Joven se levanta a clienta del negocio de su padre y por la noche se escurre para darle placer
Relato
Fabián atendía ocasionalmente atendía el negocio de su padre por la tarde y una tarde descubrió que una mujer de unos treinta y cinco años le daba más conversación de lo acostumbrado. Tratando de no meter la pata y haciendo que no se daba cuenta por aquella sentencia de su padre sobre que “donde se comía no se cagaba”, le llevaba la corriente mientras averiguaba quien era. Sintiéndose más tonto de lo que creía, se maldijo por su distracción de no haber prestado atención a aquella magnífica hembra, ya que la mujer vivía a la vuelta y era la esposa de un farmacéutico que pasaba todas las tardes al atardecer para comprarle cigarrillos.
La rutina sabatina con su noviecita, aunque fugaz, furtiva y a veces frustrante, lo contentaba, pero esa mujer era especial y no era cuestión de desperdiciar la ocasión. Con cautela, fue conduciendo sus conversaciones hacia temas personales y ella, entendiendo la soga que le tiraba, le hizo confidente de sus problemas personales; casada con un hombre casi veinte años mayor, tenía necesidades básicas sexuales que él había satisfecho en los primeros tiempos de casados, pero ahora y desde hacía casi cinco años, descuidaba sus deberes conyugales para, aprovechando la tranquilidad de la guardia nocturna en la farmacia, preparar materias que dictaba durante el día en la Facultad, con lo que sus noches eran un desierto solitario, falto de amor y sexo. Muy de vez en cuando, él se quedaba en casa y tenían algunas siestas en las que ella desfogaba su abstinencia.
Cuando estuvo seguro del terreno en que pisaba, le hizo ver claramente que él sí disponía de todas las noches que ella quisiera para satisfacerla y entonces, sin vergüenza alguna, con una naturalidad que lo desarmó por su simpleza, le dijo que esa noche, después de las diez, acudiera a su casa pero no en forma normal, sino a través de los fondos de sus casas cuya coincidencia ella ya había chequeado.
A Fabián le dio vergüenza cuando el marido pasó a retirar su atado cotidiano y se detuvo un momento a comentar el calor que hacía para tener que encerrarse en la farmacia. Siguiéndolo con la vista, se apiadó de él, pero no estaba dispuesto a que la sensiblería le impidiera aprovecharse de esa fiera enjaulada que se le ofrecía como si fuera una meretriz de barrio.
Dispuesto a “viajar” liviano, se duchó y vistiendo remera, shorts y zapatillas, subió a la terraza para comprobar con exactitud cual era su medianera y, bajando al jardín trasero, saltó la pared de dos metros para caer en un cuidado parque. El gran chalet se alzaba a oscuras y temió haberse equivocado, pero ella estaba esperándolo y encendiendo una luz en la galería, le hizo señas para que entrara.
Vestía sólo un corto camisón de nylon al que le decían “baby doll” y era la moda de entonces y sus transparencias confirmaban la rotunda opulencia que presumiera a través de la ropa de calle. Llevándolo de la mano hacia un juego de sillones donde lo hizo sentar, le dijo que era preferible no utilizar el dormitorio ya que este estaba en la primera planta y, si a su marido se le ocurría regresar, podría escapar mejor a través de la galería que por el frente.
A él no le importaba donde hacerlo y contempló alucinado como ella dejaba caer la liviana prenda, ofreciéndosele totalmente desnuda. Era la mujer de más edad con la que se acostaría y también la más hermosa; maduro, su cuerpo tenía un equilibrio perfecto y mientras los senos apenas caídos oscilaban blandamente, las anchas caderas sostenían a las nalgas más perfectas que viera, henchidas y redondas, sobre unas piernas que eran dos columnas exquisitamente torneadas. Aunque conocido, su rostro no dejaba de atraerlo con sus facciones firmes delicadamente cinceladas en las que competían sin darse ventaja los traviesos ojos verdes con la indecencia prometedora de la boca, de labios mórbidos y plenos y, coronando todo eso, la ondulada melena renegrida que rozaba con sus bucles la comba de los senos.
Seducido por esa imagen, se quedó quieto cuando ella se aproximó y tras pedirle que se sacara la remera, se arrodilló para quitarle las zapatillas. Al terminar de hacerlo, se había acuclillado entre sus piernas y sacándole los breves pantaloncitos de tenis, exhaló un hondo suspiro de deseo a la vista del pene que, fuera por los nervios o vaya a saber que maldita cosa, colgaba exánime sobre los testículos.
Como si esa circunstancia la complaciera, lo tomó delicadamente entre sus dedos y acercando la cabeza, separó los labios para introducirlo totalmente dentro. La boca generosa alojaba cómodamente la flaccidez del miembro y entonces, todos sus elementos, labios, lengua, dientes y muelas, coadyuvaron para un juego infernal.
Como un cachorro con un muñeco de trapo, los labios mamaban lo poco que restaba fuera en tanto la lengua fustigaba la carne empujándola contra el paladar mientras molares y dientes lo roían con delicadeza. La sensación era indescriptible y él sentía como, desde el fondo de su vientre, calores inéditos convergían para convertir a la verga en un verdadero falo.
A ella parecía no importarle el crecimiento del pene y en cambio, se esmeraba en hundirlo cada vez más profundamente en la boca hasta que él mismo sintió el roce del glande en su garganta. Llegado a ese punto, retiraba la verga, chupándola con voracidad mientras sus dientes rastrillaban delicadamente la piel del tronco.
Arribada a la cima, la boca ceñía al prepucio recogido y se ensañaba sobre el glande en un cortísimo vaivén copulatorio y entonces sí, abría totalmente los labios para conducir al falo hasta el fondo. Nunca ninguna de las mujeres había puesto tal dedicación en chuparlo y ella parecía consagrarse como en un acto religioso, imprimiendo a su cabeza movimientos oscilatorios que la hacían inclinarse a un lado y otro, arriba y abajo para atacar la verga desde los ángulos más disímiles y placenteros.
Atosigada ella misma por ese fervor, se daba pequeños respiros en los que cesaba de chupar y en tanto recuperaba el aliento, asía el tronco entre las dos manos para masturbarlo deliciosamente en un movimiento en el que ambas giraban en sentido apuesto.
Fabián se sentía en el séptimo cielo y la incitaba a no cesar con ese dulce martirio, cuando ella se incorporó y empujándolo contra el respaldo del sillón, se ahorcajó encima. Embocando al miembro en su vagina, descendió para penetrarse tan profundamente que la punta golpeó contra las paredes del cuello uterino y, alentándose a sí misma, flexionó las piernas para iniciar una cabalgata infernal sobre el sexo.
A pesar de su edad y del traqueteo al que debía haber sido sometido en esos años, el canal vaginal mantenía una estrechez muscular que hacía casi doloroso el tránsito. Asiéndose con las manos al repujado borde del respaldo, la mujer se daba impulso para complementar la jineteada con un movimiento de adelante hacia atrás que llevaba la verga a recorrer reciamente todo su interior, en tanto que los pesados senos se bamboleaban descompasados frente a él.
Una sonrisa de lujurioso contento iluminaba su cara y sin poderse contener, él aferró los pechos entre sus dedos para comenzar a chupetearlos desordenada pero hondamente. Cuando le consideraba que ella ya debía de estar fatigada por tan intensa cópula, se dio vuelta para apoyar los pies en el suelo sin sacar la verga de su sexo y apoyándose en sus brazos echados hacia atrás, repitió el procedimiento. Esta vez y por el ángulo, el falo penetraba limpiamente y él comenzó a menear su pelvis hacia arriba, yendo al encuentro de su cuerpo.
Noemí - así se llamaba - decía estar gozando como nunca y mientras meneaba de un lado a otro la cabeza echada hacia atrás, los cabellos renegridos le azotaban la cara con su fragante perfume. Como enajenada, se incorporó y sacando al falo de su sexo, lo apoyó contra el ano. Descendiendo lentamente, se penetró hasta que sus nalgas chocaron con los muslos masculinos y poniendo un ronco bramido en su garganta, reinició el galope, sólo que esta vez el miembro se deslizaba cómodamente sobre la lisura de la tripa.
Manoseando la carnosidad de sus senos, él fue estrujándolos con inmisericordes apretujones y pellizcos de los dedos hasta que en un momento dado, y ahogada por la intensidad del goce, la fatiga y la saliva que se acumulaba en su garganta, fue desacelerando paulatinamente los remezones, prorrumpiendo en una serie de repetidos asentimientos al tiempo que anunciaba la llegada de su orgasmo y, cuando este la alcanzó, envaró su cuerpo arqueado para luego relajarse y, con mansedumbre, columpiar mimosamente sus caderas en una postrera penetración.
Fabián no había conseguido acabar y presumía que tendría que aguantármelas, cuando ella salió de él y acuclillándose entre sus piernas, volvió a meter en su boca la verga empapada de sus jugos vaginales y anales. Una de sus manos acompañaba el ir y venir de la boca en violentos apretujones masturbatorios y la otra recorría acariciante la región de los testículos y el ano. Si las penetraciones le habían resultado maravillosas, el epílogo que marcaba esta chupada final prometía ser excelso. Semi incorporado en el asiento, esperaba con ansia el momento de la eyaculación y cuando así se lo anunció, ella hizo algo cuyo resultado fue enloquecedoramente placentero pero que lo sorprendió indefenso.
Arreciando con boca y mano en la mamada, en medio de sus ronquidos satisfechos, hundió el dedo mayor en su ano y ese sabio contacto de la yema estimulando a la próstata fue el detonador de la explosión seminal que ella recibió alborozada en la boca abierta, con los chorros convulsivos salpicando toda su cara.
Y el no perdió ni un segundo de el momento, me dijo con mucha morbosidad ¡Ahora puta súbete la falda y retráncate en la pared! Yo con rabia fui subiendo lentamente la falda de mi vestido hasta mi cintura, el se alejo unos metros deleitándose con mis piernas, yo vi clarito como su verga creció dentro su pantalón, tomo una cama fotográfica sacándome varias fotos en esa pose tan humillante para mí.
Relato erótico enviado por Anonymous el 11 de September de 2009 a las 23:52:41 - Relato porno leído 160820 veces
Lucia es una mujer casada, pero aun joven de unos 34 años senos grandes y un culo generoso además que tenia un rostro muy bello, pero lucia aunque tenia esposo y tres hijos que le hacia parecer una dama, a ella le encantaba follar a menores entre 13...
Relato erótico enviado por sexolito el 10 de April de 2005 a las 00:02:30 - Relato porno leído 156463 veces