Poco a poco, trabajando el asunto durante mucho tiempo, logré tener entre mis manos a mi vecina que tanto deseaba. Se dio casi jugando, casi sin querer, y es el día de hoy que ese recuerdo me excita. Espero que lo disfruten.
Relato
No hay mejor manera de iniciar mi primer escritura que con el relato de mi primera experiencia erótica. A ver, experiencias eróticas en soledad ya había tenido a montones, estoy hablando de la primera vez que toqué el cuerpo de una mujer.
Lo cierto es que durante mi niñez tenía un gran terror hacia las mujeres. No podía hablarles, no podía casi mirarlas, y si bien era muy chico, era un maldción que me apenaba profundamente; mi deseo de tener conctacto con el sexo opuesto era sólo un sueño. Esa necesidad era simplemente la de tener una conversación, recibir una sonrisa, pasar un tiempo juntos. Pasaron los años y eso que nunca sucedió, sin embargo quedó en el olvido y ya no me alcanzaba. Ahora quería otra cosa, un abrazo, un pequeño beso, una caricia en el rostro. Después de cumplir los trece años, mi deseo sexual, tal como lo conocemos, fue sólo uno; el carnal, aunque empapado por viejos sueños de recibir afecto. Si mal no recuerdo, le he llegado a decir a un amigo (que tenía novia y frecuentaba el sexo), que yo podía vivir siendo virgen, pero no sin tener novia.
Al cumplir quince años, como la mayoría de los jóvenes a esa edad, me encontraba sumergido en los placeres de la masturbación diaria. También, al ser un poco más grandecito, había alfojado un poco con mi idealización femenina, y ayudado un poco por mi buen aspecto físico, hasta me animaría a decir que tenía varias candidatas a la vista. Muchas de estas chicas eran compañeras del colegio, pero así y todo, por mas que ahora me animaba a hablarles, pasar a una instancia en la cual podía pasar algo era totalmente inpensado.
La chica que me atormentaba estaba mucho más cerca, a sólo diez metros de mi casa, sí, así es, era mi vecina de tan sólo un año menos, la hermana de mi mejor amigo. Si iba a pasar algo con alguien tenía que ser con una persona que me conociera en la intimidad. Ya desde sus once años se la veía como una hermosa chica con un gran futuro por delante. Consciente de que era apenas una nena, me limité a establecer una amistad. Ambos ibamos al colegio por las mañanas, lo que hizo rutina ir a visitarla a la hora de la merienda cuando podíamos estar solos. Mirábamos televisión, paseábamos al perro, y muchas, muchas horas las dedicábamos a conversar. Me animaría a decir que nos considerábamos mejores amigos, no había secretos entre nosotros y un fuerte cariño surgió entre ambos.
Ella ya con trece años, yo con catorce, habían pasado dos años y ese vínculo seguía intacto. Pero hubo un gran cambio en la forma de relacionarnos. Resulta que habíamos iniciado lo que comunmente se denomina: histeriqueo. Digo "habíamos", pero en realidad fue ella quién inició ese cambio. Resulta que, progresivamente, se fue interesando por mi cuerpo; solía levantarme la remera y hacerme chistes sobre los pequeños pelos que me empezaban a asomar. Luego, buscando alguna excusa como ver cuánto habían crecido, o cuánto había enogordado esa semana, la inspección del pecho y mi estómago se habían convertido en rutina. Con el tiempo se sumó algo que me ponía realmente ansioso, tenía que controlar mis deseos con todas mis fuerzas, era una mezcla entre placer y tormento, nunca tan bien combinados. Resulta que un buen día se le dio por sentarse arriba mio. Esto así dicho parece inofensivo, hasta inocente, pero buscaba colocarse en una posición bien colocada, valga la redundancia, justo ahí, en un lugar donde tratar de evitar que no sienta mi erección era casi comparable con intentar no excitarme. Siempre estando solos, mirar televisión, o pasar tiempo delante de la computadora con ella sentana arriba mio, era cosa común.
Todo siguió igual, ese juego de roces no pasó más allá de eso y ella cumplió catorce y yo quince. Recuerdo que antes de ir a visitarla me ponía dos calzoncillos, me dolía mucho cuando la erección se producía, pero prefería eso a que se haga demasiado evidente mi excitación al tenerla arriba mio. Sus catorce años no eran como las de las chicas de su edad. Ya era toda una mujer adulta, su cuerpo podía pasar por el de una chica de veinte años tranquilamente. Además, perdonen la subjetividad, era perfecto. Unas piernas largas y bien trabajadas, lo que lleva a una cola realmente bella; redonda, dura, bien parada, ni muy grande ni muy chica, simplemente perfecta. Su estómago era de atleta, con abdominales ligeramente marcados. No quiero empalagarme al seguir con la descripción, pero sus pechos eran tanto y más como lo ya dicho sobre el resto de su cuerpo. En ese contexto me encontraba cada vez que la visitaba, cada vez que se me sentaba arriba y apoyaba su espalda contra mi pecho mientras mirábamos televisión. Era una situación que no tardaría en detonar, literalmente.
Un día, casi sin querer, envueltos en discusiones adolescentes sobre la valentía, la charla derivó a una especie de juego donde nos desafiábamos quién era el más cobarde. En ese entonces yo solía ser un chico lento y bastante estúpido, pero sin dudar le planteé - Dale, entonces si te animás, te desafío a que me toques la cola. - acto seguido una mano me agarró la nalga izquierda, se sonrió mirándome a los ojos, y se alejó mientras me contestaba - ¿Viste? - Sin pensar mucho y con la mano temblando, me acerqué. Me esperaba dada vuelta, levantando la cola todo lo que podía. Muy suavemente apoyé mi mano sobre su cola, tratando de no apretar, casi palpando más que tocando, conté hasta tres y retrocedí a mi asiento. El corazón me latía muy fuerte, sentí una adrenalina que hasta ese día desconocía. Estaba listo para seguir ese juego, ya no me importaba mi mejor amigo, el pudor, mi verguenza, me sentí listo para avanzar un poco más. Pero ella rápidamente dio por terminado el juego, y con la inderencia de una niña que se concentra en su muñeca de porcelana, se sentó en su silla al lado mio matando cualquier tipo de ilusión.
Días después, un día muy parecido, en una situación muy parecida, nos encontramos nuevamente desafiándonos verbalmente. Jugábamos a ese juego sabiendo hacia donde nos llevaba, pero con tanta naturalidad, que cuando llegamos al "desafío de la mano", me agarró totalmente por sorpresa. Todo se estaba dando de nuevo y eso me emocionaba, me estremecía como si fuese la primera vez. Recuerdo estar tirados uno al lado del otro a lo largo de un sillón de dos plazas, discutiendo con ese discutir que conlleva pasión y no tiene otra salida que la de la atracción con final obligatorio. Me planté e impuse un desafío severo, imposible de rechazar, dije - Al final de cuentas sos una habladora, mucho bla bla, pero si, ponele, te digo que me toques, no te animás ni en pedo.- Me miró unos segundos en silencio, se sonrojó, bajó la mirada y tímidamente dijo - ¿Y vos qué sabés? Vos tampoco te animás.- Esa única e inexplicable sensación de que esto estaba por suceder, de que no había vuelta atrás, en cada palabra pronunciada, en cada miraba arrojada, ese estado me estaba haciendo desbordar de felicidad. Inmediatamente le dije que yo sí me animaba, que si ella estaba dispuesta y me dejaba, yo me animaba a cualquier cosa. Me contestó que estaba bien, pero que apaguemos la luz primero, y eso hice. Volví y me acosté al lado suyo e hicimos silencio. Dije - Bueno, empezá vos.- La oscuridad era absoluta, el único sonido que escuchaba era de su respiración, y al cambiar de ritmo, pude adivinar que su mano bajaba lentamente hacia mi. Me tocó con la punta de dos dedos, mi erección formaba un gran bulto en el pantalón, por lo tanto no tuvo problemas en llegar. Inspeccionó el area durante pocos segundos, siempre con los dos dedos juntos, luego los apartó. - Ahora vos. - Dijo con una voz seca, dejando en claro que esto no era ningún juego. Lentamente acerqué mi mano hacia sus pechos, decidí usar la misma técnica, juntar dos dedos e ir bien de a poco. Envueltos en un silencio absoluto, con las respiraciones cortadas, toqué y acaricié una de sus tetas durante diez segundos. Era un placer psicológico exclusivamente, ya que poco podía sentir con la yemas de dos dedos, pero era increíble, para mi era casi como estar perdiendo la virginidad. Le tocó el turno nuevamente, la alenté a que me toque de nuevo, pero antes le dije que se afloje un poco más, y que use toda la mano. Y así fue, esta vez usó la yema de sus cinco dedos, examinó el contorno de mi pantalón durante casi medio minuto, y se alejó nuevamente. Pasé a hacer lo mismo con su pecho, pero poco me importaba realmente, me nublaba la mente el hecho de que ella estaba participando de este juego. Mientras duraron esos treinta segundos no pensaba en otra cosa que en su próxima caricia en mi bulto. En los últimos cinco segundos tomé su pecho con la mano cerrada, la acaricié apasionadamente sin ningún tipo de reparo y dejando atrás toda sutileza. Respondió - ¡Ah, pero vos fuiste con todo! - Contesté - Vos también podés hacerlo.- Acto seguido bajó la mano y tomó mi bulto, acariciándolo y recorriéndolo con la violencia de quien quiere recuperar el tiempo perdido. Su forma de acariciar delataba que era la primera vez que tocaba un miembro masculino. Por más que sea por encima de la ropa, su mano buscaba descubrir cada rincón de ese bulto con pasión apresurada, eso me volvía loco. Su respiración iba en aumento, yo estaba que explotaba. No esperé mi turno y pasé a acariciar sus tetas con la misma vehemencia.
Nos tocamos durante un rato, hasta que le propuse de arrodillarnos en el piso ya que quería alcanzar su cola. Sin contestarme, se paró y nos encontramos nuevamente en el piso, arrodillados, con sus dos manos en mi pene y con mis dos manos en sus tetas. Ella no tenía intención de soltarme, estaba prendida de mi bulto con las mismas o más ganas que al principio. Bajé mi mano por su espalda hasta llegar a su cola. La abordé desde abajo sintiendo ese perfecto pliegue que se forma antes de llegar a las piernas. La acaricié con los ojos bien cerrados a pesar de la oscuridad y seguramente se esbozó una gran sonrisa en mi cara, o al menos así lo sentí. Junté mis dos manos en sus nalgas y comencé a pasarlas hacia delante bordeando su cadera. Lentamente, dándole tiempo para que me detenga, recorrí con la mano derecha el camino hacia su entrepierna. Cuando llegué, se estremeció arqueando el cuerpo hacia atrás, rápidamente con mi otra mano la sujeté de la cola impidiendo que se caiga. Froté su entrepierna por encima de la ropa y me encontré agitado al notar que ella estaba al borde del gemido. Su mano izquierda abandonó mi pene para recorrerme el pecho, lentamente bajó hasta mi panza y siguió bajando hasta desabotonarme el pantalón. Bajó el cierre con la otra mano y gimió al tomarme el pene con las dos manos por debajo del calzoncillo. Me sacó el miembro hacia afuera y me empezó a masturbar lentamente. Yo estaba concetradísimo en percibir su excitación, lo hacía frotándola al ritmo de su respiración.
- De la cintura para arriba podés hacerme lo que quieras. - Desprendió de su boca con una voz que no reconocí. Me ayudó a levantarle la remera y pasé a acariciarle los pechos por sobre el corpiño. Le saqué las tetas hacia fuera, quedaron sujetadas desde abajo por el corpiño, con los pezones apuntando hacia mi. No dudé y bajé mi cabeza hasta esa zona, tomé sus pezones dentro de mi boca y los acaricié con mi lengua suavemente mientras ella gemía y se hamacaba de placer. Le chupé los pezones varios minutos enceguicido por el sonido de sus gemidos y el gradual aumento de velocidad de sus manos en mi. En cuanto me alejé un poco de sus pechos y me diponía a decirle que en cualquier momento estaba por acabar; de golpe frenó, se alejó unos centímetros y dijo - En cualquier momento llega mi hermano, ya es tarde, es mejor que te vayas. - Le pregunté si estaba segura que volvía a esa hora y dijo que sí, dos segundos después prendió la luz.
Yo todavía estaba arrodillado en el piso, con el pantalón completamente abierto. Mientras acomodaba el sillón se arregló el corpiño, me miró de reojo y me dijo que vaya para mi casa, que tenía miedo que el hermano nos encuentre así. Pude observar cómo tenía los cachetes completamente sonrojados y el pelo despeinado. Me emprolijé como pude y sin volver la vista hacia atrás salí disparado por la puerta de la casa.
Recuerdo que momentos después, ya en el baño de mi casa, me masturbé y acabé como jamás lo había hecho hasta ese entonces, pensé que nunca más iba a sentir algo así.
Lo curioso es que los encuentros siguientes nunca volvieron siquiera a arrimarse a algún tipo de incitación. Todo lo contrario, ella actuaba de forma fría, quizás arrepentida, o avergonzada de lo sucedido. Cuestión que pocas semanas después, yo dejaría de frecuentar la casa de mi vecina, ya que conocería a la que fuera mi novia durante muchos años.
A mis 12 años, con unas chavas de 12 13 y 14, algo nuevo para mi, mi iniciacion hacia el sexo, practicamente una orgia con ellas y con mis amigos, simplemente algo que recordare por el resto de mis dias.
Relato erótico enviado por Anonymous el 08 de June de 2004 a las 09:55:40 - Relato porno leído 465070 veces
La lleve a su recamara dentro los aposentos de la iglesia, ella repetía que era una locura pero también ya estaba caliente, lo note por su humedad que tenía ya en su vagina, ella me dijo que nunca había estado con un hombre y que no sabía ni como se hacía el sexo más yo le dije, “No te preocupes mamacita yo te guio” le subí totalmente su vestido y le abrí sus sexys piernas.
Relato erótico enviado por reycolegial el 07 de September de 2009 a las 16:44:00 - Relato porno leído 201045 veces