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Noche de verano

ADMIN Relato enviado por : ADMIN el 20/04/2004. Lecturas: 4571

etiquetas relato Noche de verano .
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Resumen
Un joven rememora sus experiencias con su novia adolescente, y decide ir más allá consumando la violación de un niño.


Relato
Era la una de la mañana y la verbena languidecía. La orquesta tocaba ya sin ganas las canciones de siempre y estábamos nosotros tres cerca de los altavoces, mi novia Marta, Agustín y yo, cuando le vi.

Era un niño de unos nueve años, de pelo moreno y tez blanquecina sobre todo a la luz de los focos. Sus amigos, más mayores pero poco más, le pasaban la botella de vez en cuando y él echaba tragos cada vez más largos. Le perdí de vista porque se alejó hacia las barracas. Marta estaba caliente aquella noche. Yo se lo notaba en que no paraba de fumar sus cigarrillos, y de mirame a mí y a mi paquete, y también a Agustín.

Agustín era mi primo, un año mayor que yo (22 años), tímido con las mujeres aquel verano no había pillado ni mucho ni poco, y se le notaba desesperado, pero ni por esas se daba cuenta de lo de Marta, que le miraba con la boca entreabierta. Me aburría. El resto de los amigos se habían marchado quién sabe a dónde, pero no les veíamos, así que decidí apostar fuerte.

Les pregunté si les hacía un porro debajo del escenario y allí nos fuimos los tres, también para escapar de la música, cuidando que nadie se diera cuenta de nuestra maniobra. Fue fácil: la mayor parte de la gente estaba en los bares o perdidos entre las casas, o ya durmiendo. Nos sentamos al fondo -a unos metros estaba el bosque- y nuestras cabezas no tocaban la madera de arriba, por lo que estábamos cómodos, Marta entre nosotros dos. Aquello era la boca del lobo. Fui yo quien lo lié y hablamos de cosas intrascendente mientras lo fumábamos. Al terminar, también yo ya un poco caliente, me bajé un poco de los pantalones y me la saqué y después agarré a Marta de los pelos e hice bajar su cabeza hasta la punta. Su respiración se agitó. Se veían las piernas de la gente allá a pocos metros y los gritos y las conversaciones y la música arriba.

Primero me la besó varias veces y después comenzó a subir y a bajar con la lengua, mojándomela de saliva hasta el pelo. Miré a mi primo, que hacía por irse, pero le hice un gesto de que esperara y coloqué a Marta a cuatro patas y le bajé los pantalones hasta las rodillas. Mi primo se agachó y comenzó a trabajársela con la lengua, y Marta empezó a gemir mientras le daba un repaso a mi polla. Le comencé a sobar las tetas (las tenía pequeñas, pero resultonas), por encima del jersey. No tenía sujetador y le pelliqué los pezones hasta que emitió un gritito. Hasta entonces todo había sucedido en completo silencio allá debajo de las tablas.

Mi primo tenía la cabeza metida entre sus nalgas y la movía hacia los lados. Supuse que le mordía los labios. Eso a ella le encantaba, como que yo le levantase la cabeza, le mirase a los ojos y se la metiera hasta la garganta, hasta que se atragantara. Pero Marta había aprendido conmigo en todos aquellos años y no lo hizo. Cuando la conocí era sólo una adolescente de ojos verdes a la que deseaba tirarse todo nuestro pequeño pueblo, desde el alcalde hasta el último palurdo.

Era su primer verano allí, sus padres había comprado la casa que había dejado los Sánchez, de los que ya hablaré en otra ocasión. Como sólo nos veíamos en verano, las relaciones eran cortas y explosivas, y siempre beneficiosas para todos. A las dos semanas, todos estaban más o menos emparejados, excepto Marta y yo. Se había ganado fama de trozo de hielo, pero yo sabía y sé que los hielos al final siempre se derriten. Así que me la trabajé concienzudamente, con plan de maniobras y todo, en plan estrategia de Napoleón.

Había visto como rechazaba a todos los amigos que la entraban en plan bestia, que era como se hacían las cosas allí. La había visto leer tumbada en le jardín libros gordos como Zeppelines, y conocía su manera de hablar dulce y culta. Así que cogí un par de libros de poesía y plagié de aquí y de allí, un poco de todos sitios, hasta quedar conforme. Una noche piqué en su ventana, sus padres ya estaban acostados, y al verla abrir con el camison transparentando su cuerpecito virginal, me dieron ganas de entrar a sangre y fuego y violarla allí mismo, pero me contuve y le di el poema sólo diciéndole "Es para ti. Te espero mañana a las diez en la Musaraña".

Después me alejé hasta mi casa. La Musaraña era una playita medio oculta a la que sólo se podía acceder nadando un buen trecho contra la corriente del río, pues detrás estaba protegida por un pequeño acantilado y, más allá, por un denso bosque. Además buena parte de ella no se divisa desde la otra orilla ni desde ningún otro sitio En la Musaraña se han perdido un buen montón de virginidades, incluyendo la mía (con una Sánchez, ya contaré). Llegué a las nueve y media, temblando como un flan y no sólo por el frío. Esperé pacientemente, pero la excitación no se pasó. Cuando ya no podía más me hice una paja, rezando para no llegara justo en ese momento, con su imagen en camisón en mi cabeza.

A mí los camisones me excitan más que los bikinis, sobre todo si bajos los camisones no se lleva nada, lo que era el caso, y hay una lámpara encendida justo detrás, justo en el sitio oportuno. Apareció cuando ya había terminado de subirme los pantalones pero no de pensar en ella. Llegó, por supuesto, mojada, pero en un bolsito de plástico la mar de cuco llevaba unos papeles y unos libros, y una sonrisita en la cara que casi me hace violarla allí mismo. Me contuve de nuevo pero, notando que se me volvía a levantar, me senté con las piernas cruzadas y le sonreí. Se sentó en frente de mí, también con las piernas cruzadas, y me dijo"si te pones a plagiar, no plagies a alguien tan conocido como Neruda, hombre". Sonreí azorado, pero como lo dijo amablemente supe que me la había ganado.

En la bolsa, además de mi poesía y de los libros, llevaba unas cosas suyas. Me dijo que las leyera y que le dijera qué me parecía. Lo hice y le dije que me encantaba todo, aunque en verdad creía que era una mierda, una cursilada de esas que sólo escribiría una mujer. Llevaba también un par de cigarrillos. "Se los he robado a mi padre", confesó. "¿Me enseñas a fumar?". Tosió y eso, pero lo hizo bastante bien. Después, desatendiéndome, se puso a leer uno de los libros tumbada en la arena (que era un poco de arena entre muchas piedras, si he de ser sincero) "¿Qué haces?", le pregunté. "Leer", respondió. "¿A eso has venido?".

Me miró, extrañada. "¿A qué creías? Ahí hay otro libro para ti. Pensaba que te gustaban". Le cogí el libro y lo arrojé lejos. Ella me insultó, para tener catorce años sabía muchas palabrotas y sabía utilizarlas, pero al ver mi mirada y, sobre todo, al ver lo que mis pantalones dejaban intuir, echó a correr hacia el río, intentando escapar. La atrapé sin esfuerzo. Murmuró que no lo hiciera, apresada por mis brazos. La sujeté del cuello con una mano, sin hacer demasiada fuerza, mientras le quitaba la poca ropa que tenía. Ella se dejó hacer sin oponer resistencia, quizá porque casi no podía respirar. La tumbé en la arena.

Ella gritaba para nadie. Le abrí las piernas con mucho esfuerzo, y me tumbé sobre sus pechitos, entonces casi inexistentes. Sus manos me arañaban la espalda o me daban débiles puñetazos. Me había deshecho ya del bañador, así que me agarré con la mano y la dirigí contra su abertura. Ella respiraba fuerte debajo de mí, sin querer mirame, pero yo le obligué a posar sus ojos lacrimosos en los míos y, en el momento en que lo conseguí, se la metí todo lo fuerte y hondo que pude. Gritó más que nunca. Esperé a que se relajara mientras la contemplaba las pupilas y los lagrimones que le corrían por las mejillas, y empecé a moverme dentro de ella ya más suave, sin querer dañarla demasiado.

Noté que se humedecía. No pude evitar correrme enseguida. Al despegarnos por fin, cuando ya nuestros pulsos recuperaron, más o menos, su ritmo ususal, un pequeño riachuelo de sangre corría por sus muslos. Me habló. Pensé que iba a insultarme como antes o peor, pero, para mi felicidad, me dio las gracias. Así es Marta, le gusta que la dominen. En su ciudad tiene un novio que la trata con cortesía y respeto y que, según propia confesión, "no sabe hacerlo".

Cuando lo de la verbena, Marta tenía ya diecisiete años, y no había dejado de leer ni de escribir. A veces escribíamos relatos porno a medias y los publicábamos en Internet, pero eso ya terminó. Sus padres y yo nos llevamos siempre de maravilla, incluso nos íbamos de pesca por ahí, pero si nos hubieran visto allí debajo mientras mi primo levantaba la cabeza y me preguntaba sin palabras, probablemnete no me hubieran vuelto a dirigir la palabra
"Dale por el culo", le dije, en voz alta para que Marta lo oyera. Mientras él se quitaba los pantalones dejé que me la siguiera chupando, pero cuando tenía la punta casi dentro le levanté la cabeza y le miré fijo los ojos.

Gimió cuando se la hundió dentro, y cuando empezó a bombear, cada vez más fuerte, ocultó un grito. Siguió chupándomela, pero a duras penas, Agustín no la tenía muy larga, pero sí espectacularmente gruesa, lo contrario que la mía. Se corrió dentro de ella. Yo me corrí en su boca, obligándola a tragárselo todo, atragantándola. Le di un pañuelo a Agustín y le dije que la limpiara. Lo introdujo entre sus nalgas y lo sacó pringando y lo tiró. Después le dio un cachete a mi novia y, sin decir nada, se fue. Marta y yo nos vestimos. Al rato, viendo que yo tampoco decía nada, se fue también.

Me quedé allí y me fumé otro porro. Al realizar un barrido con la vista distinguí entre las sombras al niño de antes, mirándome, de rodillas en un lateral del escenario. Le hice un gesto para que se acercara. Probablemente lo había visto todo. Se acercó a duras penas, estaba profundamente borracho. Se tumbó. Le di de fumar. Yo comencé a jugar con su brageta y él se reía. Se la saqué, era una cosita pequeña y divertida. Le masajeé un poco hasta que, con un quejido, eyaculó un semen translúcido y escaso. Le sonreía, puse mis caderas a la altura de su cara y se la puse en la boca. Jugó con ella un poco, de medio lado, besuqueándola, lamiéndola un poco con al lengua. No paraba de reir. Estaba profundamente borracho.

Me puse encima de él, mi polla directamente sobre su rostro, y le hice abrir la boca y tragarse la punta. Me movía arriba y abajo y él no hacía nada, sólo mantenía la boca abierta y movía la lengua. En un descuido me corrí en su cara y eso le puso nervioso. Echó más o menos a correr. Le seguí sin prisa, subiéndome la bragueta. Se metió en el bosque, y yo vigilé que nadie nos viera antes de seguirle Zigzagueaba entre los árboles, cayéndose continuamente, arrastrando los pies. Con dar unos cuantos pasos rápidos, lo alcancé. Le tapé la boca con una mano y con la otra le levanté para transportarlo más facilmente. Iba buscando el lugar apropiado.

Y resultó ser un medio claro, cuando ya ni se oía la música de la verbena, medio claro porque habían estado talando y había árboles caídos en el suelo, por todas partes. El niño no dejaba de golpear mi espalda débilmente con sus puños, ya que yo lo llevaba como si de un saco se tratase, y de gritar -le había quitado la mano de la boca para cargar mejor con él, y para estrujarle las nalgas de vez en cuando- y de quejarse. Busqué con la mirada un árbol de anchura apropiada, y lo distinguí enseguida entre los bultos oscuros -la luna era menguante-. Le senté en el tronco, saqué una par de pastillas de los pantalones, se las coloqué en al boca y se las hice tragar.

Me miró como si no me viera, que era lo que yo quería. Le puse de pie, le quité los pantalones y el slip -pero no las deportivas-, y puse aquellos sobre el tronco para no provocarle heridas o raspamientos. Lo tumbé sobre ellos. Los pies caídos por un lado y las manos por el otro. Le azoté varias veces en las nalgas. Él sólo sollozaba y murmuraba "no me hagas daño... no me hagas nada". Asentí con la cabeza mientras me bajaba los pantalones y los dejaba a un lado. "No te haré nada". Me arrodillé tras él y le abrí las nalgas con un rapido movimiento, todo lo que dieron de sí. Derramé saliva sobre su culo y después le metí un dedo muy despacio, sintiendo cómo se estremecía. Lo comencé a mover más rápido cada vez y él se movía siguiendo el ritmo de mis envites.

Le metí otro dedo y moví los dos de forma que su esfinter se fue relajando, y su agujero agrandándose más y más. Le metí un tercer dedo y me puse de pie sin dejar de agitarlos. Me eché sobre él y, agarrándole la cabeza le hice volverse hacia mí. "¿Ves cómo no te hago nada?". Saqué los dedos y se los hice chupar uno a uno y a continuación puse la punta de pene en su obertura, apretando suavemente. Él soltó un quejido y comenzó a llorar.

Apreté más fuerte y la carne fue cediendo poco a poco, pero sin permitirme la entrada, así que me olvidé de la maña y me concentré en la fuerza. Pulsé mis ochenteaypico kilos de peso y mis inumerables horas de gimnasio sobre él, sobre su culo, y éste finalmente cedió y se escuchó un grito en el bosque más animal que infantil. Sentí las paredes de su ano apretando mi polla como queriendo hacerla estallar -y es cierto que estaba hinchada como nunca-, así que yo también apreté. Tenía la mitad dentro, y con sucesivos impulsos logré introducirla por completo. Él me aulló que parase, que le rompía, que le hacía mucho daño.

Yo le ingoré y le empecé a recorrer por dentro con cada vez más facilidad, ya que su agujero era a estas alturas un auténtico agujero negro. Al final avanzaba y retrocedía como por un túnel de alta velocidad -pero húmedo y sin focos-, y él ya no gritaba: sólo gemía y lloriqueaba, inútilmente. Al sentir que me corría la jalé bien de las nalgas y la matuve dentro mientras me vaciaba y le llenaba. Cuando la saqué, un hilillo de semen le bajaba por el interior de los muslos. Lo que más me sorpredió fue que no sangrara.

Le vestí, me vestí a mí mismo y, cargándolo a hombros, lo llevé de vuelta. Ahora no me golpeba con sus puños.

Por algún motivo inexplicable, no nos perdimos, y escuchamos la música muy pronto, y luego ya vimos las luces entre la maleza -pasó por delante de nosotros, en un determinado instante, algo que pudo ser un zorro, o una zorra-. En cuante pude, miré mi reloj y descubrí que sólo había transcurrido una hora. Bajé al chico al llegar a la primera carretera, le desperté y le pregunté si aún le dolía. Me contestó que no, que cada vez menos, que el agujero se iba cerrando. Le tumbé en la cuneta y se quedó inmediatamente dormido, recogido sobre sí mismo. Contaba con que empezarían a buscarle en cuanto sus amigos se recuperasen de su más que previsibles borracheras, y que él no recordaría nada ni le quedarían secuelas demasiado evidentes. La otra opción es que algún viejo verde lo viera allí y se lo llevara para disfrutar con él.

Cualquiera era buena, pero la primera fue la que ocurrió, y efectivamente no recordó nada y no le quedaron rastros, o al menos yo no tuve noticias de otra cosa. Lo cierto es que no le volví a ver por ninguna verbena. Me alejé de allí con la certeza de que mi novia estaría follando en cualquier rincón con mi primo, pero, la verdad, aquélla era una posibilidad que no me atormentaba.

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 21:35) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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