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Traviesas confesiones… o, Déjame ver si te entendí…

Relato enviado por : narrador el 30/04/2014. Lecturas: 6761

etiquetas relato Traviesas confesiones… o, Déjame ver si te entendí…   Infidelidades .
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Resumen

Esas fueron las palabras que me dijo el Padre Pedro, cuando yo me quedé en silencio durante mi confesión.




Relato

Desde mis quince o quizás desde antes, por hacer una travesura de adolescente, en ocasiones, al igual que el resto de mis compañeritas de clase, cuando nos llevaban a confesar, inventábamos algo que a todas luces fuera un gran pecado, y quizás por divertirnos, tanto mis amigas como yo, al principio le decíamos al viejo padre confesor, que teníamos novio, y que este nos besaba, luego a medida que fuimos creciendo, tanto mis amigas como yo, le decíamos al viejo sacerdote, cosas mucho más calientes, como que mi novio me había agarrado los muslos. Luego continuamos inventando cosas según y fuimos enterándonos, ya fuera por propia experiencia, o por lo que alguna de las chicas nos decía lo que su novio le había hecho.

Pero como el viejo padre era medio sordo, y casi ciego si se le perdían sus espejuelos, las muchas barbaridades que inventamos, nunca salieron del confesionario. Pero cuando nombraron a un cura más joven, es decir un padre de unos cuarenta y tantos años, las cosas cambiaron. Era mi último año en el colegio católico, cuando ya casi al final del curso nos llevaron a confesar, como de costumbre. Yo ese día tenía ganas de hacer una pequeña travesura, así que les dije a mis compañeras, que estuvieran atentas.

Yo entré al confesionario, y apenas respondí Sin pecado concebida. Comencé a contarle al nuevo padre, que durante el fin de semana yo había salido con mi novio, y que bueno aparte de que nos habíamos besado, yo había dejado que poco a poco mi supuesto novio, había metido su mano bajo mi falda, y que había comenzado a tocarme por todas partes, en especial entre mis piernas, luego le seguí diciendo que mi supuesto novio me había obligado a que le besara, y mamara su miembro. No conforme con eso también le dije también que me había quitado toda la ropa en la playa, y me había obligado a tener sexo con él. Pero como si fuera poco, inventé que unos amigos de mi novio que nos acompañaron a la playa, al vernos, me chantajearon, y que me obligaron a la fuerza a que también me acostase con varios de ellos, mientras que otros me obligaron a que mamase sus miembros. Cosa que yo hice llorando, y pidiéndoles que no continuase abusando de mí.

Yo estaba de lo más inspirada contándole eso al nuevo padre, cuando comencé a sentir un raro olor, y a escuchar un sonido rítmico que provenía del otro lado del confesionario, y a pesar de lo tupida de la rejilla que separaba al confesor de mí, pude ver, y con mucho asombro como el padre a medida que me escuchaba, se masturbaba como loco, al otro lado del confesionario. Yo la verdad no esperaba ver algo así jamás, por lo que de inmediato salí asustada del confesionario, y rápidamente me confundí entre mis amigas, a las que les conté lo sucedido. De hecho el padre, no salió de inmediato, y cuando salió del confesionario, se dirigió rápidamente a la sacristía. Bueno desde ese día, ni mis amigas ni yo volvimos hacer ese tipo de travesuras.        

Pasó el tiempo, fui a la universidad, me gradué, me casé. Pero como quien dice, me quedó el gusto de seguir haciendo ese tipo de travesuras. Así que ocasionalmente, entraba a una que otra iglesia, y le contaba al confesor, que estuviera. Alguna invención mía, bien cargada de sexo, y placer. La mayoría de las veces, escuchaba satisfecha la temblorosa voz del padre confesor, dándome alguna penitencia, y diciéndome que no pecase más. Pero con el tiempo, ya escuchar lo afectado que quedaba el sacerdote que fuera, por las falsas confesiones sexuales que yo le hacía, como que no me satisfacía. Así que un buen día en lugar de usar la parte lateral del confesionario, me coloqué en la que quedaba de frente al padre, y de la misma manera que él me podía ver mi rostro, lo que realmente no me importaba mucho, yo podía ver sus reacciones a medida que le iba contando algo bien descabellado.

Las caras que ponían  los distintos padres con los que me confesaba, era como para morirse de la risa. Además no importaba lo que yo inventase, como todo queda cubierto bajo el secreto de confesión, sé que no se lo podían contar a más nadie. Y bueno, y si lo hacen, ese es problema de ellos.

Pero un día en que me encontraba sola en casa, ya que mi esposo y mi hijo habían salido de pesca, me puse a ojear algunas viejas fotos, de cuando yo era adolescente, y de momento me provocó hacer una de esas pequeñas travesuras. Por lo que de inmediato me vestí de manera algo atrevida, y salí con la idea de pasar un buen rato, en la Iglesia, y hacer una de esas travesuras al Párroco de mi Iglesia. Al fin y al cabo yo no iba todos los días.

Pero al llegar me encontré con que los confesionarios tenían un letrero que decía. Debido a que los confesionarios fueron fumigados. El día de hoy, las confesiones se llevaran a cabo en la Sacristía. Al llegar a la puerta de la Sacristía encontramos otro letrero que decía: Sacramento de confesión en proceso, por favor espere su turno, y no toque ni abra la puerta. Lo cierto fue que de unas diez personas que habíamos ido a confesarnos, quedamos solo tres. Primero pasó una señora muy mayor, que me parece que se confiesa a diario, un señor algo gordo, y al él terminar pasé yo.      

No bien yo había entrado, el mismo Párroco cerró la puerta por dentro. Diciéndome, espero no le incomode hija, pero hay gente que no lee, y como no me agrada detener una confesión, para explicarle a una persona que debe esperar. Así por lo menos evito que nos interrumpan. La verdad es que lo que el Padre me dijo era bien razonable, por lo que de inmediato tomé asiento a su lado en el banco que hay en la Sacristía. Yo al principio, como que me había arrepentido de hacer una de mis travesuras, pero la manera en que el Padre se me quedó viendo los senos, de inmediato me hizo cambiar de idea. No es que yo anduviera con las tetas por fuera, es verdad que poco faltaba para que se me salieran los pezones, y que la falda que estaba usando me quedaba un poquito corta. Pero por lo demás, andaba bien vestida.  

Después de que el Padre dijo, Ave María Purísima, y yo le respondí, sin pecado concebida, me preguntó desde cuando no me confesaba, yo le respondí que hacía más de un año, lo que era cierto. Y de inmediato comencé a confesarle mis supuestos pecados. Comencé diciéndole que todo era culpa de mi esposo por no ponerme atención, y que cuando tenía algún contacto intimo conmigo, era de manera tan rápida que yo me quedaba viendo el techo, bien molesta por lo desconsiderado que era conmigo.

Me di cuenta de que el rostro del Padre de inmediato se puso rojo como un tomate, lo que me indicó que podía seguir divirtiéndome a costillas de él. Por lo que continué diciéndole, que debido a eso, recientemente, después de que él se satisfizo, se vistió y se marchó para su trabajo, mientras que yo después de darme una fría ducha y de asearme íntimamente, me sentía sumamente molesta con él, por no atender ni comprender mis necesidades, pero que esa mañana pasó el plomero a reparar el lavaplatos, y yo únicamente cargaba puesta una corta bata casera, sin más nada abajo.

Bien mientras el plomero se dedicó a trastear con el lavado, yo estuve a su lado en la cocina, ayudándole a pasar una que otra llave, sin darme cuenta que desde donde él se encontraba tirado en el piso, podía ver claramente que yo no estaba usando ropa intima alguna. Pero que en cierto momento ese hombre comenzó hacerme ciertos comentarios, sobre mí persona que lejos de molestarme, hizo que me sintiera sumamente halagada.

Luego se comenzó a incorporar del piso, y como yo me encontraba tan cerca de él, accidentalmente pienso yo, su cabeza se metió justo bajo mi bata. Yo me quedé paralizada, pero de momento sentí que su lengua la pasó sobre mi vulva, al mismo tiempo que sus manos hábilmente acariciaban todo mi cuerpo, y no sé que me pasó, que terminé tirada en el piso manteniendo sexo salvaje con ese hombre. De lo cual Padre, en ocasione me arrepiento, pero en otras ocasiones deseo que vuelva suceder.

El Padre se me quedó viendo, con su colorado rostro, y de momento me dijo. A ver si entendí hija. Y tas decir eso se tiró al piso, quedando boca arriba, y pidiendo que me pusiera de pie a su lado. Yo la verdad no esperaba que el Padre me dijera algo así, por lo que algo confundida le obedecí, poniéndome de pie a su lado. Él hizo la gestión de incorporarse en dos o tres ocasiones. Hasta que tirándose nuevamente sobre el piso de la Sacristía me dijo, Hija la única manera de que algo así pudiera suceder es que usted se encontrase de pie prácticamente sobre él, y tomando uno de mis tobillos lo colocó al otro lado de su cuerpo, por lo que yo quedé con mis piernas ligeramente abiertas, a la altura de su cintura.

De nuevo hizo la gestión de incorporarse, y su rostro prácticamente quedó bajo mi corta falda. Yo estaba que me moría de la vergüenza, cuando de momento sentí que prácticamente al tiempo que una de sus manos me bajó las pantis, su lengua se dedicó sabrosamente a lamer mi coño. Yo me quedé como paralizada, al tiempo que su rostro se hundía sabrosamente sobre mi coño, y sus manos acariciaban el resto de mi cuerpo. En cosa de segundos, yo  me encontraba tirada en piso de la sacristía siendo penetrada divinamente por el Padre Pedro.

A medida que sentía su poderosa verga penetrando mi caliente coño, el Padre me preguntaba si así era como el plomero me había tratado, a lo que yo casi vuelta loca del placer que me estaba haciendo sentir, le respondía que sí, pero no tan bien, como él me estaba haciendo sentir en esos momentos. Por un buen rato la verga del Padre Pedro estaba y salía una y otra vez de mi húmedo, caliente, y bien lubricado coño, arrancándome fuertes gemidos de placer, rogándole que continuase. Ni idea tengo del tiempo que permanecimos tirados en el piso de la Sacristía manteniendo sexo, de manera salvaje. Lo que si se es que disfruté de un sin número de orgasmos como nunca antes los había disfrutado. Ya que a medida que él continuaba enterrándome toda su sabrosa verga, con una mano acariciaba y apretaba mis tetas, mientras que con la otra se las arreglaba para agarrar mi coño sabrosamente, y su boca mordisqueaba mi nuca y orejas.         

Yo a pesar de que quedé exhausta, tirada sobre el piso de la Sacristía, cuando el Padre separándose de mí, me dejó tirada en el piso, con mis piernas bien abiertas, él tomó asiento en el banco en el que ambos habíamos estado sentados, y agarrando su verga con una de sus manos, se quedó viendo mi boca, yo de inmediato capté cual era su deseo, por lo que como pude me medio incorporé, y sin demora alguna, comencé a chupar la ya mustia verga del Padre.

En cosa de segundos, y como por arte de magia, por no decir que milagrosamente, sentí como se volvió a poner dura dentro de mi boca. Yo seguí mama que mama, hasta que después de un buen rato, al tiempo que yo no dejaba de toquetear todo mi coño en especial mi clítoris. Sentí que el Padre Pedro, acabó dentro de mi boca, y en cierta forma o manera, me obligó a que me tragase todo su semen. El que yo chupé, y chupé hasta ya no dejar ni una sola gota.

No es que yo me haya vuelto una fanática religiosa, pero desde ese día asisto a misa por lo menos una o dos veces en semana, momento que aprovecho, para volverme a confesar intensamente con el Padre.     


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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 21:13) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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