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Provocación

Ana Mireya Relato enviado por : Ana Mireya el 07/08/2013. Lecturas: 6123

etiquetas relato Provocación   Amor filial .
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Resumen
Lo que le sucede a una joven que lo único que hace es vestir arrebatadamente.


Relato
Estoy a punto de salir otra vez a trabajar, vestida con las ropas que exige mi labor de recepcionista en un restaurante-bar de la ciudad de México. Lo usual de todos los días, un pantalón entallado y una ombliguera, claro con su respectivo suetercito para cubrirme bien hasta llegar al trabajo. Y de pronto, frente al espejo, quién sabe por qué, me digo: No, hoy quiero que me vean.

Soy una chica acostumbrada a los recorridos sufribles. Tomo microbús y camión, y regularmente me toca quedarme de pie, rodeada de hombres que me devoran con la mirada y que si la situación se los permite, no dudan en pasar sus manos o su cuerpo por la parte de mi que puedan rozar.
Por supuesto, la parte de mi cuerpo que más acarician son las nalgas. No en balde estoy tan orgullosa de mi lindo y firme trasero. Soy Esbelta, algo alta, y la delgadez de mi cintura se acentúa por las curvas de la magnífica cadera.

Por todo lo anterior es que me sorprende la determinación de que no me importe que me vean. No. Corrijo, la determinación de que quiero ser vista. Me saco la ropa y cambio mis pantalones y ombliguera por un vestido azul de doble escote, muy ceñido y que me llega a la mitad del muslo. Dudo un poco porque no permitía que use bra, en fin. Unas medias naturales y una tanga del mismo color que el vestido. Por supuesto zapatillas.

Yo que cada vez que siento la mirada lasciva de un hombre mejor salgo huyendo me siento un poco insegura caminando con esta ropa a estas horas. Para mi desconcierto, en el primer micro nadie se me acerca, sólo me miran ansiosos e inseguros.

La diferencia está en el segundo transporte. El autobús tarda un rato, y el grupo de personas que lo esperamos va creciendo. Para variar la mayoría son hombres. Aquí siento las miradas más atrevidas, si fuera por ellos seguro ya me habrían desnudado.

El camión llega. Qué amables me dejan subir primero. Claro para devorarme las nalgas con sus ojos. Dos de ellos se pegan a mis costados; el de la izquierda trata de acercar su mano y rozar, como casualmente, mi pierna. El de la derecha, de plano, encima su cuerpo sobre mí. Lo que más me calientan son sus intentos por avanzar, sus roces que van siendo más atrevidos, hasta que de plano la palma de su mano acaricia de lleno mi nalga.
¡Ay, Ana, qué haces!, me digo. Estoy moviendo mis nalgas para sentir más plenamente sus caricias. Los estoy invitando a qué toquen completamente mi trasero. El tipo de la derecha aprovecha mis movimientos para ponerse más a modo. Cuanta confusión. Descubro que me excita esa sensación de estar "acorralada", saberme un objeto de placer, y saberme cachonda.

Siento una mano que navega impúdicamente por debajo de la falda. ¿La puerta? Bajo del camión. Apenas si respiro. Qué locura. Lo peor es que se que goce de esas caricias, goce el sentirme como un objeto de excitación, como algo que provoca.

Tengo ganas de masturbarme en este momento. Sigo recordando la sensación del camión y me digo que me gustaría sentir un par de dedos ahí adentro. Repaso las miradas de los hombres. Sobre mis pechos, seguramente mis pezones estaban firmes, bien parados. No recuerdo. Las caricias torpes pero excitantes. Sólo de pensar en todo eso me estoy mojando. Siento como el aire me acaricia las piernas, son firmes y bien torneadas. Tengo que tomar otro camión.

Mientras espero escucho los bocinazos y los piropos groseros que me gritan. Sé que hay gente mirando, y que no me quita la vista de encima. Ahí viene el camión. Miren mi culo mientras me subo.

Ya adentro, los pasajeros también me miran. Las mujeres con molestia y envidia; los hombres con admiración y lujuria. Me tiemblan las piernas. Tengo un cumulo de sensaciones. Por eso agradezco tu saludo.

¿Vas a tu trabajo?, preguntas. Sí, te contesto con una sonrisa de alivio a pesar de que no te conozco. La tuya, tu sonrisa me resulta demasiado amable. Me tomas sin reparo por la cintura y me pegas a ti, a tu cuerpo. Metes tu boca casi en mi oreja y me dices sin pudor y con firmeza: Contéstame bien, tienes que decirme “Sí, señor”. No sé por qué no puedo oponerme y sólo te balbuceo, sí, señor.

- Así me gusta, linda. ¿Cómo te llamas?
- Ana, un tirón de tu parte, Señor.

Entre el ruido del camión y la música que el conductor lleva, nadie escucha nuestra conversación. Tu mano atrevida ahora acaricia impúdicamente la piel desnuda de mi espalda.

- Eres muy guapa, Lucía. ¿Qué edad tienes?
- 19 años, señor. Tengo que bajar en la próxima parada, te digo, tratando de soltarme de tu abrazo.

Me sujetas firme.

- No, te quedas conmigo. Y te acaricia el cuello bajando su mano descaradamente por el escote de enfrente.

Tengo miedo, me siento confundida. No quisieras que me obligues a nada; primero, porque el hecho de que te acercaras y me trataras con tanta familiaridad, borró la desagradable sensación de arrepentimiento que estaba sintiendo cuando me miraban las mujeres y los hombres al abordar; era como si tu compañía fuera la de un cómplice que avalaba mi "indecencia". Segundo, y lo más confuso, es la excitación que me causaron tus caricias, e hicieron sentir un choque directo a mi entrepierna.

Quiero gritar, forcejear... Estoy a plena luz de día y rodeada de gente, ¿qué puede pasar? No, pero no quiero enfrentar el escándalo, menos vestida así y... además está esa humedad en la entrepierna...

- ¿Entendiste, Lucía?, pregunta mientras da un suave tirón a mi cadena.
- Sí, señor.

Ahora me tomas por detrás y pasas tu brazo por mi hombro y tu mano roza mi seno. Juegas con un mano, acaricias lentamente mi brazo. Te inclinas para acercar tu boca a mi oído, pregunta:
¿Por qué vienes tan coqueta, linda?

Siento el cosquilleo que producen tus labios en tu oreja. Te miro, ahora. Me gusta que seas alto, esbelto, que no seas joven, y tu manera de vestir, informal pero no descuidada. También tu cabello algo largo y despeinado. Ahora siento como acaricias levemente mis nalgas y me doy cuenta que ya otra vez te había encontrado, pero eras de los tantos que se pegaban a mi pantalón de mezclilla entallado. De pronto, el tirón de la cadena me regresa al momento.

- Te hice una pregunta, nenita. ¡Por qué tan coqueta?
- Es que tengo que ir así a mi trabajo. Suena a disculpa.
- Se te olvida algo, tontita.
- Tengo que ir así al trabajo.
- Pensaré en un castigo para cuando olvides decirme señor. Por lo pronto quiero que pases tu brazo por mi cintura, agárrate de mi cinturón.

Te obedezco. Ahora, seguramente, parecemos una pareja de novios, algo cachondos, algo disimiles, tu mayor y yo más, mucho más chica. No dejas de acariciarte.

- Ya sé. La próxima vez que se te olvide decirme "Señor", tendrás que darme un beso. En la boca, claro.

Al acabar de decir esto tiras otra vez de la cadena. Ya aprendí que eso implica una respuesta.

- Sí señor.
- ¿De qué trabajas?

Siento tu mano recorrer la tela de mi falda. Sin dificultad llega al borde y acaricia la piel de mis piernas.

- Soy recepcionista en un restaurante bar. Señor.

Tu mano cálida recorre detenidamente cada cachete de mi trasero. Sin dificultad tomas el hilo de mi tanga y jalas hacia arriba para que entre en mis nalgas, que ahora acaricias ya sin embagues bajo mi falda.

- Señor, me tengo que bajar dentro de dos paradas.
- Sí. No te preocupes, tontita.

Otra vez "Tontita". Lo que más me molesta no es que me estés manoseando, o que me tengas sujeta, o que me jales la cadena del cuello, lo que no soporto es que me digas "Tontita".

- Yo creo que nadie te obliga a vestirte así. Yo creo que te gusta provocar a los hombres y que se arrimen a ti. ¿No es cierto?
- No, de veras, me piden vestir así.

Cuando tiras de la cadena me percato de que omití el "Señor".

- ¿Lo hiciste a propósito?
- No, señor.
- Bueno, no importa. Sabes lo que tienes que hacer.

Tu mano aprieta mi trasero como si fuera un gatillo y yo sé lo que tengo que hacer por semejante olvido. Me aferro a tu cinturón y me estiro para alcanzar tu boca, para sentir por primera vez tus labios. Tus labios no se mueven, no hacen nada, soy yo la que te besa. Me siento decepcionada. Entonces reaccionas, metes tu lengua en mi boca, aprietas mi cuerpo al tuyo y casi me devoras. Me dejas sin aliento, siento como me estremezco, y todo mi cuerpo reacciona, mis pezones se endurecen, mi vello se eriza y mi vulva se moja.

- Tenemos que bajar. Dices de golpe.

Me arrastras hacia la puerta trasera, te sigo, es mi parada. Nos bajamos, me llevas, estoy segura de que conoces la ruta. En un zaguán me metes y me colocas contra la pared. Metes tu mano bajo mi falda y haces a un lado mi tanga. Siento como se pasean tus dedos alrededor de mi vulva.

- Me encantas, Ana. Quisiera poseerte en este momento, pero no lo haré...
- ¿Por qué?
- Ahora sólo te acompañaré a tu trabajo, a la noche paso por ti, y ahí sí, en la noche voy a abusar de ti. Espérame. Ahora vámonos…
- Espera, no te dije señor.

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Comentarios enviados para este relato
torcacho (9 de August de 2013 a las 23:04) dice: buen relato erotico,hay Anita ya sabes lo que te espera,seras su puta y en puta te convertiras

katebrown (18 de October de 2022 a las 22:18) dice: SEX? GOODGIRLS.CF

katebrown (18 de October de 2022 a las 19:52) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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