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Trajinándome a una madurita gordita y cachonda.

Relato enviado por : Anonymous el 28/03/2008. Lecturas: 12324

etiquetas relato Trajinándome a una madurita gordita y cachonda. .
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Resumen
Llevávamos algún tiempo planeandolo y por fin surgió la oportunidad. Tú marido tuvo que hacer un viaje largo por unos asuntos familiares y durante varios días iba a estar fuera.


Relato
Llevávamos algún tiempo planeandolo y por fin surgió la oportunidad. Tú marido tuvo que hacer un viaje largo por unos asuntos familiares y durante varios días iba a estar fuera. Yo me desplacé hasta tu casa. Todo el trayecto lo pasé nervioso e impaciente. Cuando llegué por fin y estaba esperando a que me abrieras la puerta, temblaba como un flan. Era la primera vez que ibamos a vernos. Todo nuestro contacto se había limitado al email. Cuando por fin se abrió la puerta y te vi, me sentí un poco torpe. Me recibiste con una minifalda negra descaradamente provocativa, medias negras, zapatos de tacón, una camiseta ajustada de esas que hacen apetecible cualquier pecho (mucho más el tuyo) y una sonrisa irónica. Me observaste de arriba abajo con ojos ávidos sin perder la sonrisa y dijiste:
-Hola.
-Ho... la -balbuceé yo.
-Pasa dentro, no te quedes ahí.
Yo pasé y tu cerraste la puerta.
-¿No me das un beso? -preguntaste.
Yo bese tu mejilla torpemente. Estaba muy nervioso, me intimidabas, me intimidaba tu cuerpo, tu seguridad. Pensé que para ti todo aquello no era más que un juego, que yo no era para ti más que un juguete, uno más de esos consoladores que utilizas para masturbarte.
Me ofreciste una copa de vino y nos sentamos en la cama a charlar. Después de un rato me sentía más relajado. El vino se nos empezó a subir a la cabeza. Nos reíamos. Los comentarios eran cada vez más picantes. Yo te miraba con deseo, disimuladamente al principio, descaradamente luego. Te miraba las piernas: cuando las cruzabas tu minifalda dejaba entrever una telita rosa de lo que me imaginaba sería un tanga. Te miraba los pechos: tus pezones negros y puntiagudos se transparentaban a través de la camiseta (no llevabas sujetador). Hubo un momento que me quedé mirándolos fijamente y tuve una erección.
-¿Te gustan mis tetas? -me preguntaste.
-Me encantan. Enseñamelas.
Tú te alzaste un poco la camiseta y me enseñaste un pecho.
-Quítate la camiseta, quiere verlas bien.
Te quitaste la camiseta muy despacio, recreandote en los movimientos para calentarme todo lo posible. Yo sentía que la poya me iba a reventar. Por fin tus tetas quedaron al descubierto. Te las empezaste a acariciar suavemente.
-¿Quieres tocarlas?
-Sí, por favor.
Yo acerqué mi mano y las acaricié. Las sentía suaves y calidas. Las manoseé despacio durante un rato sin dejar de mirarlas. Retorcí los pezones entre mis dedos y tú diste un suspiro -eso te gustaba. Acerqué la boca y las chupé, te supcioné los pezones y te los mordí suvemente. Tú me quitaste la camiseta. Me acariciaste el torso mientras lo mirabas.
-Estas fuerte -dijiste-. Tienes un pecho muy duro.
-Tengo otras cosas más duras todavía -respondí.
-¿Sí? Pues entonces quiero verlas.
Me levanté y me puse frente a ti. Desabroché despacio mis pantalones y los dejé caer. Tú te quedaste mirando el bulto en mis calzoncillos. Pasaste la mano suavemente por encima varias veces. Luego comenzaste a bajarlos depacio: asomó primero un vello negro y rizado, tras él asomó lentamente un pene grueso, de piel morena y suave, al liberarse del calzoncillo osciló hacia arriba y dejó al descubierto un capullo hinchado y rojizo. Una gotita transparente salió de la punta. Te quedaste mirándolo fijamente, era como una fruta colgando de un árbol, en su punto justo de madurez. Y estaba ahí, al alcance de tu mano. Acercaste tus mejillas a él, sentiste su calor, su olor; enredaste tus dedos en el vello del pubis, acariciaste los testículos, lo cogiste con una mano, lo alzaste hacia atrás y lo lamiste por debajo desde los testículos hasta la punta, varias veces, hasta que por fin lo metiste despacio en tu boca. Cerraste los ojos y te concentraste en la sensación de aquella masa de carne dura y caliente dentro de tu boca. Empezaste a chuparlo despacio, yo te agarré del pelo y acompañé el movimiento de tu cabeza. Cerré los ojos y me concentré en el roce suave y húmedo de tu boca. La chupabas muy bien, la chupabas despacio, de vez en cuando la sacabas de tu boca y bajabas lamiendola hasta los güevos, y los lamías y te los metías en la boca y yo sentía la saliva mojando el pelillo de mis güevos y me encantaba, gemía despacio, era un placer suave, relajado. La excitación creció, te agarré fuerte del pelo y te obligué a chupar más deprisa, luego te cogí la cabeza con la dos manos y fui yo quien empezó a moverse deprisa metiéndola y sacándola. Sentí que me iba a correr y estuve a punto de hacerlo, a punto de correrme dentro de tu boca, pero me contuve -no quería que la cosa terminara tan pronto. Saqué la poya completamente hinchada y venosa y me agaché para besarte. Te tumbé sobre la cama, te desabroché la falda y te la bajé. Al descubierto quedó un tanga rosa.
-Date la vuelta, quiero verte el culo -te dije.
Tú te diste la vuelta y te pusiste a cuatro patas sobre sobre la cama. Tu culo gordito, con ese tanga diminuto me volvía loco. Acerqué mi cara a él, lo besé, lo acaricié, agarré las nalgas y las abrí, les di cachetadas suaves... cuando las abría veía el hilito rosa de tu tanga, tan pequeño que ni siquiera cubría tu ano, eso me excitaba mucho. Te dí la vuelta otra vez y te eché sobre la cama. Tú me abriste las piernas y yo me acerqué. El tanga estaba empapado y desprendía un olor cálido. Metí mis dedos en el elástico y tiré para quitártelo, tú alzaste las piernas para que fuera más facil. Te abriste otra vez de piernas, yo me coloqué a la altura de tus tobillos y comencé a subir despacio mientras te acariciaba. Remonté la cara interior de tus muslos dandolos besos y llegué por fin a mi ansiado objetivo.
Miré de cerca tu coño mojado. Observé que lo habías depilado cuidadosamente para que estuviera a mi gusto: con pelo, pero no tanto como para entorpecer el trabajo de mi lengua. Pelo negro y abundante en el pubis y un poco menos espeso en los bordes de la vajina. Los labios eran carnosos y los tenías hinchados y húmedos. El pelo que los rodeaba se empapaba con el fluido viscoso que manaba de ti. Acerqué la cara hasta que la punta de mi nariz lo rozó ligeramente, cerré los ojos y aspiré, un aire denso, húmedo, caliente y oloroso me penetro. Pocas cosa me excitan tanto como el olor de un coño, y no porque me resulte agradable, pues qué duda cabe que los coños huelen mal. Me gusta precisamente eso, su mal olor, es algo sucio, animal, y eso me excita. Y tu coño olía realmente mal, tanto que me pasaría el día con la nariz metida en él.
Abrí tu coño con mis dedos y lo lamí despacio de arriba abajo varias veces. Lo abrí más y tu clitoris se me ofreció hinchado, acerqué la punta de mi lengua y jugué un rato con él. Volvía a lamerte despacio toda la raja, te la lamí de todos los modos que se me ocurrieron, te supcioné los labios con mi boca, te metí la lengua dentro del coño, la metí y la saqué como si te follara con ella. Luego bajé despacio, tu abriste más las piernas dándome acceso a tu ano, y lo lamí. Estaba sudado y sabía mal, pero lo lamí, lo lamí como un perro lame el culo de una perra. Y metí también la lengua en él. Y a ti te gustaba, te encantaba, estabas disfrutando, podía oir tus gemidos de placer, y eso me ponía mucho más cachondo.
Me remonté hacia arriba por tu cuerpo hasta llegar a tu boca y te besé. Tu reconociste en mi boca el sabor de tu entrepierna. Mientras te besaba acariciaba tus muslos con mi poya erecta. Acerqué la cabeza de la poya a tu coño y la restregué contra él. Mientras, te besaba el cuello y te agarraba fuerte las tetas. Tú me susurraste al oído "¡cógeme, vamos, cógeme!". Yo me coloqué y metí la poya despacio, al sentirla entrar, tú cerraste los ojos y echaste la cabeza hacia atrás dando un suspiso. Por fin había llegado el ansiado momento, por fin podía sentir tu coño, suave y caliente, por fin te estaba follando, a ti, a mi madurita cachonda, a mi gordita tetona, por fin estaba metiendo mi poya dura dentro de ti. Estuve a punto de correme de sólo pensarlo, pero me contuve. Quería hacerlo bien, quería hacerte sentir mucho placer. Te empecé a follar duro, a cada empujón te metía la poya entera, hasta que los güevos chocaban contra ti. Mientras, te chupaba los pezones, te agarraba fuerte las tetas, te las apretaba. Tú gritabas y me clavabas la uñas en la espalda. En medio de ese extasis tuviste una sensación rara, sentiste como si alguien te observara, lanzaste una mirada a la puerta de la habitación y le viste. Era tu marido. Al principio te asustaste, pero enseguida te sentiste muy cachonda. Te excitaba la idea de que tu marido estuviera observándote mientras otro hombre te cogía. Él te miraba y no hacía nada, enseguida supiste que también a él le excitaba aquello. Siempre te había gustado jugar con él a ser una puta, a los dos os ponía calientes, y esta vez estabas siendo más puta que nunca. Os quedasteis mirando fijamente, había una complicidad entre los dos. Os provocavais con la mirada. Yo seguía cogiendote sin enterarme de nada. Sentí que me iba a correr, "me corro, me corro" te grité, "correte encima de mí" me dijiste, yo saqué la poya y me corrí encima de tus tetas. A tu marido le dolió aquello, sintió ira, pero a la vez le excitó, la ira era tan fuerte como la excitación.
Cuando me levanté de encima de ti y le vi me di un susto tremendo. Cogí lo que pude de mi ropa y salí corriendo. Él gritó "¡¡HIJO DE PUTA!!" y me lanzó un jarrón, pero yo conseguí escapar.
Luego se rodeó y te miró con furia. Te asustó aquella mirada.
-Perdóname -dijiste.
-¡Puta! -dijo clavandote la mirada.
-Sí, he sido una puta, castigame. He sido mala. Pégame, azótame.
Y te diste la vuelta y te pusiste a cuatro patas.
-Vamos, castígame, me lo merezco.
Se acercó a tí y te dio te dio un guantazo fuerte en las nalgas. A ti te dolió y te excitó.
-Vamos, azótame, azótame.
El te dio otro golpe fuerte, y otro más, y otro, y empezó a pegarte cada vez más fuerte y más seguido hasta que tus nalgas quedaron completamente enrojecidas. Tu gritaste y lloraste del dolor. Luego te agarró del pelo y te dio la vuelta.
-Ahora vas a saber lo que es un hombre -te dijo.
Le miraste asustada, te daba miedo.
Se bajó los pantalones, su poya estaba dura. Te la metió a la fuerza en la boca, la empujó todo lo que pudo y tú la sentiste rozar tu garganta. Estabas muy excitada y se la chupaste con ansia. Le chupaste los güevos y le sentaste sobre la cama, y le abriste las piernas y le lamiste el culo, y te sentiste muy guarra, y te gustó.
Te volviste a poner a cuatro patas, con el culo todo lo abierto que podías y le dijiste:
-Vamos, cógeme por el culo, quiero que me trates como a una perra, quiero ser tu perra, sólo tuya, cógeme el culo.
Él se acercó, vertió saliva sobre tu ano y lo dilató metiendo los dedos. Luego colocó la poya y empezó a meterla. Le costaba entrarla y a ti te dolía, conseguiste relajar el ano y la poya te entró hasta dentro. Empezó a moverse. Tú la sentías entrar y salir cada vez más deprisa. Tu culo ardía. La poya dura como piedra te penetraba con furia. Él la empujaba todo lo adentro que podía. A cada embestida los cojones golpeaban con fuerza en tu coño, ¡plaps plaps..!. Se oía el sonido acuoso y obsceno de su poya resbalando dentro de tu ano. Tus gruesas nalgas temblaban con cada arremetida, y todo tu cuerpo era impulsado hacia delante. Tus pechos bailaban descontrolados. Estabas a punto de enloquecer. Aquello era salvaje, animal. El aire olía a culo y a sudor. Tus mejillas enrojecidas ardían. Sentías las gotas de sudor deslizarse por tu cara y tus brazos. Una humedad sucia y cálida mojaba tu entrepierna y resbalaba por la cara interior de tus muslos. Oías los gruñidos de tu marido tras de ti y te parecían los rugidos de un fiera depredando un animal. Te sentías como una hembra en celo recibiendo la cópula furiosa del macho de la manada. De vez en cuando él interrumpia sus gruñidos para gritarte "¡PERRA!", "¡PUTA!", "¡CERDA!". Y tú dabas gritos enloquecidos, el alma se te iba en ellos. Y allí, puesta a cuatro patas, violada y humillada supiste que estabas a punto de alcanzar el orgasmo más intenso que habías sentido nunca. En un momento perdiste la razón por completo, todo tu cuerpo se estremeció, y sentiste que te ibas entera por las piernas, fue como si te mearas. Tu marido sintió como tus fluidos le mojaron y se excitó más, su poya estaba a punto de reventar, la sacó de tu culo, jadeaba rabioso, estaba fuera de sí. Con violencia te dio la vuelta y te empujó boca arriba sobre la cama, se colocó frente a tu cara, te agarró del pelo y te gritó: ¡TRÁGATELO, PUTA, TRAGATELO!" Y tú abriste la boca para recibirlo, el apretó su poya con fuerza y la meneó para hacer salir la leche. Un chorro abundante cayo dentro de tu boca, y él siguió meneandola y cayó otro chorro, y otro más. El líquido espeso, caliente y oloroso llenó tu boca. Entonces él metió con violencia su poya dentro y te obligó a chuparla, y tú, sin importarte que estuviera sucia, la chupaste, y el semen caliente se escurrió por la comisura de tus labios. Al fin los dos caísteis agotados y satisfechos sobre la cama.
(lujuriosete@yahoo.es)

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