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la fiesta

Relato enviado por : sandralove el 18/11/2010. Lecturas: 8753

etiquetas relato la fiesta   relato .
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Resumen
Soy Sandra. En este relato os cuento lo marchosas que eran las fiestas que organizábamos en nuestro piso de Barcelona. Es el primero de una larga serie de relatos en los que hay de todo. Espero que lo disfrutéis.


Relato
La fiesta (primer capítulo)

Era verano. La noche de San Juán, seguramente. Hacía un calor bochornoso, de estos calores que despiertan los sentidos y que te invitan a beber un pelín más de la cuenta. Hacíamos una fiesta en nuestra casa, como tantas otras veces, y habíamos invitado –Carlos, mi marido y yo, Sandra- a un montón de amigos para celebrar la verbena, entre los cuales se encontraba Juan, un amigo de la infancia de Carlos, de su misma edad, es decir unos treinta años, y que según las últimas noticias seguía siendo virgen. He de confesar que eso a mí me daba un poco de morbo porque, de entrada, Juan era más bien apuesto, un chico interasante, vamos, y me costaba comprender porque todavía ninguna chica le había echado el anzuelo. Así que cuando Carlos me dijo, a eso de las dos de la madrugada, que iba a poner unos lentos y que porque no bailaba un poco con Juan que estaba más solo que la una, le contesté que porqué no y sentí al mismo tiempo un ligero cosquilleo en el interior de mi coñito. Y es que hay que decir que a esa hora yo ya iba bastante puesta entre el cava y algún que otro petardo y yo que soy de naturaleza muy caliente estando serena, pues podéis imaginar cómo estaba entonces : hirviendo.

Vivíamos en un piso muy grande, con un montón de habitaciones. Dos de ellas hacían el oficio de comedor y sala de estar. La mayoría de los invitados estaba en el comedor, Juan incluído, y hacían idas y venidas a la sala de al lado donde sonaba la música a toda pastilla (privilegio de ser casi los únicos inquilinos del edificio). También había un enorme sofá de simil piel que era para nosotros una segunda cama pues muchas noches nos dormíamos en él mirando la televisión colocada justo enfrente en un armario abierto que nos servía también de discoteca. ¡ La de polvos que echamos en ese sofá !

Cuando Carlos puso las lentas hubo un rumor colectivo de desaprobación, pero fue breve. Los amigos sabían que siempre había un momento en que a mi marido le encantaba cambiar el tono de la velada, apagar las luces – o casi – y, en general, quien más quien menos, lo aprovechaba para pegarse un lote de campeonato y después del baile, con el calentón consecuente, buscar refugio en alguna de las habitaciones –menos la nuestra, que cerrábamos con llave- para desahogar como fuera las líbidos desinhibidas. Así que cuando pedí a Juan si quería bailar conmigo y cogiéndolo de la mano me lo llevé a la sala de estar, no me extrañó en absoluto ver que ya había dos parejas bailando y metiéndose mano de manera más que evidente. ¡ Sólo me faltaba ver eso ! Tenía la cabeza que me daba vueltas y el chochito empapado de juguitos... ¡ Y aún no había empezado a bailar !

Nos enlazamos de manera púdica – tampoco quería espantarlo, que conociendo las costumbres de Carlos, sabía que, al menos, teníamos por delante una buena media hora de buena música para agarrarse-, Juan me cogía por la cintura y yo apoyaba mis manos sobre sus hombros. Y así empezamos a bailar, a girar muy lentamente y a hablar :

¿Qué tal te lo estás pasando, Juan ?
Oh, muy bien... ¿Por qué me lo preguntas ?
Me parecías un tanto aburrido, ahí en un rincón del comedor...
No, no... Me lo estoy pasando muy bien... Bueno... Ahora más que antes...
Vaya, qué bien... Y eso, ¿ sólo porque bailas conmigo ?
Oh ! Pues... ¡Oh ! ¡Ejem ! Pues sí... Es que tú me gustas mucho...

Al oir estas palabras sentí una agradable descarga eléctrica recorrerme todo el espinazo. Para poder hacernos entender debíamos acercar nuestros labios a nuestros oídos y su aliento acariciaba agradablemente mi orejita – una de las tantas partes sensibles de mi cuerpo- y además me permitía exhalar su embriagador aroma masculino :

Con la de chicas guapas que hay por aquí... Si yo no tengo nada de especial...
Eso lo dirás tú... Yo pienso todo lo contrario...
Mira... – y me separé un poco de él como si quisiera que observara la mercancia – Si no soy alta... No tengo tetas... No soy fea pero estoy lejos de ser guapa ... Estoy más delgada de lo que gusta a la mayoría de hombres...
Tú lo has dicho... A la mayoría... Y yo no pertenezco a esa mayoría...
... Entonces... ¿ qué es lo que te gusta de mí ? – me daba cuenta de que me adentraba en un terreno peligroso... Pero, ¡Dios, cómo me excitaba !
Te encuentro radiante, terriblemente femenina, muy pero que muy sensual... Tienes una mirada, unos ojos, una boca... Una manera de andar y de moverte, que...
Sigue, sigue, por favor... – mis manos que hasta entonces se apoyaban tranquilas sobre sus hombros empezaron a buscar mejores apoyos ; con una mano empecé a acariciarle la nuca dejando que mis dedos juguetearan con sus cabellos y la otra... la otra, ni me acuerdo-.
No... No... Me da vergüenza confesártelo... – Juan correspondió a mi intento de pegarme a él bajando suavemente las manos hasta situarlas al inicio de mis nalguitas.
Anda, porfa... que somos amigos, ¿no ? – dije esto con voz de gatita acaramelada a la vez que apoyaba tiernamente mi cabeza sobre su pecho.
Si te lo digo, ¿no te vas a enfadar ? – esta vez sentí sin lugar a dudas algo que se iba endureciendo y que se frotaba entre mi ombligo y mi monte de venus.
No, no me voy a enfadar. Es más, creo que me va a encantar escucharlo – lo provoqué diciéndole esto con mi boca muy pegada a su oreja. Sentía mi coño palpitar, abrirse lúbrico, empapado...
Desde que te conozco... Oh, no sé... No sé cuantas veces me habré... – Juan no se atrevía a utilizar la palabra apropiada...
... cuantas veces ... – le susurré lamiéndole de manera casi imperceptible el lóbulo de su orejita. Yo ya estaba tan cachonda que no me importaba nada lo que los demás pudieran ver o pensar ; además todo había sido idea de Carlos, ¿no ?
Creo que ... Creo que me he masturbado cientos de veces pensando en ti – lo soltó así, de un tirón. Y para mí fue de un efecto mortal ; creo que en ese instante si hubieramos estado solos le hubiera dicho sin remilgos : ¡Fóllame ! ¡Fóllame ! Pero no podía ser... por ahora.
¡ Uauuuhhh ! Si que te lo tenías callado... Y ¿en qué piensas mientras te tocas ? – lo que yo pensaba en ese momento era que me encantaría ver por un agujerito una de sus sesiones de pajeo a mi salud... La sola idea me ponía a cien, a mil...
Bueno... Pues... Pienso que me haces cosas... que te hago cosas... que hacemos cosas – no quise interrumpirlo ahora que se había lanzado a confesarme sus fantasmas eróticos y siendo yo la heroína ; así que ¡a disfrutar ! me dije.
Imaginas que te hago cosas... aquí – le dije mientras con una mano y lo más disimuladamente que pude le agarré el paquete palpando con extremo placer su dureza palpitante.
¡Sandra ! ¡Oh, Señor, Señor ! ¡Para, para, por favor ! – mentiste como un bellaco.
No voy a parar porque me encanta lo que estoy tocando y estoy segura que a ti también... Pero quizás quisieras que te lo hiciera con la boca... que te la chupara hasta hacer que te corrieras en mi garganta – y seguí sobándote sin cesar por encima del pantalón. – Dime... Y tú ¿qué me haces en tus sueños ?
Yooo ... – cada vez le costaba más expresarse con claridad ; si continuaba pajeándolo así el pobre se iba a correr de un momento a otro y después iba a pasar la vergüenza de su vida con el manchote como trofeo de baile. Por eso, aunque me dolía perder el contacto manual con aquel pollón que se me antojaba enorme, decidí dejarlo tranquilo y concentrarme en mi, en « mi » placer.
Tú ... – le acompañé sus manos sobre mi culo para que lo sobara a voluntad y pudiera apreciar la dureza de mis veinteañeras carnes.
Me encanta chuparte los pezones... un largo rato... chuparlos, lamerlos, mordisquearlos... Son hermosos, grandes, siempre erguidos y muy, muy sensibles – sólo de oir sus palabras y con el calor lujurioso que sus manos transmitían sobre mi culito, sentí de nuevo fluir un torrente de jugo entre mis piernas. No me extrañaría nada que fuera yo la que terminara corriéndose... – Después, voy bajando hasta tu sexo y con mis manos lo abro delicadamente y aparece ante mi como una jugosa granada... Tu clítoris, tan grande y rojizo como uno de tus pezones, se abre paso entre tus labios mayores, de tamaño espectacular, como alas de mariposa y empiezo a recorrerlo con la punta de la lengua...
Para... para... ¿Cómo conoces tú tantos detalles de mi anatomía secreta ? – la verdad es que sabía porqué y aunque tal vez debería haberme mosqueado, al contrario me sentía aun más excitada si eso era posible.
Mmm... Hemos ido a la playa juntos, ¿no ?
Eso vale para mis tetitas pero para el resto, no recuerdo yo que hayáis sido presentados – decía con un tono picarón para que Juan lo interpretara adecuadamente.
Carlos me enseñó unas fotos una noche en que vine a cenar con vosotros – claro, las fotos, cómo iba a olvidar esas 36 fotos que Carlos me hizo en la cama y que después me envió a mí a recogerlas en la tienda de revelado ; no olvidaré nunca la cara del dependiente cuando me las entregó !- y después cuando tú te fuiste a la cama me estuvo explicando muchas cosas de ti, de lo extraordinaria que eres en la cama... Y me enseñó unas fotos... Una pasada... Se me han quedado grabadas en la mente y desde entonces...

Entre tanto, la música lenta seguía sonando y sólo quedábamos dos parejas bailando ; la del sofá había desaparecido – y no me extrañaba en absoluto pues minutos antes y cada vez que les echaba una ojeada estaban cada vez más lanzados en su mútua exploración corporal- y la otra que bailaba a nuestro lado era ajena totalmente a nuestra conversación y parecía como si bailaran durmiendo, que seguramente era el caso.

¡Joder, con Carlos ! ¡Qué cabrón ! – le espeté pensando en cómo me iba a vengar de él.
No le digas nada, eh, por favor... No me lo perdonaría nunca.
Bueno, bueno, ya veremos... Y ¿ qué más cosas te contó de su extraordinaria mujercita ? – mentalmente me estaba preparando para que todo lo que Juan iba a decirme se convirtiera en caudal orgásmico para mi cerebro. Y conociéndome como me conocía eso iba a ser pan comido.
Me dijo que eras muy caliente... Que te gustaba hacerlo a cualquier hora del día y de la noche... En cualquier parte... Que no tenías tabúes... Que te gustaba todo...
Tooodooo... – y me pegué tanto como pude a Juan frotándome contra su verga durísima.
Me contó que te gustaba follar de todas las maneras. Que eras insaciable. Que te encantaba mamársela en cualquier situación, que no hacía falta que te lo pidiera... Una vez, me explicó que se la comiste en el cine sin darte cuenta que a vuestro lado un viejete se la meneaba contemplando el espectáculo – como no iba a recordarlo ; lo que no dije a Carlos en su día es que sí que me había dado cuenta pero que eso en lugar de cortarme me había calentado todavía más.
¡Sigue Juan, sigue ! Noto tu polla super dura y siento que pronto voy a correrme.
Me contó que otro día en el restaurante le hiciste una paja bajo el mantel, eyaculó en tu mano y después te pusiste a lamerla y a beber toda su leche ante sus atónitos ojos. Y muchas cosas más... Me dijo que tenías muchos orgasmos a la vez... que a veces con sólo chuparte los pezones te corrías...
¡Ahhhhhh ! ¡Ahhhhhh !
... que te encantaba el sexo anal... que parecía que tuvieras un clítoris en el ojete... que a él le encantaba chupártelo y que en más de una ocasión te habías corrido con sus simples lametones – Esa última frase fue mortal para mí...
¡Ahhhhhh ! ¡Me coooooorrrroooooo ! – y lanzando un gemido salvaje para mis adentros –que aunque no fuera una de mis costumbres predilectas, era obvio que lo contrario hubiera resultado un pelín escandaloso- hundí mis dedos en la nuca de Juan sintiendo al mismo tiempo que mis piernas me iban a dejar de sostener. Juan me abrazó muy fuerte y me dijo :
Sandra... ¡Eres una mujer sensacional ! – me dijo a la vez que deshacía nuestro abrazo – Volvamos con los invitados.
¿Juan ?
¿Qué ?
Quédate a dormir... Esta noche vas a dejar de ser virgen... – y le di un breve morreo para que tuviera una primera idea de lo que mi lengua era capaz de hacer.

Me encontraba extraña... Y no era para menos : acababa de tener un magnífico orgasmo en brazos de un amigo, sexualmente, de un desconocido, simplemente escuchándole decirme al oído las marranadas hechas con mi marido. Puro delirio, sí, pero un gustazo tremendo...

Al entrar en el comedor vi que Carlos no estaba. Me serví una copa de cava fresquito que me bebí casi de un solo trago. Noté el efecto enseguida : miles de chispitas cosquilleándome el vientre y la cabecita todavía más loca. Juan se había sentado y con una copa en la mano y un cigarrillo en la otra me miraba devorándome con los ojos. Las ventanas me devolvieron el reflejo de mi figura y me vi super guapa, super sexy en ese vestidito floreado azul turquesa que llevaba, con su faldita a media rodilla, mis piernas finas ligeramente bronceadas y mi melena rubia – mi único y gran orgullo – ondeando descontralada. Me entraron unas ganas enormes de bailar, de moverme lascivamente ante Juan, de provocar en él un deseo irrefrenable... Pero antes debía ir urgentemente a hacer pipi...

Al pasar junto a la cocina vi a Carlos charlando animadamente con Trini. Les hice « cu-cu » con la mano y me fui corriendo al baño. El aseo estaba en la otra punta del piso, en un cuartito en el que sólo había y cabía el váter y un lavabo. Recé para que no estuviera ocupado pero como no era ni buena creyente y aun menos buena practicante, lo estaba. Pero yo no podía aguantar más... Al lado del aseo habíamos habilitado un espacio terraza con una mesa y dos sillas –de hecho no era más que un balcón cerrado, una galería con amplios ventanales- y en el otro extremo había una ducha y un lavadero. Vi que Julia y Ana –dos amigas lesbianas- estaban sentadas y preparándose un porrito :

¿Quién hay ? – les pregunté señalando la puerta del váter.
Creo que es Pepe... No se encuentra muy fino – me contestó Julia echándose a reir. Esta va más colocada que yo, pensé.
Tías... Es que no aguanto más – e hice el gesto típico que hacemos las mujeres de cruzar las piernas cuando nos estamos meando.
Pues... ¡Mea en la ducha ! – soltó Ana
¡Qué guarrada ! – contesté más picarona que enfadada.
Venga, tía... No te cortes... Y así te vemos el potorro – Julia, claro, riendo a carcajada limpia.

Y no me corté. Ni un pelo. Me descalcé, me fui a la ducha y cuando iba a cerrar la cortina para hacerlo con una cierta intimidad, Ana se acercó y dijo :

De eso, ni hablar... Anda, sácate las bragas para que no se te mojen y ofrécenos una buena meada... Luego, el porrito será tuyo... Y lo que quieras.

Estas tías estaban como un cencerro pero la perspectiva de orinar ahí delante de ellas me excitaba en cantidad. Así que me las saqué y se las eché a la cara a Ana que las pescó al vuelo dándose cuenta enseguida que estaban empapadísimas. Se las llevó a la nariz y al olerlas – gesto que me recordó de inmediato a Carlos pues tenía la costumbre de hacerlo y decía que eso lo ponía a cien- se dio cuenta enseguida que aquello que las mojaba no era pis :

Uauuuuhhh ! ¡Julia, ten ! ¡Huele esto ! – dijo Ana pasándoselas a Julia. Esta al cogerlas, untó su índice con el líquido absorbido por la tela y se lo llevó a la boca :
Hummm ! Yo diría que nuestra Sandrita va muy caliente... Después de mear, el porrito te lo fumas con nosotras...

Me levanté la falda, me puse en cuclillas y separando las piernas tanto como pude me dispuse a orinar. De inmediato un espeso chorro dorado salió con gran fuerza inundando el plato de la ducha y salpicándome los pies y las piernas. Durante los largos segundos que duró mi espectacular e inesperada micción, sentí redoblado el gusto : por un lado, gusto por sentirme al fin aliviada y por otro lado, gusto de ver la cara de mis amigas que no daban crédito a lo que veían.

Cuando estaban saliendo las últimas gotitas también salió Pepe del aseo. Se quedó boquiabierto ante la escena y a pesar de no estar en estado de hacer ningún comentario con sentido, vi como sus ojos se salían de sus órbitas para clavarse en mi coño como un rayo láser. Como todavía estaba serena como para intuir que aquello podía degenerar, solté levantándome y dejando caer de nuevo la falda :

¡Ostia, Pepe ! Es que tardabas tanto ... – y nos echamos a reir las tres y Pepe, ruborizándose volvió hacia el comedor, dejándonos solas.

Abrí la ducha y dejé que el agua fría limpiara los restos de mi inolvidable meada. Me sequé y pedí a mis amigas que encendieran el porro. Cogí una de las copas y bebí, de pie junto a ellas. Ana no me quitaba los ojos de encima :

¿Tú nunca lo has hecho con una mujer ? – y deslizó una mano bajo mi falda hasta hacerla tocar el vello de mi sexo.
No, nunca – contesté haciendo ademán de coger mis bragas sobre la mesa. El dedo mayor de Ana se abría paso delicadamente hasta undirse totalmente en mi vagina.
¿No te vas a poner estas bragas mojadas ? Nos las vamos a quedar nosotras como recuerdo, ¿ vale, tesoro ? – ahora era Julia la que hablaba.
Vaaaaleee ... – contesté con un hilillo de voz que era más bien un gemido de placer. Y abrí un poco más las piernas.

Ana, sentada, no paraba de penetrarme con su dedito y con el pulgar me acariciaba delicadamente el clítoris. Julia se había levantado y puesto detrás de mí ; me había desabrochado algunos botones del vestido y pasando las manos en su interior terminó por encontrar mis pechos que acarició con especial maestría. Todo estaba muy bien pensado : si alguien llegaba de improvisto, en un tristrás disimulábamos y como si nada estuviera pasando. Pero yo no quería que llegara nadie... Al menos no enseguida.

Entre los dedos divinos de Ana y las manos mágicas de Julia, no tardé nada, pero lo que se dice nada en correrme como una loca ; esta vez con un maullido que intenté fuera lo más silencioso posible ayudado por la mano de Julia que me tapaba la boca para evitar que mis grititos llegaran a otros oidos.

Era la segunda vez que me corría en menos de una hora. Y las dos veces de pie – que aunque no sea raro es poco habitual – Y las dos veces en manos de personas sexualmente desconocidas e inesperadas. Una gozada, vamos.

Me senté sobre las piernas de Ana, la más corpulenta de las dos y como si no hubiera sucedido nada les dije :

Bueno, ¿qué ? Este porrito ¿ nos lo fumamos o qué ?
Por supuesto –dijo Julia encendiéndolo y acercándomelo a los labios. - ¿Sabes que eres muy puta ? – me espetó plantándome un tórrido beso que hizo que el humo del petardo pasará directamente de mis pulmones a los suyos.
Yo también quiero... – y ahora era la otra la que me daba lengua. Y yo qué iba a hacer... Finalmente este par de bolleras me habían hecho ver el cielo y una que es agradecida... Pues eso, les ofrecí mi boca y mi lengua juguetona y así nos fumamos ese porro que nos sentó de gloria.

Entonces apareció Carlos que sinceramente pienso que no vio nada raro pero también es cierto que no lo veía yo capaz de ver nada con claridad :

Ah, estás aquí... Te andava buscando... Huele muy bien, aquí ¿Qué estáis fumando ?
Toma... Nosotras ya nos vamos para casa – dijo Julia cogiendo disimuladamente mis bragas y escondiéndolas en su mano y ofreciéndole con la otra la colilla del porro.
Pero si sólo son las tres y media... – objetó Carlos
Ya... Pero estamos rotas – y mirándome a los ojos intensamente : - rotas y calientes, ¡ ja, ja, ja !
Bueno, monadas – Ana se levantó y me dio un tierno beso en los labios y otro a Carlos... Ha sido una fiesta magnífica... y sorprendente ¡je, je je ! Espero repetirla pronto...
Vale... Voy rápido al baño que... – dijo Carlos y desapareció tras la puerta del aseo.

Nos reímos las tres como chiquillas :
Venga... Os acompaño hasta la puerta.
No, tonta... Quédate aquí tranquila. – dijo Ana con un tono lleno de sobreentendidos.
OK. – dije algo triste pues sinceramente me hubiera gustado terminar la noche con ellas. Julia que se dio cuenta añadió para alegrarme :
Vale... Acompáñanos... – y cogiéndome por la cintura fuimos andando lentamente hasta la puerta- La próxima vez nos montamos una fiesta las tres solas, ¿vale ? Y nos podrás comer el coño tantas veces como quieras... –al oir este comentario soez sentí de nuevo la calentura recorrerme la espalda e hice una mueca de placer.
Ya te lo decía yo – añadía burlona, Ana- que a nuestra Sandrita la íbamos a convertir a la buena causa.
Sí, tienes razón... Pero, una cosa... Te dejaremos que nos comas el nuestro pero el tuyo, primero, te lo vamos a rasurar... ¡Qué asco tanto pelo ! Con lo bonito que es todo peladico como un albaricoque...
Mensaje recibido, chicas... Haremos la fiesta de la espuma... ¡ Ja, ja, ja !

Entre risas y besos nos despedimos. Me quedé apoyada en la puerta, pensativa. Hasta este día me pensaba que era heterosexual, pero ahora dudaba... En ese momento Trini pasó a mi lado :

¿Estás bien, Sandra ? – tenía una voz dulzona, un poco amanierada.
Sí, Sí... No problem – no tenía ganas de entablar una conversación con ella - Ve con los otros que yo llego enseguida.

Trini era una buena compañera de trabajo de Carlos y desde la primera vez que la vi estaba convencida que a mi marido le gustaba un montón. Las razones eran tan evidentes... Trini tenía un par de tetas impresionantes ... y un culazo de africana que estoy segura que formaban parte del repertorio de imágenes masturbatorias de Carlos.

Estaba a punto de seguir a Trini cuando Carlos llegando por detrás de mí me abrazo por la cintura y me dijo :

¿Adónde vas tan aprisa ? – y sin que tuviera tiempo de decir ni mu, me llevó a una pequeña habitación que se encontraba justo en frente de la puerta principal. Entreabrió sigilósamente la puerta y me pidió que mirara adentro.

Estaba claro que esa noche era diferente a todas las otras y que iba de sorpresa en sorpresa. Lurdes, una chica mayor que yo –los treinta sobrados- super simpática pero no especialmente bonita y que había llegado a la fiesta soltera y sin compromiso estaba siendo follada simultáneamente por dos tíos, uno acostado, Toni, penetrándola por delante y otro, que no distinguía a verle la cara con claridad pero que seguro que se trataba de Raúl, arrodillado detrás de ella y taladrándole el culo. El ruido de la música ensordecía los gritos de Lurdes pero su cara era elocuente, reflejaba claramente el placer que la invadía : los ojos abiertos, desorbitados, mirando fijos algún punto oculto de la pared ; la boca abierta no cesaba de proferir gritos salvajes. Sus cuerpos brillantes de sudor se movían acompasados.

Minutos antes me había olvidado de Juan y de mi promesa de desvirgarlo esta misma noche. Me había ofrecido a los toqueteos lujuriosos de Ana y Julia y éstas habían conseguido que no pensara en otra cosa que en volverlas a ver y ahora, viendo esta escena ante mí, merecedora de un primer premio pornográfico, me puse de nuevo a pensar en Juan y contemplé la posiblidad de proponerle a Carlos de hacer un trío esa misma noche.

¿Qué te parece ? – me dijo al oído mientras me metía mano sin contemplaciones - ¡Vaya ! ¿Qué has hecho con las braguitas ? – y me hundió un dedo entre las nalgas.
Las braguitas las he mojado un poco demasiado y lo que veo me parece una pasada. ¡Lurdes está en el séptimo cielo !
¿Te gustaría estar en su lugar ? – me había leído el pensamiento y para corroborarlo ahora me follaba como a Lurdes pero con dos dedos.

Y ahí estaba yo otra vez, iniciando la ascención a la tercera cumbre de la noche, sin guía y sin oxígeno. Alpinista consumada que era una, me concentré en el esfuerzo necesario para alcanzar rápidamente la cima absorbiendo todo el goce que Lurdes sentía en ese momento e imaginando clavadas en mí las pollas de Carlos y Juan partiéndome en dos, bombeandome sin tregua :

¡Amooooorrrr míooooooo ! – y mi grito agudísimo hizo que los tres protagonistas detuvieran sus embites y nos miraran sorprendidos. Toni nos hizo un gesto de triunfo con el pulgar y a Carlos un guiño cómplice y un gesto con la cabeza indicándole que a Lurdes le quedaba una boca libre.

Tras el orgasmo me quedé como atontada. Carlos me interrogó con la mirada : quería saber si yo aceptaba que la golfa de Lurdes le mamara el cipote. He de confesar que me asaltó la duda pues hasta entonces nunca lo habíamos hecho con otros u otras – nunca en presencia del otro, claro- pero también, pensé, nunca me había dejado acariciar por otra mujer ni tampoco nunca me había corrido en brazos de un hombre sin que me tocara. Así que puestos a probar nuevas sensaciones, empujé a Carlos dentro de la habitación, le bajé la bragueta, le saqué el miembro empalmado y mirando a Lurdes que seguía con su queja lúbrica le dije :

Ve, cariño... ¡Metésela hasta la campanilla ! A ver si esta golfa te la chupa mejor que yo.

Carlos se desabrochó los pantalones y sin decir ni hola ni adiós le metió la polla en la boca a la pobre Lurdes que parecía un enorme pinchito con tres bastones y ésta propulsada por un resorte desconocido se puso a chupársela con tal ahinco que Carlos no tardó ni un minuto en vaciarse llenándole la cara de esperma caliente. Y Lurdes que seguía gimiendo y gritando como en una especie de orgasmo permanente. Y yo, alucinada por el espectáculo ofrecido y caliente como nunca antes había estado, me pajeaba vigorosamente en busca del cuarto de la noche observando como la tranca de Raúl entraba y salía del castigado culo de Lurdes.

¡Ohhhhhhhh ! ¡Diooooooossss ! ¡ Miradme, cabrones ! ¡Mirad cómo me cooooorrrroooo !

El orgasmo llegó brutalmente ; fue tan intenso que de mi coño ardiente surgió un chorrito de líquido translúcido que se esparció en el suelo formando un pequeño charco. Me había literalmente corrido como un hombre, salvo que aquello no era semen ni tampoco orina. Era la primera vez que me ocurría.
Casi al unísono, incapaces de aguantar más tras lo que acababan de ver, Raúl y Toni aceleraron su vaivén y lanzando salvajes aullidos de placer se corrieron llenando de lefa caliente las entrañas de la bienfollada Lurdes.

Normalmente la leche de mi marido es para mí – y complétamente perdido en mí todo sentido de vergüenza y de pudor, me acerqué a su cara, de la que colgaban aquí y allí escupitajos de lefa y me la bebí toda a lengüetadas como un gatito su platito de leche.

Lurdes como despertando de un sueño maravilloso me preguntó :

¿Cuándo dais la próxima fiesta ?

Salimos de la habitación, Carlos y yo, cogidos de la mano. En el comedor sólo estaban Pepe y Trini hablando tranquilamente. Nos sentamos a su lado y les preguntamos dónde estaban los demás. Trini nos contestó que se habían marchado todos o casi y que al lado estaba Juan que se había quedado dormido. Entré a verlo y lo vi tumbado en el sofá, aparentemente dormido a pesar del estruendoso fondo musical. Bajé la música y me acerqué a él para comprobar que efectívamente estaba dormido. Respiraba pausadamente y en su cara se reflejaba una gran serenidad. Le toqué su abultado paquete con suavidad y al ver que no reaccionaba comprendí que efectivamente estaba frito.

Volví al comedor pensando en que me moría de ganas de descubrir si era cierto lo que mi mano horas antes había percibido y lo que Carlos en una ocasión me dijo : que Juan la tenía de caballo, una auténtica tranca de semental. No es que la de Carlos estuviera mal, no ; lo bueno de Carlos es que siempre tenía ganas y aunque se corría bastante rápido, se recuperaba igual de rápido y siempre dispuesto. Pero, vamos, que a nadie le amarga un dulce, digo yo.

Raúl, Toni i Lurdes se habían unido a nosotros. Descorchamos una nueva botella y brindamos entre risas y bromas por un verano lleno de amor y felicidad. Tras fumarnos el último porrete de la noche, los cinco decidieron volver a sus casas –todos en taxi, por supuesto- y Carlos y yo nos quedamos solos, con el dormilón al lado. Apagamos las luces, la música y dejamos a Juan en el sofá durmiendo como un bebé. Nos lavamos los dientes y nos fuimos a la cama sin más preámbulos. Desnudos el uno contra el otro, empezamos a hablar :

¿Cómo te ha ido con Juan ?
Bien, bien... Es un tío muy majo...
Y le gustas mucho, también... Ya he visto como te tocaba el culo.
Ya... ¿Y tú con la tetuda ? ¿Qué ?
¿Qué de qué ? Que sepas que me he pasado la mitad de la noche intentando convencerla de que se tirara al Juanito...
¿ Y ?
Que por ahora no hay nada qué hacer... Dice que le gusto yo...
¡Qué pedazo de cabrón estás hecho ! – y le di un tortazo suavecito.
Dice que le gusto yo y que sus tetas son para mí, para cuando yo las quiera.
Ya... Y va y me lo creo.
Figúrate que en la cocina, poco antes de que tú pasaras por delante, estábamos hablando de sexo, yo le preguntaba si estaba saliendo con alguien, y ella que no pero que con el chico que salía hasta hace poco le gustaba mucho practicar la cubana...
Claro y tú le has dicho que con tu mujercita eso no era posible...
Pues no, no me ha hecho falta decírselo. La tía se ha desabrochado la blusa y se los ha sacado los dos, delante de mí. Dos melones impresionantes, con unas aureolas así de grandes – con su índice y pulgar hacía un círculo – y un par de pezones que parecían garbanzos.
Y tú le has dicho : « ¡Aparta esto de mi vista, pecadora !
Eh, que uno no es de piedra. Se los he sobado, pellizcándole con ganas los pezones y ella que no paraba de gemir de gusto diciéndome : « Sigue, sigue, arráncamelos, muérdemelos, chúpamelos » Y eso he hecho un buen rato mientras ella me aplastaba con las manos en mi cabeza sus tetas contra mi cara. He parado porque no quería que nadie ni sobretodo tú nos sorprendiera.

Sólo de contarme esta anécdota y de pensar, imagino, en la cubana con la que un día de estos la tetuda le iba a obsequiar, la verga se le empalmó de nuevo y como es lógico dadas las circunstancias no dudé un instante en saltar sobre la ocasión, me senté sobre él y me la clavé hasta el fondo con una facilidad pasmosa. Y es que llevaba horas fabricando fluidos vaginales...

Así que la Lurdes la chupa mejor que yo, ¿eh ? – y me levantaba sacándomela del coñito, esperando su respuesta.
No, no... tú eres la mejor mamadora del mundo – y me empalaba de nuevo haciéndole gritar de placer ; y yo también, de paso.
Y mis tetas no valen nada comparadas con las de Trini, ¿eh ? – y repetía la operación de bajada-subida.
No, no... las tuyas me vuelven loco – y me las pellizcaba igual que a Trini lo que me producía potentes descargas de placer, de dolor y de placer.

Sentada sobre él, mis manos appoyándose en su pecho, empecé a cabalgar frenéticamente y a chillar con todas mis fuerzas :

¡Arrrrrrgggggg ! ¡Qué gustoooooo !

Me quedé clavada sin parar de correrme, en uno de esos largos y salvajes orgasmos que me vienen cuando menos me lo esperó, cerré los ojos y sentí al mismo tiempo golpear en lo más profundo de mi hambriento coño el caliente semen de mi marido.

Nos besamos apasionadamente nos dijimos que nos amábamos con locura y cerramos las luces para disponernos, por fín, a dar descanso a nuestros cansados cuerpos. Carlos se durmió el primero, como siempre y yo sentía como su leche se perdía entre mi vulvita empapando mi entrepierna... Morfeo se estaba apoderando de mí pero aun me quedaba un atisbo de conciencia para recoger con mis dedos un poquito de su esperma y llevármelo a la boca para degustarlo como colofón de una noche inolvidable.

Unas horas más tarde me desperté. Los primeros rayos del día iluminaban dulcemente la habitación. Habíamos olvidado de correr las cortinas y nuestro dormitorio daba justo a la galeria, allí dónde estaba la ducha. Precisamente en la ducha había alguien y ese alguien no podía ser otro que Juan, el único que se había quedado a dormir. Me di cuenta de que al ir a ducharse por fuerza había mirado hacia el interior, había visto la cama y mi cuerpo desnudo y... Juraría que se estaba masturbando ; y eso no podía perdérmelo. Me levanté sigilosamente pues no quería que Carlos se despertara, por ahora. Me acerqué a la ducha, descorrí la cortina y provoqué a Juan un cómico sobresalto. No estaba tocándose, descubrí algo decepcionada, pero no tardé nada en observar el maravilloso instrumento que colgaba entre sus piernas :

Lo siento, Sandra. No quería abusar de vuestra confianza – dijo timidamente girándose un poco y tapándose pudorosamente su impresionante rabo, pero sin apartar la vista de mi cuerpo desnudo con los ojos clavados en el frondoso bosque de mi entrepierna.

No pude evitar de pensar en aquellas vacaciones que pasé cuando tenía quince años, en la granja de mis tíos Jacinto y Lola y sus cuatro hijos, tres varones y mi prima Aurelia, todos mayores que yo, y cómo significaron para mí el descubrimiento del sexo en toda su magnitud erótica, sensual pero también perversa. Más que recordar esas vacaciones (que ya contaré en otra ocasión), la visión de la verga de Juan me recordó a Tronco, el burro de mis tíos que mi primita se encargó de presentarme.

¡Qué dices, tontorrón ! Haces muy bien... Además, te hice una promesa, ¿no ? – le dije picaronamente mientras le hacía girarse ante mi para observarlo con detenimiento.

Juan era más bajito que Carlos pero más corpulento. De Carlos, me gustaba su delgadez, era pura fibra ; todo en él era fino : su piel, su pelo clarito, su pecho desprovisto de toda pilosidad... Pero por encima de todo, me gustaba su culo, un culo perfecto de nalgas rebosantes y salientes ; un culo de torero, vamos. Había en Carlos algo de andrógino en su cuerpo y también de femenino a la hora de vivir y gozar el sexo ; por ejemplo, le encantaba que le pellizcara los pezones, o que le lamiera el agujerito de atrás o que le metiera uno o dos dedos mientras lo masturbaba. Sin embargo, lo que tenía de muy masculino, de muy viril era la cantidad de esperma que soltaba al eyacular : ¡impresionante ! También en eso era especial pues le gustaba pedirme, cuando eyaculaba en mi boca, que nos besaramos para así compartir su caldito, decía.
Bueno, a lo que iba ; Juan tenía un torso y unas piernas muy velludos – pero no la espalda ni los hombros como esos hombres que parecen chimpancés- , de un vello oscuro y espeso ; tenía unos brazos bien musculados y unos muslos que hacían el doble de los de Carlos. Total que, a pesar de no haber dormido lo suficiente y de estar un pelín resacosa, sentí el ronroneo de la « sex machine » -como así me llamaba mi marido- calentando motores. Y le dije :

Juan, tú quédate aquí... sin hacer nada – y le acaricié el sexo para que me comprendiera- que yo voy a hacer un pis y vengo enseguida.

Pasé antes por la cocina y me bebí un vaso de leche fresca – de vaca, esta vez- que me quitó de cuajo esa desagradable impresión que la resaca te deja en la boca y me fui presta al baño – observando de reojo que Juan seguía tal como lo había dejado -, meé aparatosamente para que pudiera escucharlo – que sé que eso a los tíos les encanta – y sin secarme ni nada, con el chochito goteando me metí en la ducha, cerrando tras de mí la cortina.

¿Ves ? ¡Ya estoy aquí ! Y ahora voy a lavarte – le dije abriendo el paso del agua y graduándola calentita como a mí me gustaba.

A falta de bañera, habíamos instalado un plato de ducha el más grande del mercado, pues a menudo disfrutábamos, Carlos y yo, del placer de ducharnos juntos. Pedí a Juan que se girara de espaldas y que apoyara las manos en la pared embaldosada. Le enjaboné primero su musculosa espalda masajeándola con deleite ; le pedí que separara las piernas y proseguí por sus pies, sus tobillos, sus pantorrillas de ciclista, sus rodillas, sus poderosos muslos, su culo respingón... El agua resbalaba cálidamente sobre nuestros cuerpos y yo en cuclillas, con la cara a un palmo de su trasero, luchaba por contener la impaciencia de tocar, de ver, de devorar su tranca iniesta.
Juan se dejaba hacer, sumiso y comprendí que en eso también Carlos y él eran muy distintos ; Carlos en ese momento ya estaría tocándome, besándome y metiéndome dedos y polla por todos mis agujeritos.

Me pegué a él tanto como pude, pasé mis jabonosas manos por delante abrazando y acariciando su pecho –que agradable sensación recorrer su viril vello arañandolo delicadamente con mis largas uñas rojas – y mordiéndole el cuello le dije :

¿Te gusta ? ¿Te gusta lo que te hago ?
¡Oh, Dios ! ¡Es pura delicia !

Apoyé mi cara contra su espalda, cerré los ojos y me concentré en el descenso inapelable de mis manos sobre su vientre, el tacto de los ricitos de su pubis y el primer contacto de mis dedos sobre su pene, durísimo y caliente. Lo tomé entre mis manos palpando su extremo grosor y su acojonante longitud :

¡Virgen Santa ! Pero... ¿ qué tienes aquí ? – le dije con voz colmada de excitante sorpresa.

Siempre pegada a él, puse jabón en una mano y bajándole la piel de la verga con la otra se la lavé con suma atención. El potente chorro de agua caliente caía incansable sobre mis manos enjuagando simultáneamente esa monstruosa polla y acrecentando el placer que mis caricias le procuraban. Estuve un buen rato pajeándolo con la mano cerrada en círculo sobre su miembro sin que los dedos pudieran tocarse con el pulgar. Yo no paraba de pensar en sus dimensiones descomunales comparándolas con las imágenes del burro de mi prima, mientras frotaba mis endurecidos pezones y mi pubis contra la piel ardiente y húmeda de Juan. Mi otra mano intentaba agarrarle los huevos, los sopesaba, los calibraba : eran duros y pesados y le colgaban como los de un toro de lídia.

No sé cuántos minutos pasamos así ; él en la misma posición, gimiendo sin cesar y yo masturbándolo frenéticamente, tanto que ya empezaban a dolerme las manos y los brazos. Pensaba : « ¡Cómo aguanta este tío ! Mi Carlos con este tratamiento ya se hubiera corrido ocho veces. ». Me di un respiro y paré de darle al manubrio :

Ahora te toca a ti lavarme. – se giró y al hacerlo me golpeó la cintura con su cachiporra.
Pero, primero, déjame probar una cosa... – y arrodillándome, abrí la boca tanto como pude y me la tragué sintiendo como se me acababa el aire para respirar y diciéndome que debería cambiar de técnica mamatoria si no quería terminar con las mandíbulas desencajadas.
¡Ahhhh ! ¡Mmmmm ! ... ¿Y si Carlos se despierta ? – dijo con un hilillo de voz que indicaba que le importaba tres pepinos que se despertara. Tuve que sacarme el chorizo de cantimpalo que me estaba comiendo para poder contestarle. Lo tenía ante mí tenso y brillante como esos sex-toys impresionantes que las tías se meten, Dios sabe cómo, en las películas porno.
No te preocupes, ése está durmiendo como un lirón – le dije como saliendo a la superficie tras media hora de apnea y vi como Juan estaba como avergonzado.
Si no quieres no hace falta que cumplas tu promesa. Me conformo y mucho con lo que me estás haciendo.
Hombre, miedo si que da, pero...¡ Lo prometido es deuda ! Y ten por seguro que pienso pasármelo en grande con tu cachipirulo. Pero por ahora lo que quiero es que me laves la panochita, bien lavadita – y levantándome frente a él le ofrecí mi boca y mi lengua para que me besara mientras su enorme capullo se me clavaba en el ombligo.

Empezó lavándome el cuello, los brazos, los hombros. Me cogió las manos entre las suyas y me dijo que le encantaban, que eran finas y muy femeninas ; me chupó los dedos uno por uno como si fueran caramelos de fresa. Después se ocupó de mis tetitas, masajeándolas con suma delicadeza y a continuación tomó ambos pezones entre su pulgar y su índice presionándolos y retorciéndolos como Carlos le había contado que me gustaba. Me sentía enloquecer de placer. Mis manos no cesaban de tocar, de sobar, de estrujar esos órganos genitales que me iban a llevar al séptimo cielo. Nuestras lenguas se encontraban de vez en cuando para enlazarse ébrias de excitación. Por eso, cuando sentí su mano deslizarse sobre mi coñito enflamado y uno de sus dedos abrirse paso en su interior, no pude evitar soltar un alarido de gusto extremadamente agudo que exteriorizaba sin trabas la potencia del orgasmo.

Terminó de lavarme y cogiendo la ducha en la mano la sostuvo por debajo de mi vulva y girando el pomo para dejarlo en posición de chorro único lo dirigió contra mi sexo. Separé algo más mis piernas y con la punta de los dedos estiré mis abultados labios mayores abriéndome el coño de par en par para que la potencia del chorro me penetrara hasta mis entrañas.

Como también Carlos se lo había dicho, yo era una mujer multiorgásmica. Bastaba con que me concentrara para que una simple estimulación en cualquier de los incontables puntos erógenos con que la madre naturaleza me había dotado, provocara en mí la inmediata apertura de las puertas del clímax. Carlos, al principio, se divertía contando mis orgasmos. La noche en que nos conocimos llegó a contar hasta siete... y sin salir del coche. Estaba completamente entusiasmado ; dijo que había encontrado en mí la mujer de su vida, una hembra increible que colmaba, de largo, todas sus expectativas. Yo tenía apenas veinte años y él veintiocho. Total, que tres semanas después de nuestro primer encuentro, me pidió en matrimonio. Y acepté.

Mientras me morreaba apasionadamente con Juan, mi mano se la sacudía sin descanso y el agua caliente me lamía voluptuosamente todo el chocho, me llegó el segundo sin previo aviso y pensé al mismo tiempo que gritaba como una perra en celo que estos dos más tres o cuatro de la noche anterior, mi adorado maridito no los había podido contar.

- Ahora, cielo, me vas a lavar el culete, como a los bebés – le dije girándome y poniéndome en la misma posición que él minutos antes pero con las piernas bien abiertas.

Con tanto ruído Carlos se había despertado y sospechando, o mejor dicho, reconociendo la frecuencia y la intensidad sonora de mis corridas quiso rapidamente unirse a la fiesta. Se levantó, se vino hasta la ducha, descorrió la cortina y ...

¿Qué ? Aquí pasándolo de coña y sin decirme nada – Juan se giró asustado y yo sin cambiar mi posición le miré de reojo y sabiendo que su tono de enfado era falso le dije :
Pobre Juan, estaba tan solito en la ducha que me he ofrecido a lavarle la pilila – y diciendo esto le cogí el rabo que seguía luciendo una espeluznante erección - ¿Has visto, Carlos, qué cosa más hermosa tiene tu amigo ?
¡ Joder ! ¿ Y con esto quieres follarte a mi mujercita ?
Yo... Hombre, no sé... Yo... Si ella quiere...
¿Qué si quiero... ? Cómo no voy a querer si desde que hemos bailado juntos hace unas horas sólo pienso en eso ... Pero, de momento, estábamos en que me ibas a lavar el trasero...
Vale – dijo Carlos- pero tu me lavas a mi al mismo tiempo...

Para ello tuve que girarme de cara a la galería. Carlos se puso ante mi y yo me incliné apoyando mis manos en mis rodillas, las piernas separadas y extendidas. Juan se puso detrás de mí, abrió de nuevo la ducha y lo apuntó directo a mis nalgas al mismo tiempo que yo, abriendo la boca, comenzaba a « lavar » el pene de Carlos que se endureció rapidamente al contacto de mi encantadora lengûecita.

Juan, prepárale el culo, bien preparadito. Primero le metes un dedito, con mucho jabón, suavecito... – y sentí como mi ano se dilataba poco a poco penetrado por uno de los dedos de Juan.
¡Ahhh ! ¡Qué bueennno ! – gemía pensando en que debía preservar la polla de mi marido para que pudiera sustituir sus dedos – sí, los dedos pues ahora Juan acababa de meterme el segundo – ¡Ahhhh ! ¡Cómo me gustaaaaa !

Y fui a por el tercero. Me enderecé y sin que Juan dejara de follarme el culo digitalmente le pedí a Carlos que me comiera el coño ; cosa que hizo que nunca nadie antes me lo había hecho : me chupeteaba el botoncito triple x, me metía la lengua como un estilete ...

¡OOOOHHHH ! ¡Qué lenguaaaaa ! ¡Y qué deeeeeddoooossss ! ¡Me vieeennneeee ! ¡Ahhhhh ! –

Y por segunda vez en pocas horas volví a correrme soltando un chorrito de ese misterioso líquido que fue relamido, bebido y tragado por Juan sin apenas darse cuenta.

Nos unimos en un abrazo increíble de pasión y sensualidad y tras un breve instante de relajación les cogí sus miembros erectos, uno en cada mano y les dije :

Vamos, chicos, ¡ a la cama !

Una vez en la cama, perdí totalmente el control de la situación. Carlos tomó las riendas del juego y pidió a Juan que se tumbara :

¿Te acuerdas de Lurdes ? – me dijo – Te vamos a preparar un glorioso bocadillo.

Abrió el cajón de su mesita de noche y sacó un tubito de lubrificante que me era muy conocido. Me puse a cuatro patas y mientras mi boca lamía y relamía el increíble falo de Juan, Carlos me puso un chorrito del aceitoso líquido entre mis nalguitas. Introdujo un dedo y un segundo dedo y me penetró con ellos suavemente, al mismo tiempo que los iba separando para dilatar progresivamente mi ano. Breves instantes después sentí la punta de su polla abriéndose paso en mi culito y de un solo embite me la metió hasta el fondo. Solté un agudo alarido, mezcla de dolor y de placer, pero enseguida me relajé y las punzadas dolorosas dejaron paso a exquisitas ondas de goce.

Separándose de mí me pidió que me sentara sobre Juan. Mi sexo ardiente no precisaba lubrificante alguno pero, aún mojada como estaba, la presencia imponente del obelisco de Juan me despertaba un cierto temor. Pero una es valiente y al toro hay que agarrarle por el rabo, así que me senté sobre él, abrí cuánto pude mi juvenil chochito y me dejé empalar tanto como pude por esa descomunal estaca.

¡Aaaauuuuuuuaaaaa ! – grité sin tapujos sintiéndola partirme en dos ; toda mi cavidad vaginal repleta hasta el más profundo de sus rincones.

Jamás había experimentado una cosa así. Me sentía como un insecto clavado en vida por un brutal entomólogo. Juan no se movía apenas. Yo seguía inerte y gimiendo mi letanía suplicante. Entonces, Juan, temeroso de estar haciéndome demasiado daño, intentó desclavarse. Ese movimiento me despertó de mi suplicio y apoyándome en su velludo pecho me empalé al máximo sintiendo como el extremo de su verga chocaba salvajemente con el fondo de mi atormentada vagina. Curiosamente, lejos de agudizarse el dolor, éste dejó paso a un placer violentamente animal que jamás antes había sentido. E inicié uno de los orgasmos en serie y sin descanso que deberían figurar en los anales de la historia del clímax femenino.

Sentí la polla de Carlos intentando abrise paso en mi culo y me propuse ayudarle tanto como pude. Me incliné hacia delante hasta quedar pegada al busto de Juan, con su falo clavado hasta el fondo y con las manos separé cuanto pude mis glúteos para que Carlos me la metiera allí donde tanto deseaba. Y continué mi letanía orgásmica e imparable de grititos, de gemidos, de maullidos... Hasta que sentí casi simultaneamente un chorreo lechoso en mi culo y otro de caudal todavía más imponente estrellarse en mis entrañas. Literalmente, me habían reventado de placer.

Tras unos segundos en los que nadie dijo nada, nuestros cuerpos se relajaron, nuestras respiraciones recobraron su ritmo normal y los dos inquilinos de mis cuevitas desalojaron sus posesiones dejando tras de si riachuelos de semen caliente que brotaban sin cesar de mi.

Con la sensación de haber vivido una experiencia maravillosa, colmadas todas mis apetencias más golosas, me dormí abrazada a esos dos hombres que me habían amado con tanta pasión.







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Comentarios enviados para este relato
jelipz (19 de November de 2010 a las 04:48) dice: muy largo pero exitante xq no dejas tu msn mejor

katebrown (18 de October de 2022 a las 20:38) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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