Hombre lleva a su mujer a una fiesta en un lujoso hotel donde también convoca a unos amigos, con quienes salen en su coche y en el asiento trasero estos se aprovechan de la incontinencia que el alcohol da a su mujer
Relato
Los años de matrimonio, habían llevado a que las relaciones entre la pareja ya no contuvieran el apasionado amor de los principios y en los últimos tiempos eran una especie de justa física en la que se agotaban en satisfactorios acoples donde la perversidad iba ocupando el lugar del afecto.
La que más se tomaba a broma esas expansiones era Marina quien, casi con un espíritu deportivo, comentaba a posteriori la profundidad del goce que alcanzara y en ocasiones que salía a la conversación, solía manifestar una desmedida y entusiasta intriga por averiguar si las mentas sobre lo dotado de algunos hombres de su círculo serían ciertas, disimulándolo bajo una pátina de pícara ironía, como pretendiendo restarle importancia a su interés.
Aquello había instalado en Lucas la sospecha de que, si la ocasión se daba, su mujer no dudaría en dar rienda suelta a esa curiosidad, evaluando que, si ella se comportaba con la desinhibición y lujuria que demostraba en la cama con él, esa cópula tendría carácter de épica.
Lucas había ido escalando a nuevas posiciones ejecutivas y merced al reconocimiento de sus méritos, fue ascendido a director de la empresa. Al cumplirse un aniversario de la revista Gente, lo invitaron a la tradicional fiesta y él arregló para que en su mesa coincidieran dos amigos y compañeros suyos a quienes conocía su mujer e incluía dentro de la lista de quienes la intrigaban. El salón de Sheraton lucía colmado de gente y, casi escondidos en un rincón, lo convirtieron en una fiesta dentro de la fiesta.
Habiendo distribuido una generosa propina antes de la cena, los mozos se encargaron de que en la mesa no faltaran bebidas y, acompañándolas con la riqueza de los platos, transcurrió la velada en medio de una alegría festiva que no disimulaba un cierto grado de embriaguez. En esos años y a causa de esa fraternidad sexual que une a los ejecutivos en sus largos viajes al interior y noches de alcohólicas confidencias alabándose a sí mismo, había fanfarroneado con algunas de las más virtuosas aficiones sexuales de su mujer y aunque no tenía expectativas ciertas pero sabiendo que Osvaldo no desagradaba a Marina, esperaba que, con un poco de descontrol “organizado”, Marina cometiera un desliz
Sentado junto a de su mujer cuya derecha ocupaba Osvaldo y, conocedor del efecto que las bebidas hacían en ella, mientras se ocupaba que su copa no estuviera vacía, no pudo dejar de advertir ciertos chisporroteos en las miradas y juguetones toques de sus manos que lo pusieron en alerta.
Echándose disimuladamente hacia atrás, descubrió como una mano de su mujer se deslizaba subrepticiamente por la entrepierna de Osvaldo y, por esa sonrisa de beatífica indiferencia que le daba el alcohol, aparentaba experimentar agrado por lo que sus insinuantes caricias comprobaban. Simulando desinterés, volvió la atención hacia el show, mientras su cerebro lucubraba perversas situaciones y maquinaba como lograr que se llevaran a cabo.
Anticipándose a esas especulaciones y aunque estaba bastante achispada por el champán, luego de los postres y tras pasar un largo rato en el toilette, Marina volvió recompuesta pero tambaleante para proponer por qué no salían todos juntos a tomar unas copas finales. Verdaderamente, ellos no estaban borrachos pero sí lo suficientemente alegres como para apoyar la moción con entusiasmo y, subieron todos a su auto.
Volcando hacia adelante la butaca que permitía el acceso al asiento trasero de la cupé, Marina se recostó mareada contra el respaldo mientras Osvaldo la acompañaba. Con Daniel en el asiento delantero, Lucas bajó lentamente por la explanada curva del hotel para dar la vuelta a la Plaza de los Ingleses. A esa hora de la madrugada, el clima característico de Buenos Aires había colocado sobre el pavimento una brillante pátina de humedad que se manifestaba en los jirones de una espesa niebla, obligándolo a manejar con prudencia el poderoso Torino y cuando tomó por Libertador en dirección hacia el Norte, se dio cuenta del súbito silencio que había reemplazado a la algarabía anterior.
Al mirar a través del espejo retrovisor, contempló como Marina, aun con los ojos cerrados y una deliciosa sonrisa en sus labios, aceptaba mansamente el silencioso asedio de Osvaldo quien, sin apenas moverse, conducía su laxa mano para que confirmara la consistencia de su verga a través del pantalón. Entornando los ojos y aun con la mirada turbia perdida en el techo del auto, ella deslizó en toques exploratorios los dedos sobre el miembro y su reciedumbre debió entusiasmarla, ya que, tras recorrerlo a lo largo, se ciñeron contra la tela para iniciar un manoseo muy parecido a una masturbación. El se había acercado para pasar cariñosamente un brazo sobre sus hombros e inclinándose hacia ella, picoteaba apenas en la boca entreabierta con mínimos besos húmedos.
Conociendo como reaccionaba su mujer ante esos estímulos, Lucas se dijo que la noche iba a terminar de una manera inesperada y sonriendo maliciosamente, ralentó aun más la marcha del automóvil, llevándola casi al del paso de un hombre. Marina había correspondido a los silenciosos embates de su amigo con indecisos lengüetazos a la par que la mano buscaba ciegamente desabrochar la bragueta. Profundizando el calor de los besos, Osvaldo abrió la corta chaqueta Chanel y con presteza, desabrochó los pequeños botones de la blusa. La costumbre había hecho que Lucas no se diera cuenta de su carencia de corpiño, sorprendiéndose cuando las manos separaron la seda y sus senos surgieron desafiantes a la vista de todos.
Ronroneando mimosamente, ella había recostado regalona la cabeza sobre su hombro y, en tanto que se aferraba a su nuca para incrementar la fuerza de los chupones, encogía una pierna de lado para que la mano que dejara al descubierto los pechos, descendiera por sobre las nalgas y excitara su sexo casi expuesto. A pesar de la lentitud de la marcha, ya habían llegado a las cercanías de la Facultad de Derecho y, tomando un desvío junto al Centro de Exposiciones, Lucas condujo el coche hasta dejarlo estacionado en la calle posterior, lejos de cualquier lugar transitado.
Acomodándose contra la ventanilla para poder observar sin dificultad, aceptó el cigarrillo que le ofrecía Daniel mientras contemplaba como Osvaldo alzaba la falda de su mujer para acceder al sexo apartando la bombacha.
Detenido el motor, un silencio sepulcral acompañaba la expansión sexual que sólo fue quebrado imperceptiblemente cuando Marina, quien había abierto sus piernas para facilitarle la tarea, expresó su conformidad con la susurrada satisfacción de hondos suspiros al hacer que su mano liberara del encierro la verga del hombre.
Aparentemente subyugada por el tamaño que aparentaba tener el miembro aun dentro del pantalón, introdujo la mano para sobarlo entre los dedos y, en tanto la boca del hombre chupeteaba los senos, terminó de sacar la verga del interior para manosearla con cierta premura masturbatoria para luego, bajando la cabeza, introducirla casi totalmente en la boca.
Ya obnubilada por hacerle la felación, se acomodó arrodillada sobre el asiento y asiendo el falo con toda la mano, encerró al glande entre los labios para iniciar un vaivén coordinado con el que abarcaba todo el miembro como un tubo carnoso. Cuando estuvo lo suficientemente rígido, fue introduciéndolo hasta que sus labios tomaron contacto con el vello inguinal y luego se retiró lentamente sacudiendo la cabeza de lado a lado.
Ese trabajo artesanal de la mujer que tan bien conocía Lucas, excitó de tal manera a Osvaldo quien, apoyado en el respaldo y de costado a ella, terminó de alzar la pollera hasta la cintura para bajar la bombacha y sus dedos buscaron nuevamente la vulva. Mientras ella estrujaba la verga para exacerbar la intensidad de las succiones, los dedos de él dejaron de estimular a lo largo del sexo para introducirse acariciantes en la vagina, encontrando la resistencia de los músculos que Marina manejaba a su antojo para obtener mayor placer en las penetraciones.
A pesar del alcohol ingerido o tal vez acicateada por ese éxtasis, era consciente que su marido y Daniel contemplaban como contentaba los angustiosos reclamos de sus entrañas y esa misma circunstancia parecía convertirla en la estrella de un espectáculo por el cual satisfacía las vilezas más repugnantes de su ego.
A favor de la decisión con que la mujer chupaba y manoseaba su miembro, Osvaldo formó una tenaza; con el pulgar sometiendo al ano, índice y mayor se encargaron de estimular fuertemente el canal vaginal estregándose a través de la tripa, obteniendo de Marina un fervoroso asentimiento en tanto meneaba entusiasmada las caderas.
Preguntándole prudentemente a Lucas si podía sumarse, Daniel se quitó los pantalones y el calzoncillo y deslizándose por la separación entre las butacas, se ubicó detrás de su mujer, haciendo tremolar la lengua vibrante sobre el ano para luego realizar un periplo repetido que la llevó hasta el mismo clítoris. Alternando eso con la introducción de tres dedos en la vagina, fue haciéndole separar las piernas y cuando toda esa zona estuvo lo suficientemente dilatada, se acomodó detrás de ella para introducir lentamente la verga en el sexo.
El miembro de su amigo no era una cosa de locos pero aun así consiguió arrancar de Marina un ronco gemido que acompañó con su repetido asentimiento. Tal vez en consideración a Lucas, él trató de no maltratarla ni forzarla y por eso, movió su cuerpo con suaves impulsos que, no obstante su delicadeza, hacían que la cabeza escarbara el cuello uterino de la mujer quien, ante eso y sin dejar de chupar fervientemente el falo de Osvaldo, inauguró un perezoso hamacar que contribuyó a la profundidad del coito.
Involuntariamente y por costumbre, los músculos vaginales de Marina ejercieron sobre el falo aquellos movimientos de sístole-diástole que había desarrollado con los años y, sorprendido ante eso, él abandonó todo cuidado para sacar la verga totalmente mientras contemplaba el rosado interior de la vagina que pulsaba como una boca siniestra para después volver a introducirlo con toda violencia.
Daniel ignoraba el grado de concupiscencia que la mujer alcanzaba con los efectos del alcohol potenciando su bipolaridad y por eso no previó que ella iba a dejar de chupar a Osvaldo para, revolviéndose en el asiento, abalanzarse sobre ese falo colmado de mucosas vaginales e introducirlo golosamente en su boca. Empujándolo contra el lateral y tras dos o tres hondas chupadas a la verga, mientras la mantenía erecta con envolventes roces de la mano al glande, alojó su boca en los testículos para lamer y sorber los olorosos jugos masculinos.
Los amigos de Lucas comprobaban que sus referencias a la desbocada sexualidad de su mujer no habían sido un alarde y en tanto que Daniel, acariciando su cabello, alababa sus condiciones prostibularias con el lenguaje más grosero, incitándola aun a mayores perversidades, Osvaldo se había instalado sobre su grupa y después de estimular el ano con un dedo empapado en los jugos que rezumaba la vagina, apoyó la punta ovalada del miembro sobre los esfínteres y presionó.
Deslumbrada por la promesa de aquella sodomía, ella dejó de traquetear por un momento sobre el falo y genitales de Daniel para expresarle con los dientes apretados todo el goce que esa penetración le provocaba y aguantó a pie firme, con tan sólo un bramido gozoso, cuando el falo curvado de Osvaldo se introdujo en el recto hasta que su ingle chocó con las conmovidas nalgas.
La mano parecía un mecanismo automático en la velocidad de la masturbación mientras ella liberaba la boca para alzar la cabeza y expresar en gorgoteantes gemidos todo el placer que la sodomía le daba en tanto su cuerpo acompañaba el vaivén del hombre.
Olvidada de todo lo que no fuera satisfacerse en aquel sexo extraviado, colaboró para que Daniel quedara totalmente acostado y, dejando de lado a Osvaldo, se acaballó de espaldas a él sobre su ingle para conducir la verga con la mano y penetrarse hondamente. Dejándose caer sobre el pecho del hombre y en tanto los conmovidos senos eran estrujados desde atrás por Daniel, sus caderas ejecutaron una lasciva danza que, como si se movieran independientemente del resto del cuerpo, subían y bajaban, alternándose en un ajetreo de adelante hacia atrás y con ocasionales rotaciones que hacía a la verga moverse aleatoria y rudamente en la vagina.
Expresando de viva voz su contento por aquel sexo tan inesperado como placentero, se detuvo por un momento para llevar sus dos manos a las nalgas ayudando a la dilatación con los dedos y, sacando la verga del sexo la guió con su mano para introducirla en el ano, mientras alentaba a Osvaldo para que la penetrara por el sexo. Cuando se acuclilló sobre ella para hacerla recostar sobre el pecho de Daniel y penetró con infinito cuidado la vagina, mordiéndose los labios de dolor, Marina resolló afanosamente por los dilatados hollares nasales.
Pidiéndoles que lo hicieran al unísono, los exhortó a penetrarla tan hondamente como pudieran y el restregar de los dos falos apenas separados por los membranosos tejidos vaginales e intestinales, fueron elevando su sensibilidad a una dimensión escasamente conocida por ella.
Moviéndose unánimemente en la cópula monstruosa, se debatieron por un rato hasta que ella sintió como aquellas inaguantables ganas de orinar que prologaban algunos de sus mejores orgasmos la invadía y así, en medio de gritos y susurros de complacencia, los sonoros chasquidos de las vergas entrando y saliendo dieron fe de su violento orgasmo.
Ella era consciente de que Osvaldo ni Daniel habían acabado y, arrodillándose sobre la alfombra, les pidió que se acercaran para que pudiera masturbarlos y chuparlos. Con voz enronquecida por el agotamiento, y en tanto acariciaba en ascendentes y descendentes presiones de los dedos que resbalaban sobre los jugos que lubricaban las vergas, proclamaba cuanto placer había obtenido de ellos, especialmente porque eran tan buenos amigos de su marido.
Obsesionada por las fuertes fragancias, fue suplantando alternativamente los dedos por la boca en acuciantes chupadas que le hacían hundir las mejillas. Uniendo las dos vergas, convirtió las hondas succiones a las cabezas en cortos chupeteos alternativos que no iban más allá del surco pero acompañaban la exacerbación de los hombres que, anunciándole la inminencia de sus eyaculaciones, tomaron en sus manos los falos para masturbarse y de pronto, los espasmódicos chorros lechosos cayeron sobre su cara y boca que ella recogía con la lengua ávidamente extendida, para deglutirlos como si fueran un néctar.
Mimándola como si fuera una chiquilina, los hombres la recostaron en el asiento y con el concurso de sus pañuelos fueron limpiándola del pringue de saliva, sudor, jugos corporales y esperma. Esperando que los estremecimientos de la excitación se calmaran para devolverle parte de su serenidad habitual, le ayudaron a vestirse. Ella los dejó hacer con mimosa complacencia mientras se recuperaba del esfuerzo y, más tarde, cuando después de dejarlos en sus casas emprendieron el regreso a la suya, durmió placidamente recostada en el mullido asiento trasero.
Ambos iniciamos a besarnos con toda pasión, con aun más pasión que la primera vez, mientras nos besamos Armando comenzó a tocarme mi zona intima debajo la falda de mi vestido y como consecuencia a esto de inmediato me moje toda, ¡Quiero hacerte el amor! Me dijo suavemente al oído, -Lo sé y también quiero- le conteste.
Relato erótico enviado por putita golosa el 29 de August de 2010 a las 23:31:22 - Relato porno leído 513554 veces