RANCHO ALEGRE

AUN QUEDAN GAUCHOS EN LA PAMPA
Era de noche y llovía. Afuera llovía y adentro también llovía.
A causa de la sequía el barro que unía la paja del techo del rancho se había
convertido en gran parte en polvo y había sido arrastrado por el viento. La lluvia
había traído alivio al campo pero también ponía de manifiesto las incontables
goteras que mojaban todo a su paso y que eran ávidamente absorbidas por el
reseco piso de tierra.
Me encontraba yo en la ardua tarea de marcar cada una de ellas para luego
sellarlas con barro, cuando por el hueco de la ventana vi acercarse las luces de
un coche que se bamboleaba a un lado y al otro de la muy poco transitada ruta
de barro.
Las potentes luces permitían apreciar lo intenso de la tormenta por lo que me
llamó la atención que alguien se animara a salir de viaje.
Seguramente el conductor vio la luz de mi farol “Sol de Noche” porque giró a su
derecha para recorrer a través del pastizal los 50 metros que lo separaban de mi
rancho y estacionar bajo el alero.
El alero era lo suficientemente ancho ya que un par de años atrás cuando lo
construí había comprado una rifa de los bomberos del pueblo y pensé que
convenía tenerlo preparado por si me sacaba el auto. Lamentablemente aún
siguen vendiendo la misma rifa y no se sabe a ciencia cierta cuando harán el
sorteo.
Salí al encuentro del viajero alumbrándome con el farol y le pegué un grito a
Juanita la chancha para que se fuera de abajo del alero a su chiquero.
- Ave María purísima!! – saludé.
- Buenas noches!! – me contesto la mujer mientras bajaba del coche.
- Que se le anda ofreciendo?
Era una hermosa mujer de unos 40 o 50 años elegantemente vestida que venía
manejando sola un auto de alta gama.
En realidad, dado que mi esposa se había ido hace meses al pueblo a cuidar a
mi hija que estaba embarazada, cualquier bicho de dos patas y pollera me
hubiera parecido hermoso.
- Se me encendió la luz del aceite y temo romper el motor.
- Va a querer que le “mida el aceite”? – le dije socarronamente mientras
observaba su pronunciado escote.
- No hace falta. Es que el coche tiene una computadora que lo controla y
temo que por la falla detenga el motor y me deje en medio del camino
antes de llegar a algún pueblo.
- Y en que puedo ayudarla?
- Lo que me hace falta seria una lata de aceite.
- Ta gueno. En cuanto escampe me hago una galopada hasta el pueblo que
queda a unas 10 leguas y se la traigo.
- Le estaré agradecida!
- Si gusta pasar al rancho mientras esperamos que escampe….
- Bueno … si no le es molestia…
Apenas avanzó unos pasos se detuvo dubitativa, pero luego sacó de la cartera
un pañuelo con el que se cubrió la nariz y entró al rancho.
- No se preocupe por el olor… que ahorita mismo pongo un sahumerio le
dije mientras echaba unas ramitas de eucaliptos en el fogón.
- No es nada – me dijo tratando de respirar lo menos posible.
- La naturaleza tiene solución pa todo. Ya va a ver que pronto se
acostumbra.
Apenas la vio Jazmín – un perro dogo argentino de unos 50 Kg. – se levantó y
poniéndole las patas delanteras sobre las tetas le empezó a lambetear la cara a
modo de saludo.
- No tenga miedo que es mansito. – le dije mientras lo agarraba de la
cadena y lo ataba al palenque debajo del alero.
Mientras jazmín se entretenía destrozando con sus dientes el pañuelo que le
había arrebatado en represalia por haberlo atado, la mujer respiraba agitada por
el susto sin importarle ya el olor.
- Vio como uno se acostumbra - le dije – yo ya me acostumbré a que Juanita
duerma adentro y ni lo siento!
- Y no le molesta cuando ronca?
- No… si ronca menos que mi señora!!!
- No me diga!!!
- Si le digo!!
- Es de no creer…!!
- Pero siéntese nomás – le dije ofreciéndole uno de los troncos que usaba
de asiento.
- Gracias
El tronco era bajito y al sentarse la pollera por encima de sus rodillas dejaba
entrever el color rojo de su bombacha, lo que empezó a ponerme cachondo.
- Estaba por tomar unos mates con tortas fritas que preparé el mes pasado.
- No me diga que las tiene frizzadas!
- No… pero aquí en el campo se conservan aunque un poco duras
- Mejor como unas galletitas… si gusta – dijo mientras sacaba un paquete
de la cartera.
- Las voy a probar.
- El mate no…. porque me resulta muy laxante – dijo como excusa para no
tener que compartirlo
Estábamos los dos sentados frente a frente alrededor del fogón y ella ya había
renunciado a taparse la nariz.
Mi tronco también era bajito lo que me obligaba a tener las piernas separadas
con el chiripá oficiando de taparrabo y el calorcito del fuego apuntando
directamente a mi entrepierna.
Por un rato permanecimos callados mientras mateaba y comíamos las galletitas
y las tortas fritas.
Ella miraba a cada rato hacia el camino esperando que escampara pero la
tormenta no cedía.
- Veo que le gustan los animales – se animó a decirme como para hablar de
algo.
- Y…. acá en el campo…..
- Tiene una chancha, un perro y que mas?
- Una ovejita, muy mimosa ella, tres patos, dos caballos y tres vacas… sin
contar los teros que son como de la casa….
- Veo que también tiene un gato – me dijo mirando curiosa la parte baja de
mi asiento.
- No…gato no tengo
- Me pareció verlo asomándose por allí abajo..
Entonces caí en la cuenta que con el calorcito del fogón y la vista que tenía de la
mujer el amigo se me estaba encabritando y se asomaba por debajo del chiripá.
- Caramba….. no creía que…– dijo ella sonrojada y mirando el bicho con
ojos desorbitados.
- No le tenga miedo que es mansito.
- Nunca había visto algo así… yo lo presentaría para los records de
Giness….cuanto mide? – curioseó.
- Véalo usted misma – le dije mientras se lo mostraba y comparaba con dos
baldosas.
- Dos baldosas de 20 cm y cuatro dedos son 45 cm!!! – calculó
- Y gorda!!
- No creo que me alcance una mano para rodearlo!!..
- Midaló!! No le haga asco…
- La mano y cuatro dedos!!! Esto si que es un pedazo!!!
- Y duro también…. Pruebe… Pruebe..
- Caramba!!..- volvió a decir con asombro
Lo tomó con ambas manos y se quedó un rato mirándolo como fascinada. El olor
que emanaba de la tremenda cabezota parecía servirle de afrodisíaco.
De pronto tomó confianza y escupiéndole bastante saliva le pasó la mano por
encima para sacarle los restos de tierra que traía de haberla arrastrado por el
piso. Cuando la dio por limpia, le acercó la boca, primero con temor pero luego
con mas confianza, recorriéndola con la lengua en toda su extensión.
Ya completamente fuera de control, abrió la boca tratando de abarcarla pero
invariablemente aquel monstruo terminaba chocando con sus dientes.
Entonces en un acto de arrojo, se sacó la dentadura postiza y volvió a la carga.
Todavía era demasiado pero en un momento, como las serpientes al comer
animales de cierto tamaño, desencajo las mandíbulas y apretándole la nuca con
ambas manos conseguí que le fuera entrando hasta la garganta.
Respiraba fatigosamente mientras yo le entraba y salía y ella se manoseaba el
coño con la mano tratando de disfrutar al máximo de aquel momento.
De pronto, una caricia en los huevos provocó que me derramara en su boca.
Sus labios estaban tan estirados que servían de sello evitando que la lefa se
escapara y con cada penetración el líquido blanco era bombeado a presión
hacia su estómago hasta que la boca quedó vacía.
Se retiró y conteniendo el dolor que le provocaba consiguió volver a encajar la
mandíbula. Con lágrimas en los ojos y algo avergonzada se terminó de colocar
los dientes postizos.
- Puede ser un vasito de agua – me suplicó
Corrí hasta el aljibe y apartando a los sapos llené la latita de cerveza de aluminio
que usaba de vaso y se la alcancé.
La sorbió con avidez para terminar de bajar todo aquello que había tenido que
tragar.
No sé si fue el agua o lo que tragó pero casi inmediatamente se sintió
descomponer y me pidió ir al baño. La llevé hasta la puerta y señalándole el
horizonte le indique:
- De aquí para allá …todo baño !
Se agachó en el rincón más oscuro del alero y le dio paso a la diarrea que
culminó con un profundo suspiro de alivio.
Le ofrecí un papel de diario viejo pero prefirió utilizar algunos pañuelos
descartables que traía en la cartera.
Después de descansar un rato ya mas recuperada y viendo que la lluvia no tenia
intenciones de parar la miré con ternura y le dije:
- No va a querer irse sin probarla.
- Se merece que le hagamos el honor…
Jazmín se había soltado del palenque y nos miraba entretenido desde la puerta.
- Y dele… póngase en cuatro!
- En donde?
- Aí nomas, en el piso.
Se sacó la bombacha, se levantó la pollera y puso en cuatro patas y mientras yo
me acomodaba el chiripá Jazmín le empezó a lamer el coño provocando
tremendos jadeos de la mujer.
Aparté al perro y con la raja ya bien lubricada le apunté con el chipote y
comencé a tratar de penetrarla. Sin embargo a cada empujón ella
invariablemente terminaba contestando con un deslizamiento del cuerpo hacia
adelante eludiendo el dolor.
Entonces la hice girar de manera que su cabeza pegada al piso chocara contra
la pared con los brazos estirados y las tetas apoyadas en el piso.
Me paré detrás de ella y se lo puse casi vertical como quien perfora un pozo de
agua. La tomé de la cintura y ya no pudo escapar a la presión.
Los labios del coño se fueron estirando y la cintura pareció descalabrarse
acompañada por los quejidos de dolor de la mujer que aguantaba el trance
mordiendo la tierra del piso.
Después del dificultoso pasaje de la cabeza el resto se deslizó mucho mas
fácilmente hasta llenar completamente el hoyo.
Los quejidos se fueron transformando en un jadeo de placer y terminó invocando
a Dios
- Dios mío…..Dios mío – repetía una y otra vez.
Mi lechada no se hizo esperar y las bombeadas empujaron gran parte de ella
llenándole la matriz y llegándole seguramente hasta los ovarios.
Cuando me retiré, ella giró y se sentó en el suelo mientras con las dos manos
trataba inútilmente de volver a juntar los labios del coño.
El cansancio la venció y quedo como desvanecida estirada a lo largo en el suelo
con las patas abiertas y la concha resumando lefa con hilos de sangre que
Jazmín se apresuraba a lamer antes que la tierra seca lo absorbiera.
Después de diez minutos, ya recuperado, me acerque a ella y acariciándole la
cara recibí una delicada sonrisa sin llegar a despertarse. Supuse entonces que
iba a querer probarlo también por el culo por lo que procedí a colocarla boca
abajo sin despertarla. Me coloque a caballo sobre sus piernas, le eché un par de
escupitajos para lubricarla y se le apoyé comenzando a hacer fuerza.
Ella despertó sobresaltada echando un tremendo alarido que me hizo saltar
hacia atrás. Con la fuerza que da la desesperación consiguió zafar y
deteniéndose solo a tomar su cartera emprendió una veloz carrera sobre el barro
de la ruta bajo la torrencial lluvia hasta perderse en lo más oscuro de la noche.
A la mañana siguiente dos empleados de la estación de servicio del pueblo
retiraron el auto después de cargarle la lata de aceite.