Donde seguimos con el relato de las aventuras de carmen, y mías.
Relato
Puede que resulte extraño, pero he pensado que la mejor manera de presentaros a Carmen sería contaros, tal y como ella me contó, el día en que dio comienzo lo que podríamos llamar “su nueva vida”.
Pero el caso es que el relato quedaría incompleto sin una breve introducción a su biografía, que es lo que la convierte en algo extraordinario:
Casada a los 20 años, sin siquiera completar sus estudios de economía, con Andrés, un hombre de éxito que resultó ser un insulso de muchísima consideración, Carmen vivió algo mas de veinte años de matrimonio de lo mas convencional: una vida social basada más en la fiesta comercial, que prodigaba su marido, que gestionaba su propia empresa de asesoría de inversiones; la administración de su casa, donde contaba con más que suficiente ayuda por parte de dos hermanas dominicanas que habían resultado una bendición; misa los domingos, y vermú a la salida; siesta, café a media tarde... Rutina, rutina, y rutina.
A sus 40, Andrés tuvo la delicadeza de morirse de repente de un infarto, y la dejó dueña de una empresa que necesitaba para pervivir de unos conocimientos de los que carecía, y un capitalito invertido que, aunque abundante, no iba a permitirla llevar la vida a la que se había acostumbrado si no sacaba adelante el negocio.
Y así recurrió a mi (Ana, ya lo habréis adivinado), que hasta entonces había trabajado como secretaria de dirección del difunto marido, con estudios de economía y máster en desarrollo de negocio, y un conocimiento muy amplio del funcionamiento de la empresa, de la agenda de quien había sido mi jefe, que debía permitirme sacar aquello adelante si es que, como siempre había creido, era tan lista como le parecía a mi mamá.
Cuando aquello sucedió (el incidente del cine, quiero decir), Carmen era una mujer madura, de 45 años, coqueta y muy atildada, vestida siempre como una dama, y que había ocupado el despacho de la presidencia y hacía desde allí una excelente tarea de relaciones públicas mientras yo, que había conseguido ya no mantener, si no ampliar el negocio, permanecía en la sombra manejando las operaciones.
Durante aquellos 5 años, desde que nos hiciéramos cargo de todo, habíamos, como podéis imaginar, entablado una relación muy estrecha. Carmen se había revelado como una mujer extraordinaria, de una personalidad arrolladora, que sabía ser discreta cuando lo deseaba, atrevida cuando convenía, siempre educada y cortés, y en quien convivía una capacidad asombrosa para el pragmatismo en los negocios, junto con una inteligencia inquieta y fantasiosa en su vida.
Ya habréis deducido que aquella amistad pasó a mayores la noche del capítulo anterior, hasta el extremo de que vivimos juntas desde entonces, o medio juntas, por que cada una conservamos nuestra casa, aunque compartimos las dos muchos más días de los que pasamos separadas. No ocultamos esta relación, aunque tampoco hacemos alarde de ella, y sospecho que ese morbo de imaginarlo nos ayuda a mantener la salud del negocio, explotando la imaginación de algunos de nuestros mejores clientes, aunque no dudéis que si no les hiciéramos ganar el dinero que ganan, nos dejarían para ir a pajearse con otras.
Carmen, de quien me gusta decir que es “mi mujer”, es, por lo que respecta a su aspecto físico, espectacular. Una vida entera de cuidarse y no dar golpe, junto con una constitución que es una bendición divina, han hecho de ella una de esas hembras gloriosas que los hombres se vuelven a mirar: es alta, como de un metro setenta y cinco; más bien llenita que delgada, de caderas amplias, pechos generosos y unas piernas... unas piernas gloriosas: firmes, torneadas, capaces de caminar sobre altísimos tacones con una gracia exquisita. Unas pantorrillas bellísinas que coronan unos muslazos bestiales que terminan en un culo de infarto. Morena morena de cabello, y de piel blanca, según lo que se ponga, se le adivinan unos pezoncillos como botones prominentes apenas areolados. Y sus rasgos son tan generosos como el resto de su cuerpo: labios carnosos, ojos grandes y oscuros, pómulos redondeados... Una joya de mujer.
Pero bueno, basta ya de introducciones, que me estoy alargando mucho, y se que habéis llegado hasta aquí a duras penas, con esa media erección que me encanta mantener, y estáis deseando menearos las colitas leyendo cosas más fuertes.
De cómo, aprovechando el calentón del cine, la seduje y me quedé con ella para siempre, no voy a contaros nada, por ahora. Bastará decir que pasamos dos días sin salir de casa. Prefiero centrarme ahora en el juego que se me ocurrió unos días después, y que Carmen, como siempre desde entonces, secundó con entusiasmo.
Volvía a ser martes, cómo aquel día, justo una semana después de la aventura, cuando se me ocurrió repetirla, aunque con alguna variante: vestida ella espectacular, como siempre, con un traje sastre rojo que marcaba cada una de las curvas ampulosas de su cuerpo, y yo como un muchachito rapero, con vaqueros y una sudadera gris con capucha, volvimos a la misma sala, practicamente a la misma hora.
Carmen entró delante, sentándose más o menos en el mismo sitio que la semana anterior. Yo la seguí, y me coloqué más atrás, en la última fila, muy cerca de un grupito de chavales que se pusieron a cuchichear en el mismo instante en que tomó asiento:
¡Mira, tío, ha vuelto, la muy puta!
¡Y fíjate cómo va vestida!
Esa zorra viene buscando que la follen otra vez.
¿A que no le partís el culo?
Me quedé traspuesta al comprender que la última voz era la de una muchacha. Uno a uno, los cuatro chicos fueron levantándose y colocándose alrededor de Carmen, tal y como me había contado que sucediera el martes anterior. Pude ver cómo se producía un cierto alboroto, y adivinar por el movimiento de las siluetas cómo empezaba a repetirse la escena, aunque, aparentemente, con menos trámites esta vez. Carmen, se comía la polla de uno de ellos, que se había colocado de pie frente a su cara, y alrededor había un alboroto, cómo si pugnaran por usarla.
Me quedé fijándome con disimulo en la muchacha, que permanecía en su lugar, sin moverse. Había separado las piernas y desabrochado el pantalón, y los miraba con aire hipnotizado mientras introducía la mano en su coñito. Moviéndome con discreción, me situe en el asiento de detrás. Podía escuchar su respiración agitada. Carmen, rodeada por la nube de chavales, se esforzaba por atenderles a todos. Parecía en su salsa, rodeada por aquellas cuatro pollas.
Inclinándome un poco, tapé la boca de la chica con la mano, para impedir que chillara, y agarré uno de sus pechos con la otra. Trató de revolverse, pero la postura, y su escaso cuerpecillo delgado, la impidieron resistirse. Comencé a morder su cuello, y deslicé mi mano por la abertura del pantalón, bajo la braga, sustituyéndo a la suya. Gimió muy suavemente, separó las piernas más, y supe que había triunfado.
Dos en una semana, Anita, estás que te sales – Pensé para mis adentros-.
Me fijé un poco más en ella a la luz de la proyección. La chiquilla debía rondar los 16 ó 17 años. Tenía una naricilla preciosa, y unos rasgos correctos, casi nórdicos. Llevaba media melenita de cabello claro, casi como un muchacho, y tenía los pómulos cubiertos de pecas que le daban un aire travieso muy gracioso. Era delgadita, escueta, como sin terminarse de hacer, y tenía unas tetillas diminutas, y unos pezoncillos duros como garbancitos. Vestía una camiseta de un color que no pude adivinar, una camisa amplia de acuadros de franela, y los vaqueros bajo cuya tela me encontraba frotando su coñito suave y templado.
Dejó caer la cabeza hacia atrás y comenzó a temblar. Adiviné que iba a correrse, y me detuve. En silencio abroché su bragueta mientras mordía sus labios, y susurré muy bajito:
Vamos a buscar a los chicos y os venís a casa.
No dijo nada. Se puso de pie, todavía tamblorosa, y, cogidas de la mano, nos acercamos a las butacas donde Carmen estaba ya medio desnuda tragando pollas como una posesa y siendo magreada por una cantidad de manos imposible de contar.
¡Eh, parad! -dije en voz suficientemente alta como para que me oyeran-. Parad ahora mismo. ¿Quereis follar como dios manda? Venga, pues vamos a mi casa.
Los muchachos no podían dar crédito a su suerte. Vi cómo se miraban asombrados, como dudando, y al instante comenzaban a meter a duras penas sus pollas, duras como piedras, dentro de los pantalones. Carmen, agitada y caliente, se recomponía el traje a toda prisa.
Salimos del cine como alma que lleva el diablo. Carmen y yo, junto con la muchacha, que a la luz de las farolas se veía preciosa, con su carita de pícara golfilla, caminábamos apartadas de los muchachos, que nos seguían discretamente a unos metros de distancia. Pasé la mano sobre su hombro sonriéndola, y me devolvió una sonrisa preciosa. Carmen, -¡Quién lo iba a decir!- plantó con disimulo la mano en el culito escueto y respingón.
¿Cómo te llamas, cielo?
Sandra -respondió con un aire tímido en la voz que contradecía la chispa de su mirada-
¿Y vas mucho a ese cine?
Dos o tres veces cada semana.
Y... ¿Te gusta eso que hacen tus amigos?
Hacen lo que yo mando.
¿Cómo?
Que hacen lo que yo mando.
¿Pero por qué?
Por que piensan que si lo hacen les dejaré hacerme lo que quieren, y por que son unos juláis que se dejan dominar enseguida.
¿Y qué les mandas?
¡Huy! Pues lo que se me ocurre. A veces les hago meter mano a alguna mujer en el cine. O a algún marica. Mira ¿Ves al más alto, el delgado de la melena oscura?
Si, claro.
Pues a ese un día le hice follarse a un señor en el mismo cine. El tío le comió la polla y se le tragó toda la leche sin rechistar. Cuando volvió tenía la polla bien dura. Se le veía debajo del pantalón.
Carmen y yo nos quedamos impresionadas ante el derroche de autoridad de la jovencita, y caminamos en silencio, rodeándola, hasta el portal de mi casa.
Vamos, subid en silencio.
Ocupamos los dos ascensores y subimos hasta mi ático sin encontrarnos a nadie. Al llegar, por fin con una luz decente, pudimos por fin ver a los chiquillos. Se trataba de un cuarteto curioso, de muchachos delgados, guapos y desaliñados, cómo si se empeñaran en parecer más malos de lo que eran.
Sin una palabra, Carmen los condujo de la mano al centro de la alfombra, entre los tres sofás (mi ático es un espacio único enorme, antiguo, de techos muy altos y abuardillados y paredes de ladrillo) y, sin encomendarse a dios ni al diablo, se arrodilló entre ellos y empezó a quitarles uno a uno los pantalones. Yo tomé asiento para contemplar el espectáculo junto a mi nueva amiga Sandra, que se acurrucó entre mis brazos como una gatita mimosa sin dejar de mirar ni un momento.
El primero en quedar desnudo, Javi, era alto, delgado y atlético. Tenía la piel muy morena, en contraste con el culito y el pubis, donde se apreciaba nítidamente la marca del bañador. Su polla, ligeramente curvada, y larga, aunque no muy gruesa, latía al compás de la sangre, en un balanceo curioso arriba y abajo.
Carlos, el segundo, tenía el cabello más claro. Su piel, morena también, aunque más clara, brillaba del sudor que le causaba la excitación que sentía. Su polla era más gruesa, perfectamente recta, y su capullo aparecía descubierto, nítidamente más grueso que el conjunto.
Adri, por su parte, el que tenía un aspecto más aniñado de los cuatro, tenía la piel pálida, y era casi lampiño. En todo su cuerpo apenas se apreciaba más vello que la oscura mata negra del pubis, y su polla era la más pequeña de las cuatro.
Y Lucas, por último, era rubio, pecoso y muy pálido y delgado. Tenía una polla portentosa, y se conducía con extrema timidez.
¿Te gusta Lucas? Es mi hermano.
Sandra lo dijo sin inmutarse, y yo me quedé de piedra. Pero la calentura era más fuerte que cualquier reparo moral. Mientras desabrochaba la camisa de franela, y le quitaba la camiseta, pude ver como Carmen, que seguía de rodillas, comenzaba a tragarse alternativamente las pollas de Javi, Carlos y Adri. Agarraba dos de ellas mientras se comía la tercera, y pasaba de una a otra con una maestría tal que hubiera podido decirse que llevaba la vida entera haciéndolo.
Me volví loca lamiendo los pezoncitos diminutos de las tetitas diminutas de Sandra, que gimoteaba cómo una perrita, mientras mis manos peleaban por quitarle aquel pantalón tan estrecho. A diferencia de su hermano, tenía la piel morena, y las manchas blancas triangulares de sus pechitos, su culito y su pubis tenían la virtud de ponerme caliente a mas no poder. La pequeña putilla no se estaba quieta: se retorcía al contacto de mis labios, me manoseaba sin parar, gemía, y me desnudaba con una maestría inapropiada para su edad.
Lucas, por su parte, habiéndose quedado Carmen sin manos ni boca suficientes para atenderle, se había arrodillado a su espalda, y se dedicaba a desnudarla con auténtica ansia, y a manosearla de una manera salvaje. Ofrecían una imagen brutal: había conseguido desabrocharle la falda, que yacía sobre la alfombra, bajo sus rodillas, hasta donde había el muchacho conseguido bajarle las bragas; tenía la chaqueta colgando de una sola manga, y la blusa desabrochada; por encima del sostén, penduleaban sus tetazas, que el muchacho magreaba alternativamente con una mano mientras acariciaba su coño con la otra haciéndola gimotear ahogadamente, sin dejar de tragar pollas como una posesa.
Conseguí librarme como pude del abrazo ansioso de Sandrita y, obligándola por la fuerza a sentarse en el sofá, me introduje entre sus piernas y comencé a morder sus labios.
Ahora vas a ver cómo se porta una mujer, putita.
Gimoteaba mimosa mientras mis labios recorrían su cuello, sus hombros, sus pezoncillos, duros como piedrecitas... Procuraba que mi cuerpo, mientras la recorría a besos y lametones húmedos, rozara su publis. Abría muchísimo sus muslitos delgados y morenos, y adelantaba la pelvis buscando un contacto más estrecho, que yo me cuidaba mucho de no darle. Mordí suavemente uno de los pezones, mientras apoyaba mis manos en sus caderas, y pude sentir cómo se estremecía al tiempo que lanzaba un gritito delicioso. Se puso a temblar, y sufrió un par de espasmos violentos, cómo si le hiciera cosquillas, cuando comencé a besar su tripita delgada y dura, a lamer su ombligo circular y perfecto. Jadeaba espectante cuando mis labios se acercadon a su pubis y comenzaron a besarlo intensamente, y comenzó a gemir cuando besé como con ansia la cara interna de sus muslos. Se agarraba a mi cabeza empujándome, tratando de obligarme a besar su coñito sonrosado y liso, que brillaba abierto cómo una granada frente a mis ojos, apenas adornado por una matita rala de pelillos jascos y oscuros. Me tomé mi tiempo. La besé entera mientras mis dedos se deslizaban por su vientre, por sus costados, haciéndola retorcerse de deseo, respirando a veces muy profundo, otras jadeando agitadamente. Oía a Carmen gemir a mi espalda, pero ya no podía mirarla. Solo era capaz de concentrarme en la golfilla delgada y preciosa que se retorcía bajo mis caricias.
Cuando, por fin, posé mis labios en su coñito empapado, lanzó un gritito prolongado y agudo. Abrazó mi cabeza con las piernas y comenzó a culear cómo una loca mientras mi lengua recorría cada pliegue de ese chochito suave y salado. Cuando alcancé su clítoris, lo rodeé con la lengua lentamente, acariciándolo, y terminé por envolverlo con los labios succionándolo suavecito, pareció ahogarse por un momento, y se tensó como un arco. Se estaba volviendo loca. Mirando por encima de los vellos de su pubis, veía sus ojos, que a veces se abrían como platos, azules y cristalinos, y a veces se entornaban al tiempo que sus labios carnales y limpios se entreabrían para jadear. La sentía correrse una y otra vez, en algunas ocasiones lanzando improperios brutales que me tenían al día de cómo iba la cosa a mis espaldas:
¡Vamos, cabrón, jódela así, rómpele ese culo de puta!
…
¡Haz que se lo trague todo, cerdito! ¡Fóllala hasta la campanilla!
Me volvía loca escuchar aquellas bestialidades saliendo de la boca de aquel ángel que se estremecía en mis labios sin dejar de temblar.
Cuando me empujó ya desesperada, incapaz de soportarlo más, yo estaba ardiendo. Sentía mis flujos deslizárseme por los muslos, y me dolían los pezones, de tan duros. Me eché a su lado en el sofá esperando a que se recuperase. La sentía temblar, deliciosa, la imagen misma de la corrupción, empapada, temblorosa, víctima todavía de espasmos sin ciclo que la hacían convulsionarse, caída desmadejada entre mis brazos.
Miré al centro de la alfombra, y vi que Carmen no había perdido el tiempo. Completamente desnuda ya, se había Sentado a horcajadas sobre la polla de Javi, y tenía la de Adri en la boca. La chupaba como una posesa, como si quisiera sacarle la esencia. Carlos, que tenía la suya amoratada, cabeceando cómo si estuviera a punto de estallar, se colocó a su espalda y, de un empujón se la clavó en el culo haciéndola lanzar un grito desesperado, ahogado por la sordina en su garganta, aunque el dolor no fuera suficiente como para que dejara de culear como una perra. El pobre Lucas, mientras tanto, contemplaba el espectáculo agarrándose a la suya, una vez más fuera del juego.
Le llamé con un gesto de los dedos, y se acercó a nosotras como avergonzado. Me incliné sobre su polla y la introduje entre mis labios. Manaba un hilillo de líquido transparente y dulce. De repente se me encendió una luz. Caliente, como estaba, no había límites a mi perversión. Separé las piernas de su hermana, rendida como inane en el sofá. Lanzó un gemidito mimoso, cómo si esperara una nueva oleada de caricias, y, tirando fuerte con la mano de aquella polla enorme, le obligué a arrodillarse y la conduje a la entrada del coñito sonrosado de su hermana. Sandra hizo ademán de resistirse, pero sin fuerza, y no tardó en ponerse a gimotear otra vez, y a acompañar los empujones de su hermanito con un movimiento delicioso de su culito diminuto y blanco. Comencé a besar su boca, a beberme sus jadeos mientras Lucas seguía penetrándola más deprisa cada vez. Los chicos, que ya se habían corrido, al parecer más de una vez, permanecían mirándolos con las bocas abiertas. Sus pollas se recuperaban rápidamente ante en espectáculo que ofrecía su jefa, abierta de piernas y jadeando mientras su hermano la follaba y yo mordía sus labios. Me acerqué a ellos.
¿Os gusta?
…
¿Os pone?
Carmen me miraba divertida, despatarrada en la alfombra y con la espalda apoyada en el sofá. Un hilillo de esperma manada de su coño empapado, y varios chorretones cubrían su cara, su vientre y sus tetas.
Quizás un día os deje jugar con ella así... Pero tendréis que convencerme.
Carlos, el más lanzado, hizo ademán de comenzar a sobarme, a abrazarme y magrearme las tetas. Me lo quité de encima con decisión.
No, cochinito. No va a ser así como me convenzas.
…
Se me quedó mirado con ojos de besugo, y apenas se resistió cuando, agarrándolo del pelo, le hice colocar la cara justo delante de la polla de Javi, que me miraba como asombrado.
Por el momento, quiero que seáis unas putitas buenas, y que vayáis haciendo todo lo que os mande.
Tímido, pero obediente, comenzó a chupar apenas con la punta de la lengua la polla de su amigo.
Así no, zorrita. Trágatela.
Abrió la boca y dejó que se la introdujera dentro. Javi gimió al sentir el calor de la caricia.
Adri, no te quedes con cara de pasmado.
¿Qué... qué hago?
Chupa su culito. Lubrícalo bien, ¿o piensas follarle así, a la brava?
Me miraron con ojos de cordero degollado. A Javi, cuya polla chupaba ya Carlos con mucho ánimo y decisión, parecía que iban a salírsele los ojos de las órbitas cuando sintió la lengua del chaval deslizándose por entre sus nalgas duritas y pálidas. Arrodillado, y gimiendo casi en silencio, se dejaba hacer con apenas un mínimo movimiento de la pelvis que se repetía con la misma frecuencia con que Carlos se tragaba y soltaba su polla brillante. Su capullo se veía amoratado, y temí que se corriera echándolo todo a perder.
¡Para, para, para, Carlos, hijo, que hay que ver con qué afición lo has cogido!
Me situé a su lado y comencé a dilatar su culito estrecho con un dedo. Adri se lo había lubricado bien. Acaricié el agujerito dibujando círculos alrededor y, cuando sentí que estaba más relajado, introduje la puntita del anular. Lanzó un chillido, y sentí como su esfinter se cerraba alrededor de mi dedo. Seguí acariciándolo con suavidad hasta notarlo de nuevo relajado, Poco a poco lo iba introduciendo más. Con la mano izquierda acariciaba sus pelotas. Gemía como una zorrita, casi acompasado con Sandra, que culeaba ya cómo una ramerita con la polla de su hermano clavada hasta el fondo del coñito, y se agarraba a su cuello como una posesa.
Forcé la cosa un poco, llevé mis dedos a la boca de carlitos, que los lamió obediente, empapándolos, y metí esta vez dos en el culo apretado, al tiempo que con la mano agarraba su polla y hacía resbalar entre los dedos el capullo empapado por el fluido que manaba sin cesar de la puntita. Gimoteaba. Indiqué a Adri que se acercara, mojé su polla con saliva de manera muy ostentosa, haciendo que todos lo vieran y así, sin cambiar de postura, hice que penetrara lentamente el culito blanco de Javi, que gemía.
Así, putita, así. Muy bien. Clávasela entera. Fóllate a la perrita buena. ¿No lo ves? Esta deseando leche.
Javi culeaba al tiempo que su amiguito le follaba, lentamente. Se dejaba follar moviéndose de una manera felina.
¿Te gusta, putita?
…
¡Vamos, putita, dímelo!
Me... gusta...
¿Qué te gusta?
Me... gusta... que me... follen...
Hice que Carlos se plantara de pie delante de su cara y no tuve que decirles nada. Javi se tragó su polla entera agarrándose a sus piernas como un náufrago. Carmen, a su lado, se acariciaba el coño como una posesa contemplándolos hinotizada. Sin aviso previo, la cogí del cabello y la llevé a donde Sandra seguía siendo follada por Luquitas. El hilillo de esperma que manaba de su coñito hacía ver que ya se había corrido, pero seguía clavándosela con auténtico entusiasmo. La putita gemía y se retorcía mientras su hermano la agarraba con fuerza las caderas y empujaba cada vez más fuerte.
Los hice separarse. Obligué a carmen a tumbarse en el suelo, y coloqué a la muchachita de tal manera que formaran un sesenta y nueva. El contraste entre su delgadez escueta y las formas carnales y abundantes de mi chica resultaba de lo más excitante. Comencé a lamer con suavidad el agujero estrecho de aquel culito delicioso. La postura hacía que sus nalguitas diminutas lo dejaran al descubierto. Podía alcanzarlo con mi lengua con toda comodidad. La niña, a quién Carmen parecía haber decidido dejar el coñito limpio, como nuevo, gemía, y entre jadeos repetía casi sin fuerzas, con un hilillo de voz:
No... eso no... por... favor...
Pero mi lengua, poco a poco, conseguía introducirse en su culito como si lo besara, y provocaba más gemiditos mimosos. Agarré la polla de Lucas y comencé a lamerla, a empaparla de saliva mientras mi dedo iba dilatando el agujerito estrecho como podía. La niña se quejaba sin convicción. Cuando lo apunté con aquella polla enorme, Lucas, que estaba enloquecido ante el espectáculo, se la clavó de un solo golpe haciéndola gritar. Carmen la agarraba por la cintura impidiéndola retirarse y sin dejar de lamerla. Oía el ruido de la tremenda succión que debía estar aplicando a su clítoris. Sandra se debatía desesperada, temblando y gimoteando, cada vez con menos convicción, pero su culito no dejaba de moverse.
Arrodillada junto a Carmen, comencé a follar su coño con los dedos. Me estaba volviendo loca, contemplando la escena que se desarrollaba a mi alrededor: a mi izquierda, apenas a dos palmos, Adri se había dejado caer de espaldas y era Javi quién se movía, de rodillas, cabalgándolo, al tiempo que se tragaba con auténtica ansia el rabo de Carlos aferrándose con las manos a sus gluteos. Su polla se balanceaba, dura como una piedra, al compás al que se clavaba la de su amigo.
A mi izquierda, Carmen lamía el coñito de la niña, que medio gemía medio lloraba, y se corría una vez tras otra. Su culo enorme se movía al ritmo a que la follaba con mis dedos, movía la pelvis de tal manera que parecía querérseme escapar, y su mano había buscado mi coño a ciegas, y me acariciaba hasta hacerme enloquecer.
Todo pareció desencadenarse de repente: Carlos, agarrando con fuerza la cabeza de Javi, empujó su polla hasta el fondo de la garganta. Javí, con los ojos como platos, gimoteaba ahogado. Al tiempo que su polla, sin que nadie la tocara, comenzaba a disparar chorro tras chorro de esperma en cantidades impresionantes, pude ver cómo su campanilla se movía, como tragando, y como un chorrito de crema blanquecita le manaba de la nariz. Sandra comenzó a gritar como una posesa, a temblar y a convulsionarse mientras Lucas se agarraba con fuerza a sus caderas y le clavaba la polla como si quisiera atravesarla con ella. Carmen, sin separar su boca del coño de la chiquilla, culeaba compulsivamente. Y yo me corría como si no hubiera un mañana. Me corría hasta hacerme pis. Me corría sintiéndome en el centro de una cascada de esperma inacabable. Temblando y balbuceando no se qué cosas.
Amanecía ya cuando nos fuimos quedando adormilados tumbados en la alfombra, entre cojines. La pequeña Sandrita dormía abrazada a mi cuello, envolviendo mi muslo con los suyos. De cuando en cuando, como entre sueños, se movía un poco, como queriendo frotarlo. Yo abrazaba a Carmen, que apoyaba la cabeza en mi pecho y abrazaba a Lucas a su vez. Sonriendo, su mano acariciaba cómo a un gatito su polla, ya blandita y caída hacia un costado, pero todavía enorme. Entre mis muslos abiertos, descansaba Javi, con la cabeza apoyada en mi vientre, y Adri y Carlos, pegaditos a la niña, dormían abrazándose.
Relato erótico enviado por Anonymous el 14 de December de 2007 a las 13:35:08 - Relato porno leído 784666 veces
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Por eso dedica 30 segundos a valorar Las cosas de Carmen 01: Sesión continua.
Coqueline
te lo agradecerá.
Comentarios enviados para este relato
katebrown
(18 de October de 2022 a las 21:40) dice:
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