Cuando me decidí a trabajar como masajista no sospechaba siquiera la cantidad de sorpresas que me deparaba el destino. Mi primera vez estaba muy nerviosa; no era por supuesto algo relacionado
Relato
Cuando me decidí a trabajar como masajista no sospechaba siquiera la cantidad de sorpresas que me deparaba el destino. Mi primera vez estaba muy nerviosa; no era por supuesto algo relacionado con la virgini…; esa etapa ya la había pasado; sino más bien ante la expectativa de estar con una persona a la cual no conocía. Pensaba y me preguntaba que debía hacer, que decir, cómo iba a estar él, cómo debía tratarlo, etc...
Llegó la ocasión; voy a ser concisa al respecto de los detalles previos; así que... llegué a su apartamento, toqué la puerta y a los pocos segundos ésta se abrió, dejando expuesta mi cara de asombro. Este hombre medía al menos un metro noventa y cinco; que comparados a mi estatura (1,66); yo lucía mínima frente a él. Mi primer pensamiento fue textualmente este …” Este me va a reventar “… El me dijo cordialmente …” Pasa”… y eso hice de inmediato.
Mi asombro no cedió. Una vez adentro era imposible de ignorar la cantidad de rosas que inundaban de rojo cada esquina del recinto a la luz de las velas aromáticas que las acompañaban en número. El ambiente mágico se complementaba con la música de fondo; suave y relajante que invitaba a la seducción y producía el efecto de que olvidaras el tiempo.
Normalmente esta debió haber sido una situación un poco tensa al principio; pero extrañamente no; yo me sentía como en casa. Me quité las sandalias para sentirme más cómoda. Cuando él me vió los piés se quedó admirado, que digo admirado, comenzó a besarlos tiernamente mientras acariciaba mis piernas con sus manos; poco a poco me iba inundando de tibieza cuando sus labios comenzarón a deslizarse en dirección a mi entrepierna. El no sabía por supuesto que esa es justamente mi debilidad; tanto así que deseaba auténticamente que el hombre me penetrara en ese mismo instante; pero no lo creí prudente por que apenas estabamos comenzando. Así que decidí por “morderme las ganas”; y el; despertando en mí; sensaciones extremadamente placenteras. Yo empecé a sudar un poco y mis gemidos sordos se escapaban de mi boca; lo más desconcertante era su calma; él estaba tranquilazo; y yo me sentía desesperada; ansiosa, deseosa.
El me pidió que me masturbara. Así que comencé a frotarme el clítoris ; primero delicadamente y luego con más energía. Cuando el nóto que yo me acercaba al orgasmo, enterró su hábil lengua hasta el fondo de mi intimidad. Yo sentí como un desgarre, cuando los músculos de mis piernas se contraían ante la llegada del climax. Normalmente mis orgasmos tardan un poco más en presentarse; así que pensé; esté hombre en realidad me gusta y yo también a él.
Apenas me dejó lo toqué y bese tal cual él lo hizo en un principio conmigo. Empecé a chupar la cabeza de ese hermoso miembro; lo metí en mi garganta, deslizaba mi lengua lujuriosamente en toda su extensión; mi saliva salía fuera de mi boca producto de la ansiedad y del deseo, cuando el comenzaba a gemir. Me disculpan la palabra pero la verdad no consigo otra... Coño; que gritos pegaba ese hombre. Me subí encima de él a cabalgarlo, sin saber aún como aquél descomunal “aparato” me iba a entrar. Una pausa aquí... Lo descomunal no era su longitud; 16 a 19 cms está dentro de la norma; pero el grosor de “aquello” era lo asombroso. Imáginense por un momento, las siguientes escenas: un taladro petrolero; un cartón de jugo de 1 litro; vencido; un cuñete de pintura ; eso era precisamente lo que pasaba por mi cabeza; grosor, grueso, perímetro… aquella virilidad debía ser tan gruesa como una lata de Red Bull.
Un grito ahogado por mi parte acompañó el concierto de alaridos que él estaba interpretando; cuando me penetró; el dolor de un principio fue disipándose y lo comencé a disfrutar muchísimo. Me manejó como si fuera una pluma, me cambió de posiciones varias veces; mientras me decía cualquier cantidad de morbosidades y porquerías en el oído que me excitaban al punto de que sentía que el orgasmo se iba a hacer presente súbitamente por segunda vez. Las paredes del apartamento se estremecían con nuestros gritos; yo lo estaba gozando abiertamente; y el lo notó; empujando más fuerte y hondamente aún que antes. Ya acababamos… En ese preciso instante se despojó de su preservativo, cuando un enorme chorro de semen se estrello contra mis nalgas, marcando el final de la experiencia.
Esos son precisamente los momentos que una quiere repetir...