Las aventuras porno de Agustín: El esclavo de Lea (1ª parte)

Me encontraba ante un serio problema: desnudo en la playa, sin coche, sin dinero, sin móvil, sin toalla... sin nada. Intenté convencer a las pocas personas que allí estaban para dejarme usar su móvil, pero fue imposible, nadie se fiaba ni quería tener gasto. Cuando más absorto estaba alguien me habló por atrás.

-Si llego a ser una de las dormilonas te quedas sin polla y si llego a ser el padre de Lorena te quedas sin cabeza.

Volví la cabeza y era la chica de atrás, Lea, rubia y preciosa, con unos ojos azules deslumbrantes, y un cuerpazo de modelo a pesar de ser tan joven.

-¿Tú no me vas a hacer nada? -le pregunté.

-Si acaso, follarte otra vez, pero primero te voy a ayudar, que creo que me necesitas.

-¿Tienes móvil?

-No, me lo robaron ayer, pero te puedo dejar mi toalla y te vienes conmigo en el autobús.

-Pues no sé cómo agradecértelo...

-Yo sí. Tengo una fantasía sexual que quiero que se haga realidad. Quiero tener un esclavo. ¿Podrías serlo tú durante un mes?

-Pues claro que sí. Haré todo lo que me pidas. Te lo prometo.

-Si no cumples el trato yo misma te cortaré la polla, ja, ja, ja.

No podía creer la suerte que había tenido. A mis 42 años me encontraba con una jovencita que quería follar conmigo y convertirme en su esclavo. Lea prosiguió:

Tendrás que obedecerme absolutamente en todo, no puedes dejar de cumplir nada de lo que te mande. Me llamarás "ama" y estarás a mi servicio las 24 horas del día. ¿Estamos de acuerdo?

-Sí, ama, cumpliré todas tus órdenes sin vacilar.

-Voy a probarte. ¿Ves aquella vieja que está tomando el sol? Pues te la vas a follar, sí o sí.

Era una mujer mayor, de unos 70 años, aunque se conservaba bien para su edad. Me acerqué a ella mientras Lea observaba desde lejos.

-¡Hola! -la saludé-. Me preguntaba si te apetecía echar un polvo conmigo.

-¿Tú que crees, con esa verga tan rica que llevas? Échame todos los polvos que quieras, hijo.

La coloqué a cuatro patas y una vez que mi polla se entonó, se la meti en el coño y me la estuve follando más de cinco minutos. Finalmente conseguí eyacular, aunque casi no me quedaba ya esperma en el depósito. La señora se quedó contentísima. Regresé junto a Lea, que me felicitó:

-Muy bien, esclavo. Has superado la primera prueba, aunque lo que te queda es mejor que ni lo sepas.

-Cumpliré todos tus deseos, ama.

-Pues recupera fuerzas, que en el autobús me tienes que follar. A esta hora va a tope con la gente que regresa de la playa, y aunque siempre se restriegan conmigo y me tocan todo, quiero que me folle alguien, me da mucho morbo. Toma, ponte la toalla que nos vamos.

Me anudé la toalla y Lea se puso una faldita y un pequeño top que se ajustó a sus tetitas marcando sus pezoncitos, erectos por la excitación.

Subimos al autobús, que efectivamente iba a tope. Era inevitable los frotamientos de cuerpos y genitales. No había manera de poder moverse. Había una chica que le habían desabrochado algunos botoncillos de la camisa y llevaba una teta al aire. El chico de al lado acabó con su boca en ella y le mordisqueaba el pezón. Tenía que follarme a Lea aprovechando tanta aglomeración. Afortunadamente era casi tan alta como yo, me pegué a ella todo lo que pude, cara con cara, pecho con pecho, ... polla con coño. Sólo tuve que levantarle la faldita y sacarme la verga. Esto último fue lo más dificultoso, aunque finalmente lo logré. Una chica morena, a pesar de ir acompañada por su novio, se me pegó por detrás y frotaba su chumino contra mi culo y sus tetas contra mi espalda. Su mano derecha la deslizaba lentamente en busca de mi paquete. Yo estaba intentando penetrar a Lea, pero no podía atinar con el agujero con tanta apretura y tanto vaivén del autobús. La chica morena finalmente llegó con la mano a su destino y me acarició suavemente el pene hacia arriba y hacia abajo. En uno de sus movimientos se topó con el coñito de Lea. No se cortó y también se puso a acariciarlo, primero por fuera y luego por dentro. Veía perfectamente cómo le metía los dedos y la masturbaba. Al mismo tiempo, la chica colocó su mano izquierda en mi trasero, y lentamente deslizó su dedo índice hasta el orificio anal, y sin tapujo alguno, pasó a visitarlo. Tanto Lea como yo hacíamos esfuerzos para no gritar de placer. Yo desplacé mi mano izquierda unos centímetros hacia atrás, la metí por arriba de un pantaloncito corto que llevaba la chica, llegué hasta su chochito y apliqué mis dedos a sus labios y su clítoris. Me puso la mano chorreando del orgarmo tan brutal que tuvo. Su novio no se enteraba de nada porque estaba pendiente de otra chica que tenía pegada. La mano de la chica se desplazaba del coño de Lea a mi verga y de mi verga al coño de Lea. Ésta, finalmente, se corrió. Yo aguantaba para poder cumplir la orden, pero la leche ya quería salir. La chica lo sabía y, por morbo o por ayudar, enchufó mi manguera en el agujero de Lea justo a tiempo. La leche le cayó bien dentro. Menos mal que con tanto jaleo solamente los tres nos dimos cuenta de la corrida. La chica me sacó el dedo del culo y desenchufó mi manguera, pasó su mano por la cabeza del pene para limpiarlo de los restos de semen, y con disimulo pero avidez al mismo tiempo se la llevó a su boca y con la lengua lamió y limpió todo. Como tenía su boca junto a mi oreja, me susurró:

-¡Qué leche más rica! ¡Está más sabrosa que la de mi novio! ¡Quiero más! Memoriza mi número de móvil.

Me dijo su número muy despacito y como era muy fácil lo retuve. Cuando se bajó del autobús con su chico, pude comprobar lo buenísima que estaba, con unas piernas perfectas y unos movimientos femeninos muy sensuales.

-¿Qué te ha dicho en el oído esa chica?

-Me ha dado su número, quiere rollo conmigo.

-Pues vamos a apuntarlo antes de que se te olvide. Esa putoncilla tiene unos dedos que hacen maravillas. Yo me apunto y hacemos un trío, que aquí lo hemos pasado muy bien.

Cuando llegamos a mi parada bajamos los dos. Lea quería acompañarme para asegurarse donde vivía. Entramos en mi apartamento e inmediatamente me pidió:

-Quiero ir al baño. Ven conmigo.

La llevé hasta el cuarto de baño, me quitó la toalla y me ordenó que me tendiera en el suelo. Se levantó su faldita y me meó todo el cuerpo.

-¡Qué gusto mear así! Ahora te duchas bien y dentro de tres horas exactamente te presentas en mi casa. Aquí te dejo apuntada la dirección. Trae todo lo necesario para instalarte.

-¿Con quién vives? -le pregunté

-Con mi madre y mi hermana pequeña. Y no te preocupes, que las dos sabrán que eres mi esclavo. A ellas también las servirás, pero tu ama principal soy yo.

-Claro que sí, ama.