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LA TENES ADENTRO, PAULITA

Relato enviado por : stoner el 28/05/2012. Lecturas: 23398

etiquetas relato LA TENES ADENTRO, PAULITA   No consentido .
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Resumen
Resulta que hace algunos años me levanté un caramelazo que ni les digo. Paula era rubia, algo retacona, con una carita de ángel que te la paraba al toque y terribles tetas y culazo. Estaba a dos postres de ser gorda, pero la turra se mantenía en ese rico límite, gracias a dios...


Relato
La conocí en un estudio de televisión de esos que se alquilan para grabar programas pilotos, según me explicó el gordo Pardelli, su dueño. No se crean que yo estaba ahí para algo de eso, nada que ver; yo estaba haciendo la electricidad del nuevo estudio, y justo ahí es donde apareció la nena con una banda de gansos bien arregladitos. Ni bien la vi, no pude sacarle los ojos de encima: estaba vestida de negro; llevaba una campera abierta y debajo una musculosa rosa bien apretada que le ceñían terriblemente sus tremendas tetas; su pantalón elastizado le dibujaba flor de orto; el pelo rubio dorado y lacio le pasaba los hombros. Una diosa de aquellas. Con los muchachos de carpintería, que no se que mierda estaban martilleando ahí, nos volvimos locos.

Enseguida empezamos a laburar más despacito, para relojearla mejor. Entonces vino el cabezón Gonzáles, el ortiva que mandaba ahí, y les dijo a los carpinteros que se rajaran porque había que grabar y necesitaba silencio. A mi también me dijo que dejara lo mío por un rato. Los muchachos largaron todo y se fueron rajando al bar, pero yo me hice el sota y me quedé dando vueltas por ahí; quería ver como era que se hacia un programa de televisión. Al rato movieron un par de cámaras, prendieron unas luces y la nena y un coso alto y con el pelo cortito y mojado se pararon adelante. Yo me acerqué haciéndome el gil y, para disimular, agarré unos auriculares que estaban arriba de un televisor y me los puse; me miré en un espejo: parecía el puto señor televisión.

Cuestión que comenzaron a grabar; el coso comenzó a decir no se que giladas mientras sonreía como un vendedor de baratijas y la nena debía hacerle la segunda, pero la muy tontita se trababa y entonces alguien gritaba “corten” y volvían a empezar. Algunos putitos que habían venido con ella se le cagaban de risa por lo bajo y escuché que la trataban de tarada. La observé: parecía más desorientada que perro en bote; pobrecita, pensé, semejante bestia y nada de balero. Entonces me conmoví un poco, esa es la verdad, y la llamé; ella vino hacia mí, dudando.

- Vos tenés pasta – le dije por lo bajo -, calmate y te va a salir bien.
La nena me miró, agradablemente sorprendida.
- ¿Vos sos..? – quiso saber
- Beto – le di un beso en la mejilla.
- Yo soy Paula.
Señaló mis auriculares.
- ¿Trabajas acá?
Asentí con la cabeza. Alguien gritó su nombre.
- Anda y hacelo bien – le dije mirándola fijamente a los ojos –, yo me quedo acá.

La nena me miró, reconfortada, y se fue. Volvieron a hacer la toma y salió redondita. La gente a veces solo necesita un empujón. Cortaron y todos aplaudieron “Bien, Paula”, grito uno. La nena dio un saltito de alegría, sonriente. Me miró y yo le hice el gesto de aplaudir. Vino hacia mí.

- ¡Gracias! – exclamó emocionada y me abrazó. Sentí sus tetazas tibias en mi pecho y me temblaron las piernas. Yo la rodee con mis brazos y palpé su espalda y su cinturita. La guachita estaba para el crimen.
- Lo hiciste muy bien – le dije –, seguí así.

Entonces la nena siguió grabando, y en cada corte venía a mí y me preguntaba que tal iba. Yo le mandaba alguna sanata, haciéndome el que la tenía reclara con eso de la televisión y aprovechaba para arreglarle la ropa o tomarle la mano. Algunos de los giles que estaban con ella comenzaron a marcarme con cara de desconcierto, pero yo los ignoraba olímpicamente.

En un parate la nena se mandó al baño con otras minas y las seguí disimuladamente. Las cotorras sumaban cinco, entraron al baño y me quedé marcando en el pasillo. Fueron saliendo una por una y cuando solo quedó Paula, me mandé. Abrí la puerta despacito. La nena estaba mirándose el culo en el espejo.

- ¡Oh! – exclamó al verme.

Sonreí y entré.

- Venía a ver como estabas – le dije.
- Bien – dijo -, yo...
- Quiero ver tu ropa – la interrumpí, dándomelas de profesional – a ver, parate derecha.
Creo que iba a decir algo, pero al ver mi actitud profesional se puso firme.
- Uhm – solté mirándole los pantalones -, a ver la calza, date vuelta.
- ¿No está bien? – preguntó, dándose vuelta.
- Vamos a ver – dije y comencé a acariciarle el culo y los muslos haciendo que se la acomodaba. Ese culo era de piedra, carajo, y ni les digo las gambas. La herramienta se me puso dura al toque. La nena, quietita, me marcaba por el espejo.
- ¿Estoy bien? – me preguntó con el dedito en la boca.
Tuve ganas de pelar y clavársela ahí mismo, contra la mesada del baño, pero le metí los pulgares por el elástico y se las subí.
- Ahora si – dije y me pegué detrás de su culo, apoyándole el paquete.
- Tengo calor – dijo mirándome por el espejo.
- Sacate la campera – le sugerí.
Me aparté y ella se la sacó. Sus tremendas tetas amenazaban con destrozarle la musculosa.
- A ver, date vuelta.
La nena giró hacia mí.
- Permiso, eh – dije. Ella asintió con la cabeza y con mis dos manos tomé sus gordas gomas fingiendo que le arreglaba la remera. ¡Dios mío!, mis palmas no alcanzaban a cubrir esos pechos tiernos y tibios. Sus pezones chiquitos se erizaron.
- Tengo que irme… - dijo la nena, nerviosa.
Yo, como un gil, me cagué y la largué.
- Listo – dije – vamos.

Salimos del baño y regresamos al estudio. Antes de grabar, Paula se puso a discutir con una mina porque le quería hacer poner la campera. La nena se le plantó y dijo que no. Mientras se carajeaba con la tipa, me miraba como diciendo “voy hacer lo que me dijiste”. Yo afirmaba con la cabeza. Paula se salió con la suya, retomaron la grabación y le salió todo el speech derechito.

Rato después terminaron. La nena se me acercó.
- Gracias, Beto – me dijo dulcemente.
- De nada, piba. Si necesitas algo, estoy a tus órdenes. Por cualquier cosa dame tu teléfono que acá siempre hace falta gente…
La nena sacó su telefonito rosa y me leyó el número.
- Ahora nos vamos a tomar algo, para festejar – me dijo - ¿querés venir?
- Claro – asentí -, pero en un rato. Cuando termine mi horario.
- ¡Bárbaro! – exclamó dando un saltito.
Me dijo el nombre del bar donde estarían. Quedaba cerca del estudio.


Un par de horas después, salí del laburo y me mandé al bar. Se trataba de uno de esos boliches modernos donde te arrancan la bocha con los precios. Ni bien entré, Paulita me vio y me llamó desde la barra. Estaba sentada junto a un flaquito de anteojos y arito que me miraba raro, como yo lo observaba a él.

- Beto, te presento a Carlos, mi novio – dijo sonriente.

Lo miré. Más que su macho, parecía su hermanito menor. Dios le da pan a los que no tienen dientes, carajo. Lo saludé y apreté su mano frágil y blandita.

- El trabaja en el estudio, es productor – le informó la nena. Yo asentí con la cabeza.

No sabía que carajos era eso de productor pero sonaba bien. Me senté en una baqueta y Paula quedó entre los dos. Comencé a darle chamuyo, haciéndome el coso importante. El flaquito paraba la oreja, tratando de participar, pero yo lo ignoraba olímpicamente. Tenía ganas de mandarlo a comprar cigarrillos, pero no todo se puede en la vida. Así las cosas, al rato se nos acercó el ganso alto que condujo el programa con Paula y se puso a charlar con el flaquito. El quia estaba achispado por el escabio y comenzó a tironear al novio de la nena pidiéndole que lo acompañase no se adonde. El flaquito se resistía y yo crucé los dedos rogando que ahuecara el ala. Finalmente, el ganso lo convenció y allá fueron. Entonces me dije que no tenía mucho tiempo y además no podía más de la calentura. La nena tomaba de su vaso en pajita y fruncía los labios y a mi me daba un ataque en la entrepierna. Estaba para amurarla contra la pared. Sus tetas grandes y erguidas, enfundadas en su apretada musculosa, lucían arrebatadoras. De pronto un hilo líquido cayó de la pajitas mojando su remera y algo del pantalón.

- Me manché toda – dijo la nena mirándose las gomas.
Intuí que esa era la mía.
- ¿Que estás tomando? – le pregunté.
- Nada, un daiquiri de…
- ¡Uy, eso mancha para la mierda! – exclamé poniéndome de pié -, acompañame, a ver si la salvamos.
- Bueno, pero… - balbuceó ella.
- ¡Al baño, rápido! – dije apurándola, tomándola de la mano. La nena se puso de pié y comencé a llevarla rumbo a los baños.
- ¿Mancha mucho? – preguntó la tontita mientras la arrastraba.
- Una barbaridad – dije apretándole la mano, como si eso fuese una catástrofe.

Nos metimos detrás de un biombo que ocultaban las puertas de los baños. Busqué la puerta del de mujeres y entramos. No me importaba nada, solamente comérmela cuanto antes.
Entramos y una mina de pie frente al espejo dio un respingo al vernos.

- Permiso, permiso – dije pechándola, sin soltar a Paula -, es una emergencia, señorita.
La mina se apartó, nos miró sorprendida y salió. Abrí la canilla. Paula se paró frente al espejo mirándose.
- Dejame a mí - dije mojándome las manos.
- Pero...
Entonces comencé a tocarle las tetas, limpiándole las manchitas. Sus calidos melones eran tiernos y embriagadores al tacto.
- Ya terminamos – dije.
- Es el baño de mujeres… - dijo la nena, como dándose cuenta.
- Tenés razón – dije como si me hubiese olvidado de eso. Tomé una toalla de papel y la mojé -. Necesitamos un lugar más tranquilo, vení.
La tomé del brazo y la metí en uno de los pequeños baños.
- Acá te voy a poder limpiar mejor – dije trabando la puerta.
- ¿Te parece, Beto? – preguntó ella, aturdida.

Me senté en el inodoro, frente a sus piernas. Comencé pasarle por las piernas la toalla de papel húmeda mientras que con mi mano libre acariciaba disimuladamente sus caderas. Sus muslos carnosos y duros eran como acariciar el cielo con las manos. La nena, de pie frente a mí, me observaba desde arriba.

- ¿Sale? – preguntó ingenuamente.
- Parece que si – dije -, ahora date vuelta que también tenés manchado atrás.
- ¿En serio? – exclamó girando su cabecita.
- No, mejor pasate para acá – dije levantándome del inodoro.
Paula me miró, sorprendida.
- Apoyá las rodillas en el inodoro – le ordené tomándola de los brazos.
- ¿Te parece? – preguntó dubitativamente, dejándose hacer.
Cuando la tuve arrodillada sobre el inodoro, cara contra la pared y de espaldas a mi, me extasié con la visión de su tremendo culo servidito en bandeja. La nena gastaba un orto espectacular. Comencé a temblar de la emoción.

- Tengo que irme, Beto… – dijo la nena como olfateando lo que se le venía encima. Pero ya era tarde. Comencé a frotarle las nalgas diciéndole que ya terminaba, aunque en realidad el que iba a terminar en cualquier momento era él que tenía entre las piernas.

- Te voy a arreglar el pantalón – dije bajándole la calza hasta las rodillas. Sus carnosas nalgas blancas asomaron, divididas por la tirita de la minúscula tanguita roja que llevaba.
- ¡¿Pero, Beto?! – exclamó la nena dándose vuelta. Le rompí la tanga de un tirón, le metí la lengua en su ojetito rosado y comencé a lamer como un perro sediento. La nena soltó un grito pero la tomé de los brazos con fuerza, inmovilizándola, y proseguí lamiendo.

- ¡No, para, ah! – gimió la nena alzando su cabeza.

Mientras le chupaba el orto, acariciaba sus piernas y llevé una mano hasta sus tetas. Paula protestaba pero se resistía cada vez menos. Entonces me levanté, me bajé los pantalones, le abrí los cachetes del culo y le solté un buen gargajo para aceitar la entrada. Tomé mi pedazo durísimo y la ensarté sin decir agua va. Paulita brincó como una buena yegua. La aferré fuertemente de sus caderas y comencé a penetrarla sin contemplaciones.

- ¡Ay, ay, despacio, me duele! – se quejaba la chetita mientras se la clavaba hasta los huevos.

- Te voy a coger como a una puta barata, Paulita – dije y la tomé del pelo. Ella soltó una exclamación de dolor. Sus nalgas se bamboleaban como gelatina. Le puse un par de fuertes chirlos. Su concha era apretadita, lo que me calentaba aun más. Era delicioso montarse a esa rubiecita de carnes blancas como si fuese un pedazo de carne barato.

- Te voy hacer acabar, chetita.

Parecía que estaba esperando la orden, pues ni bien le dije eso soltó un prolongado “Aaahhh”, corriéndose como una perra. Pero no le aflojé. Para ganarte de verdad a una mina, tenés que cojértela como nadie antes, y suponía que, increíblemente, a una bebota ingenua como esa nunca nadie la había tratado como a una putita en celo. Seguía dándole a morir, cada vez más fuerte. Tenía la ropa empapada en transpiración. La nena comenzó a gemir, avisando que se correría nuevamente.

- ¡Aaahhh! – gimió cayendo contra el deposito del inodoro. Seguí sin aflojar y no paré hasta que se corrió por tercera vez. Se la saqué, empapada de flujo. La nena apenas si podía moverse. La tomé de los brazos y le dije que se sentase en el inodoro.
- Sexo oral, no… - pronunció, mareada, mientras la acomodaba.
- Esto no es “sexo oral” – sonreí, poniéndole mi pedazo frente a su cara -, esto es chupar bien la pija.
Paulita vio mi pedazo y abrió los ojos como platos. En realidad calzo más que respetablemente. En la fábrica los muchachos me habían bautizado como Beto, para que se den una idea.
- No, Beto – negó la nena con la cabeza -, yo no…
En eso escuchamos que se abrió la puerta de entrada del baño.
- ¿Paula, estás acá? – preguntó una mujer – te busca Carlos.
Con la nena nos miramos. Le hice una seña muda. Paula tragó saliva y dijo:
- Si, decile que me descompuse pero ya estoy bien. Ya salgo...
- Okey – respondió la mina y escuchamos cerrarse la puerta.
- Ya oíste… – dijo la nena, pero empuñé mi verga enhiesta y se la metí en la boca. Paula dio un respingo.
- Chupala, putita – dije tomándola de la cabeza.
La nena cerró los ojos y comenzó a mamarme. Hizo un gesto de asco, y adiviné que fue por el sabor de su flujo.
- ¿No te gustan tus jugos, perrita?
Ella alzó sus ojos, mirándome sumisamente, y negó con su cabecita rubia.
- Chupame bien, chetita.

Paula pronto le perdió el asco a mi garompa y empezó a chupármela ávidamente. Con su lengüita recorría todo el tronco y bajaba hasta mis bolas. Pronto mi verga quedó brillosa por su saliva. Llevé mis manos hacia sus tetas; le levanté la musculosa y le bajé el corpiño, sus globos carnosos asomaron como necesitando aire; con mis dedos comencé a frotar sus gruesos pezones rosados. La nena comenzó a gemir con el pedazo en la boca.

- ¿Te gusta, putita? – dije.

Ella lanzó un gemido a modo de afirmativa respuesta. Ahí estaba, con los pantalones bajos, en el interior de un baño, gozándome a esa rubiecita cheta a quien había conocido tan solo hacia un par de horas atrás. La nena movía su cabeza tragándose ansiosamente toda mi vara. Comencé a sentir que eso se terminaba. Largué un ¡OOOHHH! que sonó a como si me estuviese tirando de la punta de un edificio, al tiempo que aferraba su cabecita rubia y le lanzaba un buen torrente de semen caliente. Las mejillas de la nena se inflaron e intentó apartar su boquita de la boa, pero no se lo permití hasta desagotar toda la manguera.
Paula abrió su boca y pude ver su interior lleno de semen blanquecino, Se trataba una buena cantidad.

- Tragátelo o te vas a manchar toda – le dije.
Ella me miró alarmada, como diciéndome “ni loca me lo trago”, entonces se le escapó un espeso chorro que impactó sobre sus tetas. Ella abrió bien grandes sus ojazos, asustada.
- Te lo dije – le expliqué –, tragate eso que no es mucho.

La nena me observó resignada, cerró los ojos con fuerza y se lo tragó. No obstante un hilo de leche se deslizó por la comisura de sus labios.

- Es la primera vez… – dijo y tragó saliva.

Estaba exhausta, parecía drogada. La ayudé a incorporarse, le arreglé un poco la ropa y le dije que saliese sola, que la alcanzaba en un rato. Ella me observó con expresión ausente y se alejó, tambaleándose.
Aguardé un par de minutos y salí al salón.
Paula estaba sentada en la barra con gesto inexpresivo. Parecía una zombi. El noviecito, a su lado, le decía algo. Me acerqué a ellos.

- Bueno, chicos – dije - me voy, estuvo muy lindo todo.

Paula giró su cabeza y me observó. De pronto su cara recuperó la expresión y me dijo:

- No te pierdas. Llamame...
- Por supuesto – asentí. Entonces miré a su noviecito.
- Cuidamela – dije estrechando su mano – esta piba vale oro.

El cornudo sonrió, un poco desorientado.
Salí, me subí a la moto y me rajé.

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Comentarios enviados para este relato
pollo1213 (9 de July de 2012 a las 04:05) dice: JAJAJA, MUY BUEN RELATO, FELICIDADES, SR. PRODUCTOR. JEJE

katebrown (18 de October de 2022 a las 22:19) dice: SEX? GOODGIRLS.CF

katebrown (18 de October de 2022 a las 19:51) dice: SEX? GOODGIRLS.CF

osohormiguero (11 de July de 2012 a las 00:52) dice: grande maestro ya quisiera ser yo PRODUCTOR DE TV JA JA


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