamacita!”, dijo Ramón, “¡qué bien la mamas!”, mientras Patricia lo veía a los ojos al tragarse su obscuro tronco.
Se comenzó a frotar el clítoris y a meterse el dedo, mientras golosamente devoraba el pene del albañil, ya habiendo constatado compartirlo con su única hija casada.
“¡Párate!”, le ordenó Ramón. “Recárgate aquí en la mesa. Quiero metértela por el fundillo”.
El albañil sentía placer ordenarle sus caprichos a una bella y rica mujer madura tal como lo experimentaba con su hija. No tenía ningún otro atributo más que su pene.
Patricia obedeció, se apoyó donde quería el albañil, y abrió sus nalgas con las manos, preparándose a recibirlo. Ramón se posicionó tras de ella y empezó a subir y bajar su pene con la mano por la rajada de sus nalgas, lubricándola con su propia baba vaginal.
Fue reduciendo el ritmo hasta solo hacer un breve movimiento hacia arriba y hacia abajo en el ano de Patricia. De un sólido impulso la penetró con facilidad, como a su hija, tomándola de las caderas y sumiendo en ella su enhiesta masculinidad, con cierta premura, arrancándole a la hermosa cincuentona gritos de placer y rápidos jadeos.
“Tienes el culo igual de apretado que tu hija”, le dijo.
“¿Si?”, contestó emocionada
“Si”, contestó Ramón. “Se te abre nomás con verlo”. Patricia y Ramón se rieron de la ocurrencia del albañil.
A pesar de la incómoda posición, Patricia empezó a gemir de placer. Ramón la tenía de las caderas mientras le insertaba con fuerza y ritmo su tronco en el ano, dejando a la señora que se metiera los dedos ella misma, concentrándose en solo gozarla, sintiendo sus entrañas igual que las de su hija, calientes e interminables.
Patricia se empezó a venir con menos escándalo que su hija, dándole a Ramón pauta para que la inseminara analmente. A la señora le gustaba que el albañil la nalgueara mientras se venía, dejando su hermosa y blanca grupa algo enrojecida. Sacó poco a poco el pene de su caliente orificio trayendo consigo un flujo significante de semen que empezó a correr por su muslo. Contrario a su hija, Patricia no se la mamó de nuevo, como perra, una vez consumado el acto.
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Ramón Jr. estaba algo nervioso por lo ocurrido hace un momento. A pesar de las palabras de Ana, sentía haberla ofendido al venirse en su boca. Estaba sentado en la banca del jardín interior, descansando, cuando llegó Ana con un sexy atuendo, y se sentó junto a él.
“Mi amor”, le dijo ella en tono maternal, “está bien, tu padre lo hace todo el tiempo y a mí me encanta. De no ser así, me hubiera quitado, ¿no crees?”
“Además yo le comenté a tu papá lo hermoso que estás y que tenía planes de cogerte”, agregó ella.
El Choro recargó su cabeza en ella, como un hijo, y ella empezó a acariciarlo. El muchacho respiró profundo, ya más tranquilo.
Ana metió la mano dentro del pantalón del joven una vez que le aflojó el cinto y bajó su cremallera. Sacó su pene, algo flácido pero significativo y venoso, sintiéndolo de inmediato desplegar su asombrosa y juvenil dureza. El pene de su padre siempre estaba activo y erecto, listo para ella.
“La tienes casi como la de tu papi, mi hijito”, le dijo con el mismo tono maternal con que lo consoló hacía unos instantes.
“Mira bebé, mira”, le dijo Ana al llegar el pene a su máxima erección. “Me encanta como se te tuerce para arriba”, decía, al masturbarlo con delicadeza y ansias.
El Choro nomás sonreía, mientras Ana resaltaba su bello atributo. Empezó a acariciar su pelo a medida que su hermosa patrona bajaba su cabeza para deleitarse mamándoselo.
Al sentir su boca, el muchacho se estiró de placer en la incómoda banca.
“Mmmm… ¡aaah!”, gimió, al tiempo que Ana jugaba con su lengua el encorvado garrote del Choro, devorándolo poco a poco, volviéndolo loco de placer. Ella disfrutaba su esencia juvenil, el leve sabor y olor de orines mal limpiados, y jugaba con sus manos en su escaso pelo púbico. Ana se levantó la camiseta, mostrándole por ver primera sus senos. El los tocó y acarició como un niño con juguete nuevo, lamiendo sus erectos pezones y mamándoselos con sobresaliente destreza.
Cuando se la cogió por la boca, las únicas intimidades que le conoció fue de su cintura para abajo, pero sus senos lo enloquecían y eran la parte de su cuerpo que quizá más le llamaban su atención.
Ana se incorporó. Se deshizo de la camiseta. Se puso de pie, y se quitó los ajustados shorts, quedando en total desnudez frente al atónito adolescente. Ella se inclinó y lo besó ardientemente en la boca. El inexperto gigolo no sabía besar muy bien, pero ella le enseñó la magia de hacerlo con pasión, metiendo su lengua en su boca y mordiendo con suavidad sus labios como solo una maestra sabe hacerlo.
A sus 17 años, Ramón junior solo conocía su mano derecha y los encantos de doña Alicia, su vecina a quien que se cogía con bastante frecuencia, pero no existía punto de comparación. Frente a él la monumental y bella Ana quería ser toda suya. Se le cumplió el sueño igual que a su caliente padre.
“Le huele bien bonito la panocha Ana”, dijo el muchacho cuando por fin pudo hablar.
“¿Te gustó precioso? ¡Que gusto me da!”, contestó ella al cumplido, al tiempo que el Choro se ponía de pie. Ana lo vió hacia arriba, al ser significantemente más alto que su padre. El muchacho puso sus manos en las nalgas de ella, la levantó con facilidad. Ella entrelazó sus piernas en los muslos del joven, y comenzaron a besarse, desbordados de deseo y pasión, lamiéndose la cara y mordiéndose los labios.
El muchacho bajó a Ana y se sentaron de nuevo en la banca, besándose sin interrupción.
Ana subió su pierna sobre el, y con un ágil movimiento, se sentó por completo en el regazo del Choro, acariciando entre sus nalgas el juvenil y delicioso pene que ansiaba la penetrara.
Ella se levantó un poco, dándole espacio al muchacho de acomodarse para metérselo. Sin esperar, y presa de un incontenible deseo, el Choro metió su pene, siendo para él su primera experiencia anal, mientras con su mano le cubrió la vulva, y con su largo dedo medio comenzó a frotar sus empapados labios vaginales
Era toda la intención de ella que se la culeara por el ano. No quería que el inexperto mocetón eyaculara en su vulva aún.
Ana se sentó por completo, aprisionando el pene del jovencito por completo, hasta sentir sus pelos acariciar sus nalgas.
Para Ana era un problema la precocidad de su pupilo. Contrario a su padre, era una bala supersónica para coger. No se quiso mover mucho para no hacerlo eyacular, pero al sentir a Ana completamente penetrada empezó a sentir las familiares cosquillas de su ya muy cercana eyaculación.
El muchacho empezó a acariciar con más vigor los labios vaginales de su hermosa maestra, pero no pudo ya más: en medio de gritos y suspiros, eyaculó al leve movimiento que Ana hizo con su trasero, llenándole por primera vez el intestino de su caliente esperma, en menos de dos minutos, pero atinadamente logró que ella experimentara un tremendo orgasmo, por primera vez con abundante eyaculación femenina, mientras el adolescente permanecía firmemente anclado su ano.
“¡Ay, ay!”, gimió ella, “¡esto no me había pasado nunca, ni con la vergota de tu papá!”, ¡Ay, ¡qué riiiico!”, gritaba, ante su incrédulo muchacho.
Después de varios minutos de estar comprimiendo y relajando el pene del muchacho, Ana se levantó con facilidad.
“La primera vez que tu papá me cogió por detrás”, empezó ella, “¡no nos podíamos separar!”, le contó. Tú la tienes muy grande, pero la de tu señor padre es enorme. Estoy segura que tú la vas a tener más grande que él. Se sentó junto a él, vió su satisfacción, reflejada en su cara, y tal como lo hacía con su padre, bajó su cabeza y se la comenzó a mamar de nuevo.
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Patricia salió del vestidor elegantemente vestida. Para su edad, dos sesiones la habían dejado muy satisfecha. Se maquillaba frente al espejo mientras Ramón golpeaba suavemente con su pene su hombro, insinuándole que lo mamara.
Era pertinente. Aunque faltaba algo para que Claudia volviera, actuó con prudencia para evitar que su hija la encontrara desnuda o semi-desnuda, teniendo conducta inapropiada con el albañil.
Y como si lo presintiera, escuchó el automóvil de Claudia cuando llegó y abrió la cochera eléctrica.
Ramón se vistió rápidamente y volvió a hacer como que estaba ocupado en algo más que cogerse a Patricia.
Ramón caminó a la entrada para recibirla. Ella entró fingiendo indiferencia y lo saludó algo cortante. Ramón se quitó la gorra en señal de respeto.
“¡Adiós culito mío!”, le dijo murmurando, mientras la veía caminar hacia la recámara de su madre.
“¿Qué haces tan temprano hija?”, preguntó Patricia.
“Amenaza de bomba”, dijo ella acostumbrada a esas llamadas. “Nos soltaron temprano, a Dios gracias. Estoy cansadísima. Me vino de perlas la amenaza”.
-Música para mis oídos-, pensó Claudia, al tener a Ramón en casa y estaría completamente sola con él. El albañil, sobra decir, deleitado.
Patricia había preparado la comida y almorzaron los tres a la hora acostumbrada, algo tarde para Ramón, pero al tener un par de horas sin las interrupciones de la hermosa señora, pudo trabajar y adelantar bastante los detalles.
Cuando terminaron de comer, Patricia volvió a su recámara, se dio una última retocada y salió elegantemente vestida, haciendo que Ramón perdiera concentración en su trabajo.
“Tengo el shower de Susanita”, le dijo su madre, “y no he comprado el regalo”. Tendré que irme antes”, continuó. “¿Vas a querer ir por fin? Puedo pasar por ti como en una hora”, le dijo Patricia a su hija mayor, pudiendo escuchar Ramón la conversación.
Ramón se asomó a donde estaba Claudia y le murmuró: “¡dí que no, di que no!”.
Claudia lo vio, y sin perderle vista contestó: “¡no mami, estoy cansada!”, al tiempo que Ramón se sacaba el pene para agitarlo frente a la caliente santurrona, seguramente haciéndola derretirse de la emoción.
Claudia, una mujer de diferente belleza a sus hermanas, era ligeramente menos blanca, pelo negro, tan alta como su madre, de grácil figura, con buen trasero y senos no tan grandes como los de su madre o de su hermana, pero bellos y adecuados a su porte. Se cuidaba mucho la figura y hacía mucho ejercicio, con el pretexto de que se la pasaba todo el día sentada.
Ramón había empezado a hacerle el favor algún tiempo después de que comenzó a tener relaciones con Patricia, cuando trabajaba todos los días en su elegante residencia. Recordó como Ana era su primera opción, por ser güerita, pero ella no estaba para nada alejada de su gusto. Su esposa Lupe había engordado mucho con los partos, y se inclinaba por las mujeres delgadas.
“Ramón se irá como a las cinco”, dijo Patricia a su hija, “si sales, le avisas para que cierre”. Su sentir era que Ramón y Claudia tendrían relaciones.
Con todo lo que gozaba a la señora Patricia, Ramón quería que se fuera a su evento a la brevedad y los dejara a solas.
Por fin salió. Claudia escuchó el automóvil de su madre encender y la cochera eléctrica cerrarse.
Un silencio invadió la casa, roto nada más por el tic-tac de antiguo reloj.
Ramón se dirigió a la recámara de las niñas, como decía Patricia, y la encontró recostada, leyendo un libro.
Ramón entró, caminó junto a ella y pasó a su baño. Se lavó la cara y las manos. Claudia no dijo absolutamente nada al seguir con su libro, seguramente sin concentrarse o haciendo una buena mímica.
Claudia solo practicaba el sexo oral y manual con Ramón, siempre, a lo largo del tiempo que el albañil tenía de consolar su calentura con sus manos, pero casi nunca había estado solo con ella en su casa con un par de horas que matar. Sus travesuras eran improvisadas, donde se podía, incluso con gente en la casa. En un par de ocasiones, tuvieron su sesión en casa de Ana y Oliver.
Ramón se sentó en su cama, junto a ella, y comenzó a acariciar su largo y curveado cabello negro, masajeando su cabeza con sus largos dedos, masajeando suavemente su cabeza.
Claudia se quitó los lentes, y se volteó hacia él. Era mujer de pocas palabras. Con su sola expresión comunicaba a Ramón sus deseos.
Claudia se estiró, dejando entrever su estómago. Ramón aprovechó para desbotonar su blusa. Traía un brassiere muy poco sexy. Ella se levantó y lo besó ligeramente en la boca. Conociéndola, el albañil devolvió el superficial gesto y aprovechó también para soltar el ortodoxo sostén de Claudia, dejándole ver sus encantadores senos.
Ramón besó sus pezones, y estos se irguieron de inmediato. Los acarició con la parte inferior de sus brazos mientras metía sus dedos en la boca de Claudia, quien empezó a lamerlos en señal de completa aprobación.
Ramón sentía su carga completa, aún después de haberse cogido a su mamá dos veces ese día.
Claudia giró perezosamente en su cama. Ramón aflojó su pantalón y lo comenzó a bajar mientras ella hacía con su cuerpo los movimientos necesarios para facilitar su maniobra.
En segundos, el albañil dejó a la caliente joven con su calzón, como única defensa a su desnudez total. Ni su madre usaba esos enormes calzones.
“¡Así nunca vas a pescar marido, preciosa!”, le dijo Ramón. “Debes usar ropa como la de tu…”, Ramón se detuvo y comenzó a besarle el estómago.
“¿La de mí que?”, preguntó Claudia.
“Piensa rápido, pendejo, piensa”, pensó Ramón.
“La que tiende Ana en el tendedero, es muy sexy”.
Claudia jadeaba levemente, respondiendo a las caricias del albañil, pero gimió como loca cuando Ramón introdujo su mano debajo del calzón y empezó a frotar sus húmedos labios vaginales y jugar con su clítoris.
Ramón le quitó el calzón, y ella abrió sus muslos, dándole una apetecible vista de su vulva que aguardaba sus caricias. Sin estar peluda, pero acostumbrado a las vulvas de Ana y su mamá que se las rasuraban periódicamente, Claudia meramente se cortaba el pelo púbico y limitaba su delicioso triángulo un aspecto retro, de los 60’s o 70’s, cuando las mujeres no se rasuraban sus intimidades.
El albañil acarició maravillosamente el desnudo cuerpo de Claudia, cuando ella se volteó, mostrándole sus nalgas. Luego la besó desde la nuca hasta sus dedos de los pies. El olor de la pura esencia de su cuerpo era distinta a las de Ana u su madre, quienes por lo general usaban perfume, era fresca y natural.
Ramón le abrió las nalgas con las manos. El culo de Claudia era mucho más obscuro que los de su madre o Ana, pero tan suaves y tersas como la de ellas con escaso acné.
Empezó a bajar con su lengua entre sus nalgas, lamiendo y besando su ardiente agujero que aún no era profanado por su enorme pene, pero haría hasta lo imposible por lograrlo esa misma tarde, mientras frotaba su clítoris por debajo de su cuerpo, sintiéndolo más grande que el de su hermana, pero más chico que el de su madre.
Claudia gemía de placer, retorciendo su cuerpo al compás de la lengua de Ramón. El albañil notó que no podía vencerlo con su lengua tan fácilmente como el de Ana o de su madre, aun así, y esforzándose un poco, metió por primera vez su lengua en el recto de Claudia, acentuando sus jadeos y gemidos, disfrutando el amargo sabor, algo diferente al de su hermana.
Claudia se volteó de nuevo. Ramón se puso a su lado, y ella trepó en el dándole a la cara con su espalda. Se lanzó al tronco del albañil, poniendo el trasero en su cara. La ávida locura de Claudia la hacía morder el gigantesco pene, arrancando leves quejidos de Ramón, pero luego que calmó su ansia, empezó a mamarlo con casi la misma destreza de su madre, hacía escasos momentos.
Ramón lamía su deliciosa vulva, mordisqueando su clítoris con cuidado de no lastimarla ni dar lugar a quejas. El momento era imposible de echarlo a perder.
Claudia empezó a denotar la urgencia de venirse y Ramón de recompensar su deseo. Cuando ella empezó a acelerar sus jadeos y gemir con mayor intensidad, Ramón decidió liberar su ardiente carga en la boca de Claudia por primera vez. Nunca lo había hecho. Claudia siempre se quitaba y acababa masturbándolo, pero para su grata sorpresa, ella tomó toda su dosis si problema alguno, deseosa, murmuradora, dejando pocos rastros del semen del albañil sobre su estómago. Ana los hubiera lamido, pero Claudia quedó satisfecha con lo que se tragó.
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Ana le había dado al Choro un buen refrigerio a media mañana, por lo que comieron tarde. Mientras su madre o hermana seguramente gozaban al semental de su padre, ella continuaría saciándose del muchacho. El con solo un calzoncillo y ella completamente desnuda para excitarlo al máximo.
“¿Cómo te sientes bebé?”, le preguntó Ana al mocetón.
“¡Listo para el siguiente!”, contestó entusiasmado el Choro, ya entrado en confianza dando por hecho que cogerían por lo menos una vez más.
El Choro se paró, y ella lo abrazó. Bajó su cabeza y empezó a lamer los pezones de Ana, encendiéndola de inmediato.
“Mmmmm…”, suspiraba la joven señora, “eres bueno, en ciertas cosas tan bueno como tu padre, pero eres muy caliente y rápido”, le dijo.
El Choro estaba acostumbrado a “hacerle el jale” a Doña Alicia una o dos veces por semana y salir en un máximo de 20 minutos. Ana lo sacó de su ordinaria rutina sexual al tratarse de una jornada laboral completa. Ya había experimentado dos potentes eyaculaciones, deleitándose de saber que su esperma estaba dentro del ano de la sensual patrona.
“Tu padre me culeó parada aquí, exactamente. Haz lo mismo precioso…, por el culo”, precisó, “no sea que me embaraces con tu pitote y tus chorreadotas.
“¿Te gustó mi culo muñeco?”, preguntó Ana con sensual voz, sabedora de la respuesta.
“Ya no quiero panochita”, contestó el juvenil amante, “es otro pedo coger por el culo”, agregó.
Ana se recargó en el gabinete, el Choro se aproximó por detrás de ella, tomó sus nalgas, venció la curvatura de su pene con el ano de ella, y la penetró rápida e inexpertamente, llegando hasta sus testículos en un abrir y cerrar de ojos.
“¡Aaaay, animalito, más despacito!”, gritó ella, mientras el Choro empezaba a bombear apresuradamente en su ano. “Calma, garañón, calma…, gózame más”, dijo tiernamente ella a medida que el muchacho aminoraba su ritmo, concentrándose para no venirse, deleitado con la vista que ofrecían las bellas nalgas de Ana con su pene envuelto por ellas.
“¡Ay, ay…!”, “que rico me culeas muchacho hermoso”, dijo Ana. “Tu papá me lo hizo más grande con su vergota”, agregó entre gemidos.
El Choro solo se concentraba en aguantar, pero la hermosa blancura de sus nalgas y los apretones que le daba con el esfínter hacían sumamente difícil su objetivo.
El muchacho tomó a la señora de las caderas y, muy en contra de su sugerencia, empezó a bombear su culo con más rapidez. Ana se frotaba el clítoris con más intensidad, anticipando la ya conocida rapidez del adolescente, pero empezó a sentir las palpitaciones del Choro, llenándola una vez más de su semen, en medio de gritos de placer del mocetón.
Cuando terminó, siguió bombeándola lentamente atento al orgasmo de su bella maestra.
A diferencia de su padre, los gritos orgásmicos fueron solo de ella, mientras el Choro acariciaba inexpertamente su cuerpo.
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Claudia y Ramón se quedaron dormidos un buen rato después del caliente trance. Ella trató de despertarlo con un beso en la boca, y empezó a lamer su flácido pene. Ramón seguía dormido.
Claudia se acomodó para mamárselo y despertarlo de esa manera. Ella sintió las manos de Ramón acariciar su espalda y prosiguió con más pasión.
“Supongo que te encantaron mis mecos”, fue lo primero que dijo Ramón, al incorporarse. Ramón la acarició por dentro de los muslos y notó la rapidez con que se humedeció su vulva. Mordisqueó una vez más su clítoris. Claudia se giró por completo, dejando sus nalgas expuestas a los planes del albañil.
Ramón trepó sobre su espalda, y empezó a frotarle el ano con su húmedo glande.
Claudia levantó sus nalgas, aprobando que, por fin, la penetrara después de un largo tiempo de negarse.
“Te va a doler cualquier cosa muñeca, pero nunca dejará de gustarte”, le susurró al oído, al tiempo que, de un oportuno empujón, le insertó su glande en el ano de la santurrona muchacha.
“¡Aaay, yo creo que me lo reventaste!”, gritó Claudia, al tiempo que metió su cabeza debajo de la almohada.
“¡Seguro me está saliendo sangre, seguro!”, volvió a gritar, pero levantando más su trasero, le indicaba a Ramón que no se detuviera.
El albañil hizo lo propio, tal como lo había hecho con Ana; avanzó lentamente hasta que sus testículos detuvieron la marcha, y empezó a bombearla lenta pero firmemente, tratando de evitar el episodio cuando se quedaron pegados.
Claudia se fue levantando poco a poco hasta quedar a gatas, mientras Ramón se puso de pie a seguirla complaciendo analmente, exactamente igual que con su hermana o su madre.
Envueltos en sus gemidos, Claudia y Ramón perdieron la noción del tiempo, sucediendo algo inesperado: Patty abrió la puerta y observó asombrada el espectáculo: Ramón, el albañil de todas las confianzas de su familia estaba pegado a su hermana mayor. Ambos vieron a la hermana menor mientras los observaba. Se quedaron inmóviles los tres. Patty cerró la puerta, dejando a los tórtolos en celo enmudecidos. Ramón sacó su pene de Claudia y se vistió rápidamente, mientras ella entró al baño y cerró la puerta, dejando al albañil sumido en una penosa situación.
Eran las 5 de la tarde, hora de irse de Ramón. No sabía si ser solidario con Claudia o escapar como cobarde. Optó por lo primero. Desde niño lo educaron a ser bien hombrecito.
Claudia salió del baño, ya cambiada.
“No considero conveniente que te quedes”, fue lo primero que le dijo a Ramón. “Déjame sola con Patty. Veré como lo medio arreglo. No te preocupes, le sé algunas cosillas”.
“Si te sirve de consuelo”, dijo Ramón, “también me estoy cogiendo a Ana y a tu mamá. Mañana vendré a cogérmela otra vez y me encantaría cogerme a Patty”. “Me encantaría tener la colección”, le dijo al retirarse y besarla por última vez.
Claudia quedó atónita. Había sido demasiado por un día.
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Cuando llegó Ramón a casa de Ana, no estacionó su auto en la cochera, sino por enfrente. Entró sigilosamente. La casa estaba sola, pero la camioneta de Eduardo estaba en su lugar.
Se quitó los tenis para no hacer ruido y caminó a la ventana que daba al patio. En la misma banca, de despedida, su hijo empalaba frenéticamente a Ana, sentada sobre él, claramente metiéndosela por el ano mientras ella frotaba su clítoris, gimiendo de intensa pasión.
Se retiró de la ventana un poco para observar a una distancia pertinente. Claudia y su problema se le borraron por completo al ver a su adolescente primogénito poseer a su amante con furor.
En menos de un minuto, el Choro exclamó su desbordante placer mientras ella alcanzó su enésimo orgasmo del día segundos después.
Salió a la calle a fumarse un cigarro, mientras su amante y su retoño se alistaban para su llegada.
“Me la cogí 4 veces apá, cuatro”, dijo el Choro a su padre en el auto de Ana mientras se dirigían a su humilde casa.
“Si ya vi. Me tocó la cuarta ahorita que la tenías ensartada en el jardín”.
“¡Que rico culea apá!”, dijo el entusiasmado jovencito, “¡que rico la mama, y se traga todo, tooodo, toditito!”, recalcó, ignorando el hecho de que los había visto.
“¡Y mira apá, mira…!”, dijo, mientras sacaba algo de su bolsa, “¡Todavía me dio cinco mil bolas!”,
“Toma apá”, es mucha lana para mí. “¡No quiero más que su culo!”.
“¡Ay hijo, hijo!”, exclamó el orgulloso albañil
“¿Me das chanchita mañana apá?”. “¡La neta me muero por culeármela otra vez!”.
“No se hijo, mañana veremos”.
Ramón regresó a casa de Ana como era su costumbre alrededor de las 10 pm. Los niños estaban en su recámara, ella seguramente exhausta y con el trasero ardiéndole, y el…, él tenía que pensar en el encendido triángulo que tenía en sus manos. Simplemente se recostó y se quedó dormido al final del que seguramente había sido el día más intenso de su vida.
Ambos iniciamos a besarnos con toda pasión, con aun más pasión que la primera vez, mientras nos besamos Armando comenzó a tocarme mi zona intima debajo la falda de mi vestido y como consecuencia a esto de inmediato me moje toda, ¡Quiero hacerte el amor! Me dijo suavemente al oído, -Lo sé y también quiero- le conteste.
Relato erótico enviado por putita golosa el 29 de August de 2010 a las 23:31:22 - Relato porno leído 513656 veces