Todavía hoy sigue intacto el recuerdo de ese momento tan especial en que mi morbosa ansiedad me doblegaba en ese maravilloso lugar donde me había dispuesto a ser fornicada por mi esposo a la vista de cualquiera que nos viera.
Relato
Mi primer experiencia total – Parte 3
Todavía hoy sigue intacto el recuerdo de ese momento tan especial en que mi morbosa ansiedad me doblegaba en ese maravilloso lugar donde me había dispuesto a ser fornicada por mi esposo a la vista de cualquiera que nos viera.
Junto a ese sillón, con mi torso quebrado hacia adelante y mi cola sensualmente preparada me quedé moviéndome muy suavemente al ritmo de la música, esperando durante unos segundos que me parecieron horas, a que mi esposo me penetrara en la vagina.
Él se había separado dejándome sola meneando la cola como una gatita en celo. Luego sentí de nuevo que sus manos me levantaban el suave vestido de cebra sobre la cintura y abriéndome los cachetes, me hizo sentir el roce de su miembro, ahora más endurecido e voluminoso que lo habitual, apoyado en mi diminuta tanga que apenas cubría los empapados labios de mi vagina.
Me agradaba sentir como empujaba su exquisito botón más hinchado y caliente que de costumbre y mi vulva mordiendo la tanga se ahogaba en flujo abriéndose ardiente para devorarlo. Esto me calentaba al máximo como también me excitaba con locura el trío que tenía a mi lado en el sillón en que me apoyaba, sin poder evitar la atracción que me provocaba el Esclavo moviendo su cuerpo y envidiando casi maldiciendo a las dichosas guarras por el momento que estaban disfrutando.
Mientras continuaba mirando la provocativa sonrisa del moreno, podía sentir que las manos de mi querido, me acariciaban el cuello y el cuerpo.
Luego con una mano me tomó del cabello con más rudeza que la habitual en él y con la otra, deslizó mi tanga sobre uno de mis glúteos para dejar al descubierto mi mojada vagina.
Mirando a través del espejo veía la India que estaba siendo tan bien servida por el Domador desde atrás mientras le seguía prodigando un pete a Tarzán. Esta escena me provocaba una tensión total y en mi mente se cruzaba el deseo de estar de igual modo que ella, con mi esposo clavándome desde atrás y con la verga espectacular del atractivo mulato en mis manos. Me sentía como una perra en celo, mirando ese caballo que tenía frente a mí mientras esperaba ser copulada por mi macho. Pensaba cómo hacer para animarme aunque más no fuera por unos segundos a tocar el inmenso pedazo de ese hombre desconocido que me sonreía expectante. La tenía al alcance de mis manos y podía ver en detalles como las dos calientes chicas se la devoraban con pasión mientras me miraban regocijadas. Sin embargo en ese momento en que me encontraba a un paso de poder hacer realidad mi fantasía de tener el pene de otro hombre junto a mi esposo, comprendí que era más difícil de lo que pensaba.
Todo transcurría en segundos pero lo disfrutaba como si fueran horas, sintiendo las caricias del duro botón rozando la puerta de mi sexo caliente que se derretía por devorárselo, produciéndome un goce increíblemente mayor que el de costumbre.-
En ese momento antes de cerrar los ojos para gozar la ansiada penetración vuelvo a mirar en el espejo descubriendo algo que me dejó perpleja. No podía ser. Uno de los hombres que estaba siendo montado en el sofá que estaba detrás mío casi a empujones por la hermosa Amazona era nada menos que...Oh¡¡ No. No lo podía creer. Era...... era....un hombre disfrazado de Zorro. Me quedé petrificada y rápidamente traté de recordar si durante la cena había alguien más, vestido igual que mi esposo. Pero mi ansiosa curiosidad hizo que girara rápidamente la cabeza, buscando ver a mi Zorro tomándome por atrás. Con gran sorpresa descubrí que en lugar de un sombrero negro, quien me tomaba por las caderas tenía un casco de cuero con dos grandes cuernos de vaca.
Pero si se trataba nada menos que del grandote rubio Vikingo, el esposo de la Amazona. Me quedé inmóvil, paralizada de asombro y casi a punto de desvanecer. Mi primer reacción fue asestarle un vigoroso cachetazo a este atrevido, pero él hábilmente me sujetó los brazos dejándome inmovilizada. Una especie de congoja estuvo a punto de estallar en mi pecho, al tiempo que dos lágrimas amargas alcanzaron mis labios. El fuerte sonido de la música, me abrumaba casi hasta el mareo. El rubio grandote me tomó contra sus frondosos pectorales y mientras acariciaba mi pelo me dijo que no me tenía que poner así, que debía calmarme porque esto era solo un juego en que participaban las parejas que deseaban hacerlo pero nadie debía sentirse dañado ni obligado. No debes sentir temor por lo que está ocurriendo, me dijo, ya que todos son matrimonios que pretenden pasarla lo mejor posible intercambiándose las parejas solo por una noche, luego todo será un simple recuerdo. Por un instante pensé fugazmente en abandonar inmediatamente el lugar. Quizás en mis pensamientos sentí inquietud ante la idea de tener sexo con el Domador cuando bailaba friccionando mi pelvis con su sexo, pero solo fue un instante quizás de insensatez y luego todo quedó en nada. Quizás alguna vez fantasee en verlo a mi marido teniendo sexo con otra mujer en mi presencia, pero jamás hubiera imaginado que esto se haría realidad y nada menos que esta noche en este lugar tan especial.
Me sentí extraña, como engañada o como una estúpida. Volví a observar como la hermosa atorranta de la Amazona acosaba a mi marido recostándolo en el sofá para luego montarse sobre él, lo que me causó
bronca e indignación y me dieron ganas de sacarla de allí de los pelos.
Mi cuerpo aún mantenía el calor de la lujuria y mis pensamientos se volvían turbulentos turbada con el champagne bebido. Estaba como aturdida sin saber que hacer. No podía entender como este tipo podía estar tan entretenido conmigo, viendo como su esposa se movía sensualmente, montada sobre mi marido, seguramente ya engulléndose su pene. Le dije que quería irme de allí, aunque realmente me sentía desmayar, o quizás me sentía como transitando un extraño sueño. La mirada del Vikingo era demasiado penetrante y su atractiva figura era simplemente hermosa. Al mirarlo en los ojos, pensé que cualquier mujer se derretiría en sus brazos. Sentí que mi respiración se profundizaba y los latidos de mi corazón retumbaban sordos en mi pecho. El champagne adormecía mis impulsos y turbaba mi mente y esto era percibido por el Vikingo que sin despegarme de su cuerpo me volvió a girar muy lentamente hasta que mi espalda quedó apoyada contra su pecho. Con sus manos comenzó a acariciar mis brazos y hombros mientras apoya sus labios tibios y húmedos en mi cuello. No atiné a reaccionar o a oponerme, simplemente me quedé allí cobijada por el atractivo rubio, percibiendo un extraño deseo de disfrutar sus cálidas caricias. Esto realmente me gustaba demasiado y por momentos sentí enloquecer, percibiendo como mi respiración se aceleraba más aún. El atlético acosador apoyó nuevamente su abultado sexo en el surco meridional de mi cola y el roce hizo que levantara mi cola empujando hacia atrás como si quisiera profundizar la presión de ese instrumento a través de la seda de mi solera.
La excitación que había alcanzado era demasiado grande como para poder pensar fríamente. Recordé en ese momento las palabras de mi amiga que retumbaban como un eco sórdido en mi mente: "...no se si podré aguantarme las ganas de coger con otro tipo, si mi marido se hace el loco con otra". En mi inconsciente liberación volví a sentir que las caricias de esas manos extrañas encendían fuego en mi piel.
Lo que hacía unos minutos me parecía un acto imposible, ahora, mientras volvía a mirar por el espejo la escena de mi esposo, comprendí que no había retorno, era hora de dejar de lado mis prejuicios. En mi mente maduraba la idea de vivir por un instante esta intrigante experiencia, que seguramente mi amiga Mabel también la debía estar disfrutando.
Creo que mi esposo se sentía culpable por haber caído en la trampa de la mujer del Vikingo, por la manera en que me miraba como si tratara de explicarme algo.
Yo me sentía traicionada por mi propio marido que ni bien comenzó a acosarme desde atrás para poseerme, de pronto me abandonó para irse con esa prostituta que le estaba haciendo el amor con total descaro.
Esto me ayudó a decidirme a probar dejándome penetrar un breve momento por este desconocido para demostrarle a mi esposo que tenía mucha bronca y que yo también podía hacerlo como él lo estaba haciendo en mi propia cara.
Sentía que estaba aún algo rígida a pesar del calor que quemaba mi piel. Entonces comencé a relajar lentamente mi cuerpo, preparándome para afrontar esta prueba de fuego, quizás con bronca o por despecho, pensando resignada en pagarle a mi esposo con la misma moneda. Sentí que el Vikingo me presionó suavemente con su mano sobre el cuello y muy despacio me dejé flexionar el cuerpo hacia adelante. Me quedé con la cola bien levantada. Seguramente mi marido me estaría observando. Sentí que el Vikingo deslizó mi solera levantándola sobre mi cintura dejando relucir mis hermosos cachetes. En este momento solo presentí que le estaba ofreciendo mi sexo ardiente al extraño que me haría suya ante la mirada de mi esposo.
Al finalizar la noche, me enteraría que el Vikingo y su esposa Amazona planearon apartarlos a mi esposo y a mi para intercambiarse las parejas, sacándolo a él casi por la fuerza mientras yo estaba de espaldas apoyada en el sillón y en ese momento la Amazona lo arrastró a mi marido con la ayuda de otra mujer, volteándolo en el sillón de enfrente, y su marido tomó el lugar de mi esposo, sin que yo me diera cuenta.
Con delicada experiencia el Vikingo volvió a deslizar mi colaless, sin dejar de acariciarme. Sentí nuevamente su endurecido botón entreabriendo los labios de mi mojada vagina. Ya no había retorno. Con sus dos manos, el Vikingo me separó bien los cachetes haciendo que abriera más las piernas y en ese momento sublime cerré los ojos al sentir al fin la maravillosa penetración de la hinchada cabeza en mi hambrienta vagina.
Un escalofrío estremeció mi cuerpo y erizó mi piel. Un impulso de culpa y arrepentimiento me conmovía pero el fuego en mis venas me consumía. Sentí ese gran botón endurecido, distinto que el de mi marido, lo que me provocó una extraña sensación que me hizo vibrar entera. Solté un sonoro suspiro de placer desde lo profundo de mi pecho que se dejó oír en la pausa musical de la melodía del bolero que estaba sonando. La introducción lenta y sin detenimiento recorrió el volcán interior de mi ser hasta que sentí la vellosa pelvis del Vikingo apoyándose en mi cola. Al tener ese pene diferente, caliente y duro introducido en mis entrañas, el goce no se hizo esperar. Se encendieron en fuego mis mejillas, de mi garganta escapaban
quejidos de placer que se dejaban oír como ruegos de querer más. En el espejo me encontré con la mirada de mi esposo que se desesperaba como si quisiera evitar lo que ya era inevitable. Me sentía extraña con tan excitante sensación y en poco segundos logré liberar las amarras que me cohibían, con el maravilloso placer de sentirme tan bien penetrada por este desconocido, mientras me observaba mi esposo. No podía creer que estaba haciendo el amor con este extraño ante sus ojos, pero la verdad es que no atinaba a detenerme.
En mi creciente goce observé que la joven modelo que acompañó a Gatúbela acosando al moreno, abandonó el juguete carnal del esclavo y se fue de mi lado con su traje de pantera adherido a su piel, hacia el sillón donde estaba mi esposo. Allí él se encontraba recostado de espaldas siendo servido ardientemente por la riquísima Amazona que lo cabalgaba enérgicamente, expresando su calentura con violentos movimientos y ruidosos quejidos.
Ya totalmente liberada solté mis impulsos para coger con todas mis ganas con ese hermoso Vikingo frente a mi esposo, demostrándole en mi entrega total como yo también estaba gozando como él.
Me agradaba de sobremanera empujar hacia atrás para sentir el calor en mi vagina que se dilataba al máximo devorándose esa exquisita pija que me golpeaba con su botón caliente en lo más profundo de mi vientre. Hacía apenas minutos que había pensado en probar esa experiencia solo por un momento pero ahora me parecía sencillamente estúpido interrumpirla porque me sentía tan caliente que pretendía vivirlo hasta el final.
Gatúbela se había quedado en el sofá cerca de mí y en posición de cuatro patas en el sillón continuaba lamiendo con destreza el inmenso pene del esclavo, intentando hacerlo acabar.
Me excitaba mirar el ardiente sexo de esa mujer tan cerca, mientras sentía la rica pija del Vikingo que apretada se deslizaba en mi concha provocándome una placer total.
Gatúbela se retorcía en maravillosos movimientos cada vez más frenéticos, acompañados de quejidos de placer, mientras yo me balanceaba fervientemente al borde del orgasmo, sintiendo deslizar agitadamente en mi cajeta la hermosa pija del Vikingo hinchada al máximo.
Me agradaba percibir como la mujer excitadísima finalmente alcanzaba su clímax aflorando en su vagina el dulce néctar y arrastrándome también a mi en medio de gritos ahogados, a un desesperante orgasmo, mientras sentía con placer como el Vikingo estaba descargando su cuantioso semen en golpes calientes que iban ahogando mi sedienta cajeta.
En ese momento lo miré al moreno con la sonrisa placentera que provoca la liberación del orgasmo y vi en su rostro que también él intentaba acabar con la tensión en sus mejillas del goce final.
El desenfrenado huracán que invadía simultáneamente a los cuatro cuerpos hacía que los músculos se retorcieran espectacularmente durante un largo momento hasta el maravilloso final.
Al volver la calma, Gatúbela se volteó para decirme algo contrariada que el negrito era más resistente de lo que ella pensaba y que me lo dejaba en mis manos para ver si yo lograba ordeñarlo.
El esclavo que denotaba haberse quedado con las ganas, la tomó a Gatúbela por las caderas sin dejar de mirarme, pero ella sutilmente se apartó, sabiendo que yo había sacado número para el negro desde el primer momento que apareció.
Finalmente, él se quedó sentado en el sofá, muy cerca de mí excitado, mirándome fijo a los ojos, mientras yo sentía que el Vikingo me liberaba de su pene produciéndote un vibrante cosquilleo al salir.
Al enderezar mi cuerpo parada sobre la alfombra, el vestido cebreado que tenía arrollado en la cintura, cayó suavemente rozándome la piel, produciéndome una exquisita sensación de placer.
Continúa en Parte 4