Mi vecina tiene treinta y tantos años y se la podría incluir dentro de ese perfil de mujeres a las que solemos llamar, con cierto eufemismo, “gorditas”.
Relato
Mi vecina tiene treinta y tantos años y se la podría incluir dentro de ese perfil de mujeres a las que solemos llamar, con cierto eufemismo, “gorditas”. Para más precisión, yo la definiría como una gordita cachonda. Es morena, de pelo largo, ojos negros, caderas anchas y pechos generosos. Su rostro es de esos que inspiran ternura y que siempre están dispuestos a ofrecer una sonrisa. Mi relación con ella se limita a algún encuentro casual en el portal o la escalera, y no ha ido nunca más allá de un saludo o un comentario trivial. Sin embargo, estoy convencido de que yo le caigo bien.
Vive sola, se mudó aquí hace tres meses y, desde entonces, no paro de fantasear con la idea de gozar su cuerpo. Los dos vivimos en el tercero piso, la ventana de mi habitación da a un patio interior, justo enfrente está la suya. Confieso que paso largos ratos oculto detrás de las cortinas espiándola. Y confieso, también, que más de una vez me he masturbado mirándola. La última vez fue ayer por la tarde, pero no ha sido como otras veces, esta vez ha ocurrido algo que me ha desconcertado.
Estaba agazapado en mi ventana, como siempre, tenía la luz de mi habitación apagada y la persiana bajada, pero dejando un espacio suficiente para mirar. Lamentablemente para mí, es una mujer discreta, nunca comete un descuido del que pueda aprovecharse un vecino mirón. Mi mayor robo a su intimidad ha sido verla salir de la ducha cubierta por una toalla. Sin embargo, esa imagen me parece el súmmun del erotismo. Suele sentarse en la cama con las piernas cruzadas, desanuda la pequeña toalla que cubre su cabeza y seca con ella su pelo. Ayer la escena se repitió y yo me quedé embelesado mirándola: sus negros cabellos mojados se agitan y, como fustas, azotan mi deseo. Miro su muslo, la piel luce un ligero tono encarnado, imagino su tacto tibio y suave, el olor agradable de su cuerpo recién lavado. Mi excitación crece. La toalla se me figura un telón que oculta un paisaje prohibido. La lleva muy ceñida, fijo mi mirada en el cruce de sus piernas. Me mantengo alerta, esperando un movimiento, un descuido que me permita entrever el rincón más codiciado de su cuerpo. Cada vez estoy más cachondo. Me desabrocho el pantalón, me bajo los calzoncillos, y al descubierto queda mi pene hinchado y duro. Siento un cosquilleo en el estómago. Agarro fuerte mi poya y empujo mi mano hacia atrás lentamente, la presión hace enrojecer mi capullo. Vuelvo a mirarla mientras froto despacio mi pene. De repente ella mira su muslo y, suavemente, desliza su mano sobre él. Se lleva la otra mano a los pechos y los acaricia por encima de la toalla. Se está tocando –pienso-, y, enseguida, mi excitación aumenta. Me masturbo más deprisa. Ella separa sus piernas, acaricia la parte interior de sus muslos y mete la mano debajo de la toalla. Cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás. ¡Joder –pienso-, se está masturbando! Por un instante fugaz se cruza en mi mirada la imagen de su pubis peludo. Me la meneo más rápido, siento un cosquilleo placentero en los güevos, que se agitan y golpean contra mi mano. Empiezo a gemir. Ella se tumba sobre la cama de espaldas a mí, abre las piernas y empieza a frotarse. ¡No, así no! ¡Date la vuelta! ¡Quiero verte! Pero tengo que conformarme con ver su pelo, sus rodillas, su brazo moviéndose cada vez más deprisa... Empieza a contonear su cuerpo, cierra las piernas y aprieta su mano entre los muslos. Yo me pajeo con furia y no paro de gemir. De repente ella echa su cabeza hacia atrás y la deja colgando al borde de la cama. Puedo ver su rostro bocabajo, tiene los ojos cerrados y la boca entreabierta con gesto de placer. Yo no puedo más, siento que estoy a punto de correrme. Entonces, justo en el momento en que empiezo a correrme, ella abre los ojos… y me mira.
Y el no perdió ni un segundo de el momento, me dijo con mucha morbosidad ¡Ahora puta súbete la falda y retráncate en la pared! Yo con rabia fui subiendo lentamente la falda de mi vestido hasta mi cintura, el se alejo unos metros deleitándose con mis piernas, yo vi clarito como su verga creció dentro su pantalón, tomo una cama fotográfica sacándome varias fotos en esa pose tan humillante para mí.
Relato erótico enviado por Anonymous el 11 de September de 2009 a las 23:52:41 - Relato porno leído 161989 veces
Lucia es una mujer casada, pero aun joven de unos 34 años senos grandes y un culo generoso además que tenia un rostro muy bello, pero lucia aunque tenia esposo y tres hijos que le hacia parecer una dama, a ella le encantaba follar a menores entre 13...
Relato erótico enviado por sexolito el 10 de April de 2005 a las 00:02:30 - Relato porno leído 157499 veces