Nos conocimos cuando éramos estudiantes universitarios y me flechó desde el momento en que la vi. Yo estaba algo tomado, pero podía determinar claramente lo que quería: ella.
A pesar de ser una fría noche invernal, llevaba puesta una especie de sweater largo, emulando una minifalda, color verde olivo que combinaba a la perfección con su largo y rubio cabello que lo tenía poco arriba de la mitad de su espalda.
La invité a bailar y gustosa aceptó.
Esa noche yo buscaba una movida, pero ella era diferente: era para considerarla como compañera de toda la vida. Se le sentía lo fino y su educación.
Al poco tiempo de conocerla, le pedí que fuera mi novia. Ella le dio largas al asunto y me trajo arrastrando poco más de un mes.
Durante las vacaciones de primavera, fuimos a pasar unos días a nuestra ciudad natal (ambos somos de la misma ciudad), donde finalmente me dio el ansiado sí.
Cuando regresamos a la universidad, días más tarde, el noviazgo comenzó a desarrollarse de una manera normal con besos aislados, agarraditas de la mano y las típicas (y tímidas) caricias ya que se trataba de una muchacha algo santurrona, de sólidos principios familiares y basta solvencia económica, al menos, eso aparentaba.
Yo no pintaba mal, me consideraba un buen partido, pero sucedía que siendo de la misma ciudad teníamos algunos amigos en común, pero extrañamente, jamás la había visto.
Las caricias y los besos fueron subiendo de intensidad, especialmente al irla a dejar a su apartamento, dentro de mi automóvil.
Sin transgredir aún su intimidad, una noche comencé a frotarme la verga con el pantalón mientras nos besábamos, sin que se diera cuenta, y tuve una fabulosa eyaculación algo difícil de disimular.
Un día, la invité a cenar a mi apartamento y gustosa aceptó. Mis compañeros de cuarto habían salido y todo estaba ideal para llevarla a la cama, pero no sabía bien cuál sería el mejor método de convencimiento, algo adecuado para no faltarle al respeto. Según yo, la respetaría hasta el momento del matrimonio
Estábamos viendo la televisión y comenzaron los calientes manoseos. Por primera vez, pude ver sus bellísimas tetas y acariciarlas, pero continuábamos vestidos.
Fue en una de las vueltas, que ella metió su mano debajo de mi pantalón y comenzó a masturbarme, sin ver mi pene, pero lo hizo con maravillosa destreza. Sacó su mano y la limpió en una servilleta. 4
Ya “enfriado”, fui al baño y me cambié de calzoncillos limpiándome lo mejor que pude. Su atrevimiento no pasó a mayores, pero aquella grácil y hermosa muchacha iba en serio. A ella pareció no importarle mucho haberme masturbado. No vió mi pene, pero sintió su tamaño, que está dentro de lo que puede llamarse normal, 6.5 pulgadas erecto.
Acababa de terminar un largo noviazgo. Yo conocía a su ex y se trataba de un muchacho de mi edad, pero por lo que me platicaba ella, se trató de una relación que se volvió rutina y estaba plagada de diferencias y peleas.
Se refería a un amigo o pariente de Chihuahua, un tal Fernando, con especial cariño, quien la visitaba cuando ella estudiaba en la CDMX.
Yo siempre sospeché que el tal Fernando le dio sus “arrimones” por la simple expresión de su cara cuando se refería a él.
Pero bueno. Ya habiendo derrumbado una de las barreras, los íntimos momentos subieron rápidamente de tono. Nos escapábamos a las montañas, faltábamos a clases, nuestras calificaciones comenzaron a bajar. Yo terminaba mi post-grado y ella se encontraba a media carrera.
Por primera vez quizá, sus padres tuvieron que tomar acción sobre el pobre desempeño académico de su hija, quien tradicionalmente era una excelente estudiante, y quizá pensaron que se estaba en peligro lejos de casa y con el novio en la misma ciudad. Se trataba de gente muy conservadora.
La realidad es que, a pesar de lo intenso de nuestra relación, no habíamos tenido contacto sexual. Sin ser un gigolo, yo tenía algo de experiencia, más aún no sabía cómo dar el siguiente salto con una mujer con quien definitivamente me encantaría casarme.
Aprovechando las frecuentes salidas de mis compañeros de cuarto, la invitaba a pasar inolvidables tardes en las que, desnudos, nos revolcábamos en la cama y nos acariciábamos con calentura extrema. Me masturbaba dos o tres veces, pero nunca me practicó sexo oral.
Al terminarse el semestre, regresamos a nuestra ciudad. Yo concluí mi maestría y pude conseguir trabajo de inmediato. Mis suegros continuaban con la amenaza de llevarla a estudiar a otra universidad. Yo, con tal de estar con ella, consideraba hacer un doctorado, pero ese verano era mi oportunidad de convencerla de dejar la escuela y formalizar nuestro noviazgo. De alguna forma, la convencí de no volver a la escuela y mi petición causó decepción en sus padres sin lugar a dudas, pero me salí con la mía.
Una noche, mientras paseábamos en mi carro, le pedí que me la mamara. No muy convencida, aceptó. Me bajé el pantalón y se lanzó sobre mí.
Quizá por la pena de que nos vieran, me la mamó torpe y tímidamente al principio. El conductor de otro carro que pasó por enseguida se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, pero me quedé callado, dejándola ser. Fue perfeccionando su técnica hasta lograr mamármela bien, a secas. Conduje hacia un área menos poblada y acabó masturbándome deliciosamente. Esa fue la primera vez que su boca tuvo contacto con mi verga, pero no me vine en ella contrario a mis deseos.
Las visitas a su casa eran todos los días. Ella se recostaba sobre mí en un gran sofá mientras yo seguía sentado. Me ponía sus hermosas nalgas en el regazo. Yo simplemente bajaba su pantalón o levantaba su falda. Casi nunca traía panties. Las raras veces que lo hacía, eran unas sensuales tangas casi transparentes. Yo la deleitaba metiéndole los dedos y ella pegándome aquellas legendarias mamadas, dándole vueltas a mi glande con su lengua, pero aún sin penetrarla.
Teníamos temor de un embarazo y no usábamos ningún tipo de control natal. Según nosotros, no pasaría de dedos y lenguas.
Una noche no pude más. Le pedí que se sentara desnuda sobre mí, solo para sentir su bello cuerpo y mi verga entre sus nalgas. Se levantó y se paró frente a mí. Lentamente se fue sentando, pero mis erecciones eran tan inflexibles que, al sentir el contacto, mi verga se fue directamente a su culo.
Ella la sintió, pero no se detuvo. Sabía bien lo que era inminente. Siguió bajando a medida que se la metía, lenta y deliciosamente, hasta tenerla completamente ensartada. Al sentirla penetrada, la levanté un poco para corroborar con la vista exactamente donde se la había metido.
Para mi gran sorpresa, vi la perfecta penetración por el culo de mi novia. No sé si para ella, pero para mí fue la primera experiencia anal. Lo había tratado con otras mujeres, pero no había podido ya que retrocedía por el intenso dolor que decían sentir, pero mi novia devoró mi verga con su culo con suma facilidad, por el sudor y por la lubricación de ambos.
Otra vez pensé en el tal Fernando y sus fechorías, dándole vuelo a la imaginación.
Me vine agusto, muy agusto, muy intenso. Casi sentía mi corazón en mis dedos metidos en su panocha mientras me vaciaba y ella se retorcía de placer. Coincidimos. La llené toda y a ella le fascinó. Cuando salí de la visita casi a la media noche, nos despedimos en la calle y ella me lamió la cara… ¡delicioso!
Esa noche no puede dormir. Al día siguiente no pude sacar de mi cabeza la increíble noche anterior: me había culeado a mi novia. Pasó lo que tenía que pasar al ritmo que íbamos en nuestra relación.
No sería tan inquietante si se tratara solo de una movida: me había culeado a la mujer que quería de esposa.
El día se me hizo eterno. No podía esperar a que llegara la noche para estar con ella y culeármela de nuevo. Ella tenía 21 años, yo 25 con las hormonas aún desbocadas. No me importaba otra cosa más que culeármela.
Esa noche comprobé que a ella también solo le importaba que me la culeara.
Obviamos los formalismos de la visita y, en cuanto nos aseguramos estar a salvo de mis suegros, ella se desnudó, me bajo los pantalones y me sentó. Se puso de rodillas entre mis muslos y me la comenzó a mamar como loca, poniéndome los ojos en blanco en segundos.
Se subió y nos comenzamos a besar, luego se recostó de la manera acostumbrada y la comencé a dedear como le gustaba. Le abrí las nalgas para contemplar su terso, hermoso y rasurado culito y noté que tenía una pequeña lesión en su esfínter que le había sangrado.
Se lo besé, por primera vez. Se comencé a lamer y a meterle mi lengua haciéndola que casi gritara. Sin importarme causarle molestia o hacerla sangrar de nuevo, le metí la verga deliciosamente, de perrito, ella montada en uno de los sillones. A pesar del aire acondicionado, sudábamos profusamente.
El ritual se volvió cosa de todos los días. Prácticamente abandoné a mis amigos con tal de estar con ella: hacíamos el amor, no solo teníamos sexo anal y oral. No me atraía, bueno hasta la fecha no me atrae, tanto su panocha como su culo. Sigue delicioso, apetecible, ajustadito. Me exprime todo y se queda con todo. Curiosamente, me dejó terminar en su boca hasta después de casados.
Culeábamos donde podíamos: en su casa, en la mía, en el rancho, en casa de sus tías, en casa de las mías, acostados, parados, en albercas y lugares públicos. Una vez, fuera de mi casa, me la comenzó a mamar sin inhibición alguna dentro de su carro. Un viejo conocido del barrio nos vió y luego me comentó. La verdad, me gustó, pero no le dije nada.
En una ocasión, cuando no estaban sus padres, la invité a pasar un día en una playa cercana. Conocía bien un paraje alejado, desierto, un bello manglar con pequeñas playas.
Cuando llegamos, nos percatamos que se encontraban par de pescadores algo retirados. Se notaban lugareños, gente humilde.
Nos tiramos sobre una toalla grande y nos desnudamos. Comenzamos a culear cuando me dí cuenta que los pescadores nos observaban. Ella no se dio cuenta ni le dije media palabra. Le pedí a mi hermosa novia que me la mamara, pero me aseguré que los individuos vieran claramente el acto. Ella abrió sus nalgas en dirección a ellos y me la mamó con el superlativo gusto de siempre. Ellos la admiraron.
Me paré para darles un mejor espectáculo. Ella, arrodillada frente a mí, continuó mamándomela hasta casi acabar, pero me contuve.
Me puse detrás de mi novia y la comencé a culear. Uno de los fulanos se comenzó a masturbar al ver nuestros cuerpos trenzados, haciéndome señas con las manos. Cuando terminamos, ella por fin se dio cuenta que nos habían visto, pero le restó importancia, de hecho, me limpió la verga dejando que ellos vieran.
Nos despedimos del bello lugar y de los pescadores. Ella les dijo adiós con su mano. Platicamos en el carro de nuestro atrevimiento y nos valió madre, incluso, nos excitó bastante.
Cuando llegamos a la playa principal fuimos a visitar a unos amigos. Nos metimos al mar. Mi novia me dio una mamada submarina inolvidable. Acabó masturbándome y otra vez en el camino de regreso por la tarde-noche.
Culear y culear fue cosa de todos los días. En un par de ocasiones me vine en su panocha con la intención de embarazarla y forzar el matrimonio, que acabó consumándose un año después. En una de ellas se retrasó su período. Ella estaba muy preocupada, pero yo feliz. Ya tenía el discurso preparado para sus padres, cuando por fin le bajó.
A ella le gusta mucho montar a caballo hasta la fecha. Lo hace desde adolescente. Traigo esto a colación porque no era virgen. Otra vez, ese tal Fernando, pensé, hizo de las suyas.
Es una bellísima mujer que se ha conservado increíblemente bien a lo largo de los años. Es muy celosa, pero cuando saco al susodicho a colación, se calma en sus ataques quedándome muy claro que la hizo suya, sospechas que yo aceptaba sin problema alguno.
Años después de casados, decidí explorar más su pasado sentimental y la llevé al punto donde no tenía salida, asegurándole por enésima vez que para mí solo contaba a partir de aquella noche en que la conocí. Hablamos sobre su novio, el oficial.
Aceptó: además de masturbarlo regularmente, no tuvo relación sexual alguna con él, vaya, ni sexo oral. Me confesó que la dejaba ardiendo casi siempre y cuando su ex se desocupaba, era patética la forma en que quería deshacerse de ella.
Sacarle la verdad sobre Fernando fue algo más difícil, bastante diría yo, ya que resultó ser un primo segundo de ella a quién conocí en nuestra boda, y que, en efecto, se la estuvo cogiendo en la CDMX y fue por eso que sus padres decidieron mandarla a la universidad donde, de casualidad, yo estaba.
Me asegura que lo hizo por ponerle los cuernos a su novio ya que, según sus palabras, se trataba de un perfecto pendejo con quien inexplicablemente estuvo de novia desde los 17 años.
Su primo le fascinaba, un tipo alto de buen ver, agradable, pero sabía que no podía llegar más allá de una aventura por tratarse de un familiar. Sus visitas a CDMX se volvieron más frecuentes y eso alertó a sus padres, ya que en algunas ocasiones que fueron a visitar a su hija, Fernando siempre estaba con ella. Supongo que la separación fue algo doloroso. Ella tendría 18 o 19 años cuando mucho y tenían sexo anal, vaginal y oral, confesando también que se tragaba su semen. Yo iluso pensaba que no lo hacía conmigo por asco.
Ella continuó un tiempo más de novia, hasta que decidió terminar la relación. Cuatro meses después la conocí.
Aun con meras suposiciones y sospechas, mi novia me presentó a Fernando en nuestra boda. Vino desde Chihuahua seguramente a verla vestida de blanco.
Los vi platicar, no les quité el ojo de encima. Me pidió bailar con él y se lo concedí. Ya cuando supe la verdad sobre ellos, años después, me excité.
Nos hemos visto muy esporádicamente en eventos familiares. Fernando se casó y se divorció y permanece soltero. Mi esposa me jura que jamás volvió a tener relación con él, aunque siempre noto especial afinidad entre ellos.
Aquí entre nos, me gustaría mucho verlos en acción. Quizá propicie yo algo en un futuro.
Gretel entretenida mirando una película de dibujitos animados porno, aceptó que le hiciera el culito, al principio costó bastante, pero al final pude meterle mi badajo hasta los huevos. Fue el comienzo de una maravillosa relación, que hoy, ocho meses después está en todo su esplendor.
Relato erótico enviado por crayzzygary1 el 19 de September de 2018 a las 00:00:01 - Relato porno leído 262657 veces
Las cosas no siempre salen como uno las planifica, fue culeda de manera salvaje por nuestro joven invitado quien le dio con todo por donde ella no lo esperaba,
Relato erótico enviado por Anonymous el 10 de August de 2007 a las 09:27:54 - Relato porno leído 227740 veces
Uno de los momentos mas deliciosos de mi vida y tambien el mas pecaminoso porque sin importar que estoy casada le fui infiel a mi esposo con un albañil. Espero disfruten esta historia tal y como yo disfrute como me hizo el amor, espero sus opiniones.
Relato erótico enviado por Anonymous el 19 de December de 2011 a las 00:16:04 - Relato porno leído 217673 veces
Si te ha gustado La historia de mi esposa y yo vótalo y deja tus comentarios ya que esto anima a los escritores a seguir publicando sus obras.
Por eso dedica 30 segundos a valorar La historia de mi esposa y yo.
thenderson
te lo agradecerá.
Comentarios enviados para este relato
katebrown
(18 de October de 2022 a las 20:35) dice:
SEX? GOODGIRLS.CF
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