Modelo famoso en otros tiempos, cobra conciencia de que desea desesperadmente a su sobrina y finalmente la sometea sus deseos
Relato
Casi como en una revelación, Marcia descubre que su sobrina ha comenzado a florecer como esos capullos que se abren muy lentamente pero que a través de los nuevos tonos que van tiñendo sus pétalos, permiten adivinar todo el esplendor que cobrarán.
Hermosa ella misma pero ya en la curva descendente que inevitablemente marca la cercanía con la treintena para una modelo profesional, siempre ha admirado la belleza en otras mujeres pero sin dejarse llevar por la conducta de algunas de sus colegas, que suelen distraerse en el pandemonio que significa cada evento, seduciendo en algún rincón a las “nuevas” que deben pagar el derecho de piso tal como lo hicieran ellas en su misma situación y momento.
No es que en ese entonces ella no fuera tentada por algunas de las más famosas, pero sus convicciones de que alcanzaría el estrellato sin necesidad de estímulos o respaldos y la rápida boda con un exitoso empresario, frenaron a las mujeres.
Por cierto, su gran auto estima no la hizo cejar en su empeño y aun casada con un hombre que podría comprar de una a todos los diseñadores juntos, no abuso de eso y escaló en la consideración de los modistos hasta convertirse en una diva “per se”.
Claro que no todas fueron rosas y así como el prestigio de su marido la catapultó a las tapas de las revistas de la más alta sociedad, la dicotomía entre su trabajo que la llevaba a protagonizar largas sesiones fotográficas o desfiles tanto en el interior como en el exterior, junto con las obligaciones sociales de él a cenas o fiestas con diplomáticos u otros industriales, fueron creando en la pareja rencillas o discusiones que, con el paso del tiempo, deterioraron seriamente la relación.
A pesar de los casi veinte años que los separaban, ella amaba a Franco pero entre el trabajo y las peleas, cada día eran más escasas las oportunidades de mantener una buena relación sexual. No era que ella se dejara llevar por el acoso de otros hombres, tanto del ambiente social de su marido o del artístico que siempre se codea con la moda, sólo era el cansancio el que la alejaba del sexo pero Franco terminó por creer que otra era la dedicación de tantas horas a los fotógrafos o sus prolongados viajes a otras ciudades, convirtiendo a las pocas oportunidades en que se reunían en verdaderas peleas ocasionadas por esos celos y a la larga terminaron por divorciarse.
El buen dinero ganado en su carrera y la “compensación” obtenida de su marido por esos casi diez años, le permitieron conservar un par de propiedades y una renta mensual vitalicia que le permitiría vivir el resto de su vida cómodamente, pero ella amaba ese trabajo que la había catapultado a la fama y a partir de la separación que la puso nuevamente en el candelero de las “solteras” codiciables, imprimió a su imagen un halo de misterio por su aparición exclusiva en ciertos eventos, su selectividad para nuevos trabajos o sponsors y finalmente, su absoluta soledad que ponía frenéticos a periodistas y fotógrafos y a la multiplicidad de pretendientes que no entendían su indiferencia ante sus avances.
Después de tantos años de matrimonio, saberse dueña de su vida, de su tiempo y hasta de sus manifestaciones más íntimas, la llevaron a sentirse ufana de esa libertad y descubrió que el sexo fáctico no le era imprescindible, lo que no quería decir que careciera de necesidades pero también revalorizó y rescató las costumbres que en la adolescencia la condujeran al cabal conocimiento de su cuerpo y su sensibilidad; dicho en buen romance, se convirtió en una pajera consuetudinaria con la satisfacción que aquello conllevaba.
Claro que tras esos quince años ya su cuerpo no se contentaba con los manoseos que corporizaban aquellas fantasías sobre relaciones con hombres imaginarios y recurrió a la inspiración que le dieron las imágenes de los recientemente incorporados canales condicionados; nunca había sido afecta a la pornografía por un necio prurito de pacatería que la hacía considerarla sucia aun sin haber visto una sola escena, pero la opción de incorporarla a sus hábitos de una manera discreta a través del cable la tentó y jamás se arrepintió tanto por haber menospreciado algo que modificaría tan absolutamente su vida.
Verdaderamente, los tres canales la fueron introduciendo a un mundo que desconocía en absoluto; a pesar de no haber sido una santa y jactarse de cuantas maneras podía hacer gozar a los hombres, descubrió que era una enana sexual y se maravilló con las más disímiles e insólitas variaciones de género y número, inspirándose en ellas para realmente alcanzar verdaderos orgasmos con la sola utilización de sus manos.
Si dicen que la soledad es mala consejera, en su caso el aserto no fue válido, ya que recurriendo a la facilidad que le daban las compras telefónicas de entrega contra reembolso, fue haciéndose de un verdadero arsenal de juguetes y productos afrodisíacos como geles excitadores, retardadores y aceleradores que le fueron abriendo el maravilloso mundo de la masturbación.
Día tras día y noche tras noche, fue consubstanciándose con las vívidas imágenes a las que remedaba con la utilización de los distintos productos y artefactos, obteniendo tanta satisfacción como jamás obtuviera de hombre alguno, lo que sin embargo, no redundó en detrimento de su belleza sino que pareció potenciarla, extrañando a propios y extraños por lo vivaz y feliz de su apariencia.
En los últimos meses se ha convertido en una diletante sexual, aprendiendo a dosificar las energías y el uso de los aparatos y también ha descubierto que el sexo entre mujeres la atrae y excita mucho más de lo que hubiera pensado; aun sin juguetear ella misma, se extasía contemplando a mujeres que lo practican y en su afán por conocer más de ese tipo de homosexualidad, ha adquirido la colección completa en DVD de la serie “L world”, aprendiendo que mujeres de distintas edades, sin distinción de cultura, nivel social y económico, sienten aquello no sólo como una expansión sexual distinta sino que lo asumen como un cambio de género que las hace enamorarse, casarse y hasta adoptar hijos o alquilar vientres entre ellas.
Fascinada por esa nueva capacidad de entender el sexo, es que, sorprendiéndose ella misma, se ha encontrado contemplando embelesada la frágil figurita de Valeria que, a los doce años y casi después de dos años desde su despertar hormonal, luce ligera y ágil su figurita cimbreante que destaca aun más la contundencia de los erguidos pechitos y la prominencia prometedora de las nalgas; en realidad el impacto ha sido tan grande porque desde los nueve años no la ve, ya que su hermano vive en Córdoba y con motivo de un viaje a Oceanía a un congreso médico junto con su esposa, médica también, le han pedido se haga cargo de la chica por quince días ya que aprovecharan el tiempo y lugar para darse unas merecidas vacaciones.
Claro que la “nena” ya no es la flacucha que recordara y prometiendo ser tan alta como ella misma en poco tiempo, sólo algunos gestos y mohines recuerdan que aun es una niña; habiendo invadido el departamento con su alegre cháchara que matiza con su cómico acento, asombra a su tía por el dinamismo con que se mueve, revoloteando de cuarto en cuarto en su curiosa inspección y atrayendo su vista a los sólidos muslos que deja al descubierto la tableada minifalda del corto vestidito de algodón floreado que descubre además del nacimiento de la prominente grupa la evidencia de la falta de corpiño por el modo en que los pechitos oscilan pujantes, marcando la agudeza de los pezones.
Dificultosamente, se abstrae de semejante tentación y cumpliendo con su labor de anfitriona, conduce a la chiquilina hacia el dormitorio que le asignara y después de indicarle dónde y cómo acomodar sus cosas, le señala la presencia del baño dentro mismo del cuarto, indicándole que antes de la cena, se refresque con una ducha después del largo viaje en automóvil; dejándola sola para que se aclimate a ese ámbito desconocido, se dirige a su cuarto que, inmediato al otro, comparte el baño en suite con un pequeño vestíbulo.
Oyéndola traquetear en los cajones de la cómoda, se despoja de esas prendas a las que el sudor ha impregnado en esa tarde de calor en el aeropuerto cuando despidiera a la pareja y se hiciera cargo de su sobrina; con el propósito de darse una ducha tan pronto la chica deje de usarla, saca el cobertor de la cama, se cubre con una corta bata de toalla y se recuesta a esperar pacientemente; distraída en los locos pensamientos que la consternaran en presencia de la chiquilina, la escucha como en un segundo plano metiéndose al baño y después de un rato del monótono caer del agua, cree escuchar apenas débiles gemidos o lamentos.
Pensando en que a su sobrina puede sucederle algo, se asoma al baño para ver su estilizada figura que, envuelta en la neblina del vapor se apoya con una mano contra los azulejos mientras la otra se pierde en la entrepierna e inclinada, se balancea en un inequívoco movimiento masturbatorio; confundida por la precocidad de la niña que a trasluz semeja ser una mujer total, sin saber si intervenir o no, aguarda unos momentos en los que la chica parece abrirse más aun de piernas y por el acentuado sube y baja del cuerpo, está penetrándose profundamente con la mano y ya sus reprimidos gemidos son francos bramidos de placer.
Inconscientemente, Marcia ha aflojado el lazo de la bata y dejado que sus manos imiten a la de su sobrina, pero estableciendo un lento periplo que las lleva desde los henchidos senos hasta visitar la misma vagina; notando el calor de su acezar que le reseca los labios y una sucesión de imágenes imaginarias de ella poseyendo a la niña, no puede resistir la tentación y desprendiéndose de la bata, se acerca a la bañera y dándose cuenta de que la chiquilina ni ha presentido su presencia, se desliza por detrás.
Aun de espaldas, el atractivo es inmenso y las fuertes pero tiernas carnes le muestran que, aun inclinada, el surco de la columna se profundiza hacia la cintura y allí, la amplia zona lumbar, muestra dos adorables hoyuelos y el sacro se eleva como un mullido triángulo que destaca la hondura de la hendidura entre las poderosas nalgas y debajo del oscuro hueco anal, se adivinan los dedos entrando y saliendo acompasados del sexo.
Saciándose unos momentos más contemplado el espectáculo siempre cautivante de una mujer masturbándose, no resiste más la calentura y aprovechando su corpulencia, se inclina para aferrar a la chiquilina por los hombros y atrayéndola hacia sí, la inmoviliza cruzando un brazo por el pecho a la par que la otra mano busca la entrepierna para comprimir la fuertemente las nalgas contra su pelvis.
Obnubilada tal vez por la concentración en la masturbación o todavía sin comprender que sea su tía quien le esta haciendo eso, la chiquilina queda como pasmada, incapaz de hacer movimiento alguno y es entonces que la pasión de Marcia hace eclosión; sus largas y complicadas masturbaciones en las que volcara toda su pasión contenida, más el estímulo que le dan los cada día más frecuentes acoples lésbicos en video y en fin, el hecho de que la primera mujer con quien tendrá sexo sea su sobrina a la que seguramente deberá violar, ya sin medida ni mesura, da vuelta a la chiquilina como su fuera un pelele y aplastándola contra los azulejos, la aferra reciamente por el cuello en tanto busca su boca con voracidad de naufrago mientras la otra mano se pierde a la búsqueda del agujero vaginal en el que introduce prepotente a índice y mayor.
Recién cuando sus labios se apoderan exigentes de los de la chica, esta parece reaccionar pero no para iniciar una negativa sino para rogarle suplicante que no la lastime y al aflojar Marcia la presión de los labios al tiempo que libera al cuello del yugo de la mano, la boca de la muchachita se pliega gustosa a los chupones mientras recibe a la lengua en duro enfrentamiento con la suya y envuelve su espalda en cálido estrechamiento de los brazos; complacida con la entrega de la muchachita, penetra bien hondo con los dedos en la vagina y el consentimiento de su sobrina se expresa en un mimoso pedido de que la haga alcanzar el orgasmo que estaba a punto de obtener en la masturbación y en el voluntarioso separar de las piernas para facilitar el trabajo de la mano, acompaña el vaivén de los dedos con la proyección febril de la pelvis hacia delante.
Felicitándose por la decisión adoptada transgrediendo las estúpidas convenciones sociales, congratulada por la inmoralmente precoz sexualidad de su sobrina y feliz porque en esos quince días recuperará los años de pacata prevención que sintiera hacia el lesbianismo, añade otro dedo y con esa verdadera cuña socavándola mientras se hunden en una vorágine de besos, lambidas y chupones, escucha el eufórico asentimiento de la muchacha y entre sus dedos siente correr las tibias mucosas del orgasmo ¿infantil?
Por unos momentos más, permanecen inmóviles y abrazadas hasta que, recuperados el aliento y los sentidos, Marcia toma de una mano a la chiquita para llevarla hacia su dormitorio, donde procede a secarla cuidadosamente y al tiempo que Valeria ocupa voluntariamente un lugar en su cama, ella hace exactamente lo mismo para después atar la larga melena rubia en un apretado rodete a la nuca y, casi con timidez, se acuesta junto a la muchachita que la observa entre medrosa y contenta; aun siendo una “vieja” para el modelaje, la figura de Marcia es impresionante, ya que aparte de la belleza de su rostro bien equilibrado, el metro setenta y ocho de altura hace no sólo formidables sus largas y torneadas piernas sino que, minimizados por la proporción pero de una dimensión que en cualquier otra mujer serían exuberantes, sus senos y especialmente las nalgas toman carácter de portentosos, ya que naturalmente y por el constante ejercicio físico, la carnes se mantienen sólidas y firmes.
Eso hace aun más notable la diferencia entre las dos mujeres, puesto que Valeria, si bien se acerca al metro con sesenta, guarda esa delgadez propia de las nenas pero sus caderas se han ensanchado, las piernas no se ven flacuchas sino que muestran redondeces de estatuaria y los glúteos tienen una prominencia que muchas adultas envidiarían, mientras que el vientre ha perdido la comba de esa leve pancita infantil para destacar los dos macizos medios pomelos que hasta tienen esa consistencia y en su vértice se alzan puntiagudas las rosáceas puntas de los pezones en unas aureolas de no más de un centímetro.
A Marcia le cuesta iniciar la conversación, pero después de lo ocurrido momentos antes y la fogosa respuesta de su sobrina, va contándole someramente sus vicisitudes profesionales y matrimoniales y especialmente, la razón de su divorcio; explicándole las tentaciones y el cortejo a que la sometieran distintas mujeres a lo largo de toda su carrera y especialmente desde su divorcio, le confiesa conmovida que ella no es lesbiana y jamás ha tenido sexo con mujer alguna pero que, seguramente influenciada por esos videos porno que ve constantemente y el uso cada día más indiscriminado de tantos juguetes con que se satisface, indudablemente la han predispuesto y la súbita presencia de su belleza sumada a su masturbación bajo la ducha, la ha impelido a forzarla.
Interrumpiéndola con su pequeña voz, Valeria le dice que para ella eso no ha sido una violación sino la concreción de un sueño que guardaba en lo más profundo de su ser, ya que sin haber mantenido ningún tipo de relación sexual con nadie, siente una natural inclinación hacia las mujeres en sus masturbaciones producto de sus ignorantes fantasías y esas imágenes la motivan para obtener sus más felices eyaculación en forma casi cotidiana.
Ninguna de la dos parece animarse a dar el primer paso pero finalmente es la mujer mayor quien le hacer ver la profundidad del hecho de ser lesbiana y que, de hacerse público, serán estigmatizadas con la mofa y la marginación, especialmente de sus familiares, a lo que la chiquilina le responde con esa lógica simple de las criaturas; si no lo prueban, jamás sabrán si realmente son lesbianas, en cuyo caso puede haber dos consecuencias; olvidarlo de sus memorias para siempre como si nunca hubiera sucedido o aceptarlo como una confirmación divina de su orientación sexual y actuar prudentemente hasta su mayoría de edad, tras la cual podrán convivir libremente como pareja.
El raciocinio básico de esa niñita de doce años la deja perpleja y pensando que es esos quince días tendrán tiempo para arribar a una conclusión definitiva, la besa cariñosamente en la mejilla para luego levantarse y colocando un DVD en la reproductora, enciende el LED. Regresando a su lado, le explica que en cuanto al lesbianismo, es en tan ignorante como ella y que de esos videos, sacarán la experiencia que les indique los pasos a dar; acomodando a Valeria para que se acurruque bajo su abrazo, pone en marcha el aparato para contemplar las imágenes de dos jovencitas en una situación muy parecida a la suya en la que descubren poco a poco cómo liberar su sexualidad y de tiernos y dulcísimos escarceos, van pasando a hechos más concretos para terminar en una verdadera vorágine de sexo con variadas y recíprocas penetraciones.
De todos su videos porno, Marcia ha elegido ese precisamente por la situación y, conociéndolo sobradamente, pone toda su atención en las respuestas de la muchachita, quien, absorta en ese espectáculo que jamás imaginara poder ver, se estremece, hace de su rostro un catalogo de expresiones, deja que sus manos remeden etéreas las de las amantes e instala en su pecho un leve jadeo que, conforme las acciones adquieren mayor dureza, va convirtiéndose en ronquiditos hasta que al momento del clímax de la pareja, se torna en sordo bramido contenido.
Cuando Marcia apaga el aparato, la chiquilina se aparta un poco de su abrazo pero no hay en el gesto el menor rechazo sino que fija sus ojos suplicantes de cachorro en el profundo azul de los de su tía, y medrosamente, alarga una mano para rozar apenas uno de sus pechos; el contacto casi imperceptible, hace vibrar a la mujer adulta que, sin embargo, espera pacientemente confiada en que las cosas se den naturalmente, y así es.
Los dedos temblorosos de Valeria se animan al roce y muy lentamente inician un periplo en espiral sobre la tersa piel de la magnífica teta de su tía hasta tropezar con la dilatación de la rosada aureola en cuya superficie se ven algunos gránulos de distinto tamaño y tras verificar con las yemas su consistencia, se animan con la elástica presencia del largo y grueso pezón; Marcia va acomodando el cuerpo, para quedar totalmente boca arriba y esa parece significar una invitación a su sobrina quien hace descender la mano hacia el valle entre los senos para luego ir descendiendo por el surco hasta la oquedad del ombligo y desde allí, juguetonamente, uñas y yemas se turnan en un columpiar de izquierda a derecha sobre la comba del bajo vientre para finalmente, resbalar por la pendiente que la lleva hacia el prominente y mondo Monte de Venus.
Como indecisos del paso trascendente que significa ir más allá, los dedos se detienen sobre el promontorio y la chiquilina se inclina para hacer tremolar su pequeña lengüita sobre la piel del seno como viera a la del video; eso provoca en ambas mujeres distintas reacciones, ya que, mientras Marcia se estremece de gusto por ese primer contacto sexual con otra mujer y se abandona a la caricia que anhela, la muchachita también se conmueve pero de deseo, como si el roce de la lengua contra la piel tuviera virtudes eléctricas.
Con irritante morosidad, la lengua se desliza por la teta dejando cual libidinoso caracol la huella húmeda de su paso que, de a poco, los labios van enjugando hasta que llegada a la aureola, la punta agudamente embebida de saliva releva los diminutos lobanillos para luego dirigirse a explorar las rugosidades externas del pezón que se abate blandamente ante los azotes y cuando la chica siente entre los labios la larga excrecencia, los cierra en un instintivo mamar que arranca en su tía un mimoso asentimiento.
Diciéndose que deben ir paso a paso, Marcia la aparta de sí y pidiéndole paciencia para aquello tan hermoso que les está sucediendo a las dos y será luego irrepetible, acariciando los hirsutos mechones de su corta cabellera, la hace recostarse para luego acercar su boca al hermoso rostro juvenil que todavía guarda atisbos de infantilidad; para ella también todo es nuevo y la ternura que le inspira su sobrina, le hacen ir depositando diminutos besos delicados sobre la frente, los párpados, los ojos, las sienes, detrás de las orejas, y descendiendo por el cuello, retrepar a garganta hasta el mentón, ascender por las mejillas, posarse en los huecos del costado de la nariz, buscar sus hoyuelos y desde ellos escarbar en las comisuras hasta que los labios entreabiertos en leve acezar, la invitan a sorberlos golosamente.
Crispada pero con los músculos temblando ostensiblemente, la niña gime de placer y cuando la lengua incisiva de su tía cosquillea sobre las encías, la suya sale al encuentro para trabarse en perezosa batalla en la que se trenzan y azotan sin intervención de los labios; además de tener la ventaja de saber besar desde un poco más que la edad de su sobrina, Marcia ha disfrutado de besos, manoseos, masturbaciones y cópulas en sus más arduas expresiones, hasta la misma sodomización y conoce entonces no sólo lo que hay que hacer sino lo que una mujer siente ante cada una de esas cosas, desde la humillación de lo espantoso hasta el delirio de lo sublime.
Su mente ya está perturbada por la larga abstinencia y por el deseo casi paranoico de poseer en todas las formas a esa niñita que, además, el hecho de que sea su sobrina de sangre pone en su mente una perversión casi demoníaca; decidida a no hacérsela tan fácil como sucediera en la reciente refriega de la bañera, desea llevarla a la desesperación para luego poseerla de las formas más aberrantes con todos sus aparatos infernales; la noche calurosa de Buenos Aires ha ido cubriendo sus cuerpos de una fina pátina de transpiración que hace a las formas más exquisitas por ese suave brillo que destaca cada curva y recoveco y bajando con la lengua a lo largo del costado del cuello, releva la tersura del hueco que la conducirá a la morbidez del hombro, escarba en la plegadura del brazo y alzándolo, se recrea en la ácida humedad de la axila que, aun libre de vello, recepta sensible el delicioso martirio del órgano.
En medio de los suspiros de la chiquilina, corre a lo largo del dorsal y cuando la punta de su nariz detecta parte de la caída globosa del pecho, siguiendo en su liderazgo, la lengua tantea la firme pero elástica pared del seno que no presenta el típico aspecto de “huevo frito” que adquiere con los años en mujeres adultas, sino que sus músculos en agraz lo mantienen erguido; fascinada por esa virtud, imita a Valeria en su pecho, pero los labios no se limitan a sorber la saliva sino que se aplican prietamente para dejar rojizas marcas circulares que marcan el derrotero.
Cuando alcanza la cúspide y las aureolas tan pequeñas como las de un hombre destacan el ovalado vértice del pezón que imita la punta de un meñique, lo encierra entre los labios y como si fuera una golosina frágil, lo sorbe con el húmedo interior y la embriaguez que hacerlo le provoca es tan grande que, casi sollozando de alegría, transforma la succión en un tierno beso; los suspiros de su sobrina se han convertido en repetidos asentimientos que la muchacha deja escapar con un hilo de su pequeña voz y entonces, subyugada por el placer que le da hacérselo, va incrementando el chupar y en la medida en que lo hace, junto a su entusiasmo crece la inquietud de la chiquilina quien le pide desesperadamente más y mayor goce.
Marcia se siente sobrepasada por los hechos y dándose cuenta de que aquello ya no tendrá retorno aunque se lo proponga, decide tomar la batuta y volcando en su accionar lo que ella sintiera cuando la poseyeran los hombres y de qué manera disfrutaba o se angustiaba ante su falta de sensibilidad, se acomoda sobre la niña, quien automáticamente o por instinto, abre las piernas para que su cuerpo encaje entre ellas; la boca no ha abandonado la mama y tras encerrarla entre el filo de los dientes y estirarla un poco, fustiga con la lengua el cumbre que queda dentro y, cuando siente que si no para no podrá contener sus ansias de mordisquearla, lo reemplaza por la pinza entre índice y pulgar para, tras algunos pellizcos, comenzar a darles un suave retorcimiento que ella sabe estimula sexualmente por el oculto sufrimiento que conduce al goce.
Bajo su cuerpo siente los sacudimientos y espasmos de la pequeña y entonces traslada la boca a someter de igual forma al otro seno. Aunque su sobrina manifiesta su contento con agradecidas frases de pasión mientras acaricia su cabeza como queriendo hacerle incrementar las chupadas, en ese movimiento subyace un inocultable anhelo que la hace empujarla suavemente hacia abajo; ella misma se ha obligado a ralentar las cosas habida cuenta de la inexperiencia de la chica pero en las dos impera la misma necesidad y decide darle cabal solución.
Reemplazando la boca por las dos manos que alternativamente van sobando las tetitas o retorciendo los pezones, lleva la lengua a explorar el naciente surco del tórax que la conduce al hoyuelo del ombligo y tras sorber de la depresión el sudor acumulado, seducida por los fuertes olores que suben desde la entrepierna, se demora con labios y lengua en recorrer la casi inexistente comba del bajo vientre para luego acceder a refocilarse con los suaves pelitos que con sus recios sabores la conducen inevitablemente a la apertura de la raja que, para su sorpresa, no es tan pequeña ni prieta como imaginara; aunque la vulva todavía no ha adquirido esa turgencia que la asemejará a una empanada o alfajor, sí la rendija muestra sus labios mayores maleables como para permitirle distinguir el rosáceo del interior.
A pesar de ese razonamiento un tanto indiferente para quien no ha visto jamás el sexo de otra mujer más que en los primeros planos de los videos, el deseo y la curiosidad pueden más que la prudencia y abriendo con los pulgares las distendidos labios, se encuentra con la maravilla de un sexo en desarrollo que promete ser excepcional con la adultez, ya que rodeando al límpido ovalo donde apenas se distingue la apertura del meato, dos filas de finos tejidos fruncidos se extienden hacia abajo para formar dos lóbulos carnosos que luego se afinan para rodear la entrada a la vagina y, hacia arriba, forman con sus arrugados pliegues de piel mucosa, el prepucio que protege al glande del pene femenino.
Aficionada a los cunni lingus y ahora enfervorizada espectadora de los que se hacen entre mujeres, ha perdido hace rato la repulsión que le provocara en otros tiempos tan sólo imaginar los sabores y olores de un sexo femenino por el conocimiento de los suyos al recogerlos con sus dedos; sin embargo el aspecto aniñado de aquel o el hecho de saberlo en una nena de doce años, hacen que la fuerte fragancia dilate sus narinas e impulsivamente, alargue la lengua para recorrerlo tremolante desde el mismo cerrado agujero vaginal hasta tomar contacto con el erguido clítoris.
Esa mínima fricción con la tersura de las carnes y el sabor inefable de sus humores que, como en todas las mujeres es particularmente único e inigualable, la obnubila y separando aun más las piernas de la chica, la empuja por los glúteos hasta que toda la zona queda al descubierto e indicándole a Valeria que las sostenga con sus manos, lleva la lengua vibrante a explorar la hendidura entre las nalgas; aun en esa posición tensa, los glúteos prominentes apenas se distancian y separándolos con ambas manos, su sima pulida la tienta y en tanto la recorre tremolante hacia arriba, tropieza con el oscuro hundimiento del ano, a cuyo contacto la muchachita pega un respingo alarmado pero ella la tranquiliza con la promesa de que tendrá cuidado.
Por haberlo vivido en carne propia, sabe que esa es la mejor preparación para lograr en algún momento una feliz sodomía y cuando comienza a estimular tiernamente con la punta de la lengua al haz de apretados esfínteres, nota que la crispación de la pequeña va desapareciendo y finalmente, los susurrados sí van ganándole terreno a la probable negativa; hábil chupadora de anos masculinos con la eventual penetración del dedo mayor para estimular la próstata, comienza a alternar los azotes de la lengua con las succionantes ventosas de los labios y al escuchar la jubilosa recepción de la chica a la lengua introduciéndose un par de centímetros, va reemplazándola con una paulatina introducción del dedo mayor.
Tras sentir los músculos acostumbrados a expeler y no a recibir, ceñirse asustados sobre el dedo y los temerosos reclamos de su sobrina, la consuela con una delicada fricción de la otra mano a lo largo de la vulva mientras lubrica al dedo con abundante saliva hasta sentirlo todo adentro de la tripa; la otrora pasiva chiquilina ahora en una hembra entusiasmada que azota las sábanas con las manos a la vez que le suplica en jadeantes gemidos que la haga acabar de esa manera.
Conociendo que lo que ella denomina orgasmo son tan sólo líquidas eyaculaciones hormonales, decide conformarla y, en tanto inicia una sucesión de lamidas y chupadas a todo lo largo del sexo, agrega al índice como acompañante del mayor para socavar casi cruelmente a la niña que se retuerce y corcovea mientras proclama entre roncos rugidos y bramidos su satisfacción hasta que se paraliza como hendida por un cuchillo para luego relajarse al tiempo que el olfato de su tía se satura con la polución que brota como abundante agua lechosa.
Como respondiendo a un influjo o sortilegio desconocido, Marcia hunde la boca en la de la vagina e introduciendo la lengua mientras con los labios succiona ese nuevo sabor acidulado que le sabe a néctar, va deglutiéndolo con la misma delectación que experimentara con el semen de los hombres; eso provoca en ella una reacción primitiva y bajándole la pierna encogida a la chiquilina, se desplaza de costado hasta quedar ahorcajada sobre ella.
Sabe que la chica está solamente conmovida por la intensidad de la eyaculación pero que en ella los calderos de la excitación recién están comenzando a bullir y mientras abre cuanto puede sus rodillas para hacer descender el cuerpo hasta que su sexo roce la boca de Valeria, incita verbalmente a esta a chuparla al tiempo que soba y estruja entre los dedos sus colgantes tetas; desde su primer contacto en la ducha, en la mente prolífica en pensamientos sucios de la muchacha, prevalecía el anhelo de saber como sería saciarse en un sexo femenino y ahora que sabe qué cosas se experimentan y cómo hacerlo, al sólo influjo de los fuertes aromas, termina de abrir los ojos para contemplar fascinada la fuerte prominencia de la vulva, en cuya monda superficie se abre como una herida el costurón de los gruesos y oscurecidos labios mayores; Marcia y mientras se aplica a estrujar los pesados senos, mece levemente la pelvis en imitado coito y eso hace ver a la muchacha la boca de la vagina que se dilata como la de un ser alienígena y el rosado botón del ano.
Recordando el placer que sintiera cuando la lengua estimulara el suyo momentos antes, ase entre las dos manos los cantos de las nalgas para separarlas y entonces, aun sin dominar el arte del lambeteo, hace que la punta de la lengua se deslice como cuando toma helado a lo largo del pulido fondo de la hendidura; todo es tan nuevo para ella, que se asombra ante la primitiva reacción del órgano que, como en todos los seres humanos, se adaptaba a esa práctica como si la hubiera realizado por años.
Cuando la punta llega a tomar contacto con la dilatada depresión en cuyo centro se ciñen los esfínteres, la acritud del aroma se contrapone a la dulzura de un juguito traslúcido que los moja e impulsada por un saber atávico, comienza a tremolar para ir recorriéndolos en morosos círculos que van concentrándose en el centro al que hostiga con insistencia hasta que, como en un acto mágico, comienzan a ceder para que, paulatinamente, la lengua vaya encontrando su lugar; Marcia no cabe en sí de felicidad porque, aunque no se lo hubiera propuesto de intención y seguramente sin su presencia esas concupiscencias habrían quedado soterradas tal vez por siempre, su sobrina la está ayudando a penetrar al nuevo mundo del lesbianismo que sólo conocía por los videos.
Sentir sus manos pequeñas pero fuertes separando casi con prepotencia los glúteos y su lengua súbitamente hábil escarbando esa tripa largamente sodomizada, le hace comprender la hondura de su desviación pero a la vez bendice a su hermano porque el viaje provocara esa eclosión y en tanto somete los senos a dolorosas presiones, prensando entre los dedos las largas excrecencias de las mamas, urge a la chiquilina a que introduzca la lengua para después someter al ano a las succiones de los labios; entendiendo lo que le pide por haberlo experimentado en carne propia y con inesperada pericia, Valeria presiona entre los dientes a la lengua que cobra una inmediata rigidez y con ella va oprimiendo el agujero que cede remisamente hasta que la siente adentro un par de centímetros.
Aunque sabía que existía el sexo anal, lo creía patrimonio de los homosexuales y más propio de prostitutas que de mujeres normales y comunes, ignorando la pobre niñita que no existen mujeres sexualmente normales y de qué cosas son capaces las que de ordinario la gente cataloga como amas de casa y amantísimas madres, quienes, sin echarse culpas por considerarlo normal entre esposos o amantes, se agotan en formidables trabajos bucales hasta lograr la recompensa de sus espermas con los mismos labios que luego besarán las inocentes bocas de sus hijitos o que, minutos después de haberse entregado frenéticas a una buena cogida o una gratificante sodomía que aun las mantiene en vilo por los escozores que subsisten, les sirvan amorosamente radiantes el desayuno; salvo excepciones, no hay prostituta que, sin la recompensa de una paga extraordinaria, sea capaz de hacer en una sola noche las cosas que estas realizan casi cotidianamente y sin recibir como premio más paga que la indiferencia de sus hombres, quienes consideran - como ellas - que ese es su deber de esposa, amante o pareja.
Ahora que ha aprendido el grado de placer que provoca luego de esos instantes iniciales de sufrimiento el distenderse los esfínteres, se excita aun más al saber qué está sintiendo su tía y añadiendo al vibrar de la lengua la aplicación de los labios en forma de corola para ejercer una honda succión que trae a sus papilas los jugos intestinales, se aplica ferviente a esas chupadas a las que Marcia pone un momentáneo freno, al pedirle que no se deje dominar por la ansiedad y que, con calma y lentitud, las cosas se disfrutan en su justa medida, sin agotarse y prolongando el verdadero placer.
Sofrenando sus impulsos, cobra conciencia de la sabiduría de su tía, porque de esa forma, la susceptibilidad de labios y lengua le va permitiendo percibir los sutiles cambios en el exterior e interior del ano, cosa que la gratifica a la vez que la hacer crecer un escalón más en la sensorialidad y después de unos momentos de esas inefables succiones en medio del aliento de la mujer que la induce roncamente a profundizar la sodomía mientras ella estimula con una mano al clítoris, va acompañando a la lengua con la introducción paulatina del pulgar y cuando Marcia prorrumpe en una sarta de eufóricas expresiones de goce a la par de acrecienta el menear de la pelvis, sube a través del extenso perineo hasta la boca palpitante de la vagina que expele fragantes flatulencias.
Rogándole que la posea oralmente pero sin apuro ni urgencias, Marcia se inclina para remedar a los sesenta y nueve que protagonizara gustosamente desde los quince años, al tiempo que encierra bajo sus axilas los muslos de la chica para alzar hasta el alcance de su boca toda la zona erógena; así imbricadas a pesar de las diferencias de tamaño y estatura, mientras la jovencita penetra al ano en lánguidos vaivenes del pulgar, tras sorber y deleitarse con ese elixir natural de los jugos vaginales, introduce la lengua cuanto puede a la vagina y después de deglutir extasiada los fluidos, asciende en dirección al óvalo.
A la vez que separa los labios mayores con índice y pulgar, la lengua trepida sobre los lábiles frunces que ya han adquirido una coloración entre negruzca y violácea en los bordes y los labios se confabulan para encerrarlos entre ellos mientras los succionan apretadamente; es tanta la habilidad innata que despliega esa chiquilina, que Marcia decide apresurar las cosas para conducirla a relaciones más recias en las que verdaderamente hay que ser lesbiana para afrontarlas.
Desembarazándose de la sorprendida muchacha, toma dos finas toallas de mano de un cajón y mientras despoja a su cuerpo de restos de saliva, sudor y fluidos vaginales, especialmente en la entrepierna, contempla como su sobrina hace lo mismo; después y en tanto la chiquilina la observa con curiosidad, saca del placard una caja y ante la sorpresa de su sobrina, despliega a los pies de la cama una batería de esos falos artificiales y artefactos raros que viera utilizar a las mujeres en el video.
Tranquilizándola con la explicación de que la mayoría serán manejados por la propia Valeria para sojuzgarla a ella, coloca otro DVD en la máquina y colocando las dos almohadas cerca del borde, hace recostar en ellas a la chiquilina, apoyada en sus codos y con las piernas abiertas; pidiéndole que se concentre en lo que hacen las mujeres del video, toma una larga varilla metálica de apenas un centímetro de grosor curvada en la punta y que, provista de un mango, está conectada a una batería.
Pulsando un botón deslizable en la empuñadura, prueba en sí misma la intensidad de la corriente y el suave picor que le transmite es delicadamente excitante; colocándose entre las piernas de su sobrina, aplica la punta donde nace la tenue alfombrita velluda y el estremecimiento de la chica le dice que la potencia no la disgusta, pero sin embargo, le pide que realmente le diga la verdad sobre si lo que experimenta le gusta o lo hace por complacerla a ella; distrayendo la vista dificultosamente de la pantalla donde precisamente las mujeres están realizando lo mismo que ellas, le pide entre suspiros satisfechos que siga probando pero que lo que ya siente es maravilloso y como muestra de ello, abre aun más las piernas al tiempo que las encoge para que toda su zona erógena quede expuesta.
Sólo para que vaya acostumbrándose a la corriente que mantiene expresamente en su más bajo nivel, va recorriendo todo el bajo vientre que se sacude imperceptiblemente como cuando los animales de pelo corto quieren espantar algún bicho, lo hunde en la pequeña cavidad del ombligo para escarbar sobre el nudito de tejidos y después trepa por el surco que divide el pecho hasta el valle entre las tetitas; la chiquilina mira fascinada esa suave punta metálica que le produce esos ramalazos de escozor que parecerían un martirio si no fuera por el placer radiante que colocan en el fondo del vientre y su mente.
Observando la avidez en los ojos de su sobrina que ya decididamente lidia con la tentación de optar entre contemplar a las mujeres o a ella excitándola de la misma forma pero en carne y hueso, al comenzar la trepada por la ladera empinada de uno de los senos, va otorgándole al artefacto sólo una décima más de potencia, pero que la niña percibe a través de la sensorialidad de los músculos mamarios y que manifiesta con un entusiasta asentimiento de que así le place aun más.
Entonces. Marcia recorre morosamente en espiral toda la semiesfera para demorar el momento de las mamas y en el momento que toma contacto con la pequeña superficie amarronada, incrementa un poquito más la tensión y cuando completa su recorrido entre agudos grititos satisfechos e insistentes sí de su sobrina, sube por los lados del pezón y al arribar a su vértice, extrema la potencia por una fracción de segundo hasta el cincuenta por ciento para disminuirla de inmediato, pero el sí convertido en alarido de la chiquilina, le hace presentir toda la incontinencia concupiscente que habita a la chica y que ella hará aflorar cuando antes para poder disfrutar en plenitud en esos ya catorce días que le quedan.
Los cortos jadeos angustiados de Valeria que trata de expresarle la profundidad de su goce, la alientan a repetir la prueba y ante la descarga, la chica se arquea mientras le pide acongojada por más y mayor potencia; Marcia no quiere martirizarla sino hacerle conocer las delicias del masoquismo y lleva la punta a tomar contacto con el otro pezón pero complaciéndola luego del contacto comienza paulatinamente a intensificar la corriente y ahora sí, sacudiéndose como si fuera epiléptica, la chica solloza de dicha mientras proclama su alegría y la pide que la lleve a experimentar el máximo de la potencia.
Temerosa de que semejante shock, le provoque la misma crispación que a ella la primera vez con la consecuencia de un desmayo momentáneo por no poder soportar tanto goce, picotea alternativamente de una mama a la otra entre encendidas palabras de fogosidad que en conciencia debería desconocer una niña de su edad y que cuando ella detiene los contactos, se conviertes en duras recriminaciones pero que Marcia acalla, explicándole que en la variedad está el gusto y que aun tiene muchísimas regiones del cuerpo que responderán todavía con mayor sensibilidad, por lo que no es necesario agotarse con aquello que sólo marca el comienzo de algo que la llevará a disfrutes inimaginables como puede comprobar por lo que ve en la pantalla.
Uniendo la acción a la palabra, invierte la varilla para conducirla a la hendidura y estimula los esfínteres anales con el nivel nuevamente al mínimo, haciendo que su sobrina vuelva a ronronear mimosa por tan exquisito placer y cuando ella aumenta en lenta progresión la potencia, reinicia su seguidilla de asentimientos que al penetrar apenas unos centímetros la tripa y realizar aleatorios incrementos de energía, se convierten en verdaderos alaridos de satisfacción a la vez que confiesa su necesidad de que aun la excite con mayor potencia; sabiendo que si la chiquilina pasa la prueba de fuego de ese masoquismo que parece manifestarse naturalmente en ella a diferencia del suyo, adquirido por la inmisericordia de los hombres y que luego completara con una alta dosis propia de sadismo, estará lista para soportar con agrado cualquiera de sus otros juguetes sexuales y su forma particular de utilizarlos.
Sacándola del ano y ante la expectante actitud de la hembra embravecida que ya es su sobrina, la introduce dentro del óvalo para estimular suavemente toda la tersa superficie, picanea con un poco más de potencia en la uretra provocando un nuevo asentimiento en la chica, para luego ir recorriendo los festones de los labios menores desde su base hasta recorrer las crestas fruncidas en las que vuelve a incrementar la energía y ante los grititos gozosos de la muchacha, trepa hasta el capuchón del clítoris para buscar la agudeza del pene femenino y allí si, incrementa en cortos remezones el poder y en tanto Valeria azota con las manos las sábanas en medio de roncos bramidos que sólo conllevan placer, suspende abruptamente la corriente y ante el estupor atribulado de la chiquilina, va introduciéndola la vagina.
Nuevamente con el más bajo poder, inspecciona los bordes mojados de la entrada para de a poco ir visitando en vestíbulo y cuando al fin alcanza la primera oposición de los esfínteres, va aumentando casi imperceptiblemente la energía pero los insistentes sí le hacen saber que la muchacha ha percibido gratamente el cambio; traspasándolos morosamente, avanza en línea recta por la parte baja del canal de parto cuyos músculos rodean estrechando a la intrusa, pero esa misma presión le hace notar lo anillado del conducto y por él se dirige hasta encontrar la oposición cervical del estrecho cuello uterino y ahí se detiene con respeto, porque no pretende dañar a su sobrina y sí introducirla a l mundo maravilloso del sadomasoquismo.
Sin embargo y como un anticipo de lo que podría vivir en lo futuro, ejecuta dos o tres pequeñas descargas que le hacen arquear el cuerpo y lanzar quejosos bramidos de dolor-goce y entonces, invirtiendo la punta, retrocede a lo largo de la cara anterior hasta detectar el bultito del punto G; estimulándolo en lerdos círculos, aumenta progresivamente la potencia y cuando Valeria nuevamente comienza con sus furiosamente vehementes asentimientos, se anima a llegar casi al máximo y allí sí, su sobrina se sacude furiosamente y patea mientras con sus manos pareciera querer desgarrar a los pechitos alborotados.
Satisfaciendo su goce sádico, Marcia prácticamente clava el metal en la callosidad mientras con la otra mano aferra al clítoris para retorcerlo entre los dedos y cuando la chiquilina comienza a acezar ahogada en su propia saliva reclamándole la gloria suprema, la complace llevando el botón hasta el tope al tiempo que sus uñas se clavan sobre la carnosidad del clítoris y entre los alaridos sollozantes de Valeria, la ve crisparse con las venas y músculos del cuello a punto de estallar hasta que la potencia del orgasmo la voltea y mientras cae relajada con espasmódicas convulsiones del vientre, retira la varilla junto a una profusa evacuación de jugos uterinos que ella se precipita a sorber con fruición.
Dejando con los otros artefactos al estimulador y sintiendo aun en su boca los fragantes jugos de su sobrina que todavía se sacude por los espasmos pero que consciente, enjuga el sudor de su cara para luego mesar los cabellos empapados mientras observa con los párpados entrecerrados por el agotamiento la figura atrayente de su tía que se aproxima a ella para sacar las almohadas de debajo del cuerpo y arrastrándola con ella al centro de la cama, la ayuda por la axilas a incorporarse hasta quedar arrodillada para luego abrazarla e invitándola a hacer lo mismo, le acaricia los cabellos al tiempo que hunde la boca en el hueco del cuello.
Imitándola, la jovencita hunde su boca en el largo cuello de la modelo y sin necesidad de que aquella le explique nada, busca con dedos que ya no son tímidos, la sólida carnosidad de los senos en encendidas caricias y cuando Marcia comprende toda la voluptuosa incontinencia de Valeria, modifica la posición para que, aun así, de rodillas, no queden enfrentadas sino de lado, muslo contra muslo; ya la boca abandona el cuello para iniciar una serie de besuqueos mimosos a los labios de la muchacha y en tanto que con un brazo la sostiene apretada contra sí, la mano se pierde a lo largo del vientre a la búsqueda de la entrepierna, donde se sume a la tenue alfombrita en suave restregar.
Comprendiendo, la intención de Marcia, la mano de Valeria también busca la entrepierna de aquella y remedándola en todo, inicia una delicada estimulación al clítoris de su tía en morosos círculos y pronto las dos se encuentran enfrascadas en una especie de competencia en la que intentan superarse mutuamente, satisfaciéndose con aquello que satisface a la otra; con las bocas unidas en extenuantes besos, los dedos escarban dentro de las vulvas, restriegan frenéticos los frunces internos para luego ir descendiendo hasta las bocas sedientas de las vaginas a las que se introducen para hurgar en las mucosas con urgentes rascados que evidencian los imperiosos reclamos de su lujuria.
Marcia comprende que lo que esta haciéndole hacer a la criatura es una monstruosidad pero también se da cuenta de que en la chiquilina arde una llama de deseo que parece inextinguible y se pregunta si a esa edad es posible que en una mujer se desarrolle lo que aparenta ser un auténtico furor uterino y deseando comprobar la verdadera ninfomanía de su sobrina; haciéndola recostar casi a la fuerza porque la chica no quiere abandonar esa recíproca masturbación, busca entre los artefactos algo que pensaba reservar para el futuro pero que la exacerbación de la criatura la obliga a utilizar sin más demora.
A pesar del anhelo sexual que la domina tras las exquisitas experiencias con su tía, Valeria observa atemorizada la agresiva presencia de una especie de arnés de finas cintas forradas en terciopelo que Marcia va calzándose en la entrepierna para mostrar a su frente una combada copilla de plástico semi rígido de la cual surge un fantástico y descomunal miembro que imita en todo a uno masculino; a la misma Marcia, ese largo que alcanza fácilmente los veinticinco centímetros y el anfractuoso tronco que supera los cuatro verdaderamente la han seducido desde que lo comprara, pero, aun sin haber tenido oportunidad de utilizarlo, siente como el viril aditamento se adapta perfectamente a su cuerpo hasta el punto de sentirse invadida por una repentina sensación de poder, creyendo experimentar la que supone como soberbia prepotencia masculina.
En verdad, ella nunca ha tenido la fortuna de sentir una verga de semejante tamaño e imaginar lo que eso puede producir en un sexo que, si bien dispuesto y al parecer, anatómicamente capaz de soportarlo, no deja de ser el de una virgen que sólo tiene doce años, la hace asumir la importancia de la circunstancia; ella quiere gozar poseyéndola virilmente pero a la vez precisa despertar en su sometida el mismo fervor para que, aparte de disfrutarlo, sienta la necesidad de responderle recíprocamente.
Tomando el envase de plástico conteniendo un gel afrodisíaco y vaso dilatador que incrementa la sensorialidad por la acumulación sanguínea, aplica su pico aplanado sobre toda la vulva y el ano de la chiquilina para finalmente descargar en la vagina un poderoso chorro del estimulante que actuara como lubricante para el tránsito del falo; aunque ansiosa por sentir una verga dentro de ella después de la preparación a la que la sometiera su tía, Valeria mira con aprensión a la que esta exhibe en la entrepierna, ya que, no conociendo otra con anterioridad, esta le parece enorme y se pregunta si su cuerpo aguantará semejante aparato.
Colocándole las almohadas debajo de los riñones para elevarle el cuerpo, Marcia le abre las piernas con cuidado hasta que la chiquilina siente un tirón en los aductores y encogiéndoselas, le pide que las sostenga así desde atrás de las rodillas; colocándose arrodillada a su frente, se inclina sobre ella y sosteniendo al falo entre los dedos, inicia una lenta estimulación por sobre el meloso gel que con ese roce va instalando por debajo de la piel de la chica un cierto calor que con el incremento de la maceración, comienza no sólo a proporcionarle un agradabilísimo ardor sino que comienza a emitir como chispazos de excitación, tanto a lo más hondo de sus entrañas como aguijonea espasmódicamente la columna vertebral.
Ella sabe, anhela y presiente que esos mimos no pretenden más que simular el impredecible pero cierto sufrimiento que le producirá la penetración y con las narinas dilatadas por la pasión y la vista clavada en el adorado rostro de su tía, deja escapar pequeños sollozos de emoción que junto al jadeo irreprimible de su pecho la hacen musitar una casi incomprensible súplica de ser sometida y entonces Marcia, contagiada por semejante enardecimiento y cegada por el deseo de poseer finalmente a la chiquilina, deja de restregar el interior de la vulva para apoyar el glande contra el todavía pequeño agujero vaginal.
Los ojos dilatados por el espanto y la boca balbuceante de la niña no hacen sino estimularla y despaciosamente pone el peso de su cuerpo para que, suavemente, entre gemidos de distinto calibre de la virgen, la portentosa verga vaya introduciéndose en la vagina; aferrada a los antebrazos con que ella se sostiene sobre la cama y a medida que el miembro va dilatándole los músculos vaginales, la chiquilina convierte al balbuceo en decididos ayes de dolor que progresivamente van variando de tono y fortaleza hasta que, clavando la uñas en los brazos de su tía, los ronquidos y bramidos terminan por transformarse en un verdadero alarido que sólo cesa cuando todo el tronco está dentro de ella.
El rostro abotagado, el llanto inconsolable y el pecho que bombea convulsivo, asustan un poco a Marcia que no realiza ningún movimiento hasta que la niña se aquieta gimoteante y sorprendentemente, ante su suplica de que no ha pretendida lastimarla, estremecida por el hipar, Valeria ensaya una sonrisa al tiempo que la consuela diciéndole que no sabe cuanto le agradece que sea precisamente ella quien la desvirgue, pero que el sufrimiento ha sido tan fuerte que no ha podido evitar esa reacción y pidiéndole que finalmente la posea como debe ser, alarga los brazos para tomar su cara y acercarla a sí en busca de un beso.
El preciso rostro aun mojado las lágrimas que le otorgan un brillo distinto a los ojos, las narinas aleteantes de la nariz, la boca entreabierta por la que aun surgen estremecidos hipos, no hacen sino llenar de ternura a Macia que, muy delicadamente apoya los labios sobre los de su sobrina y entonces es como si ese roce despertara en ellas algo que las aliena, ya que la chiquilina la estrecha entre sus brazos y al tiempo que concreta el beso voraz, Marcia inicia el movimiento retrógrado del falo; eso arranca un gemido ahogado por los labios pero a la vez enciende a la muchacha, que se entrega al beso con fiereza al tiempo que ejecuta un, seguramente involuntario, movimiento copulatorio con la pelvis.
Imaginando lo que debe sentir su sobrina y para no abrumarla de dolor, comienza un cansino coito por el que la verga apenas se mueve adelante y atrás con el sólo propósito de que los músculos vayan distendiéndose y la muchachita acepte con gusto esa primera cogida que deberá ser el prólogo de algo mucho más grande; Valeria jamás había imaginado cómo sería un miembro masculino e ignoraba que el volumen del que la ocupaba por entero no era normal e inconscientemente, se compadecía al tiempo que admiraba a su madre y a tantas otras mujeres por lo que pensaba soportaban.
Por otro lado y a pesar del dolor que aun sentía, no podía ignorar cuanto la complacía esa cosa moviéndose dentro de ella y eso, sumado a la excitación que le produjera el sexo oral y las manipulaciones de su tía que hasta la hicieran alcanzar un orgasmo y decidiendo que, si aquello se convertiría en una constante, debería acostumbrarse no sólo a soportarlo sino a disfrutarlo como parecía hacerlo la mayoría de las mujeres; armándose de valor, abandonó por unos instantes la batalla de lengua y labios que sostenía con Marcia para pedirle que la hiciera conocer de una vez el placer de una buena encamada. Contenta porque por fin concretaría las perversas intenciones que tenía para con su sobrina, esta se separó de ella y sin sacar al falo de la vagina, la hizo volver a encoger las piernas y, acuclillándose para tener mayor flexibilidad y empuje, comenzó una verdadera cópula.
Paulatinamente, el largo falo iba ocupando más terreno en su moroso vaivén y junto con las exclamaciones gozosas de la niña, acompañó la cogida con un perseverante estregar de su pulgar sobre el ahora endurecido clítoris, para contento de Valeria a la que aquello le parecía maravilloso y, aunque todavía le dolía, el placer superaba el sufrimiento y así se lo expresaba a su tía con entusiastas manifestaciones de asentimiento que a la modelo le sonaron a gloria; levantándole la grupa con las dos manos y flexionando más las piernas, incrementó la penetración hasta sentir como la verga excedía la estrechez del cuello uterino para tocar el endometrio y después, retirarla rápidamente hasta abandonar el sexo y, aun chorreante de las espesas mucosas vaginales, volver a penetrarla con la misma intensidad, provocando en la que fuera niña hasta una hora antes, prorrumpiera en contradictorias exclamaciones de dolor y placer simultáneamente.
Así como se había dado cuenta de la lubricidad y lascivia que anidaban en su sobrina desde el mismo momento en que la viera masturbándose, también comprendía que en la chiquilina habitaba una especie de furor uterino o ninfomanía natural que, sumados a una cuota de masoquismo, le hacían gozar aun en medio del dolor; decidida a sacar provecho de esas desviaciones exacerbadas, dejó de lado toda consideración y tratando de sentirla como a una mujer cualquiera o para mejor, una prostituta, fue haciéndola poner de lado y encogiéndole una pierna, volvió a penetrarla desde atrás con tal frenesí que provocó en la chiquilina una nueva manifestación dolorida junto a entusiastas sí con los que la alentó aun más.
Y así, estuvieron por unos momentos más en los que Valeria encogía con las dos manos la pierna hasta que la rodilla tocara su cara para sentir aun mejor la formidable verga que la socavaba tan placenteramente y Marcia cobraba conciencia del poderío que otorga a los hombres poseer a una mujer, ya que ella, sin que el falo formara parte de su cuerpo pero transmitiéndole fielmente los movimientos como si realmente estuviera incorporado, experimentaba un placer tan grande y sublime en someter a su sobrina como no lo sintiera jamás y entonces, tal vez un poco bruscamente, la hizo arrodillar para separarle las piernas e indicándole que aplastara el torso sobre la cama, volvió a penetrarla.
La hermosa modelo parecía formar parte de un cuadro mitológico y con el cuerpo brillante por la transpiración del esfuerzo, semejaba un fauno poseyendo a una ninfa y era tal la compenetración de su papel masculino que, agazapada y aferrando con las manos a las ingles de la chiquilina, daba vigorosos rempujones para que la verga se estrellara más allá de la vagina, con los consecuentes bramidos entre llorosos y complacidos de la chica superando los fuertes chasquidos húmedos de las nalgas al chocar contra su pelvis; Marcia sabía que estaba fuera de control pero no podía evitar el placer sádico que obtenía de la cogida y tan soberbia como un hombre, se inclinó sobre la niña.
Apoyada en los codos, Valeria se asombraba de la elasticidad de su sexo para soportar tremendo aparato sin sufrir el menor daño y gozaba tanto con la cópula que cerraba los ojos e imprimía a su cuerpo un hamacarse que la hacía complementarse con el cadencioso coito de su tía y cuando sintió el mórbido cuerpo aplastarse contra sus espaldas al tiempo que las manos de Marcia de apoderaban de los senos oscilantes, presupuso que algo distinto estaba por suceder; durante unos momentos y ralentando la penetración, la modelo se extasió sobando y estrujando los juveniles pechos hasta que en un momento dado, fue dejándose caer hacia atrás pero arrastrando a la criatura con ella.
Realizando un prodigio de equilibrio, la chiquilina acompañó ese movimiento hasta quedar ahorcajada sobre su tía y esta, evitando que el miembro saliera de la vagina, fue guiándola para que rotara hasta quedar de frente a ella; verdaderamente, ese misterioso instinto sexual que existe en las mujeres la había transformado, ya que el delicado rostro infantil, exhibía ahora expresiones de lascivia y perversión que la convertían en una hembra en celo y su cuerpo todo parecía haber cobrado una solidez adulta que impresionaba.
Por la posición que su tía le había hecho adoptar, era casi elemental lo que aquella pretendía y confirmándoselo, Marcia colocó sus manos en la cintura al tiempo que le indicaba cómo flexionar las piernas para que esa jineteada se convirtiera en un coito distinto; elevándose despaciosamente, sintió correr por dentro la monumental verga e inclinándose a medida en que volvía a penetrarse, comprendió la exquisitez de esa postura y tras repetirla tres o cuatro veces, se le ocurrió cómo aun podía gozarla más y reacomodando las piernas para quedar acuclillada, sí consiguió la elasticidad que precisaba e inició un galope que la hacía subir hasta casi sentirla saliéndose y entonces se dejaba caer con todo su peso hasta chocar contra la entrepierna de Marcia.
Esta estaba estupefacta por esa ancestral predisposición y capacidad física de la muchacha y, asiéndole los brazos, se dio impulso para ejecutar un movimiento copulatorio que coincidía con los vaivenes de su sobrina, la que ya expresaba con su voz todavía atiplada de niña el placer que encontraba en esa posición y así, perfectamente ensambladas se prodigaron en la cópula hasta que Marcia fue incorporándose y con ello la chiquilina quedó nuevamente de espaldas contra la cama; el omnipresente falo había registrado cada espacio posible dentro del sexo y Valeria se preguntaba qué vendría ahora, cuando su tía nuevamente le pidió que se arrodillara y así, todavía ensartada por la verga, adoptó la posición que hasta el momento le resultara más grata.
Anteriormente, se había dado cuenta cuanto la complacía el roce de la sábana mojada por sus sudores contra los senos y apoyando los codos hasta conseguir ese contacto, ella misma fue quien inició un lerdo hamacarse del cuerpo que su tía recibió con alentadoras palabras de satisfacción y, al tiempo que se acoplaba a ese ritmo, la jovencita volvió a sentir cómo el falo la penetraba hasta dentro del útero, con lo que le daba la impresión de sentirlo rozando el estómago.
Entusiasmada por ese coito y preguntándose como tanto ella como su sobrina realizaban esos movimientos lésbicos con total naturalidad y sapiencia, se contestó a sí misma, aceptando que, por extensión, todas las mujeres poseían esos dones pero no los ejercían porque no lo sabían; el hamacarse entusiasta de Valeria la volvió a la realidad y al tiempo que incrementaba el empuje de sus embates, dejó caer sobre la hendidura entre las nalgas una abundante cantidad de saliva para después y con infinito cuidado, introducir un pulgar al ano en leve sodomía.
Ante las expresiones de contento que la muchacha entreveraba con sus agitados gemidos gozosos, agregó en otro pulgar para que, juntos, trazando círculos en los esfínteres, fueran introduciéndose profundamente y, obedeciendo a los insistentes reclamos a Dios que la chica mezclaba con fervorosos sí, comenzó a dilatarlos tirando hacia afuera y los musculitos obedecieron mansamente, con lo que pudo llegar a vislumbrar lo rosáceo de la tripa
A las dos parecía habitarlas una especie de sortilegio bestial que las hacía agredirse sexualmente para dar satisfacción a un sadomasoquismo natural enquistado en ellas y por eso, cuando retiró abruptamente el falo de la vagina para apoyarlo contra los distendidos esfínteres anales, los bramidos angustiados de la pequeña reclamándole que la hiciera vivir esa experiencia única, la impulsaron a volver a lubricar con saliva la raja y pronto, casi sin esfuerzo, la ovalada punta siliconada fue introduciéndose al recto entre los gritos desesperados de su sobrina que, aun así le pedía más y más.
Marcia había imaginado que encontraría mayor resistencia pero luego recordó que el recto, aparte de la prieta musculatura de los esfínteres, es tan sólo una bolsa que los une con el intestino grueso y por eso, ya sin contemplaciones, hundió el falo portentoso hasta que la copilla y sus muslos se estrellaron ruidosamente contra las nalgas y aferrando las tetas oscilantes de la chica, la alzó un poco para que se apoyara en la cama con sus brazos estirados y con esa comodidad, fue sodomizándola suavemente en tanto sus manos no sólo sobaban y estrujaban los senos, sino que índices y pulgares de ambas manos retorcían malévolamente los pezones vírgenes.
Sintonizada en esa misma frecuencia de locura y pasión, la chiquilina colaboraba con ella en la penetración con el meneo de la pelvis en medio de sollozos de goce y de soeces insultos que una niña no tendría que conocer, calificándola y calificándose a sí misma de tortilleras putas; Marcia también bramaba y roncaba por la satisfacción que obtenía en esa experiencia lésbica inaugural en la que estaba poseyendo a otra mujer que era nada menos que la hija de su hermano y junto con la ebullición del caldero de su vientre dominándola en el anuncio de su orgasmo, se esmeró hasta el agotamiento en la sodomía y cuando en la exacerbación del clímax hundió las uñas hirientes en los pezones, la chiquilina también proclamó su orgasmo y juntas se estremecieron en el angustioso derrame para, muy lentamente, ir cayendo de lado para quedar acostadas y abotonadas como dos perros.
Así abrazadas y en tanto Valeria giraba el torso en busca de su boca, ella calmó los ardores de los senos en suaves masajes mientras aun meneaba la pelvis para continuar con una deliciosa sodomía que fue contentándolas a las dos y cuando alivió al ano del falo, se extasiaron frente a frente en exquisitos besos en los que dejaban en evidencia que el nuevo vínculo que las unía era mucho más profundo que un ocasional coito e, intercambiando lindezas de recíproco amor, fueron imaginando cuanto gozarían en los catorce días que les restaban para ser felices a pleno.