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UN DOBLE PLACER

Relato enviado por : Anonymous el 18/03/2010. Lecturas: 7562

etiquetas relato UN DOBLE PLACER   Gay .
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Resumen
Un hombre casado encuentra el placer en brazos de dos chicos y paga por ello.


Relato
UN DOBLE PLACER

Mi nombre es Felipe, tengo 34 años y vivo en una ciudad alejada de la capital. A pesar de llevar unos cuantos años en el ambiente gay, he tenido muy pocas experiencias sexuales que me hayan dejado realmente satisfecho. Tengo una imaginación bastante degenerada y me masturbo cada vez pensando en las situaciones calientes y alocadas que desearía experimentar. Hace tiempo venía rondando en mi cabeza la posibilidad de estar con dos hombres a la vez, poder chupar un buen pico mientras otro hombre me culeara violentamente. Deseaba con ello poder cumplir mi mayor fantasía: una penetración doble. A pesar de no ser un tipo muy atractivo, tengo bastante suerte en lo físico; me miran con frecuencia en la calle y creo además ser gusto de hombres mayores por mi cara algo infantil. Soy moreno, tengo el pelo y los ojos negros, una contextura mediana y soy bastante varonil a pesar de ser 100% pasivo. Cierto día, mientras chateaba, me llamó la atención un chico que ofrecía sus servicios sexuales a cambio de dinero. Nunca he pagado por sexo y aquella posibilidad inundó mi cabeza mientras conversaba con el muchacho. Se llamaba Saíd y tenía 28 años.
-¿Trabajas solo? –le pregunté con la esperanza que me dijera que no.
-No –me respondió-, a veces trabajo con otro chico, un cubano de 35 años bastante dotado.
La situación comenzaba a excitarme un poco y seguí haciéndole preguntas nada más que para alimentar mi morbo. Vivía solo en la capital y, si me interesaba, él podía hacerme un buen precio. Le mentí diciéndole que era casado y que también vivía en la capital.
-Bueno, no tengo problema en atender a clientes casados. Si quieres y te interesa, me llamas una media hora antes y acordamos una cita.
Me dio su celular y yo lo anoté con bastante nerviosismo ante la posibilidad de satisfacer mis ocultas fantasías. Lo llamé a la semana siguiente.
-Aló, Saíd, ¿te acuerdas de mí?
-Sí, Felipe, el casado –me respondió al otro lado del teléfono.
-Me gustaría que me atendieras el próximo sábado, ¿qué te parece?
-No hay problema –me dijo-, ¿a qué hora te acomoda?
Yo pensé en las dos horas que había desde mi ciudad a la capital y le dije que al mediodía.
-Ok, me confirmas como las once, entonces, y allí te doy la dirección.
Era verano. El sábado amaneció bastante soleado y tomé un bus a la capital calculando llegar alrededor de las diez y media. Lo llamé puntualmente a las once de la mañana. Me dio la dirección y me dijo que me esperaría al mediodía como habíamos convenido.
-Saíd... –lo interrumpí-, quiero saber si me puedes atender con tu amigo.
-Está bien –respondió-, te haré un precio especial por los dos.
Convenimos el valor de la atención y nos despedimos. El plural de “por los dos” enardeció aún más mis ganas de satisfacer aquella fantasía de estar con dos hombres a la vez. Llegué al edificio y subí los tres pisos hasta el departamento de Saíd. Llamé a su puerta y me atendió él, un hombre bastante atractivo de unos 28 años tal como me había dicho; moreno, alto, de contextura gruesa y con un aspecto de ser bastante caliente en la cama. Me hizo pasar y tomé asiento en una pequeña silla puesta junto a una mesa redonda. Saíd se tendió de medio lado sobre una especie de diván. Conversamos un rato de todo un poco. Más tarde, un hombre, de unos 35 años salió del baño. Acababa de darse una ducha. Era de estatura media, delgado y vestía unos jeans y una polera bastante extravagante. Se llamaba Manuel y noté desde el principio su acento cubano. Seguimos conversando entre los tres algunos minutos. Luego me invitaron a la habitación, un cuarto pequeño con una sola cama.
-¿Te quieres duchar antes? –me preguntó Saíd.
Accedí. El sudor del día soleado y mi nerviosismo demandaban una buena ducha. Saíd me facilitó unas pantuflas. Salí del baño en calzoncillos y me dirigí hasta la habitación. Ambos ya estaban desnudos y me invitaron a acostarme entre ellos. Toda la situación comenzaba a excitarme mucho. Comenzamos a besarnos tiernamente. Yo pasaba de una boca a la otra como en un juego delicioso. Sorbía sus lenguas y acariciaba sus cuerpos. Manuel era bastante delgado para mi gusto, pero su virilidad al tratarme me hizo desearlo con fuerza. Saíd era exquisito. Su cuerpo grueso y moreno encendía mi pasión por besarlo y acariciarlo. Lentamente me acomodé en medio de ambos y comencé a besar sus pechos, sus vientres, hasta bajar a sus vergas. Despedían un exquisito olor a jabón, a cuerpo limpio y masculino. Las agarré con fuerza y las lamí lujuriosamente. Parte de mi fantasía ya comenzaba a hacerse realidad. Succionaba alternativamente ambas vergas, las metía hasta lo más hondo de mi garganta y luego las sacaba inundadas de mi propia saliva que luego yo mismo bebía con desenfreno.
-Chupa, mamita –me decía Manuel con lujuria-, chupa, que son tuyas.
Aquellas palabras dieron rienda suelta a mi excitación y mamé como un verdadero poseído las dos vergas que se me ofrecían. Lamía sus cocos y chupaba aquellas matas de pelos que coronaban sus deliciosas vergas.
-Anda a buscar el chocolate –ordenó Manuel a Saíd.
Éste se puso de pie y abandonó la habitación. Mientras tanto, la verga de Manuel salía y entraba de mi boca que la engullía en todo su esplendor. Me gustaba la virilidad del cubano. No cesaba de ofrecerme su “pinga” como él llamaba a aquella larga verga que yo chupaba como un verdadero manjar. Al cabo de unos instantes, Saíd regresó y se ubicó tras de mí, lamiendo mi agujero. Traía en su boca un chocolate que deslizó por mi esfínter suavemente. Lo comía a medida que se iba deshaciendo en mi caliente trasero. Chupaba mi culo y el chocolate al mismo tiempo, hasta que el trozo se deshizo entre los pelos de mi trasero y el calor de su boca.
-Quítate –le ordenó Manuel a Saíd-, quiero ir yo primero.
Cambiaron de posición sin que yo abandonara los cuatro pies en que me encontraba. Ahora la verga negra y gruesa de Saíd ocupaba mi boca, y mi trasero, dulce por el chocolate disuelto en él, era engullido por la boca ansiosa del cubano. La verga de Saíd era considerablemente más gruesa que la de Manuel, y yo casi no lograba introducirla en mi boca. La acariciaba con mis dos manos, feliz de tener un miembro grande y duro sólo para mí. De pronto, Manuel se irguió un poco e introdujo su pico en mi culo. Entró despacio, tal vez por el dulce lubricante del chocolate disuelto, y comenzó a bombear lentamente sosteniéndome con fuerza de las caderas. Yo chupé con más ansias la verga de Saíd, dichoso de tener al fin dos picos dándome placer. De vez en cuando el cubano golpeaba mis nalgas, proporcionándome un nuevo placer. Sentía la fuerza de Manuel dándome por el culo y la poderosa verga de Saíd metida hasta mi garganta. Sin embargo, yo deseaba intensamente que Saíd me culeara. Su verga era más gruesa, más potente, más oscura: como siempre me han gustado las vergas. Tal vez Saíd deseaba los mismo, porque le hizo una seña a Manuel para que me lo sacara y cambiaran posiciones. Me dieron vuelta y Saíd me tomó patitas al hombro. Me sostuvo de las piernas con fuerza y me elevó en el aire para que mi culo quedara más accesible a su duro instrumento. Me lo metió con fuerza, acomodándose entre mis piernas y permaneciendo de pie junto a la cama. Yo estaba en vilo, la fuerza del muchacho me sostenía las piernas abiertas. Manuel, entonces, metió su verga en mi boca completando perfectamente una escena infinitas veces imaginada en mis sueños más eróticos. Saíd bombeaba en mi culo con fuerza, penetrándome profundamente. De pronto, mi excitación fue tan intensa que creí que iba a acabar, pero el muchacho, experto tal vez por su propio negocio, se dio cuenta y desaceleró sus embestidas permitiéndome que me calmara un poco entre tanto desenfreno y no consiguiese eyacular todavía. Mientras tanto, mi boca estaba llena por la verga del cubano. Yo cerraba mis ojos y disfrutaba enormemente del instante. Manuel no cesaba de decirme palabras degeneradas mientras chupaba:
-¿Te gusta, mamita?
-Sí... –respondía yo con la boca llena y el culo saturado de vergas.
Casi al borde del paroxismo, Saíd me lo sacó de golpe y entre ambos me ordenaron ir hacia el living. Manuel puso sobre la alfombra un largo espejo:
-¿Te has visto alguna vez cómo te culean? –me dijo, abriéndome las piernas y ordenándome poner ambos pies a cada lado del espejo.
-No... –agregué, sabiendo que ésta era otra nueva experiencia en este juego de sexo pagado.
Entonces, agachado, ofreciéndole el culo al cubano y mi boca a Saíd, observé mi imagen en aquel espejo puesto a mis pies. La experiencia fue maravillosa. Disfrutaba de un espectáculo doble. Veía cómo la verga del cubano se perdía entre mis nalgas y cómo el pico grueso de Saíd salía y entraba en mi boca. Era la imagen perfecta de mis más locas fantasías sexuales. A ratos yo dejaba de mamársela a Saíd sólo para extasiarme con este maravilloso espectáculo y esta inimaginable sensación de verme poseído por dos hombres a la vez. Luego volvía a mamar enloquecidamente la verga del muchacho poniendo todos mis sentidos en las manos gruesas del cubano que me sostenía fuertemente de las nalgas. Abría exageradamente mis piernas para ver también mi miembro erecto por el placer brincar de gusto ante las arremetidas del cubano.
-¿Te gusta lo que estás viendo? –me preguntaba aceleradamente Manuel, mientras clavaba con fuerza su verga en mi culo.
-Me encanta... –articulaba yo entre tanto placer junto.
-Vamos ahora a la cama –ordenó Saíd.
Cuando ambos hombres sacaron sus vergas de mis agujeros, me sentí vacío e infeliz, como si me hubieran despojado de dos dulces caramelos de carne. Caminé nuevamente hasta la habitación y me tendí en la cama boca abajo, quería que uno de los dos me montara y me volviera a culear con fuerza. El primero en introducir su verga en mi hoyo fue Saíd. La sentí entrar suavemente, conducida por el abierto agujero que ya había preparado el cubano. Manuel, en cambio, volvió a introducir su verga en mi boca, acomodándose sobre la almohada y abriendo sus piernas para que yo mamara con soltura.
-¡Qué caliente que eres, mamita! –me dijo cuando yo agarré con fuerza su pico y lo mordí de puro placer-. ¡Qué hoyito más hambriento tienes, mamita!
Desde atrás, sentía los quejidos de placer de Saíd mientras me culeaba. Indudablemente el muchacho era más caliente que el cubano y tenía la verga más sabrosa. Yo empujaba mi trasero con fuerza hacia él para que me lo metiera más adentro, así Saíd soltaba mis caderas y dejaba que yo mismo llevara el ritmo de su penetración. Era delicioso tener este control sobre mi placer.
-Venga aquí, mamita –me dijo entonces el cubano-, siéntese en mi pinga.
Saíd retiró su verga de mi culo y yo me encaramé sobre Manuel, sentándome a horcajadas sobre su verga. Me abracé a su pecho y mientras lo besaba, comencé a brincar como un demente sobre aquella dura verga. Fue entonces que sentí cómo Saíd comenzaba a penetrarme. Se iniciaba así la culminación perfecta a una hora de sexo y lujuria: la penetración doble que tanto deseaba. La verga de Saíd intentaba ingresar por algún hueco de mi culo que estaba lleno de la verga del cubano. Me dolió al comienzo, pero mi calentura por los dos picos pudo más, y comencé a empujar fuertemente para que Saíd lograra introducir perfectamente su gruesa herramienta. A medida que empujaba, sentía cómo mi culo se iba dilatando por la presión de ambas vergas. Y de pronto se logró lo que tanto ansiaba: la verga de Saíd entraba hasta el fondo por mi culo.
-Échate hacia delante –me ordenó sabiamente el cubano-, así entrará mejor.
Yo obedecí. Me incliné aún más sobre el pecho de Manuel hasta que mi pecho quedó sobre el suyo. Fue entonces que se logró la penetración perfecta. Sentía mi culo lleno, saturado, presionado por aquellas dos verga. Aunque dolió en un principio, desde donde estaba, empujé con más fuerza aún. Quería más y más y más... Con mis ojos cerrados me concentré en el placer que estaba experimentando.
-¿Esto querías, mamita? –me preguntó el cubano.
-Sí...sí...sí... –respondí con lujuria, y continué empujando mi culo hacia esas dos vergas maravillosas que tanto placer me estaban dando.
En mi hombro sentía la respiración entrecortada de Saíd, bombeando su exquisita verga hacia mi culo. A medida que yo empujaba, también deslizaba mi cuello hasta la boca del muchacho, quien me chupaba las orejas como obedeciendo a un deseo no expresado. Luego, me inclinaba hacia delante para meter mi lengua en la boca del cubano y aspirar ese vaho delicioso del cansancio sexual. Yo estaba a punto de acabar, pero no quería hacerlo solo. Necesitaba la tibieza del semen de mis amantes.
-¿Quieres acabar ya? –me preguntó Manuel.
-Sí... sí..., estoy a punto... –le contesté con la respiración entrecortada.
Entonces ambos sacaron sus vergas de mi culo y se ubicaron junto a mí.
-¿Dónde quieres la leche, mamita? –me volvió a preguntar el cubano-. Te la vamos a echar donde tú quieras.
-La quiero en la cara... –respondí-, acaben ambos en mi cara.
Entonces, mientras yo me masturbaba desenfrenadamente, ambos se subieron hasta la almohada para ubicarse junto a mi rostro.
-Ahí te va, mamita –me dijo Manuel, al tiempo que ambos se masturbaban sobre mi rostro.
Entonces sentí los suaves golpes de sus chorros de semen estrellándose en mis mejillas, en mis párpados y en mi boca abierta. Fue delicioso sentir la tibieza y el olor del semen de esas maravillosas vergas que tanto placer me habían dado exprimidas sobre mi rostro. Yo también acabé poderosamente; era mucho tiempo de calentura acumulada y de deseo imaginado... Luego del clímax, nos besamos románticamente. Yo me acomodé junto a Manuel y lo besé aún con más fuerza. Había sido el amante más varonil que había tenido. Saíd se recostó junto a mis piernas aún con su verga erecta.
-Me gustas mucho, mamita... –me dijo el cubano mientras me besaba con fuerza-. Quiero tenerte otra vez, pero para mí solo...
Yo lo abracé con pasión y lo besé infinitas veces. Él también me gustaba muchísimo. Fue todo lo tierno y varonil que siempre soñé en un hombre. Acaricié su pecho y volví a admirar aquella verga que tanto me había hecho gozar.
-A mí también me gustaste mucho –dijo Saíd recostado entre mis piernas-. Se me está parando de nuevo.
Yo me enderecé un poco y le chupé la verga un rato, mientras Manuel me acariciaba el trasero.
-Tienes un culo delicioso y hambriento –dijo por fin el cubano.
Sin embargo, se me hacía tarde. Debía volver a mi ciudad cuanto antes.
-Cuando quieras nos puedes llamar –me dijo Saíd-. Simplemente me dices que eres Felipe, el casado, y yo me acordaré de ti.
Me vestí rápidamente y los besé nuevamente a ambos que, desnudos, me abrazaron junto a la puerta.

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 19:39) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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