Érika, cuenta como fue la primera, aunque no la última, infidelidad a su entonces marido, siendo que ahora es una mujer felizmente soltera.
Relato
Soy Erika, una mujer divorciada que actualmente tiene 39 años, y cuando lo que te voy a contar sucedió, llevaba casada 6 años con Daniel, mi novio de la facultad. Solamente teníamos un niño de casi un año. Cuando nos casamos compramos un departamento en una zona cercana a la universidad donde él y yo habíamos estudiado, era una zona muy tranquila y con muchas zonas verdes, la verdad es que el sitio nos encantó desde la primera vez que lo vimos, y no lo pensamos, nos lo quedamos.
Estábamos rodeados de buenos vecinos, y la convivencia hasta hacia poco, había sido fenomenal, la mayoría teníamos hijos pequeños, y habíamos hecho amistad con varios de ellos. Cuando decía “hasta hacia poco”, estamos hablando del mes de Julio, en esa fecha empezaron nuestros problemas, el vecino que vivía justo arriba de nosotros, fue trasladado por su empresa a otra ciudad y puso el departamento a la venta, con eso de la crisis inmobiliaria no pudo venderlo y optó por dejar que una agencia lo alquilara.
Esa agencia se lo alquiló a tres estudiantes de derecho que empezaban la universidad en agosto, y ahí fue cuando empezaron nuestros problemas, todos los jueves hacían grandes fiestas en casa, vivían justo arriba, y la música se escuchaba como si estuvieran en nuestra habitación. Normalmente solían ser reuniones de amigos con la música y hablando en voz alta, pero esa noche era casi imposible pegar ojo así que tras mucho tiempo intentando dormir, opté por llamar a la policía.
Después de llamar tres veces, apareció una patrulla de la policía municipal, eran casi la una de la madrugada y en el departamento de arriba no había parado la fiesta, mi hijo pequeño, de casi un año, no había dejado de llorar desde que esa cuadrilla de impresentables lo habían despertado, y mi marido seguía roncando como si nada.
Tras varias llamadas se presentaron, los escuché llamar al timbre y hablar con los chicos, parecía ser que reconocían que habían hablado un pelín fuerte y prometían a los oficiales que no iba a volver a suceder, tras diez minutos de charla, la pareja de uniformados abandonaron el portal y la cosa quedó en calma.
Después de un rato intentando dormir a Danny, lo conseguí y la tranquilidad volvió a reinar, mientras mi marido Daniel continuaba roncando como si nada, ajeno al ruido de discoteca que habíamos tenido encima.
No había pasado ni media hora cuando los llantos de Danny me volvieron a despertar, por lo visto, la fiesta de arriba se había reanudado y el ruido volvía a ser atronador. En esta ocasión hice que Daniel se despertara.
-Esos chicos de arriba han vuelto a despertar a Danny, ¡ya estoy harta!, intenta tu dormirlo, que yo voy a subir, son más de las 2 de la madrugada y estos cabrones se van a enterar-
Mi pijama era solo un pantalón corto con un top de raso, así que me puse una bata y subí como alma que lleva el diablo, ya frente a la puerta se podía escuchar el jaleo ensordecedor del interior, la verdad es que me extrañaba que el resto de vecinos no estuvieran llamando también. Tras tocar varias veces el timbre, alguien abrió y desapareció, el departamento era exactamente igual al nuestro así que me decidí a entrar.
Había un pequeño recibidor, y a mano izquierda estaba la cocina y dentro había una pareja hablando el uno frente al otro, parecían enfadados e imaginé que era la típica pelea de adolescentes agravada por las copas de más, seguidamente miré a mi izquierda y allí había un salón igual al mío pero sin apenas muebles. Allí tenían montada la discoteca ya que había unos 15 o 20 chicos y chicas bailando y charlando, habían puesto una cadena musical vieja y las luces las habían tapado con telas de colores, por lo que se me hacía difícil ver algo en un principio.
Tras unos segundos en el recibidor, fijé la vista en uno de los chicos que parecían de los menos ebrios, y le pregunté.
-¿Quién es el que tiene alquilado el departamento?-
El chico se me quedó mirando con cara de incredulidad, me miró de arriba abajo intentando adivinar que hacia una mujer con bata en mitad de una fiesta adolescente y tras unos segundos de lapsus, pareció que se le iluminó la mente.
-Ah Enrique!-
Tras despertar de su letargo hizo el típico gesto de “no tengo ni puta idea” y continuó a lo suyo dándose media vuelta. Yo no estaba dispuesta a que me tiraran de a loca, y volví al ataque.
-¿Dónde está Enrique?-
-¡No tengo ni idea!, ¡me imagino que andará por ahí dentro!-
Señaló hacia la zona donde se encuentran las habitaciones. Nada más terminar de escuchar sus palabras salí del salón y me dirigí hacia las habitaciones, de camino por el pasillo, estaba la puerta del baño abierta y me acerqué a preguntar, dentro había tres chicos, dos chicos y una chica que estaban preparando sendas rayas de lo que fuera encima de la taza del WC.
-¿Alguno de ustedes es Enrique?-
Los chicos se dieron la vuelta y me miraron mitad con sorpresa y mitad con miedo, una desconocida con bata y pantuflas estaba ante ellos viendo cómo se preparaban una raya, me sentí un poco mayor al sentirme escandalizada al ver a la chica que apenas llegaría a la mayoría de edad, era una situación un tanto incomoda y enseguida uno de ellos contestó.
-Anda por una de las habitaciones, no me digas cual, porque no la se
Habían convertido el piso en una discoteca y lo malo era que debajo vivía mi familia, conforme pasaban los segundos y no encontraba al responsable se me iba hinchando más y más la vena por el coraje que tenía.
Abrí dos de las habitaciones pero solo encontré cuartos revueltos con ropa y libros esparcidos por la cama, se notaba que aquellos chicos eran de todo menos ordenados. Al llegar a la tercera habitación fue cuando lo encontré.
Aquel chico estaba teniendo sexo con su novia o lo que fuera, al entrar los sorprendí, y en un primer momento sentí el impulso de volver a cerrar la puerta y desaparecer, pero ya estaba cansada, necesitaba hablar con él y no estaba dispuesta a esperar ni un segundo más, necesitaba que de una vez por todas terminara con la fiestecita y comprendieran que el respeto es algo básico para poder convivir.
Lo primero que vi cuando entre en aquella habitación fue aquel chico de espaldas cogiéndose a una chica jovencita, ella estaba a cuatro patas encima de la cama, y él la embestía desde atrás como un auténtico toro bravo. Ellos también se sorprendieron al ver que alguien abría la puerta, fue verme y ella se separó, e intentó cubrirse con las sábanas, era una chica muy bonita que andaría rondando los 18. Por lo poco que había vislumbrado, tenía un cuerpo delgado y bien definido, con unas tetas firmes, y pezones pequeños, pero completamente enhiestos. Me miraba con cara de terror, como si yo fuera un fantasma que fuera a llevarse su alma pecadora.
Sin embargo, el que yo imaginaba que sería Enrique, se levantó de la cama tal y como estaba, caminó hacia mí, mientras lo hacía no pude evitar fijarme en su “miembro”, estaba completamente erecto, era una verga gruesa y larga, completamente depilada, que se movía a derecha e izquierda a la vez que daba una zancada.
-¿Qué diablos pasa?-, preguntó él cuando estuvo a mi altura.
Mientras se acercaba, no pude evitar que mis ojos se fijaran en ese cuerpo joven, fibroso, y sin un gramo de grasa, tenía dos tatuajes, uno en el pecho, a la altura del corazón, y el otro justo en el lugar donde debería de estar la mata de vello que rodea el pene, pero al estar completamente depilado, se distinguía completamente, tendría que ser todo un espectáculo al hacerle un oral. Pero rápidamente salí de los dos segundos de ensimismamiento al contemplarlo, y recordé el motivo por el que había entrado ahí desde un principio.
-Eso mismo pregunto yo, son las 2:00 am, y no puedes/pueden estar haciendo ruido-, le dije intentando poner mi mejor cara de enfado e indignación de la que fui capaz.
-¿Y tú quién eres?-, me dijo con el ceño fruncido.
-¡Soy la vecina del departamento de abajo, y tengo un bebé que no puede dormir porque esto parece un puticlub!-, le dije intentando moderar la voz para no empezar a gritar.
-Y dime, ¿a ti te gustaría que me metiera en tu habitación en mitad de la noche?-, me replicó visiblemente enfadado.
Sabía en el fondo que tenía razón, no había excusa posible a lo que había hecho, pero las circunstancias del momento me habían hecho actuar de esa forma tan impulsiva. Aun así, intenté tranquilizarme y excusarme.
-Yo nunca haría una fiesta a las 2:00 am, cuando todo el mundo duerme porque a otro día tiene que ir a trabajar-, le dije un poco más serena, intentando no ver su desnudez.
-Está bien-, dijo serenándose también un poco, -ahora bajamos la música, pero solo si me lo pides amablemente-
Aquel chico con un cuerpo perfecto permanecía frente a mí a menos de un metro, y con su pene completamente erecto, me costaba no verlo, me costaba respirar y mis piernas comenzaron a temblarme ante lo embarazoso de la situación, y pensándolo bien, él tenía un punto a su favor, no me haría daño pedir las cosas “por favor”.
-Te lo pido por favor-, dije después de respirar hondo tres veces, y luego de otras dos respiraciones, agregué, -¿puedes bajar el volumen de la música para que mi bebé pueda dormir?-
-Bueno si me lo pides así, la bajaremos.
Me di la media vuelta, y me encaminé a la puerta de salida, las piernas me temblaban y el corazón golpeaba contra el pecho, latía con tanta fuerza que pensaba que en cualquier momento lo podría escuchar aquel chico, ¿por qué los nervios?, no sé, tal vez por la desnudez de Enrique, o tal vez por su poderosa erección, o tal vez porque la adrenalina del enfado ya había disminuido, no lo sé, pero si no salía de ahí, no sé qué terminaría haciendo.
-Por cierto, ¿cómo te llamas?-, escuché que dijo antes de que llegara a la puerta de su habitación.
-Soy Erika, tu vecina de abajo-, le dije sin voltear a verlo.
-Pues bueno Erika, la próxima vez que entres en mi habitación, que sea por un buen motivo, ya me entiendes, jajaja-, escuché que gritó cuando salí de su habitación, ni siquiera contesté a su bravuconería, seguí mi camino, y me fui de aquel departamento.
No tardaron ni un minuto en bajar el volumen de la música, es más, todavía ni siquiera llegaba al ascensor cuando sucedió, al llegar a casa, mi hijo y mi esposo ya dormían otra vez, Daniel como siempre roncando y mi peque soñando con los angelitos. Entré en el baño, y me lavé la cara con un poco de agua fría, todavía me temblaban las piernas al recordar mi viaje a aquel departamento, el cuerpo y la desnudez de Enrique, pero sobre todo, aquella erección que no se le bajo mientras tuvimos nuestro diálogo.
Me quité la bata, y seguidamente el pijama, quedando desnuda frente al espejo, mi cuerpo no era como el de la jovencita que había visto hacía un rato, sin embargo, a mis 29 años, aún me sentía deseable, mis tetas eran grandes, redondas, y a pesar de mi pequeño Dany, aun turgentes, los pezones no eran muy grandes, pero en extremo sensibles, y tienden a endurecerse con facilidad, y la verdad fuera dicha, en esos instantes estaban completamente enhiestos, y aún ahora que ya tengo 36, me sigo conservando casi igual, ligeramente con más cadera, pero sigo siendo la misma.
Siempre he sido y soy delgada, pero mis caderas son un poco más pronunciadas que las de la mayoría de las mujeres, en especial, que las caderas de aquella chica, se podía decir que mi cuerpo era el de una mujer y el de ella era el de una adolescente a punto de serlo. Había una cosa que me llamó la atención durante el escaso segundo que la observé desnuda, su rajita estaba completamente rasurada, tan solo dejaba un fino hilo de pelitos. Yo me solía depilar, pero mi rajita mantenía gran parte de la mata de vello todavía, sin tan siquiera saber el motivo, agarré una cuchilla de las que mi esposo usaba, y comencé a rasurarme.
Lo dejé exactamente como el de aquella chica, me miré en el espejo y sonreí, la verdad, que así quedaba mucho más apetecible he higiénico, en ese momento tomé la decisión, desde entonces lo llevaría así. Continuaba en el baño con la puerta cerrada, en mi mente seguía viéndolos en aquella habitación, recordaba el cuerpo desnudo de Enrique embistiendo a aquella chica, recordaba su musculatura tensándose con cada sacudida y como se había acercado a mí con la verga erecta y se había colocado a menos de un metro de mí.
De pronto, mi temperatura corporal aumentó de golpe, se me secó la garganta, mis pezones se habían endurecido, y sentí como mi rajita se humedecía, solo recordando aquella experiencia, estaba excitada, más que eso, estaba caliente como hacía mucho no estaba, y comencé a acariciarme delante del espejo. Una de mis manos recorría mis tetas y las presionaba, mis dedos pellizcaban mis enhiestos pezones, a la vez que gemía suavemente, mi otra mano no dejaba de jugar con mi hinchada y encharcada rajita, mis dedos en pocos segundos quedaron impregnados de mis juguitos, y comencé a gemir al ritmo de mis caricias.
El placer que empecé a experimentar era tan intenso, que tuve que retroceder y sentarme sobre la tapa del WC, Lo recordaba a él una y otra vez, fantaseaba en que era yo la chica que se encontraba allí a cuatro patas siendo embestida por aquel chico, en apenas unos minutos, se había convertido en mi deseo más oculto, no tardé mucho en sentir las maravillosas oleadas de placer del orgasmo, mi cuerpo se tensó y varios espasmos recorrieron mis entrañas, tuve que morder una toalla que tenía cerca para ahogar el grito que el orgasmo me hizo tener, dejándome jadeando.
Ahí estaba yo, una mujer de 29 años, sentada sobre la tapa de la tasa del baño, con la respiración acelerada, las piernas abiertas, tres de mis dedos aún metidos en mi vagina, laxa, con los ojos cerrados, y mis pezones aún en punta, acababa de tener uno de los mejores orgasmos auto provocados de mi vida, poco a poco mi respiración se fue acompasando, y cuando por fin respiraba con normalidad, extraje mis dedos, me levanté, y mojando un poco la toalla que me había servido de mordedor, me limpie perfectamente mi rajita, me vestí y volví a la cama, intenté conciliar el sueño de nuevo pero todavía estaba agitada y me costó trabajo volver a dormir.
Mi vida no era muy diferente a la de la mayoría de la gente; los años de matrimonio habían hecho que la monotonía se posara en la pareja, y aunque nunca en la vida me había planteado una infidelidad, si era cierto que últimamente solía masturbarme con más asiduidad, pensando en algún amigo común, en relaciones anteriores, y porque no, en una que otra mujer del medio artístico. Nuestras relaciones sexuales eran más de lo mismo, y cada vez con más frecuencia tenía que fingir mis orgasmos, y después masturbarme con un juguetito que me había comprado a escondidas de mi esposo.
Esa noche, mientras intentaba conciliar el sueño, me venía una y otra vez la imagen de aquel chico haciendo el amor, ¿no que!, más bien, cogiendo como un semental, no podía apartar de mi mente aquel cuerpo fibroso y sudoroso, embistiendo una y otra vez a aquella chica, que nuevamente volvía a ser yo en mis fantasías. Terminé durmiendo con mis pezones enhiestos, rozando la tela de mi pijama, y con mi rajita otra vez empapada de mis jugos.
Los días pasaron y durante una temporada no volví a ver a aquel chico, dicho sea de paso, tampoco los meses anteriores a mi visita los había visto, por lo que me imaginé que tendríamos diferentes horarios. Un día volvió a aparecer, o mejor dicho, volvieron a aparecer, eran las 7 de la tarde y coincidimos en la puerta del ascensor para subir, eran tres chicos que rondaban los 20 años entre los que se encontraba Enrique. Uno de los chicos era algo gordo, pero sin ser obeso, y el otro era delgado.
Yo venía de recoger a una de mis sobrinas de sus clases vespertinas, pues ese día se quedaría en mi departamento, y los cinco entramos en el ascensor, ellos se miraban y cuchicheaban cosas al oído para luego soltar una sonrisa cómplice, me miraban de arriba abajo a la vez que me desnudaban con los ojos. Cuando paré en mi piso y tuvimos que bajar, ellos no parecían tener la más mínima intención de apartarse de la salida por lo que sin ser capaz de decir una palabra tuve que pasar por el estrecho hueco que había entre un chico y la salida, por lo que mis pechos tuvieron que frotarse contra él mientras intentaba pasar.
En cualquier otro momento, le hubiera dicho algo, lo hubiera empujado, o simplemente lo hubiera abofeteado, pero lo único que me pasaba por la cabeza en ese momento, era poder salir de ahí, lo único que quería era que terminara aquella situación tan embarazosa delante de mi sobrina. Conseguí salir después de tener que apretar todo mi cuerpo contra él y cuando ya estaba fuera, escuché unas palabras que me helaron la sangre.
-Bueno vecina, mañana tenemos fiestecilla, ¿te vas a apuntar?-, puse la mayor cara de asco de la que fui capaz, y no contesté, mucho menos me di la vuelta para verlos, los tres chicos reían en el interior del ascensor mientras se cerraban las puertas.
-Tía, ¿por qué te ha dicho eso ese chico?, ¿lo conoces?-, me preguntó mi sobrina cuando llegábamos a la puerta de mi departamento.
-Nada hija, son unos vecinos de arriba, y están todos tontos-, le contesté con apenas un hilo de voz, esas palabras me habían puesto tan nerviosa que me temblaban las manos al intentar introducir la llave en la cerradura para abrir.
Durante todos aquellos días, casi dos semanas, me habían acompañado en las noches, las imágenes de aquella pequeña aventura, no entendía como había pasado, pero en mi interior algo se estaba despertando, ¿miedo?, no, ¿excitación?, tal vez, no lo sabía, lo único que tenía claro, era que desde entonces, cada vez que me masturbaba, esa imagen era lo único que circulaba mi mente, aquella fantasía donde yo ocupaba el lugar de la chica a cuatro patas, se repetía constantemente, como en un bucle infinito.
Era la primera vez que veía a los otros dos chicos, la verdad es que no recordaba haberlos visto la noche pasada en la fiesta, no se parecían en nada a Enrique; uno, como ya dije, era algo entrado en carnes, pero sin ser obeso, y con cara de degenerado, fue el que todo el rato me estuvo desnudando con la mirada; el otro igual de alto que Enrique, pero más delgado, con cabello y barba desaliñado, tenía el típico aspecto de chico vago. La verdad, es que viendo el estado en el que se encontraba su departamento, no me extrañaba en lo más mínimo su aspecto.
Por lo visto al día siguiente tenían pensado realizar una fiesta de las suyas, no sabía realmente si sentirme indignada por la desfachatez y falta de educación de aquellos chicos, o por el contrario, sentir un cierto hormigueo en mi estómago al fantasear con sueños inconfesables. Esa noche, a mi marido le dio por estar juguetón, hacía mucho tiempo que nuestras relaciones eran de todo, menos satisfactorias, por lo que, sin remordimientos, cerré los ojos, e imaginé que era mi vecinito el que me poseía en ese momento, y la verdad, por una vez, y sin que sirviera de precedente, volví a sentir.
Todo el día siguiente por algún motivo que no entendía, estuve nerviosa desde que me había despertado, llevé a mi sobrina de regreso a casa de mi hermano, y cuando volvía, al entrar en el edificio, las piernas empezaron a temblarme con solo pensar que me los pudiese encontrar, afortunadamente, no fue así, pero los nervios, y la excitación, no se iban de mi cuerpo. En la noche, a eso de las 9:30 pm, ya había acostado a mi peque, y mientras mi esposo y yo veíamos la TV, comenzó a escucharse música arriba, no era ni mucho menos el escándalo de la semana anterior pero yo me hice la indignada ante mi marido.
-¡Ya han empezado su desmadre los impresentables esos de arriba otra vez!-, le dije pegándole en un brazo, y alzando la voz.
-No inventes mujer, ahora no es para tanto, solo se escucha si apagas la TV-, me dijo mientras se sobaba el brazo.
Daniel tenía razón, simplemente era la música un poco alta que solo molestaría a aquellos que fueran un poco raros, pero yo como buena mujer, tenía que protestar y sentirme indignada.
-A ti no te molesta porque duermes como un tronco, pero no se puede poner la música tan alta a estas horas-, le dije cambiándome de sofá para no estar cerca de mi marido.
-Por dios Erika, no seas dramática, parece mentira que tengas 29 años, hace cuatro días tú también hubieras estado ahí, es más, tu habrías sido la organizadora-, me dijo poniendo su atención de nuevo en la película que veíamos.
No dije nada, sabía de sobra que Daniel tenía toda la razón del mundo, pero tenía que encontrar un motivo para protestar, un motivo para justificar todo lo que pasaba en mi cuerpo, mente, y alma; seguimos viendo la película, pero yo ya no le ponía atención, toda mi concentración estaba puesta en escuchar si la música aumentaba de volumen aunque fuera un poco, solo un poco, cuando terminó, a eso de las 11:00 pm, nos fuimos a nuestra habitación, me cambié, me puse la pijama, y me metí a la cama, a lado de mi esposo.
Como siempre, Daniel no tardó ni dos minutos en dormir, cuando todo quedó en calma, se pudo escuchar con más claridad la música en el departamento de arriba, para nada era lo que se había hecho la semana anterior, se escuchaba música, pero no era el desmadre y las risas de decenas de chicos de fiesta como el otro día. No podía dormir, el motivo no era para nada la música, sino la amalgama de imágenes que se habían amontonado en mi cabeza la semana anterior en la habitación de aquel chico, los tres chicos mirándome y cuchicheando en el ascensor.
A eso de las doce no pude más, me levanté sin hacer ruido, salí del cuarto, comprobé que mi pequeño durmiera, conscientemente, esa noche cambié mi pijama, y me puse un fino picardías blanco de seda, sin nada debajo, y salí del departamento, antes de irme, me puse un batín de terciopelo beige, y para no ir descalza, unos zapatos de poco tacón, pero que me estilizaban las piernas al caminar. No tuve la paciencia para esperar el ascensor, así que subí las escaleras con el corazón en un puño, y latiendo con tanta fuerza, que pensé que de un momento a otro, se me saldría del pecho.
Al llegar al final de la escalera, las piernas me temblaban de los nervios, caminé como pude, y Me planté delante de la puerta sin atreverme a tocar, estuve durante un par de minutos ahí de pie, debatiéndome en mi fuero interno, si tocar y armarles pleito, o dejarlo así, darme la vuelta, y regresar a dormir a lado de mi esposo, en el interior volví a escuchar música y eso me dio fuerzas para tocar el timbre. Al abrirse la puerta, del otro lado estaba el chico gordito mirándome con sorpresa.
-¡Ya está bien!-, le dije alzando un poco la voz, -hay vecinos que tenemos que levantarnos temprano, si no apagan la música, llamaré a la policía-, dije señalándolo con un dedo.
-Eh eh, no te alteres ni me reclames a mí, yo no soy el de la música-, me dijo sonriendo, y haciendo un gesto con el dedo gordo, señaló al final del pasillo, y sin apenas prestarme atención, se volvió hacia el salón donde tenían la televisión.
Ingresé decidida en el departamento, y caminé con el corazón en un puño los 10 o 12 metros que separaban la habitación de Enrique de la entrada principal, quedé petrificada frente a la puerta que se encontraba entreabierta y a través de la cual, ahora si se podía escuchar la música con mayor claridad. Durante unos segundos dudé, pero ya había hecho lo más difícil, y sabía que lo de la música era una buena excusa, y entonces, abrí la puerta de golpe, y entré.
-Mi hijo se ha vuelto a despertar por culpa de la música, ¿podrías hacer el favor de bajar ese escándalo?-, dije al aire.
Enrique no esperaba que alguien entrara en la habitación, así que se levantó de la cama sobresaltado, incorporándose con unas hojas de apuntes en la mano. Estaba semidesnudo, tan solo llevaba puestos unos calzoncillos estilo bóxer de color blanco, que dejaban apreciar el abultamiento de su paquete, durante un par de segundos pareció desconcertado, su mirada era de incredulidad, hasta que pareció comprender la situación.
-¡Carajo vecina, que susto me has dado!-, me dijo botando los papeles que traía en la mano a cualquier parte del dormitorio, -¿Tienes por costumbre entrar en todos los sitios así?-, dijo ya claramente indignado.
-Déjate de estupideces, y baja la música, intenta respetar a los demás-, dije intentando mantener la mirada indignada lo más posible.
-Si cada vez que tengo la música alta voy a verte aparecer por aquí, me parece que voy a estar con música todos los días vecina jajajaja-, dijo mientras avanzaba hacia mí.
Aquel chico había cruzado la distancia de seguridad, y se encontraba frente a mí, cara a cara, a menos de 30 centímetros, su mirada se había cargado de lujuria y yo sentía que me estaban empezando a temblar las piernas, podía sentir el calor que manaba de su cuerpo, igual que su respiración, sin darme cuenta cambié el tono de mi voz pasando a ser una súplica que salió de entre mis labios como un susurro.
-Por favor baja la música. ¿Cómo quieres que te lo pida?-, dije sin dejar de temblar ante su proximidad.
-Ummm… pues no sé, dentro de mi cama no estaría mal-, justo en ese momento, alargó su mano y con toda la desvergüenza del mundo la posó sobre una de mis tetas, sentí una ligera presión, y por instinto di un paso atrás.
-¡Cómo te atreves mocoso imbécil!-, le grité en plena cara por su desfachatez, -¡no vuelvas a hacerlo o llamaré a mi marido!-
-Está bien, llámalo, aunque estoy seguro que vas a tener muy difícil explicarle que haces aquí, en mi habitación a estas horas, y vestida así -, sus palabras me golpearon como bofetadas, y entonces las dudas se apoderaron de mí, él también se percató y desde ese mismo instante, supe que estaba perdida.
Intenté apartarme de su alcance, todavía me quedaba intacto el decoro de una mujer casada, que hasta ahora había sido siempre fiel, intentaba disimular las ganas que tenía de aquel chico, mi rajita se humedeció solo con imaginarme con él, me moría de ganas por sentir a aquel chico poseyéndome como si fuera alguna de las jovencitas que frecuentaba, como si fuera una vulgar putita, quería saborear, tocar y lamer cada centímetro de su piel, pero a pesar de mis ganas tenía que disimular, estaba casada, y al menos a mi marido, nunca le había sido infiel.
Paso a paso me echaba hacia atrás intentando alejarme de mi propia perdición, intentaba dejarlo tras de mí, pero sabía que no tenía salida, el me miraba y se acercaba sonriendo con la seguridad de saberse vencedor de la batalla. Estaba tan concentrada en Enrique y en su proximidad, y en alejarme de él lo más posible, que no me fijaba en mi espalda, hasta que choqué con algo, y sentí como unos brazos me rodeaban por detrás, abrazándome, y pegándome a un cuerpo.
-Ya sabíamos que ibas a volver vecinita, si en el fondo lo estás deseando-, me susurró al oído el que me abrazaba desde atrás, Mi corazón dio un golpe con fuerza contra mi pecho al sentirme atrapada por alguien que no era quien yo esperaba.
Esta vez sí intenté zafarme con fuerza, no sabía bien quien era, pero me imaginaba que sería el gordo compañero de Enrique que me había abierto la puerta. Me movía a derecha e izquierda intentando soltarme pero aquel muchacho me tenía bien sujeta y todos mis esfuerzos fueron en vano, intenté relajarme, relajar mi cuerpo para ver si así el tipo soltaba un poco su abrazo y poder zafarme.
-No te hagas Erika, los dos sabemos que estas deseando que alguien te haga ver las estrellas-, las palabras de Enrique consiguieron hacer que volviera a resistirme, intentando escapar del abrazo que me aprisionaba.
-¡Suéltame cabrón!-, le grité al tipo que me aprisionaba, mientras me debatía para soltarme.
-Vamos a ver cómo está la vecinita-, dijo Enrique acortando la distancia entre nosotros, y colocándose a solo centímetros de mí.
En ese momento me di cuenta de que la bata que me había puesto antes de salir del departamento apenas cumplía el cometido de ocultar mi cuerpo a su mirada, Enrique sonrió maliciosamente, y su mirada era más de lujuria que de otra cosa, temblé al ver sus ojos, entonces, su mano se coló fácilmente por debajo de mi picardías y mi bata, y noté como se dirigía a mi rajita, y tras retirar la tela de mi tanguita, sentí un escalofrío que recorrió mi cuerpo entero al acariciar él con sus dedos, mi caliente y húmeda vagina, no podía ocultarlo más, y Enrique se dio cuenta.
-¡Su madre!, como estás vecinita, pero si te estás derritiendo-, dijo sonriendo y acariciando más mi rajita.
Sentí mucha vergüenza, mi cuerpo me estaba traicionado y no podía dominarlo, pero la verdad, estaba caliente como no lo había estado nunca, mi respiración ya no solo estaba acelerada por la situación, jadeaba sin atreverme a mirarlo a los ojos. Él no había retirado la mano de mi rajita, al contrario sus, dedos habían comenzado a juguetear con mis hinchados labios vaginales, impregnándose de mis juguitos, y metiendo la punta de ellos en mi interior.
No podía consentirlo, eso no era ni mucho menos lo que en mis sueños prohibidos había imaginado, y sin embargo, no podía evitar dejarme llevar, parte de mi me pedía a gritos que gritara, que luchara por escapar de ahí, pero otra parte, la más fuerte quizás, y la que estaba ganando terreno a pasos agigantados, me pedía a gritos que cerrase los ojos y me dejara arrastrar por aquello, que me dejara llevar por el húmedo deseo.
Por supuesto Enrique no se contentaría con eso, su otra mano rápidamente se posó con fuerza sobre una de mis tetas, que por aquel entonces ya estaban como piedras, y mis pezones hacía rato que estaban enhiestos, y se marcaban completamente en la seda del camisón y de la bata. Apretó con firmeza sobre mi teta, a la vez que se acercaba a mi cara, por un segundo creí que me besaría a la fuerza, pero se desvió, hasta posar sus labios en mi oreja.
-¿Sabes Erika?, tienes unas tetas tan bien puestas, me gustan así, firmes, pero sobre todo grandes como las tuyas, que se note que no me caben en la mano-, me susurró al oído, al mismo tiempo que pellizcaba mi pezón, y dos de sus dedos entraban con firmeza en mi interior.
Cerré los ojos, y dejé de debatirme, sabía que estaba perdida, desde ese momento me dejé llevar por completo, mi cuerpo dejó de resistirse, y permanecí con los ojos cerrados mientras aquel chico recorría los rincones más íntimos de mí ser, entre jadeos seguía pidiendo que me soltaran, eran una autentica suplica que no hacía más que excitar más y más aquellos chicos, podía sentir la verga del chico que me tenía abrazada clavándose entre mis nalgas, al final de cuentas, la tela tanto de mi bata como de mi picardías eran tan finas como el aire, y Enrique metía y sacaba lentamente sus dedos de mi interior.
-No por favor, se lo suplico, déjenme, no por favor… OK ya-, decía, pero cada palabra salía de entre mis labios convertida en un susurro.
El amigo que me retenía con fuerza, notó mi falta de resistencia y dejó de sujetarme para unirse a la fiesta, me sobaba con avidez todo el cuerpo, desde mis tetas, mi cintura, mi vientre, mi trasero, mis piernas, hasta que unió sus dedos a los de Enrique en mi rajita, mientras uno entraba y salía de mi interior, el otro se conformaba con acariciar alrededor y mi clítoris, el chico de detrás de mí estaba tan ansioso, que sus manos no podían quitarme la bata de casa.
Pero la torpeza de esas manos no impidió que al final me quitara la bata, dejándola caer al suelo de la habitación, cosa que no impedí, aquellas mismas manos, fueron subiendo el picardías desde mis piernas, hasta quitármelo por la cabeza, saqué uno de mis brazos del tirante, y eso fue más que suficiente para ellos, En pocos segundos estaba semidesnuda de pie entre los dos, solo con mi tanguita, y el picardías sujetado por uno de los brazos.
Sentía en mi nuca y en mi cuello los jadeos de aquel otro chico, en ese momento, Enrique sacó sus dedos de mi interior, y se recostó sobre la cama completamente desnudo, no supe en que instante se había quitado el bóxer, el pene endurecido miraba al techo, su glande rojizo y brillante asomaba orgulloso por encima de aquel miembro duro y repleto de venas hinchadas, nació en mi la necesidad de acercarme a él, mi cuerpo me arrastraba hacia allí, estaba como hipnotizada por esa juvenil verga, me recosté sobre la cama mientras mi mano se posaba con delicadeza sobre su tronco, era más grande y más gruesa que la de mi marido, y también estaba más dura.
-Chúpala Erika-, me dijo Enrique poniendo su mano en mi cabeza.
A lo largo de mi vida, al menos la sexual, había chupado un montón de vergas, de todos los tamaños y formas, novio que tenía, novio a la que se la mamaba siempre que podíamos, incluso, mi marido decía que nunca nadie, ninguna de sus ex, se la habían sabido mamar como yo lo hacía, y claro, me sentía muy orgullosa de esto, pero en ese momento, solo una verga me importaba, la de Enrique, juvenil, dura como el hierro, caliente como el infierno, llena de venas que sentía como palpitaban en la palma de mi mano, me di cuenta de que mi mano no podía rodear por completo el tronco, y que podía poner mis dos manos a lo largo, y sobresalía la cabeza.
Empecé por besar muy despacio el capullo con los labios entreabiertos, después mi lengua lo recorría como si fuera una paleta, subía y bajaba muy despacio, y mientras lo hacía, noté como Enrique comenzó a estremecerse y a gemir, quise ir más allá, la verdad era que lo necesitaba, necesitaba sentir como aquella verga llenaba por completo mi boca, introduje la cabeza, y mi lengua comenzó a lamerlo una y otra vez, era un gusto diferente a todo lo que hasta ahora había probado, pero era algo que me excitaba, sentir aquel miembro, sentir como aquel chico se derretía a mí merced solo con el poder de mi lengua, era algo que me volvía loca.
Poco a poco fui bajando la cabeza, y lentamente esa verga iba entrando en mi boca, tenía que abrir lo más posible, casi al grado de dislocarme la mandíbula, pero no importaba, estaba orgullosa de mi misma por poder alojar todo eso en mi boca, mientras entraba le hacía el vacío y la lamía, con mi mano acariciaba sus huevos, y poco a poco la fui sacando, mi cabeza subía y bajaba, a lo que sentí como su cuerpo subía y bajaba, intentando acoplarse a mis movimientos, hasta que pareció que me estaba cogiendo por la boca.
Había quedado recostada sobre la cama, prácticamente a cuatro patas, estaba semidesnuda, tan solo con mi tanguita y mis zapatos, el picardías al colgar solo de un brazo, había terminado en el piso, igual que la bata, mi culito estaba al descubierto, por lo que no tardé mucho en sentir las manos del otro chico bajando mi única prenda, hasta que quedó en mis rodillas, al instante empezó a lamer mi trasero, estaba completamente fuera de sí, lo sobaba y besaba una y otra vez.
La lengua de ese chico se movía arriba y abajo, explorando mis más íntimos lugares, he de reconocer que sus movimientos me estaban volviendo loca, no pensé en la persona que lo hacía, no pensé en el momento ni en el lugar, mi mente quedó en blanco dejándome llevar y concentrándome en las sensaciones que recorrían mi espalda, daban pequeños pinchazos de placer en mis pezones enhiestos, y terminaban en mi nuca y estaban comenzando a provocarme unos Dañinos espasmos de placer en mi vagina.
Abrí las piernas para facilitarle su labor, las tiras de la tanga se estiraron, encajándose en mi piel, no importaba, él aprovechó para hundir su lengua en mi rajita, a la vez que con uno de sus dedos presionaba ligeramente sobre mi clítoris, aquel chico tan desagradable me estaba haciendo el mejor sexo oral de mi vida, como nunca nadie me lo había hecho, mis fluidos se escapaban una y otra vez mientras él los esparcía por toda mi raja, hasta llegar a mi ano, lo que me producía escalofríos de placer, era virgen de ahí, pero aun así sentía rico.
Mi culo paradito se movía arriba y abajo sin control, aquel chico desagradable y seboso me estaba haciendo gozar como una autentica perra, tanto era así que por un momento, perdí la noción de lo que hacía y en uno de mis gemidos mordí ligeramente la verga de Enrique que permanecía en mi boca, él se sobresaltó un poco, Sentía mis fluidos resbalar por mis piernas, manchando un poco las sábanas, apenas podía concentrarme en lo que tenía entre manos, por lo que dejé de mamar, sujetaba con la mano aquella verga moviéndola torpemente arriba y abajo, me era imposible hacer nada que no fuera disfrutar.
Estaba a punto de explotar, a dos segundos de llegar a ese punto de no retorno, donde se sabe que no hay vuelta atrás, mi húmeda y palpitante rajita estaba por decir “¡basta!”, y arrastrarme a un maravilloso orgasmo, cuando de repente dejé de sentir sus lengüetazos, mi culito tembloroso permaneció esperando sus lamidas, pero en vez de su lengua sentí como su verga dura rozaba mis labios vaginales y se deslizaba una y otra vez de la misma forma que anteriormente lo había hecho su lengua.
Su cabeza se deslizaba una y otra vez sobre mi vagina, estaba a punto de ser penetrada por aquel horrible chico, sin embargo, no había nada que deseara más, sentí como lo colocaba a la entrada de mi húmeda rajita, y tras un instante de espera, mi cuerpo se estremeció cuando aquel trozo de carne entró en mis entrañas lentamente, llenándome por completo, no la sentía tan gruesa o tan larga como la de Enrique, pero en definitiva, era más grande que la de Daniel, mi esposo.
Escuché los bufidos en mi espalda, comenzó a moverse lento, pero aumentando su velocidad gradualmente, su verga entraba y salía resbalando por las paredes de mi vagina, , gemía ahogadamente cada vez que su pelvis chocaba contra mis nalgas, su cuerpo se tensaba y sus movimientos se volvían cada vez más frenéticos, mi cabeza quedó recostada sobre el colchón, mis manos soltaron la verga de Enrique, y se aferraban con fuerza a las sábanas, mientras soportaba sus embestidas, entonces, un maravilloso orgasmo comenzó a recorrer mi cuerpo, naciendo en la vagina, subiendo por mi espalda, hasta mi nuca.
-¡Ahhhh me vengo ummmmmm!-, nada más escuchar sus palabras, sentí como su leche caliente se colaba en mi interior, a la vez que notaba como sus manos apretaban con fuerza contra mis caderas, al mismo tiempo que sus embestidas se hacían más acompasadas, -¡qué bien lo haces vecina!, Ha sido la mejor cogida de mi vida-
En cuanto sentí su leche inundando mis entrañas, tuve un intenso orgasmo, cientos de espasmos recorrieron mi interior, pero mi boca quedó sellada, intenté reprimir las ganas de gritar mi placer, y permanecí tumbada boca abajo, percibí como aquel chico fue sacando su verga de mi vagina, y cuando estuvo completamente fuera, un hilo de semen salió de mi rajita, resbalaba por el interior de mis muslos, y caía gota a gota sobre las sábanas. Permanecí con los ojos cerrados, recreándome en mi placer, mientras Enrique y su amigo hablaban.
-Bueno chicos me marcho a la cama, hoy voy a dormir como un lirón-, dijo el chico al aire, pero después sentí como se aproximaba a mi oído, y me susurraba, -Oye vecina, no te olvides de venir mañana-, y me dio un beso en la mejilla.
Yo permanecí recostada ,mientras aquel horrible chico desaparecía por la puerta, y me dejaba a solas con Enrique, me sentía sucia, con la respiración todavía acelerada y con una mezcla de semen y mis propios jugos vaginales saliendo de mi rajita, me sentía incapaz de abrir los ojos, sabía que sobre esa misma cama se encontraba Enrique, notaba su respiración y su presencia, pero estaba demasiado avergonzada para levantar la cabeza, había engañado a mi esposo por primera vez, había tenido un orgasmo arrollador, y sobre todo, me había gustado.
-No sé si te has dado cuenta, pero el único que se ha quedado a medias he sido yo-, dijo Enrique acariciando mi espalda.
La caricia y las palabras de Enrique resonaron en la habitación, me hicieron despertar de mi letargo, sin tan siquiera mirarlo, me levanté de la cama, subí mi tanguita poniéndola en su lugar, busqué mi camisón, cubrí mi piel desnuda, levanté mi bata del suelo de aquella habitación, y salí de forma apresurada, sin tan siquiera mirar atrás, en el camino a la puerta de entrada no vi a nadie, y me fui colocando la bata.
-¡Espera!, ¿Me vas a dejar así?-, fueron las últimas palabras que escuché antes de salir de ese departamento.
Una vez en las escaleras, intenté peinarme con las manos, los nervios me atenazaban, y no dejaba de pensar infinidad de excusas creíbles, cualquier pretexto que pudiera explicar mi ausencia de casa a esas horas de la madrugada. Permanecí frente a la puerta de casa mientras recobraba el aliento, antes de abrir escuche si había algún ruido que delatara que alguien se había despertado y tras unos instantes abrí. Todo estaba oscuro y en silencio, entre aliviada y me dispuse a cerrar cuando, alguien sujetó la puerta y me impidió cerrar, estuve tentada a gritar pero me contuve al ver quien era, entre la oscuridad del interior y la tenue luz de fuera, pude distinguir la presencia de Enrique que se colaba en mi casa sin que yo pudiera hacer nada.
-¿Qué estás haciendo?-, le dije en un susurro, -por favor vete de aquí, mi marido está durmiendo, y puede salir en cualquier momento-, cerró la puerta tras él sin hacer caso de mis palabras, mi corazón estaba a mil por hora, el miedo se apoderó de mí y me sentí incapaz de decir nada.
-¿Pensabas que me dejarías a medias Erika?-, cuando la puerta se cerró, nos dejó en una oscuridad total, por lo que no sabía dónde estaba él, pero cuando habló, lo ubiqué detrás de mí, inmediatamente sentí como sus manos retiraban mi bata, y como se ponía a sobar mis tetas con descaro, -Erika, como me excitas, tienes unas tetas impresionantes-
Sentía sus manos apretando, sobando, y sopesando mis tetas, inevitablemente, mis pezones se endurecieron, tan solo el fino picardías de noche negro separaba nuestros cuerpos, atenazada por el miedo, era incapaz de moverme, mi cuerpo estaba a su merced, y entonces, sus manos bajaron rápidamente, colándose por la parte inferior del camisón, recorriendo mi piel, sin dejar de tocar, desde mis piernas, pubis, vientre, hasta volver a posar sus manos en mis tetas, pellizcando mis pezones, provocando escalofríos que me recorrieron de pies a cabeza, y que inevitablemente hicieron que me mojara de nuevo.
-No por favor-, le dije en un susurro, -déjame ya, puede salir mi marido en cualquier momento-, mis suplicas no eran más que un murmullo en medio de la oscuridad de mi casa.
Ni siquiera le importó, lentamente me fue empujando hasta el único lugar en el que se apreciaba algo de luz, la cocina, la cortina estaba abierta y el tenue brillo de las farolas se colaba en su interior, me dio la vuelta, me sujetó con fuerza, y me levantó dejándome sentada sobre la barra en la que desayunábamos cada mañana, mi corazón latía desesperado, miraba hacia la puerta esperando que en cualquier momento apareciera mi marido, pero eso a él ni le importaba, bajó los tirantes por mis brazos, y dejó al descubierto mis tetas, mis pezones estaban duros, y sus labios comenzaron a mordisquearlos y chuparlos, mientras con sus dedos los pellizcaba ligeramente.
De alguna manera logró ponerse entre mis piernas, dejándolas a cada lado de su torso, con lo que mi camisón subió hasta mis caderas, y Enrique se encargó de enrollarlo en mi cintura, podía sentir su verga dura e hinchada a través de las únicas prendas que nos separaban, su bóxer y mi tanguita, estaba como loco, sabía que no me iba a dejar escapar, su boca recorría hábilmente mi cuerpo, desde mi cuello hasta mis tetas, deteniéndose en mis pezones, chupándolos, mordiéndolos, y lamiéndolos, mientras sus manos se aferraban a mis nalgas, y me pegaban más a él, sintiendo la punta de su verga en la entrada de mi vagina.
-No te vas a escapar Erika, te voy a coger como tu marido ya no te coge-, me volvió a susurrar al oído.
En ese momento se bajó el bóxer, arrancó de un tirón mi tanguita, y colocó su verga a la entrada de mi rajita, después dirigió la punta, abriéndose paso por entre mis labios vaginales, durante unos segundos todo fue delicadeza, al menos mientras la cabeza de su miembro entraba en mí, luego, de una rápida embestida, me penetró hasta el fondo, y se quedó quieto unos segundos, los suficientes para darme cuenta de algo que ya había notado en su habitación, Enrique la tenía más grande que el chico que me había cogido antes que él, y por consiguiente, la tenía mucho, mucho más grande y gruesa que Daniel.
No pude evitar gemir un poco más fuerte, una mezcla de sorpresa y placer se apoderó de mí, me sentía completamente llena, como no me había sentido con mi esposo, ni con ningún otro hombre con el que hubiese estado, sus musculosos brazos pasaron por debajo de mis piernas, levantándome, dejando un mayor acceso a mi rajita, empezó a moverse despacio, pero no tardó nada en acelerar sus embestidas, las cuales me llenaban una y otra vez, no podía gritar, no podía gemir, sentía la necesidad de dejarme ir, abandonar mi cuerpo al deseo y dejarme llevar, pero de sobra sabía que era imposible.
-¿Te coge así tu marido?, ¿Dime Erikita, te coge así?-, continuaba susurrándome, mientras sus palabras se entrecortaban, cada vez me costaba más dominarme, y no ponerme a gemir como una autentica perra en celo, aunque mi cuerpo me lo pedía a gritos.
-No pares por favor, sigue, sigue-, le susurraba yo también, mientras lo rodeaba con las piernas y con los brazos.
Su joven y dura verga entraba y salía de mí como el cuchillo en la mantequilla, mis tetas iban de un sitio a otro con cada embestida, no podía reprimir un ligero gemido, casi inapreciable al principio, pero ya se había vuelto imposible disimular por la excitación que sentía, tanto era su ímpetu al penetrarme, que no tardó mucho en comenzar a convulsionar, sus músculos se tensaron y sus embestidas se volvieron frenéticas. Mis ojos quedaron clavados en la puerta del refrigerador, que reflejaba la imagen de su trasero moviéndose entre mis piernas, castigándome una y otra vez.
-No aguanto más, con un demonio, ¡me vengo!-, dijo Enrique apretando los dientes, y olvidándose de susurrar.
Sentí varios chorros de su semen golpeando contra las paredes de mi vagina por segunda vez en la misma noche, tras su orgasmo, se detuvo por completo y comenzó a recuperar el aliento sin sacármela, pero yo no había tenido nada, a esas alturas había llegado a un punto en el que todo me daba igual, estaba a medias de alcanzar mi propio orgasmo, y lo quería en ese momento, es más, lo necesitaba. Enrique sacó lentamente su verga de mi interior, y ya fuera se empezó a encoger, él se puso su bóxer con cara de satisfacción, y se dio la media vuelta saliendo de la cocina a la sala.
Me quedé ahí sentada un par de segundos, él había tenido su orgasmo, ¿y yo qué?, bajé de la barra, y al instante sentí como su leche salía de mi rajita, deslizándose por el interior de mis muslos, me terminé de sacar el camisón, dejándolo en una silla, y desnuda fui tras Enrique, aquello no se quedaría así, típico machito, alcanza su orgasmo, y la mujer que se joda sin gozar, yo le enseñaría, lo alcancé cuando pasaba por uno de los sofás de la sala, lo tomé de un brazo, y le di la vuelta, él me miró sorprendido cuando prendí una pequeña lámpara de lectura que estaba cerca, para que pudiéramos vernos.
-Ahora tu no me vas a dejar así-, le dije mientras me arrodillaba frente a él.
Volví a bajar su bóxer, su verga ya no estaba del todo dura, aun así, el tamaño impresionaba, sin pensarlo lo tomé con una mano, y lo introduje en mi boca, el sabor a semen y a mis jugos vaginales todavía impregnaban su miembro, con la mano dejaba al descubierto el glande, y con la lengua lo recorría como si fuera el manjar más maravilloso, lo introducía hasta que mi nariz tocaba su pubis, y le hacía el vacío, no tardó mucho en ponerse dura de nuevo, poco a poco mis labios comenzaron a sentir las curvas que producen las venas hinchadas.
Cuando aquella verga estuvo tan dura como antes, me puse de pie, y lo empujé contra el sofá más cercano, para que se sentara, lo miré a los ojos, y me coloqué encima de su regazo, deseaba volver a sentir el calor de su miembro duro en mi interior, quería venirme como una perra, ya no era yo, con mi mano apunté la cabeza de su verga a la entrada de mi vagina, estremeciéndome al contacto, muy despacio fui bajando, sintiendo como se introducía en mi interior, aquel pedazo de carne entró sin ninguna dificultad, pues estaba más que empapada, aunado a que su leche también servía como lubricante.
Cuando mis nalgas tocaron sus huevos, me detuve por completo, de nuevo estaba dentro de mí, llenándome como nadie, sus manos recorrieron mis piernas, acariciando mis caderas y mi cintura, para acto seguido, apoderarse de mi trasero, sobándolo y amasándolo como él quiso, tras unos instantes sintiéndola dentro de mí por completo, empecé a cabalgar sobre él, primero despacio, pero después, me tuve que sujetar al respaldo del sofá para poder aumentar la velocidad, comencé a cogérmelo como una loca, su verga aparecía y desaparecía en mi interior, mi trasero chocaba contra sus muslos, produciendo un ligero chasquido que parecía un ruido atronador en el silencio de la noche.
-Sigue, Sigue, no pares, no aguanto más-, le dije con mi boca pegada a su oído.
Mis caderas subían y bajaban con bastante velocidad, sus manos en mis nalgas acompañaban mi furiosa cabalgata, en algún momento, su boca se apoderó nuevamente de mis pezones que estaban en extremo sensibles, dándome un gusto maravilloso que comenzó a atenazarme, tuve que hundir mi cabeza en su cuello para ahogar mis gemidos, y los grititos que inevitablemente salían de entre mis labios, gemía ahogadamente intentando taparme con su piel, entonces, el orgasmo me asaltó, fue brutal, los espasmos recorrían mi cuerpo por completo, y toda mi piel se erizó, durante unos segundos mi cuerpo me abandonó, trasladándome al país del éxtasis.
-Me vengo, por dios, me vengo-, le dije a Enrique en el oído con los dientes apretados, y aguantando la respiración mientras mi orgasmo duraba.
Tenía el pulso acelerado y la boca seca, mi respiración continuaba agitada, todavía sentía clavada su verga en mí, sus manos seguían aprisionando mis nalgas, y antes de darme cuenta, Enrique me plantó un beso en la boca que no pude, ni quise evitar, el beso fue apasionado, lleno de lujuria, con nuestras lenguas enredándose como queriéndose arrancar una a la otra, entonces con sus manos levantó mi cuerpo, y me dejó caer en su miembro, gemí de sorpresa y excitación, pero mi gemido quedó ahogado en la boca de él, el calor, la lujuria, y las ansias de sentir otro orgasmo provocado por Enrique regresaron.
No necesité más incentivo, mis caderas volvieron a subir y a bajar, pero está vez un poco más lento, dejó de besarme, y me echó hacia atrás, lo suficiente para volver a apoderarse de mis enhiestos pezones, su lengua los recorría, y con labios y dientes los mordisqueaba, yo me mordía mis propios labios para no ponerme a gritar como loca, tal y como lo estaba deseando, esta vez, Enrique no permaneció inactivo, él también movía sus caderas, y cuando yo me alzaba, el retrocedía todo lo que podía, para que cuando yo bajaba, él se adelantaba a mi encuentro, provocando que el placer explotara y recorriera mi cuerpo con cada embestida.
-Te quiero en cuatro Erika-, me dijo al oído, dejando mis pezones llenos de su saliva.
Detuve mis movimientos, sintiendo aquella joven verga hasta el fondo de mí, lo miré a los ojos, y él me sonrió pícaramente, le devolví la sonrisa, y me levanté, notando como centímetro a centímetro él se iba saliendo de mí, en ese momento me di cuenta de que el sofá en el que me había estado cogiendo, era el más grande, así que rápidamente me puse como Enrique quería a un lado de él, con mi trasero apuntándole, no me hizo esperar demasiado, con sus manos en mis caderas, arrimó su verga a mi rajita, que chorreaba mis líquidos, mezclados con su semen.
Utilizaba la cabeza de su verga a modo de cuchara sobre mis labios vaginales, subía y bajaba por toda la longitud de mi rajita mojada, deteniéndose especialmente sobre mi clítoris, con cada pasada todo mi cuerpo vibraba de placer, pero, por algún motivo, Enrique retardaba la penetración, en aquel instante, mi vagina comenzó a dejar caer algunas gotitas de mis líquidos al tapiz del sofá. Me estaba volviendo loca sintiendo como jugaba la punta de la verga de Enrique en mi rajita sin cogerme, porque a esas alturas, que ese chico me cogiera era lo único que quería.
No aguantaba más tal agonía, volteé atrás, vi a Enrique a los ojos, y con un movimiento de cabeza, le indiqué que ya me la metiera, apoyó con más firmeza la verga en entrada vaginal, y de una sola envestida me penetró, tuve que morder el brazo del sofá para ahogar el grito que salió de mi garganta, él se detuvo cuando su pubis chocó con mis nalgas, en ese momento me di cuenta de una cosa, aquello con lo que había fantaseado el día que vi a Enrique cogerse a esa chica se estaba haciendo realidad, estaba a cuatro patas, y él me estaba cogiendo, ya no era más un sueño, era la realidad, y pensaba gozarlo.
Sin dejar de morder el brazo del sofá, moví mis caderas de un lado al otro, y de atrás hacia delante, indicándole a Enrique que siguiera, me entendió, y la fue sacando lentamente, con lo que cerré mis ojos, y volvió a meterla de una sola estocada, mi grito salió ahogado, pero entonces él no se detuvo, entraba y salía con una velocidad pasmosa, yo también me movía con sus embestidas, poco a poco fue aumentando sus penetraciones, con lo que mis tetas se movían como locas de un lado al otro, Enrique se dio cuenta, y se echó sobre mí, pasando sus manos por mis costados, hasta agarrar con cada mano una de mis tetas, pellizcando los pezones.
Así continuamos por un par de minutos, entonces empecé a sentir los espasmos que anunciaban otro orgasmo, al mismo tiempo que Enrique aumentaba la velocidad, y notaba como su verga se hinchaba más dentro de mí, hasta que él estalló en lo más profundo de mi vagina, podía sentir cada chorro de semen golpear mis paredes vaginales, lo que provocó que yo también tuviera mi orgasmo, grité, grité con todas mis fuerzas, pero el grito quedó ahogado por el brazo del sofá, que también mordí con saña, ya que mi amante no dejó de moverse , hasta que dejó de soltar su leche caliente.
Se quedó quieto sin sacar su verga, y con sus manos aun agarrando mis tetas, apretándolas un poco, teniendo mis pezones entre sus dedos, nuestras respiraciones poco a poco se fueron acompasando, el miembro de Enrique se fue encogiendo hasta salir de mi vagina, de repente volví a darme cuenta de la situación, me revolví contra él, y salí de debajo del cuerpo de Enrique, rápidamente me incorporé y comencé a buscar mi camisón, recordando donde lo había dejado, pero a unos pasos estaba mi bata, fui por ella y me la puse, él también se vistió con su bóxer, mientras me miraba con una sonrisa, se despidió, y desapareció tal y como había llegado.
Cuando Enrique se fue, por fin cerré con seguro la puerta, apagué la luz de la lamparilla, regresé a la cocina por mi camisón y mi tanga, esta última no tenía salvación, estaba completamente rota, pero aun así la conservé, la metí en uno de los bolsillos de la bata, Fui al baño, mi cuerpo estaba completamente sudoroso, pegajoso, y lleno de mis fluidos y los de Enrique, a cada paso que daba, sentía como el semen bajaba por el interior de mis muslos, mi piel sabía a pecado y mi cuerpo estaba impregnado de deseo, me di una ducha, intentando limpiar también el remordimiento.
Me volví a poner el picardías, y encima la bata nuevamente, no podía regresar a la cama con el cabello mojado, así que regresé a la sala, a limpiar el poco estropicio que mi pequeña aventura infiel había dejado en el sofá, al verlo, todo aquello regresó a mi mente, no pude evitar sonreír ante eso, mis pezones se volvieron a poner duros, y mi vagina palpitó recordando el grosor, y la longitud de la verga de Enrique. Media hora después, decidí volver a la habitación, para no despertar a Daniel, no prendí la luz, pero al entrar en la cama, mi corazón dio un salto.
-¿No podías dormir?-, me dijo Daniel adormilado.
-No, así que he salido a tomarme un poco de leche tibia-, le dije cubriéndome con las cobijas, y cerrando los ojos con una sonrisa en mis labios.
-Dulces sueños amor-, me dijo, y se dio la vuelta, empezando a roncar inmediatamente.
“Ya lo creo”, pensé, “claro que serán dulces, pero sobre todo, satisfactorios sueños”
Viví en ese edificio por 2 años más después de esta experiencia, Enrique y sus amigos siguieron haciendo fiestas cada fin de semana, pero ya no invitaban a sus amigos, las fiestas se hacían entre ellos tres, y su vecina favorita del departamento de abajo, o sea yo, Erika.
Ambos iniciamos a besarnos con toda pasión, con aun más pasión que la primera vez, mientras nos besamos Armando comenzó a tocarme mi zona intima debajo la falda de mi vestido y como consecuencia a esto de inmediato me moje toda, ¡Quiero hacerte el amor! Me dijo suavemente al oído, -Lo sé y también quiero- le conteste.
Relato erótico enviado por putita golosa el 29 de August de 2010 a las 23:31:22 - Relato porno leído 515358 veces