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EL TERRATENIENTE

Relato enviado por : gustavo8000 el 10/04/2013. Lecturas: 3649

etiquetas relato EL TERRATENIENTE   Fantasías .
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Resumen
Historia de dominación. Un hombre se aprovecha de su poder y dinero para dominar y poseer a una joven campesina.


Relato
El viejo captó mi mirada y lo entendió al instante: deseo, lujuria. Giró su cabeza con lentitud, para ver el destino de mi lascivia, dirigida a una de sus nietas.
La muchacha probablemente sería joven, aunque con aquellos andrajos y los años de trabajo físico pesado que debía haber soportado, parecía diez años mayor. Sin embargo, a pesar del repelente aspecto, aquella muchacha me levantó una erección. La observé recoger la fruta de mis terrenos: la ropa que llevaba apenas dejaba entrever cómo sería su figura. ¿Quizá unas buenas caderas?, aunque sí que se apreciaba una delantera interesante. ¿Fimes o caídas?, me pregunté. Probablemente, lo segundo, pues seguramente, aun a su corta edad, ya habría sido madre.
A pesar de todo, a mí me excitaba. Desde lo alto del campo, se despertó mi instinto terrateniente: no solo aquella vasta extensión de terreno era mía, sino que empecé a menospreciar a aquellos humildes trabajadores, pensando en lo pordioseros que eran y que podía manejarlos a mi antojo, como si fuera un señor feudal de antaño.
Normalmente, todo eso no eran más que fantasías mías. Evidentemente, no podía hacer nada de eso, aunque me excitaba pensarlo. Pero aquel viejo de mirada profunda debió leer e interpretar muy bien mi expresión. No en vano, la profundidad de sus arrugas indicaba haber vivido mucho tiempo…, y muchas cosas.
El viejo dejó momentáneamente su trabajo y ascendió penosamente a la atalaya desde donde yo controlaba todas mis posesiones.
- Bonitas tierras –me dijo, mirando conmigo la vasta extensión de terreno que se extendía bajo nuestros pies.
- Sí.- respondí orgulloso.
- Hay mucha fruta por recoger.
- Así es.
- Es un trabajo duro.
Era obvio. Callé, pero él prosiguió.
- Se paga mal. Sacamos poco dinero en limpio.
Me volví, molesto, mirándole con desdén.
- ¿Acaso te quejas por lo que te pago?
- No – contestó el viejo.- Pero es un hecho que apenas da para vivir. Con tantas tierras… - continuó el viejo, un tanto dubitativo,- debe ser usted un hombre rico… y poderoso.
- No te imaginas cuánto – alardeé con altivez, pero ya intrigado por la conversación del viejo.
- Nosotros, en cambio, somos bien pobres. Vivimos en comunidad, y apenas poseemos nada, aunque… mandamos sobre nuestras mujeres.
Aquello me dejó un tanto perplejo. No sabía qué quería decir exactamente, aunque la forma de decir la última frase fue especial.
De repente, el anciano dio un grito e indicó algo en un idioma que no entendí. Entonces, la muchacha a la que había estado observando dejó su faena y, maldiciendo en su idioma, continuó trabajando justo delante de donde nos encontrábamos nosotros.
El viejo me observaba de soslayo, mientras yo volví a mirar a la muchacha, pobre y castigada por la vida. Mi ansia de poder creció entonces hasta convertirse en necesidad: tenía que poseerla.
Me giré hacia el viejo. Su mirada era expectante. Finalmente, habló.
- ¿El señor también domina sobres sus mujeres como nosotros, verdad? – dijo sibilinamente.- Pero él es infinitamente más rico…
Comprendí finalmente sus intenciones: me estaba ofreciendo a la mujer por dinero. Medité la situación por un instante: aquello era una locura, pero ya estaba invadido por la lujuria y por el deseo de poseerla, por tener la sensación del poder sobre aquella inocente criatura.
- Es tuya por un día si pagas bien. Hará todo lo que quieras – dijo el viejo, como si me hubiese leído el pensamiento. Ya estaba todo dicho.
- Pon el precio.
Finalmente, acordamos un precio, irrisorio para mí, aunque una fortuna para ellos. La mujer seguramente no lo valía, pero aquello no importaba ahora, sólo importaba satisfacer mi ego y mi vanidad.
Le indiqué entonces que la enviara sola a otra parte de la finca, donde estaríamos solos. Le pagué al viejo lo convenido y el hombre bajó lentamente de la atalaya y se dirigió hacia la mujer. Observé mientras le decía unas palabras en su idioma. Ella me miró por un instante, bajó los ojos resignada y echó a andar en la dirección que le indicaba el viejo. Sentí el poder fluir por mis venas.
Cinco minutos después, me encaminé tras ella. Pronto, ambos estaríamos solos en otra zona de mis dominios, en una zona donde nadie vendría a molestarnos. Cuando llegué al sitio acordado, ella estaba recogiendo fruta, tal y como había estado haciendo hasta ahora.
Me acerqué por detrás. Ella notó mi presencia, pero no se movió. Lentamente, puse una mano en su cadera y le sobé un poco el culo, que parecía firme. Lentamente, le levanté la falda: ¡debía llevar como media docena de capas de ropa!. Levanté varias antes de hastiarme por no llegar a ver sus carnes, pero pude imaginar unas caderas más estrechas de lo que inicialmente daban a entender aquellos harapos.
Todo aquello me había excitado mucho. Le ordené dejar de recoger fruta y le hice seguirme hacia un pequeño cobertizo junto a un depósito de agua que la finca tenía en una esquina, ahora en desuso. Me senté sobre la losa de hormigón que cubría el depósito y la miré detenidamente.
Su mirada era serena, pero orgullosa. Me sostuvo la mirada. Aquello me excitó sobremanera: ¡Tenía que ser mía! La cogí violentamente por el pelo y entonces sus ojos llamearon de furia. Por un instante me gustó: tenía una fierecilla para someter.
Aflojé entonces la presión sobre su pelo y la conminé a arrodillarse ante mí. Luego, me desabroché el cinturón y paré: quería que comprendiera lo que quería. Ella me volvió a mirar un instante. Eso es lo que quiero, le dije con los ojos, y no hizo falta más.
Lentamente, aflojó los botones de mi pantalón y los dejó caer suavemente. Bajo mi bóxer, mi verga ya hinchada amenazaba con explotarlo. Lentamente lo bajó y salió, enhiesta, como un resorte.
La mujer no pudo evitar un amago de sorpresa. Pienso que debió excitarse al vérmela bien dura.
- Es grande y gorda .- dijo, en mi idioma, toscamente.
- Te gusta, ¿verdad?. ¡Cómetela!
La mujer se acercó y empezó a saborear la punta de mi verga. Qué sensación tan indescriptible fue su primer contacto. Parecía bien adiestrada en el arte de mamar, porque estuvo comiéndome la punta durante diez minutos de una manera increíble. Por la forma en la que hizo crecer rápidamente mi excitación, debía saber muy bien lo que tenía que hacer para que su pareja acabase rápido. Pero yo iba a resultarle un hueso duro de roer. Además, ese día mandaba yo y tenía que demostrárselo.
Entonces le cogí la cabeza y empujé suavemente. Ella se tragó parte de mi verga con cierta facilidad, pero noté que apenas podía pasar de la mitad. Sin embargo, yo quería poseerla. Le dejé que me la chupase así por un rato, sintiendo como se mojaba bientoda la parte que tenía metida en su boca.
Cuando pareció que empezaba a acostumbrarse a aquella situación, volvía a apretar su cabeza, obligándole a comérsela entera. La mantuve así unos segundos y luego se la saqué. Ella tosió, atragantada, porque se la había metido entera, hasta el fondo de la garganta. Me miró intensamente, cargada de odio, pero también aprecié cierto orgullo, algo así como “me la he tragado” decía su mirada, “oblígame, que me gusta”.
Aquello me puso a mil, y volví a enterrar toda mi herramienta en su garganta. Noté como su boca y su garganta abrazaban toda mi verga y sus fluidos la mojaban copiosamente, mientras trabajaba afanosamente por acomodar su lengua en la base de mi tronco. Desde luego, aquella mujer estaba cumpliendo con mis expectativas. Se la volví a sacar y ella tomó aire, jadeante.
- Quítate la ropa.- le ordené a continuación. Ella me miró desafiante.
- Quítatela, o te la romperé yo, y luego no tendrás con qué vestirte.
Parece ser que entendió mi amenaza, porque empezó a quitarse capas de ropa lentamente, sin dejar de mirarme fijamente. Yo la observaba, excitado, con la polla totalmente levantada y todavía bien mojada de su boca. Ella de vez en cuando también la miraba, y empecé a notar deseo en su mirada.
Finalmente, se quitó la última de las chaquetas que llevaba y se quedó en sujetador. Como había presumido, tenía unos buenos pechos. Entonces, empezó a quitarse las numerosas capas de faldas y enaguas que llevaba. Aguanté hasta la tercera, y luego me acerqué a ayudarle con lo que le quedaba, rasgando sus últimas enaguas. Solo entonces pude ver sus piernas blancas y firmes frutos de años de trabajo físico constante. No me había equivocado: una vez despojada de aquellos harapos, la mujer era mucho más joven de lo que aparentaba inicialmente, aunque su mirada indicaba lo contrario: de estos temas, sabía mucho.
- Quítatelo todo.
Ella se quitó las bragas y luego el sujetador. Una rizada mata de vello le cubría la entrepierna, sin depilar, y tenía unos pechos ligeramente caídos, con grandes areolas. Sus pezones estaban duros y erguidos.
Posé una mano sobre ellos. Estaba totalmente duro. Lo sopesé y lo apreté suavemente. Luego hice lo mismo con el otro seno. Los apreté a la vez. Después, no me resistí más y me lancé hacia ellos, a comérselos con urgencia. Se los lamí, mordí, apreté, besuqueé, manoseé, y se pusieron más duros si cabe. Sin poder ocultarlo, ella gimió de placer.
- Te está gustando, ¿eh? – le miré con una sonrisa pícara.
Bajé entonces una mano hacia su entrepierna y me dispuse a meterle los dedos. Ya estaba muy húmeda.
- Te van los chicos duros, ¿eh?,- le dije mientras jugaba con mis dedos en su interior.
- Te está gustando, y quieres que te posea, ¿verdad?
Ella me miró: aquella mirada reflejaba orgullo y fiereza, resolución y deseo, todo al mismo tiempo. Aunque no quisiera aceptarlo, tenía verdaderas ganas de tener mi verga en su interior.
De un tirón, la cogí y la tumbé sobre el depósito de hormigón, le abrí las piernas y me puse encima de ella, muy cerca de su cara. La besé intensamente, casi mordiéndole. Pero ella no se quedó atrás: mientras me devolvía el beso, bajó su mano, asió mi verga con decisión y la condujo para que entrase dentro de ella.
Solo recuerdo humedad de aquello. Por aquel momento, la muchacha estaba totalmente excitada y chorreando. Empecé a darle a ritmo y pronto noté que se corría, pero no dejó que parase de moverme, disfrutando de un prolongado orgasmo.
Apenas le di tiempo para recuperarse, porque yo seguí bombeando con fiereza. A cada embestida, casi la desplazaba por el suelo del depósito. La cogí y la monté entonces a horcajadas sobre mí. Ella tenía piernas musculosas, pero era joven y liviana y pude manejarla mejor de lo que pensaba. La tuve así unos minutos agarrada como un mono sobre mí, deslizándose arriba y abajo sobre mi verga a buen ritmo. Pronto empezó a jadear de nuevo, y volvió a gemir en un segundo orgasmo todavía más intenso. Mientras gritaba y gemía palabras ininteligibles para mí, noté cómo sus fluidos resbalaban por mi verga, mis huevos y a lo largo de mis piernas. Se había corrido como un verdadero río.
Finalmente, se quedó exhausta, colgada en mis brazos, agotada, jadeante. Había disfrutado como en su vida, seguro.
La dejé de nuevo sobre el depósito, tumbada. Su cara mostraba absoluta felicidad.
- Todavía no hemos acabado.- le dije con sonrisa taimada. La mujer demudó su rostro, primero a sorpresa, después a miedo cuando comprendió lo que venía a continuación.
- No.- balbució.
- Uhhmm, veo que es tu primera vez.
La obligué a girarse y a ponerse a cuatro patas, mostrándome su culo blanco y redondo.
- No te preocupes, como te estás portando muy bien, lo voy a hacer con mucho cuidado.
Me ensalivé el dedo y empecé a introducirlo lentamente. Se había puesto muy tensa. Con paciencia y cuidado, lo introduje lentamente, mientras con la otra mano empecé a masajearle su clítoris.
- Relájate. Si lo anterior te gustó, esto te va a gustar todavía más.
Parece que me entendió, porque empezó a relajarse. Bien por lo que le dije, bien por el masaje que le estaba dando con la otra mano, pronto mi dedo empezó a entrar y salir con cierta facilidad, así que procedí a introducirle un segundo dedo. Ahora, empezaba a gemir de nuevo.
Me moví y me puse de modo que, mientras seguía a lo mío, ella volvió a chupármela y pronto me la puso bien tiesa de nuevo. Esta vez no hizo falta que yo le dijese o hiciese nada: ella solita se la comió casi entera, muy diligentemente, haciéndome disfrutar pero sin llegar a sobreexcitarme. Era una experta mamadora. Y por aquel entonces, yo ya tenía muchas ganas de meter mi polla en su culito vírgen.
Cuando mi segundo dedo entró con bastante facilidad, no aguanté más. Saqué mi verga de su boca y me puse frente a su culo. Ella me miró con miedo y ansiedad.
- No te preocupes.- le repetí para calmarla.
Presenté la punta de mi verga frente a su orificio apenas dilatado. Poco a poco, con calma, fui introduciéndole mi tronco hasta más o menos la mitad de su longitud. Ella sobrellevó el dolor inicial bastante bien. Al poco tiempo, pareció ir acostumbrándose, e incluso parecía que empezaba a disfrutar de nuevas sensaciones placenteras. Pero yo quería poseerla y hacerla totalmente mía, y no me pude resistir: el resto se lo metí de un solo empujón.
Soltó un tremendo alarido de dolor, e intentó zafarse, pero la agarré fuertemente, dejándole toda mi tranca incrustada. Poco a poco, fue acomodándose a tenerla dentro y empecé a moverla muy suavemente. Aquel culito estaba muy apretado, y yo notaba mucho placer con cada pequeño movimiento. A ese ritmo, no aguantaría mucho más. Ella empezó a sentirse más cómoda con toda mi verga dentro, y pronto noté que era ella misma quien empezó a mandar sobre los movimientos.
Al cabo de muy poco tiempo, yo ya no pude aguantarme más y comencé a metérsela con ganas, en fuertes embestidas. La sacaba y la metía prácticamente toda cada vez, y la metía hasta el fondo con todas mis fuerzas. Notaba mis huevos apretándose contra sus nalgas cuando se la metía hasta el fondo. Pronto ella empezó a gemir, y después casi a aullar de placer, hasta caer rendida en un tercer y tremendo orgasmo.
Yo estaba a punto de reventar, pero quería volver a sentir su boca. Así que le saqué mi verga y la giré. Ella, jadeante, exhausta y agotada por aquella sesión de sexo duro, se arrodilló frente a mí y se dispuso a acabar conmigo de una vez por todas. Nuevamente, se tragó mi polla húmeda y dura en el fondo de su boca y se aplicó maravillosamente con su lengua, hasta que me dieron ganas de correrme. Entonces le volví a coger por la cabeza y le hice tragársela entera. Ella no pudo aguantar, y se atragantó. Estaba a punto de reventar pero tuve que sacársela de la boca porque se ahogaba. Entonces, me cogió la verga con la mano y terminó masturbándome, mientras con su lengua me lamía placenteramente el glande.
Me corrí en su cara. Una intensa e interminable sucesión de chorros de mi leche caliente bañaron su cara, llenaron su boca mientras ella, con los ojos cerrados, asía fuertemente mi verga, y terminaba de exprimir los últimos jugos que brotaban de ella. Menuda corrida.
Jadeante, vi como finalmente abría los ojos, y con cara de satisfacción y lujuria, empezó a comerse todos mis fluidos. Recogió los que tenía por su rostro y los que ya se deslizaban por sus pechos bajo mi atenta mirada.
- Muy bueno.- dijo ella, saboreando mis fluidos.- Cuando quieras, repetimos.
Me vestí y volví a la atalaya, a controlar a mis trabajadores. Era el dueño y señor de mis tierras.
Espero que les haya gustado la historia. No dejen de enviar comentarios y votos favorables. Y si a alguna chica le apetece alguna historia personalizada, no duden en contactar conmigo dejándome su correo.

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:54) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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