Por hacerle un favor a mi vecina no pude resistirme y terminé engañando a mi mujer.
Relato
Me llamo Jorge, tengo 34 años y llevo cinco felizmente casado con una hermosa mujer de 30, muy atractiva y con la que practico sexo a diario ya que ambos somos muy fogosos y nos excitamos fácilmente. Siempre le había sido fiel, hasta que el pasado verano alquilaron el chalet de al lado. Nuestros jardines están bien separados por un muro y un seto, pero desde las plantas superiores se logra una perfecta visibilidad.
Un sábado que mi mujer había salido de compras con una amiga, me asomé a la terraza del dormitorio para disfrutar del excelente paisaje. Una preciosa chica de unos veintitantos años apareció en el jardín con un bikini muy reducido para darse un baño en la piscina y tomar el sol. No podía apartar la vista de ese cuerpo tan espectacular: unas piernas largas y delgadas, un culito respingón, un vientre liso, una cintura de ensueño, unos pechos levantados y de tamaño normal, una cara guapísima y un pelo moreno y largo. Pensando que no la estaba viendo nadie se quitó la parte de arriba, dejando ver unas areolas perfectas y unos pezones hinchaditos y sonrosados. La sorpresa fue que también se quitó la parte de abajo, con lo que pude contemplar su espectacular coño, muy cuidado, con unos pelitos por encima de la raja y unos labios vaginales abiertos que asomaban fuera impúdicamente, haciendo su desnudez mucho más excitante. Se tiró de cabeza a la piscina, nadó unos minutos y salió del agua para echarse boca arriba en una tumbona a tomar el sol. Se puso crema bronceadora en la mano y la extendió por su tentador cuerpo. Era muy excitante ver cómo se masajeaba las tetas, las piernas y el coño, donde se tocaba de forma especial, casi masturbándose. A todo esto el pene me había crecido y pugnaba por salirse de mi bóxer, que junto con una camiseta era toda mi indumentaria. Me moví un poco para ponerme en una posición más cómoda e hice un pequeño ruido, que con la paz y el silencio que reinaba en el lugar llegó a los oídos de la chica, quien rápidamente miró hacia donde yo estaba. Creí que se iba a enojar conmigo, pero se incorporó y me saludó con total normalidad.
- ¡Hola, vecino!
- ¡Hola, vecina! -le contesté un poco azorado-. Tomando un poco el sol y un bañito, ¿no?
- Pues sí, hemos alquilado el chalet por un mes y quiero aprovechar para ponerme morenita.
- ¿Con quién estás?
- Con mi novio, pero ha salido a comprar unas revistas. Suele tardar cuando sale... y necesito ayuda. ¿Podrías venir a ponerme un poco de bronceador en la espalda?
- No podía negarme por educación, pero al mismo tiempo quería contemplar de cerca aquel cuerpazo, y no tenía nada malo ayudarla a ponerse crema.
No tardé ni un minuto en llamar a su puerta. Me abrió enseguida y allí estaba la chica, completamente desnuda y especialmente deseable con la crema bronceadora extendida. Me dijo que se llamaba Raquel y nos dimos dos besos. Instintivamente la agarré suavemente por la cintura y ya no solté mi mano. Ella me agarró también y así nos fuimos al jardín.
-¿Por qué no te quitas la camiseta, Jorge? Así tomas el sol tú también.
Me la quité y me quedé con el bóxer, pero estaba muy excitado y se me notaba el pene erecto.
- Tu polla también quiere tomar el sol, Jorge, jajaja -rio mientras señalaba mi paquete-. Además, has manchado un poco.
En efecto, con la excitación se me habían escapado unas gotas de líquido seminal, así que le dije que si no le importaba me quitaba el boxer. A ella le pareció bien y dejé mi verga a la vista, completamente dura y con gotitas en la punta. Raquel se tumbó boca abajo y me pidió que le extendiera bien la crema por todas partes. Empecé por la espalda y los hombros, luego seguí por los pies y subí por las piernas, preciosas y suaves. Estaba tan excitado que pensé que iba a tener una pequeña eyaculación, pero por no pasar vergüenza aguanté. Como no le tocaba el culo, ella misma me lo pidió:
- No te olvides el culito, que luego se me pone rojo y va a parecer que me han dado unos azotes.
Fue increíble masajear aquel trasero tan perfecto. Delicadamente extendía la crema por sus ricas nalgas y yo, osadamente, se las separaba para llegar hasta su orificio anal. Ella se dejaba y yo seguía cada vez más hasta que disimuladante llegué a introducirle la punta de mi dedo índice.
- ¡Uuummmm! ¡Qué rico, Jorge! ¡Qué bien lo estás haciendo! ¡Me estás poniendo cachonda!
Yo seguía masajeando ese culito tan apetitoso, y gracias a la crema y a que poco a poco iba dilatando su agujerito, le metí el dedo índice completamente y después de varias pasadas el índice y el corazón juntos. Me atreví también a bajar la mano un poco y encontrarme con su apetitoso coño, con los labios vaginales humedecidos por la excitación y abiertos como si desearan una penetración. Como no decía nada, solo gemía de gusto, acaricié sin disimulo toda su vulva, desde el pubis con su perfecto rasurado hasta el clítoris, pasando por los labios externos e internos. Raquel se abría de piernas y levantaba un poco el trasero para que yo pudiera llegar mejor e invitándome a explorar sus riquísimas intimidades. Hábilmente, le introducía dos mis dedos en la vagina al tiempo que le frotaba el clítoris con mi dedo pulgar. Tras una serie de contorsiones por su parte, terminó eyaculando, expulsando un líquido que llenó su toalla y toda mi mano.
- ¿Por qué no te corres tú también, Jorge? ¡Métemela!
Esa petición me excitó de tal manera que estuve a punto de expulsar toda la leche en ese mismo momento, pero conseguí retenerla y, poniendo a Raquel a cuatro patas, le introduje la verga en su chumino. En ese momento no pensaba que su novio o mi mujer pudieran regresar a casa y pillarnos en pleno polvo, o que algún vecino, sobre todo alertado por los fuertes gemidos de ella, pudiese asomarse a alguna terraza o ventana y presenciar tan caliente espectáculo. Tenía la razón nublada, solo pensaba con mi rabo, tieso y a punto de descargar un montón de leche caliente en aquel suculento chochito. La cabalgué durante un buen rato. Acostumbrado a practicar el coito con mi mujer, sabía aguantar la eyaculación para que ella siguiera disfrutando. Pero ella no era mi mujer, era mi vecina Raquel, y no podía aguantar más la expulsión del semen, tal era el picor tan descomunal que tenía. Me corrí dando gritos como un cerdo degollado, y ella volvió a tener otro brutal orgasmo que también la hizo gritar de puro placer.
Apenas nos pudimos recuperar, me limpié la polla con su toalla y me puse el bóxer y la camiseta. Ella se quedó acostada en la tumbona con el semen saliéndole al exterior del coño, tal era la cantidad de leche con que la obsequié.
- Gracias por echarme las cremas, vecino, la bronceadora... y la otra. Cuando quieras repetimos.
- Me despedí de ella besando apasionadamente su boca, mientras restregámanos nuestras lenguas. Le dije que sí, que me gustaría repetir, lo que no me imaginaba era lo que iba a ocurrir unos minutos después y esa misma noche... (Continuará).
Ambos iniciamos a besarnos con toda pasión, con aun más pasión que la primera vez, mientras nos besamos Armando comenzó a tocarme mi zona intima debajo la falda de mi vestido y como consecuencia a esto de inmediato me moje toda, ¡Quiero hacerte el amor! Me dijo suavemente al oído, -Lo sé y también quiero- le conteste.
Relato erótico enviado por putita golosa el 29 de August de 2010 a las 23:31:22 - Relato porno leído 513555 veces