De como me involucré en la formación de mi hijastro.
Relato
Hola, este es mi primer relato, agradeceré sus comentarios y sugerencias al correo carlopz2017@outlook.com
Espero que lo disfruten.
La historia de Tín
Hola, mi nombre es Agustín Flores, tengo 38 años de edad y me dedico a administrar un pequeño negocio de tiendas de abarrotes del cual soy propietario. Llevo 10 años de matrimonio con Lorena, a quien conocí cuando ella tenía 20 años y dos hijos, Manuel, que actualmente estudia la secundaria y Bibiana, que es la menor.
Vivimos en una zona en desarrollo ubicada entre dos grandes ciudades de la república mexicana, en una de esas unidades habitacionales tan comunes en nuestra época, sin embargo, contrario a gran parte de estas, que son más nidos de ratas que otra cosa, nuestra comunidad se mantiene prospera y saludable gracias al esfuerzo de sus líderes, dentro de los cuales me incluyo.
La verdad es que soy bastante conocido dentro de la comunidad, ya que, además de un par de tiendas de abarrotes dentro de la misma, soy propietario de varios locales y comercios que generan fuentes de empleo bien remunerado y, si a esto le sumamos las “pequeñas” donaciones que he realizado para apoyar el bienestar social, entenderán porque además de medio famoso, también soy bastante apreciado.
Lo cierto es que poseo el poder adquisitivo para dejar la unidad e instalarme en una lujosa casa en las zonas residenciales de la Ciudad de México, sin embargo, hace tiempo decidí que sería mejor para mis objetivos, mantener un perfil más promedio.
Pero bueno, he divagado un poco hablando de mí y no les he dicho casi nada sobre mi esposa, Lorena es una mujer delgada (casi flacucha, aunque con todo en su lugar), mide un poco más de metro setenta, posee una larga y sedosa cabellera negra que contrasta con su blanca y suave piel y tiene unos grandes ojos negros y de mirada transparente que, junto a su carácter, tímido, le dan cierto aire de inocencia.
Como he dicho antes, la conocí cuando tenía 20 años y a pesar de no haber concluido la preparatoria, ya contaba con dos niños que mantener; en esa época yo me acostaba con quien tenía a mano y una tarde cualquiera ella estaba a mano.
Esa tarde descubrí que detrás de su timidez, se escondía una de las mujeres más lujuriosas que había conocido y que, una vez desbordada por su lujuria, no conocía límites.
Esos fueron los dos principales rasgos que me hicieron continuar saliendo con ella, a pesar de sus dos hijos, y que me llevaron, después de un par de meses y varias y muy variadas experiencias sexuales, a casarme y aceptar el paquete completo.
Sobra decir que, en cuanto tuve oportunidad, ingresé a los niños en internados bien lejos de casa y me dediqué a someter a su madre a los más bajos instintos (los suyos o los míos, es igual), en diez años de matrimonio ha habido sexo anal, intercambio de parejas, orgias en toda regla, bondage y lo que se puedan imaginar.
A estas alturas, más que mi esposa es mi esclava, está acostumbrada a no tener voz ni voto bajo ningún contexto, a complacer cada uno de mis caprichos, aceptar los más retorcidos castigos y, de cara al exterior, a ser el ama de casa ejemplar que nos vende la sociedad desde que somos pequeños.
Hasta hace poco tenía una rutina bien establecida, correr durante una hora nada más levantarme, un baño después del ejercicio, desayunar sintiendo los suaves labios de Lorena sobre mi pene, ir a trabajar, volver casi al anochecer para encontrarla desnuda y de rodillas frente a la puerta, disfrutar de mí puta particular, cena y volver a empezar.
Desafortunadamente la rutina se fue al traste cuando Manuel fue expulsado (drogas), a medio curso, del internado en el que se encontraba, dejándonos sin la posibilidad de enviarlo lejos nuevamente en al menos seis meses.
Al principio me molesté bastante por el cambio en mi mundo perfecto y Lorena pago el precio con una tanda de azotes tan fuerte que no pudo sentarse en tres días, sin embargo, solamente unos días después de la llegada de mí hijastro, las cosas comenzaron a ponerse interesantes.
Fue un lunes por la noche, yo había tenido un día difícil en el trabajo y después de la cena me empleé a fondo con el culo de Lorena, que, a pesar de tratar de contener sus gritos y gemidos por pudor hacía su hijo, dormido en la habitación de al lado, terminó dado un concierto memorable.
Terminé la faena con sus dulces labios bien apretados alrededor de mi glande y la dejé colapsada en la cama mientras yo iba a tomar un vaso con agua.
Salí de la habitación aún desnudo y al ir rumbo a la cocina escuché ruidos en la habitación de Manuel, la puerta estaba entreabierta y al echar una mirada al interior descubrí al chico, desnudo de la cintura para abajo y haciéndose un trabajo manual casi frenético.
Me causó gracia, era evidente que había escuchado mi sesión con su madre y había tenido que desahogar, su pene estaba bastante desarrollado y, a pesar de ser algo delgado, ya era herramienta suficiente para complacer a cualquier mujer, pero lo que más me sorprendió fue que al momento de venirse la palabra mamá escapó de sus labios.
Seguí mi camino rumbo a la cocina, tomé mi vaso con agua y me fui a dormir pensando que quizá, ya era tiempo de involucrarme de lleno en la educación de mi hijastro.
A la mañana siguiente me levanté y, como todos los días salí a correr, sin embargo, en esa ocasión decidí forzar un poco el ritmo en mi recorrido y volví a casa justo antes de que Lorena terminara su baño matutino.
Entré al cuarto, me apresuré al closet en el que ella guardaba su ropa y escogí su atuendo; un short blanco cortísimo y entallado que casi dejaba sus nalgas a la vista y una camiseta amarilla sin mangas.
Me senté a esperarla en la cama, prendas en mano, y cuando salió se sorprendió por un momento.
—Amo, perdón por el retraso, me apuro y tengo listo el desayuno para cuando salgas del baño.
—No te preocupes zorrita, no te retrasaste, hoy regresé temprano para escoger personalmente tu atuendo del día.
—Muchas gracias amo —tomó las prendas y se dirigió al cajón de su ropa interior.
—Ah ah, solo eso, los días han estado bastante calurosos y quiero que estés bien fresquecita —Le sonreí con sorna— ayer apestabas un poco cuando te enculé.
Se sonrojó un poco por la crítica, pero agradeció nuevamente, terminó de secarse y se vistió.
Le eché una mirada y sonreí para mis adentros, tal como pensé, el short dejaba a la vista el principio de sus nalgas y al ser blanco y entallado marcaba su vulva casi como si no trajera nada puesto, mientras que la camiseta, sin sujetador, marcaba perfectamente sus pequeños y firmes pechos.
—Estás guapísima —besé su cuello por la espalda mientras ella contemplaba insegura su imagen en el espejo— desayuno en quince minutos, y despierta a Manuel para que nos acompañe.
Me miró un poco sorprendida, pero asintió y salió del cuarto.
Una vez bañado y vestido, me acerqué silenciosamente al comedor, en donde un Manuel, aún en pijama, literalmente babeaba viendo a su madre preparar el desayuno, mientras esta apenas podía disimular su incomodidad al sentirse observada.
—Buenos días Manuel —el muchacho boto en su silla por la sorpresa— me da gusto que ya estés despierto, el día está hermosos ¿No crees?
—Buenos días señor —el chico no entendió el sentido de mis palabras— sí, es un bonito día.
—Justo quería hablarte de eso —le dediqué una sonrisa tranquilizadora— no es necesario que me llames señor, puedes decirme Agustín o Tin, que es como me llaman mis amigos.
Me miró con cara de no entender, lo cierto es que no llevaba una mala relación con mis hijastros, pasábamos vacaciones y días festivos en el mismo espacio, pero por lo general me mantenía a distancia.
Al ver que los ojos se le iban al cuerpo de su madre y que no parecía tenerlas todas consigo decidí continuar.
—Bueno Manuel —llamé su atención— también quería hablar contigo sobre el tema de tu expulsión del colegio, el director nos dijo que te encontraron un buen paquete de maría en el cuarto y varías cosas más, sin embargo, hablando con tu madre, coincidimos en que no es algo propio de ti y nos interesa escuchar tu versión de les hechos.
—La droga no era mía —se veía nervioso y se trababa un poco al hablar, temiendo el posible castigo— no tengo idea de donde salió y el director no quiso investigar más allá.
—Hey, tranquilo —me encontraba sentado junto a él y aproveché para poner mi mano sobre su hombro— esto no es un regaño y, en caso de que la droga hubiera sido tuya, tampoco te vamos a crucificar por ello, solamente nos interesa saber si la consumes, aunque si me dices que no, yo te creo.
—¿De verdad? —lo sorprendí— bueno… yo no la consumo, me dieron a probar y no me gustó, pero sé de quién era, solo que era mi amigo y no pude delatarlo.
—Ok —hago una pausa, es evidente que ha dicho la verdad— yo te creo y, desde cierto punto de vista, me parece muy noble que no hayas querido delatar a tu amigo, sin embargo, un amigo de verdad, no te hubiera dejado tirado para salvarse. Dicho esto, me parece suficiente castigo el hecho de que te hayan separado de tus amigos y que vayas a perder un año en la escuela. De momento relájate un poco, piensa que quieres para el futuro y me cuentas, mientras tanto, si te aburres aquí, puedes venir conmigo a la oficina o buscar otra actividad.
—Muchas gracias seño… —se corrigió— Agustín, lo voy a pensar.
Lorena se acercó a servir el desayuno, huevo con tocino y café, y dimos cuenta de él entre platicas banales, las constantes miradas de Manuel a su madre y el nerviosismo de ésta.
Al terminar me levanté y salí rumbo al trabajo, no sin antes darle una buena nalgada a Lorena ante la atenta mirada de Manuel.
Mientras conducía pensaba que las cosas habían ido bien, en una mañana le había dado un buen regalo al chico, me había acercado a el más que en los últimos diez años e iba por buen camino para ganarme su confianza.
El día se hizo eterno y llegué a casa bastante molido, pero expectante ante las nuevas posibilidades que me esperaban.
Cenamos tranquilamente y Manuel, que parecía no haberse hartado de mirar lujuriosamente a Lorena durante el día me contó qué sí había estado un poco aburrido, por lo que al día siguiente buscaría algo que hacer.
Mientras Lorena lavaba los platos de la cena me fui al cuarto y liberé mi miembro, crecido por las miradas del hijo hacia su madre, de la presión del pantalón.
Las cosas iban por buen camino, Manuel parecía bastante más dócil que el joven promedio y antes de irse a su cuarto había pasado un cuarto de hora hablando conmigo con un poco más de confianza.
Aún estaba sentado al borde de la cama y sumido en mis pensamientos cuando Lorena entró en la habitación y se detuvo frente a mí, parecía muy seria y preocupada.
—Amo —miraba al suelo y parecía luchar para pronunciar las palabras— ¿Podría…yo…me podría decir que sucede?
—Claro que sí zorrita —comencé a acariciar su vientre— lo que pasa es que me di cuenta de que hemos dejado muy desatendido a Manolin, y creo que ya es hora de compensarlo un poco ¿No crees?
—Pero amo —me miró con sus grandes e inocentes ojos— no entiendo.
—Claro que entiendes puta, lo has dejado solo mucho tiempo —bajé su short— yo creo que es tu deber compensarlo, además te conozco zorrita mía, y puedo apostar a que te has pasado el día mojada gracias a él.
En ese momento deslicé mis dedos por suave y completamente depilada su vagina sin sorprenderme de encontrarla totalmente anegada.
—¿Lo ves? — comencé a penetrarla bruscamente con mis dedos— te encanta ser una puta y deseas que tu hijo te tome como lo hago yo ¿O me equivoco?
—No… yo… está mal —su voz era un susurro a medio camino entre una súplica y un gemido.
—¿En serio? —froté su clítoris con mi pulgar mientras la seguía penetrando con dos dedos— ¿Qué es lo que quieres?
—¡Ah! Yo… —su respiración era cada vez más acelerada e iba acompañada por el húmedo sonido de mis dedos penetrándola— Yo quiero….
—¿Qué? —sus gemidos eran cada vez más fuertes y sus caderas oscilaban como si tuvieran vida propia, la puta se había pasado el día caliente y no me había costado casi nada llevarla al borde del orgasmo— Dilo….
—¡Quiero que me coja! ¡Quiero que mi hijo me coja! ¡Soy una puta! —La declaración de sus deseos y el morbo terminaron por detonar un brutal orgasmo que casi me parte los dedos.
Lorena cayó de rodillas y aún medio aturdida por el inmenso placer que acababa de sentir llevó su mano a mi herramienta, que a estas alturas parecía tener vida propia, comenzando un suave vaivén que no tardo en convertirse en una dulce y placentera mamada.
Comenzó despacio, dando lamidas a lo largo del tallo para después recrearse haciendo deliciosos círculos con su lengua sobre el glande, atrapándolo con sus tiernos labios y succionándolo deliciosamente, para después liberarlo con un sonoro “plop”, solo para comenzar el proceso nuevamente.
Llevaba varios minutos disfrutando el excelente trabajo oral cuando mi mirada se dirigió hacia la puerta, la zorra había la había dejado entornada y ahí, mirándonos a través de una pequeña rendija pude distinguir la silueta de Manuel.
No sabía cuánto tiempo llevaba allí ni que era lo que había escuchado, aunque de haber escuchado algo tampoco creo que lo hubiera asimilado, el muchacho estaba tan absorto en los movimientos de su madre que ni siquiera advirtió que había sido descubierto, por un momento pensé en brindarle un mejor espectáculo y por mi mente cruzaron un sinfín de imágenes para obsequiarle, sin embargo, la mamada de mi puta era bastante efectiva y el morbo de saber que su hijo la observaba terminó con mis buenas intenciones.
Estaba a punto de acabar y, quise darle un buen ejemplo a Manuel, por lo que sujete a Lorena por los cabellos, la hice colocar sus manos en la espalda y comencé a follar su boca a un ritmo frenético, sin contemplaciones y al cabo de un par de minutos descargue mi leche en lo más profundo de su garganta.
Al terminar, mientras aún se encontraba de rodillas la hice levantar la cabeza para mirarme a los ojos.
—¿Qué eres?
—Una puta.
—¿Para qué sirves?
—Para que me cojan.
—¿Quiénes?
—Quienes usted me ordene amo.
Dicho esto, solté su cabello, me levanté (muy despacio para dar tiempo a Manuel de escapar) y me dirigí a la cocina a tomar un vaso con agua, al volver puse especial atención en el cuarto de mi hijastro, pero no escuché nada raro y me fui a dormir pensando en las posibilidades que nos traería el mañana.
***
Los días continuaron bajo la misma tónica, con Lorena vistiendo mini faldas, leggins, tops minúsculos y similares (todo sin ropa interior) y realizando las tareas domésticas ante la atenta mirada de Manuel.
No quise forzar más la situación, por lo que suspendí temporalmente mis relaciones sexuales con ella, limitándome a darle alguna nalgada ocasional o una buena sobada cuando la tenía al alcance, dejando (obviamente) que el buen Manuel contemplara los arrumacos y fingiendo no notar sus miradas ante mis acciones.
No tuve que esperar mucho tiempo para poder continuar avanzando, por un lado, mi hijastro se iba de pajas a la menor oportunidad, mientras que la abstinencia, el morbo y la tensión de la situación comenzaron a hacer estragos en el comportamiento de mi mujer, que no hacía más que intentar huir de las miradas de su hijo y tirar todo aquello que estaba a su alcance cuando los tres nos encontrábamos en la misma habitación.
Un jueves por la noche habíamos terminado de cenar e invité a Manuel a ver conmigo un partido de futbol de media semana, por lo que ambos nos encontrábamos sentados en la sala de estar mientras Lorena terminaba de lavar los trastes en la cocina. Yo ocupaba el sitio de honor en mi confortable sillón reclinable, justo entre dos sillones de la sala y al frente de la televisión, mientras mi hijastro se hallaba recostado en el sofá de dos plazas ubicado a mi derecha.
—Este partido es un asco, no puedo creer que la selección no logre vencer ni siquiera a Trinidad y Tobago —miré a Manuel— ¿Quieres una cerveza para el mal sabor de boca?
Manuel me miró entre sorprendido y asustado, pero terminó por asentir.
—Lorena —grité— tráenos dos cervezas.
No recibí respuesta alguna, pero diez segundos después la aludida se acercaba botellas en mano, sin embargo, como había venido haciendo los últimos días, encontró la manera de tropezar con sus propios pies y terminó por tirar ambas cervezas a medio camino de la sala.
—Carajo Lorena —levanté la voz, fingiendo molestia— no puedo creer que no seas capaz de caminar en línea recta más de dos metros sin tropezar, ya me cansaste.
—Perdón perdón perdón —tenía experiencia con castigos— ya lo limpio.
—Te estás tardando —mi tono fue frío como el hielo y pude notar con satisfacción que mi zorra se estremecía ante la mirada asesina que le dediqué.
Mientras su madre se dirigía a la cocina a buscar algo con qué limpiar, Manuel se sentó rápidamente en el sillón y me miró sin saber cómo reaccionar.
—Manuel —me aclaré la garganta— siento mucho que estés presenciando esto, lamentablemente tu madre siempre ha sido así, en cuanto relajo un poco la disciplina con ella, empieza a hacer pendejadas a diestra y siniestra.
—No… yo… —el chico no sabía qué hacer, mi fingido exabrupto, había tensado el ambiente y el hecho de que me disculpara con él, lo dejaba totalmente fuera de balance— no pasa nada.
—Si pasa.
En ese momento Lorena regresó de la cocina, trapo en mano y comenzó a limpiar el estropicio, mostrándonos en el proceso, gran parte de su anatomía. Aproveché para observar a Manuel y pude notar como la devoraba con la mirada, aún a pesar de lo tenso de la situación el chico estaba caliente, por lo que me animé a dar el siguiente paso.
—Lorena —la llamé con tono autoritario una vez que terminó de limpiar— vete al cuarto, necesito hablar con Manuel.
Me miró por un momento llena de temor y ansiedad, queriendo hacerme mil preguntas, aunque logró controlar su lengua y con un “sí señor” se alejó nuevamente, mientras Manuel se tensaba en su sillón.
—Bueno, como te iba diciendo, siento mucho esta situación y —suspiré con cansancio— lamento decirte que, conociendo a tu Madre, esta no será la última vez que termine con mi paciencia… o con la tuya.
Me miró sorprendido ya que, para él, en realidad no había motivo de enojo.
—Ya sé que estás pensando, crees que exagero y que soy un ogro —le sonreí amistosamente— el problema no es que tu madre se la pase tirando todo, el problema es que vive en las nubes y por ello descuida sus obligaciones y eso es algo que no debemos permitir, tu y yo tenemos la responsabilidad de corregir su comportamiento. Desafortunadamente lo he intentado todo con ella y lo único que parece funcionar, son los castigos físicos.
—¿Castigos? —el chico estaba como en la montaña rusa, no entendía nada, no tenía una opinión y no sabía que decir o hacer.
—Así es —lo miré directamente a los ojos— tú y tu hermana nunca se dieron cuenta debido a la poca convivencia, pero, tu madre necesita ser disciplinada constantemente para medio funcionar como una persona normal, ahora estás pasando más tiempo en casa y te has convertido en un hombre, por lo que es necesario que me ayudes a mantener el orden ¿Puedo contar contigo?
Mi hijastro estaba atónito, pero el hecho de que yo lo reconociera como un hombre y solicitara su apoyo fueron suficiente aliciente para que aceptara aún sin saber que estaba haciendo
—Perfecto —le sonreí nuevamente— ahora voy a disciplinar a tu madre y es necesario que pongas mucha atención ya que, en adelante, cuando yo no esté presente, esa será tu responsabilidad.
Sin darle tiempo a reaccionar llamé a Lorena con un grito y acto seguido ésta apareció ante nosotros más nerviosa que nunca.
—Lorena —retomé mi tono frío— estuve platicando con Manuel y ambos coincidimos en que tus descuidos son inaceptables y requieren una medida disciplinaria.
La aludida miró a su vástago con sorpresa y acto seguido me lanzó un gesto suplicante, aunque no osó decir palabra alguna, mientras que Manuel, sin saber qué hacer, mantenía la mirada clavada en el suelo.
—Tu castigo serán veinte azotes con la mano, ya sabes, quiero que los recibas en silencio y agradezcas cada uno de ellos, que lo hago por tu bien. Desnúdate y ponte en posición.
En ese momento Manuel despegó la mirada del suelo y me miró estupefacto por un instante, para acto seguido clavar la vista en su madre, dudando que pudiera cumplir tal orden, mientras que ésta, aún más sorprendida pareció congelarse ante mí.
—Me estás colmando la paciencia zorra , sabes que si no obedeces el castigo será peor.
La amenaza surtió efecto y, temblando cómo una hoja ante la perspectiva de lo que le esperaba, se deshizo de sus dos únicas prendas de vestir, para acto seguido, postrarse sobre mis piernas con el culo en pompa y regalándole a su vez, una perfecta imagen del mismo a su vástago, que observaba todo con ojos desorbitados y un tremendo bulto en sus pantalones.
Una vez la tuve en posición, comencé un suave masaje sobre sus nalgas, acariciando en círculos y amasándolas para que Manuel pudiera admirar su tersura y firmeza.
—No te olvides de contar —le advertí.
Levanté mi mano y dejé caer el primer guantazo con fuerza controlada.
—Uno, gracias amo —dejó escapar un pequeño grito más de sorpresa que de dolor.
Sin darse cuenta, pasó de llamarme señor a referirse a mí como su amo frente a su hijo, lo cual me vino de perlas.
Continué masajeando sus nalgas, alargando el momento varios segundos y una vez que noté que comenzaba a relajarse la azoté por segunda vez, con un poco más de fuerza en esta ocasión.
—Dos, gracias amo.
Seguí en la misma sintonía, alternando los azotes con suaves caricias y observando de reojo a Manuel, que no perdía detalle del castigo.
—Diez, gracias amo.
Las nalgas de Lorena estaban enrojecidas, mientras que nuestro observador había ido inclinándose inconscientemente hacia adelante sobre su asiento.
Después del décimo, decidí aumentar la fuerza de los golpes, por lo que, cuando iba por el quince, Lorena lloraba silenciosamente sobre mi regazo y al terminar el castigo mi mano ardía bastante más de lo esperado.
Una vez concluido el castigo la ordené permanecer de rodillas en el centro de la sala y me dirigí a mi hijastro.
—Bueno Manuel —lo llamé al orden, ya que parecía estar flotando en otro mundo— es así como se aplica la disciplina en esta casa y comprendo que es algo difícil de digerir, pero necesito tu apoyo ¿Puedo contar contigo?
El chico me miró largamente sin decir nada, parecía estar tratando de encajar todo lo sucedido y por un momento temí que el instinto de protección hacia su madre enviara al traste todo lo que había conseguido, sin embargo, sus hormonas y el hecho haber pasado la mayor parte de su vida alejado de ella jugaron a mi favor.
—Cuenta conmigo, Agustín —y por primera vez en toda la noche me devolvió una sonrisa confiada.
Mientras tanto Lorena, al escuchar que su hijo había aceptado disciplinarla, dejó escapar un gemidito mitad angustia mitad sorpresa, por lo que la obsequié con otra mirada asesina que bastó para acallara, aunque pude ver algunas lágrimas luchando por escapar de sus dulces ojos.
—Muy bien, siendo así y dado que Lorena se hizo acreedora a un castigo adicional por no acatar las órdenes al momento, creo que es hora de que la castigues por primera vez, van a ser diez azotes más.
—¿Ahorita? —Manuel se asustó, la sonrisa se borró de su rostro y pareció querer salir corriendo— pero no sé qué hacer.
—Hey, con calma, no pasa nada —lo tranquilicé— en algún momento lo vas a tener que hacer y no es tan difícil, además yo te voy a guiar, aunque dudo mucho que lo necesites. Lorena, en posición.
La aludida me miró suplicante y comenzó a negar con la cabeza, su llanto desatado.
—Amo por favor por favor no me obligues, voy a hacer lo que sea, me voy a portar bien, te prometo…
—Silencio —le ordené— ponte en posición.
Siguió sin moverse, solo negando con la cabeza.
—Escúchame muy bien zorra, no fue una petición, esto va a pasar quieras o no y si me obligas a levantarme, además de este castigo, te voy a obsequiar con cien varazos que te van a dejar sin culo, así que por última vez te ordeno que te pongas en posición.
En realidad, mi relación con Lorena no iba sobre sadismo, era más bien cuestión de humillación, aunque eso no evitó que en el pasado adquiriera una bonita vara de bambú que, a pesar de no haber sido usada en demasía, le había causado suficiente daño como para que le tuviera terror, mismo que termino con su conato de rebeldía y la impulsó a levantarse y con gesto resignado y a colocarse sobre las piernas de su hijo.
—Muy bien —con voz amable me dirigí a Manuel— puedes empezar.
El chico estaba bastante tenso al tener a su propia madre desnuda en su regazo y parecía no saber qué hacer con sus manos, manteniéndolas en todo momento alejadas de la piel desnuda de ésta, pero, aun así, consiguió coordinar lo suficiente para levantar su mano y dejar caer el primer azote, que fue bastante débil y fue recibido en absoluto silencio.
Estaba a punto de dejar caer el siguiente cuando lo interrumpí.
—Manuel, tiene que contar los azotes y recuerda que esto es un castigo, por lo que debes ser más duro con ella.
Asintió y estaba a punto de retomar la tarea cuando interrumpí de nuevo.
—Manuel —utilicé un tono de voz neutro para no dañar su poca confianza— tienes que ordenarle que cuente.
Asintió comprendiendo.
—Ma… —se aclaró la garganta y habló con timidez— mama… cuenta… por favor.
—Espera —intervine de nuevo— recuerda que esto es disciplina, ella debe acatar lo que le órdenes y te está haciendo ningún favor, de hecho, es todo lo contrario. Entiendo que es difícil, por lo que tal vez no llamarla mamá te ayudaría.
—¿Entonces cómo? —me miró sin entender.
—Puedes llamarla por su nombre, o incluso decirle zorra o puta, recuerda que ella actúo mal y por ello no se le debe ninguna consideración.
Se quedó pensativo por un momento, asimilando mis palabras y hablo de nuevo.
—Entonces… tienes que contar… zorra —comenzó titubeante, pero el pronunciar la palabra zorra pareció inyectarle seguridad y con esta última palabra dejó caer nuevamente el guantazo, esta vez, considerablemente más fuerte.
—Uno, gracias
Manuel, bastante más seguro estaba dispuesto a proseguir.
—Alto —el chico me miró esperando una nueva instrucción, pero esta vez me dirigí a la madre— zorra, estas siendo castigada por uno de los hombres de esta casa y le debes respeto, por lo que a partir de ahora te vas a dirigir a él como mi señor.
Desde mi lugar pude observar como un escalofrío recorría el cuerpo de Lorena, mientras que Manuel, cuadró los hombros y me dedicó un asentimiento de cabeza, para en seguida, asestar un nuevo y más duro golpe.
—Dos, gracias mi señor.
El muchacho sonrío al escuchar su nuevo título y no tardo en descargar un nuevo azote.
—Tres —gracias mi señor.
Cuando iba por el sexto golpe, mi hijastro, visiblemente más relajado, comenzó a imitar la técnica que le había mostrado unos minutos antes y se dedicó a magrear a su antojo el culo de su madre entre azote y azote
Al llegar al décimo Manuel le había encontrado el gusto a su tarea, por lo que le ofrecí prolongar el castigo con otros diez azotes debido a la rebeldía de su madre y este asintió encantado.
Habiendo concluido le ordené a Lorena levantarse y en ese momento pude observar que su hijo mostraba una autentica casa de campaña en sus pantalones, por lo que decidí ir más allá
Pero muchacho —le sonreí— tremendo bulto llevas ahí abajo.
Es que… —me miro apenado.
—No hace falta que expliques nada —lo tranquilicé— acabas de tener sobre tus piernas a una zorrita desnuda y uno no es de palo. Además, lo hiciste muy bien y ahora sé que puedo confiar plenamente en que impartirás disciplina en esta casa cuando sea necesario. Como te había dicho anteriormente, nuestra responsabilidad es que tu madre sepa comportarse como es debido y tú acabas de cumplir con esa responsabilidad, por lo que es justo que ella te agradezca como es debido. Aunque te corresponde decidir si quieres aceptar su agradecimiento.
—Bueno… yo… —al principio no entendió el ofrecimiento, pero de pronto se hizo la luz en su cerebro y sonrió ampliamente— pues acepto.
—Zorra la llamé.
Ella me miró con resignación.
—Con tu boca.
Asintió con lágrimas en los ojos, pero, aún de rodillas se acercó a su hijo, que al escuchar mis palabras había bajado sus pantalones y la esperaba con una mirada ansiosa. Tomó delicadamente el falo de su vástago entre sus manos y lo engullo de lentamente hasta el fondo, para acto seguido, comenzar con un suave sube con los labios bien apretados alrededor de la firme herramienta.
La expresión de Manuel era como de estar en el cielo, ojos cerrados, enorme sonrisa y sus manos sujetando el sedoso cabello de su madre, que, con su experta boca y debido a la enorme excitación del joven, no tardo en llevarlo al éxtasis, para posteriormente tragar todo su semen y dejar la herramienta completamente limpia antes de mirarme en espera de más instrucciones.
—Por hoy creo que es suficiente, es hora de que vayas a descansar Manuel.
—Ustedes también se van —parecía reacio a marcharse.
—No, aún falta mi compensación —le sonreí con complicidad— pero es mejor que tu descanses, ya sabes que tu madre requiere mucha atención.
El chico me devolvió la sonrisa, le dirigió una mirada cargada de promesas a su madre y se retiró a su cuarto casi bailando.