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Es que así soy yo…

Relato enviado por : Narrador el 23/01/2013. Lecturas: 5603

etiquetas relato Es que así soy yo…   Infidelidades .
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Resumen
Esas fueron las palabras que orgullosamente me dijo, Arturo cuando le comenté que él era todo un padrote, pero casi de inmediato me preguntó, con una gran confusión en su rostro ¿por qué le decía eso? De inmediato y sonriendo con cierta picardía, le dije. Es que no pude dormir, por el alboroto que usted y su mujer, mantuvieron en su habitación durante toda la noche, la verdad es que lo felicito....


Relato
Lo cierto es que el día anterior, mi equipo y yo llegamos a la hacienda de Don Arturo, simplemente debíamos levantar unos puntos, para deslindar y segregar el pedazo de tierra que ocupaba la casa del resto de la propiedad. Todo salió a las mil maravillas, por lo que terminamos temprano, y de regreso a la casa, nos recibió su mujer, una jovencita de unos veinticinco o veintisiete años, que comparada con Don Arturo bien podía tratarse, no de su hija, sino de su nieta, ya que el viejo mal tasado y por lo gastado que se veía, por lo menos debía tener sus ochenta años. Aunque se pintaba de negro azabache todo el cabello, al igual que sus grandes mostachos. Por lo menos dos o tres veces en semana. Las manchas de sus manos, y los estragos de la vejes, no me dejaban lugar a duda de que el viejo era por lo menos ochentón.

En cambio Anita como él la llamaba cariñosamente, se le notaba su arrogante juventud por donde se la viera. Mi idea era marcharnos lo más pronto posible, pero apenas regresamos a la casona de Don Arturo, se desató una tremenda tormenta, como mis hombres y yo no teníamos la menor idea, de las proporciones de dicha tormenta, siguiendo el consejo del viejo, decidimos esperar a que escampara, con la esperanza de que dejase de llover en cualquier momento, pero a medida que fue pasado la tarde y llegando la noche, la fuerte lluvia seguía arreciando. Al punto que Don Arturo nos propuso que mis hombres se quedasen a dormir en el ranchón de los peones, y que yo me quedase en la habitación de invitados.
Hasta esos momentos todo iba bien, pero el viejo hacendado, insistió después de cenar en abrir una botella de aguardiente que él mismo había preparado hacía varios años atrás, y que para celebrar la venta del resto de la hacienda. Para hacerles la historia larga corta, les diré que después de que le viejo se empujó como cuatro o cinco tragos de ese aguardiente, calló como un tronco.

A pedidos de Anita, su joven mujer la ayudé a llevar a Don Arturo a su recamara, y frente a mí ella en un dos por tres, le quitó los zapatos, los pantalones, y la camisa, dejándolo en bóxer durmiendo la borrachera. Yo estaba por irme a dormir, cuando de manera bien seductora e insinuante la chica, moviendo su cabeza y pasando sus mano abierta entre su larga cabellera, me comentó, lo cierto es que es un poco temprano para acostarse, no lo crees. Yo que tampoco soy un niño, ya que tengo más de medio siglo de vida, al escucharla decir esas palabras, y la manera en que las dijo, no me dejó la menor duda, de que la joven esposa estaba buscando, por lo menos en esos momentos, alguien quien la consolase íntimamente.

Cosa que yo estaba en la mejor disposición de hacer, si así ella lo deseaba y me lo permitía. Sin cuidado alguno, cerró con fuerza haciendo un gran ruido, la puerta de la recamara, y antes de que yo le fuera a decir algo me dijo. No te preocupes Arturo es sordo, sino tiene este aparatito puesto en los oídos, no escucha nada, y si no está usando sus espejuelos tampoco ve nada. Así que siéntete como en tu casa, y al decir eso ambos nos dimos un trago de ese fuerte aguardiente, y ella acercó su boca a la mía, y de inmediato nos hemos dado un tremendo beso.

Del beso pase acariciar su hermoso cuerpo, y cuando estábamos por entrar a la habitación donde yo supuestamente iba a dormir, la escuché decirme. Quizás pienses que estoy loca, pero algo que he querido hacer desde hace mucho tiempo es hacerlo bajo una fuerte lluvia como la de ahora. Lo cierto es que a mí, ese tipo de cosas no me suenan para nada raras, así que tomándola de la mano, ambos salimos corriendo a meternos bajo la lluvia al otro lado de la casona, fuera de las posibles indiscretas miradas, de los cuatro hombres que me acompañaban.

Bajo el fuerte aguacero, al tiempo que ambos nos besábamos, nos fuimos quitando la ropa mutuamente, y bajo la lluvia el ver su desnudo y joven cuerpo, fue más que suficiente, para que yo no sintiera ni pisca de frio. Sin dejar de besarnos, nos dejamos rodar por un pequeño declive, de cómo tres metros de largo y con una inclinación de unos cuarenta y cinco grados. Ambos fuimos a parar a una cuneta que rodeaba gran parte de la casona, y en ese mismo lugar continuamos besándonos, y acariciándonos mutuamente, a medida que la fuerte lluvia continuaba cayendo sobre nuestros desnudos cuerpos. Yo estaba más que deseoso de clavármela, pero a la vez estaba más que consiente que de hacerlo, por lo excitado que me encontraba corría el riesgo de venirme como un mismo pendejo apenas se lo metiera dentro de su caliente coño. Y eso no se para ustedes, pero para mí hubiera sido como hacer un ridículo igual o mayor al del viejo que se pinta el pelo, y que para verse más joven.

Por lo que aprovechando que a mi compañera por lo visto le gustaba experimentar cosas nuevas y diferentes, la continué besando al tiempo que fui enterrando una de mis manos en su coño, y sin dejar de presionar su caliente clítoris, poco a poco comencé a ir pasando mis labios por sus parados senos, e inflamados pezones. Luego lentamente con mi lengua acaricie su pequeño ombligo, y ya al poco rato mi rostro lo tenía enterrado entre su piernas, mamando todo su coño como Dios manda. No sé por cuánto tiempo la hice disfrutar de las delicias que le fueron produciendo mis labios y mi lengua, lo que sí sé es que Anita chillaba de placer, cuando sabrosamente le mordisqueaba su clítoris, y restregaba con mayor fuerza mi rostro contra su coño, con sus propias manos, y sus hermosos muslos apretaban mi cabeza con fuerza. Apenas los fuertes chillidos y gritos de placer eran opacados por los truenos y relámpagos que caían en la distancia bajo la fuerte lluvia.

Después de esa larga y tremenda mamada de coño que le di, fue que me sentí lo suficientemente cómodo y seguro de enterrarle toda mi verga y de no venirme en un abrir y cerrar de ojos. En efecto así fue, aunque estaba bien caliente y deseoso de enterrarle toda mi caliente verga en su sabroso y peludo coño, no me vine. Rítmicamente, con el cuerpo de ella bajo el mío, y con la fuerte lluvia cayendo sobre nosotros dos, me sentí tranquilo, seguro y confiado, y placenteramente metía y sacaba mi verga una y otra vez de su cuerpo, mientras que Anita creo que llorando, pero de felicidad no hacía otra cosa, que decirme que le diera más y más duro, meneando con tremenda fuerza sus caderas.

A medida que continuó lloviendo, fuimos cambiando de posiciones haciendo inventos, que alguna vez seguramente había visto yo, en alguna película porno o en el libro del Kama Sutra. Mientras la tormenta seguía arreciando, los gemidos de placer de Anita eran mayores, y más continuos, no hubo cosa que éntrelos dos esa lluviosa moche no hiciéramos. Hasta que después de una serie de múltiples orgasmos de su parte, yo irremisiblemente comencé a venirme dentro de su coño, y ella hábilmente retirando mi verga de entre sus piernas la llevó hasta su boca y me continuó mamando y chupando mi verga hasta que me sacó hasta la última gotita de leche.

Después de ambos quedarnos tendido sobre la tierra con la fuerte lluvia cayendo sobre nosotros, lentamente nos incorporamos, como nos encontrábamos, nos disponíamos a subir la pequeña cuesta que nos separaba de la casona, cuando le pregunté si deseaba seguir jodiendo. Anita bajo la fuerte lluvia, que aun caía, me miró con un intenso brillo en sus ojos, que sin necesidad de que me dijera nada verbalmente entendí que me había respondido que sí. Así que le recordé que a mí me acompañaban cuatro hombres, que esa noche se encontraban durmiendo en el que era el ranchón de los peones.

Cual si fuera una niña traviesa, me miró alegremente, y sin más ni más salió corriendo con rumbo al ranchón. Yo llegué a la casona recogí mi ropa y la de ella, y ya en la habitación que me correspondía, me sequé, y hasta me volví a vestir, tenía una gran curiosidad por saber que estaría haciendo Anita, en compañía de los cuatro.

Realmente no tuve que ni que caminar mucho, en el espacio que separa la casona del ranchón sobre el piso de cemento que comunicaba ambas estancias, ahí se encontraba Anita, tan desnuda como cuando lo estaba conmigo, mientras que los cuatro peones que yo había llevado para que me ayudasen con el levantamiento del terreno, estaban al mismo tiempo sobre ella. Uno indudablemente le estaba dando por el culo, mientras que otro como un verdadero salvaje le daba por el coño, al tercero le mamaba su verga, mientras que al cuarto, de alguna manera se las arregló para ir pajeandolo, hasta que el que le daba por el coño se vino al poco rato, lugar que ocupo el cuarto de inmediato. Yo la verdad es que no me quedé el resto de la noche viendo como los cuatro se intercambiaban de lugar. Pero ya en la madrugada, sentí que Anita abría mi puerta, y con una inexplicable alegría en su voz me preguntó por su vestido, lo recogió y de inmediato se marchó de la habitación, no sin antes decirme, que cuando don Arturo su marido se levantase, le dijera lo que les conté al principio que le dije.

Al levantarnos a desayunar, Anita se encontraba fresca como una lechuga, el viejo, al escucharme se sonrió y me dijo. Es que así soy yo, aunque después me pidió que le explicase por que le había dicho eso. Al escucharme, se sintió me imagino que bien orgulloso de sí mismo, aunque no recordase nada. Y Como dicen en mi pueblo, estaba más inflao que sapo e letrina. Al rato apareció Anita con el desayuno, y supuestamente avergonzada. Mis hombres y yo nos marchamos después de desayunar, y ya a medio camino, los cuatro iban hablando de todo lo que hicieron con la mujer del viejo hacendado, mientras que yo me mantuve en silencio únicamente escuchándolos.

Al mes debí regresar a la hacienda de Don Arturo, y me sorprendí al ver su mujer completamente vestida de negro, fue cuando me enteré que el viejo hacía unos pocos días había muerto, de un ataque al corazón en su cama. Después de que el abogado firmó unos documentos y realizó las escrituras con los datos que yo le había suministrado, se marchó fue cuando Anita ahora la viudita de Don Arturo me dijo. que a raíz de nuestra visita, el viejo insistió en que le contase lo que él y ella supuestamente habían hecho, y a ella se le ocurrió preguntarle con que puta se había acostado en el pueblo, porque esa noche él insistió en mamarle el coño a ella, y tras tanto insistir ella dejó que lo hiciera, la sorpresa fue que a medida que me comenzó a mamarme el coño, su miembro se fue poniendo duro, y cuando lo tuvo bien parado, yo abrí mis piernas y él se me montó encima, y después de un buen rato en que los dos lo estábamos disfrutando, se quedó quieto. Cuando finalmente me levanté de la cama, fue que me di cuenta que Arturo había muerto, pero con una gran sonrisa de satisfacción en su rostro.

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 21:36) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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